Subte Paradiso Subte Polska (2015) trata sobre el renacer de un anciano de 90 años, Tadeusz (Héctor Bidonde), cuando deja de tomar ciertas pastillas y se redescubre física, mental y espiritualmente. Las desvergüenzas del viejito ponen en jaque al quejoso de su sobrino, así que hay comedia. Con las desvergüenzas llegan momentos de lucidez nostálgica en los que rememora su pasar por la Guerra Civil Española y los amores que perdió, así que hay drama. La película es un auténtico crowd-pleaser, escrita y dirigida por Alejandro Magnone con una ternura que sería insoportable si el guión no contara también con un poco de picardía también. Gran parte de la película trata sobre la misión de Tadeusz de recuperar su proeza sexual y su obsesión con conseguir una bomba para el pene (“¡Pienso mejor cuando se me para!”), y sobre sus riñas con los adustos hombres de ciencia que preferirían mantenerlo drogado. La trama divaga casi tanto como su protagonista, que dedica sus días a recorrer las líneas subterráneas de Buenos Aires (las mismas que él ayudó a construir de joven) y enfrentarse literalmente a los fantasmas de su pasado. Por engreimiento de la película vemos también flashbacks a la adolescencia guerrillera de Tadeusz (interpretado por Alan Daicz), que como recurso resulta bastante somero. Estas escenas no terminan de rimar con la historia y son relativamente flojas al lado de las del presente, en las que Bidonde – bestia parda de la actuación que es – compone a un personaje cautivador y entrañable. El elenco de reparto es el otro gran arma de la película, y es un placer ver cómo se aprovecha hasta el más ínfimo de los personajes, dándole a todos una función concreta en la trama, una voz propia y al menos una línea de diálogo graciosa. Se destacan Marcelo Xicarte como el prototípico porteño infeliz que tiene que sufrir los desvaríos de su tío – que tiene que sufrir todo, por todos, en realidad –, Manuel Callau como un diarero amigo que se suma a todo con inocente entrega y Miguel Ángel Solá en un breve papel como un viejo y jocoso camarada de guerra de Tadeusz. Por lo demás, Buenos Aires es retratada como si fuera un pueblito, habitado exclusivamente por personas sumamente interesadas en la vida de Tadeusz y dispuestos a involucrarse en ella con el abnegado altruismo de deus ex machinas. La película se da ese gusto, caprichoso y fantástico, pero la fantasía más increíble de todas es que la estación de subte Avenida de Mayo de la línea C pueda estar así de vacía por un mísero segundo.
Excelente Bidonde en un film entre la broma y la nostalgia Por primera vez en su larga carrera, Héctor Bidonde tiene un protagónico en el cine. Le toca hacer un viejo polaco de mayor edad que él, pero igual de animoso. La diferencia es que ese viejo, largamente jubilado, tiene preocupaciones menos espirituales. Le obsesiona la disminución de su virilidad. Pero también le obsesiona, cada vez más, el recuerdo de un amor que tuvo cuando era un joven idealista. Ambos combatían en la Guerra Civil Española, hasta que él comprendió que la cosa no daba para más, y ella, despreciándolo, prefirió seguir la lucha. Como advertirá el lector, aquí hay material para la broma y para la nostalgia. En lo primero se suman Lidia Catalano como una veterana alegremente dispuesta para la guerra de dormitorios, Manuel Callau en rol de kioskero divertido, y Ana Federik en breve aparición como amable vendedora de sexy shop. La nostalgia tiene otro peso. Y el orgullo, porque el hombre, después de la guerra, fue aquí uno de los obreros que ampliaron las líneas del subte. Un solo amigo le queda de aquel entonces, un compañero de trabajo que también fue combatiente, pero de otro frente. "Nunca fui fascista, siempre fui de la Sampdoria", se defiende ahora el otro, deliciosamente interpretado por Miguel Ángel Solá jugando al sainete criollo con Bidonde. Muy linda junta, los mejores momentos, lástima que ocupe pocos minutos. Irregular pero afectuosa, la historia agrega un detalle que hace avanzar la trama: el viejo está medio gagá pero, milagrosamente, sigue siendo un notable amateur del ajedrez. Sólo falta que sus allegados descubran ese talento. Sólo falta, además, que un pibe empiece a rastrear a la noviecita de aquellos tiempos. Internet puede todo. Y los buenos sentimientos pueden más, todavía, para que el público salga de la sala con una sonrisa. Alan Daicz, Analía Malvido, Marcelo Xicarts integran el elenco. Autor, Alejandro Magnone, verdadero independiente.
