Rubén Blades de una de las figuras más populares de la cultura latina, o lo que se llama la cultura latina. Hoy, donde los artistas latinos son moneda corriente por todo el mundo, tal vez no se tenga dimensión de la fama y la relevancia que tuvo la música del artista panameño en su momento. A fines de la década de los setenta, sus canciones sonaban todo el tiempo en la radio y algunos de sus éxitos, con sus largas letras, eran recordados por todos. Tal vez su popularidad no se mantuvo igual para quienes no siguen esta clase de música, pero sus canciones más famosas, empezando por el clásico de clásicos Pedro Navaja ha quedado para siempre en el imaginario popular. Para los cinéfilos, Rubén Blades también es una cara conocida de docenas de películas, desde El secreto de Milagro de Robert Redford a Érase una vez en México de Robert Rodríguez. El documental repasa la vida de Rubén Blades, lo sigue en su vida cotidiana, donde se lo ve con la misma energía de sus canciones. La película es tan entretenida y carismática como lo es él, en ningún momento aburre o distrae, jamás se va de eje ni deriva en nada que no interese. El músico, el actor, el político, el abogado, todo junto en un sólido bloque, en una sola persona. Su interés por su país, su discurso, sus aportes a la música latina, sus innovaciones, riesgos, así como también sus dudas y sus cambios. Preocupado por la realidad y al mismo tiempo plasmando eso en un arte universal, no de barricada. Una oportunidad de volver sobre las canciones de Blades y poner en perspectiva todo lo que él le ha dado al mundo.
Yo no me llamo Rubén Blades auspicia un reencuentro feliz con el compositor y cantante panameño que además es actor y abogado, y que coqueteó con una candidatura presidencial en su país natal. El compatriota Abner Benaim supo retratarlo con la perspectiva necesaria para abordar la cincuentenaria trayectoria del autor de hitos como Plástico, Pedro Navaja, Tiburón, Patria, y con la debida atención puesta en un presente a la vez vital y testamentario. El reconocimiento de tener “más pasado que futuro”, la conciencia del propio deceso, la necesidad de dejar un legado asoman varias veces en boca del cantautor mientras evoca recuerdos de infancia y juventud en su casa de Nueva York, en calles de esa ciudad y de su querida Panamá, en estudios de grabación en la antesala de algún recital. Sin dudas, Blades encontró en el proyecto cinematográfico de Benaim una buena oportunidad para mostrarse y pronunciarse antes del desenlace que décadas atrás imaginó prematuro, y que ahora vislumbra a medio camino entre el retiro y la muerte. Yo no me llamo… presenta virtudes irreductibles a la (muy buena) predisposición de la figura retratada. Ante todo se trata de una película que que encadena declaraciones y hechos con impresionante fluidez o naturalidad. Por ejemplo un músico advierte que debería reivindicarse más a menudo el talento de Blades para el canto, y tras cartón la cámara registra una improvisación a capella que legitima esa suerte de reclamo. Las fuentes consultadas constituyen otro aspecto elogiable del largo. Benaim consigue el testimonio, no sólo de ídolos de la música popular contemporánea como Paul Simon, Sting, René Pérez alias Residente, sino de dos integrantes del círculo íntimo del cantautor homenajeado: su esposa Luba Mason y el hijo que tuvo con Mónica Verna, Joseph. Yo no me llamo… también es rico en anécdotas relatadas y filmadas. Entre las primeras cobra relevancia la recreación de un llamado telefónico de Gabriel García Márquez. Entre las segundas, figura la secuencia donde tres changarines cantan “La vida te da sorpresas; sorpresas te da la vida, ay Dios” cuando reconocen a Blades entre los peatones que les pasan por al lado. De los distintos Rubén(es) retratados, el abogado dedicado a la política ocupa un espacio secundario. Aún, así Benaim lo describe con precisión: determinado a convertirse en servidor público con el fin de retribuir algo de lo que la sociedad le dio, dispuesto a (re)considerar las invitaciones a presentar su candidatura para la Presidencia de Panamá, sensible a los reclamos de los venezolanos opositores al Gobierno de Nicolás Maduro, y a la vez indignado con el primer mandatario estadounidense Donald Trump. Meses atrás, cuando Yo no me llamo… se estrenó en México y Panamá, su autor le contó a la agencia de noticias EFE que Blades resolvió ver el documental recién cuando cumpla 75 años, es decir, a partir del 16 de julio de 2023. Hasta entonces la película seguro resiste el paso del tiempo y termina de asentarse como fiel testamento del poeta de la salsa.
