Sobre el exterminio focalizado. ¿Qué sería de nuestra vida sin las reinterpretaciones históricas que tan a menudo nos ofrece el séptimo arte? Definitivamente nos quedaríamos sin un vendaval de “imágenes ilustrativas” de muchos acontecimientos de la más variada índole, a veces orientadas a la ratificación de determinadas perspectivas y en otras ocasiones negándolas con gran vehemencia. De hecho, esa “gran vehemencia” de décadas pasadas ha ido desapareciendo al ritmo de la licuación paulatina de los preceptos militantes de antaño, esos mismos que fueron reemplazados por un “medio pelo” relativista que busca la eterna reconciliación en pos de finiquitar discursivamente disputas que en la praxis están más candentes que nunca. Así las cosas, al cinéfilo que asume su responsabilidad ideológica no le queda otra que conformarse con films prolijos como Un Pasado Imborrable (The Railway Man, 2013) y aceptar que epopeyas lacerantes como 12 Años de Esclavitud (12 Years a Slave, 2013) constituyen una excepción a la regla general. Hoy hablamos de una propuesta “correcta” a nivel político que analiza la construcción durante la Segunda Guerra Mundial del ferrocarril que une Tailandia y Birmania a expensas de los prisioneros de los campos de concentración montados por los japoneses en la región. Con vistas a profundizar la campaña del Eje en Asia, para el tendido de las vías se utilizaron hombres que fueron reducidos a la esclavitud. Cuando nos topamos con una nueva película que nos presenta a un norteamericano o a un británico como víctimas del “exterminio focalizado” del momento, no podemos más que sonreír sabiendo que los gobiernos de esas naciones fueron los verdaderos “pioneros” modernos en la materia, los primeros en el infame “genocidio filipino” y los segundos durante las “guerras de los bóeres” en Sudáfrica, dos conflictos de fines del siglo XIX en los que dichos regímenes imperialistas asesinaron a miles de ciudadanos indefensos. Como no podía ser de otra manera, aquí la trama se centra en un inglés, el taciturno Eric Lomax (Colin Firth), un ingeniero que fue torturado salvajemente por las fuerzas de ocupación. La realización comienza con un “esquema romántico” en función del encuentro fortuito de Eric y Patti (Nicole Kidman) en un tren y su relación posterior, continúa como un drama bélico cuando luego del matrimonio aparecen los primeros comportamientos erráticos del esposo, lo que reenvía a flashbacks varios del enfrentamiento a través del relato de Finlay (Stellan Skarsgård), el mejor amigo de Eric, y finalmente termina bajo el devenir de un thriller de venganza acorde con el “descubrimiento” del paradero actual del principal responsable del martirio según el protagonista, Takeshi Nagase (Hiroyuki Sanada), el traductor oficial de la Kempeitai -la policía militar- del campo de concentración de turno. Precisamente la estructura del convite es uno de sus rasgos más interesantes, ya que gracias a las alusiones a La Muerte y la Doncella (Death and the Maiden, 1994) logra esquivar los clichés acerca de las “cicatrices de guerra”. Otro factor que compensa el automatismo sereno del director Jonathan Teplitzky y ciertos diálogos un tanto anodinos del guión de Frank Cottrell Boyce y Andy Paterson, a partir del texto del propio Lomax, es el excelente desempeño del elenco, con una prodigiosa Kidman a la cabeza: sobre sus hombros recae el “peso emocional” de la crónica porque Firth se mueve con un semblante semitrágico que cumple dignamente aunque nunca llega a deslumbrar, al igual que la obra en su conjunto…
A partir de un best-seller, Teplitzky lleva a la pantalla una historia anclada en la Segunda Guerra Mundial que, como muchas películas en las que se tematiza este tipo de sucesos, trae emparentado un trasfondo de superación y lucha. Sin embargo, el mensaje de redención que atraviesa Un pasado imborrable impacta en la medida que se trata de una historia real que el director logra potenciar con astucia. En un tren, como la mayoría de los acontecimientos que atraviesan la vida de Eric Lomax (Colin Firth/Jeremy Irvine), inicia una cálida historia de amor que deviene rápidamente en un oscuro y turbulento recorrido por el pasado sin resolver del protagonista. De esta forma, a partir de permanentes cambios temporales, se hilvanan las memorias de un ex combatiente británico que, apresado por soldados japoneses durante la guerra, es expuesto a macabras torturas. Años después y con ayuda de su mujer Penny, interpretada por Nicole Kidman, Lomax intenta resignificar las traumáticas vivencias que condicionan su presente viajando a Asia en donde se expondrá a sus fantasmas más temidos. Si bien en la construcción temporal existen desequilibrios