Llega el estreno de Subte Polska, ópera prima de Alejandro Magnone con el protagonismo absoluto de Héctor Bidonde. Una historia clásica sobre inmigrantes y recuerdos. Argentina está hecha por inmigrantes y cada uno tiene el peso de una historia propia en el viejo continente. Tadeusz es un nonegenario polaco-judío que luchó en la Guerra Civil española y llegó al país para trabajar toda su vida en el subte, primero como obrero y más tarde como operario. Ahora, Tadeusz atraviesa una crisis, especialmente con su cuerpo. Su memoria no responde bien y el medicamento que toma impacta en su sexualidad. Pero principalmente, el protagonista vive del pasado. Recuerdos de dos viejos amores –una rusa en un burdel de Polonia y una camarada española de la guerra- confluyen en su presente. El personaje se encuentra con amistades de diferentes ámbitos a los que acude con cotidianeidad, el subte –donde trabaja un muchacho al que adoptó como si fuera propio- un canillita y un típico bar de barrio. Todos se preocupan por él, mientras intenta reconstruir su pasado y diferenciarlo del presente. Subte Polska tiene nobles intenciones y el resultado final, por más de ser bastante sentimental, no cae en golpes bajos contundentes. Si bien Magnone apela a cierto efectismo, especialmente en el tono humorístico casi costumbrista, la interpretación de Bidonde –que con más de 80 años y 30 y pico en el cine tiene su primer protagónico- sostiene la narración junto con una meta concreta, que es resolver el misterio de la vida del personaje. Magnone consigue que el público sienta empatía por sus personajes, gracias a la cercanía que se establece, y la fácil identificación que generan. No todas las situaciones humorísticas se encuentra justificadas, y de hecho son los momentos más dramáticos los que mejor funcionan narrativamente. Estéticamente vale destacar una puesta prolija, poniendo cuidada atención a la reconstrucción histórica y los flashbacks románticos, donde la puesta de luz y la escenografía establecen los momentos más sutiles. Subte Polska maneja un tono realista y casi solemne hasta que aparece el personaje de Miguel Ángel Solá, un estereotipo del inmigrante italiano que aporta un extraño momento absurdo al film. La química entre Bidonde y Solá –compañeros de tantas obras del cine nacional- es natural y fluida. Aunque Magnone no logra mantener el ritmo fluido durante toda la narración, cada pequeño paso que da su protagonista y sobretodo las diversas aristas de la interpretación de Bidonde ayudan a seguir la historia con interés. Comedia dramática con influencia del cine de Juan José Campanella –específicamente la miniserie Vientos de Agua- Subte Polska es una película con varias subtramas que confluyen naturalmente, emotivas interpretaciones y honestas pretensiones.
