Marcial comienza un nuevo trabajo como sereno en el depósito de una fábrica del conurbano bonaerense. En los primeros minutos de la película se mantiene un suspenso letárgico y homogéneo que nos lleva a conocer la personalidad de este personaje tranquilo, misterioso y de pocas palabras. Pero pronto llega el cambio gracias a un giro narrativo que nos lleva a tratar de armar ese rompecabezas que es la otra vida de Marcial, con sus vacíos y su verdadero trabajo de estratégico asesino a sueldo. Joaquín Furriel encarna exquisitamente a este personaje inteligente, taciturno, pero de una gran sensibilidad que se despliega en los vínculos que instaurará con los otros personajes principales de la película: Miriam, una empleada y madre soltera que vive junto a su hija Malena, y su padre, un anciano en silla de ruedas que sufre de demencia senil. Maricel Álvarez interpreta a una Miriam dulce y condescendiente a la espera de ese príncipe que rodeado de misterio encarnará Joaquín Furriel. Su gran trabajo como actriz es ya reconocido en el cine internacional y en esta película en particular su aporte es de una teatralidad muy valiosa. La interpretación de Alejandro Urdapilleta también es interesante, encarnando a un padre de familia que logra promover una piedad impensada en Marcial, quien se entrega a cuidarlo guiado quizás por alguna culpa de su pasado. Todos juntos intentarán construir un paraíso dentro de sus sórdidas y desarraigadas vidas. Alejandro Montiel va por su segunda película en el cine de masas, la primera fue Extraños en la Noche. Hoy estamos en presencia de un thriller dramático que posee tintes de romanticismo que logran estremecer al auditorio: una mirada entre dos personas que buscan elegirse y un almuerzo familiar con bailes y juegos constituyen momentos de una cuidada sensibilidad que logran sacarnos algunas sonrisas. Las inteligentes escenas de humor ya son un clásico en el cine del director, logrando crear carcajadas allí en el medio de la más austera miseria. Un punto en contra es que la trama y los personajes no resultan, a un público entrenado, realmente novedosos. El intento de Marcial de conformar la familia que nunca tuvo -ni él ni los otros personajes de la historia- lo llevará a un final inesperado, tejido por sus actos. Alejandro Montiel nos muestra con sabiduría como la vida siempre puede traernos, luego de instantes de alegría y placer, un desenlace amargo.
Un sereno asesino a sueldo Del director Alejandro Montiel (Las hermanas L, Extraños en la noche) llega este thriller que cuenta con un comienzo inquietante: Marcial (Joaquín Furriel), un hombre soilitario, consigue trabajo como sereno en una fábrica abandonada y, con el correr de los minutos, se conocerá su verdadero objetivo. En medio de un clima de inseguridad callejera y con la vista colocada en la "casa de al lado", el protagonista comete un crimen por encargo. A partir de ese momento, pasa a ocupar el lugar de la víctima, cuida a su padre postrado y con demencia senil (Alejandro Urdapilleta, siempre un buen intérprete) y se relaciona con Miriam (Maricel Alvarez), una madre soltera que también busca su lugar en el mundo. En ese universo oscuro, alimentado por las sombras y la violencia, el sereno intentará construír su propia familia, "el paraíso" al que refiere el título del film. La película parte de una buena idea, ostenta un clima de inminente peligro, pero la historia se desvanece cuando la "nueva familia" de Marcial ocupa parte del metraje y deja atrás al asesino de pocas palabras que vimos al inicio. La trama prometía más de lo que finalmente entrega, entre llamados telefónicos de un jefe misterioso, patoteros y asesinos. Una historia de amor y comprensión para un asesino taciturno y hermético que aparece en una trama a la que no le hubiese venido mal otra vuelta de tuerca.
El hombre que murió dos veces Marcial es un joven callado y enigmático que comienza a trabajar de sereno en un galpón. Cada día Marcial estudia la calle y la observa callado. Una noche ve entrar a un hombre sospechoso a la casa de al lado. Marcial salta el tapial y sale al encuentro de aquel hombre. Allí, nos enteramos que Marcial está esperando a ese hombre y que todo es una pantalla. Pero el plan se trastoca por la aparición imprevista de un hombre postrado y senil, y de una muchacha. La estructura del relato está compuesta de dos grandes segmentos: una parte policial, en la cual nos enteramos de los verdaderos motivos que han llevado a Marcial a emplearse como sereno, y que básicamente culmina con la muerte de Víctor, el hombre que ha estado buscando; y una segunda parte, en la que Marcial asume la identidad de su víctima como consecuencia del encuentro con el padre de Víctor, un hombre postrado y senil, de quien decide hacerse cargo (Alejandro Urdapilleta). Es en este segundo momento del relato en el que comienza a adquirir importancia el personaje de Miriam, presentada inicialmente como personal de limpieza de galpón, con la cual Marcial –bajo la identidad robada de Víctor- iniciará un breve romance. El film presenta un excelente clima para la parte policial, pero a mi juicio presenta un desarrollo insuficiente en torno al segundo segmento narrativo; particularmente en lo que atañe a la relación de Marcial con Ramón, el padre del hombre que ha asesinado. Dado que evidentemente el núcleo del relato pasa por este segundo segmento (la sustitución de la identidad) se hubiese más que justificado una exposición más intensa del vínculo entre los dos hombres. El relato nos muestra a Marcial apropiándose de la vida de Víctor: su ropa, los documentos de Víctor, y sobre todo de la relación con Ramón, en la cual se comporta como si fuese su propio padre. Es evidente que a Marcial no lo mueve un mero sentimiento de lástima, y que Ramón parece despertar en él una ternura genuina, que lo lleva a engrandecer su interpretación de Víctor. Está claro que, dada la senilidad de Ramón, el vínculo se torna al menos extraño, dado que éste cree continuar la relación con su hijo, sin advertir la intromisión de Marcial en la casa, ni la muerte del propio Víctor. La situación psicológica de Ramón en torno a este tópico es un poco confusa, porque si bien se nos presenta una escena en la cual Ramón increpa con un arma en la mano a Marcial, preguntando dónde está su hijo, quién es él y qué hace en su casa, nada permite determinar de modo concluyente (dada la inestable salud mental de Ramón) que haya conservado el recuerdo de ese momento. Asimismo, nada impide interpretar que Ramón sea consciente de la sustitución pero haya decidido validar al personaje que Marcial pretende encarnar. La intromisión de Miriam y su pequeña hija Malena en la cotidianidad doméstica de Ramón y Marcial/Victor parece reforzar todavía más la necesidad de una exploración más profunda de la psicología de los personajes y de sus historias respectivas. Pero lamentablemente nada de esto ocurre. El film concluye de un modo un poco abrupto, aunque con un desenlace que no deja de ser interesante en el conjunto de la trama: la sustitución de Victor por Marcial ha sido tan exitosa que al Turco, el autor intelectual del crimen de Victor, le han llegado comentarios que Victor sigue vivo y que Marcial lo ha engañado. El Turco entonces decide mandar a otro asesino. Marcial muere en la piel de Victor y por la convincente interpretación de Victor, de modo que podríamos decir que Victor lo ha matado. Marcial es asesinado por ese hombre al que ha matado doblemente, como una especie extraña de venganza retardada e irónica. Es interesante preguntarse por las razones que han llevado a Marcial a adueñarse de la vida de Víctor, de su pasado, la relación con su propio padre. Todo eso es silencio. Tal vez la clave la esté dando el propio título Un paraíso para los malditos. ¿Por qué “paraíso”, ¿por qué “malditos”? Quizás en esos dos términos se encuentre la llave de la psicología enigmática de Marcial, ese hombre silencioso, que quizás calla porque la vida ya le ha gritado demasiado.
