Paternidad responsable La paternidad como necesidad es el planteo sobre el que se erige Vergara (2018), película en la que Sergio Mazza (Graba, El Gurí) trabaja, pero desde otro lugar, el tópico incursionado en el documental Natal (2010). Marcelo Vergara (Jorge Sesán) no está en el mejor momento de su vida. Cerca de los 40 años pierde a su novia y el trabajo de locutor de radio casi al mismo tiempo. Para colmo de males Vergara no es el tipo más sociable del mundo, tiene un único amigo y una familia con la que no se lleva demasiado bien. En medio de esta crisis aparece la necesidad de ser padre sin importar con quien. Si en su documental Natal Mazza abordaba el periodo gestacional de un embarazo a través de su experiencia personal, en Vergara ficcionaliza la etapa anterior vinculada con el deseo y la imposibilidad. El foco está puesto en el hombre y ya no en la mujer, trabajando sobre cuestiones como la fertilidad con total normalidad sin que la masculinidad sea puesta en duda. Marcelo se somete a una serie de estudios sin ningún tipo de cuestionamientos ni reproches. Filmada en las inmediaciones de la ciudad de Rosario, con una estética visual compuesta de planos fijos y simétricos, evitando casi por completo el plano y contraplano, Vergara se corre de algunos lugares típicos que viene trabajando el cine argentino como la inmadurez y la resistencia al paso del tiempo con personajes cuarentones que siguen actuando como adolescentes. Vergara será poco cortés, apático, tosco e individualista pero también es responsable de sus actos y maduro, aunque quiera salirse con la suya y no involucrar a los demás. Vergara es una comedia dramática en la que Mazza apuesta por el humor ácido y seco con referencias al cine de Woody Allen y Noah Baumbach, y en donde los diálogos son tan protagonistas como la banda sonora jazzística que le brinda un estilo vintage.
El cuarto de hora Cuando el cine argentino busca salirse de la norma como en el caso de este opus de Sergio Mazza, Vergara, aparecen por un lado las historias que se encierran en sí mismas y reflexionan con alguna cuota de existencialismo o metafísica, dosificada con humor, para evitar el lugar común del estereotipo tanto en lo temático como en lo que a personaje se refiere. El cine de décadas atrás jugaba con la idea de resolver conflictos en las mesas de café, escenas archi calcadas encontraban ese espacio para que el relato utilizara el pretexto de diálogos altisonantes o explicativos, con tan poca confianza en el silencio de los personajes, que sonaba realmente absurdo pensarlo. Marcelo Vergara es el nombre del protagonista de esta historia, cuarentón, anti social y con la singularidad de querer experimentar ese deseo irrefrenable de la descendencia o paternidad, siempre vinculado a las mujeres y no a los hombres. Cuando la norma cultural dicta que la paternidad para los hombres es un problema a determinada edad, Vergara expone todo lo contrario y gira el ángulo de la cámara -simbólicamente hablando- porque el conflicto del protagonista es su edad, su cuarto de hora en el que no ha tenido mucha suerte con las parejas al momento de proponer a las mujeres el proyecto de familia. Sin embargo, Marcelo tiene su ética y escala de valores, los cuales defiende ante cualquier impostura sin que la opinión ajena opaque su manera de ser y obrar. Es por eso que procura mantener un equilibrio emocional, atemperar sus ánimos y continuar remando contra la corriente. Incluso con su amigo, quien acaba de ser padre e intenta disuadirlo de su deseo. La buena elección de la banda sonora con la música de jazz, ese torbellino de notas expulsadas desde un instrumento de viento, encuentra una correspondencia con el bullicio interno de Marcelo pero no invade con su omnipresencia la película, para el desarrollo de escenas y tiempos muertos sin el aderezo molesto de la música incidental. Lo mismo ocurre con el humor asordinado y bien dosificado entre lo dramático para dotar de una atmósfera no solemne pero tampoco atravesada por la jocosidad teniendo en cuenta la característica de este personaje de pocas palabras. La elección de Jorge Sesán para encarnar a Marcelo Vergara es un hallazgo de casting que el director Sergio Mazza logra explotar gracias al entendimiento entre el actor (que supo brillar en Pizza, birra, faso) y lo que el personaje requiere de él.
