Viaje hacia las raíces de Irán El extraordinario director de Offside, El círculo, El globo blanco, El espejo, Esto no es una película y Crimson Gold ganó nada menos que el Oso de Oro, máximo galardón del último Festival de Berlín, con esta película en la que se filma a si mismo como un chofer de taxi que, a través de las charlas con los diferentes pasajeros, va describiendo el grado de descomposición social, las miserias y los sueños de un país tensionado y contradictorio como pocos. Una película notable que cuestiona desde lo político, pero que reflexiona también sobre la forma y la ética de hacer cine hoy. La nueva película de Jafar Panahi, Taxi, la tercera desde que supuestamente está bajo arresto domiciliario en Teherán (ya verán a que me refiero con lo de “supuestamente”) es un compendio de varias de las ideas con las que el realizador viene trabajando, muchas de las cuales son las mismas que el cine iraní ha transformado casi en bandera cinematográfica a lo largo de las últimas décadas. Taxi juega con los límites entre la realidad y la ficción (deberíamos decir entre el documental y el falso documental), encuentra maneras de hacer una fuerte crítica política siempre de manera indirecta y original, es una “road movie” como tantas del cine de ese país y, sobre todo, pone al propio hecho de hacer películas (y a su realizador, en éste y muchos otros casos) en el centro de la escena. El caso judicial de Panahi vuelve especialmente complejo este tipo de películas. En Taxi, el propio director se interpreta a sí mismo como chofer y lleva a lo largo del relato a una serie de pasajeros por la ciudad. El hecho de que el propio Panahi se filme en la calle cuando tiene un arresto domiciliario es por lo pronto bastante llamativo: o el arresto es más liviano de lo que parece o le espera un castigo aún peor cuando quienes lo han encarcelado lo vean tranquilamente circulando por Teherán. La película tiene puntos en común con films de Abbas Kiarostami (desde El sabor de la cereza hasta Ten, pasando por Copia certificada o Y la vida continúa) en el hecho de poner el eje en un viaje en auto y en las conversaciones que surgen ahí entre conductor y pasajero/s. Esas charlas van de lo casual a lo existencial, de lo cinematográfico a lo político y en general funcionan como juegos de roles. Todos son y no son quienes dicen ser, en un trabajo de espejos que se refleja indefinidamente. Taxi cita, por momentos directamente en los diálogos, a muchas películas previas del propio Panahi como Offside, El espejo y Crimson Gold, además de otras referencias más secretas ligadas a actores o personas que ya han trabajado con él, tanto en el cine como los que comparten su “vida real”. El sistema es más complicado de lo que parece al principio. En lo que simula ser un documental, Panahi se interpreta a sí mismo como taxista levantando gente en las calles de Teherán y llevándolos a diversos destinos. Las cámaras están fijas en el parabrisas (de modo similar a Ten, de Kiarostami, pero con más movimientos, ya que el propio Panahi las manipula y las gira varias veces) y la gente va subiendo. A diferencia de nuestros taxis, en Teherán parecen poder subirse varias personas distintas que van para el mismo lado de la ciudad al mismo vehículo. Al principio la película parece funcionar como un sistema de cámaras ocultas: escuchamos voces de pasajeros que suben y debaten sobre la pena de muerte, pero la cámara filma la calle. Uno de ellos advierte la cámara ahí, pero cree que es para evitar robos. Luego sube un vendedor de películas piratas que reconoce a Panahi, a quien vemos ahí por primera vez, con lo que el juego entre documental y falso documental empezará a girar, como en muchas de sus películas previas. El hombre dudará y le preguntará directamente al director si los anteriores pasajeros eran actores, pero la respuesta nunca llega, si bien es más que evidente que no se trata de un documental en el sentido clásico. Vendrán luego más pasajeros –un hombre accidentado y su esposa, dos viejitas con unos peces, la pequeña y muy hiperactiva “sobrina” de Panahi y así– y las cosas que irán sucediendo en el auto o alrededor de él tendrán por lo general un carácter liviano, casi cómico, aún dentro de la gravedad de algunas situaciones que se van dando. Hasta las menciones específicas a la censura en Irán, más allá de lo graves que son, terminarán siendo cómicas por lo absurdas, como el hecho de que solo los villanos pueden usar corbata, por ejemplo, y nunca los héroes… También los teléfonos (el de Panahi y el de su sobrina) empezarán a ser parte del relato cuando los encuentros o peripecias empiecen a tornarse un poco más complicados sobre el final y la lectura política sea más evidente y directa. Habrá menciones a la censura cinematográfica en Irán y los límites que impone a las películas, a la piratería (el personaje que vende videos truchos es extraordinario), a las leyes islámicas y, finalmente, Taxi dará un giro completo hasta volver a situarse en las complicaciones judiciales y personales de Panahi, que pasa a tener un rol más “protagónico” allí. Se podrá decir que los temas y formas del cine de Panahi –y de buena parte del cine iraní– son los mismos de siempre en Taxi. Y si bien hay parte de razón en eso, lo extraordinario de la nueva película del realizador de El círculo es haber sabido combinarlos todos a la perfección y transformarlos en un desafío político directo a las autoridades. Taxi representa un fuerte planteo estético, humano y hasta religioso. Y el resultado es una película política en el sentido más complejo y cinematográfico del término.