Lo que esconde el pasado La nueva película de Alejandro Montiel (Extraños en la noche) es un policial que atraviesa diferentes géneros, como el dramático y el suspenso. Las actuaciones de Joaquín Furriel, Alejandro Urdapilleta y Maricel Álvarez también son clave en Un paraíso para los malditos (2013). El film de Alejandro Montiel se centra en la historia de Marcial (Joaquín Furriel), un hombre muy reservado que comienza a trabajar como sereno en una fábrica Pero con el correr de los minutos, el espectador descubre que el protagonista es un asesino a sueldo que debe cumplir una misión a la que se interpondrán, sin saberlo, Román (Alejandro Urdapilleta) y Miriam (Maricel Álvarez). La aparición de estos dos personajes marca un antes y un después en la vida del introvertido Marcial. ¿Cuál es su pasado? ¿Por qué está sólo? ¿Qué busca en verdad? Esas son algunas preguntas que surgen de un relato signado por el suspenso y la incertidumbre, en el que los gestos dicen más que las palabras. Sin duda, una de las principales características de la película es la capacidad de transitar por diferentes géneros, entre los que se destacan el policial, el drama y el suspenso. Imágenes en penumbras, situaciones conducidas por la música y una alta dosis de intriga y violencia logran que Un paraíso para los malditos proponga un lenguaje propio, en el que por momentos el público se apiadará del victimario en vez de condenarlo. La riqueza de sus personajes es otra pieza fundamental: los tres tienen aspectos ocultos que consiguen mejorar gracias a la aparición de los otros. Cuando se encuentran sus vidas cambian para bien, construyen su propio “paraíso”, a pesar de que son ajenos a una realidad que los espectadores sí conocen. Un paraíso para los malditos es una película atrapante, en la que la atención no decae. Lo que deja sabor a poco es que el argumento carece de información sobre la vida de Marcial; además de no concluir algunos aspectos de la historia. Quizás esa es su principal falla para un público exigente. Por lo demás, es un policial efectivo en el que sobresalen la dirección, las actuaciones y la fotografía.
Tremenda labor actoral de Furriel, en este thriller climatico, plagado de escenas muy bien logradas que combina con eficacia dramatismo, con suspenso, momentos de grotesco con situaciones de acción. Un filme argentino distinto, que resulta una grata sorpresa por su osadía.
Con la vida de otro Marcial (Joaquín Furriel) es un tipo seco, de pocas palabras. Consigue un trabajo de sereno en una fábrica por el que debe pasar las noches recorriendo un lugar sucio y oscuro; y si algo fuera de lo común sucede, debe anotarlo en un cuadernito. Marcial es callado, y destina su tiempo a observarlo todo, dentro y fuera de la fábrica, particularmente lo que ocurre en al casa de al lado. Pero su puesto es sólo una excusa para llevar a cabo su verdadero trabajo, aquel que le han encargado y por el que cobra mucho más que un sereno. En la fábrica conoce a Miriam (Maricel Álvarez), una de las empleadas; y en su otro trabajo, se encuentra con Ramón (Alejandro Urdapilleta), hombre mayor que sufre demencia senil. Miriam es muy diferente a él: habla mucho y todo el tiempo, le expresa lo que siente, lo quiere cuidar. Y mientras tanto él se hace cargo de Ramón, ese viejo que de alguna forma apareció en su vida. Con la aparición de Ramón, Miriam -y con ella, su hija Malena-, Marcial experimenta lo más parecido a una familia que podría tener; arma un rompecabezas de varias piezas, pero que ninguna parece serle propia. El viejo no es su padre, la nena no es su hija, y Miriam sólo está ahí. Marcial pareciera estar viviendo la vida de otro, pero a partir de que se encuentran, los personajes se necesitan y arman un burbuja donde tienen lo que les falta. La película comienza como un thriller oscuro, con un hombre enigmático que pronto revela lo que esta ocultando. Contiene escenas de violencia, y un clima de suspenso muy bien logrado. A partir de la segunda mitad de la trama, presentados los personajes, la historia pega un giro, y se torna mas dramática. Con excelentes actuaciones -es de destacar la de Alejandro Urdapilleta- y un clima que atrapa desde el comienzo, la película es por momentos tan silenciosa como su protagonista, y las imágenes muestran más que lo que dicen las palabras. Sin embargo, algunas fallas en el guión hacen que no podamos comprender del todo a los personajes y los vínculos entre ellos. No sabemos por qué Marcial se hace cargo de Ramón, ni que encierra su silencio, ni por qué se arriesga más allá de su trabajo. Pareciera que el silencio del protagonista esconde muchas cosas que la historia finalmente nunca revela, lo que genera cierta incomodidad en el espectador.