Siguiendo la premisa de rodar sobre lo que uno conoce, los directores del Nuevo Cine Argentino han dedicado buena parte de su filmografía a tematizar los problemas que los sacuden. Así, hace diez años exponían las problemáticas post adolescentes y hoy, la crisis de los 40 años. Vergara, el protagonista de la última película de Sergio Mazza (Amarillo, Gallero), fue músico de rock y periodista de radio. Hoy está en caída: su novia acaba de dejarlo, no tiene trabajo y para colmo se le ha despertado un fuerte deseo de ser padre, con pocas posibilidades. Por un lado, los estudios médicos indican que su fertilidad es baja, pero -además- no tiene pareja. Y la chica con quien empieza una nueva relación es ajena a su problema. La historia no va mucho más allá: Vergara no sociabiliza, es introvertido, poco amable, y el film lo sigue en su ambular cotidiano por su casa impersonal, su nuevo trabajo en el puerto –con el que tampoco siente ninguna empatía-, sus rispideces familiares. Un personaje poco explotado, que daba para desarrollar. El sonido del saxo –no olvidemos que ha sido músico- es permanente, y no acompaña los cambios de tono ni de ritmo, que los hay.
"Te echaron de la radio, en la agencia no te dan ni pelota, te peleaste con mi mujer...", le dice un amigo a Marcelo Vergara en el inicio de esta película que asoma la cabeza como un drama, pero de a poco va matizando su temperamento con pinceladas de un humor leve, sutil e incisivo. En la vida del protagonista de esta historia -el Vergara del título, interpretado con mucha solvencia por Jorge Sesán-, todas parecen pálidas: también acaba de romper con su pareja, y aunque se sentía más pleno en su papel de locutor en un programa radial nocturno, debe resignarse a tener un empleo gris y rutinario en un puerto (el film retrata con filo y agudeza la abulia en el mundo del trabajo). Pero hay algo que lo moviliza, aquello a lo que se aferra para salvarse de un completo naufragio: su deseo de ser padre, entendido en su caso básicamente como proyecto individual ("El amor de un hijo no se termina por un capricho", explicita el propio Vergara). El director Sergio Mazza ( Natal, Graba) trabaja con soltura e inteligencia alrededor de esa motivación, que lleva al personaje a iniciar un tratamiento médico y a enfocarse decididamente en un objetivo muy concreto mientras transita por situaciones que exponen con crudeza el componente paródico que suele tener la vida del hombre común con ese ingenio que tan bien han desplegado directores como Wes Anderson, Noah Baumbach y, en la Argentina, Martín Rejtman.
Sergio Mazza con un original enfoque, la necesidad y la búsqueda de tener un hijo desde el punto de vista de un hombre, que siente que se le pasa el tiempo y no logra su objetivo. Y aún en el peor momento afectivo, ha terminado su relación de pareja, insiste en hacerse análisis y averiguar si es apto para la paternidad. Jorge Sesán con un estilo de actuación marcado por la austeridad de gestos, como lo quiso el director para su perfil de hombre parco, sincero hasta la molestia, meticuloso, casi antisocial, que siente que su reloj biológico le marca la necesidad de un vínculo, como él define: “para siempre, lejos de cualquier capricho, para toda la vida” Mazza quiso mostrarlo así, descarnado pero carente, hombre de un solo amigo, que busca una pareja para cumplir su objetivo, mientras coquetea con lo ilegal en su trabajo, a seducción de chicas y lograr, también, retornar a su trabajo como editorialista en la radio. Con un personaje tan seco es difícil que genere una empatía con el público, pero siempre es interesante una mirada original sobre el tema hijos.
