Martin Provost se ha convertido en una suerte de ángel redentor que, luego del sorpresivo éxito de Seraphine, vuelve a rescatar del olvido a una mujer marginada por la sociedad. La nueva biopic desentraña el destino atormentado de la escritora Violette Leduc, una figura atípica de la literatura francesa. Provost exige un acto de justicia poética que permita a las nuevas generaciones descubrir su escritura incandescente. La reconstrucción de los años de posguerra, con sus decorados, vestidos, accesorios, citas célebres y personajes famosos lleva el peso de una verdad histórica indiscutible: Violette Leduc fue una escritora maldita, despreciada de un modo escandaloso por los críticos y por el público. La película selecciona y organiza los elementos biográficos para denunciar esta injusticia. La primera parte posee una pesada dimensión didáctica: los grandes nombres de la literatura de la Rive Gauche parisina se suceden como en una enciclopedia. Provost introduce trabajosamente cada obra clave para contextualizar la efervescencia literaria de la época. Algunas escenas parecen ser un pretexto para que se luzcan medianamente Olivier Gourmet como Jacques Guérin o Jacques Bonnaffé como Jean Genet. El director intenta complacer la inteligencia del espectador subrayando las dudas de Genet o la renuencia de Beauvoir a llamar a su libro El segundo sexo. Estas florituras académicas privan a la narración del burbujeo de ideas que caracterizó a la corriente existencialista. El verdadero interés de Violette está en el punto ciego que encarna Leduc, un personaje ambiguo en el que se mezclan las más altas aspiraciones con el deseo de desaparecer. Cuando la película abandona las justificaciones psicológicas, Emmanuelle Devos encuentra el tono justo. Paradójicamente, las escenas más bellas son las que trascurren en Faucon, un pueblito fuera de tiempo con el contexto histórico, donde la escritora se refugió en el final de su vida. Violette Leduc fue una víctima de su época. Una artista que, con una entrega tan vital como dolorosa, siguió su instinto en lugar de preocuparse por el reconocimiento académico. La película de Provost hace todo lo contrario: la excesiva compasión hacia su personaje principal termina por desencarnar todo lo que lo rodea, hasta la propia Simone de Beauvoir, interpretada por Sandrine Kiberlain con una austeridad pulida, monocorde y desapasionada.
La búsqueda del amor Una coproducción franco-belga que nos hable de intelectuales franceses de los años 40 y 50 del pasado siglo XX no parece a priori que vaya a arrasar la taquilla, pero es necesario de vez en cuando acudir a este tipo de biopics tan alejados de imposturas y repeticiones hollywoodienses. Aquí se nos explica de manera harto visceral los comienzos y su posterior éxito en el mundo de la escritura de la novelista francesa Violette Leduc, animada por intelectuales existencialistas de la época como Maurice Sachs, Jean-Paul Sartre, Jean Cocteau, Jean Genet y Simone de Beauvoir, de quien estuvo perdidamente enamorada. El film se sostiene de manera estimable gracias a la matizada y muy enérgica interpretación de Emmanuelle Devos (La Mentira), omnipresente en pantalla durante las más de dos horas de metraje dando pie a relaciones más o menos pasionales con el resto del elenco actoral, donde destacan nombres tan populares de la cinematografía francófona como Olivier Gourmet (El chico de la bicicleta); Sandrine Kiberlain (Infieles anónimos) o Jacques Bonaffé (36 vistas del Pico Saint Loup). El director encargado de que conozcamos esta figura semidesconocida que sin embargo publicó obras tan importantes como La Asfixia, La bastarda o la muy polémica Ravages (un escrito donde se hablaba abiertamente de lesbianismo y aborto en una época de marcado carácter retrógrado) es Martin Provost, reconocido sobre todo por su trabajo en Seraphine, donde ya se interesó por la vida de una pintora importante aunque poco conocida como fue Seráphine de Senlis. Violette es una buena película, segura, porque aunque no llega a enamorar ni a generar animadversión alguna, uno sale del cine y no siente que ha malgastado su tiempo ni su dinero. A pesar de todo, la película no es nada arriesgada formalmente y su mensaje, más que como alegato de los derechos de la mujer para su independencia, funciona más como un sentido homenaje a una escritora atormentada por su desamor y demás experiencias vitales que consiguió, eso sí, a través de sus narraciones, despojarse de sus traumas y transmitir de una manera directa y sin tapujos unos valores que resultaron esenciales a mediados de siglo XX para gran parte de una población femenina que pedía un cambio, y también para una nueva generación que exigía nuevas formas de expresión, menos censura y más libertad y reivindicación de la sexualidad. Un film que hará las delicias de los amantes de la literatura francesa de esa época, ya que en varios pasajes de la misma se opta por recitar fragmentos claves de las obras que encumbraron a Violette, dotando al conjunto de un aire intimista que lo aparta del todo del lado histórico (es lo que tienen las propuestas que no cuentan con un presupuesto elevado).
Imágenes sobre el deseo femenino Si bien no elude el esquematismo dramático típico de las biopics, la película de Martin Provost acierta en la precisión con la que brinda una imagen de una narradora atormentada, sin caer en el regodeo del sufrimiento ni en el trazo grueso. Tras el estreno de Séraphine (2008), se hizo evidente el interés del actor y director francés Martin Provost por diseccionar el “alma femenina”; en aquel caso, la de la pintora Séraphine de Senlis. Ahora, con Violette (2013), Provost cambia de artista y también de arte; su nuevo film aborda la conflictiva y pasional historia de Violette Leduc, una escritora que supo rodearse de las celebridades literarias de su época, pero siempre (al menos, a través de la lente del realizador) mediante el inconformismo y la angustia. Emmanuelle Devos, compone a Leduc con matices pero siempre al borde del histrionismo catártico, con la suficiente convicción como para no provocar la gracia cuando, en verdad, la biografía de la escritora aspira a la compasión. La primera parte del film tiene un trabajo cuasi documental sobre el contrabando de alimentos, actividad que la artista mantuvo antes de ser reconocida. Hija bastarda, bisexual, ya desde sus tiempos delictivos deliberaba los pequeños actos cotidianos con breves destellos de locura. La imagen con la que Provost la acompañará hasta su consagración es bien gráfica: “afea” a Devos, a su triste departamento en la ciudad; incluso afea determinados espacios elegantes. Bajo la óptica de Violette (la película), Leduc vivió como un signo de su época, pero como un signo negativo. De allí que cada paso hacia su consagración esté retratado como la búsqueda por conocerse mejor, aspecto que la vincula inexorablemente con el existencialismo en boga; por su vida circularon Jean Paul Sartre, Albert Camus, Jean Genet y, muy especialmente, Simone de Beauvoir, quien se transformó en su mentora y mecenas, la responsable de mediar con el influyente Gallimard. La relación entre ambas tiene un lazo entre solidario y tenso; Leduc veía en ella su reflejo agraciado, mientras que de Beauvoir se ocupaba de su trayectoria literaria, acaso por ser condescendiente. Como defecto principal, la película pierde parte de su potencia en la segunda mitad; producto, tal vez, de la misma vida que retrata. El paso a la urbanidad mostrará sus complejidades (en una época conflictiva de por sí, escéptica); al mismo tiempo, aparecen en escena ciertas trabas vinculadas a los mecanismos de validación del arte un tanto subrayadas. No obstante, en esta parte el espectador conocerá a una Violette aún más frustrada y a la vez esperanzada frente a la posibilidad de amar, de ser leída por primera vez, de mirar a su feminidad desde la sabiduría que deja el paso de los años. Y la película acompaña este proceso interno; abundan tomas que la muestran caminando, en pleno tránsito, contrastadas más tarde con primerísimos primeros planos a los que Devos les imprime pura verdad.