Problemáticas de la tercera edad. Ese momento de la vida en el que es inevitable mirar para atrás haciendo un racconto del camino recorrido. La vida de Tadeusz (o Tadeo, como le dicen los conocidos, simplificando), no parece haber sido mala. Tiene el afecto de la gente cercana, alguna dificultad económica normal, y el reconocimiento de los pares. Eso sí, algún bache del pasado traslucido como un deseo a cumplir. Lo preocupante para este jubilado, ex obrero del subte – colaboró en su construcción – , es el presente. La medicación que necesariamente debe ingerir, le prolonga la vida frente al riesgo de infartos; pero le trae contraindicaciones. En palabras del propio señor “no se le para la pija”. Y cuando logra su momento erecto, piensa mejor, recupera la memoria y siente la pasión perdida. De eso trata Subte-Polska, la disyuntiva entre prolongar una vida, o vivir los últimos minutos con pasión. En su primer protagónico para el cine, el reconocido (no solo en la actuación, sino por su larga trayectoria política) Héctor Bidonde es el Tadeo de marras, y cumple sobradamente con las expectativas. Un hombre algo tosco, mañoso, pero ciertamente entrañable. Es que la propuesta que ofrece Alejandro Magnone en su ópera prima como director y guionista, juega todas sus cartas a eso, apuntar al corazón del espectador. Para eso, cuenta con un puñado de personajes queribles y reconocibles. A Tadeo lo circulan su hijo del corazón, Oslvado (Marcelo Xicarte, cara conocida de una famosa campaña publicitaria) un hombre frustrado con una actitud mucho más anciana que la del nonagenario; un grupo de amigos del bar – que lo admiran como eximio ajedrecista - , o un diariero del subte (Manuel Callau), cada uno con características propias. Tadeo quiere complacer a su amiga/novia/amante (Lidia Catalano, encantadora como siempre), para eso tiene dos requerimientos, o deja de tomar las pastillas, o le consiguen una bomba de vacío. Pero no todo es cuestiones sexuales, el vigor le hace recordar épocas mejores, amores pasados, lo que dejó en Polonia y en España durante la Guerra Civil ¿se puede recuperar algo del tiempo que pasó? Buscando paralelismos, el debut de Magnone quizás pueda compararse con el cine de Rodolfo Durán, cineasta que no ha recibido aún el reconocimiento merecido. Propuestas modestas, simpáticas, con guiños permanentes a la cotidianeidad, problemáticas simples, y un tratamiento cálido. Quizás no sea coincidencia que Magnone haya actuado en Vecinos, uno de los largometrajes de Durán. No hay grandes hallazgos desde lo técnico, no los necesita, el realizador se luce mejor como director de actores, todos en un tono preciso y ajustado, sin bordear la exageración ni el exabrupto (algo común en este tipo de películas). Subte-Polska pareciera desde su idea como una película para un público similar en edad al de su protagonista, pero su tratamiento es tan entrador que puede conquistar a un público amplio, ávido en historia de la vida real, sin la necesidad de bucear en ninguna parafernalia o ritmos ampulosos. Nos dejamos un párrafo aparte para una pequeña pero brillante participación de Miguel Ángel Solá, en un personaje que, repetimos, no cuenta con demasiado tiempo en pantalla, pero es trascendental para el desarrollo de la historia. El actor hace uso de todos sus recursos para lograr un perfecto balance entre la gracia y acercarse a la lágrima. Cada palabra y gesto que sale de sí, resulta querible y aplaudible. No confundamos, en Subte-Polska se habla, mucho, de erecciones y miembros viriles, pero no estamos frente a una propuesta provocadora. Se encuentra cómoda en ese día a día de cada uno, y dibuja una sonrisa y alguna lágrima que rodea desde el mismo inicio. Nada mal para una ópera prima, una muestra que no se necesita de grandes elementos para concretar una propuesta más que celebrada. Ansiamos ver los próximos pasos de su realizador.