Pequeño relato de alienación cotidiana Cineasta genuinamente independiente, cuyos relatos usualmente elípticos hacen gala de un minimalismo narrativo no exento de emotividad, Mazza confirma en Vergara esas predilecciones formales con la historia de un hombre que a toda costa quiere ser padre. El extraño caso del realizador argentino Sergio Mazza incluye una particular estrategia de lanzamiento: casi siempre estrena sus películas en tándem. El amarillo y Gallero, a pesar de haber sido rodadas con algunos años de diferencia, fueron estrenadas el mismo día de 2009; Graba y el documental Natal, en tanto, llegaron a las salas de cine con apenas quince días de diferencia, en 2013. Si la gran excepción fue El gurí (2015), ahora vuelve a confirmarse esa regla no escrita con Vergara, que anticipa la llegada de One Shot, anunciada para la semana próxima. Cineasta genuinamente independiente, cuyos relatos usualmente elípticos hacen gala de un minimalismo narrativo no exento de emotividad –una emotividad solapada, asordinada–, Mazza confirma en Vergara esas predilecciones formales. El trasfondo es nuevamente, como en varias de sus películas anteriores, el interior del país, en este caso la ciudad de Rosario, con predilección por sus zonas portuarias. Como en algunos de sus títulos anteriores, por otro lado, reina aquí una sensación de melancolía y desencanto, encarnada a la perfección por su personaje principal, Marcelo Vergara (un Jorge Sesán que puede pasar de la pasividad al brote de ira sin solución de continuidad), un hombre solitario angustiado por la necesidad de cumplir en el futuro aquello que no pudo lograr en el pasado. Vergara quiere ser padre. Es casi lo primero que le dice a su amigo luego de pelearse con una mesera por la correcta confección de un café cortado. Quiere ser padre y no pudo serlo con su anterior pareja, a pesar de “no cuidarse” durante tres años. El hombre perdió su trabajo como conductor de un programa radial hace poco y acaba de separarse, todo un abismo abierto ante sus pies. El tono gris y algo amargo de las primeras escenas, como casi la totalidad de la película, están apoyadas desde la banda sonora por un cuarteto de jazz clásico dirigido por Mariano Barrella, una elección que a priori puede parecer a contracorriente (por inapropiada o por su recurrencia) pero que, eventualmente, demuestra tener una lógica sónica propia. Como la película en sí misma, que navega las aguas de la comedia lacónica, deudora tanto de la excentricidad ligera de un Martín Rejtman como del humor agazapado de Aki Kaurismäki. Mazza prepara y dispara sus micro gags –tanto visuales y/o silenciosos como basados en el absurdo de ciertas situaciones– en cuestión de milésimas de segundo, casi como si fueran de combustión espontánea. “Vengo a hacerme una biopsia testicular”, dice el protagonista en el tono más neutro que pueda imaginarse, antes de comenzar con un tratamiento de fertilidad que le permita (eso espera) lograr su cometido en el futuro, con alguna mujer a la que aún no conoce. En esos momentos el nombre del gran director finlandés aparece con más fuerza, como así también en esos planos de los diques del puerto, rodeados de containers llenos de “cosas chinas”, que bien podrían haber sido filmados en las costas de Helsinki. Con una notoria predilección por los planos fijos y simétricos y un formato casi cuadrado que parece apretar aún más los movimientos y pensamientos de Vergara, haciendo uso de las elipsis de manera constante y metódica –tanto procedimiento de puntuación como estrategia para racionar la información–, Mazza construye un pequeño relato de alienación que no sucumbe a la maldad, optando, en su lugar, por una agridulce amabilidad. Vergara es una comedia tristona, casi tanguera, aunque cambie el ritmo del 2x4 por los firuletes del hard bop.
