Debajo del mundo ¡Vivan las Antípodas! (2011) es una coproducción rusa-argentina-alemana-holandesa y chilena que plantea la hipótesis de que si se atraviesa el planeta transversalmente se puede llegar a otro país ubicado justo debajo de uno. De carácter documental, el realizador ruso toma cuatro pares de lugares opuestos, ubicados a la inversa del planeta, y los enfrenta, desde las imágenes, formulando una teoría sobre como en lo antagónico hay más similitudes que diferencias. Argentina y China, España y Nueva Zelanda, Chile y Rusia, Botswana y Hawai son las antípodas que Victor Kossakovsky plantea en un éxperimento único. En ¡Vivan las Antípodas! Victor Kossakovsky trabaja las imágenes como si fueran diferentes texturas y juega a enfrentarlas entre sí, para así trasladarnos por el interior de un laberinto borgeano del que resulta imposible poder escapar. La cultura, lo sociológico, la política y la diversidad son tratados con una estilización como muy pocas veces el cine se atrevió a utilizar, sin por eso caer en lo abyecto y banal. Con un interesante trabajo sonoro y un impactante despliegue estético, Victor Kossakovsky coloca la cámara en lugares atípicos para lograr encuadres perfectos, en los que la plástica se apodera de la pantalla y los sentidos. ¡Vivan las Antípodas! pierde en la excesiva duración de su metraje pero gana en belleza cinematográfica. Recomendada para ver en pantalla gigante y con todos los sentidos bien despiertos.
Documental con un planteo estético muy interesante, llevado adelante con un estilo visual muy atractivo, con un uso de la música muy importante y sentido, pero con una narración que se repite y que utiliza continuamente las mismas fórmulas para desarrollar la idea central de la historia.
Cuando leí el título de la película pensé que se trataba sobre Australia. Sí, el hecho es que había leído un libro titulado “En las antípodas” de Bill Bryson, y este trataba sobre Australia, básicamente sobre su viaje hacia este país. Yo honestamente pensé que en todo el mundo se conocía a Australia como Las Antípodas, por el hecho de estar al otro lado del mundo´, al otro lado del mundo para los estadounidenses, pero bueno, en general tienden a controlar la forma de pensar, o por lo menos de nombrar e incluso ver las cosas en el resto de nosotros. En realidad Estados Unidos tiene solo dos pequeñas zonas con antípodas Hawái con Botsuana como se verá en el documental y pequeños espacios de Dakota del Norte y Colorado con ciertas pequeñas islas del océano Índico, pero bueno, se entienden las licencias, y por qué este tipo con el mejor trabajo que se me puede ocurrir (viaja por el mundo y luego escribe sobre ello) decidió titular su libro de esa manera. Así que yo leí un libro entero sin saber que era específicamente una antípoda, y como buen hombre post moderno y si bien hoy en día todo está a un click de distancia, no fui capaz de hacer ese click, y por varios meses y puede que años estuve equivocado en un aspecto de mi vida, en uno de millones, pero por lo menos no lo estoy más. Una antípoda es el punto en el planeta exactamente opuesto a otro punto. O sea son dos puntos que están lo más lejos que se puede estar en este pequeño mundo que vivimos. Ya que más del 70% de La Tierra está compuesta por agua, estos puntos son bastantes escasos. “Vivan las antípodas” trata sobre 8 de ellos, 4 pares de antípodas Desde la soledad de un pequeño paraje en Entre Ríos (Argentina) hacia la inmensidad de Shanghái, desde una casa que quedó aislada en medio de un mar de lava petrificada donde un hombre vive con su perro, hasta un pequeño poblado de Botsuana donde la gente interactúa con elefantes, leones, hipopótamos, y quien sabe cuántos animales más, desde una montaña en España donde no divisamos vida humana, pero si gran cantidad de vida animal y vegetal hasta una playa en Nueva Zelanda donde una ballena quedó varada en la costa y el pueblo lucha por devolverla