Por las calles ¿Cómo poder seguir escapando a la censura, al control, a la necesidad de expresarse a pesar de no poder contar con todos los elementos tradicionales para narrar cinematográficamente? En este viaje que Jafar Panahi nos propone por las calles de Teherán en "Taxi, Teherán", una nueva lección de cine y de la pasión por dirigir que se esconde en la simple tarea de dirigir los destinos de ciertos pasajeros que indican dubitativamente algún punto de llegada. Habilmente Panahi captura algunos paradigmas de la idiosincrasia de su país en los diálogos casuales con las personas que suben a su taxi mientras recorre, a veces errabundando, las calles. Nunca sabremos si estos estan previamente pautados, pero no nos importa, porque en la naturalidad de la proxemica de los cuerpos, de las palabras, con el correr del viaje todo se libera. Porque además con su cámara habilmente reposada en los protagonistas, Panahí sae transforma en un confesor. Los escucha, en silencio, y pese a que algunas intervenciones son más afortunadas que otras, y que es reconocido por algunos imprevistamente, hay momentos de una lucidez sobre la tarea de dirigir que asombran, como cuando un "comprador" le pide recomendaciones de cine arte y él acepta el desafío, a pesar que la contradicción de las copias piratas y su proyecto de "Taxi..." bien podrían chocar ontológicamente. "Taxi, Teherán" es una experiencia única, en la que la subjetividad del realizador potencia algunos conflictos relacionados a la cultura de su país, una patria que lo expele pero a la que siempre desea volver. Brillante PUNTAJE: 8/10
El viaje de Jafar Recientemente estrenada en el festival de Berlín en donde ganó el Oso de Oro, Jafar Panahi, (El Círculo) protagoniza una película que pone el foco en un retrato de Teherán a través de distintos viajes en taxi. Con un estilo similar al de Abbas Kiarostami (El sabor de las cerezas), está claro que Jafar Panahi decidió desde un primer momento que su película refleje la vida y los habitantes de Teherán, ¿Y que mejor modo de hacerlo que dentro de un taxi? Funcionando tanto de chofer como de director, este cumple la doble función de observador y taxista optando por llevar a los personajes más variados, que van desde dos mujeres que necesitan llegar al puerto antes del mediodía para arrojar unos peces al agua, hasta su propia sobrina, quien se convierte en su asistente y aprendiz. A través de un registro documental, el director prioriza los diálogos y la cercanía que genera con cada uno de los pasajeros, optando por una cámara “desprolija” (en muchas ocasiones plano secuencia) y colocándola en distintos lugares del vehículo. Su sobrina, quien también busca filmar su primer cortometraje documental, se encuentra en busca de retratar situaciones atractivas para ella, en este caso desde una mirada inocente propia de una niña de 10 u 11 años, generando así una dupla interesante con su tío. Salvando las diferencias, no podemos negar que tiene un poco del reality Confesiones en el taxi de HBO, en donde los habitantes de Nueva York perdían sus inhibiciones sin imaginar que estaban siendo filmados. Aquí por supuesto, los pasajeros son conscientes del artificio de la cámara. En la película el taxi es quien funciona como único hilo conductor entre situación y situación y con la excepción de algunos cuestionamientos generales sobre el robo en Teherán, las temáticas abordadas varían la una de la otra. Taxi se convierte en un ejercicio cinematográfico que consigue su objetivo de invitarnos a conocer la vida en Teherán al natural, sin efectos ni postproducción.
Por el camino de la creatividad y la resistencia En el microclima cinematográfico es conocida la historia del director iraní Jafar Panahi y su condena por el régimen islámico que, entre otras cosas, le ha prohibido filmar películas. Taxi es la tercera incursión del realizador de Offside -2006-, tras la condena, para dejar en evidencia su modelo de resistencia política a través del cine y de las posibilidades del lenguaje cinematográfico cuando se utiliza con inteligencia y con un propósito político y estético, absolutamente respetable. La puesta en escena de Taxi -2015- establece de antemano un problema para el espectador, pero además multiplica los sentidos del relato, que puede considerarse como falso documental. Panahi conduce un taxi por las calles de Teherán, en medio del bullicio del tránsito, levanta pasajeros de manera eventual y de las conversaciones de esos pasajeros, tanto delante como detrás del vehículo, fluyen las historias en un registro tragicómico. Al principio, la cámara fija ubicada en el interior del auto recuerda a aquella serie de HBO Taxicab Confessions -1995-, pero rápidamente la idea de oculto se disipa cuando los propios tripulantes advierten la presencia de la cámara o reconocen que el conductor es Jafar Panahi. También el director de El Círculo -2000- acomoda el encuadre en más de una ocasión. Las coordenadas de una roadmovie entonces sirven como puntapié para estructurar, narrativamente hablando, este nuevo opus en el que se van yuxtaponiendo diferentes temáticas siempre bajo el pretexto de la conversación espontánea o discusiones de pasajeros, como por ejemplo aquel que defiende la mano dura del régimen islámico y apoya la pena de muerte contra los ladrones de neumáticos frente al argumento de una mujer que ejerce la docencia y reflexiona sobre las causas que pueden llevar a la delincuencia. A medida que el recorrido suma personajes, mejor dicho personas, el relato va tomando forma de manifiesto político, porque desde la anécdota lo que prevalece es el contenido de crítica al sistema y las propias menciones sobre la censura al cine iraní no distribuible. Pero Taxi, además interpela sobre la estética y las limitaciones del cine para abordar la realidad; sobre el peligro existente en la representación, a pesar de tomar todos los recaudos y tratar de ser honesto con lo que se muestra y con aquello que no se muestra. Así resulta vivificante el encuentro de Panahi con su sobrina pequeña, quien le plantea las contradicciones de su maestra al pedirles que filmen un corto donde lo real real no se muestre. La sonrisa socarrona de Panahi es tan elocuente como uno de los momentos más emotivos del film en el que una pasajera le entrega una rosa como símbolo de la lucha contra la censura, la flor queda junto al parabrisas, otro espejo de una pantalla transparente por donde pasa la vida, sin filtros y donde la verdad no puede ser ocultada.
Una verdadera lección de cine para un hombre perseguido en su país. Jafar Panahi conoce la cárcel pero nadie puede callarlo. Sin recursos, sin apoyos, nos enseña que el cine de primera calidad sólo exige talento y mucho ingenio. Para hablar de la libertad, de la creación. No se la pierda.