Escrita y dirigida por Alejandro Montiel (Las hermanas L, Extraños en la noche), nos llega Un paraíso para los malditos, una mezcla de suspenso y drama que queda a mitad de camino. Construyendo el paraíso Marcial (Joaquín Furriel) es un hombre callado y misterioso que consigue trabajo como sereno en el depósito de una fábrica. Desde el comienzo se percibe el suspenso en torno a ese enorme lugar oscuro y deshabitado. A los pocos minutos de la película nos enteramos de que Marcial es un asesino a sueldo que tiene encargado matar a un joven del barrio. No tiene problema en cumplir su tarea, mata a un joven llamado Víctor en su casa. Pero allí descubre que también vive el padre de Víctor (Alejandro Urdapilleta), bastante mayor, deteriorado y senil. Decide perdonarle la vida, se ocupa de este señor y hasta se encariña con él. A su vez, entabla una relación con Miriam (Maricel Álvarez), una madre soltera que trabaja en la fábrica y no tardará en enamorarse de Marcial. Tanto el padre de Víctor como Marcial, Miriam y su hija tratarán de construir una familia, refugiarse de la soledad y construir esta especie de paraíso. Sin embargo, a Marcial no le será fácil redimirse del asesinato y surgirán problemas. Esto fue todo El comienzo de la película es excelente, crea con mucha habilidad un clima de suspenso que mantiene en vilo al espectador. El depósito es un excelente escenario para el desarrollo de la historia, oscuro y tenebroso. La primera parte es la mejor, después del asesinato el suspenso se agota enseguida porque el film se encauza en un drama del que apenas sale para volver al suspenso hacia el final. El problema está en prometer suspenso para luego escaparse hacia el drama. Igualmente, me parece que como drama no funciona del todo, se sostiene gracias a las actuaciones de los protagonistas. Alejandro Urdapilleta hace un papel excelente, Joaquín Furriel y Maricel Álvarez también entregan buenas interpretaciones. La construcción de los personajes es muy interesante y está bien encarada esta “doble vida” de Marcial. La fotografía es excelente, con una paleta de fríos y cálidos contrastantes en las luces nocturnas y tonos más claros y parejos durante las escenas familiares. Funciona muy bien acentuando la diferencia entre la vida nocturna de Marcial, del asesino que espía la vida del barrio desde el depósito, y su vida diurna, en la que se muestra cuidadoso y trata de construir una familia. Pero la historia se inclina por mostrar más la relación de Marcial con la familia improvisada que a mi parecer, su faceta más interesante, la del enigmático asesino a sueldo. Conclusión Con un comienzo prometedor, Un paraíso para los malditos no está a la altura de lo que propone. Se estanca en un drama familiar con unos pocos momentos de suspenso. La dura situación familiar conmueve, pero la película transcurre con pocas sorpresas y sin vueltas de tuerca. Técnicamente es impecable y contiene grandes interpretaciones por parte de los protagonistas. El suspenso del comienzo es rápidamente dejado atrás para concentrarse en un drama que no se llega a sostener por sí sólo. Las actuaciones ayudan a que el film se haga llevadero. En líneas generales, es una película que pasa sin pena ni gloria. - See more at: http://altapeli.com/review-un-paraiso-para-los-malditos/#sthash.yV9sFDja.dpuf
Un sicario de buen corazón Policial que se destaca por su atmósfera y sus personajes. Los héroes silenciosos son personaje siempre atractivos: hay algo fascinante en esos tipos callados, introvertidos, con escasos vínculos sociales, que parecen nulos para la vida pero son implacables en todo lo que concierne a dar muerte. Y que, pese a vivir del asesinato, tienen buen corazón. El cine ha entregado algunos héroes silenciosos inolvidables, como los cowboys de Clint Eastwood, el samurai urbano de Forest Whitaker enEl camino del samurai, o el sicario ingenuo de Jean Reno enEl perfecto asesino. Marcial (Joaquín Furriel) pertenece a esta especie: no hace preguntas, a duras penas da respuestas, parece estar solo en el mundo y no ser capaz de dar ni recibir afecto. Todo en él está concentrado en cumplir con sumisión: matar. Pero ¿qué pasa cuando a esa maquinaria humana empiezan a brotarle sentimientos y se le ocurre jugar a la casita, con papá, mujer e hija incluidos? Pariente lejano de Una historia violenta (de Cronenberg), ése es el planteo de Un paraíso para los malditos. Alejandro Montiel (codirector deLas hermanas L. y director deExtraños en la noche, entre otras) logra generar el suspenso indispensable para la historia, en un clima que hace que en ningún momento se pierda el interés. Es para discutir si el desenlace está a la altura de las expectativas creadas: queda la sensación de que falta darles una vuelta de tuerca a las interesantes situaciones planteadas; la sensación de que se podría haber arriesgado más. La película trae dos buenas noticias actorales. Una, la reaparición de Alejandro Urdapilleta, últimamente más dedicado a escribir que a actuar. Otra, que para el protagónico femenino no se haya elegido a una cara convencionalmente bonita ni famosa sino a Maricel Alvarez, todo un talento. w
Un paraíso para los malditos es una película un tanto rara, no porque esté mal actuada o filmada sino porque la historia se encuentra como a la deriva y no queda claro qué es lo que se le quiere contar al espectador. Mismo desde el poster el concepto es erróneo, al verlo una piensa que se trata de una cinta de acción y no es así dado que hay solo un par de secuencias de ese género y las mismas son muy cortas. Joaquín Furriel se carga la película al hombro en la totalidad de su duración ya que prácticamente aparece en todas las escenas y la verdad es que sale airoso. Los problemas de su personaje no pasan por su caracterización sino por temas de guión: no se sabe sus motivaciones ni ambiciones y por qué toma las decisiones que toma. O sea, uno puede hacerse una idea y construir teorías pero en este film en particular no es lo que corresponde. A Furriel lo acompaña muy bien Alejandro Urdapilleta en una gran labor. Lo mismo sucede con Maricel Álvarez, por lo que se puede hablar de un elenco sólido. No obstante, una película requiere más que buenos actores para hacerla atractiva y es una lástima porque potencial hay y la factura técnica es muy buena. El director Alejandro Montiel (Extraños en la noche, 2011) consigue generar buenos microclimas enmarcados por una muy hábil fotografía y edición pero se queda corto en lo macro porque la historia se cae sobre sí misma. O sea, el film no es malo y no posee un mal ritmo por lo cual no es aburrido pero la historia hace agua y eso no es un dato menor. Seguramente muchos compartirán esta hipótesis y al salir de la sala tendrán más preguntas que satisfacciones comenzando por el principio: ¿Qué se quiso decir con el título?
Con cinco largometrajes en los últimos seis años, Alejandro Montiel se ha convertido en uno de los directores más prolíficos del cine argentino. Luego de Las hermanas L , 8 semanas , Chapadmalal y Extraños en la noche , el aquí también guionista sorprende con una combinación entre el thriller psicológico y el drama familiar que -si bien no resulta del todo convincente- tiene bastantes más hallazgos que carencias. El protagonista absoluto y héroe trágico del film -que arranca como una reversión de La ventana indiscreta , de Alfred Hitchcock, luego apuesta por el noir seco, duro y opresivo con algunos elementos de western y se termina vinculando con Un oso rojo , de Israel Adrián Caetano- es Marcial (digna caracterización de Joaquín Furriel), un joven solitario y lacónico que ingresa a trabajar como sereno nocturno en un decadente depósito de elementos de limpieza ubicado en una sórdida zona del conurbano bonaerense. Desde lo alto de la fábrica semiabandonada observa a diario los excesos y abusos de un grupo de marginales, pero también a otros vecinos que van llamando su atención. A los pocos minutos del relato descubriremos que Marcial es, en verdad, un asesino a sueldo, pero en uno de sus encargos descubre a un personaje del que se quedará prendado: un hombre postrado y con demencia senil (Alejandro Urdapilleta) al que empezará a cuidar y que se transformará en una suerte de padre sustituto. Con él y con su nueva pareja, Miriam (Maricel Álvarez), madre soltera de una niña llamada Ma-lena, conformarán una suerte de familia con un presente feliz, pero con muchas mentiras de por medio y cuentas pendientes que la amenazan. Hasta aquí el planteo inicial de Un paraíso para los malditos , una película de impecable factura técnica (los aportes de la fotografía, del sonido y de la dirección de arte ayudan a construir climas muy logrados), pero que en su segunda mitad se vuelve más convencional y con un desenlace algo abrupto. De todas maneras, en su película más madura y arriesgada, Montiel demuestra una mayor confianza en el poder evocador de su cine. En la primera parte del film casi no hay diálogos. Le alcanza con el rostro de Furriel y con una certeras y lúcidas observaciones para sumergirnos en el universo íntimo de un hombre casi sin vida al que le llegará -casi sin proponérselo- una segunda oportunidad. Y, con una identidad sustituta, hará todo lo posible por aprovecharla al máximo.