al mar y desde una pequeña casa a la costa del lago más profundo del mundo , el Baikal, en Rusia donde una madre recibió la visita de su hija que estudia en un colegio lejos de su casa, hasta un punto en la Patagonia Chilena, que no está especificado pero que a mí me parece ser las Torres del Paine donde un hombre se pasa el día junto a ovejas, mirando cóndores, etc., este documental nos embarca por un viaje alrededor del mundo, viendo los contrastes, y no tantos que existen entre dos locaciones del planeta, que se encuentran a un mundo de distancia. El documental carece de narrativa tradicional. Los documentales suelen contar con una voz un narrador con voz en off, o no, o con entrevistas, o por lo menos con ciertos textos, imágenes, que nos expliquen qué está pasando. Este documental apenas si posee algunas palabras escritas y no mucho más. Si bien se nos muestran varios personajes que entablan conversaciones, o realizan actividades, estás son mínimas. Básicamente el documental es un cúmulo de imágenes, de paisajes, de recursos cinematográficos. Nos muestran dos lugares en el mismo momento, el amanecer y el atardecer, en invierno, y el verano, pero no más. Es un sueño para un geógrafo, para un viajero del mundo, puede que le recuerde experiencias, pero para una persona común y corriente, si es que eso existe, el mismo puede tornarse un tanto denso. En definitiva es algo distinto a lo que estoy acostumbrado, no por eso malo, sino simplemente más difícil de apreciar, un tanto extraño de acuerdo a mis parámetros, pero posee una premisa interesante, y podemos disfrutar de grandes imágenes, de paisajes soñados de lugares hermosos.
Emulando a Gagarin Durante la ceremonia de inauguración Victor Kossakovsky hizo una referencia que fue mal traducida: Yuri Gagarin dio la primer vuelta a la Tierra en el espacio durante 108 minutos. Esta es la duración exacta de la nueva obra de este director de culto. Las antípodas son lugares opuestos geográficamente hablando. Pueden compartir visiones o ser completamente asimétricos. Estos puntos geográficos fueron elegidos porque están habitados, se podría decir...
La película presenta una idea ambiciosa: retratar fragmentos de situaciones que se viven en lugares que están en las antípodas de otros. Por ejemplo, si alguien cavara un agujero en Entre Ríos, Argentina, llegaría a Shangai, China. Así, tres ejemplos más (los únicos en el planeta Tierra, ya que la superficie está casi toda cubierta de agua). Como algunos de sus más prestigiosos compatriotas suyos, como Andrei Tarkovski, Kossakovsky tiene una fascinación especial por la naturaleza, y lo demuestra con secuencias bellamente filmadas. La cámara es colocada en lugares que parecen imposibles, y de manera novedosa, logrando la sensación de mundo debajo del otro...
Una película grande que no llega a ser una gran película Conocimos a Victor Kossakovsky gracias al BAFICI y al DocBsAs con documentales más bien intimistas, experimentales, basados en pequeñas premisas. En ¡Vivan las antípodas!, el talentoso director ruso opta por el camino opuesto: un trabajo ambicioso, grandilocuente, con un inmenso despliegue de producción, con un "gancho" marketinero (unir ciudades que se ubican el otro extremo del planeta) y sustentado en tomas panorámicas, movimientos con grúas, etc. Y el resultado, esta vez, es contradictorio y medianamente satisfactorio. Las imágenes conseguidas en Argentina y China, en España y Nueva Zelanda, en Chile y Rusia, y en Botswana y Hawaii son bellísimas, por momentos embriagadoras, pero el realizador se queda en varios pasajes en el mero regodeo propio de los documentales de National Geographic, Disney o la BBC o en el modelo Koyaanisqatsi. En otros pasajes (con el humor de los dos paisanos de Entre Ríos o la historia de una ballena varada en una playa neozelandesa), aparece el gran cineasta que sin dudas es. Lamentablemente, esta vez, sólo lo disfrutamos en cuentagotas.