Por las calles de Teherán En Taxi, Jafar Panahi entrega una obra más accesible y luminosa que sus películas anteriores, signadas por el tema del encierro, pero no por ello menos crítica o preocupada por el estado de la sociedad iraní, dominada por un régimen represivo. Detenciones e interrogatorios, sentencia inicial de seis años de prisión, arresto domiciliario temporario, prohibición de filmar, viajar fuera del país o dar entrevistas por veinte años. Contra todos los pronósticos, la odisea judicial y penal –y, por lo tanto, personal– que el realizador iraní Jafar Panahi tuvo que sufrir (y sigue sufriendo, en menor medida, en la actualidad), lejos de abortar su carrera cinematográfica, de quebrarlo al punto de bajar los brazos y con ellos su extensión natural, la cámara cinematográfica, dio inicio a una nueva etapa en su filmografía. Obligado a aguzar el ingenio y la creatividad hasta límites insospechados, Esto no es un film –rodada con la colaboración del documentalista Mojtaba Mirtahmasb en su propio departamento, contrabandeada fuera de Irán en un pendrive y exhibida por primera vez en el Festival de Cannes en 2011– demostró cabalmente que el director de El círculo y Offside no estaba dispuesto a dejarse vencer por el injusto sistema de castigos impuesto por el Estado iraní por el simple hecho de pensar distinto.En 2013 llegaría la ficción pura de Cortina cerrada y un año más tarde, gracias al nuevo gobierno de Hassan Rohani –de corte menos rígido que el anterior–, que suavizó la penalización impuesta sobre Panahi, la posibilidad de recorrer nuevamente las calles de Teherán. El resultado fue presentado al mundo (aunque sin la presencia del realizador) en la última edición de la Berlinale, donde obtuvo el Oso de Oro, premio mayor de la competencia oficial de ese festival. Y en Taxi se recorren muchas calles y avenidas, casi como si se tratara de la antítesis de aquellos dos films de encierro, a su vez nueva vuelta de tuerca sobre uno de los leitmotiv del cine de su país, donde las historias a bordo de automóviles conforman un género en sí mismo. Con esa recobrada libertad, Panahi entrega una obra más luminosa que las anteriores, pero no por ello menos crítica o preocupada por el estado de la sociedad.Con un punto de partida que regresa a ese gran tópico recurrente que Abbas Kiarostami y otros cineastas de su generación llevaron a su grado máximo de sofisticación hace un par de décadas –la cruza indiscernible de ficción y no ficción, de realidades disfrazadas de mentiras y viceversa–, Panahi se transforma en un taxista que podría esconder una o varias cosas detrás de esa máscara ocasional. La excusa del insólito empleo parece ser el poder filmar una película de incógnito, con cámaras logísticamente dispuestas en el interior del vehículo. Muy rápidamente, de todas formas, el espectador cae en la cuenta de que todo es una ficción y que los pasajeros que comienzan a subir y a bajar del taxi son simples actores (profesionales y amateurs) con un guión pautado y aprendido de antemano. ¿O sólo es cierto en algunos casos y en otros la más pura realidad entra por esas puertas con vehemencia, sin pedir permiso?En ese juego propuesto por Panahi, un planteo con mucho de lúdico en el mejor sentido de la palabra, en esos ochenta minutos que vuelan como en un viaje relámpago, se habla y mucho sobre cuestiones banales y profundas, sin que las últimas tengan preponderancia sobre las primeras. Se debate, se ríe y se piensa en voz alta, se producen encuentros programados y otros inesperados. Uno de los personajes más carismáticos, un vendedor de devedés truchos –cargado con un bolso que incluye la última temporada de The Walking Dead pero también una de Kim Ki-duk– permite reflexionar sobre el rol de la piratería en sociedades donde el consumo cultural está severamente condicionado. Todos parecen reconocer a Panahi a pesar del disfraz y se producen varias discusiones sobre escenas de sus films, al tiempo que se replican casi literalmente algunos diálogos de esas mismas obras. Cine dentro del cine, cine como reflejo de la realidad, la realidad transformada por el cine. La posibilidad de hacer y pensar el cine es central, neurálgica, y las imágenes obtenidas con cámaras de diversa procedencia (celulares, tablets, cámaras fotográficas) enhebran el dispositivo de puesta en escena de manera magistral, haciendo evidente su artificio y justificando, al mismo tiempo, todos y cada uno de los planos de manera lógica y narrativamente certera.A pesar de ello no es necesario ser un conocedor de la filmografía del realizador o un especialista en teoría cinematográfica: ni remotamente está entre las intenciones de Taxi el querer expulsar espectadores. Más bien todo lo contrario. Hay un costumbrismo ligero que Panahi explota en sus aspectos más minimalistas y aquellos momentos en que decide explayarse sobre problemáticas que lo preocupan y que han marcado su cine desde las épocas de El globo blanco (la situación de la mujer en la sociedad iraní, la marginalidad o la pena de muerte, entre otras) están presentados en un tono casual que jamás resulta perentorio. Si algo pide la última película de Panahi es libertad y por ello mismo la inhala y exhala en cada uno de sus planos, cortes y paneos circulares, estos últimos producidos por la misma mano del realizador. Y si la última imagen es de una negrura total, producto de la influencia de una mano aún más oscura, la pista de sonido no deja de reafirmar esa vieja máxima que reza que a las ideas se las podrá dañar pero nunca dar por muertas.
Cineasta detrás del volante Panahi, censurado por el gobierno iraní, salió a filmar a bordo de un taxi. Habla de las posibilidades narrativas del cine, pero también de la hipocresía de la sociedad. Jafar Panahi tiene prohibido ejercer su profesión por el gobierno de Irán. Cineasta, no puede dirigir filmes desde que fue juzgado por, básicamente, expresarse en libertad, algo que el régimen no le permite, lo encerró como prisionero en su hogar, pero ya ha hecho tres. Y el tercero es éste, Taxi, que ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín en febrero de este año. Panahi se pone detrás del volante de un taxi y, se diría que en tiempo real, va llevando pasajeros. Alguno lo reconoce -no quiere decir que quienes se suban al asiento de atrás, o a su lado, sean todos espontáneos-, pero lo que importa es el retrato de la sociedad que hace el director de El círculo y El globo blanco. Porque los diálogos van desde una charla con un comerciante de películas en DVD piratas (que vende tanques hollywoodenses, y aclara que si no fuera por él, Panahi no podría ver a Woody Allen) a un pasajero que está a favor de la pena de muerte para quienes roban a los pobres... definiéndose él como un ladrón, a dos señoras que llevan pececitos en una pecera y deben llegar al mediodía a un río a verterlos allí. Risueñamente, nadie parece sorprenderse de que el chofer en más de una oportunidad se sincere y recomiende que se bajen y tomen otro taxi, porque no conoce las calles de Teherán, y se confunde. Pero tal vez el mejor momento sea el que Panahi comparte con su sobrinita. La chica no debe tener más de 10 años, pero tiene una lengua muy vivaz. Convertida en cineasta como el tío, la maestra les pidió que realizaran un cortometraje, pero con una larga lista de restricciones. No es una metáfora: lo que les piden a los escolares es lo que el régimen le obliga a los directores de largometrajes. Taxi está rodada con un par de camaritas, una de ellas suele tomar casi siempre a Panahi. Pero no es Panahi el tipo de personaje que desea que el relato se centre en él, sino que va registrando a los pasajeros, hasta llegar a un final sorpresivo, sí, pero conociendo la historia del director, no sorprendente. También Taxi habla de cómo hoy en día cualquiera puede grabar una película, de la sobrina a otro pasajero. Habla de las posibilidades narrativas del cine, pero también de la hipocresía de la sociedad. Tal vez a Panahi se le pudo haber ocurrido la idea de este filme sin tener que sufrir la prohibición. Como sea, es una pequeña gran obra.