en los escenarios construidos como resultado del abuso de secuencias largas seguidas de tomas cortas, las escenas están llenas de tensión y logran por medio de la carga emocional reponer la sutil desconexión narrativa. Asimismo, la variación de climas felices y tenebrosos por los que fluctúa la película es lograda con acierto a través del contraste entre tomas abiertas y focos que, mientras oscilan entre tonalidades verdosas, se contraen hasta cerrarse del todo. Estos recursos, además de brindar un tinte poético, compensan los desajustes espacio-temporales al mismo tiempo que colaboran aportando ritmo al relato. Pese a la emotividad propia de los hechos contados y al ruido que pueda hacer un “final feliz” atravesado por el perdón y la proclamación de paz interior del protagonista, el relato destaca por su capacidad de conmover sin efectuar un uso vicioso de los golpes bajos que caracterizan los relatos bélicos. Paradójicamente, el director contribuye de esta forma a reforzar el sentido y a mantener en la superficie el carácter verídico de la historia, que de una forma muy respetuosa lleva al espectador aún en los momentos más siniestros a recordar que ese hombre de la pantalla es real. Es por esto que, pese a la ausencia de interpretaciones destacables –aunque no por eso insatisfactorias– así como de grandes despliegues técnicos y fotográficos, Un pasado imborrable se percibe como una película correcta en términos morales pero también cinematográficos a partir del trabajo de Teplitzky.
Encuentro con el verdugo Varias referencias cinéfilas sobrevuelan este intento de drama bélico, Un pasado imborrable (The railway man), basado en un hecho verídico que se remonta a la construcción del ferrocarril que conectaba Tailandia con Birmania como parte de la estrategia de los japoneses al haber ocupado territorio y utilizado mano de obra esclava –se especula que fueron 400.000- compuesta por soldados británicos, norteamericanos, entre otros. Ya en el film de David Lean El puente sobre el río Kwai (1957) se aborda el acontecimiento desde sus aristas más dramáticas, pretensión cumplida a medias en este caso a partir de un relato fragmentado entre presente y pasado mediante el uso de largos flashbacks correspondientes al punto de vista de un personaje que cuenta la historia, Finlay (Stellan Skarsgard) a la esposa de Eric Lomax (Nicole Kidman y Colin Firth respectivamente). Ambos se conocieron azarosamente en un tren, obsesión de Eric desde sus tempranos años de juventud, y en ese viaje corto pero de intensidad nació la atracción devenida romance y posterior casamiento. Sin embargo, a esa apacible vida matrimonial sin sobresaltos se le antepone abruptamente la conducta errática de Eric, sus pesadillas sobre su pasado como prisionero de los japoneses y una serie de secretos que comienzan a revelarse y que implican para su esposa el desafío de conocer su otra cara. Es en ese sentido donde el apartado romántico, sugerido desde el comienzo y con las referencias a los trenes y a filmes como Breve encuentro (1945), se ve rápidamente desplazado por las atrocidades de la guerra y la experiencia traumática del sobreviviente tras las numerosas torturas del enemigo japonés y más precisamente por la Kempei, policía secreta japonesa, reducida únicamente a la figura de un antagonista como Nagase Takeshi (Hiroyuki Sanada), quien intenta quebrar la voluntad del joven Eric al sindicarlo como espía por haber encontrado un mapa de las vías férreas en cuestión. El tratamiento políticamente correcto de este periodo bélico llama profundamente la atención en primer término por decidir equiparar en cierto sentido al torturado con el torturador para dar apertura a una reflexión sobre las heridas y cicatrices de la guerra, despojar la vertiente vengativa cuando la idea de venganza no conduce a nada y mucho menos devuelve el pasado y el tormento vivido en aquellos años. Podría decirse que Un pasado imborrable se encuentra en términos cinematográficos en las antípodas de 12 años de esclavitud, pero no desde un sentido meramente estético por la liviandad de sus imágenes sino conceptual por el tratamiento de la historia y sus personajes convirtiendo por ejemplo en víctima al victimario. El director australiano Jonathan Teplitzky dirige con corrección a sus actores aunque no alcanza a explotar nunca el drama y las contradicciones humanas, como es de esperarse en una historia contada desde la mirada de su protagonista. Nicole Kidman cumple en su rol de esposa sorprendida pero se ve opacada por el flemático Colin Firth un tanto sobreactuado al momento de enfrentar a su enemigo en el presente cuando el camino de la redención parece tener la vía despejada.