Experto en biografías de mujeres artistas (venía de hacer Séraphine, sobre la pintora Séraphine de Senli), el director Martin Provost cambia de época y de universo para rescatar en Violette la historia de Violette Leduc (1907-1972), una escritora que ha sido revalorizada por la intensidad, la valentía, el descarnado erotismo y el espíritu siempre provocativo de su obra, de neto corte autobiográfico. El film arranca con un prólogo en el que se describe la tortuosa convivencia de Violette (otro extraordinario trabajo de Emmanuelle Devos) con el escritor gay Maurice Sachs (Olivier Py). La sufrida mujer abandona el campo y se instala en París, donde se gana la vida vendiendo alimentos en el mercado negro. Tras el fin de la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial, alcanza a publicar su primera novela, L'Asphyxie, gracias al apoyo de una tal Simone de Beauvoir (la exquisita Sandrine Kiberlain). La relación entre Leduc y Beauvoir es uno de los ejes principales que sustentan a este film episódico: mientras Leduc se apasiona hasta la obsesión por la autora de El segundo sexo y Los mandarines, quien se convertirá no sólo en su objeto del deseo, sino también en su principal fuente de inspiración, la mítica escritora pondrá siempre una prudencial distancia, aunque jamás dejará de ser su mentora y hasta su mecenas (Leduc fue admirada también por Jean Cocteau, Jean Genet y otros intelectuales famosos). El film sobrevuela (pero no profundiza demasiado en) el círculo literario de los existencialistas en Saint-Germain-des-Près y expone de manera superficial los inicios de la lucha feminista contra los rígidos códigos morales de la mojigata sociedad francesa de la época, porque en verdad el énfasis está puesto en el desgarrador universo interior de esta mujer bastarda (su libro de memorias se tituló, precisamente, La Bâtarde). En este sentido, Provost (también conocido en la Argentina por El vientre de Juliette) se regodea demasiado con una serie de excesos melodramáticos al describir en detalle los problemas de autoestima, la autoflagelación, la acumulación de decepciones intelectuales y amores frustrados por parte de una mujer atormentada (fue varias veces internada y hasta tratada con electroshocks) que se sentía siempre miserable y abandonada. Durante las más de dos horas del film, también se exponen algunas situaciones pesadillescas, mientras la voz en off de Devos lee varios pasajes eróticos (tanto homo como heterosexuales), que en muchos casos resultarían censurados en su época, pero que luego alcanzarían -tanto por su audacia como por su valor literario- una merecida reivindicación.
El peligro de filmar nombres ilustres La atendible intención de retratar a Violette Leduc y su insigne madrina Simone de Beauvoir termina chocando con una falla habitual en las “biopic” de los últimos tiempos: el retrato de momentos centrales de esas vidas peca de falsa modestia y superficialidad. No hay mal que por bien no venga parece ser la máxima pour la galerie de Violette, nueva incursión del francés Martin Provost en la biopic de mujeres creadoras con enorme talento y autoestima por el piso. De los labios de la escritora consagrada a los oídos de la novelista en ciernes, algo así le dice –aunque con palabras más elaboradas– Simone de Beauvoir a su amadrinada Violette Leduc, tiempo después de que su primer libro haya vendido apenas algunos ejemplares. “Toma tu lapicera. Así puedes cambiar las cosas. Gritando y llorando no ganarás nada.” Si en Séraphine (2008) Provost seguía los pasos de Séraphine Louis, la doméstica devenida artista plástica autodidacta en la Francia de comienzos del siglo XX, en Violette las vidas y obras de los personajes son mucho más conocidas, incluso por el gran público. En ambos films, sin embargo, descansa un mismo leitmotiv: poner al descubierto el dolor, el sufrimiento y los sacrificios de ambas mujeres, en lucha no sólo con un sistema opresivo y patriarcal sino –en parte como consecuencia de ello– consigo mismas. En ese sentido, la figura de De Beauvoir es central a pesar de no ser protagónica, el horizonte rector e impulsor de esa otra mujer que todavía no posee las herramientas para su emancipación. Libertad que va más allá de las consignas feministas, aunque en esa Francia existencialista de posguerra el camino de autodescubrimiento personal y literario de Leduc puede ser leído como metáfora de los cambios sociales que sólo llegarían con las décadas venideras. En la piel de la autora de La bastarda (su volumen más famoso), Emmanuelle Devos vuelve a demostrar que se trata de una de las actrices más versátiles y talentosas de su generación, alejada esta vez de cualquier atisbo de glamour, afeada incluso para un papel que necesariamente empuja la idea de belleza tradicional (y en gran medida masculina) hacia los márgenes. Provost y los coguionistas del film ubican el comienzo de la acción durante la guerra, con una Leduc que apenas ha comenzado a garabatear algunos primeros textos, atada todavía a una relación algo patológica con su marido, el escritor Maurice Sachs, sobreviviendo gracias a sus contactos en el mercado negro. De allí en más, Violette se concentra en el encuentro y posterior relación profesional y de amistad con De Beauvoir (Sandrine Kiberlain, la Betty Fisher de Claude Miller), la publicación de sus primeras novelas, la introducción al ambiente literario y filosófico de la época (Genet, Camus, Sartre), la particular amitié con Jacques Guérin, el magnate de los perfumes d’Orsay que oficiaría de mecenas en tiempos difíciles (interpretado por el ubicuo Olivier Gourmet) y la difícil relación de amor-odio con su madre. Con el correr de los minutos, comienza a ganar peso específico en la trama su enorme y profunda insatisfacción personal, que el film, a pesar de su empeño, no logra transformar en algo diferente a un deseo sexual no satisfecho. A pesar de que allí están, bien a mano, los textos de Leduc para buscar inspiración y otorgarle complejidad a la descripción de los conflictos internos. Como suele ocurrir en tantas películas sobre artistas en general y escritores en particular (ignotos, famosos y no tanto), la literalidad, la representación de momentos relevantes en la vida del homenajeado, la necesidad de reducir procesos intelectuales y emocionales al “estado de inspiración”, terminan transformando a Violette en otra ilustración de vidas célebres que, al menos en parte de su metraje, peca de falsa modestia y superficialidad. Cualquier atisbo de reflexión sobre el proceso creativo es taponado por un diseño de producción profesional y preciso que hace de los vestidos, autos, objetos cotidianos y habitaciones las verdaderas estrellas en pantalla. Correcta, amable a pesar del sufrimiento siempre en cuadro (muchas veces de forma ampulosa), coqueteando con cierto esnobismo, Violette encarna la enésima versión de esa categoría de cine tan bien descripta por Truffaut hace décadas. La tradición del qualité nunca muere, resucita.
Una vida incomprendida En plena posguerra, cuando la miseria tuerce valores casi naturalmente, Violette Leduc, sobrevive contrabandeando comida en París desde su pequeño departamento. Pero un día conoce a la deslumbrante Simone de Beauvoir, una escritora agudísima, conectada con su tiempo, con la que entablará una relación en donde la búsqueda de la libertad será uno de los elementos fundamentales de la relación. En plena posguerra, cuando la miseria tuerce valores casi naturalmente, Violette Leduc, sobrevive contrabandeando comida en París desde su pequeño departamento. Pero un día conoce a la deslumbrante Simone de Beauvoir, una escritora agudísima, conectada con su tiempo, con la que entablará una relación en donde la búsqueda de la libertad será uno de los elementos fundamentales de la relación. Al igual que en Séraphine (2008), donde abordaba la vida de una pintora desconocida y torturada, el realizador francés centra su relato en el martirio de un personaje trágico, primero sojuzgada por un intelectual homosexual con el que finge estar casada, luego por su familia, pero por sobre todas las cosas por su tiempo, que no le permite vivir su sexualidad y menos aun que la de a conocer a través de textos incendiarios, de una notable sinceridad erótica. La película entonces muestra todos los rechazos por su figura poco atractiva (aunque Prevost se encargue de desmentirlo en cada toma, sobre todo en una escena donde Emmanuelle Devos se baña, espléndida y cargada de sensualidad) y la carencia afectiva que sufre la protagonista, para después abordar la relación que establece con Beauvoir (Emmanuelle Devos), segura, inalcanzable, desbordante de logros. Sin embargo, Violette Leduc es para la escritora el caso particular, una entre miles de mujeres que la ven como su portavoz, alguien que muestra un camino posible para el feminismo. Pero además, los textos de Violette son para Simone de Beauvoir otro motivo de fascinación, aunque siempre manteniendo la distancia, por lo que el deslumbramiento entre ambos personajes es evidente. Entonces Violette es una biopic, una vida marcada por la incomprensión de la época que le tocó vivir a su protagonista y la soledad que la persiguió siempre. Sin embargo, como uno de esos raros ejemplos donde el cine y la literatura se complementan, Prevost logra filtrar los textos de Violette Leduc mientras cuenta su infelicidad y entonces, más allá de construir un buen relato, también invita a leer a una escritora olvidada.