La vejez es un arte, sólo hay que saber captarla Hay ciertos hombres que son una persona específica pero que parecen llevar consigo a cientos de otras vidas en la suya. La historia de Tadeo, es única, llamativa y simple a la vez. Este hombre no es un héroe, tampoco lo son ni fueron muchos abuelos, pero ¿quién no pensó alguna vez que ese espacio tendría que habérseles dado realmente? La vejez hace que las historias comunes pasen a ser proezas, por la distancia, por la idealización, por ese espacio de imaginación, que por suerte, los mayores se atreven a usar. Más allá de la historia que vive Tadeo, las formas en las que llega esa información son las que hacen que tome vigor y fuerza. El entorno de un anciano que empieza a recordar lo que vivió y sufre los achaques de la edad aparece narrado con un tono intimista. Desde la música, los lugares recurrentes y las costumbres, se empieza a conocer a Tadeo. La historia contada por su propia voz no es muy recurrente en el film, no son muchos los momentos en los que él mismo se expone. La mayor parte de la información a la que accedemos está dada por momentos en los que él recuerda su pasado. Subte-Polska se nutre de elementos del teatro para construir el relato. La aparición de recuerdos por momentos es clara y por otros está dada de manera onírica. En estas últimas es donde podemos encontrar actuaciones más exageradas y miradas congeladas, técnicas más utilizadas en el teatro, muchas veces, para lograr llamar la atención del espectador y darle entidad a la escena. Los recuerdos toman dentro de su forma onírica un espacio de reflexión que se mezcla con melancolía. Estos momentos parecen darle lugar a que el personaje se permita repensarse. Dada la edad del protagonista, el recuento de su vida forma parte también de un análisis de lo que ha hecho bien y lo que no. Dentro de los elementos que le dan fuerza al relato podemos encontrar la valoración que se le otorga a esos pequeños momentos de humor que se dan por el simple hecho de la impunidad de la vejez. Todo encuentra un sentido de comicidad cuando ya pasamos cierta edad, sólo hay que saber captarlo, desde la virilidad que Tadeo reclama hasta las conversaciones que mantiene con su pareja y sus amigos. Por suerte, Alejandro Magnone logra congelar momentos comunes que consiguen tener trascendencia. Una de las escenas más logradas es la conversación que entabla Tadeo con su viejo amigo “el Tano” (Miguel Angel Solá). Es el ejemplo ideal de una conversación que no tiene trascendencia en información, pero maneja un relato impecable. Manteniendo el humor como base, los tabú, la coherencia, el buen gusto y la vergüenza se tiran a un tacho. Son momentos que hacen reflexionar sobre el sinsentido de todo lo aprendido de cómo se debe ser. Las onomatopeyas toman un lugar primordial, dándole un tono de vida por sobre lo que se pueda expresar de ella. Subte-Polska logra hacer de una historia simple y distante, la Historia de un héroe y un amigo. Aunque por momentos le falta fuerza, son valorables los detalles que el director logra tomar de pequeñas escenas para forjar un sentido mayor y global.
Sobredosis de ternura Tadeusz tiene 90 años y a pesar de haber vivido duras experiencias (primero en Polonia, donde nació; después como brigadista internacional en la Guerra Civil Española; más tarde en su país al que abandonó tras perder a toda su familia en los años del nazismo) vino a buscar una nueva vida en nuestra ciudad como trabajador del subte (al que según dice ayudó a construir, aunque los almanaques lo desmientan), y no le ha ido mal: no ha perdido las ganas de vivir ni dejó de cultivar sus amistades. Toda gente cariñosa, paciente y solidaria que lo acompaña, atiende sus necesidades (incluso las amorosas porque no las ha perdido con la edad) y admira su talento para el ajedrez, en el que sigue luciéndose. Si la memoria y la voluptuosidad flaquean, dice que es culpa de un medicamento que el médico le prohíbe suspender. Podrá quejarse a veces, pues, pero los bellos recuerdos y las amistades ayudan. Sólo le faltaría poder imitar a su viejo amigo franquista que sueña con volver a Italia para terminar su aventura vital donde la comenzó. "Casi da gusto" esperar el final así, exagera. No bastaría con la bendita advertencia "inspirada en hechos reales" (que aquí no figura, aunque algo de eso hay), para compensar la sobredosis de ternura que el film aplica a esta historia no demasiado atenta a los anacronismos ni a su dudoso realismo. Se busca, probablemente, complacer al espectador y si esos excesos se aceptan es porque hay un grupo de actores (encabezado por Héctor Bidonde, por primera vez protagonista) que se esfuerza para dar a sus criaturas una pizca de verdad.
La memoria vital. El debut de Alejandro Magnone apela al costumbrismo del cine argentino con un plus de humor y aggiornamiento en el tono para quitar la solemnidad y el consuetudinario golpe de efecto para explorar, desde una mirada fresca, la vejez, sus achaques físicos y psíquicos junto a las interacciones con el entorno cuando se afronta el último tramo de vida.