El segundo opus de Sergio Mazza, "Vergara", continúa (en cierta manera), con el interés que había mostrado el realizador en su documental "Natal": trabajar el tema de la paternidad y explorar que sucede con esa inquietud de traer seres al mundo, y acompañarlos en ese maravilloso trayecto. Marcelo Vergara (Jorge Sesán) es un hombre de convicciones. Pero no está pasando un buen momento. Lo despidieron de un trabajo que lo apasiona, la radio... y ese momento se suma a una necesidad (o impulso) de consultar sobre su capacidad reproductora, porque él siente que ha llegado el momento de ser padre.. Sí, ese es su deseo. Y se pondrá en campaña hasta toparse con una difícil verdad. El resultado de los estudios lo movilizará en forma, y afectará sus perspectivas personales e íntimas, provocando que nuestro protagonista comience a hacerse planteos que reconfiguren su vida personal. Mazza moldea junto a Sesan, un Marcelo querible. Lejano, hostil, pero destacado. Y lo instala en un momento de su vida donde el cambio de rumbo se percibe inminente. No es que Marcelo sea un sujeto plástico, justamente lo que creo que se intenta hacer, es mostrar este perfil de hombre, dentro de un marco lejanamente emparentado con el cine de Woody Allen. No podría decir cuál es el tema de Marcelo. Pero sí se que que es un tipo honesto, duro, que merece ser escuchado. Tiene ciertos rasgos neuróticos y sus reacciones no son de las mejores... pero... La cuestión es que un amigo lo intenta ayudar y ponerlo al aire (en radio), para abrirle camino, pero la cosa termina mal y el pibe va a terminar laburando en el puerto. Vergara se sentirá raro, pero a pesar de su momento personal, intentará dar respuestas a los interrogantes que le surgen en relación a temas importantes de su vida... Como pueda. Podemos decir que "Vergara" es un film que tiene cierto estilo emparentado (en forma lejana), con las ideas de Woody Allen. Tiene su impronta jazzera en la estridente banda de sonido (que a mi no me parece una buena idea, debo reconocer), un personaje principal con problemas de relación y un entorno que mira con rareza, su singularidad. Rodada en Rosario, chiquita pero sólida, "Vergara" es una propuesta ajustada que muestra que hay un cine distinto que se puede hacer en Argentina. Maduro y honesto, con una construcción de humor corrosivo vertido en pequeñas dosis homeopáticas que no me molestan, pero que si no entrás en la sintonía del film, quizás se puedan sentir un poco invasivas e incómodas. Pero es el tono del film, y si te prendés, entrás en su lógica y todo cobra mucho sentido. Las actuaciones son adecuadas, siendo claramente el punto alto, Jorge Sesán en el rol de Marcelo. María Celia Ferrero (Laura) y Lautaro Borghi (Juan Pablo), suman desde sus papeles secundarios necesarios. Más allá de eso, creo que Mazza suma puntos en esta ficción y consolida todo lo bueno que sabemos que puede generar. Quizás podamos revisar "Vergara" desde varias ópticas pero considero que es un paso adelante de Mazza en su carrera, sin dudas.
En la economía de recursos, en la acertada elección de Jorge Sesán como protagonista y en la multiplicidad de temas e historias que atraviesa y toca este film, hay un opresivo relato sobre decisiones y la libertad de pese a tener nada, se puede seguir fiel a objetivos y metas.
Sergio Mazza (director de Graba, El Amarillo y El Gurí) otorga a su trayectoria un nuevo giro concibiendo Vergara, su más reciente obra. Si bien la paternidad como rasgo autoral ya se encontraba visible en el documental Natal (estrenado 2010), aquí la búsqueda adquiere otro matiz. El presente film se ocupa de retratar a un hombre que pierde a su pareja y a su trabajo en el ecuador de la vida y se encuentra indefectiblemente mirando la profundidad de un abismo existencial incierto.