Los desclasados en una escala de grises En su primer protagónico cinematográfico, Joaquín Furriel compone a un hombre solitario que se presenta a tomar el puesto de sereno en un depósito semiabandonado. Cine negro, urbano y bastante sucio, con impecable ejecución técnica. Vista desde las políticas de producción, la idea de hacer cine de género argentino “de calidad” puede ser tan provechosa en sentido estético como industrial. Que hasta ahora se dé más lo segundo que lo primero no quiere decir que haya que renunciar a la idea. En términos de acabado profesional, Un paraíso para los malditos, que cuenta con el sello Patagonik como socio mayoritario, es de primera. En ella, el realizador y guionista Alejandro Montiel pasa de la calculada liviandad de Extraños en la noche –levísima comedia policial que se conformaba con aprovechar el regreso al cine de Diego Torres– a un cine negro, urbano y bastante sucio, en el que claramente ha puesto más de sí. Hasta qué punto esas ambiciones están logradas es otra cuestión. En su primer protagónico cinematográfico, Joaquín Furriel es Marcial, un solitario cuya rigidez hace honor a su nombre. Duro como un soldado, Marcial se presenta a tomar el puesto de sereno en un depósito semiabandonado. Semiabandonado y semidespoblado: la única que viene, cada tanto, es la mujer de la limpieza, Miriam (Maricel Alvarez), que a veces aprovecha para llevarse alguna cosita a casa. Qué se lleva no se sabe muy bien, como tampoco qué se guarda en ese depósito, quiénes son los dueños, ni los días y horario de trabajo de Marcial, que por lo que puede verse pasa allí jornada completa. En un policial, las incógnitas sin responder no son buenas: generan en el espectador falsas expectativas. Un poco porque no tiene mucho para hacer y otro poco porque encaja con su personalidad, Marcial observa. Observa por la ventana, sobre todo por las noches. Lo que ve es un desolado barrio industrial, en el que los únicos vecinos parecerían ser el tipo de al lado y unos “guachines”, lo suficientemente pesaditos como para hacer que una pareja medio perdida la pase mal. Aunque la acción tiene lugar entre Navidad y Año Nuevo, no hay más festejo que tres o cuatro fuegos artificiales y los “guachines” tirando petardos. O el barrio es más desértico de lo que parece o a la producción no le alcanzó para contratar más extras y fuegos de artificio. Pasa poco en ese tramo y está bien que así sea: con un único protagonista en un solo decorado mucho no puede pasar, que no sean el tiempo vacío y la latencia de que algo va a pasar. Toda esa zona del film está manejada con el tempo adecuado. Eso que va a suceder no puede revelarse: es el mayor secreto que se reserva el guión. De allí en más, Marcial va a entrar en contacto más estrecho con Miriam, que tiene un hijo y poca suerte, y con un viejo senil (Alejandro Urdapilleta), que acaba de perder al suyo pero ni se enteró. Es más: cree que Marcial es su hijo. Hasta que se dé cuenta de que no. La pareja, el padre sustituto, el hijo de ella, la vida en otra casa: se ha formado una familia. La idea recuerda la de Ultimos días de la víctima, cuando el gélido asesino interpretado por Federico Luppi creía haber encontrado algo de calor familiar en la viuda Elena Tasisto y su hijo (un Pablo Rago de unos diez años). Más allá de variados “ruidos” actorales por parte de los tres intérpretes, el problema básico de Un paraíso para los malditos, lo que la hace limitada, es el mismo de Extraños en la noche: alcanzado el nudo narrativo, la película se frena, no va mucho más allá. Lo que estaba allí y también resulta visible aquí es el buen tratamiento dramático que Montiel hace de tiempos y espacios. Espacios claramente delimitados (un “derpa” en edificio torre en aquélla, el derruido depósito y la igualmente derruida casita de al lado aquí) y una detallada y justa ambientación, que ayuda a dar clima y conocer a unos personajes a medio camino entre el realismo y la abstracción. Los rubros técnicos quedan en manos de algunos de los más confiables especialistas de última generación. El trabajo sobre claves bajas de la directora de fotografía Sol Lopatin colabora enormemente con el clima de negrura, y el editor Alejandro Brodersohn corta siempre donde hay que cortar. En síntesis: el programa estético está, falta un ajuste de sintonía fina.
Infierno no encantador Policial en el que Joaquín Furriel interpreta a un hombre de pocas palabras que establece una particular relación con un viejo enfermo. Hay momentos en el cine argentino donde se establecen una serie de preguntas sobre sus alcances y pretensiones. Especialmente, cuando se trata de films de género, concretamente el policial, acaso uno de los más transitados en los últimos años. La reconstrucción la hizo el recordado Fabián Bielinsky con sus dos únicas y maravillosas películas, Nueve reinas y El aura, mirando al policial desde adentro la primera y ubicándose en los bordes genéricos en el caso de la segunda. Sin ir tan lejos, este año se estrenó Vino para robar de Ariel Winograd, que aunaba con delectación códigos del policial y la comedia con resultados más que atendibles. Dentro de esos cruces que permiten los géneros, Un paraíso para los malditos explora una historia policial para ubicarse en la periferia genérica, resolviendo algunas de sus decisiones estéticas de manera feliz y, en otras tanto, en forma gratuita y próxima al equívoco. Marcial (Joaquín Furriel) es un extraño sujeto que se emplea como sereno en los márgenes del Conurbano Bonaerense. La presentación del personaje es esquemática pero concisa: hombre de pocas palabras, tenso, solitario, particular en lo suyo. Pero a través de un guiño del guión hace su aparición el policial a través de una muerte, razón por la que el personaje central decide adoptar otra identidad, acercándose a un viejo enfermo (Alejandro Urdapilleta) y a su hija, Miriam (Maricel Álvarez), también madre de la niña Malena, que pronto se convertirá en la novia del protagonista. En ese segmento, ideal para escaparse de los espacios abiertos del género para recluirse en ambientes sórdidos, cerrados y asfixiantes, la trama adquiere un giro que no la favorece. El crecimiento dramático del comienzo se modifica por una letanía argumental donde sólo sobresalen los tres intérpretes principales, cada uno con su particular performance actoral. Pero el punto donde más flaquea Un paraíso para los malditos se debe a su apuesta por combinar esa atmósfera sórdida y pegajosa, donde subyace más de un momento gratuito, con una estética que se compadece con cierto aire fashion, luminoso, excedido desde el trabajo fotográfico. Como si la repulsión ambiental que transmiten determinadas situaciones se materializaran en un bar alter hour de Palermo Hollywood. Las interpretaciones también giran dentro de esa extraña combinación: silencioso y algo pétreo Furriel, minucioso en su composición Urdapilleta, transparente y eficaz Álvarez en un rol extremadamente riesgoso por evadirse de los lugares comunes.