Una mujer no puede ser fea Violette Leduc (Emmanuelle Devos) fue una mujer llena de fantasmas, de sombras que la atormentaban. Hija bastarda, fea, y con una vida llena de complicaciones durante la guerra, no tenía la preparación intelectual de otros escritores de su misma época, pero sí muchas experiencias para contar. Luego de leer un libro de Simone de Beauvoir (Sandrine Kiberlain) se obsesiona con ella, busca conocerla, le hace llegar sus escritos y, para su propia sorpresa, Simone los encuentra excelentes. Esta biopic se centra más que nada en la relación entre ambas escritoras. Simone encuentra fascinantes las historias que Violette narra de modo tan viceral, y cree que debe publicarlas para que el mundo conozca más del segundo sexo. El carácter frágil y desequilibrado de Violette no resiste las presiones de ser una autora publicada, no tiene la entereza para lidiar con el rechazo y la crítica -lo que lastima aun más su delicada personalidad-, y termina viviendo la insistencia de Simone como una especie de hostigamiento, porque lo que busca es el amor de la escritora, no su apoyo intelectual. Por la película desfilan varios escritores de la época como Genet, Camus, y se nombra también a Sartre, pero de un modo un tanto forzoso como para contextualizar la historia. La poca importancia que se le da al entorno histórico y social hace que todo se centre más aun en el personaje de Violette, y es Emmanuelle Devos quien sostiene toda las más de dos horas de narración. La química con Sandrine Kiberlain no funciona del todo bien, ya que interpreta a una Simone demasiado fría. Sin dudas Violette Leduc, es un personaje realmente interesante para hacer un filme, pero este no llega a captar toda su complejidad. Aún así es una muy buena historia, con una gran interpretación por parte de Devos.
Sobre la amiga de Simone de Beauvoir Emmanuelle Devos compone notablemente a Violette Leduc, amiga de Simone de Beauvoir. Sépalo, lector, la mejor manera de ir a ver Violette es despojado de información. Así el filme del francés Martin Provost fascina, revelando la historia de una escritora olvidada en el atrapante contexto de la París de posguerra. Hablamos de Violette Leduc (Emmanuelle Devos), protagonista de está película literaria, histórica y reivindicatoria, una figura a quien la escritura le dio lo que su sociedad y su entorno familiar le negaron: vida. Siempre se sintió bastarda, fea, torturada por sus limitaciones existenciales, y ofreció una extraña rebelión contra su soledad opresiva. Pero impulsada primero por Maurice Sachs y luego y definitivamente por su amiga Simone de Beauvoir (Sandrine Kiberlain), escribió y publicó sus tormentos. El peso insoportable de una vida convertido en palabras, en libros, aunque Violette no quiera contar sino vivir. Aunque demore en descubrir que la liberación está en su pluma, que su lugar en el mundo está dentro de ella. Prevert logra transmitir esa angustia, y también auscultar al mundillo literario francés que fue vanguardia en el siglo XX. ¿Qué es más revolucionaria, la intelectualizada escritura de Simone o la prosa lésbica de Violette? ¿Qué tan libres literariamente son Albert Camus, Gallimard y la mayoría de los íconos franceses? Leduc les habla del aborto, bisexualidad, de experiencias de niña y salvo Simone, quizá Sartre, nadie soporta que una mujer hable, y escriba, abiertamente de su sexualidad. "Me están mutilando", dice Violette cuando Gallimard recorta las escenas lésbicas de su libro Ravages. Está a punto de abandonar la escritura, que sería abandonar su vida. De Beauvoir la alienta a seguir, viendo en ella otra clase de liberación, distinta a la suya. Entre sus escrituras hay abismos, pero hay puntos de contacto en la liberación femenina. "El segundo sexo es igual al primero", se dicen. Pero no, todavía no. Ya veremos cómo Camus se queja porque Leduc "ridiculiza a los hombres franceses". A través de la pesada atmósfera de su cine, Prevert cuestiona la liberación real de los franceses, libertad e igualdad que todavía se discuten en el siglo XXI. Y rescata el paso tortuoso de Violette hacia la redención, hacia la salvación que no es otra que la escritura. Ese es el tema, más allá de las diferencias entre hombres y mujeres, de la soledad, la hipocresía, más allá de que poéticamente Violette simbolice la lucha por la liberación de la mujer en hechos y palabras, que aquí son lo mismo.
Viollette es un biopic que narra los hechos acontecidos en los últimos años de vida de la escritora francesa Violette Leduc, quien con una infancia turbulenta y un futuro signado por la soledad y el desamor, no logra deshacerse de una especie de maldición proferida por su mente siempre activa y los conflictos existenciales de un naciente feminismo. En las afueras de Paris y con una vida en pareja junto a un hombre que no la amaba, los comienzos de Violette en la Literatura surgieron de la impetuosa necesidad de exteriorizar sus demonios, su profunda angustia y el constante miedo al vacío. La práctica literaria, poco a poco, se fue transformando en el cable a tierra que, años más tarde le daría fama internacional. Pero desde la periferia nada se podía hacer, y es por eso que con su mejor vestido, y algunos ahorros emprende su viaje a la ciudad de las luces. No fue fácil el acceso al movimiento parisino. Sin embargo, gracias a su ingenio, pronto pudo alquilar un cuarto en una pensión y continuar con la no poco atrevida idea de vivir de sus escritos. Sin dejarse obnubilar por el glamour propio de la ciudad, sus ojos dieron con los de la particular ensayista y filosofa Simone de Beauvoir. Como punto de inflexión inexorable, la vida de Violette se divide en un antes y un después de Simone. Inmersa en una relación de profunda admiración, el amor no tarda en filtrarse, y con él, los celos y la necesidad de ser correspondida. Simone pronto descubre en Leduc una prometedora escritora, pero Leduc tarda en auto convencerse de sus logros y la vencen sus inseguridades. Fiel a la biografía, el filme narra un gran fragmento de la vida de Violette Leduc. Sin muchas pretensiones y con un relato al ritmo propio del género, Violette intenta captar en sus fotogramas el espíritu de esta feminista atormentada. Como eje principal, y a modo de metáfora visual, el hincapié que el realizador hace en la presencia de planos de manos vacías, no dejan de hacer presente la profunda soledad que transita la protagonista. Sin mucho más para decir en tanto dato biográfico, la película busca recrear un ambiente cansino en donde la figura femenina es la piedra angular de un argumento que ronda, todo el tiempo, sobre la idea del cuerpo de la mujer como vehículo para la realización personal o profesional. Cuerpos de mujeres que son mucho más que su propia carne en un contexto social y político agitado. Respetando hechos históricos y con exactitud en la estética de época, el filme no deja ser un biopic más. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Sobre Violette Leduc, sin maquillaje ni exaltaciones De moda incluso entre nosotros promediando los'60, seguida y reeditada hasta bien entrados los 90, después olvidada y hoy ignorada por las nuevas generaciones, reaparece con esta obra la escritora Violette Leduc, una persona, digamos, sincera hasta lo chocante para hablar de sus asuntos personales, nerviosa, agresiva, que vivió profesionalmente ofendida con la vida y con la sociedad. Era manejadora, egocéntrica, rápida para ofenderse, nada fácil para convivir, pero tenía innegable talento, era leal con quienes admiraba (y envidiaba), y, en el fondo, sólo quería alguien que supiera amarla. Buscaba justo a quien ella sabía que no iba a poder amarla como ella quería, ese era el problema. Muchas mujeres incurren en lo mismo, e insisten haciéndose daño y causando fastidio y dolor en quien trata de acercarse. Lo supo expresar en sus páginas, a veces a pesar de sí misma, y expresó también otras varias cosas que las mujeres, hasta ese momento, no habituaban publicar en sus libros. Cosas que despertaron polémica, le dieron la fama mundial, el aprecio de los existencialistas, la ponderación de las feministas, y el actual aplauso irrestricto de comentaristas que quizá nunca hasta ahora habían leído "La asfixia", "La cacería del amor", "La locura ante todo", "La mujer del zorrito", ni siquiera "La bastarda", que es su obra mayor (todo eso editó aquí Sudamericana, y también "Therese e Isabelle", que en 1968 tuvo una versión cinematográfica semiporno). Martin Provost describe a Violette Leduc sin maquillajes ni exaltaciones, haciéndonos sentir, entremezcladas, la mezquindad y la angustia de su persona, tal como ella nos hace sentir la ansiedad de la carne y la desazón del alma en sus escritos. La presenta con todo lo malo, desde sus negocios de estraperlista durante la guerra, y también con lo bueno, hasta sus años de paz consigo misma. Emmanuelle Devos contribuye haciendo una encarnación impresionante, llena de fuerza, de veras convincente. A su lado, Sandrine Kiberlain es poco más que una tiesa representación de la estirada Simone de Beauvoir. Otras representaciones están a cargo de Olivier Goumet (el mecenas), Catherine Hiegel (la madre siempre culpable que hace lo que puede), Olivier Py (su primer impulsor aunque no pudieran soportarse) y Jacques Bonnaffé (Jean Genet con pinta de pícaro a bordo de un regio auto deportivo). En breve aparición, Nathalie Richard, como la veterana que sufre los reclamos amorosos de la incipiente escritora, ajena al daño que ya le había causado. Detalle curioso: cuando estas dos mujeres se encuentran, Violette la llama Hermine. En realidad se llamaba Denise Hergés. Ocurre que la experiencia sentimental con Denise le inspiró a Violette casi todo lo atinente al personaje de Hermine en "La bastarda". Se trata, en suma, de un guiño al público lector. No hay muchos otros. Provost no se apoya en juegos literarios, sino en la sinceridad de la escritora. Película interesante, quizá medio larga, pero no alargada. Para apreciar a una actriz y un buen realizador, y rastrear después las novelas por las librerías de viejo.