Vergara: Un amargado que quiere ser padre. En este film, los papeles se dan vuelta y es un hombre el que siente la necesidad de ser papá cuando está llegando a los 40. ¿Qué pasa cuando llega la urgencia de ser padres? Obviamente, no es algo que a todos nos ocurra, especialmente hoy en día. Pero es algo que a todos nos dicen que nos va a pasar. En este caso, Marcelo Vergara (Jorge Sesán) está llegando a los cuarenta y está en medio de una crisis: lo dejó su novia, es un paria en el mundo de la radio y no tiene trabajo. Además, se la pasa poniendo distancia entre el y todos a su alrededor. El problema: él quiere hijos. Pero el hecho de que con Natalia, su novia anterior, no hubieran concebido ni por accidente (dado que, y cito, “no se cuidaban”) lo hace pensar que quizá haya algún problema ahí. Ese es nuestro punto de partida. Un hombre adulto que vuelve loco a todo el mundo, y que a la vez quiere lo que más de uno considera la mayor responsabilidad que puede haber. Y para colmo no tiene trabajo. La historia lo sigue a lo largo de un camino donde él tiene que darse cuenta de que su actitud es la razón por la cual se ha ido quedando solo. El único que lo banca es Juan Pablo (Lautaro Borghi) y hasta el le dice que la corte, ya que Marcelo se peleó hasta con su esposa. Es un viaje de auto descubrimiento; porque los cambios que necesita lograr para obtener lo que busca no son nada que pueda conseguir si él no es consciente de sus propios obstáculos, los cuales se ha ido imponiendo el mismo. A lo largo de su viaje, se va a ir encontrando con topes del día a día que le van a ir demostrando a él y al resto que le falta madurar; a la vez, la gente que va entrando a su vida es la que lo ayudará a ver que el problema no son tanto los otros (aunque no sean del todo libres de culpa) pero sí él. Hay momentos claves a lo largo del film, simples, de quietud, dónde podemos apreciar sus diferencias con el mundo a través del simple juego de cámaras. Como cuando está con la familia y los 3 hombres (su hermano y el novio de su madre, además de él) no consiguen entablar conversación. Es en estos silencios donde vemos que hay más de un lazo para reconstruir. La mayor disruptiva, de todas formas, será Laura (María Cecilia Ferrero). Productora de la radio donde trabaja Juan Pablo y la que lo debe sacar del aire a Marcelo cuando el otro lo invita, es la novia que lo hará reflexionar más. Y también será el detonante que lo haga pensar “bueh, de verdad el problema soy yo“. El film tiene, dentro de todo, un tono bastante relajado. No busca grandes aires de disruptividad. Tiene los pies bien puestos en la tierra, tanto Vergara como el film en general y sus aspiraciones ocurren dentro de un marco del día a día que es bastante fácil de entender. Acá no hay grandes aspiraciones de un amor eterno ni nada similar. Sino la necesidad de encontrar a alguien que se encuentre en la misma página que él para compartir la responsabilidad máxima que es un hijo. No hablamos de una película romántica. Sino una que, al final, autoreflexiona que llegados a cierta edad, lo importante no es que la otra persona sea la correcta, sino que la otra persona quiera lo que vos. Una nota un toque cínica, para mi gusto personal, pero que puede resonar con más de uno y hacer pensar a varios más. Dentro de todo, un film entretenido que no intenta dárselas de arte conceptual y tiene una historia clara que contar. Quizá podría haber explicado un poco más la historia detrás de la situación inicial de Marcelo Vergara, pero logra darse a entender que el personaje, con su actitud, quemó varios puentes que ahora deberá reconstruir. Y es interesante verlo lidiar con sus demonios mientras lo hace.
El protagonista es Marcelo Vergara (Jorge Sesán), poco sociable, esta de novio con Natalia y es locutor, un día pierde ambas cosas y comienza a transitar la crisis de los cuarenta. Lo que vemos aquí son los momentos críticos que pasa un hombre, en lo afectivo, laboral, social y el deseo de ser padre. En esta oportunidad desde los puntos citados se habla del hombre y no de una mujer y la mirada esta puesta en Marcelo Vergara (Jorge Sesan, “Pizza, birra, faso”). Cuenta con un humor ácido, una buena paleta de colores y está bien musicalizada. Otros de los personajes son: Laura (Maria Celia Ferreto), Juan Pablo (Lautaro Borghi) Daniel (Adrian Garavano), entre otros.