Llega a la cartelera porteña, con una considerable demora, "The Railway Man", drama post-bélico protagonizado por Colin Firth y Nicole Kidman, dos galardonados con el Oscar en su momento. Su trama está basada en la vida en cautiverio de Eric Lomax, un oficial británico que fuera atrapado y torturado en Singapur por tropas enemigas en 1942 y se conecta con el presente, donde el personaje principal, sufre las consecuencias psíquicas y emocionales de aquellos eventos. Eric (Firth) se enamora y se casa con Patti (Kidman) en pocos pasos. Parece un hombre de secretos, pero la convivencia destapa las secuelas del pasado. En aquellos días de cautiverio, nuestro caballero inglés había trazado un recorrido de la vía del ferrocarril que estaban construyendo los nipones, por lo cual sus captores lo entregaron a la Kempei, policía encargada de obtener información, con métodos... ya conocidos. Ahí estaba un joven llamado Nagase Takeshi (Hiroyuki Sanada, adulto después) quien tuvo a su cargo el proceso, dejando un recuerdo poderoso y siniestro en Eric. El logró salir con vida de allí, pero el precio fue altísimo y esas sensaciones hoy lo acosan a cada paso del camino. Años más tarde, un colega (Finlay, jugado por Stellan Skarsgård) le trae una extraña información: Takeshi está vivo y sigue trabajando en relación con los ferrocarriles, que ahora son una atracción turística. Eric no tendrá reparos en ir a buscarlo para saldar cuentas, en un viaje plagado de sentimientos encontrados que no dejarán indiferente al espectador. Los protagónicos, Firth y Kidman, están sólidos y transmiten lo justo en cada escena. La reconstrucción bélica de la Segunda Guerra Mundial también luce lograda e intensa pero el mayor inconveniente que tiene "The Railway Man" es la óptica con la que se encara la cuestión. El australiano Johnathan Teplitzky (sin muchos buenos antecentes en la dirección) registra con prolijidad, eligiendo no desbordar ni golpear fuerte, en ningún momento, a su audiencia y quizás peca por tomar demasiada distancia en el enfoque. A pesar de ser un tema fuerte (es un drama tremendo), nunca sentimos en la butaca ese temblor que emana de la fibra de una buena producción. Con aceptables rubros técnicos y un ritmo lento, pausado y sereno, "Un pasado imborrable" llega a la línea de llegada con lo justo. Es una cinta que de no haber contado con semejante elenco, seguramente no habría llegado a sala, a pesar de que la historia es muy interesante. Para amantes de los dramas históricos, exclusivamente.
Un pasado imborrable es un film que sin duda merece su visión para poder conocer esta historia de reconciliación, aunque obviamente desde el punto de vista de Hollywood. Las actuaciones de los protagonistas le dan una gran fuerza a esta historia basada en hechos reales, narrada con flashbacks para que ...