La forja de una escritora. Lo más interesante de Violette, lo universal, está en el hueso, debajo de las capas de citas y de la preciosista ambientación de los años de posguerra. El poder está en la historia de esa mina que la lucha para comer pero también para ganarle a sus miedos y hacer lo que la apasiona. La película se fortalece en esas bolsas de abajo de los ojos de Emmanuelle Devos, y con cómo nos muestra la soledad, la neurosis, la depresión y la necesidad de sobrevivir y, claro, de escribir, de crear, de trascender. Al igual que en Séraphine, Provost elige como personaje central a una artista que tiene que forjarse y que gracias a su talento consigue a alguien que confía y apuesta. La película recorre el camino que llevó a Violette Leduc a convertirse en escritora. Desde sus experiencias en el mercado negro francés de la segunda guerra y su relación con Maurice Sachs (que hace el papel del tallerista actual: escritor que la incita a seguir escribiendo porque se da cuenta de que en sus palabras hay algo), a su obsesión con Simone de Beauvoir, quien termina siendo su mecenas y su motor emocional. Su enamoramiento no correspondido fue una pieza más en su colección de frustraciones y mala fortuna, y, seguramente, haya sumado potencia a su escritura: las tragedias personales como pozos petroleros artísticos. Y su pozo más profundo fue, sin dudas, la soledad; su castigo y su fuente de inspiración y éxito. Martín Provost asume riesgos desde la mera elección de su protagonista. No elige hacer una biopic de Beauvoir o Sartre sino de la desconocida Leduc. Y acá el existencialismo asoma más desde las acciones de Violette que desde el pensamiento de los intelectuales. Porque la escritura le sale de las entrañas, no era una teórica. Tal como afirma Provost en una entrevista a los colegas de Escribiendo Cine, Leduc tuvo peso político, claro, pero de una manera más inconsciente que su entorno. Fue pionera del feminismo sin pretender serlo así como su escritura era política de una manera indirecta pero explosiva para ese momento. Y la película se centra en la soledad, en el dolor, en el crecimiento como artista, y comparte con la obra de Leduc su poder político implícito. Y radica allí su sutileza que la convierte en un pequeño oasis dentro de una cartelera pasada de rosca con execrables tanques doblados al español que se roban una altísima cuota de pantalla.
Eróticamente libre. El desafío de un escritor es realizar un camino narrativo que le permita encontrar no solo una voz propia sino también un estilo particular que entable una discusión con un tipo de lector. El caso de Violette Leduc es paradigmático en este sentido. Sin pertenecer a la cofradía intelectual de la época y sin una educación universitaria, conoció a través del azar a Simone de Beauvoir, de quien se convirtió en amiga íntima, y comenzó una accidentada carrera literaria que la llevó a convertirse en un ícono de la literatura feminista europea. Sus descripciones de la sexualidad femenina, sus escenas de amor lésbico y su crudeza poética la convirtieron en una de las escritoras más atrevidas y censuradas de su época. La película de Martin Provost desarrolla la vida de Leduc a partir de su relación con distintos personajes de la cultura que marcaron su vida, en la que se destacan la profunda y fluctuante relación con Beauvoir, su tensa amistad con Jean Genet y sus comienzos literarios en plena ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial empujada por el rechazo de Maurice Sachs, un oscuro personaje que murió en plena guerra en circunstancias poco claras. Violette es un recorrido cargado de emotividad y erotismo sobre la literatura francesa enfocada en una autora que creció y vivió en la pobreza hasta que Beauvoir comenzó a proveerla de un sueldo que le permitió viajar y escribir sin apremios económicos hasta llegar a editar algunas de sus mejores obras como La Bastarda, que le otorgó finalmente el esquivo éxito de ventas y la consecuente libertad económica. Con un fondo sonoro de violines minimalistas viscerales, Violette representa el sufrimiento, la falta de autoestima, la desconfianza, el rechazo y la hostilidad ante una realidad frustrante y decepcionante que marcó su vida y sus anhelos. La interpretación de Devos de los deseos y las desilusiones de Leduc es extraordinaria y demuestra porqué es una de las actrices más solicitadas por la cinematografía francesa. Sin recurrir al contexto político o social, la película se centra de forma obsesiva sobre Violette como personaje para ofrecer una biografía construida en base a la introspección y las relaciones sociales y no sobre análisis históricos. La obra de Leduc fue una constante rememoración de sus vivencias basadas en el desencanto y el pesimismo exacerbado por la condición subyugada de la identidad femenina. Violette no fue solo una escritora con un estilo poético sensual sino que abrió un camino a los escritores de su época al narrar la sexualidad abiertamente desde el punto de vista femenino, algo inaceptable para la mayoría de los editores de la época. Todo el film está construido sobre esta base interpelando a la escritora y a su entorno, a la vez que a sus lectores y a los espectadores. Con un espíritu artesanal, Provost indaga pacientemente en estos sentimientos buscando las conmociones y los puntos de quiebre para reconstruir un capítulo muy importante de la historia del feminismo en Francia.
Biografía de la escritora Violette Leduc, especialmente centrada en su amistad (la palabra, de todos modos, es demasiado breve para abarcar todas las implicancias de la relación) con Simone de Beauvoir. Cuando olvidamos quién es -o ha sido- quién en “la vida real”, este doble relato de una mujer signada por desgracias pero rescatada por la fascinación ye l talento de otra gana en intensidad y en tensión dramática. Desgraciadamente, el viejo problema de decir “hola soy Jean Genet” pesa como un miriñaque anacrónico. Lo mejor: Emmanuelle Devos y Sandrine Kibérlain.