Pequeñas historias que hablan de grandes cosas Asociar el nombre de Rubén Blades con un solo aspecto de la cultura escrita con letras mayúsculas es sumamente reduccionista porque el talento de este músico panameño, sus letras y su compromiso como artista más que otra cosa no solamente lo ubica dentro de la escena musical latina como uno de los indispensables referentes, sino que opaca varios aspectos de su vida relacionados con su arte como por ejemplo sus frustradas aspiraciones políticas de hace unos años en un momento bisagra de la coyuntura regional, o su entrega a causas sociales que muchas veces podrían ir en contra de intereses mayores. El documental de Abner Benaim le otorga la palabra al panameño y también en cierto sentido la dirección o el rumbo a tomar entre su propia historia desde la música, su afición por los cómics o en el terreno de la intimidad una paternidad muy tardía que genera arrepentimiento y sabor amargo en él. La calle y el paseo a pie sin ningún maquillaje de puesta en escena es el principal atributo de Yo no me llamo Rubén Blades. El segundo atractivo no pasa tanto por el recorrido del cancionero -también es con sus canciones ese viaje- las anécdotas que va compartiendo el creador de Pedro Navaja, sin lugar a dudas su caballito de batalla y de identidad con su manera de cantar y narrar esas pequeñas historias que hablan de grandes cosas. Dice Rubén Blades en un segmento que cuando uno tiene más pasado que futuro es hora de dejar algo para trascender y es por eso que un testimonio audiovisual como éste aproxima al público con una más que interesante experiencia de vida; deja manifiesta la coherencia, convicción y honestidad brutal de un verdadero artista, que si bien por momentos mira hacia el pasado con esa cuota de melancolía puede producir nuevas ideas y pensamientos en el futuro con un presente no apto para salseros inteligentes como lo define Sting y menos todavía para los tibios de corazón y músculo, que repiten estribillos pegadizos y bailan sin ritmo ni swing con millones de visualizaciones por minuto.
El testamento Abner Benaim, realizador de documentales como Empleadas y Patrones (2011) e Invasión (2015), realiza un retrato íntimo y personal sobre la figura del cantante, compositor, músico, actor, abogado, y político panameño, a modo de homenaje por la conmemoración del cincuentenario de su carrera artística que se convierte en un testamento audiovisual. Nacido en Panamá en 1948, afincado en Nueva York, ganador de 17 premios Grammy, Rubén Blades es uno de las figuras más destacadas de la música latinoamericana contemporánea. Pero esa no es su única profesión. Hombre de las leyes, actor de Hollywood, candidato a Presidente de su país, Ministro de Turismo... la vida del creador de los hits Plástico y Pedro Navaja es un libro lleno de curiosidades sobre las que Benaim indaga a través de la voz del propio protagonista. El cineasta se introduce en la casa del artista, lo sigue por las giras musicales, habla con colegas, entre ellos Gilberto Santa Rosa, Sting, Paul Simon y René Pérez Joglar, indaga en su archivo, para retratar a un hombre que busca enfrentarse con su propio legado pero también con las complejidades de la fama, con la privacidad de lo público, con la muerte y que utiliza la política como puente para modificar la vida a la gente. Yo no me llamo Rubén Blades es una película que apunta al clasicismo en la forma de narrar un documental de tono biográfico, que sin asumir demasiados riesgos estéticos baja del altar al "dios" para retratar al hombre, sin maquillaje y con total naturalidad. Lejos del glamour, los flashes y el lujo con las que muchas veces se asocia a las estrellas.
Todo empieza con Rubén Blades contando cómo a los cuatro años, cuando su abuela le explicó qué era un cortejo fúnebre, se enteró de que algún día se iba a morir. Más adelante revela por qué quiso participar de este documental: “Yo tengo más pasado que futuro (…) Tengo mi testamento hecho. Esto es una parte de ese testamento. Es decir cosas que es importante decir porque si no las digo y no las aclaro ahora, otros van a tratar de interpretar, y no va a ser lo mismo”. Queda claro, entonces, que Yo no me llamo Rubén Blades es una versión autorizada -él mismo es uno de los productores asociados- de la vida de uno de los íconos de la canción social latinoamericana. Con todas las ventajas y desventajas que esto implica: el acceso a la intimidad del personaje pero con límites implícitos sobre lo que se muestra o se dice, y una ausencia total de cuestionamiento a su figura. Estos baches -inherentes a toda biografía oficial- se sienten, por ejemplo, cuando se menciona lateralmente el conflicto con Willie Colón para luego pasarlo por alto. Pero se compensan con los numerosos momentos de entrecasa de un documental que, lejos de subir a Blades al pedestal de los próceres, lo muestra como un “humano cualquiera” con algunos logros extraordinarios, como haber sido quien le dio profundidad a la salsa. Blades abre las puertas de su casa en Manhattan y va repasando hitos personales mientras recorre sitios emblemáticos de su vida en caminatas por Nueva York y Panamá. Así, de cuerpo presente en los lugares que menciona, habla de su infancia, el primer lugar donde tocó, sus días como cadete en la Fania. Y también, de su hijo extramatrimonial, de sus facetas de actor y de político. Hay testimonios de colegas y de allegados que no aportan mucho, y escenas de trastienda de conciertos. Ahí se ve a un Blades que, a los 70 años y con el testamento listo, todavía tiene ganas de cantar.