Un asesino más que misterioso Su protagonista es un hombre joven y taciturno escondido en un barrio marginal. Se llama Marcial (Joaquín Furriel), es el sereno de un depósito de una fábrica, en la que desde lo alto y a través de una ventana observa lo que sucede en el barrio. Su mirada por momentos se detiene en algunos chicos, en una pareja, o en las pandillas de jóvenes de la zona. Hasta que aparece la persona que espera. Es entonces cuando actúa. Antes hubo algunas llamadas misteriosas que hablaban de alguien al que había que vigilar y matar. Lo concreto es que Marcial parece haber encontrado al sujeto que esperaba. La muerte de ese joven desconocido, cambiará al menos por un tiempo sus costumbres. Su vida oscilará a partir de ese momento entre los encuentros con Miriam (Maricel Alvarez), una mujer joven del barrio, madre soltera, con una niña, Malena (Candela Liuzzo), las lacónicas conversaciones con algún misterioso patrón y la muy reciente situación que lo ubica dentro de la casa de su víctima y su padre Román (Alejandro Urdapilleta), un viejo que muestra cierto estado senil y se encuentra reducido a una silla de ruedas y que muchas veces confunde a Marcial con su hijo. LA HISTORIA La extraña circunstancia de este asesino a sueldo tratando de establecer nuevas relaciones y su paulatina conversión a un hombre casi normal, es la historia que presenta el realizador argentino Alejandro Montiel ("Extraños en la noche") en su nueva película. "Un paraíso para los malditos" es un policial negro con tintes psicológicos, que muestra un comienzo sugestivo y misterioso, que parece prometer mucho más, de lo que termina contando. Un desarrollo narrativo con blancos y negros, sumados a situaciones algo confusas, van opacando el resultado final del guión de esta historia, que se va "deshilachando" y olvida otorgarle un desenlace a determinados hechos. Entre lo más acertado de esta nueva producción local, se destaca Alejandro Urdapilleta, en el papel de Román, el viejo, con una actuación trabajada al detalle, que no deja de despertar admiración. Maricel Alvarez, que asume el personaje de Miriam, una "chica común", conquista son su verosimilitud y simpatía. Mientras que Joaquín Furriel, de sugestiva máscara, le aporta a su Marcial, el asesino, una vital cuota de misterio.
En “Un paraíso para los malditos” (Argentina, 2013) nada es lo que parece. Hay una persona que toma un trabajo de esos que nadie quiere y que solo se acepta por una necesidad extrema, o por, como este caso, un fin ulterior. También hay una mujer, encargada del mantenimiento del corroído y abandonado edificio en el que esta persona acepta el trabajo y que se roba botellas de desinfectante mientras espera la llegada de un príncipe azul que la saque de su tedio. Y además, del otro lado del edificio, hay un viejo, tan patético como se le permite ser patético a alguien, que además de estar preso de su propia locura e ignorancia está abandonado y en estado calamitoso. Con esta tríada Alejandro Montiel (“Extraños en la noche”) construye uno de los relatos más sórdidos y a la vez filosóficos e interesantes sobre la soledad en el siglo XXI que el cine nacional haya producido hasta el momento. “Un paraíso para los malditos” tiene a Joaquín Furriel como Marcial, la persona que acepta ser sereno de una fábrica abandonada y que espía, a modo de “La Ventana Indiscreta” a todos los vecinos del barrio. Mientras conoce los movimientos y captura en un pequeño cuaderno los mismos, en la soledad de la noche imagina y sueña con mundos mejores, o es lo que creemos, hasta que en un rapto de locura asesina a una persona que habita la casa lindera a la fábrica. Allí también vive un viejo, senil, del cual Marcial desconocía su existencia, y como quien no quiere la cosa termina haciéndose cargo y lo cuida, porque en ese anciano encuentra a alguien para dedicar su amor y existencia. Mientras va y viene de la fábrica abandonada a la casa lindera inicia una relación con Miriam (Alvarez), una relación de sexo casual y frenético, de descarga. Pero nuevamente se involucra emocionalmente con el “otro” y quiere sacarla de su infierno personal (el ex marido la golpea). Estos “malditos” a los que hace referencia el título son personas que en la necesidad del otro encuentran su verdadera razón de ser. Sin el otro que lo completa no son nada. El director cuenta la historia con un estilizado uso de steadycam y travellings que acompañan a los actuantes durante los recorridos por los espacios oscuros y lúgubres. Para profundizar esto y darle una mayor verosimilitud, los colores escogidos son los azules, azules que se cuelan por las ventanas, esas ventanas que además son el punto de conexión con el afuera. Un afuera que los persigue y amenaza y sobre el cual pondrá un escudo para protegerlos de aquellos que quieren dañarlos. Con grandes actuaciones de Furriel (La sorpresa de la película) y Alvarez, y un papel un tanto exagerado de Urdapilleta (por momentos el anciano se confunde con Mamá Cora de Gasalla), “Un Paraíso…” tiene momentos muy logrados que la acercan a “Un Oso Rojo” de Caetano y al mejor policial negro y desolador argentino
La lógica diría que la suma de buenos ingredientes deberían dar por resultado un producto satisfactorio, sin embargo esto es cine, y la lógica suele no aplicarse; una de suma de buenos ingredientes pueden fallar sino se los conjuga bien, si falta ese algo, ese toque que nos convenza. En su sexto largometraje (incluyendo el documental Chapadmalal), Alejandro Montiel se adentra por primera vez en un argumento que mezcla el drama con lo policial (esto ya lo había intentado en clave de comedia con Extraños en la noche) y se puede decir que las intenciones y las expectativas creadas no eran negativas. Narrar un film oscuro, con pocos personajes, una historia fuerte, y con un duelo actoral envidiable era un compromiso de por sí para Montiel, teniendo en cuenta que detrás cuenta con buena producción. Marcial (Joaquín Furriel) entra a trabajar como sereno en una fábrica, hombre de pocas palabras y gestos adustos, uno adivina un pasado complicado. En realidad, el trabajo de sereno es una fachada, Marcial es un asesino a sueldo a cargo de un narcotraficante, y está ahí para cumplir con uno de los pedidos. Marcial entra a la casa de su víctima, lo liquida sin más, pero descubre que en una habitación se encuentra el padre de su víctima (Alejandro Urdapilleta), casi postrado, y con una senilidad galopante. Algo hace que Marcial se apiade, se haga pasar por su ajusticiado ante la demencia del padre, y lo cuide de todas formas, en definitiva se haga cargo de él. Mientras, Marcial también encuentra asilo amoroso en Miriam (Maricel Alvarez), la encargada de la fábrica, que con toda inocencia lo mete en su vida y hasta le confía a su pequeña hija. ¿Podrá Marcial encontrar redención? ¿Lo encontrarán los resabios de su pasado y su vida oscura?Como es habitual en su cine, Montiel se encarga tanto de la dirección como del guión, pero esta vez no logró plasmar los dos aspectos conjuntamente. Si bien la dirección de actores, la elección de los personajes principales, y la puesta en escena y creación de clima es correcta y muy prolija; el guión, por otro lado, hace aguas más de una vez. En cuestiones técnicas se nota cierta producción, un cuidado en la fotografía, y hasta cierta forma de narrar en imágenes. Pero el guión plantea incoherencias como que una persona pueda enamorarse y confiar en su bondad ciegamente de una persona que prácticamente no habla, no produce gestos y demuestra el menor cariño hacia su potencial pareja. Por otro lado, no se entiende la necesidad de cargar al personaje de Urdapilleta (de lograda interpretación) de cierto patetismo e imágenes escatológicas de dudoso gusto, como si estuviésemos frente a La Nona en versión masculina. Hay un interés de hacer un drama policial for export, esfuerzos puestos por demostrar producción en un film de esencia pequeña, pero la suma de fallas en el ensamblado terminar por aguar un resultado final que se esperaba mucho más prometedor.