Curiosa forma de ver el mundo Con este curioso título, el documentalista Victor Kossakovsky se pone al hombro una coproducción ruso-argentina-alemana-holandesa y chilena. Las "Antípodas" son personas o lugares diametralmente opuestos en la Tierra y el cineasta hace su juego desde imágenes que apabullan. De este modo, une Entre Ríos con Shangai trazando una línea recta imaginaria que atraviesa el planeta. El film expone con gran belleza visual ocho antípodas con un registro que puede cambiar nuestra forma de ver el mundo. Argentina y China, España y Nueva Zelanda, Chile y Rusia, Botswana y Hawai son las antípodas que Kossakovsky plantea en este experimento visual único. A manera de espejos contrastantes, encuadres atípicos, la película va mostrando lugares inhóspitos, texturas (lava y la piel de un elefante), grande urbes con tomas invertidas que crean una extraña y fascinante sensación en el espectador. También golpea con las imágenes de la ballena muerta en la playa. Desde picos nevados hasta tranquilas aguas, todo es registrado por la lente de un director que piensa cómo espiar el otro lado del mundo. Sólo hay que dejarse llevar...
El lado bello del planeta Tierra El ruso Victor Kossakovsky ha dado muestras de su talento para los documentales de temática -supuestamente, falsamente- mínima. ¡Vivan las antípodas! está en las antípodas de su propia filmografía: para bien o para mal es una película ambiciosa. Su premisa: “unir” ocho lugares -de a cuatro pares- que se encuentren, entre sí, en los extremos opuestos del planeta. El filme, una coproducción de la Argentina, Alemania, Holanda y Chile, empieza en Villaguay, Entre Ríos, donde dos hermanos cuidan el paso de un pequeño puente, por el que cruzan autos destartalados, en un ámbito bucólico, rural, que parece detenido en el tiempo. Cuando ya estamos acostumbrados a ese ritmo moroso, un giro de cámara nos envuelve y nos involucra en una rotación planetaria, hasta que aparecemos en la populosa y frenética Shanghai, mostrada a ritmo chamamecero. Contemplativa, sin voces aleccionadoras, pero con músicas e imágenes por momentos ampulosas (líricas, aunque a veces empalagosas de tan preciosistas), Kossakovsky contrasta estilos de vida. Estilos que tal vez no sean tan distintos. Los movimientos de cámara -manejada por el propio realizador- y la belleza extrema de los paisajes nos hacen sentir frente a una mezcla de cuidada producción de National Geographic con un filme de corte ecologista a gran escala, como Koyaanisqatsi . La gran calidad del realizador se realza, no tan paradójicamente, cuando apunta a lo pequeño en tomas panorámicas. Para captar detalles como el cándido e involuntario humor de los hermanos argentinos (“Yo nunca vi un chino. Son todos parecidos, nomás, y no se les entiende nada”) o la triste belleza de una ballena encallada en Nueva Zelanda. Instantes fuertemente sugestivos, en los que predomina la delicadeza cinematográfica.
Diversidad en los extremos Premiada coproducción entre Alemania, Argentina, Holanda y Chile, elige ocho puntos opuestos del Globo –de Villaguay a Shanghai, pasando por la Patagonia chilena y los alrededores del lago Baikal– para dar cuenta de opuestos culturales y geográficos. ¿Merecen las antípodas ser vivadas? Durante una estadía en Argentina, el apreciado realizador ruso Victor Kossakovsky –el DocBsAs le dedicó una retro, unos años atrás– descubrió que trazando una línea recta a través de la Tierra, desde un perdido rinconcito de Entre Ríos podría llegarse a ese centro del mundo futuro que es Shanghai. Fue así que se le ocurrió filmar un documental sobre las antípodas terrestres, tema tan válido como la germinación de la papa o la cuadratura del círculo. Premiada coproducción entre Alemania, Argentina, Holanda y Chile, ¡Vivan las antípodas! (el título original es así, en castellano) elige ocho puntos opuestos del globo, mostrando en ellos... ocho puntos opuestos del globo. Eso sí, lo hace con un lujo fotográfico digno de la revista Life, y algunos trucos visuales que están entre la ocurrencia y el chistonto. Pero es allí que aparecen un par de equivalentes entrerrianos de Inodoro Pereyra y el Mendieta, que convierte a esta National Geographic en movimiento en un antológico suplemento especial de la revista Hortensia. Los cuatro pares de antípodas que Kossakovsky visita son, además de Villaguay y