Historia de reconciliación Un hombre apasionado por los trenes (Colin Firth) lleva una vida tranquila y de perfil bajo, como muchos otros veteranos de guerra. Pero detrás de su personalidad, algo extraña, asoma un pasado terrible como prisionero de guerra durante la Segunda Guerra Mundial. Llega a casarse, pero su esposa (Nicole Kidman) descubre que en su marido habita un trauma que parece imposible de sanar. Los recuerdos surgen y el protagonista parece destinado a la locura, abrumado por las imágenes de las torturas que sufrió estando prisionero. La reconstrucción de época es impecable y las imágenes son bellas y muy cuidadas. Sin embargo, la prolijidad de esta gran producción no alcanza para crear una película de gran interés. Todos cumplen con su tarea, pero ese profesionalismo no necesariamente lleva a una obra de grandeza. Más interesante que profunda o compleja, Un pasado imborrable tiene algunas reminiscencias del clásico británico El puente sobre el río Kwai (1957), hasta el mismísimo puente aparece en una escena. Pero no hay aventuras aquí, solo un drama intenso, con flashbacks de la Segunda Guerra Mundial. La película es grande, pero no hace hincapié en el despliegue de producción en ningún momento. Un pasado imborrable es una historia de reconciliación. Para el protagonista la única manera de construir una vida plena es enfrentarse a ese pasado y perdonar. Sin perdón no hay futuro, sin reconciliación no hay esperanza. La película tiene el extra de estar basada en un hecho real, lo que si bien no aporta méritos artísticos, consigue emocionar en los planos finales de la trama.
Sepultar el pasado, tarea imposible Puede decirse que es edulcorado, empalagoso y también tenebroso. Pero algo importante justifica su visión. Porque este drama romántico sobre las huellas del tiempo, hecho con gran despliegue artístico, fotografía exquisita, algunas escenas fuertes, incómodas, y artistas famosos (Colin Firth, Nicole Kidman, Hiroyuki Sanada, Stellan Skargard, los jóvenes Jeremy Irvine y Tanroh Ishida), ilustra un asunto más que vigente, y plantea un fuerte elogio del arrepentimiento y el perdón. La obra está basada en la autobiografía del ferroviario Eric Lomax, un escocés que durante años sufrió pesadillas y ataques de pánico hasta que hizo las paces con el japonés que lo había torturado reiteradamente durante la II Guerra. Nada menos que esa, es la historia. Se combinan entonces dos épocas: 1942-45, en la prisión de Kanchanaburi, Tailandia (tumba de unos 26.000 prisioneros), y 1980-82, en un lindo pueblo costero de Northumberland, cuando el hombre, ya grande, se casa y su esposa le ayuda a decir lo que hasta entonces había sufrido en silencio. Luego vendría el paso decisivo. Ese paso tuvo lugar junto al actual puente sobre el rio Kwai, el mismo de la novela de Pierre Boulle famosamente llevada al cine por David Lean. Junto a ese puente, Lomax se encontraría al fin con el oficial retirado Takashi Nagase, su ex torturador, "un hombre desecho que no paraba de estremecerse y sollozar pidiendo disculpas", según cuenta en su libro. Desde hacía años, Nagase, convertido al budismo, iba buscando a sus ex prisioneros, para disculparse y ayudarlos a encontrar los restos de sus compañeros muertos en la selva. Lógicamente, nada fue fácil para ellos (tampoco para la película, que llevó quince años de prórrogas por razones presupuestarias). Vale la pena recordar ahora algunos párrafos de una charla que tuvimos en 2013 con Patricia Wallace, viuda de Lomax. "En 1945 nadie quería recordar las penurias, los Aliados estaban borrachos de gloria. El stress de los veteranos de guerra no se trató. Nunca se trata. Se quedan solos, con el recuerdo de las cosas horribles que sufrieron. Mi marido decía que las heridas del cuerpo se curan más o menos rápido, pero las heridas de la mente obligan a un viaje muy largo. Además, el recuerdo de las torturas es espantoso. Las palabras no te dan una idea. Y muchas cosas que él sufrió no están en la película porque si estuvieran nadie iría a verla". "Después de la reconciliación él trabajó en un instituto para recuperación de torturados, e impulsó The Forgiveness Project. Y cuando publicó su libro, muchos otros veteranos sintieron que al fin tenían permiso para poder hablar. Así lo comentaron varios médicos". "El perdón no es algo que surge de la noche a la mañana", siguió. "Pero él fue sintiendo que el odio era inconducente. No podía dañar a las personas que odiaba, sino a sí mismo. Yo veo que es posible pasar y seguir adelante, sea lo que sea que atravesemos en la vida, si estás dispuesto a soltarte del pasado. Cuando se encontró con Nagase empezó a sentirse en paz. Con el tiempo los dos matrimonios nos hicimos relativamente amigos. Ahora el señor y la señora Nagase murieron, Eric también murió. Sus últimos años fueron en paz". Para interesados, se recomienda rastrear también los libros de memorias del propio Nagase, "Crosses and Tigers", y de otro prisionero, Ernest Gordon, "Through the Valley of the Kwai", el documental "Enemy, My Friend?", de Mike Finlason, 1995, que registra el encuentro de Lomax con Nagase, la película sobre el caso Gordon "To End All Wars", y una gran obra japonesa sobre el pago de culpas: "El arpa birmana", de Kon Ichikawa, versión 1956.