Vidas al límite En cada versión audiovisual, las biografías de personajes históricos resienten una serie de obstáculos casi insalvables; como al realizar un busto, la idea de transcripción es, en quien mira, más fuerte que la obra misma. En el caso de Violette, el fuerte de Martin Provost (ya conocido por su film Séraphine) radica en volcar una mirada angular sobre un fenómeno cultural del siglo XX, el existencialismo francés, y una de sus pilares, Simone de Beauvoir, a través de la vida de una escritora menos pública pero no menos importante en el desarrollo de aquel movimiento. Violette Leduc no tuvo una vida fácil. Bastarda de nacimiento, sobrevivió la posguerra en el mercado negro, perdió un embarazo y se enamoró en forma platónica de Simone de Beauvoir, que la impulsó a parir sus dolencias en escritos salvajes. El retrato de Beauvoir, en la magnífica interpretación de Sabrine Kiberlain, es ejemplar; muestra su frialdad de la mano con su pasión por lo dionisíaco, el torbellino irrefrenable representado en Violette y, en consecuencia, su madrinazgo sobre la principal protagonista, una pieza clave del film, tiende a orbitar como el verdadero sujeto de la película, por encima de cualquier trazo biográfico. Entre tanto angst, la presentación un tanto caricaturesca de Jean Genet y del mecenas literario Jacques Guérin, factótum en la publicación de La hambrienta, generan descompresión y humor negro durante la filmación de un corto que representa, con citas a El acorazado Potemkin, la pérdida del embarazo de Violette. Con todo y, fundamentalmente, con otro incomparable rol de Emmanuelle Davos, la película pierde frescura al reiterar la venalidad de los personajes y al estirar el metraje más de lo necesario. Son los únicos defectos de una obra que no dejará de ser relevante para aquellos interesados en un contexto literario fundacional.
Nombres propios que se imponen Por los límites del qualité transita Violette, nueva intromisión del director Martin Provost -luego de Seraphine- por los caminos del arte, en este film que aborda una parte de la vida de la escritora Violette Leduc, autora un tanto maldita, discípula de Simone de Beauvoir y admirada por referentes tan respetados de la intelectualidad francesa del Siglo XX como Sartre o Genet. Sus textos eran confesionales, pedazos de su existencia hechos letra y papel, con una fuerte carga erótica que sublimaba múltiples frustraciones personales. Para Beauvoir era como aquella alumna que había llevado más lejos su cruzada feminista, emancipándose del deseo masculino y explotando su propia sexualidad. Ese vínculo, entre obsesivo, patológico y de amistad, es el que explota esta película, que se sostiene por las actuaciones sobresalientes de Emmanuelle Devos y Sandrine Kiberlain. Violette pertenece a ese tipo de producciones francesas que hacen gala de una dirección de arte notable y de un trabajo de recreación histórica fascinante. Si para colmo de males lo que se cuenta es real -o simula serlo-, todo da como resultado un film calculado en su precisión formal y en la manera en que se exponen sus temas. La película de Provost, encima, tiene una estructura episódica, como de capítulos de un libro que va desnudando progresivamente el interior castigado de la protagonista, lo que acrecienta esa idea de biografía psicoanalítica: cada segmento opera como una reducción y simplificación de la progresión dramática de Leduc. Y eso es particularmente lo más molesto de la película: esa necesidad de tomar cada elemento de la vida de su personaje para construir una reflexión y un sentido, termina chocando contra el viaje interior de un personaje que nunca terminó de descubrirse o construirse. Cada capítulo, al igual que la película en sí, está titulado con un nombre propio: Maurice, Simon, Jean y así. Esa presencia de los nombres propios tiene que ver con aquellos personajes que fueron influyendo en la vida de Violette. Y esos nombres propios, también, adquieren demasiada importancia, especialmente si notamos que se trata de nombres propios con peso específico en la historia de la cultura universal. Por momentos, Provost no puede escapar a la fascinación de poner en escena recreaciones de personajes históricos. Y su película se convierte en un baile de disfraces bastante superficial por el que desfilan Maurice Sachs, Jean Genet, Jacques Guérin. Pero ni bien la película retoma el vínculo Beauvoir-Leduc, vuelve el interés y la complejidad olvidada en otros tramos, muchos de ellos exageradamente marcados desde la actuación, casi en una construcción teatral de espacios y tiempos. El vínculo de ambas escritoras toma fuerza, fundamentalmente, por la presencia de dos actrices exquisitas: Devos y Kiberlain se alejan del embellecimiento visual y formal de la película, buceando en el interior de personajes que no se terminan por definir. Kiberlain construye una Beauvoir inteligente y sensible, enérgica y vital, pero a la vez lo suficientemente fría como para convertirse más en una editora que en una artista; Devos, por su parte, hace totalmente suya a la débil emocionalmente Leduc, en un tour de force interpretativo notable: un personaje tortuoso, insatisfecho, que provoca algo de rechazo y bastante de lástima. En ese contrapunto, Violette funciona porque parte de lo obvio para adentrarse en aguas turbulentas. Finalmente los nombres propios que se imponen son los de ambas actrices. Lamentablemente la película encuentra su cielo y su límite en su exageradamente prolija narración: su cielo, porque permite que las actrices jueguen sin tantas ataduras; su límite, porque en todo caso la película se sabe biopic tradicional y recurre a algunos clichés como es la historia de superación personal (a medias). Lo cierto es que teniendo a una autora tan osada como Leduc en el centro, era necesario un poco más de riesgo formal por parte de Provost. En todo caso esta película quedará como un homenaje un poco acartonado a una artista genial, a su pesar.
Una mujer que pese a enfrentarse a una sociedad adversa, supo hacer valer sus convicciones. El film aborda la biografía de Violette Leduc (Emmanuelle Devos en impecable interpretación) hija bastarda de un noble y escritora francesa que vivió a escondidas un romance con el escritor Maurice Sachs (Olivier Py) a finales de la Segunda Guerra Mundial y sobrevivieron gracias al contrabando. Además se centra en la intensa relación que mantuvo con Simone de Beauvoir (Sandrine Kiberlain), estos vínculos los mantuvieron durante el desarrollo de la guerra y en ocasión de la posguerra en Saint Germain des Prés. El relato es fascinante y atrapante, donde muestra la lucha de esta mujer en una sociedad que no la valorizaba sobre todo porque la consideraban bastarda, y en sus libros refleja mucho de sus experiencias vividas por esta causa, aparecen sus emociones y sentimientos, su amor, soledad, dolor, y todo ese sufrimiento por no haberse sentido amada por su madre. Tuvo que tolerar la censura en su novela “Ravages” cuando los editores no quisieron publicar el pasaje del aborto ni las escenas de sexo entre dos chicas, entre otras diferencias. Lucho por sus convicciones y mientras ella escribía Simone consigue editores; un ser valiente que sobrevivió a todo (se va viendo a lo largo de más de dos horas de la cinta), hasta perdió un embarazo, supo incentivar al público a leer sus novelas, toco temas como el aborto, el lesbianismo y de la homosexualidad. A lo largo de este relato existen otros personajes que fueron importantes en la compleja vida de Violette como: Jacques Guérin coleccionista de manuscritos, diseñador de los perfumes D’Orsay, rico, homosexual, quien también era bastardo (interpretado por Olivier Goumet), Jean Genet (poeta con quien mantuvo una relación tormentosa entre celos, admiración, amor, celos, todo algo complicado (interpretado por Jacques Bonnaffé), la madre de la escritora, Berthe Leduc, interpretada por la actriz francesa Catherine Hiegel, entre otros. A pesar de no contar con el apoyo de la crítica, fue elogiada por grandes escritores del momento como: Jean-Paul Sartre, Beauvoir, Jean Genet, Jean Cocteau, Albert Camus, Marcel Jouhandeau y Natalie Sarraute. Su éxito llego con la publicación de “La bastarda” en 1964, y todo se encuentra reflejado en una buena ambientación, con correctas actuaciones, contando la vida de una mujer que fue abriéndoles camino a otras mujeres y aunque contiene algunos problemas narrativos, este film de cierta forma parte de un homenaje a una de las grandes autoras de la literatura francesa Violette Leduc (1907-1972).
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UNA VIDA FEA Biografía correcta, cuidada, pero convencional y con poca sustancia. Otro ejemplo de un cine sin atrevimiento que se conforma con darnos los momentos salientes de una mujer sufrida, difícil, a la que le sobró soledad y le faltó amor. Porque la biografía de Violette Leduc tiene como punto central su desamparo. Desde la niñez la hicieron a un lado. Y el resto de su vida fue igual. Fue una mujer fea –así lo dice ella- que acabó dándole aspectos sombríos a una vida que sólo gracias a las letras pudo conquistar atención y reconocimiento. En Violette su aspecto le trajo dolor. Como quería Freud, la anatomía fue su destino. El filme es una plegaria melodramática sobre la afirmación femenina, una película decorativa, donde cada uno hace su parte, pero no hay una escena capaz de transmitir a fondo la ausencia de un cuerpo querido que pudiera rescatarla de tantas penas y soledades. Y bajo esa misma mirada liviana y superficial, aparece este desfile de celebridades. “Violette” arranca en plena guerra y desde sus comienzos siente el rechazo y la desilusión que la acompañó siempre. Fue abandonada en su niñez, ignorada por su madre y todo siguió así. Pero será en la efervescencia de la posguerra, junto a Simone de Beauvoir, Camus, Genet y hasta Sartre, donde Violette irá perfilando los contornos de una vida tensionada entre la escritora con futuro y la mujer sin presente. La de ella fue una existencia desdichada y vacía, con el sexo como demanda central de una vida que parece haberse quedado con ganas de todo.