Shanghai (la sola rima ya es un chiste; pensar que a los paisanos se los llama “chinos”, otro), la Patagonia chilena y los alrededores del lago Baikal, Hawai y una aldea de Botswana, y la costa neocelandesa y el pueblo español de Miraflores. El montaje, a cargo del propio realizador (tanto como la dirección de fotografía) alterna entre uno y otro punto, filmando algunas escenas “boca abajo” (algo que Wong Kar-wai ya había hecho hace como quince años, para ilustrar la misma idea, en Happy Together), mostrando una antípoda con música típica de la otra (chinos con chamamés) y apelando en otras ocasiones a fotomontajes, para mostrar ambas antípodas en la misma imagen, una patas arriba y la otra de pie. Más allá de esos chiches (y de atardeceres color durazno, y de figuras asiluetadas sobre una ladera y de reflejos del sol sobre el Indico o el Baikal), lo que muestra ¡Vivan las antípodas! es mucha gente y muchas bicicletas en Shanghai, nada de gente, algunos cóndores y muchos gatos en la Patagonia chilena, una campesina rubia y su hija igualmente rubia, admirando la espejada superficie del lago estepario, pobladores, leones y elefantes en Botswana y en Miraflores, piedras y baldío. Más sustanciosos resultan una pobre ballena varada en las costas de Nueva Zelanda (fríamente horroroso, su destazamiento con sierra eléctrica, para poder trasladarla), los contrastes entre la modernidad urbana de Shanghai y las ruinas de los desalojos (algo que Jia Zhangke trató más a fondo en buena parte de su filmografía) y las impresionantes formaciones de lava solidificada (y no tanto) en Hawai. Nada de eso deja de parecer una edición de lujo de The National Geographic. Lo que hace de ¡Vivan las antípodas! un documental imperdible son los dos paisanos de Villaguay, cuya única dedicación consiste en intentar lucrar (sin mucho éxito, por lo que puede verse), cobrando peaje a los esporádicos choferes que cruzan un frágil puentecito de las inmediaciones. Cuando no lo hacen, se asoman a la puerta del rancho y filosofan, oteando el cielo para ver si viene lluvia. Filosofan sobre su perro viejo y cojeante (el Mendieta del caso), sobre los chinos (se nota que el director les dio letra), sobre sí mismos (“me dicen ‘lavarropas’, porque me manejan las mujeres”) y sobre el modo en que esas tierras se inundan. “Parece una metáfora, pero es así, nomás”, le dice uno a otro, contemplando la inundación. Oportunidad desaprovechada: era sobre ellos que habría que haber filmado un documental.
Lo opuesto y lo más singular El filme logra sumergir al espectador en otro tiempo, a la vez que hace sentir que el universo tiene sus propias reglas, imposibles de modificar. El director Victor Kossakovsky, nacido en San Petersburgo en 1961, se tomó el trabajo de investigar que tenían de opuesto una localidad de la Argentina con una gran ciudad china. Así surgió "Vivan las antípodas!", un documental que cautiva por sus imágenes, por momentos monumentales, en las que cuesta divisar el horizonte y en las que la naturaleza se impone con un ímpetu, que hace sentir al que observa como un ser diminuto y hasta, quizás, innecesario. El filme compara cuatro pares de lugares, ubicados en distintos países: Rusia y Chile, China y la Argentina, Hawai y Botsuana y España y Nueva Zelanda. EN ENTRE RIOS El punto de partida es un lugar solitario cercano a la ciudad de Villaguay, en Entre Ríos, en el que dos hermanos de unos cincuenta años, forman parte de tres generaciones que cuidan de una balsa que permite cruzar el río Gualeguay. En tiempos de sequía la balsa se convierte en un puente transitables apoyado en le lecho del río, mientras ellos observan el horizonte. El diálogo que mantienen los hermanos cuando toman mate, o miran a los perros jugar, adquiere sesgos metafísicos que pueden aludir al tiempo, a los ciclos de la naturaleza, o a los cambios climáticos. La "antípoda" del ignoto lugar entrerriano es Shanghai, en China, donde todo es movimiento y el avance tecnológico permite que autos de última generación se desplacen como hormigas por una autopista, o cientos de peatones se muevan intermitentemente por sus calles. Luego se compara Chile y Rusia y la actividad de unos agricultores en un continente y otro. El filme logra sumergir al espectador en otro tiempo, a la vez que hace sentir que el universo tiene sus propias reglas, imposibles de modificar.