Las personas, a través de los años, van cambiando sus expectativas, deseos, objetivos o metas por cumplir. Es una cuestión de edad o experiencia adquirida. Dentro de ese enjambre de ideas y pensamientos, se encuentra Marcelo Vergara (Jorge Sesan), quién anda por los cuarenta años, su novia lo abandonó y también lo echaron del trabajo. Pese a lo que uno podría suponer esta situación no lo angustia tanto como la de querer ser padre y no poder lograrlo. Su mayor anhelo es ese. Y, aunque actualmente se encuentra sin pareja, se hará todos los estudios y tratamientos para mejorar la fertilidad. Vergara es parco, serio, jamás se le escapa, aunque sea, una leve mueca de sonrisa. Es un rebelde. No tiene televisor, ni le interesa tenerlo. Escucha jazz en discos de vinilo. Cuando está en su casa siempre cena pizza con cerveza. Así es él, y los demás lo tienen que aceptar o rechazar, sin términos medios. Realizada en la ciudad de Rosario por Sergio Mazza, vemos al protagonista perdido, sin rumbo. Necesita de algo a que aferrarse. Por una recomendación consigue un trabajo temporario en el puerto rosarino, que no sabe bien qué es lo que tiene que hacer, pero no le queda otra opción hasta que consiga una nueva oportunidad como locutor de radio. Esa es su verdadera pasión, pero fue echado de una y no es bienvenido en ese ambiente tan reducido de una ciudad más pequeña que Buenos Aires. Entre los estudios médicos, los días en el puerto, visitando radios y conociendo chicas, pasa la vida de Vergara. Tiene un amigo, Juan Pablo (Lautaro Borghi), que lo contiene y ayuda en lo que puede. Él ya tiene pareja, es padre y locutor también. El film cuenta con una producción apropiada para el tipo de historia que narra el director. El dinamismo del relato lo frena la personalidad del personaje principal. Utiliza como banda sonora el jazz, pero abusa de ella, porque musicaliza innecesariamente casi todas las escenas, priorizándola por sobre los diálogos. Es decir, hay una charla que se da en un plano sonoro y mucho más fuerte suena la música, no dejando oír claramente lo que hablan los integrantes del elenco. Pese a este detalle, el director tiene bien en claro el perfil y características de los personajes, cómo tienen que hablar, hacia donde apunta la historia, que puede ser la de cualquiera de nosotros, pero le tocó a Vergara transitarla y luchar por lo que más quiere, aunque encuentre muchos inconvenientes en el camino.
DE ESOS MOMENTOS CUANDO EL DESEO PRIMA El imaginario colectivo de nuestra sociedad nos ha inculcado, naturalizado, que a cierta edad el deseo de maternidad o paternidad es algo imposible de resistir. Generalmente se suele reflexionar este tema en relación a la mujer, y a su rol natural de madre y encargada de la casa familiar, pero Vergara, la nueva película de Sergio Mazza, nos trae el relato de Marcelo, un hombre al que le urge ser padre, tenga pareja o no. Vergara se encuentra en un momento de crisis en su vida: ha cambiado recientemente de trabajo, ve sus sueños bohemios de adolescente frustrados, su novia lo ha dejado y hasta a sus allegados más cercanos les suceden cosas prometedoras que a él no. Como principio de tocar fondo, cosa que nuestro protagonista no quiere aceptar, Marcelo acepta una oferta de trabajo que poco tiene que ver con su vocación y aunque se encuentra soltero, sigue con los estudios de fertilidad, que continúan sin darle demasiados ánimos. Su deseo es ser padre, no importa el precio o el trabajo que eso conlleve. En esta exposición de la vida algo patética de un protagonista parco y egoísta, pero a quien uno termina entendiendo, se suman secuencias de humor sencillo, situaciones absurdas que le brindan humor a la historia (como el personaje del nuevo encargado de Marcelo) y hechos cotidianos que nos dan a conocer más al personaje y su inmadura forma de tomarse la vida (la “rancheada con los pibes” que incluye alcohol y marihuana). Vergara es el relato sencillo de una historia simple, que ofrece una nueva mirada para un tema que ha sido relevante en estos momentos de deconstrucción, como es la decisión de construir una familia, qué se entiende por familia y la idea de paternidad-maternidad, y que por eso merece ser contada.