Historia humanamente potente trasladada a imágenes y sonidos con magistral delicadeza “La fealdad en una mujer es un pecado mortal”. Con esta puñalada se abre la película y esta aseveración resonará a lo largo de la obra, y paralelamente a lo largo de la vida de la protagonista, Violette Leduc, como un eco agorero y a la vez como un grito que llama a no rendirse. Lo que no nos esperamos es que “fealdad” y “pecado mortal” tengan tantos significados como se van revelando durante la historia. Con un inicio bastante complicado a nivel de dosificación de información, las aguas se van aclarando cuanto más nos adentramos en el relato, y la turbiedad del inicio da paso a una transparente narración donde los sentimientos de la protagonista hacen sufrir de empatía al público, con la virtud de una ausencia radical de sentimentalismo y melodrama. Violette es la lucha de una mujer bisexual contra la sociedad, es la búsqueda por parte de una mujer fea de una condición que le fue privada desde antes de nacer, la de ser amada. Hija bastarda de un noble, no deseada ni siquiera por su madre, su infancia y adolescencia la marcaron con el sello de la crueldad, la soledad y la incomprensión para el resto de su vida. Un tormento que finalmente da su fruto. Gracias a la terapia exorcista de la escritura, Violette se reconcilia con su vida y hace de sus experiencias un éxito literario. La pregunta que Provost deja para que el público se conteste es si ese tormento solitario que a partir de su llegada a París se ve acompañado de un bastón, con el nombre de Simone de Beauvoir, merece la pena. Si le merece la pena a ella, a Violette Leduc. Rodeada de personajes tan interesantes y reconocidos que ni presentación ni construcción narrativa necesitan, como Jean Genet o Jacques Guérin, Violette desprecia su vida, su apariencia, y se resguarda a sí misma en una soledad inventada, pues amigos tiene, que la apoyan, la ayudan, la acompañan. Pero su carácter, difícil hasta el punto de que la misma Beauvoir asegura con rotundidad “nadie puede ser amigo de Violette”, la recluye en su dolor, en su pobreza, en su fealdad, la aísla de poder disfrutar de lo que consiguió por sus propios medios. Es quizás también su forma de defenderse de las decepciones y desilusiones. Sin embargo, su entrega pasional a la vida, sin red por si acaso la caída, la llevan una y otra vez a querer desistir, rendirse, sentimiento que expresa varias veces en forma del feroz deseo de no haber nacido. Si la historia es potente, por lo humano, y el conflicto es difícil de trasladar a la pantalla, por lo intangible, la resolución que Provost orquesta es de una delicadeza magistral. Unos planos bellísimos: la hija desnuda, vulnerable, abatida por la reciente enfermedad a merced de la madre castradora que en un arrebato de amor - o compasión - la lava con una dulzura emocionante. Una simbología hermosa de manos como metonimia de los cuerpos y del deseo y del trabajo de la escritura y de la edad y del afecto... Un juego de ubicación de los personajes en luces y sombras en analogía a quien ostenta la razón en esa escena. Y el gran acierto de la realización: la literatura entremezclada con la historia, como parte del guión y ensambladora de imágenes. En ningún momento resulta relentizadora del ritmo cinematográfico ni críptica en su simbología, más bien todo lo contrario: completa el significado de la historia y aporta una dimensión poética a las vivencias de Violette en una analogía perfecta entre su vida y la literatura que escribió en base a ella. Como carencia, podríamos mencionar la relación entre Simone de Beauvoir y la propia Violette. Una relación que se anuncia de amistad pero que se vive de forma muy distinta y dispar. Mientras que la protagonista se enamora perdidamente de la reconocida escritora y ve en ella una ayuda indispensable para salir adelante no sólo como escritora, sino también como persona y como mujer, incluso una ilusión por la que vivir, Beauvoir no la considera ni siquiera una amiga, no la trata como tal, ni siquiera le confía conversaciones íntimas ni preocupaciones personales. Para Simona, Violette es casi una alumna a la que mantiene en calidad de mecenas por su interés literario y por su valor como rompedora del status quo represor en que vivía, o sobrevivía, la mujer. En esa relación, construída muy sutilmente por parte del guionista, el colofón llega al final de la obra, en una escena de fuera de campo donde Violette se queja a Simone de que no necesita su caridad (Simone se muda de casa y le ofrece cacharros que no llevará en la mudanza). Simona muy intelectualmente le responde Violette, “por favor, nosotras estamos por encima de eso”, a lo que Violette rebate con otra pregunta sin respuesta: “¿Y dónde nos deja eso?”. El silencio estrepitoso de Simone en un fuera de campo hermoso, el rostro ansioso de Violette que espera una respuesta que sabe desde antes de plantear la pregunta que no llegará, las cortinas rojas que Simone ya no quiere de fondo, el departamento vacío donde forjaron esa extraña relación, y un adiós que busca, una vez más, la atención de Simone para con la inerme Violette. Es entonces cuando los reproches salen de las entrañas de la protagonista, que más que enojada con su mecenas lo está consigo misma por ser dependiente de alguien que no la corresponde del mismo modo. “Ojalá pudiese odiarte”, le dice Violette a Simone, pero no podrá porque siempre le deberá la perseverancia, la tenacidad, el levantarse después de cada caída y el prólogo con que se inicia el gran éxito literario de Violette Leduc: “La bastarda”. Al fin un éxito en la vida que quizás no le compensa los fracasos en las relaciones personales -”y pasa el tiempo y sigo sola”-, pero que al menos la ayudarán a sobrellevarlos.