Del otro lado del mundo Como en las fantasías de los chicos (de hecho el film comienza con una cita de “Alicia en el país de las maravillas”, de Lewis Carroll) la pregunta de la película es qué encontraríamos si atravesáramos el planeta, es decir qué hay a la altura del punto donde estamos parados, pero del otro lado del mundo. Esos lugares opuestos son los que se llaman “antípodas”. Lo real es que, dado que la mayor parte del globo está ocupada por agua, los lugares en los que hay antípodas habitadas son escasos. El director argentino Víctor Kossakovsky elige cuatro pares de éstas para desarrollar un film documental, en el que la prioridad son las imágenes. Cabe aclarar esto porque la riqueza pasa fundamentalmente por el uso de la fotografía, de una gran calidad, pero hay muy poca narración. Kossakovsky va mostrando uno a uno esos ocho puntos en el planeta, utilizando juegos como girar la cámara y que se vean los horizontes unidos a medida que pasamos de un sitio a su correspondiente antípoda, por ejemplo. En cuanto al tratamiento del sonido, el otro pilar del film, se producen dos cosas: en un principio, cuando arranca la canción “Entrerriano” mientras muestra a los hermanos trabajando en un puente en esa provincia, parece que la música va a ser ilustrativa del lugar que se indica. Luego esa música continúa en su antípoda, Shangai (China), como si quisiera continuarse una suerte de unión entre ambos lugares. Sin embargo, a lo largo de la película, esta idea se va desdibujando, hasta el punto en el que el registro musical pierde unidad con el visual, y deja de tener coherencia narrativa. También resultan algo molestos un par de momentos en los que se disparan picos de volumen muy alto, que no tienen otro sentido con respecto a lo que se está viendo que, tal vez, captar la atención del espectador, ya que las imágenes son muy tranquilas. Es un documental puramente visual, en el que la cámara, casi siempre fija, se regodea en mostrar los más ínfimos detalles de cada lugar. Casi no hay voces humanas, excepto las charlas casuales de los entrerrianos, por lo que el trabajo interpretativo queda absolutamente en manos del espectador. Si bien las antípodas son opuestos en el globo, no lo son tanto en cuanto a lo que allí se vive. En general veremos personas y sus vidas, captadas en algún momento de su cotidianeidad, mientras la vida, simplemente, ocurre.
De Victor Kossakovsky, un documental ingenioso que descubre a la gente que vive en las antípodas. Buscando los exactamente opuestos en el mapa, recorrió Argentina, China, España, Nueva Zelanda, Chile, Rusia, Botsuana y Hawai. El resultado es fascinante y enriquecedor.
Para aprender a mirar La idea original de este film inclasificable e hipnótico procede de una curiosidad que todos tuvimos alguna vez y que un personaje pone en palabras: ¿qué encontraríamos si caváramos un pozo que atravesara el planeta entero y saliera en el lugar diametralmente opuesto al que ocupamos? Eso que ahora llamamos antípoda y en la imaginación infantil estaba poblado por gente que inexplicablemente vivía cabeza abajo sin caerse. Lo más probable, algún lugar en el medio de un océano, dada la conformación de la Tierra. El gran documentalista ruso Victor Kossakovsky llegó a la misma conclusión, pero -quizás a la vista de un mundo en el que cada vez cuesta más imaginar puntos de vista y modos de mirar opuestos a los propios- se empeñó en encontrar algunos pares de antípodas posibles para salir a captar en cada uno de ellos con su cámara pacientemente contemplativa y siempre alerta para sorprender detalles significativos en el espectáculo de la naturaleza y en la cotidianidad de los seres humanos, similitudes y disonancias, paralelismos y diferencias. De paisajes, de climas, de modos de vida. La búsqueda lo llevó a un apacible y silencioso paraje entrerriano donde un par de campesinos intercambian sus ingenuas y sabias reflexiones mientras atienden el puentecito que les da el exiguo sustento y poco antes de que llegue la noche, cuando dejarán que los chinos (su antípoda es la populosa Shanghai, aunque ellos