Las actuaciones son el fuerte de un extraño policial Este es el típico film que intriga por raro y sin dudas luce original, pero que no termina de resultar realmente eficaz. Se trata de un policial algo metafísico sobre uin tipo solitario que comienza a trabajar como sereno de una típica fábrica de los suburbios bonaerenses, y que una vez mezclado en un homicidio, se dedica a ocuparse casi de golpe de una familia que quizá sea la suya, empezando por un padre con demencia senil. Los climas elegidos por el director de la comedia policial "Extraños en la noche" por momentos están más cercanos al fantástico que al policial, y ante el hermetismo general, lo que no deja duda es que el espectador siempre tiene algo interesante que ver, desde la excelente fotografía de Sol Lopatin, y el muy buen montaje especialmente en las logradas escenas de acción y violencia- y la adecuada música. De todas maneras, el fuerte de la película son las actuaciones, ya que Joaquín Furriel sostiene su enigmático personaje a base de talento, y de un gran esfuerzo de composición, entendiendo lo complejo de aparecer como protagonista casi absoluto durante la mayoría de las escenas del film. Y en el elenco también se destaca Alejandro Urdapilleta como el padre que con su senilidad ayuda a permitir la confusión en la que se basa la trama. El trabajo de Urdapilleta es excelente, aunque el peso de la película recae en Furriel. Sin duda es uno de los motivos para ver un film con varias cualidades aunque finalmente con resultados más extraños que realmente buenos.
Este es uno de esos productos que comienzan a venderse desde los afiches publicitarios en la vía pública, el mismo compuesto con una muy buena imagen del protagonista, el titulo del filme, y una leyenda que reza: “Qué harías para proteger a tu familia” Luego de ver “Un paraíso para los malditos” nos damos cuenta que dos de los tres elementos cumplen con lo que anticipan en tanto el tercero obviamente no, y en este punto la mentira, o el engaño, puede terminar desilusionando al espectador ya que nada tiene que ver la historia con la familia del protagonista. Claro esta que esto no es lo único que aparece como determinante desde el guión para que todo se vaya hundiendo en la incredulidad. Lo más interesante es la elección y el diseño de la puesta en escena, los climas que ésta genera, con la ayuda necesaria de la dirección de fotografía, al mismo tiempo que el diseño de sonido y el montaje clásico por donde se lo mire, pero que a partir del género de cine negro en el que se encuadra el texto sale favorecido. La otra pata de la estructura estaría en la presentación, elaboración, y desarrollo de los personajes centrales, muy representativos, bien delineados, pero breves, al mismo tiempo que bien sustentados desde las actuaciones. El relato se centra en Marcial (Joaquin Furriel), quien empieza a trabajar como sereno en el depósito de una fábrica casi abandonada, en un espacio geográfico del conurbano bonaerense donde tanto éste como el relato circulan en el límite. Se trata de un hombre ermitaño, casi un misántropo, silencioso, por momentos, sobre todo al principio que aparece como extraviado ante su propia vida. Su actuar y su devenir se presenta como normal y monótono, hasta que la fábula presenta un giro con dos hechos inconexos. Por un lado, entabla relación con una joven madre soltera, lo cual no se muestra como un gran proyecto. Luego, aparece algo del orden de la motivación del personaje para estar donde está: un asesinato y sus consecuencias que cambia su perspectiva de la vida. Ese crimen dejará desamparado a Roman (Alejandro Urdapilleta), un viejo que padece demencia senil que ni siquiera se ha dado cuenta que su hijo a muerto. Marcial se hará pasar por su hijo, al mismo tiempo que su noviazgo con Miriam (Maricel Alvarez) empieza a formalizarse, incorporando a la hija de ésta. Con el transcurrir del tiempo, no mucho, ya que se supone que todo transcurre entre nochebuena y año nuevo, los cuatro intentaran conseguir constituir algo parecido a una familia y con pocos elementos armar su propio paraíso. El problema es que esta altura el espectador sabe de algunos detalles, y no tanto que el conflicto que se plantea a mitad de la historia se resuelve con dos palabras o una imagen que vale como mil. El problema es que de esta manera sería a lo sumo un medio metraje, no exactamente que todo esto circule hacia el aburrimiento excesivo, sólo que deja de ser lo poco verosímil que ya era. Lo dicho, lo mejor los climas que se generan y las actuaciones, muy poco, sabiendo que en relación al cuento parece que se quedaron en la presentación de algunas buenas ideas, nada más.
Primera constatación: Joaquín Furriel debería haber nacido donde el cine de género tuviese más presente y futuro, porque parece haber nacido para eso. No necesita hablar para que parezca, en este film, una versión Conurbano del Samurai que interpretó Alain Delon alguna vez. Este hombre es un asesino, comete un crimen y ocupa el lugar del muerto. Pero también consigue una familia de la que, poco a poco, se vuelve responsable. El espectador sabe que cualquier felicidad en este terreno es efímera y que se camina por una cuerda floja; el realizador Alejandro Montiel también sabe que está en campo conocido y por eso mismo deja de lado cualquier deriva, cualquier elemento que pueda disolver las posibilidades del drama o del suspenso. Adaptada a ese tono menor, a contar un cuento lo mejor posible, lastrada quizás por algún efecto dramático de más, Un paraíso... es una película noble y precisa, de esas cuyas criaturas nos importan.
Las máscaras de los tres protagonistas de “Un paraíso para los malditos” es lo que saca a flote la película de Alejandro Montiel. El director, que venía de un paso de comedia un tanto flojo con “Extraños en la noche”, aquí apostó a otro registro, más crudo, más hermético, en un mix entre suspenso y policial. Y logró un resultado aceptable. Esta es la historia de un sereno de un galpón, Marcial (Joaquín Furriel), quien llega a trabajar a un barrio complicado y en un empleo aburrido. Y aquí se abre la primera incógnita. ¿Qué hace este joven, a quien le cuesta emitir una palabra, en un empleo de mala muerte? De a poco aparecerán las otras dos figuras clave: una compañera de trabajo (Maricel Alvarez), cálida y buena onda, todo lo contrario a él; y un anciano enfermo en franco deterioro (Alejandro Urdapilleta). Un asesinato comenzará a cambiar el curso del relato y algunas de las preguntas que se hace el espectador van encontrando respuestas, aunque no todas. Quizá Montiel se aferró mucho a esta recurrente idea de la crítica hacia el cine argentino que todo lo explica con pelos y señales. Y apostó a brindar información básica, casi al límite de lo necesario, tanto es así que muchos sentirán que, incluso al final de la película, hay temas que no terminan de cerrar. Lo jugoso es que esta propuesta de Montiel lleva de las narices al espectador de la mano de las sólidas actuaciones de Furriel, Alvarez y Urdapilleta. Ellos se cargan la película al hombro y sostienen una trama dura, que refleja cierto submundo marginal de las zonas urbanas de Buenos Aires, que bien podría adaptarse a Rosario o cualquier ciudad argentina con esas características. Quizá el guión no tiene demasiado vuelo, pero vale hacer foco en este universo de carencias y soledad.