Memoria de un luchador La película de Alejandro Magnone indaga con amabilidad en la etapa crepuscular de la vida. Tadeusz (Héctor Bidonde) tiene 90 años, nació en Polonia, es judío y comunista. Luchó en la Guerra Civil Española junto al batallón de voluntarios extranjeros. Después vino a la Argentina y se dedicó a la albañilería para olvidar todo. Trabajó en la perforación del túnel del subte de Buenos Aires. Pasó los años bajo tierra hasta que se jubiló. También es un experto ajedrecista. El nonagenario tiene que tomar pastillas para la memoria, pero se niega a hacerlo porque dice que el medicamento afecta su vida sexual. A pesar de la edad, se las ingenia para hacer travesuras, como estar de novio con una veterana. Tadeusz quiere seguir haciendo las cosas que hacía de joven y no hace caso a los consejos de quienes lo rodean, en especial a los de Orlando, una especie de hijo adoptivo que lo cuida. Dedicada al padre, abuelos y maestros del director Alejandro Magnone, Subte–Polska trata con mucha ternura a sus personajes. Es una película amable sobre la memoria y el crepúsculo de la vida, con momentos muy graciosos y actuaciones sólidas, sobre todo la del protagonista, que es el que sostiene el filme. El único que desentona (y no porque sea un mal actor) es Miguel Angel Solá, que hace de un anciano cuando no lo es, y cada vez que aparece interrumpe el realismo de la historia.
Se puede perdonar de un filme infinidad de deslices, errores, omisiones, discontinuidades, problemas en su estructura, inverosimilitudes, tanto del guión como de la actuación, cuando el producto en su conjunto supera la mediocridad general. Pues bien, qué pasa cuando la medianía general no es superada y todo esto se presenta de manera conjunta para que la historia sea tierna, melancólica, y a partir del personaje principal, empática por donde se la mire. Claro que los deslices no terminan ahí. Siguen hasta convertir a la realización en un monumento de inverosimilitudes. La historia se centra en Tadeusz, un inmigrante polaco, judío nonagenario, convengamos que ese nombre, netamente católico (de origen griego), para esa época en Polonia y dentro de la comunidad judía, es muy raro. Llegó a Buenos Aires autoexiliado luego de la guerra civil española, en la que luchó para los republicanos. Consiguió trabajo como obrero en la construcción de los túneles de las líneas de subterráneos (que ya estaban construidos. Es un desliz, ¿quién se fija?, sólo que el personaje lo repite varias veces). Está atormentado por la pérdida de su virilidad pues la medicación que toma para su probable e incipiente demencia senil le produce impotencia sexual o disfunción eréctil, término más moderno. Al mismo tiempo que es visitado por los fantasmas del pasado, el recuerdo de sus amores pasados, vividos como reales hoy, le trae más de un problema de convivencia dentro de la sociedad. Pero todo esto es construido por una sucesión de escenas que nunca presentan un conflicto determinado, por lo cual no hay desarrollo de algo que se le parezca. Lo mismo pasa con el resto de los personajes, no hay evolución ni desarrollo de ninguno. Héctor Bidonde, salvo un pequeño detalle, esta muy bien en el papel, sus recursos histriónicos son variados, múltiples, para expresar sentimiento, emociones varias, es un personaje que se hace querible, entrañable. Salvo que no parece ser un inmigrante polaco judío que haya llegado rondado sus treinta años, su forma de hablar lo hace más porteño que Gardel, la avenida Corrientes o el Café Tortoni. Si es una maravilla la composición que realiza Miguel Ángel Sola, en los pocos minutos que aparece da una lección de actuación en todo sentido, muy similar a los trabajos de Manuel Callau y Lidia Catalano. El resto del elenco cumple, con altibajos, al igual que los recursos técnicos, ni buenos ni malos. Correctos Es una lastima que un discípulo de José Antonio Martínez Suárez, profesor excelso de guión, haya fallado justo en ese rubro.