no dan tamañas precisiones) se encarguen del planeta ahora que para los que están del otro lado el día recién va a comenzar. Después, será la hora del pastor solitario, los gatos, el majestuoso vuelo del cóndor y la esquila de las ovejas en el sur chileno, y enseguida, una madre y su hija en otras montañas, las del paisaje siberiano, donde las clarísimas aguas del lago Baikal resplandecen como una alucinación. Más tarde, las rocas cubiertas de líquenes en Miraflores, España, registrarán el ir y venir de insectos y lagartijas y contrastarán con la abierta playa en Castle Point, Nueva Zelanda, donde unos cuantos hombres lidian con una enorme ballena que ha quedado varada, y por fin, un volcán hawaiano en plena actividad dibujará con el blando descenso de la negra lava todavía ardiente una textura parecida a la de la piel de los enormes elefantes que en Botswana se refrescan en el agua cerca de leones y jirafas bajo la calma mirada de una mujer y la no tan calma de su pequeño hijo. Hay pocas palabras, ningún relato en off; sólo la música -a veces apropiadísima, a veces tentada de grandilocuencia- acompaña este expresivo y abarcador panorama cuyas imágenes atrapan e hipnotizan tanto por su belleza visual como por la cadencia que Kossakovsky imprime al montaje y el carácter contemplativo que domina el film e invita por sí mismo a la reflexión. Lejos estamos de los documentales descriptivos y didácticos de la televisión. Es más: éste es un programa poco recomendable para quienes busquen algo parecido. ¡Vivan las antípodas! está más próximo al ensayo poético: confía en la elocuencia de sus maravillosos planos (algunos tan subyugantes como los del volcán o los del cóndor en vuelo); elude cualquier mensaje ecologista; no los necesita, como tampoco necesita subrayar hasta dónde el ámbito influye en la conducta humana, ni las coincidencias o diversidades culturales o sociales que se infieren naturalmente de lo que muestra. Ahí, en lo que muestra -más todavía que en el fluir musical del relato y que en el prodigio de su realización o la belleza constante del espectáculo-, reside el valor de esta obra inusual que mira y al mismo tiempo enseña a mirar.
La continuidad de los opuestos Vivan las antípodas es un documental de alta riqueza visual y pobreza conceptual del director ruso Víctor Kossakovsky que parte de la idea de trazar una línea imaginaria entre diferentes lugares del globo terráqueo, cuyo punto en común es el término antípodas, es decir, extremos geográficos que son opuestos en la tierra. Lejos de una dialéctica de contraste primaria, la marca estilística de este documental de bellas imágenes y de angulaciones radicales de cámara -que ponen la pantalla boca abajo o patas para arriba para enfatizar la idea- es sin lugar a dudas la continuidad. Resulta innegable, más allá de los méritos o no de haber concebido un nexo tan esquemático y lineal, la fluidez con la que se desarrolla este viaje exploratorio por diferentes rincones del planeta haciendo foco en la gente que lo habita; sus costumbres y sus males. Así las cosas, del cielo despejado en Entre Ríos, Argentina, a la polución que predomina en su antípoda moderna Shangai, en China, ó del pastoreo de las ovejas en la Patagonia Chilena al apacible y tranquilo lago Baskial solamente queda un lugar para la contemplación; para quedar hipnotizado por la majestuosidad de los paisajes, que se verá interrumpida salvajemente por la furia de la naturaleza en su máxima expresión con el elemento del fuego, representado en la lava en Hawai por ejemplo o las inundaciones donde otro elemento como el agua aparece desde su costado más trágico en Villaguay, Argentina mientras los paisanos, personajes maravillosos, filosofan sobre la subida del río anticipada por las hormigas que subieron repentinamente por el tronco del árbol. A no confundir este film, coproducción entre Argentina, Alemania y Holanda, que busca aproximarse desde una mirada asombrada y antropológica con otro muy parecido pero que está en las antípodas cinematográficas por su calidad conceptual como el genial documental Baraka.