Como es habitual en su filmografía, Sergio Mazza realiza nuevamente una película focalizada en la figura de la familia. En esta ocasión presenta Vergara, un film en el que habla sobre el deseo de ser padre pero sin la necesidad de formar una familia propiamente dicha. El cineasta Sergio Mazza vuelve a utilizar una temática presente a lo largo de su filmografía: la familia. Sin ir más lejos, en el año 2010 realizó Natal, una especie de reality movie sobre el nacimiento de su primer hijo. Al año siguiente presentó Graba, un film en donde ahondaba en una pareja que debía enfrentar la pérdida de sus hijos. En el 2015 también dirigió una película con esta temática, El gurí, donde retrata la vida de un niño abandonado por su madre y sin un padre presente. En esta ocasión, la película gira en torno a Marcelo Vergara (Jorge Sesán) un hombre que, casi llegando a sus 40 años, tiene un deseo que no puede quitarse de la cabeza: ser padre. Este anhelo parece un objetivo difícil de cumplir por algunas simples (o no tanto) situaciones: en primer lugar, Natalia decide terminar la relación que mantenía con él; en segundo lugar, sus estudios de fertilidad no arrojan resultados positivos. Pese a parecer que tiene todas en su contra -hasta su mejor amigo le insiste en que debe abandonar este plan-, Marcelo hará lo posible para concretar este sueño. La narrativa de la película es simple y directa. La historia está contada de una manera completamente lineal. No hay ningún factor sorpresa. El desarrollo de la trama se da de una forma natural. El guion es sólido y con un objetivo fijo: el recorrido personal del protagonista en su deseo de ser padre. Las subtramas que engloban a Marcelo (su nueva pseudo-relación, los problemas laborales con su programa de radio, etc.) sirven para entender al personaje en cuanto a sus motivaciones, aunque por momentos sea difícil conectar con él. Esto se debe a que en gran parte de la trama se muestra egoísta y antipático. “Uno no tiene hijos con la mujer o el hombre que eligió, sino más bien con el que está cuando nos encontramos en ese momento. No es elegido, es algo más egoísta y propio”, recita casi en el final el protagonista de esta historia. En esas pocas palabras, Sergio Mazza logra resumir, a través de su personaje principal, el núcleo principal de la trama. El deseo de ser padre de Marcelo es único e intransferible. Al fin y al cabo su motivación es tener un hijo, no formar una familia.
Aquí se trata de un hombre que, llegado a los 40 años, quiere ser padre a toda costa, incluso si la biología se opone. Años después de la más que interesante “Graba”, Sergio Mazza sigue pintando personajes originales que se oponen a cierto estado de las cosas. Aquí se trata de un hombre que, llegado a los 40 años, quiere ser padre a toda costa, incluso si la biología se opone. Contada con los tiempos justos y con un gran trabajo de actores, exponiendo un paisaje generacional y social amplio, resulta un drama convincente que deja al espectador pensando ideas complejas desde la simplicidad narrativa.
Se separó de la novia, se quedó sin trabajo como locutor experto en rock y tiene un solo amigo. Pero Vergara (Jorge Sesan) está empeñado en ser padre. Claramente, las condiciones, ni siquiera las biológicas, parecen poco ideales, pero este personaje bastante neurótico y huraño está decidido a cumplir su sueño. Aún con altibajos, y no del todo redonda, director y actor lograron una especie de comedia amarga con personalidad y gracia. Que se mete con temas como el deseo de la paternidad, en general más dedicados a personajes femeninos. Y con un protagonista muy poco interesado en caer bien a nadie, lo cual genera situaciones que bordean el absurdo. Curiosamente fresco. Y original.