Abner Benaim ofrece en esta producción documental una búsqueda política sobre uno de los hombres fundamentales de la música latinoamericana. Su llegada, ascenso, su viraje hacia un trabajo político, sólo algunos de los aspectos que este relato tiene y que intenta trascender la figura de Blades para universalizar su lucha.
Con un título irónico y contradictorio como “Yo no me llamo Rubén Blades”, el documental sobre el famoso cantautor, realizado en coproducción con Panamá, se estrena en Argentina. El film es una ventana abierta al espectador para que visite la carrera del cantante, también abogado recibido en Harvard, y coleccionista de cómics, entre otras facetas de su creativa vida. Para rodar este film, el director Abner Benaim acompañó al icónico artista en su vida cotidiana en Estados Unidos y con ello pudo hacer, junto a él, una retrospectiva sobre su carrera desde los inicios. Mostrar la génesis, por ejemplo, de su aclamada canción “Pedro Navaja”, una historia salida de la lectura del cómic que Blades transformó en canción. La cinta cuenta con la participación de grandes artistas como por ejemplo: Sting, Residente, Paul Simon, Gilberto Santa Rosa, Tito Puente, Andy Montañez, e Ismael Miranda. Esto pudo lograrse después de la edición de una serie de entrevistas con cada uno de ellos que mostraron, a través de sus charlas, una parte de Ruben Blades. El realizador nacido en Panamá fue representante de su país para los premios Oscar, con su película “Invasión” (2014) y su film “Chance” (2009) fue el film panameño más visto en la región. La cuidada fotografía del film y el montaje revelan el tributo de un fanático del autor de música latina. Porque muestra no solo al cantante sino al hombre con el cual, a esta altura del partido, ya son amigos. Con un respeto por su vida personal logra un nivel optimista en las charlas, con lo cual el documental evita los lugares comunes que le pueden ser propios al género. “Yo no me llamo Rubén Blades” es una película indispensable para aquellos que les gusta y degustan la salsa, para aquellos que bailan salsa y para aquellos, que aunque sea en el cine, no pueden dejar de mover los pies al compás del mejor ritmo.
Cantante y compositor con un lugar destacado en la historia grande de la salsa, abogado doctorado en Harvard, actor en producciones de Hollywood y del cine independiente norteamericano, exfuncionario (fue ministro de Turismo entre 2004 y 2009) y candidato presidencial (quedó tercero, con el 20 por ciento de los votos), activista e intelectual radicado en Nueva York, pero en permanente contacto con su Panamá natal. Todo eso (y mucho más) ha sido y es Rubén Blades, quien con 70 años y cinco décadas de carrera musical surge como uno de los artistas más fascinantes y multifacéticos de América Latina. El guionista y director panameño Abner Benaim ( Empleadas y patrones, Invasión) siguió durante tres años a Blades para concebir un retrato íntimo y confesional, sin alardes narrativos, pero sincero incluso en aspectos incómodos como su paternidad tardía (terminó reconociendo a un hijo nacido muchos años antes). El documental muestra la trastienda de una gira con shows masivos, su compromiso social, reconstruye su batalla desigual contra los abusos de la industria discográfica (ya es legendaria su disputa con Fania Records), su paso bastante fallido por la política y su pensamiento sobre los más variados temas. En cambio, no aportan demasiado los testimonios de Sting, Paul Simon y otras figuras que reverencian al creador de populares temas como "Pedro Navaja" o "Tiburón". La brillante trayectoria de Blades no necesita de este tipo de palmadas en la espalda.
Un mensaje desde el pasado y el presente Abogado, actor, activista, compositor, cantante pero, por sobre todas las cosas, salsero, Rubén Blades recibe el tratamiento oficial (y con aires de documento definitivo) de la mano del realizador panameño Abner Benaim, confeso admirador del músico y, según se desprende de varias entrevistas periodísticas, amigo personal desde el momento en el que le mostró su primer largometraje, la comedia Chance (2009). Esa comunión entre director y homenajeado es un arma de doble filo. Por un lado, la cercanía y la confianza del autor de “Pedro Navaja” con el responsable de retratar su vida en pantalla es el elemento que, con toda seguridad, permitió que el simple anecdotario le ceda el lugar a la autorreflexión. Incluso a la confesión. Por el otro, son esas mismas virtudes las que acercan a este documental, en