Panahi burla la censura a bordo de un taxi Jafar Panahi vive desde hace años una situación absurda. Detenido por las autoridades de su país en marzo de 2010 bajo la acusación de filmar un largometraje "crítico" con el Estado de Irán y de "planificar su proyección fuera del país", logró que le concedieran la libertad condicional en mayo de ese mismo año, pero unos meses más tarde, en diciembre, el Tribunal de la Revolución Islámica lo condenó a seis años de prisión domiciliaria por encontrarlo responsable de fomentar la propaganda contra el Estado. Se lo inhabilitó para ejercer cualquier actividad profesional, pública o social durante veinte años. Lisa y llanamente, Panahi, de 55 años y ganador de varios premios importantes -la Cámara de Oro en Cannes por El globo blanco (1995), el León de Oro en Venecia por El círculo (2000)-, no puede escribir guiones, filmar películas ni viajar al extranjero. Sin embargo, decidido a enfrentar esa situación exótica e injustificable, ha seguido produciendo cine en condiciones particulares y con un espíritu decididamente provocador. Desde que fue condenado, estrenó -siempre fuera de su país- Esto no es una película, un documental sobre su vida bajo arresto domiciliario; Closed Curtain, en sociedad con su compatriota Kambuzia Partovi, quien viajó a Berlín a presentar el film y sufrió la confiscación de su pasaporte cuando regresó a Irán, y Taxi, ganadora del Oso de Oro en la última edición del Festival de Berlín y distribuida ahora en la Argentina. En esta nueva película, Panahi ignora su arresto domiciliario, se convierte temporalmente en chofer de un taxi que recorre las calles de Teherán y dialoga con distintos pasajeros de temas diversos, siempre con la clara intención de poner el dedo en la llaga. Aunque trabaja en un registro en apariencia documental, está claro que los personajes actúan y que las situaciones están armadas para permitirle al director pintar un panorama crítico de la situación política de su país, condimentado con permanentes referencias a su propia obra (ahí están los pececitos que transportan dos señoras, alusión directa al que desvelaba a la niña protagonista de El globo blanco, por caso). Filmada con apenas 32 mil euros y la fundamental colaboración de unos cuantos allegados, la película tiene la virtud de matizar su tono de denuncia con un humor liviano, pero eficaz. En su recorrido internacional ha sido celebrada por su osadía, un valor innegable que los europeos han puesto en primer plano. Pero también es cierto que el promocionado premio en Berlín, un festival financiado en buena parte por el Estado alemán y que tradicionalmente ha puesto el foco en lo político, revela una utilización deliberada para bajar línea sobre el actual orden mundial y destila una inocultable hipocresía: el trato que los inmigrantes reciben hoy mismo de parte del gobierno de Angela Merkel, elegido por una porción muy relevante de la sociedad alemana, no podría calificarse precisamente como humanitario. Panahi no tiene responsabilidad en ese asunto, pero involuntariamente su caso ha funcionado para expurgar algunas culpas.
Un país que se mira desde el automóvil La prisión domiciliaria impuesta hace cuatro años por la teocracia iraní al director Jafer Panahi (El círculo; Offside; El espejo) parece haber quedado atrás, ya que el prestigioso cineasta –asiduo "no concurrente" a festivales- ahora construye una historia documental y de falso documental manejando un taxi por las calles de Teherán. Autos y más autos se observan en el gran cine iraní de Abbas Kiarostami (El sabor de la cereza; Ten; La vida continúa) y ahora su colega parece haber tomado el volante para describir los tabúes, prohibiciones y censuras de su propia sociedad. Pero Panahi apunta más alto en sus ambiciones temáticas y formales, aun cuando los resultados no terminan siendo (casi) perfectos como en la asfixiante This is a Not Film, aquel registro en imágenes desde su cárcel a domicilio. Los pasajeros son bien heterogéneos entre sí: algunos descubren la presencia de la cámara, un hombre agoniza debido a un accidente en el regazo de su pareja, a dos mujeres se las ve obsesionadas por unos peces en su pecera y la inquieta –acaso demasiado- sobrina del realizador filma a través de su celular. En esas escenas, cuando la púber se entromete en el taxi, el punto de vista de la película se expande y reparte entre el tío y la sobrina para que la trama se inmiscuya en la disección de una sociedad desde su lado más oscuro y poco permisivo. Los filosos dardos de Panahi se lanzan sin contemplaciones al régimen iraní en contraste con el lugar que él ocupa dentro de un sistema que prohíbe las críticas. Allí, en esos momentos en los que tío y sobrina articulan un discurso alegórico sobre un contexto, Taxi deja de lado la ligereza del inicio (y del verismo que caracteriza a los primeros pasajeros) para exhibir su opinión política sobre un entorno opresor. Allí, también, la película deja de sorprender para convertirse en una mirada –otra más- que reflexiona a viva voz sobre un régimen. El plano final, concluyente y alegórico, autorizaría a plantearse en qué condiciones Jafar Panahi filmaría su siguiente opus en donde se vislumbre la (in)discutible "puesta en escena" del director en relación a su lugar natal.
Se suele decir que “el cine es movimiento”; la frase que queda bien y que no necesita de demasiadas explicaciones. Pero para Jafar Panahi el cine no puede ser otra cosa: después de haber sufrido la persecución del régimen autocrático iraní, sus películas están obligadas a moverse para sobrevivir. Si This is Not a Film transcurría en el más hermético de los encierros, Taxi se hace sobre la marcha, en pleno viaje: un cine de resistencia como el de Panahi parece estar condenado a mutar permanentemente, a cambiar de forma para no ser alcanzado por los brazos de la censura. El director maneja un taxi al que suben distintas personas: todos hablan entre sí, discuten, se enojan, acuerdan; el auto se transforma en un improbable espacio de encuentro en el que lo documental y la ficción se confunden. El reducido dispositivo fílmico pergeñado por Panahi puede captarlo todo: el odio, la polémica, la muerte, la alegría, la amistad, incluso la constante sensación de saberse en peligro.
A Jafar Panahi le prohibieron realizar películas a lo largo de 20 años. Sin embargo, Taxi es la tercera película que el director filma desde tal prohibición. Esta vez, el lugar elegido para filmar no es tras las cuatro paredes de su casa, pero sí dentro de las puertas de un taxi. Es así que la cámara nunca sale de ese auto. Porque la necesidad de filmar de Panahi es tal que no puede estar sin hacer películas, aunque eso lo lleve a rebuscársela para poder hacer su película pasando desapercibido, motivo por el cual el film, que no tiene créditos, está protagonizado además de por él mismo por gente anónima (en una mezcla de ficción con realidad), no utiliza otra luz que no sea la natural y está rodada con tres cámaras pockets. Taxi es un desfile de personajes extraños y singulares que se suben al medio de transporte e interactúan con un Panahi que es siempre él mismo. Este peculiar desfile da lugar a diferentes tipos de historias, algunas más relajadas y divertidas, otras simplemente extravagante (dos señoras que antes del mediodía necesitan trasladar dos peces a un estanque y el motivo por el cual tienen que hacerlo), y algunas más fuertes e impresionables (un ciclista que es accidentado y puede estar viviendo allí dentro sus últimos minutos mientras la mujer llora desconsolada). Pero todos impregnados de mucho realismo. Panahi tampoco teme, a través suyo y de sus personajes (porque cada uno parece ser un costado del propio director), cuestionar la prohibición de hacer películas y describirla para el que, probablemente como muchos de nosotros, no entiende ni se imagina lo que puede suceder en otro país al respecto. Porque todo esto no hace más que dejar en evidencia el poder que tiene el cine. "Propaganda contra el Estado" lo denuncian cuando en realidad lo que hace es reflejar del mejor modo que puede la sociedad iraní. Así, recorremos con Panahi una ciudad y una sociedad, de la mano de un guión pero también de mucha espontaneidad. Al final, nos quedamos esperando los créditos pero en su lugar aparece la siguiente leyenda: "El Ministerio de Orientación Islámica autoriza los créditos de las películas para su distribución. A mi pesar, esta película no tiene créditos. Expreso mi gratitud a todos los que me han apoyado. Sin su valiosa colaboración este filme no habría visto la luz". "Taxi" es una road movie valiente que supo alzarse con el Oso de Oro en Berlín, galardón que Panahi no pudo recibir porque tampoco está habilitado para viajar al extranjero ni dar entrevistas.