Con la prestancia de Colin Firth El escocés Eric Lomax, autor de la novela autobiográfica en que se basa esta película, fue soldado británico en la Segunda Guerra Mundial. Fue capturado por los japoneses y torturado por la Kempeitai (policía militar del Ejército Imperial) en un campo de concentración en Tailandia, donde los prisioneros eran obligados a construir el tren Tailandia-Birmania (en este hecho histórico se basó también Un puente sobre el río Kwai, de David Lean, con William Holden y Alec Guinness). Lomax es interpretado por Colin Firth en el presente del relato (1980), y por Jeremy Irvine (el protagonista humano de Caballo de guerra, de Steven Spielberg), en el pasado de 1942 y 1943. La historia de vida de Lomax es real, y eso es clave para que la película se revista de la potencia que logra en varios pasajes. Un pasado imborrable presenta al Lomax de 1980 como un personaje taciturno, obsesionado y fascinado por los trenes, y a la vez duramente perturbado y atormentado por un pasado que no puede olvidar ni tampoco procesar para poder seguir adelante con su vida, en la que ahora hay una mujer (Nicole Kidman) a la que, claro, conoció en un vagón de tren. La película intercala las dos épocas mencionadas y presenta pacientemente las emociones en ebullición -pero contenidas- de Lomax, apuntaladas por una actuación de Firth con su prestancia habitual; es decir, sin los molestos excesos histriónicos excepcionales de los que abusó en el El discurso del rey. En buena parte gracias a él -a su presencia confiable, a su aire respetable- y al contenido intérprete japonés Hiroyuki Sanada se llega al final de la película con potencia emocional. El segmento de cierre no sólo tiene menos desvíos que el resto de la película (esa escena de la deuda evidentemente sobra y lo prueba por su torpeza), sino que plantea -como la memorable Invictus, de Clint Eastwood- las diferencias entre el olvido y el perdón, y lo hace con eficacia y economía narrativas, casi con clasicismo. Es una lástima que unos cuantos excesos musicales y algunos planos enfáticos agreguen naftalina y blandura a un relato que cada vez que maneja la distancia, la sobriedad y la concisión revela el inagotable atractivo de las historias de vida excepcionales marcadas a fuego por la Segunda Guerra Mundial.
El protagonista es Colin Firth, un actor realmente buen que se impone aunque la película tenga defectos de narración, de tiempos distorsionados y tenga un final, que, no por ser basado en hechos reales, no toma la dimensión del perdón entre un soldado inglés y uno de sus torturadores en la segunda guerra mundial.