ciertos momentos, a la hagiografía. Pero son las instancias menos “santificadas” las que permanecen en la memoria, como cuando Blades afirma sin tristeza que tiene más pasado que futuro, una frase que no muchos artistas serían capaces de articular y hacer pública. “Yo no me llamo Rubén Blades”, afirma en otro momento, poco después de visitar el edificio donde vivió durante una parte de la infancia, en la ciudad de Panamá. Acompañado por la cámara y el equipo de rodaje, el cantante se detiene en un rellano e improvisa una versión a capella de “All the Way”, el clásico de Frank Sinatra, escena emotiva que, a la vez, confirma el amplio espectro sonoro de su voz. A partir de allí, la película recorre su carrera de manera más o menos cronológica, desde la grabación de una de sus primeras composiciones a finales de los años 60 hasta sus giras más recientes. Incluyendo, desde luego, el punto máximo de popularidad, cuando “Plástico” convocaba a decenas de miles de fans y la unión creativa con Willie Colón le aportaba complejidad musical y política a un género hasta ese momento asociado con el baile y la distención. Amante obsesivo de la historieta (la película exhibe en todo su esplendor una inmensa colección de comics y figuras de acción, con más de un incunable), Blades ha sido un neoyorquino de pura cepa desde su mudanza a los Estados Unidos hace varias décadas. Según afirma en uno de los momentos más reflexivos, las paradojas de una vida sin dificultades económicas -lograda merced a las letras de algunas de sus canciones, descripciones de la pobreza y la marginalidad- le han generado más de una contradicción ética. “Por escribir sobre las dificultades de la gente estoy ganando dinero y viviendo mil veces mejor que Pablo Pueblo”. Allí es donde entra en juego el concepto de “servicio público” y el documental describe, sucintamente, la fundación del Movimiento Papá Egoró en los años 90, poco antes de presentarse como candidato a presidente en su país natal. Un paso hacia la esfera de la política profesional que no pocas estrellas de la música o la actuación han dado a lo largo y a lo ancho del mundo, de punta a punta del espectro político. La aparición de un hijo de 37 años que nunca había sido reconocido es completamente blanqueada por la película, aunque su desarrollo no excede los tres o cuatro minutos de metraje. “Éramos como los Beatles”, exclama el músico al recordar un recital a pleno en el Capitol Theatre, del cual puede apreciarse un extenso fragmento. No será el único: Yo no me llamo Rubén Bladesno defraudará al seguidor del panameño en ese departamento, aunque los comentarios de otros famosos músicos internacionales como Sting o Paul Simon se sienten demasiado breves y de compromiso, como si hubieran sido “robados” en algún alto de otra actividad. Hacia el final, Rubén Blades confirma una intuición: el documental de Benaim es parte de su testamento, un mensaje desde el pasado y el presente hacia las generaciones futuras. Un colega suyo, más cercano geográficamente, podría haberlo titulado “Salsa para vivir”.
Después de muchas postergaciones se estrena este documental realizado por Abner Benaim, que el mismo protagoniza acepto hacer para “evitar errores o mentiras” como advierte en un comienzo. Un artista tan convocante como Blades, con su actuación política, sus contradicciones y logros excepcionales, es un atractivo sin igual para ver este trabajo. Es un acompañamiento de su vida en Nueva York, y un repaso de sus cincuenta años de carrera artística. En su curriculum entra en apretada síntesis, su carrera de abogado en Harvard, su candidatura a presidente en Panamá, su desempeño como Ministro de Turismo de su país, sus preocupaciones políticas y sociales, y sus 17 premios Grammy. Hay momentos para opiniones de otros grandes como Sting, Gilberto Santa Rosa, Paul Simon o Residente. Pero también momentos mágicos como todo el proceso de creación de algunas de sus canciones increíbles como Pedro Navaja, Plástico, Tiburón. Su relación con Willy Colón, los tiempos de gloria con Fania All Star. Pero hay sobre todo una palpable sinceridad de un hombre con defectos y virtudes, un luchador para sus derechos, un ser integro que quiere mostrarse tal cual es, lejos del elogio fácil o el pedestal de la gloria.
Valioso retrato biográfico de Rubén –con acento- Blades, en primera persona, en Panamá y Nueva York con su esposa estadounidense, el éxito de “Pedro Navaja” y otros episodios vinculados a la música latina. Autor, su paisano Abner Benaim.