Magnífico rompecabezas de una escritora y su época “(...) No hay más que palabras definitivas. No hay otras palabras. Tengo una fiebre de buscador de oro para encontrar esa palabra: el diamante de una obrera. Si no la encuentro voy a arrastrarme a lo largo de los cafés cerrados a las once de la noche. Las sillas, una sobre otra, son elocuentes, y yo estoy muda. ¿En qué te has convertido, tú, que querías escribir? Un pedazo de diario pisoteado con el que se divierte el viento en una calle pisoteada. (...) Las tres de la mañana. Las cuatro de la mañana. El alma es friolenta, el corazón no está tranquilo, las manos están vacías, el pie que movemos dentro del zapato no demuestra que estemos vivas, estamos lívidas hasta la punta de los dedos, nos apretamos las unas contra las otras, esperamos el día. La vieja reinita desteje su bufanda, destruir la embellece. " Violette Leduc (“El Poder de la Palabra”) Martín Provost (“Tortilla y cinema”, 1997; “El vientre de Juliette”, 2003; “Où va la nuit”, 2011) retoma el biopic, género que le ha dado gran reconocimiento con “Séraphine” (2008). En esta oportunidad toma la vida de la escritora Violette Leduc, magistralmente interpretada por Emmanelle Devos (“Le temps de l´ aventure”, “El tiempo de los amantes”, 2013; “Le fils de l´autre, ”El hijo del otro” , 2012) y la refleja como si fuera un rompecabezas dividido en siete actos con más de dos horas de duración. Cada uno de ellos hace referencia a personas que fueron claves en determinados momentos de su vida centrada en dos décadas que va de los ‘40 a los ‘60, en especial a su relación con Simone de Beauvoir, excelente interpretación de la actriz y cantante Sandrine Kiberlain (“9 mois ferme” (“9 meses de condena”, 2013), “Les femmes du 6ème étage” (“Las mujeres del 6° piso”, 2010). “Violette” es un abordaje genuino y veraz a la escritora francesa, que no se interna en el cliché y la superficialidad, sino que opta por el tortuoso camino que ésta transitó hasta alcanzar el éxito y sostenerlo. El espectador asistirá al infortunio de la soledad de una mujer sin autoestima, que usa la literatura como vía de escape a su fuego interior, exorciza fantasmas y emprende una búsqueda incansable de afecto. Violette Leduc fue una de las más importantes escritoras francesas de los ilustrados ‘60, tal vez la década más brillante y conflictiva del dilo XX. El ambiente intelectual y filosófico que se respiraba por esos años era el del existencialismo con un Jean Paul Sartre que dictaba cátedras sobre “El ser y la nada”, o un Martín Heidegger hablaba en “Ser y Tiempo, del «ser-ahí», (Dasein), una Simone de Beauvoir que rompía la otredad con “Una muerte muy dulce” (1964), “La mujer rota” (1968), Françoise Sgan, Juliette Greco, Jean Cocteau, Jean Genet (su alma gemela), Samuel Beckett, el mecenas Jacques Guérin, François Truffaut y sus “Les quatre cents coups” (“Los 400 golpes”, 1962), Claude Chabrol con “Les cousins” (“Los primos”, 1958) o Jean Luc Godart con las recordadas “À bout de souffle” (“Sin aliento”, 1960) y “Vivre sa vie” (“Vivir su vida”, 1962). En la música brillaban: The Beatles, Jim Morrison, Bob Dilan, Rolling Stones, Mireille Mathieu, Jonny Halladay, Jacques Brel, Chales Aznavour, Gilbert Beacaud, Yves Montand, etcetera. Martin Provost, director francés obstinado con descubrir para el cine el mundo oculto de las mujeres, tomó como protagonista de su historia a Violette Leduc por la fuerza arrolladora de la escritora, que fue una adelantada a su tiempo que, queriendo explicarse su vida, puso de relieve todos los tabúes de su tiempo y, no sólo eso, replanteó el mismo concepto de identidad. Nació, a principios de siglo y en un pueblo del norte de Francia, como hija “ilegítima” de Berthe: "Mi madre no me dio nunca la mano... Me ayudaba a subir y a bajar las aceras pellizcando mi vestido a la altura del hombro", recuerda la autora en “L'asphyxie”, una biografía atravesada por el desprecio, el hambre, y la soledad. Martin Provost trata de recuperar esa figura un tanto desequilibrada y detener la mirada en el golpe de la pluma contra el papel, en la piel erizada ante el frío o en el gesto de desolación por hambre, en la clandestinidad de las reventas y la falta de amor. En el filme se da mucha importancia al detalle de lo cotidiano. Pues fue desde ahí desde donde Violette condujo su revolución literaria contra el mundo. Fue su tormento de lidiar con la cotidianeidad lo que colocó a la autora en el límite de lo más amargo, vulgar, salvaje e inhumano, para volcar en textos extraordinarios esas desagradables vivencias que fracturaron su vida. El escándalo no fue más que una consecuencia de la necesidad de su escritura, ya que al leer cualquier texto de Leduc, biografía encubierta o no, el lector se topa con la crudeza de la relación lésbica descrita en “Ravages” (1955) y que le valió la censura, luego su amor prohibido con un profesor cuando de niña; sus abortos clandestinos; el incesto entre hermanos; su vociferada bisexualidad. Toda esa verdad vivencial la volcó en su literatura. Es su vida. Y lo es con una violencia y sinceridad inédita. La sensación física de su escritura es evidente en los cuerpos desnudos que chocan, como lo es en la percepción perfectamente táctil de la pobreza, del frío de la nieve, de la angustia del vacío. "Lo personal es político", decía Beauvoir, y así es la vida entera de Leduc: “un manifiesto por la revolución de los cuerpos y las almas”, sostiene Martin Provost en un reportaje. Como si fuera una novela Martin Provost taya su filme por capítulos, enfocados hacia las personas que fueron importantes en su crecimiento personal, espiritual y artístico. Finalizan los títulos iniciales, pantalla en negro y voz en off Violette dice la “fealdad de una mujer es pecado mortal, si eres bella es la que miran por la calle por su belleza, si eres fea es la que miran por la calle por su fealdad”. Una sola frase pone de relieve no sólo la desvalorización, sino también la necesidad de afecto de la escritora, en la que existe una distancia abismal entre el erotismo de sus libros y la vida real. Segundos después el espectador descubre que Violette vive semioculta en una casona de la campiña francesa con el escritor Maurice Sachs, subsistiendo en el transcurso de la Segunda guerra Mundial gracias al mercado negro, con el riesgo que implicaba comprar y vender en medio de bombardeos y balas. Luego la traslada a París y su encuentro con Simone de Beuvoir. “Violette” es un relato genuino de una las precursoras del feminismo, el filme se centra en Leduc y la relaciona con las figuras esenciales del mundo cultural francés de los ‘60, sin profundizar demasiado en cada uno de ellos. Concentra el ojo de la cámara en la forma en vivió, sintió, y como escribió la precursora de los temas tabú en la literatura. Es un relato poético, minucioso y pausado; lejos del ritmo de una película de acción. Es un viaje hacia la libertad, buscando que el espectador se identifique con la complejidad del personaje, a la vez que lo interna en su propia complejidad para iniciar el mismo viaje del héroe hacia sus ignoradas profundidades. Violette en el filme y en la vida real es un personaje borroso, en que es buena o mala, santa o demonio, y cuanto más difusos son los límites de su realidad, más aprehensión a su vida se verá. Ella, en ambas realidades, va en busca de su “sombra”, la parte más siniestra y oscura de su persona, a la que debe asumir y pactar con ella para integrar su personalidad. El director muestra a Violette tal como es, sin rodeos, ni maquillajes, sin simplificar nada, sin optar por blanco o negro, porque ambos son toda ella al mismo tiempo. A Provost, a diferencia de “Seraphine”, en “Violette” se ocupa más de la relación de los personajes que de la reconstrucción de época. Si bien el diseño de producción es excelente, el director lo utiliza de modo tangencial para instalar en él a sus personajes. No buscó mostrar el paisaje exterior en grandes planos panorámicos, sino su vacío, en cambio se instaló en el espacio íntimo, y a través de él en el paisaje humano mostrando opresión, miseria, promiscuidad y dolor, por las heridas provocadas por la guerra que aún hoy no terminan de sanar. La excelente fotografía de Ives Cade, apastelada y oscura, con el negro como color predominante, da a la realización un tono de angustia, zozobra, inestabilidad y desaliento, donde todo es estrechez, donde la palabra no basta, donde la idea no basta. Son imágenes de un drama, que no es sólo de décadas, sino de seres humanos desfijados de su realidad.