"Taxi" de Jafar Panahi es una joyita que vale la pena no perderse. No todos los días se encuentra una película iraní en cartelera y el cine iraní no es para nada difícil para los ojos de occidente, ni en su factura ni en su contenido. Con sutil ironía y poniéndose al volante de un taxi, el del título, Panahi recorrerá las calles de Teherán exponiendo, a través de una cámara que toma a los pasajeros, la vida en esa ciudad, y en la totalidad su Irán natal. Es muy recomendable para todo aquel que estudie comunicación y para los que estudien cinematografía también. Panahi fue encarcelado en 2010, dice el gobierno que no fue por motivos culturales; es decir, por sus películas, sino por haber cometido delito. El hecho es que luego de las denuncias que hicieran Amnesty International y otras asociaciones que están vinculadas al mundo del arte, mismo se hizo una foto en el Festival de Mar del Plata pidiendo su liberación, pudo volver a su vida, aunque no puede realizar películas por 20 años (esto quiere decir que en Irán su cine no es "distribuible" y no puede llevar créditos de artistas y equipo de producción, ni nada). Esta película ya obtuvo el Oso de Oro en Berlín y el Premio FIPRESCI en el mismo Festival. Es la transgresión misma a su situación y la representación máxima del verdadero cine independiente. Antes de que el filme fuera anunciado para ser exhibido en la Berlinale, Panahi emitió una declación oficial en el que prometía continuar realizando cine a pesar de la prohibición que pesa sobre su persona y dijo: "Nada puede evitar que siga haciendo cine, sobre todo desde que me confinaron a límites extremos y pude conectarme con mi ser interior y en tal privacidad, sin importar las limitaciones, la necesidad de crear se convierte más aún en una urgencia". (Fuente: IMdB) Todos los actores son no profesionales y permanecen en el anonimato aunque se podrá reconocer, en las historias a compañeros de infortunio del director y a una personita, que yo creo que es familiar en serio de Jafar Panahi. La sobrina es todo un caso: una pequeña que explica cómo su maestra les da las reglas sobre cómo filmar sin causar escozor en los funcionarios públicos y que su cine sea distribuible. Los mandamientos cinematográficos la hacen preguntar que es "realismo distorsionado" y por qué hay que filmar la realidad sin que esta realidad parezca fiel. La niña tiene olfato y su tío lo sabe muy bien ya que ha padecido cárcel por contar cosas que le molestaron al gobierno como en "Offside" donde se muestra a un grupo de chicas, que disfrazadas de varones, intentan entrar a un estadio de fútbol pues les está prohibido asistir a estos espectáculos deportivos. "Taxi" también se meterá en la pasión de los iraníes y, en general en todos los países de Oriente Medio, por los celulares y sus camaritas. Recuerden qué importantes fueron en la llamada "Primavera Árabe". Otras dos discusiones se centrarán en qué pena sería la justa para un ladrón que roba a los pobres y otro que roba a los poderosos; qué rostro tiene un ladrón (Panahi pensando en los que le robaron su libertad); qué cosa hace que un ladrón no llegue a ladrón. El tráfico de películas norteamericanas por medio de un emprendedor que reconoce al director y lo hace su socio por unos instantes, -logicamente, sin su consentimiento-, y la búsqueda de un cine propio, con reglas auténticas y no las que impone la política. No se la pierdan, es encantadora. 82 minutos que atraparán con sencillez y profundidad.
Panahi, un ejemplo de ingenio y resistencia La acción de este falso documental transcurre a lo largo de un día por la ciudad de Teherán, donde existe la costumbre de compartir el taxi entre varias personas que van para el mismo lado aunque no se conozcan. Los pasajeros tampoco conocen al taxista, por supuesto. Bueno, acá tres personas lo reconocen. Lo gracioso es que él no conoce del todo las calles. Se entiende, es un falso taxista. Es Jafar Panahi, el director al que las autoridades iraníes le han prohibido filmar pero, a partir de la prohibición se las ingenió para hacer ya tres películas. Primero, cumpliendo arresto domiciliario, "Esto no es una película" donde escenificaba frente a cámara cómo hubiera sido la obra que quería hacer. Luego, cumpliendo arresto domiciliario en otra casa, "Pardé (título internacional, "Closed Courtain"), pequeña ficción. Y ahora, cumpliendo la orden de movimiento reducido dentro de los límites de la ciudad, "Taxi". Que no es la mejor de su vida, pero tiene algo muy valioso: vida. Como no está autorizado a filmar las calles de la ciudad, filma para el interior del vehículo, con tres camaritas Black Magic y un auto de techo vidriado para compensar la iluminación. Pero, como las camaritas se mueven, las calles igual se ven. Y encima los sucesivos pasajeros dicen lo suyo, que para eso han sido elegidos y guionados. A su auto suben, entre otros, su propia sobrina, Hana, nena muy despabilada que también filma por su cuenta y discute con aparente inocencia sobre las pautas que las autoridades imponen al cine ("los buenos deben llevar sagrados nombres iraníes, los malos deben llevar corbata", etc.), un sobrino más grande, un tal Omid, videoclubista, y la abogada y activista Nasrin Sotoudeh, que lleva un ramo de flores para la familia de una chica detenida por el delito de haber ido a ver un partido de voley masculino. Al respecto, es bueno recordar "Offside", su comedia en defensa de las mujeres que quieren ir a la cancha aunque lo tengan prohibido. El propio Panahi vino a presentarla al Festival de Mar del Plata, cuando todavía podía moverse por todo el mundo, salvo EE.UU., donde lo arrestaron y deportaron por sospechoso apenas llegó, y eso que había ido invitado a recibir un homenaje. Ahora, como él no puede salir de su país, envió a la pequeña Hana a presentar "Taxi" en el Festival de Berlín, y la nena volvió con el Oso de Oro a la mejor película. La verdad, no es para tanto, pero a esta altura el hombre ya es todo un símbolo, y un ejemplo de ingenio y resistencia. Y un talento múltiple: él hizo el guión, casting, producción, dirección, actuación protagónica, control de las camaritas, y encima condujo el taxi. Costo total, según dicen: aproximadamente 30.000 dólares, incluyendo la nafta.