“Yo no me llamo Rubén Blades”, de Abner Beanim Por Gustavo Castagna Más allá de su música, altamente reconocida y popular, el documental sobre Rubén Blades explora otros territorios públicos y privados del personaje. Su faceta política, su lugar como activista, su labor como abogado, su habilidad como declarante, su opinión sobre el mundo y el estado de las cosas. Desde la geografía panameña o desde la tranquilidad y paz de primer mundo vigilado y atento de las calles de Nueva York. Blades habla, canta, cuenta, recuerda, recorre espacios y ambientes de antaño y explica su tirante y conocida relación “comercial” cuando estuvo con los Fania All Stars. Mientras Blades habla a cámara y refiere a su pasado, al presente y a su acotado futuro (“tengo más pasado que futuro”), el documental expone el encuentro con un hijo hasta ese momento no reconocido, en tanto, los testimonios de otros, claros pero nada reflexivos (Paul Simon, Sting y algunos más) adicionan poco y nada al resultado final del trabajo. Es que la hora y media de Yo no soy Rubén Bladesde Abner Benaim constituye una mirada aduladora, excesivamente protectora, casi elegíaca sobre el personaje, sin dudas ni contradicciones, ejemplificadora desde el recorrido de un vida pero sin interrogante alguno. Cuando Blades se expresa sobre la música, a través del recuerdo de Pedro Navaja (ese clásico), más las invocaciones a Willie Colón, Tito Puente, Cheo Feliciano, Celia Cruz y otros salseros “agusasanados” (disculpas al lector pero decidí no ocultar mi opinión al respecto), el documental puede llegar a atrapar al interesado sobre el tema. En cambio, cuando el trabajo manifiesta su interés en otros vértices temáticos las imágenes parecen las de un político en campaña, seguido por una cámara inquieta (siempre aduladora) al servicio de un candidato a un cargo importante. Simple desde la formulación y convencional en sus resultados, Yo no me llamo Rubén Bladesagrega poco y nada a las docenas de documentales concebidos por empresas de cable…. Ah, claro: el 25, este lunes, se pasa por HBO. YO NO ME LLAMO RUBÉN BLADES Yo no me llamo Rubén Blades. Argentina / Panamá, 2018. Dirección: Abner Beanim. Producción: Gema Juárez Allen y Abner Benaim. Fotografía: Gaston Girod y Mauro Colombo. Montaje: Felipe Guerrero. Diseño de sonido: Lena Esquenazi, Música: Rubén Blades. Con Rubén Blades, Sting, Paul Simon, Residente, Gilberto Santa Rosa. Duración: 81 minutos. En BAMA Cine Arte (Diagonal Norte 1150), a las 13 y 21.50. Desde el lunes 25 también por HBO/HBO GO.
El desconocido más popular Un fantasma recorre Yo no me llamo Rubén Blades: el fantasma de la muerte. En “El escritor argentino y la tradición”, a propósito y en contra de la necesidad de ciertos escritores de salpimentar todas sus obras con el “color local”, Borges decía que “ser argentino es una fatalidad” y que, por lo tanto, “lo seremos de cualquier modo”. Si se trae a colación semejante cita de autoridad, no es solo para que se floree quien escribe estas líneas. Aunque no lo parezca, tal boutade borgeana es pertinente. En primer lugar, porque la palabra fatalidad abraza una doble acepción que sobrevuela de manera constante este documental que retrata al multifacético artista de origen panameño. Fatalidad es destino y también es desgracia, y ambas, en este caso particular, estructuran lo narrado. Rubén Blades –quien, según sus propios dichos, tiene más pasado que futuro– accede a protagonizar su biografía audiovisual porque la piensa como parte de su testamento. Varias personas de su entorno íntimo, amigos y conocidos han muerto (la película da cuenta de ello intermitentemente) y la finitud de la vida resuena con mayor estruendo ahora, a sus 70 años. Este testamento parece aún más urgente con la llegada hace poco tiempo de un hijo ya mayor y de una nieta adolescente. Entonces, Blades quiere ser él mismo el que relate su vida, el que ofrezca su legado al público, a su público, exponiendo un punto de vista propio y adelantándose a cualquier otra interpretación. “Tú vas a hacer cosas grandes”, recuerda el cantante-compositor-actor-abogado-político que le profetizaba su abuela, la misma que a los cuatro años le dijo que tanto ella como él algún día se iban a morir. Así es como destino y desgracia se entrelazan desde el comienzo de la narración. Y, paso a paso, teniendo estos dos vectores como ejes, se transita por todos momentos claves del ídolo latinoamericano: el desembarco en Nueva York; la primera composición musical; el primer éxito internacional; la asociación con la más famosa disquera de salsa y con Willie Colón; el doctorado en Harvard; las canciones emblemas “Pedro Navaja”, “Tiburón” y “Plástico”; el tardío reconocimiento de su paternidad; las incursiones en el cine; la creación del movimiento político Papa Egoró; y la postulación a presidente de su país. El director, Abner Benaim –confeso acólito de su ídolo–, propone un retrato cronológico de la vida de Blades, con las consabidas entrevistas al protagonista más los testimonios de familiares y colegas (las famosas cabezas parlantes de la jerga del documental). Como es habitual, emplea, además, imágenes de archivo de programas televisivos, ruedas de prensa, recitales y películas. No faltan tampoco las filmaciones de los lugares de la infancia, del barrio, y de los espacios que el cantautor habita en la actualidad. Si bien se podría decir que el contenido se engulle a la forma y que al film es posible tildarlo de cierta chatura pues nunca intenta ir un poco más allá de la manera canónica en que la vida de un artista es retratada cinematográficamente, triunfa en hacer conocida a la personalidad desconocida más popular, como alguien catalogó alguna vez al autor de “El cantante”. Y es que son tantas sus aristas que, aunque famoso, siempre falta por enterarse de alguna de sus facetas. Retomando la boutade inicial (a pesar de que nunca nos alejamos demasiado), Blades –cuyas reflexiones acerca de sus procesos creativos y sobre su interioridad son cautivadoras en su agudeza– piensa, como Borges sobre lo argentino, que ser panameño es una fatalidad. Por eso, canta, habla y exuda Latinoamérica. Por eso, no importa que resida la mayor parte del tiempo en Estados Unidos y que debido a esto sea criticado por algunos de sus compatriotas, ni interesa que comenzara su carrera como cantante en Nueva York o que haya participado en decenas de películas de Hollywood. Panamá está con y en él y no necesita esforzarse para conseguir ese mentado color local. Esto es algo que queda patente en las canciones, en el compromiso social y hasta en su acento y en su andar. Mientras que el fantasma de la muerte es la desgracia que siempre lo ha acechado, su destino ha sido y es ser panameño. Y, en todo caso, la salsa nunca ha dejado de constituir su hermoso sino.