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Soñando con el Oscar La cosa pudo haber sido más o menos así: había una vez un director australiano llamado Jonathan Teplitzky que todas las noches soñaba en su cama anhelando la gran velada en la que se llevaría un Oscar. Tantas ganas tenía de irse del Kodak Theatre con las manos cargadas que decidió idear una película que siguiera el ABC del canon de la Academia. Así, lo primero que hizo fue buscar una historia real, cuestión de adosarle el siempre magnético based on a true story a los créditos iniciales. Pero no cualquier historia, sino una que izara las banderas de la tolerancia y el perdón, dos valores que en Hollywood cotizan más que la soja en el mercado de Chicago. “Para eso nada mejor que una enmarcada en una guerra”, pensó el oceánico. Y si se habla de guerra, que fuera la madre de todas ellas, es decir, la Segunda Guerra Mundial, con sus escenarios transcontinentales, el maniqueísmo de cajón y las mil y un gestas heroicas documentadas y dignas de recreación cinematográfica.Un día, leyendo y leyendo para dar con algún dato que pudiera convertirse en oro oscarizable, Teplitzky encontró la novela autobiográfica de un tal Eric Lomax. “Eureka”, gritó. Allí estaba todo: el escocés había combatido en el frente asiático hasta que fue capturado por los miembros de la Kempeitai (la policía militar del Ejército Imperial, entidad ideal para encarnar al diablo en la Tierra), quienes lo llevaron a un campo de concentración en Tailandia donde no sólo lo torturaron de lo lindo, sino que usaron su fuerza y la del resto de los prisioneros para la faraónica construcción de un tren que uniera Tailandia con Birmania. “En este hecho se basa El puente sobre el río Kwai; no puede fallar”, se relamió. Por si fuera poco, la trama se desarrolla en dos temporalidades (los ’40 y los ’80), habilitando el lucimiento del vestuario y los rubros técnicos, y el desenlace es de una corrección política insoslayable, un canto de cisne a la conciliación y a la superación del pasado beligerante. Inmediatamente después llamó a un actor reconocido y oscarizado como Colin Firth para el rol principal, seguramente sin saber que el británico brilla mucho más en comedias como la injustamente inédita Gambit o Magia a la luz de la luna que en este tipo de proyectos con ínfulas de trascendencia. ¿Y la partenaire femenina, la sufrida mujer que acompañará a su hombre durante el espinoso derrotero de recordar, aquella que estará siempre dispuesta a consolarlo durante sus pesadillas nocturnas? Otra actriz premiada y, para colmo de bienes, australiana: Nicole Kidman. Cuando llegaron al set, el asunto estaba ya cocinado. Simplemente había que encuadrar de forma tal que cada imagen transmitiera solemnidad y pompa. Y, ya en la posproducción, adosarle mucha, mucha música, cuestión de que para los espectadores fuera imposible ignorar la importancia del asunto. Las cosas salieron de maravillas y el resultado, pensaba el director, era redondo. Pero llegaron las nominaciones del año pasado y nada, ni siquiera alguna para los Globos de Oro entregados por la siempre generosa Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood. Apenas algunas menciones entre los críticos australianos. Teplitzky, al cierre de esta edición, seguía soñando.
OTRA VEZ EL PERDON Un veterano de guerra vive abrumado por sus tormentosos recuerdos. Tiene un buen trabajo, está casado, pero el pasado no lo deja tranquilo. Fue torturado y esas imágenes vuelven a su devastada conciencia. Es un hombre triste y sufrido. Recién al final, cuando puede ponerse otra vez frente a frente con su verdugo, encontrará una dolorosa calma. Y será desde allí, desde la reconciliación y el perdón, que podrá empezar a vivir sin rencor y con esperanza. Una historia real, lamentablemente estropeada por una realización sin fuerza ni emoción, un film de gran producción y cuidado en sus detalles, pero convencional y sin alma. Colin Firth y Nicole Kidman le agregan un distante profesionalismo a una película que, va y vuelve de la guerra y que apuesta todo al mensaje reparador de la escena final. (** ½)
Menos de lo mismo Se sabe que diciembre es históricamente flojo en cantidad –y generalmente en calidad– de estrenos, lo que da lugar a que muchas distribuidoras lancen aquellos films postergados durante los meses previos. Uno de los ejemplos de este 2014 es Un pasado imborrable. El del australiano Jonathan Teplitzky es uno de esos films que pedía a gritos ser considerada para la temporada de premios del año pasado (se estrenó en el Festival de Toronto 2013) y que, sin embargo, pasó sin pena ni gloria. La película está basada en la novela autobiográfica de Eric Lomax, un escocés (interpretado por Colin Firth) que durante la Segunda Guerra Mundial combatió en el frente asiático hasta que fue capturado por miembros de la policía militar del ejército Imperial, quienes lo llevaron a un campo de concentración tailandés en el cual no sólo lo torturaron, sino que lo obligaron a trabajar en la construcción de un tren que uniera Tailandia con Birmania. Si la historia suena conocida se debe lisa y llanamente a que lo es, ya que en esos mismos hechos se enmarcó El puente sobre el río Kwai. Claro que Un pasado imborrable está alejadísima de aquella propuesta. Jonathan Teplitzky opta por un tratamiento mucho más dramático, centrándose más en las secuelas emocionales y los traumas de Lomax que en el conflicto bélico en sí, dando pie a un dramón académico, filmado con pomposidad y siempre listo para tematizar cuestiones importantes como el perdón, la memoria y la reconciliación.