Imágenes sin profundidad El ruso Víctor Kossakovsky estuvo en el Festival de Mar del Plata del año pasado y mostró en la ceremonia de apertura su documental ¡Vivan las antípodas! Kossakovsky parece un tipo ameno, simpático, entrador. De hecho, durante su presentación de la película fue lo suficientemente subyugante como para generar interés en el film. Y, paradójicamente, ¡Vivan las antípodas! es una película que se parece mucho a su creador: simpática al límite de lo demagógica, con una profundidad tan limitada en el análisis de su tema que se queda en la premisa y se distrae con bonitas imágenes. El documental plantea un viaje por ocho lugares del mundo, las antípodas del título: ciudades que resultan el extremo contrario exacto en el globo terráqueo. Por ejemplo, uno de estos capítulos, el de apertura, se centra en la Argentina y China. La cámara de Kossakovsky es virtuosa, propone paneos sumamente expresivos y encuentra, cuando recurre a los primeros planos, imágenes subyugantes: insectos en una zona rocosa de España, lava ardiente de un volcán en Hawái, una ballena muerta en la costa de Nueva Zelanda. Pero así como logramos despegarnos de la fascinación de sus imágenes (es cierto que muchas parecen demasiado sobrescritas y poco espontáneas, cerca de un preciosismo medio de naturaleza muerta), descubrimos que más allá de su belleza visual, la anécdota que pretende contar es mínima, reducida para los 110 minutos que dura el film. De hecho, algunos personajes que aparecen por allí, como unos paisanos entrerrianos que comparten la nada en el medio de la nada, resultan demasiado graciosos como para no sospechar cierta “dirección” en los diálogos. No obstante, el mayor inconveniente de este documental es que no logra pasar de “Argentina es el reverso de China” y así, en un procedimiento que se repite cuatro veces de manera mecánica. Si lo que quiere marcar Kossakovsky son las diferencias que puede haber en ciudades que son el anverso exacto, mostrar las calles colmadas de China para contrarrestarlas con un campo entrerreiano no es más que una obviedad. Y con aquellos paisanos en Entre Ríos pasa lo mismo que con ¡Vivan las antípodas!, comienzan interesando para luego sumirse en cierta reiteración. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.
Bellísimo documental para ver y admirar en pantalla grande.
Documental bien construido, hermosamente filmado y técnicamente exquisito Así como sucedía con “El árbol de la vida” (2011), de Terrence Malick, el director de “¡Vivan las antípodas!” encontró una forma visualmente poética de buscar respuestas a preguntas como: ¿Qué nos conecta a los humanos? ¿Cómo somos? ¿Qué cosas nos mueven de un lugar a otro? Si estamos en lugares tan distintos, ¿por qué nos parecemos tanto? ¿Qué sucede en el lugar más opuesto al que estoy parado? En un punto de Entre Ríos dos hombres (muy pintorescos) charlan y ven cruzar vehículos por un puente destartalado con un marco natural imponente. Del lado opuesto, una lluviosa ciudad de Shangai soporta el peso de miles de personas que la recorren y cruzan otro puente que los lleva a sus destinos. Cada vez que nos situamos en un lugar y nos adaptamos a él, la mágica cámara de Víctor Kossakovsky gira literal y lentamente al lado opuesto del mundo. Se toma su tiempo para asimilar el nuevo paisaje ya sea en España, en Rusia o en Nueva Zelanda. Todo es tan opuesto, que no es tan distinto. A ese lugar parece querer ir este documental muy bien construido, hermosamente filmado y técnicamente impecable. El espectador deberá pedirle a su mente una capacidad adicional a la que habitualmente utiliza en la sala cinematográfica para poder asimilar lo que la cámara muestra. Podría ser análogo a ir a un museo de pinturas. No es en el montaje del recorrido donde encontramos el arte de “¡Vivan las antípodas!”; sino en nuestro poder de observación e interpretación. El realizador logra hacer poesía con su búsqueda de encuadres, una dirección de fotografía extraordinaria y la dosis justa de música que muchas veces aporta tanto humor (Shangai con chamamé por ejemplo), como admiración (el paisaje ruso o los atardeceres en Entre Ríos). Por eso es bueno saber que si se quiere disfrutar esta obra, más que tiempo hace falta predisposición.
Publicada en la edición digital #242 de la revista.