El cineasta Alejandro Montiel se perfila como un nuevo y diestro artífice de largometrajes de género en nuestro medio. Ha transitado hasta ahora por formatos marcadamente diferentes, como la comedia grotesca en Las hermanas L, el documental en Chapadmalal y el policial romántico con protagonistas reconocidos en Extraños en la noche. Ahora, arribando a su tercer film dirigido en soledad, en Un paraíso para los Malditos Montiel incursiona decididamente en el thriller de acción con condimentos dramáticos. Aunque la acción aparezca a cuentagotas, cuando se desata, resulta potente, demoledora; y el suspenso con toques de angustia está muy presente a lo largo del metraje. El factor dramático también sostiene con firmeza una breve historia salpicada por alternativas intensas que van alimentando la narración. El personaje principal es una suerte de actor de los submundos que asume dos personalidades, una como el sereno en un depósito de una fábrica del conurbano, y otra cuando pasa a ser el hijo de un hombre postrado y con trastornos. Habrá crímenes, amor y una suerte de “familia” ficticia que funcionará para él como una compensación afectiva, una razón para existir y luchar. Interesante en su formulación, el film no logra superar algunos huecos dramáticos y narrativos, pero se redime en su excelente criterio estético y los magníficos climas audiovisuales que logra. Notable Joaquín Furriel como el taciturno y contenido protagonista, muy bien acompañado por la verosímil Maricel Álvarez y un despojado Alejandro Urdapilleta.
Un salto hacia la escena del crimen El ritmo del film deambula por un pausado y repetido tiempo, que acentúa el carácter del protagonista y al mismo tiempo potencia cierto nivel en la espera: El público desde ciertos indicios, comprende que algo de lo inesperado comenzará a ocurrir. Debo reconocer que no vi este film en la semana de su estreno, cuando se ofrecía simultáneamente en varias salas. El desteñido y negativo recuerdo del film anterior de este director, "Extraños en la noche" con Diego Torres, Julieta Zylbeberg y Julian Vena, me llevó a que la dejase pasar sin intentar desear saber algo más sobre esta, su nueva obra. Fue a partir de un comentario, escuchado de espaldas en la mesa de un bar, por parte de dos mujeres de mediana edad, que me sentí movido a verla. Ya Alejandro Urdapilleta, esa voz, esta escritura, este provocador talento desde los años 80, nos había dejado. Y yo recordaba las violentas peleas que había mantenido con el mismo Jorge Polaco en aquel prohibidísimo film llamado "Kindergarden", como asimismo sus textos teatrales y otras participaciones en el teatro, que me volvían, en esos días, a mi mente. Y me detuve frente al nombre de Maricel Alvarez, esta actriz que supo abrirse paso ante la prepotencia de los cánones de belleza, para defender su vocación de actriz. Recordé, entonces, su labor junto a Javier Bardem en "Biutiful" y aquellos contados minutos en el film de Woody Allen, "A Roma con amor"; sin olvidar su presencia en "Tierra de los padres" de Nicolás Prividera. Y ahora estaba el protagónico, el primer gran rol en el cine, de este actor a quien el teatro y la televisión nominaron y premiaron en más de una oportunidad, Joaquín Furriel. Ante una fotografía del film, captada en la opacidad de una riesgosa noche, su personaje, Marcial, sentado frente al volante de un auto, me llevó, de pronto, desde su lacónica presencia y su casi declarado mutismo, a los que seres solitarios que componían De Niro en "Taxi Driver" y Ryan Gosling en "Driver". Así, de esta manera, llegar a los umbrales de este inusual film de nuestro cine, "Un paraíso para los malditos", que en algunos momentos, desde el mismo personaje y desde la misma planificación de la acción guarda una cierta semejanza con "Un oso rojo" de Adrián I Caetano, me permitió repensar a la escritura del propio director, desde lo autoral; ya que este guión, a diferencia del film ya señalado, sólo lleva su firma. Y encuentro en el mismo, un relato que participa de las claves del "cine negro", entendido esto en un espacio muy amplio de referencias, que abren a numerosos interrogantes y que miran hacia momentos de los clásicos. Desde el recorrido de una mirada fuertemente subjetivizada, en la figura de este personaje llamado Marcial, rol que compone acertadamente Joaquín Furriel, quien pasa a ocupar el lugar de un sereno de una fábrica, de un depósito abandonado, en un marginal predio del conurbano bonaerense, el film de Alejandro Montiel va construyendo un planteo de intriga. Y lo va articulando desde la figura de este observador nocturno, las ventanas entreabiertas que permiten asomar a siluetas que se funden en la violencia, sus abreviadas anotaciones en un cuaderno desteñido, sucio. Simultáneamente, la fugaz presencia de una joven que limpia ese lugar (Maricel Alvarez), madre de una niña y algunos, cortantes, llamados a un celular, nos van colocando en la rueda de un destino, del que no se podrá escapar. En tanto el ritmo del film deambula por un pausado y repetido tiempo, que acentúa el carácter del mismo personaje y al mismo tiempo potencia cierto nivel en la espera; nosotros, ya, desde ciertos indicios, comprendemos qué algo de lo inesperado comenzará a ocurrir. Y así, en el medio de la noche, hay un mandato que asume el peso de la trama y nuestro personaje asume otra conducta, a través de un salto que se proyecta hacia la escena de un crimen. En una atmósfera que ha permitido captar esa sórdida y patética luz, con un destacado trabajo de montaje, "Un paraíso para los malditos" nos va a llevar, desde una muerte por encargo, a otras situaciones que se juegan desde un simulado y tácito cambio de iden tidad en historias de seres desesperados, caídos en el olvido, dominados por la soledad. Personajes que en esa situación límite, entre el miedo y la enfermedad, las amenazas y la precariedad, se van a permitir soñar otra realidad. Y aquí, desde un cuadro de demencia senil, es donde entra en escena este personaje Román, compuesto en su última actuación por Alejandro Urdapilleta. Y más allá de algunas observaciones que pretenden igualarlo a la de Pepe Soriano en "La Nona" o a la de Gasalla en su mítico rol de Mamá Cora, lo cierto es que su composición, desde mi punto de vista, será recordada. Sí, su Don Román, unido ahora a esta otra historia que lo rescata del maltrato y del abandono, pasará a moverse, como la de los otros personajes, calibrados en su actuación, en ese territorio de frágiles límites. Una felicidad que se comenzó a orquestar en las orillas, desde ese encuentro de manos y de cuerpos desmayados, desde los rostros hieráticos, heridos. Y desde otra identidad. Esa felicidad, ese paraíso construido a medias, que ahora, desde el llamado de un celular revela lo más efímero de la existencia, lo más temido frente a lo que se comenzó a amar.