After endless years of fierce struggle against the Iranian government because of what his films show and say about Iran, award-winning director Jafar Panahi was arrested in 2010 and then charged with conspiring to create anti- Islamic propaganda. He was sentenced to six years in jail and a 20-year-ban on making cinema in any regard, giving interviews or leaving the country. However, while awaiting the result of an appeal, under house arrest and defying the prohibition, Panahi has already made three films. First came This Is Not a Film (2011), a thought-provoking video diary shot on a mobile-phone camera that turned censorship into art and was smuggled in a flash drive inside a cake from Iran to the Cannes Film Festival, where Panahi won the Carrosse d’Or. Then came Closed Curtain (2013), an angry blow for creative freedom and a wise mediation on fiction versus reality, which won the Silver Bear for Best Script at Berlin. And now it’s the turn of Taxi, a very clever move against Iranian censorship, an inspired take on the art of filmmaking, and the proud winner of the Golden Bear at this year’s Berlinale. You could say that Taxi portrays a simple day with a cab driver in Tehran. But the driver is no less than Panahi himself, supposedly disguised as a regular cabbie. He’s cleverly affixed many cameras inside the vehicle, the main one mounted on the dashboard, as he drives through the hot city streets. As the day goes by, this peculiar cabbie picks up different passengers: some of them seem to be strangers who instantly turn into non-professional actors, whiles others appear to be friends and relatives playing versions of themselves. Or perhaps the strangers play versions of themselves too and the friends and relatives play scripted characters. Or maybe there are some low-key professional actors too. Likewise, what they say many times sounds unscripted because of its spontaneity and naturality. Yet other times it sounds too to the point, that is to say written to be spoken — even if colloquially. In any case, you can never be that sure for once again Panahi masterfully toys with the boundary between what’s real and what’s not, between making a documentary and a fiction film, between reality and fiction at large. And once again he’s made one riveting movie that blends both realms seamlessly. Driving across Tehran as he tries to find his way around (he’s not what you’d call an experienced cabbie), Panahi talks about this and that with his passengers and other times they just talk among themselves. Yet soon small talk gives way to more relevant affairs. That is to say, Panahi cleverly engages his passengers into conversations about the issues he explored in previous movies for which he’s been convicted. But he’s not the one who does the talking, the passengers are. A man and a woman argue about the death penalty and political prisoners as the name of Ghoncheh Ghavami, the woman imprisoned for attending a volleyball game, comes up in a fiery conversation. Then a motorcycle accident victim is brought into the car by his weeping wife, and he has his last will filmed with a smart-phone so that his wife inherits his properties and won’t become an indigent in case he dies. Both segments are highly accomplished in dramatic terms. Video is brought to the fore again when an old friend of Panahi’s shows him a security video where a crime committed against him was recorded — and here comes a selfless intervention on the meaning of theft considering the context, which comes full circle at the brilliant ending of the film. Each tiny story in Taxi could account for a separate movie and so each hints with subtle and not so subtle references to previous works, be it The Circle, Crimson Gold, The White Balloon, Offside, or The Mirror. And this is when you feel like watching these movies all over again. The most elaborate and eloquent tale is that of Panahi’s niece Hana school project. A witty, talky and belligerent girl, Hana has to make a short film following some very specific guidelines that handed out by the teacher. Of course, such guidelines are nothing but mirrors of the government’s censorship rules. Yet she must make her movie no matter what and doesn’t want to flunk, so her uncle can’t help her. I mean, most of his films get banned. It’s best to not disclose here how she gets it done, so suffice to say that this is when a film within a film comes into being and distorting reality becomes an everyday exercise. With a reflexive tone and a mordant sense of humour, a relaxed attitude and a playful tone, but also with moments of despair, outrage and grief, Taxi is the kind of film bound to become an instant classic. Not only because of its astute and furious fight against censorship or its shrewd political and social commentary — though that alone would be more than enough — but also because its deceptively simple structure does actually contain many layers that speak of uncanny cinematic artistry. In this day and age of too many vacuous movies, that’s to be celebrated big time . Production notes Taxi. Iran, 2015. Written and directed by: Jafar Panahi. Cinematography, editing and sound: Jafar Panahi. Produced by Jafar Panahi Film Productions. Distributed by: CDI Films. Running time: 82 minutes. General release.
Jafar Panahi creó un género a partir de una imposibilidad. El director iraní, a quien el gobierno de su país le prohibió hacer cine, volvió a burlar las trabas legales que intentaban cercenar su libre expresión. Y esta vez le salió mejor que nunca. Es que su película no sólo ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín, sino que además expuso al mundo los contrastes de Irán, todo lo que el gobierno guarda debajo de la alfombra. Con el método de combinar realidad con ficción y de jugar con el cine dentro del cine, Panahi cuenta una historia con un guión construido desde la cotidianidad. En el rol de taxista, que el mismo director asume, sus pasajeros serán la herramienta ideal para hablar de la inseguridad (que es clave tanto en el principio como en el cierre de la película), la pobreza, la venta ilegal de películas en DVD, las costumbres, los rituales y, claro, la rebeldía militante. En un encuentro con su sobrina, de unos 10 años, ella será la portavoz de las falencias del sistema educativo, al contar las restricciones que les impone su maestra para un trabajo práctico en el que deberá filmar la “Irán real”. Panahi parece disfrutar del hecho de ser conocido, algo que no oculta y resulta el punto más bajo de la película. Por lo demás, el filme, aunque suene a frase hecha, es un canto a la libertad.
Multigalardonado director del cual nos llega la reciente vencedora de la Berlinale Jafar Panahi ha sido galardonado en los mayores Festivales de cine del mundo. Desde “El globo blanco”, su primer largometraje que ganó la “Cámara de Oro” en Cannes pasando por Locarno (“El espejo”), Venecia (“El círculo”) y tres veces (siempre premiado) en Berlin, justamente acaba de llevarse el Oso de Oro de la Berlinale por “Taxi”. Hay dos periodos en la filmografía de Panahi, uno que arranca con su debut en 1995 hasta el 2010 en que el gobierno iraní le prohibió hacer cine por un periodo de 20 años y el otro que lo ha visto agregando tres títulos más en su filmografía. En 2011 junto a un colega (Mojtaba Mirtahmasb) codirigió “Esto no es un film” y dos años después, filmada dentro de su casa, realizó “Pardé” (“Closed Curtain”). Ahora lo vemos en una especie de “road movie” conduciendo un taxi, algo diferente a los nuestros ya que pueden cargar más de un pasajero. La galería de personajes que van ingresando al vehículo es de lo más variopinta pero en algún sentido más de uno recuerda a los que habitan en nuestra propia Buenos Aires. Lo comentábamos con el director y amigo Tomás Lipgot, a la salida de la película, cuando le señalaba que en Teherán también los conductores de autos hablan por celular mientras manejan o cuando uno de los pasajeros le muestra una bolsa con videos “truchos”. Pero como bien decía Lipgot en Irán seguramente muchas de los DVD son la única posibilidad de ver películas cuya circulación en cine está prohibida. “Taxi” está llena de citas cinematográficas (Woody Allen y “Medianoche en Paris”, “Once upon a Time in Anatolia” la penúltima de Nuri Bilge Ceylan, “Offside” del propio Panahi), pero además de sutiles reflexiones sobre las limitaciones existentes en Irán. El personaje de una muy joven “sobrina” que discute sobre las limitaciones en la distribución de películas en su país o el de una docente que en definitiva muestra que las mujeres están marginadas expresan el disgusto y la incomodidad que siente el director. Podría afirmarse que a través de una decena de figuras arquetípicas que van ocupando los asientos delantero y trasero del vehículo, el realizador logra transmitir la disconformidad de una sociedad, que parece estar mayormente a la espera de un cambio.