Marcelo Vergara es un tipo que choca contra el sistema y tampoco tiene sintonía con los vínculos. Por eso cada tanto tiene cortocircuitos con la familia, con algún que otro amor, con el jefe que le suelta la mano y con sus amistades. En ese tránsito de ir contra la corriente, a Vergara se le ocurrió que quiere tener un hijo. Y va más allá de sus intenciones de tener una pareja: a él le interesa ser papá y punto. En ese derrotero conseguirá cómplices de su cruzada, como es el caso de su único amigo fiel Juan Pablo (Lautaro Borghi), y se topará con mujeres como Laura (María Celia Ferrero), que le pone límites. Sergio Mazza, el director de “Gallero” y “Graba”, decidió filmar esta historia íntegramente en Rosario, sin caer en los lugares comunes de enfocar el Monumento, sino espacios visualmente interesantes como la zona de los muelles de Bajada España o bien La Isla de los Inventos, así como también el Puerto de Rosario. La trama se plantea como una comedia, pero de a poco va girando hacia el drama cuando se hace foco en la angustia y el desamparo del protagonista (Jorge Sesán), quien se siente cada vez más solo e incomprendido. Hay momentos en que es fácil empatizar con el personaje, sobre todo cuando se lo muestra enfrentado al destrato de un inspector de tránsito y al ninguneo del empresario que nunca le paga una deuda. Mazza vuelve a hacer foco en el hombre común y desde esa singularidad construye una trama que se espeja con el karma de muchos. Una película que suma a la producción audiovisual de la región.
Marcelo Vergara se lleva bastante mal con el mundo. Pero tiene sus motivos. Es capaz de pasar de la calma más absoluta a los ataques de ira del mismo modo que respira. Es como la película: parece que va a derivar en estallidos, que su destino es el caos, sin embargo, colisiona contra un muro minimalista, un pilar cuyo registro pasa por el humor y el absurdo. Si exige algo no es una carcajada, más bien esa sonrisa trabajada desde una complicidad con el espectador que no siempre funciona si cae en manos equivocadas. Mazza lo sabe, y a pesar de dos o tres situaciones fallidas, el resultado general es por lo menos simpático. Quien le pone el cuerpo a Vergara es Jorge Sesán, siempre recordado como uno de los chicos de Pizza, Birra, Faso (1997), la película que disparó el paradigma del llamado “nuevo cine argentino”. Veinte años después, las cosas no han mejorado para la Argentina: continúa la marginalidad, la pobreza alcanza índices astronómicos, la corrupción está enquistada en todos los huecos habidos y por haber y el destino nunca ha sido más incierto. A Vergara lo echan de la radio, su legítimo amor, y anda por Rosario con su mochila pelándose con la gente. Vive en una especie de refugio donde la música y el cine se cruzan como guiños. Un poster de Taxi Driver nos conecta con la alienación urbana del protagonista, mientras que el Jazz marca el rasgo de espontaneidad de una historia que se arma con la continuidad de viñetas, silencios y miradas, más cercana al universo de Rejtman que de Caetano, y que coquetea con Kaurismaki y la música de Krzysztof Komeda para Polanski. De modo tal que Vergara (como nosotros) no encaja en un mundo de muñecos, de poses. Lo único que lo motiva es una doble búsqueda, de naturaleza bien disímil: la laboral y la paterna. La primera le sirve para caer preso de un sistema que se sigue sosteniendo en el fraude y la viveza criolla; la segunda, de índole más espiritual, consiste en la necesidad de saber si puede ser padre. Por ello, su vida transcurrirá en un presente dilatado entre una biopsia testicular y las cajas que recibe en el puerto donde es empleado. Mientras tanto, intenta una relación con Laura, joven productora de la radio donde fue locutor y ahora continúa su amigo. La inmovilidad y la monotonía, dos signos posibles para una mirada enfocada en las grandes urbes, se construyen desde planos fijos y simétricos, más ligados a la caricatura. Por otro lado, la concisión narrativa a base de elipsis y la frialdad de los colores no derrocha empatía, sobre todo en la primera parte de la película. No tiene necesariamente que entenderse esto como un rasgo negativo ni definitivo. Hay algo, a medida que transcurren los minutos, que nos lleva a querer un poco las obsesiones de Vergara, su carácter y sus acciones. Al final, la sonrisa se extiende unos centímetros más. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
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