Un lugar donde quedarse En este film maduro y arriesgado, poco ha quedado de “Extraños en la noche”, aquel policial romántico de 2011, con toques de humor y comedia musical glamorosa, con el cual el realizador Alejandro Montiel se hizo conocer por los circuitos del cine comercial. De un fugaz paso por la comedia light de tono rosa, aquí el director apuesta a otro registro, más crudo y hermético, logrando un resultado sorprendente donde conviven el thriller psicológico y el drama filosófico. El protagonista absoluto del film es Marcial (Joaquín Furriel), un asesino a sueldo que anda detrás de su presa, trabajando como sereno de un depósito semiabandonado en los márgenes de la ciudad. Ese oficio le permite vigilar a su próxima víctima desde una perspectiva que recuerda a “La ventana indiscreta” de Hitchcock. Cuando aparece su objetivo, se desliza armado hacia la vecina casa del hombre buscado que tiene aproximadamente su edad y su cuerpo, y lo mata. Inesperadamente descubre en la otra habitación a un viejo postrado y con demencia senil que no se dará cuenta del cambio (Alejandro Urdapilleta), y al que empezará a cuidar como una suerte de padre sustituto. La película comienza como un thriller de género, pero adquiere su grandeza cuando se muestra como un drama existencial donde caben todas las preguntas acerca de la orfandad y la indigencia moral del hombre moderno. No es casual que uno de sus grandes protagonistas sea Furriel, quien tan bien interpreta los personajes de Samuel Beckett. Hay algo de “Final de partida” en ese espacio cerrado y silencioso, siempre atemperado por el humor negro, donde el tiempo se desdibuja en un suceder de días y noches, aunque siempre sepamos que es un retazo cronológico entre los festejos de la nochebuena y el año nuevo. La única mujer de la historia (Maricel Álvarez) es la encargada de la limpieza del inhóspito lugar, la que también opera simbólicamente en la transformación del asesino, como si la lavandina con la que borra la suciedad alcanzara al corazón del guerrero. Con esta joven madre soltera y su niña, Marcial conformará una suerte de familia inestable y absurda pero feliz a su manera. Más allá de las palabras En la primera parte del film casi no hay diálogos pero alcanza con el rostro de Furriel para sumergirnos en el universo íntimo de un hombre casi sin vida propia, al que le llegará sin proponérselo una segunda oportunidad. Como solamente sucede en las obras de arte más profundas, se despliegan los grandes temas del hombre: la soledad, la vejez, la decadencia física, la locura, la muerte, el amor, la compasión, la pregunta por Dios y su lugar en el mundo de nuestros días. Gran parte del relato se construye con silencios donde el suspenso se mezcla con la incertidumbre y los gestos dicen más que las palabras. Recargada por algún efecto dramático tal vez prescindible, “Un paraíso para los malditos” es una película noble, intensa y precisa, con personajes inolvidables y conmovedores, para quienes su universo marginal de carencias y soledad de repente empieza a cobrar sentido. Ese proceso lo lidera Marcial (nunca mejor puesto el nombre, que significa guerrero) como héroe trágico que abraza su destino sin lamentar nada (como la canción final de Piaf, magníficamente adaptada y cantada por Florencia Arce). Interesante en su formulación, el film no está exento de algunos huecos narrativos pero cuando la acción se desata, resulta potente y demoledora. Se disfruta de su excelente criterio estético y los magníficos climas audiovisuales que logra con imágenes en penumbras, situaciones conducidas por la música y una alta dosis de intriga y violencia que obran por contraste con el frágil paraíso encontrado donde menos se lo espera.
A veces tiene que llegar una película para que otra florezca en el recuerdo. Me pasó mucho este año con “El secreto de sus ojos”. La obra maestra de Campanella es una película de género, clásica, con mucha ambición. Terminó por ser una gran experiencia, más para todos los que pudieron verla en cine, pero lo cierto es que la película se vuelve única cuando vemos otras que nos recuerdan sus virtudes. En “Un paraíso para los malditos”, Marcial (Joaquín Furriel, muy lejos de sus últimos grandes trabajos en teatro y su “Turco” en “Sos mi hombre”) decide adoptar la vida de otra persona y sus razones no son claras aunque luego pueda esbozarse una interpretación. Lo que sí está claro es lo que la película quiere ser. No vale que por ser una película de género y de recursos clásicos nos permitamos ser menos críticos con sus obvias intenciones o sus lugares más comunes. ¿Se acuerdan de “Todos tenemos un plan”? Así, de título largo como esta. Estaba Viggo Mortensen, Soledad Villamil, Daniel Fanego, Sofía Gala (lo mejor del film) y una envidiable producción que se fue a filmar al Delta. Ahora que recuerdo, al igual que esta, aquella era una película traicionada, superada por sus intenciones. Cuando las intenciones están en primer plano hay que procurar no estar descuidando la historia. Nos damos cuenta que "Un paraíso para los malditos" prioriza las intenciones cuando podemos contar mucho sobre cómo está hecha la película, sobre su estado de ánimo o sobre los climas que logra pero no podemos decir nada sobre lo que pasa dramáticamente. ¿Cómo cuento de qué se trata este film si pesa más el clima que el film quiere lograr que lo que viven sus personajes? ¿Cómo va el espectador a justificar sus decisiones dramáticas más fuertes si nada lo prepara para esas situaciones? Vayamos a otro universo terminológico y supongamos que todo film tiene una “pose”. “Un paraíso para los malditos” estaría posando desde los siguientes lugares. Si Alejandro Urdapilleta es un buen actor para hacer de loco, porque se lo asocia con ese tipo de rol, entonces lo ponemos a hacer de loco. Si Furriel puede hacerse el tipo duro para demostrar algo más de carácter (es un problema y un desafío con el que batallan la mayoría de las estrellas de televisión cuando buscan un mayor reconocimiento y hacen sus proyectos en cine y teatro; da para rato), pues démosle el papel de duro. Y que el tono de la película sea misterioso, lúgubre, macabro…completar a gusto. Como a mí me parece que el film posa, ninguno de estos elementos, por efectivos que puedan ser, me transmiten la mínima verdad. Atención, que la película no quiere asumirse en pose, por eso avanza firme y segura. Pero está posando. El final del film sentencia su propia forma de realización. Es tan abrupto e injustificado como cada paso que avanza en la trama, aunque la película esté convencida de lo contrario; los cabos quedan más sueltos que en el thriller promedio; los diálogos son de una solemnidad que la película intentó esquivar con economía de recursos cuando era en verdad parte de su naturaleza.