¿LOS OJOS QUE TODO LO VEN? La gente cruza la calle y mientras el auto espera a que el semáforo cambie de color ya se siente el movimiento previo a la aceleración. Entonces, la luz verde habilita la marcha. Pero, unos instantes más tarde, el taxi se detiene para que suba un pasajero que no es visible sino, por el contrario, una voz masculina cercana. En breve, una mujer repite la acción hasta que, de repente, la cámara subjetiva posicionada desde la óptica del taxista deja su lugar como tal para volverse hacia esas voces y otorgarles un rostro y una individualidad. Sin embargo, también puede pensarse que dichas singularidades, en realidad, se conforman como apariencias de estereotipos dentro de la sociedad iraní, entendidas no como formas de masificación sino, por el contrario, como ejemplos ideológicos y de accionar. De esta manera, un hombre manifiesta su aprobación del castigo para los ladrones, un amigo del taxista le cuenta que fue golpeado por gente conocida que quería dinero y por eso no los denuncia, una mujer va a visitar a presos en huelga de hambre o un hombre herido graba su testamento por celular para que la esposa pueda heredar sus bienes. Esta especie de desdoblamiento se concibe a partir del juego de reconocimientos y de cambios de ángulos y miradas directas o no hacia la cámara que propone el director iraní Jafar Panahi en su última película Taxi, en la cual, también, actúa como el protagonista que conduce el auto y es reconocido por dos personajes como director de cine. Por tal motivo, la construcción enunciativa apela a la interrogación sobre el género del filme. ¿Se trata de un falso documental, de un ensayo? ¿Hay actores o pedidos de aparición hacia sus amigos o simplemente gente que sube al taxi sin distinguir que se trata de una película? ¿Cómo funciona la incorporación de su sobrina? ¿Y del amigo que le confiesa que fue agredido por dinero? La “mujer de las flores” simularía una suerte de bisagra entre el documental y la ficción, como quien descubre el artificio, lo hace explícito y se vale de él como manifiesto o soporte de su discurso de lucha. Desprendido de esto se puede pensar en otros dos elementos que recorren Taxi: por un lado, la censura expresada, sobre todo, desde el arte. El hombre que reconoce a Panahi es un vendedor de películas y series, en especial estadounidenses, que quedan por fuera del circuito de distribución y comercialización del país. Uno de sus compradores que aparece en escena y estudia dirección de cine, le pide un consejo para buscar un tema para hacer una película. Tanto en esa charla como en la anterior entre vendedor y cliente se perciben ciertos elementos ya establecidos en la cultura como qué es el arte, qué se debe ver, qué es lo comercial y que no. Con la sobrina se repite la misma lógica pero en una voz indirecta: ella le lee los criterios de trabajo pautados por la maestra para que hagan un corto que debe ser distribuible. Dichas pautas están asociadas a aspectos políticos, sociales, religiosos y culturales, donde nuevamente, la búsqueda de un tema y su constitución como filme funcionan como excusas para otras cuestiones. Pero también aparece desde lo político, religioso y social, por ejemplo, cuando un hombre herido en la cabeza graba en un celular su testamento para que la esposa no quede en la calle o cuando “la mujer de las flores” habla de los encarcelamientos, de las prohibiciones de la visita de las familias a los penales, de la imposición por hacer firmar declaraciones contrarias a la postura de los presos o de las huelgas de hambre en la cárcel, donde también hace referencia a los casos de ellos mismos. Por el otro, la exhibición del artilugio en un dispositivo técnico adicional como refuerzo de esa falta de definición del género. La cámara del taxi permanece inmutable hasta que el mismo taxista/director la cambia de posición y hace evidente ese pasaje, es decir, manifiesta que se trata de una construcción o las grabaciones de la sobrina con una cámara de fotos hacia el tío o la calle. En este caso particular, se transforma la mirada: ya no se ve lo que se presupone es la intención de Panahi, sino lo que percibe la niña ya sea los encuentros de su tío con los amigos del vecindario (uno de los pocos momentos en que baja del auto), el niño que roba plata del novio recién casado y su frustrado intento de restitución del dinero (que también fue captado por la cámara de los novios mientras partían en el auto) o los detalles de una rosa que le regala la mujer. En una escena curiosa, ambos dan cuenta de que se están filmando entre sí, como un acuerdo tácito de temas para nuevas obras. En consecuencia, los puntos de vista varían a lo largo de Taxi tanto por lo antes mencionado del dispositivo como también por los juegos en las posiciones de la cámara principal y la entrada o salida del campo de los diferentes pasajeros y sus historias. La cámara subjetiva equilibra esa multiplicidad, la ordena y la hace dialogar con los personajes. “Esas películas ya se han hecho y esos libros ya se han escrito –indica Panahi al estudiante de dirección de cine –. Debes buscar en otros lugares porque la idea no vendrá sola”. Un nuevo espacio tanto usual como impensado; un sitio reducido, algo más íntimo y de variado contacto, donde las historias circulan de forma permanente tanto adentro como en el exterior, a la espera de una nueva luz verde. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más.