Escrita y dirigida por Abner Benaim, “Yo no me llamo Ruben Blades” retrata, por supuesto, al músico al músico panameño. Está coproducida por la figura y esto se nota especialmente cuando declara que lo que pretende hacer con este documental es dejar una especie de testamento. Benaim lo sigue a través de algunas presentaciones pero también en la intimidad de su casa. Radicado actualmente en Nueva York, un elegante y grande departamento en la zona de Chelsea, Blades agradece a la música porque gracias a ella pudo tener todo lo que hoy gracias a los sectores populares a los que les dedicó las letras de sus canciones durante tantos años. Él entiende que hoy está en una posición diferente y es difícil seguir hablando de esos temas desde donde está actualmente. Y de a poco va revelando partes de su vida y su carrera en conversaciones que surgen, pasando por cómo fueron compuestas algunas de estas canciones o incluso su participación en varias películas de Hollywood. Aunque siempre resulta interesante ver al artista en su cotidianeidad y Blades es una persona indudablemente carismática, el film parece quedarse bastante en lo superficial. Y también se percibe cierto ego en el propio Blades a la hora de querer narrar su vida en un documental para que quede para la posterioridad. En ese sentido resulta bastante unidimensional el retrato. La película empieza con un relato que él hace sobre la muerte, sobre su primer acercamiento a la muerte, cuando de chico entiende por primera vez qué significa morir. “Yo pensaba que estábamos acá para siempre”. A la larga, un artista está acá para siempre, en las canciones que siguen sonando. El film también cuenta con testimonios de otras personas, como Paul Simon, Sting y Tito Puente. Sin embargo aunque se haya conseguido a figuras de este calibre para la película, sus participaciones resultan poco más que anecdóticas y desaprovechadas. Más atractivas resultan las imágenes de archivo con Blades en el escenario décadas atrás. “Yo no me llamo Ruben Blades” apunta a la esencia del cantante, a mostrarlo como la persona antes que el artista. Aunque el relato no fluya siempre con la misma naturalidad –y se note que se accede sólo a las zonas que él decide que accedamos-, funciona para acercarse a la figura popular que todos conocemos en mayor o menor medida. Lo más interesante del film radica en él, quien le imprime color y personalidad a un documental que sin una figura central como la suya sería aburrido y desabrido.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
De la vida y obra del cantante popular Rubén Blades, sé tanto y tan poco como muchos. Fui de esas que lo escuché en los pasillos de mi casa, donde sonó alguna vez música latina, la letra de “Pedro Navaja” o la historia de la chica plástica “de esas que veo por ahí…”. De esas cosas que parecen vagas pero aún están presentes estaba hecho todo mi saber sobre esta figura carismática. Para algunos tal vez sólo se trata del cantautor de algunos famosos hits, para otros un claro referente de una época chispeante de la música del caribe que nace durante una década efervescente de la lucha popular latinoamericana. Yo no me llamo Rubén Blades se propone presentar la vida pasada del artista popular y la posibilidad de narrarla con su protagonista en vida. Crea una suerte de relato testamentario colorido y dinámico. Así vemos a lo largo del relato desfilar gran parte de la vida del reconocido artista: su historia juvenil, su carrera de abogado, su llegada a Nueva York en sus inicios anónimos y su inclusión junto a figuras como el magistral tito Puente o Celia Cruz, durante la famosa etapa del boom de la salsa en los años 60. Todo esto construido a partir de un seguimiento paso a paso de Blades en el día a día, en el aquí y ahora, sugiriendo cierta idea de cotidianeidad que se juega en las imágenes del personaje caminando y conversando a cámara por las calles Neoyorkinas, en el recorrido guiado por él a través de los recovecos de su casa estudio y en cierta frescura que se le trata de imponer el retrato de Blades para contrastar con el material de archivo que completa junto a algunas entrevistas todo el cuerpo del filme. El material de archivo está centrado en el prolijo compilado de fragmentos de los recitales que ponen en escena sus canciones más paradigmáticas, en ciertos pasajes de corte histórico de su país natal. En especial hace foco en diversos sucesos políticos que repercutieron en el imaginario del cantautor y generaron algunas de sus narraciones que luego serían letras de canciones que, al final del camino, serían cantadas por él mismo frente a miles de personas. La primera hora de este ameno relato algo televisivo discurre con cierta sorpresa para un espectador ingenuo o apenas informado y en su simpleza nos agrada su correcto formato y la dinámica ágil que le da ritmo a la narrativa liviana pero no menos cálida. Algunas pequeñas intervenciones en formato de entrevista le dan el toque de brillo de estrellas que este tipo de documentales exige, como las reflexiones lúcidas de Sting que lo nominan a Blades “como un intelectual de la salsa”, o los recuerdos de Residente (cantante de Calle 13) que lo evoca como un referente clave y rememora como tarareaba sus canciones mientras limpiaba la casa de su infancia. Simpatía es algo no le falta a este filme, ideal para los amantes de la música latina y de las pequeñas biografías. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Como irse de viaje a la vida, presente y pasada, del genial Rubén Blades. Así de atractiva es la propuesta de este documental que lo acompaña, por los rincones de su coqueto departamento neoyorquino ("aquí no ha entrado nadie hasta hoy y nadie entrará después") y los grandes momentos de su historia como músico y referente de la salsa. Desde los comienzos, con una llegada a Nueva York dispuesto "a colarme en cualquier sitio" y un primer trabajo como encargado de correos de La Fania. Claro que semejante empresa implica, también, un viaje por la historia de la salsa. En ese equilibrio, entre lo biográfico, personal, y una carrera artística de cincuenta años largos, avanza la película. Que se entronca, claro está con buena parte de la de la mejor música: de La Fania a Willie Colón, Héctor Lavoe, Celia Cruz y siguen grandes talentos. Quizá sea justamente esa una de las debilidades, o frustraciones, de la película: más palabras que música. Con testimonios de grandes figuras (Sting, Paul Simon, Tito Puente) que dan cuenta del talento de este señor que además soñó con la presidencia de su país y es actor de Hollywood. Orgulloso de sí mismo sin pudores, consciente de su estatus de gran personaje, Blades dice que este film es un testamento que quiere dejar. Y abre la puerta.
Indiscutible figura de la música popular, Rubén Blades, cantante, compositor, interesado constante en la realidad sociopolítica, muestra en este documental que también se puede llevar con una carrera artística, lograr estudios universitarios (se recibió de abogado) y hacer una carrera política (fue ministro de turismo durante la presidencia del hijo de Torrijos). El director Benaim Abner a través del seguimiento del prolífico artista, con backstage de sus actuaciones, viejos cortos de presentaciones pasadas, declaraciones en los lugares que amó (su barrio, San Felipe en Panamá o Fania, empresa discográfica al que lo unió una relación de amor-odio), logra un atractivo recorrido por la vida del músico. Devoto de sus padres y especialmente de su abuela, una mujer abierta al mundo, formada en la práctica de los rosacruces e integrante de un hogar musical. Blades se muestra respetuoso de la vida, interesado por dar manifestaciones de lo que pudo aprender a lo largo de su carrera ("Tengo más pasado que presente") y pleno de deseos de nuevas experiencias musicales. HOMBRE INQUIETO Salsero de ley, sus recordadas "Pedro Navaja", "Plástico", "Tiburón", "Camaleón", pero también sus incursiones por el funk o la rumba fusión, lo plantan en un mapa imprescindible del movimiento musical latinoamericano. Con él los ritmos latinos tuvieron letras sociales ("Pablo Pueblo" y tantas otras), reflexiones y un sentimiento de amor y libertad necesarias en épocas de activismo estudiantil (1964 manifestaciones política sangrientas en la zona del Canal de Panamá). Recorrido musical imperdible con reportajes a Paul Simon, Sting y otros famosos, "Yo no soy Rubén Blades" muestra al artista como un coleccionista de su obra de cuya importancia es plenamente consciente. Esos recuerdo de su trayectoria con Willie Colon, Celia Cruz, Feliciano, Ray Barreto están almacenados cuidadosamente en su departamento de Nueva York y también en la Universidad de Harvard, donde su diploma, su tesis, sus cuadernos de estudio testimonian el paso de este panameño por la vida académica. Un encuentro que el aficionado a los ritmos latinoamericanos no puede perder.
El reconocido músico panameño se siente viejo. Ya hizo el testamento y un desprendimiento de ese documento es la producción de éste documental. Una suerte de auto homenaje en vida, como legado para su familia y fanáticos de la música caribeña. Abner Benaim dirige ésta producción de un modo convencional. Muy didáctico, pero lejano a la sensibilidad y emociones. A lo largo de casi toda la película suenan sus canciones, las más famosas y reconocidas y, en menor medida, las de otros. La salsa invade los sentidos con su característico ritmo bailable La historia comienza en Panamá, su lugar de nacimiento, recorriendo barrios, calles y sitios en el que Rubén Blades pasó la infancia o en los que cantó por primera vez. Luego se trasladan a New York, donde el compositor vive con su mujer desde hace décadas El realizador entrevista a ciertos músicos destacados, tanto latinos como anglosajones, que elogian la labor artística y humanitaria del panameño. Son unos pequeños mimos para el ego, que nunca están de más Además, muestra por primera vez la intimidad de su departamento neoyorkino, incluida la habitación donde colecciona historietas y otros artículos, que no son de lujo, pero son sus preciados tesoros. En ese sitio, su esposa habla sobre él, y también de la relación que mantienen a lo largo de los años. El director se vale, para completar la narración, de fotos y filmaciones de otras épocas. Pese al paso del tiempo el músico sigue vigente, no vive de recuerdos, camina tanto por su patria como por las calles de la gran manzana, y las personas lo reconocen, saludan y felicitan por sus canciones. La cámara acompaña a Rubén Blades en ciertas ocasiones a algunos recitales, para poder apreciar breves ensayos o pruebas de sonido, descubriendo la trastienda previa a cada show. El músico quiso darse un gusto en vida y gracias a su deseo, está en las salas cinematográficas este somero documental.