Se sabe que esta época del año es un poco una “bolsa de gatos” de estrenos cinematográficos donde muchas distribuidoras suelen tirar material que, saben, no tienen muchas posibilidades comerciales o que les ha ido mal en sus países de origen y no tienen mucha confianza depositada en ellos. Esto no quiere decir que sean necesariamente malos –muchas veces hay gratas sorpresas que para algunos distribuidores son “un clavo”–, pero las posibilidades son altas. Lo que me llama un tanto la atención es el estreno simultáneo de dos películas como ésta y HASTA QUE LA MUERTE LOS JUNTO que tienen un similar tufillo a película de los ’80. De las flojas, digo, ya que los que empezaron a ver cine en los ’90 parecen creer que en esa década sobraban las maravillas en las pantallas. Así como la película de Shawn Levy remeda ciertas malas comedias dramáticas del post LA FUERZA DEL CARIÑO, UN PASADO IMBORRABLE parece ubicarse en esa línea que se hizo fuerte en esa época y continúa hasta ahora: la película de época prolija, académica, pensada para ganar premios y que trata algún tema histórico y doloroso con decoro, elegancia y cero pasión. En este caso, sobre un tema real de la Segunda Guerra Mundial. Pero esta apuesta no resultó y pese a un elenco que incluye a Colin Firth, Nicole Kidman y Stellan Skarsgard, la película del director de BURNING MAN fue un fracaso absoluto. railway-man-the_torontoLa película esta narrada en dos tiempos. El presente es 1980 (eso hay que leerlo en las notas de prensa, porque no se nota viéndola, podrían parecer los años ’50) y allí se narra, en forma extremadamente confusa y veloz –imagino ahí unos fieros tijeretazos– el encuentro entre Lomax (Firth) y Patti (Kidman), que pasa de ser cauto y modoso a pasional en cuestión de segundos. A los diez minutos ya están casados y uno se pregunta cómo sostendrán los casi 110 que faltan. Pero lo que Patti empieza a notar una vez ya viviendo juntos es que Lomax tiene terribles pesadillas de las que no quiere hablar pero que provienen obviamente de algún trauma bélico. Es ella la que decide investigar cuál es ese trauma a través de un viejo compañero de su marido (Skarsgard) y, mientras lo hace, el filme nos empieza a contar la historia de un pelotón de soldados británicos y norteamericanos en el frente del Pacífico, prisioneros de los japoneses y obligados a construir vías de trenes en Tailandia. La segunda parte de la película se centrará en esa historia y en conocer qué fue lo que le pasó allí a Lomax que lo ha dejado mentalmente tan maltrecho. Pero el asunto recién está promediando. Una tercera parte del filme (bah, casi toda la segunda hora de la película) tendrá de vuelta lugar en la actualidad a partir de una noticia que lleva a Lomax a enfrentarse directamente con ese pasado traumático y tomar una decisión que, supone, puede recomponerlo mentalmente. No es que se trate de esas películas con sorpresas y giros dramáticos inesperados, pero mejor es no contar más que eso. Es un filme que intenta explorar un capítulo duro, violento y poco conocido de la Segunda Guerra y cuya tesis básica tiene que ver con la idea de la reconciliación, de “perdonar pero no olvidar” y otras tantas obviedades dramáticas manifestadas como si se dijeran por primera vez en la historia del cine. Todo, además, filmado con una corrección y prolijidad tan irritantes que hasta las lastimaduras y golpes parecen colocados en lugares precisos para que no desentonen en la puesta en escena. railwayA su favor, la película cuenta con un elenco de buenos actores pero que tampoco alcanzan a insuflarle vida a todo este asunto. Es que Firth es tan pero tan británico que aún su desesperación y angustias más brutales resultan medidas y controladas (el actor que lo interpreta de joven, en cambio, la pasa bastante peor). UN PASADO IMBORRABLE respira convencionalismos de cine académico por todos sus “poros”, y tal vez lo más interesante y menos explorado sea la obsesión de su protagonista por los trenes. Ese detalle, que saca a la película de su encasillamiento en la batea de “películas sobre derechos humanos” y la vuelve una historia más personal, queda reducido a un dato menor, casi de color, cuando la cosa se pone espesa. De todos modos, nunca termina nada de espesarse en esta película. A lo sumo Firth se despeina y Kidman lagrimea un poquitín. Un sufrimiento de salón distribuido por los Weinstein para picotear algún Oscar el año pasado. Nadie compró, por suerte. En los ’80, estas películas ganaban premios. Tan mal no estamos… Postdata: es la segunda película coprotagonizada por Firth y Kidman estrenada con pocos meses de diferencia, después de ANTES DE DESPERTAR (que en realidad es posterior). Se aceptan explicaciones y/o suspicacias porque, evidentemente, como pareja tienen poquísima química y en taquilla no parecen interesar a muchos tampoco…