Martin Provost (“Seraphine”) es el encargado de contar la vida, o al menos la parte que más le interesa, de Violette Leduc, esta mujer escritora que aun llegando a posicionarse entre los best sellers vivió bajo la sombra de quien la ayudó, inspiró y acompañó largos años de su vida, ni más ni menos que Simone de Beauvoir. Violette Leduc es una mujer que sobrevive. Lo hace como puede, en medio de un matrimonio fingido, teniendo negocios ilegales o, como descubre después -o mejor dicho, casi que la obligan a comenzar-, escribiendo. Violette escribe sobre su madre, sobre su marido, o sobre la sexualidad que descubre junto a una mujer, lo hace de manera bella pero con contenidos fuertes, incluyendo el tema del aborto, que todavía sigue siendo tabú para muchos imagínense en esa época. De repente encuentra en la escritura un modo de sanarse quizás, es rápidamente que escribir va a pasar a ser una necesidad para ella. Y cuando empieza algo no lo hace por simple hobby, entonces es que, tras descubrir un libro “demasiado largo para ser escrito por una mujer”, y así, a una escritora, se acerca a Simone de Beauvoir. Gracias a ella consigue empezar a codearse con escritores y editores, incluso Albert Camus le edita su libro, pero no se parece a sus expectativas, ya que ni siquiera lo encuentra en las librerías. Violette_EW_2 El film, que dura más de dos horas y está dividido en capítulos con nombres de las personas que la van influenciando, es un recorrido por la vida de esta mujer que sobre todo se siente sola y no querida, y que encuentra algo de refugio en las palabras que escribe. (/p ) También se ahonda en la amistad, aunque para Violette lo que ella sentía era amor, con la escritora feminista, quien siempre la alentó a seguir escribiendo, y nunca dejó de creer en ella. Brillantemente actuada por Emmanuelle Devos, quien se mete en la piel de una Violette impredecible y de muy baja autoestima que siempre se termina sintiendo abandonada, esta biopic pone en el centro a una escritora que luchó y logró que su libro llegue a ser un best seller. La actriz encargada de interpretar a la reconocida escritora de Beauvoir es Sandrine Kiberlain (Las mujeres del sexto piso). Este retrato sobre la tormentosa existencia de una escritora casi desconocida, de una mujer que siempre se sintió sola y se vio fea, se plasma con climas oscuros y asfixiantes, que reflejan el estado de su protagonista. Al menos hasta cerca del final, en que se escapa y se conecta con la naturaleza sobre paisajes soleados. Y sola, el modo en que necesita descubrirse una persona para poder aceptarse, por sí misma. Es cierto que el film avanza de manera despareja, no siempre despertando el mismo grado de interés, pero éste nunca lo pierde. Mención aparte para la puesta en escena y el vestuario que logran retratar esta época de una manera sutil, elegante y sobre todo convincente
Martin Provost’s Violette is monotonously explanatory and unnecessarily educational It’s World War II in France. Violette Leduc (Emmanuelle Devos) works in the black market. She’s married to Maurice Sachs (Olivier Py), who’s gay and not at all in love with her. But she is — and madly so. Not that she knows how to have a loving relationship, since she’s too demanding, excessively obsessive, and annoyingly neurotic. Yet one thing makes her feel alive: writing. She wants to become a published writer. That’s why Maurice encourages her to write non-stop. Violette is a woman consumed with sadness and unfulfillment, so no wonder her writings are so emotionally arresting. She writes about her childhood, her unhappiness, the broken relationship with her mother, her abortion, and most important, about being born a bastard. It’s a painful task, but at the same it might be setting her free from so much pain. After much work, Violette writes her first book. By then, Maurice has left her and fled to Germany with the promise of coming back, yet she knows he won’t return. As the war ends, she moves to Paris and learns of the existence of Simone de Beauvoir, whom she instantly feels drawn too. She decides to meet her, and so goes to her house and introduces herself. Most important, she gives her the book she’s written. Simone agrees to read it, which she quickly does. It so happens that it’s a good book. So she first suggests some editing, and then she’ll she that it gets published. Violette couldn’t be any more ecstatic. From then on, a strong and loving relationship develops between the two women. But not without some conflict, for Violette falls in love with Simone too. Once again, unrequited love. Nonetheless, their friendship will last throughout their whole lives. Thanks to Simone’s continuous support and sponsorship, Violette’s first novel L’Asphyxie was published by Albert Camus and earned her praise from Jean-Paul Sartre, Jean Cocteau and Jean Genet. In time, she will become a very personal feminist voice reflecting upon the condition of women and their sexuality, their oppression and liberation. Then, a literary success ensues. Martin Provost had already examined the life and work of a woman on the verge of a nervous breakdown in his previous feature Seraphine, about French painter Seraphine de Senlis, who spent her last days working and living in a state of peaceful mental insanity. In a sense, her art had set her as free as she could possibly be. The title character in Violette never goes mad, but also finds salvation through literature as it turns her into a life-affirming, caring and grateful person. In different ways, her life was as turbulent as that of Seraphine. Violette also excels when it comes to the performances, with Emanuelle Devos as Violette, Sandrine Kiberlain as Simone de Beauvoir, and Olivier Gourmet as Jacques Guérin. They all have some remarkable moments which glue the film together in a seamless manner. Whereas other actors would have approached their characters as illustrious figures with a very defined persona, these actors opt to render very humanized and recognizable versions, all of them really involving. But the narrative many times fails to be that engaging, since it addresses many fronts at once and can’t consistently plunge deeply into most of them. Sometimes it’s also too informative and explanatory, quite monotonously paced and unnecessarily educational. So from time to time the story drags, and you may feel you are stuck in a tedious history lesson with no genuine pathos. Most scenes are cut off short right after the basic information is stated, not allowing for a compelling emotional atmosphere to surface. Oddly enough, the film is definitely overlong at 139 minutes — perhaps because it has too many scenes that say too little. Moreover, the inexpressive, flat cinematography (even if technically correct) can only be prosaic to the extreme (not beautifully austere, just prosaic) so all visually poetic insights have to be left aside. Except for the last 30 minutes, when Violette gains considerable dramatic weight as it becomes a more introspective, reflexive film and scenes are given the time to unfold to the fullest. Too late though. Production notes Violette (Belgium-France, 2013). Written by Marc Abdelnour, Martin Provost, René de Ceccatty. Directed by Martin Provost. With Emmanuelle Devos, Sandrine Kiberlain, Olivier Gourmet, Olivier Py, Nathalie Richard. Cinematography: Yves Cape. Editing: Ludo Troch. Running time: 139 minutes.
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Encontrar la belleza Probablemente ninguna actriz podría haber ido mejor que Emmanuelle Devos en este protagónico, pero no sólo por una cuestión de capacidad interpretativa (ella es siempre brillante) sino que su físico era necesario para interpretar a un personaje feo pero al mismo tiempo atractivo en su singularidad. Con sus rasgos toscos, su nariz y su mandíbula pronunciadas, su boca amplia, Devos es de esas actrices que pueden resultar chocantes a primer golpe de vista, pero que conforme van desempeñándose en su rol, gracias a su encanto personal pueden verse crecientemente seductoras. La frase que sirve de acápite para esta película está sentenciada por la voz en off de la protagonista: "La fealdad en una mujer es un pecado mortal. ¿Eres hermosa? Entonces eres lo que vemos por tu belleza. ¿Eres fea?, eres lo que vemos por tu fealdad." Así es que se relata la historia de una mujer que no ha sido muy agraciada: hija bastarda no deseada, insegura, requerida de afectos y solitaria durante toda una vida, quien vivió las dos guerras mundiales atravesando una penuria económica tras otra y que, para colmo, obtiene continuos rechazos amorosos, por su poco atractivo, por mala suerte, y principalmente por su indisimulada y desesperada necesidad de afecto, que la conduce a situaciones a menudo humillantes. Esta mujer fue en la vida real nada menos que Violette Leduc, escritora francesa autora de obras como La asfixia o La bastarda. Leduc comenzó a escribir empujada por la tortuosa relación que contrajo con el escritor gay Maurice Sachs y más adelante por el madrinazgo de Simone de Beauvoir, quien supo ver el diamante en bruto que escondía tan atormentada narradora. Vivió el movimiento existencialista francés codeándose con escritores como Jean Genet, Jean Cocteau, Jean-Paul Sartre, Albert Camus y otros; algunas de estas figuras apenas son nombradas en la película y otras aparecen parcialmente, pero el abordaje no se permite una feria de personalidades (Medianoche en París de Woody Allen tenía mucho de eso) colocando en el cuadro, ante todo, a verdaderos personajes. Al director Martin Provost parecen gustarle las biografías de mujeres: su anterior película había sido Séraphine, sobre la pintora Séraphine de Senli, y su énfasis parece la profundización en psicologías complejas, difíciles. Una notable adaptación de época, un reparto que reúne varios de los más grandes talentos franceses de la actualidad (a Devos la secundan, entre otros, los inmensos Sandrine Kiberlain y Oliver Gourmet) conduce la narración a través de los pormenores de una mujer inestable que logra hacer de la escritura su propia catarsis personal y, quizá, su psicoanálisis. Los conflictos internos de un protagónico tan interesante, y un guión que echa luz sobre ellos sin subrayarlos, permiten que las más de dos horas de metraje de esta película ni se sientan. Lo que sí se echa en falta es que, contando con este reparto de lujo, no se exploten más las posibilidades de los actores. Como si el director les tuviera miedo, o no supiera conducir sus interpretaciones hacia las profundidades anímicas requeridas por el relato. A lo mejor hacía falta un actor-director, de esos que saben guiarlos y motivarlos, de esos que logran captar con la cámara pequeños gestos, elocuentes sobre todo un universo interior. Pero en fin, claro está que no todo el mundo puede ser John Cassavetes.