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Rosas rojas para el cine iraní El parabrisas y las ventanillas de un taxi urbano se convierten en el marco de un cambiante escenario: la vibrante capital de Irán, Teherán, donde se ven las montañas al fondo de algunas calles que bajan y suben, atestadas de tránsito. Si no fuera por las inscripciones de los carteles, la vestimenta de algunas mujeres de riguroso negro, cabeza cubierta y paso presuroso, casi no advertimos donde estamos, porque el ajetreo diurno se parece a cualquier megalópolis del mundo. Entre la realidad y la ficción, entramos de esta forma al falso documental de uno de los cineastas más conocidos dentro y fuera de las fronteras de su país. Pasajeros muy diversos acceden a ese taxi y la charla circunstancial que caracteriza estos breves viajes ciudadanos va reflejando distintas opiniones y testeando el pulso de una cultura con el peso milenario de su historia y tradiciones. El conductor —que a veces escucha atentamente y a veces participa en mayor o menor medida- no es otro que el director del film, Jafar Panahi, referente ineludible del cine iraní en permanente lucha con la censura de su país, la que aplica parámetros muy rígidos y limitantes a los artistas, entre los que se encuentra el cineasta, actualmente bajo “arresto domiciliario”, una figura legal que hasta el momento no le impide filmar, aunque sea sin apoyo oficial y con subterfugios para eludir las trabas propias de un régimen sin libertad. Mosaico cultural Los diferentes pasajeros del taxi (en Irán se comparten) son los protagonistas del film. Sus conversaciones circunstanciales siempre muestran un emergente de la temperatura social. Desfilan sucesivamente: un ladrón selectivo y una profesora, quienes sostienen un debate imperdible sobre la pena de muerte; luego un vendedor de películas prohibidas (emergente de la censura cultural que hace posible el conocimiento de obras como la de Woody Allen a los condicionados estudiantes de cine locales). En su momento, también ingresará un accidentado y su mujer analfabeta. Panahi los conduce a un hospital mientras el hombre testará a favor de su esposa apelando a la filmación del cineasta. Después subirán unas mujeres vestidas a la usanza tradicional que llevan unos peces en un frasco para arrojar en un río lejano. Éste es uno de los episodios más simbólicos y risueños, donde reaparece el tema del encierro y la asfixia que —a pesar de todo- se supera. De pronto, el director-taxista debe desocupar su vehículo para retirar del colegio a su pequeña sobrina, momento lleno de frescura, donde también se habla de cine y de las restricciones para hacerlo. Todo lo que sucede en el auto o alrededor de él tiene por lo general un carácter liviano, casi cómico, aún dentro de la gravedad de algunas situaciones que se dan entre distintas generaciones y clases sociales. Los recursos de la supervivencia Taxi-Teherán dibuja una panorámica del presente iraní y una fauna picaresca que se las arregla para sobrevivir a las rígidas reglas de un Estado autoritario. Lo increíble es que a pesar de la presión y prohibiciones, Panahi no ha perdido el humor, lo que le da un toque especial a su relato. Hay también una fuerte crítica política pero siempre de manera indirecta y original, como con los peces, encerrados entre cristales como el taxista. El contrapunto entre la niña sobrina estudiante y un pequeño analfabeto mendigo, que recoge desperdicios, también es revelador: insensible ante las recriminaciones que le hace la sobrina desde el taxi de su tío, cuando ésta ve cómo el niño cartonero se queda con el dinero de unos novios que salen de una costosa boda, y sólo consigue que éste reincida en su picardía, muestra una distancia radical de la versión idílica sobre la infancia difundida por el admirable cineasta iraní Majid Majidi en su deliciosa película “Niños del Cielo”. Como ocurre siempre en épocas de rígida censura, los artistas apelan a metáforas y símbolos sencillos para expresar su mensaje. Así irrumpe la muchacha de las rosas rojas, denunciando la condición de la mujer iraní. Ella quiere llevarle flores a una activista encarcelada y al llegar a su destino, deja una flor para la niña (el futuro) y otra para los cineastas que siguen haciendo su oficio en Irán. El contraste entre esa flor y la negrura final explota cuando la lectura política se hace más explícita, directa y peligrosa. Pero sobre el plano en negro todavía perdura la memoria de la rosa, apoyada entre las cámaras y el parabrisa, retomando la continuidad de la afirmación de las mil y una formas de expresión y por lo tanto, de esperanza.
Hacer cine implica riesgos. Una empresa que comienza con una imagen tal vez luego se hace idea, más tarde guión, y por supuesto un enorme emprendimiento a partir de todos los engranajes que coexisten para construir un relato. Una obra de ingeniería que lejos de acabar cuando se termina la última toma, sigue en laboratorios, diseños gráficos, post producción, edición, marketing, difusión…todo para llegar al estreno. Y sigue después. Sigue con los festivales, los recorridos, notas, las entradas de las boleterías, y más adelante los lanzamientos en los formatos hogareños. Casi todas las obras andan por caminos parecidos. Es realmente gigante la puesta en marcha de un proyecto cinematográfico. Sí. El cine implica riesgos. De varios tipos. Jafar Panahi nos presenta “Taxi”, éste año precedido por una enorme serie de eventos que giran alrededor de su vida como artista y que, de alguna manera, lo entronan como abanderado de la libertad de expresión, pues hace cine en un país cuya “justicia” se lo ha prohibido. Es que desde hace más de veinte años el iraní viene construyendo historias y documentos que, como mínimo, denuncian los comportamientos, las costumbres, la desigualdad, la intolerancia y la crueldad de su propia sociedad. En especial la desigualdad de la mujer. Lo vimos en “El globo blanco” (1995), en “El espejo” (1997), ni hablar de “El círculo” (2000), y por supuesto en “Fuera de juego” (2006). Tanto revuelo causó que a sido perseguido, encarcelado y prohibido. Por eso, cuando en 2011 realizó y guardó el documental “Esto no es un film” en un pen drive escondido en una torta para ser estrenado en el exterior, con el cual ganó varios premios, Jafar Panahi incorporó a su figura características de mártir del cine. Expresión y libertad son dos palabras que le corresponden por derecho. Cuánto valor cinematográfico puede tener el colocar un par de cámaras en el tablero de un taxi para enfocar a los eventuales pasajeros, ya no es una cuestión que pueda analizarse con la misma vara que en otros proyectos. En todo caso hemos visto formatos televisivos que han explotado el recurso. Se llama Reality Show. O sea, el show de la realidad. El director, como si fuese una serie en la cual el ascenso y el descenso de un pasajero constituye de por sí un episodio, vuelve a retratar el comportamiento social de su país. Aparecen la violencia, la discriminación, el deseo de pena de muerte; todo con el realizador como testigo y cronista ya que es él mismo quien maneja el vehículo en cuestión. También es él quien va modificando la posición de alguna cámara para apuntar hacia el camino. Lo cierto es que desde el punto de vista del análisis cada uno de estos planos pierde su valor expresivo pero gana en contenido. “Taxi”, independientemente de la compaginación que moldea los diferentes “capítulos”, tiene la impronta de documental testimonial. No intenta pregonar a través de los eventuales pasajeros, sino más bien aceptar que hay personas que piensan así en su país y, por qué no, en cualquier lugar del mundo pues al suceder todo esto en un transporte existente en cada ciudad del planeta, el concepto del pensamiento social se universaliza. Hacer cine implica riesgos. Jafar Panahi los corre en toda su filmografía, y acá en “Taxi”… ¡Vaya si vale la pena subirse!