Libertad bajo tierra. La ópera prima de Alejandro Magnone es una celebración del cine como tal, abocándose a una historia de sencillez clara pero con un trasfondo de imponente brillantez: un relato sostenido por una dirección acertada y un elenco impecable encabezado por un Héctor Bidonde que merece ser aplaudido de pie, en su primer -y vale decir, demasiado tardío- protagónico en pantalla. El argumento nos regala a Tadeusz, un inmigrante polaco, quien a fines de los años treinta, luego de participar como voluntario en la Guerra Civil Española, esquiva volver a su querida Polonia, donde compatriotas le informan que los soldados son tratados como mercenarios, razón por la que decide instalarse en Argentina. Allí comenzará a trabajar bajo tierra en el subte, una manera sutil de esconderse de sus miedos, de todo aquello que perdió, de la vida que deseó y no pudo cumplir, y allí donde no brilla el sol, pasará casi todos sus días. Los años pesan en él, lucha contra los recuerdos de las mujeres que amó, los cuales lo invaden constantemente, un médico que insiste en que tome pastillas, que a su entender le restan motivación en la vida sexual, y un viaje entre presente y pasado que ocasiona desorientaciones continuas y angustias repetidas. El relato de extrema ternura nos habla de un hombre de noventa años y maestro del ajedrez, tal vez no sea casual que lo sea en un juego donde se batalla en solitario en busca de conseguir su reina y derrocar al rey. Él ya ha vivido eso en la realidad, sería una buena metáfora repetirlo una y otra vez en el tablero en busca de ese final feliz que antes no pudo conseguir. Afirmando nuevamente la versatilidad de Bidonde (quien nos emociona en cada palabra, en cada mirada perdida entre presente y pasado), este film argentino merece las buenas críticas que ha cosechado y aun más, la posibilidad de seguir en cartelera un mayor tiempo que el que se le suele dar a las producciones nacionales. Posiblemente si esta fuera una película extranjera correría mejor suerte en la cartelera y muchos críticos serían más benévolos con ella; lo cierto es que Subte – Polska es una gran propuesta, dotada de algo fundamental: una buena historia para contar, con un director que sabe lo que quiere transmitir y cómo hacerlo, encontrando en su equipo y elenco grandes cómplices para logar un resultado positivo y placentero de ver.
TÚNELES DE LA MEMORIA La cámara recorre en detalle un mural de la estación Avenida de Mayo del subte C. Se detiene en cada fragmento como si buscara palpar sus líneas, sentir los movimientos de las figuras, aprehender los trazos; como si aquellos elementos pudieran desprenderse de la retina o de la memoria. Ese mismo miedo se refleja en Tadeusz (Héctor Bidonde) a través de dos vías: por un lado, la perturbación tanto del olvido (tiene 90 años) como del pasado cada vez más inmerso en su realidad; por otro, el temor a la pérdida de la pasión, que el protagonista despliega en determinadas acciones como el juego al ajedrez o una vida sexual bastante activa. Dado que esta segunda vertiente imprime una mayor preocupación, el pedido de Tadeusz hacia Orlando, hijo de un amigo fallecido del protagonista y quien cuida de él, se torna una suerte de leiv motiv: es necesario el cambio de las pastillas para recuperar el ardor de la vida. Sin embargo y por momentos, el recurso empleado por el director Alejandro Magnone carece de eficacia transformándose en una herramienta abusiva y tediosa, una especie de excusa para generar quiebres y matices en los personajes que quedan truncos o a medio camino. Otra operación similar ocurre con el título de la película: Subte Polska. Si bien se puede pensar desde una línea de tiempo –de la juventud cuando construía los túneles del subte hacia la vejez– aunque sin una mirada puramente cronológica puesto que se juega con el presente y el pasado, el título también convierte en predecible el deseo del protagonista, hecho latente durante todo el filme y reforzado a partir de la aparición de su amigo el Tano (Miguel Ángel Solá), sobre todo, en la última conversación entre ambos. Resulta interesante el trabajo de los recuerdos ya sea a partir de la imagen o del sonido o de su combinación. Por ejemplo, en una de las escenas donde Tadeusz recorre el andén del subte y se queda mirando uno de los murales, la cámara se cierra de a poco en un primer plano de su rostro y suena música. El fondo es blanco, etéreo y luego, Tadeusz se introduce en la pintura y habla con Nuria, una novia española. Cuando la remembranza acaba se lo muestra con el cachete sobre la pared y en la misma pose que con la joven mientras la gente lo mira con desconfianza. La necesidad de quiebre entre evocación y realidad se vuelve apremiante. Tadeusz lo sabe, lo siente. Como ese contacto de su piel arrugada con la pared del mural del andén que tanto tiempo recorrió. El subte pasa, se detiene y vuelve a arrancar. Tadeusz también. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Un film que significa el primer protagónico de Héctor Bidonde que se luce con un personaje entrañable junto a Miguel Angel Sola y gran elenco. Y aunque la historia se puebla de demasiados datos, algo muy común en operas prima, como el caso del director y guionista Alejandro Magnone, el relato fluye y es grato.