Un subequivalente de Breve encuentro y El puente sobre el rio Kwai Eric (Colin Firth), veterano inglés de la Segunda Guerra Mundial, es un ingeniero obsesionado por los trenes (de ahí el título original de la película, The railway man, el hombre del ferrocarril). Durante uno de sus viajes en tren, en un guiño insistente a la obra maestra de David Lean, Breve encuentro, Eric conoce a Patti (Nicole Kidman) y se enamora de ella. Esta, recién casada con él, descubrirá poco a poco a un hombre preso de tormentos interiores terribles. A lo largo de flashbacks bastante torpes, con otro fuerte guiño a otra película de Lean, El puente sobre el Río Kwai, se revelará poco a poco la razón de su trauma: durante el segundo conflicto mundial, Eric, internado en un campo de trabajo japonés en Tailandia y obligado por el ocupante a construir un ferrocarril, fue sometido a la tortura. Adaptación de una historia verdadera (una más…), Un pasado imborrable sufre de una ejecución demasiado académica, tanto en su puesta en escena como en la estructura de su relato. Ese academismo termina sofocando la emoción que busca desesperadamente producir a través de efectos demasiado insistentes, como esos amplios movimientos musicales que tienen que recalcar cada clímax o ese lento travelling que nos acerca a la puerta detrás de la cual se torturaban a los prisioneros. Esa película es también bastante cuestionable precisamente en su representación de la tortura. Por lo que se muestra y cómo se muestra, todo indica que no se pensó. La combinación de tomas de vista bastante frontales con efectos visuales y sonoros que apuntan a redoblar lo que el prisionero siente bajo la tortura termina transformando esas escenas en algo muy cercano a lo abyecto. Probablemente ese sea el mayor problema de la película: quizás porque es una verdadera historia, no se tomó el tiempo de pensarla y de tomar la distancia necesaria que hubiera exigido. Ese problema culmina en la última parte y en el desenlace final, cuando Eric decide confrontarse a su pasado. Lo que pasó realmente no parece verosímil. En eso, la actuación bastante caricaturesca como el torturador de Hiroyuki Sanada (visto este año en las series de ciencia-ficción bastante fallidas Helix y Extant, sin que su actuación sea muy diferente, lo que explica probablemente esto), no ayuda. Quizás es más fácil acercarse a la verdad de una historia cuando se aleja de ella. En lugar de repetir películas “basadas en historias reales”, habría que elegir la ficción de una vez por todas, porque de todos modos siempre la realidad la va a superar. ¿Entonces para qué aferrarse a ella? En definitiva, a ese tren que toma Eric en el inicio de la película, no pasa nada si no lo tomás con él y te quedás en la estación, porque ese tren ya lo tomaste mil veces, y encima nunca llega a ningún lugar interesante. En realidad, el único logro de Un pasado imborrable es volver a despertar el interés por las películas de David Lean.
La historia se basa en hechos reales, va y viene en el tiempo, donde muestra a Eric Lomax (Jeremy Irvine/Colin Firth), de 21 años, Ingeniero de Comunicaciones y fanático de los trenes, se rinde junto a su batallón y es enviado a construir el “Las vías de la muerte” en Tailandia. Muestra el sufrimiento de muchos hombres obligados a lastimarse sus manos con las rocas, la selva, ser golpeados, pasar hambre y sufrir enfermedades tropicales. Adulto y ya casado aun lo atormentan los recuerdos del pasado y las cicatrices que quedaron abiertas. Se cuenta con una buena ambientación y dirección de arte, además de la exquisita actuación de Colin Firth.