UN HOMBRE Y SUS CONTRADICCIONES Recuerdo que mi padre tenía un vínculo particular con Rubén Blades, donde la división se daba claramente entre lo artístico y lo personal: amaba sus canciones, pero lo irritaban las críticas de Blades al gobierno cubano, sus lazos con personalidades anti-castristras (como Celia Cruz) y sus incursiones en películas de Hollywood. Pero después de las ocasionales (y un tanto infantiles) broncas, mi padre solía volver a los lugares seguros: por eso a cada rato se ponía a escuchar de manera casi obsesiva canciones como Pedro Navaja. Al igual que mi padre, el documental Yo no me llamo Rubén Blades también apela a unos cuantos lugares seguros y confiables, que le permiten mantener una narración estable aunque no precisamente innovadora. El film de Abner Benaim apela a un seguimiento del icónico artista panameño, explorando los ámbitos en donde se desempeña habitualmente y desplegando ocasionalmente unos cuantos testimonios de figuras como Sting, Residente o Gilberto Santa Rosa. En varios pasajes, lo que vemos es una celebración un poco excesiva del protagonista, que a lo sumo solo aporta el hacer hincapié en las múltiples facetas de la personalidad de Blades, que no solo ha incursionado en la música y la actuación (en el segundo caso, inicialmente como mera inquietud, luego como profesión), sino también en la política, el periodismo y hasta el derecho. Lo más relevante y atractivo de la película no surge tanto de la puesta en escena, sino del propio Blades, cuando se suelta, supera cierta timidez/humildad y empieza a hablar de sí mismo y su historia, haciéndose cargo de sus numerosas contradicciones, que van desde lo personal a lo político. Allí es cuando aparecen un hijo extramatrimonial con Blades reconociendo que con la mayoría de las cosas en su vida fue cuidadoso, pero con esa no; los conflictos internos que ya tuvo desde los primeros momentos de fama, porque se encontró escribiendo canciones sobre vivencias de clases populares con las que iba perdiendo contacto; o la relación con Estados Unidos, que funcionó en buena medida como país adoptivo pero también como una nación a la que cuestionar por su constante injerencia en Latinoamérica. Sin embargo, a pesar de que lo más rico está en la fase personal e íntima, Yo no me llamo Rubén Blades también tiene un par de momentos fascinantes cuando exhibe el carisma innato del artista frente a su público o incluso con otros colegas. Es el lugar seguro, clásico e inoxidable, pero también un poco inexplicable en su impacto, como la enorme canción que es Pedro Navaja.
Se estrena Yo no me llamo Rubén Blades, documental de Abner Benaim, en el que el cantante, actor y candidato a presidente de Panamá decide dar testimonio de algunos aspectos de su vida pública y privada, haciendo mayor énfasis en su carrera musical. “Tengo más pasado que futuro. Por eso, este es parte de mi testamento. Quiero que quede grabado mi pensamiento a través de mí, y no por boca de otros”. Así define Rubén Blades sus motivos para protagonizar y producir Yo no me llamo Rubén Blades, un documental que recorre su trayectoria y algunos aspectos de su vida privada. El veterano director panameño Abner Benaim sigue a su objeto de interés por las calles de su infancia en Panamá y, específicamente, por las de Nueva York, a la que Blades denomina su ciudad por adopción. Si bien el documental se sigue con interés, específicamente por la energía y vitalidad que Blades le pone a cada testimonio sobre su vida, y porque Benaim no detiene nunca la cámara generando un relato ágil y entretenido con un montaje dinámico, es también cierto que tampoco es demasiado profundo con los diversos puntos que el cantautor va narrando. El mismo protagonista pone límites con respecto a lo que desea que salga a la luz y lo que no. Por eso, lo más interesante termina siendo el aspecto musical. La creación de varios de sus hits como Pedro Navaja, Plástico o El cantante, y sus connotaciones políticas que definieron a Blades no sólo como un ídolo musical, sino también como un personaje activo de la vida social panameña. Fue candidato a presidente -y queda claro el motivo de la creación de su partido-, aunque lo más interesante de este aspecto reside en mostrar los testimonios de aquellos que se mostraron a favor y en contra de esta candidatura. Y aunque intenta pasar como un ciudadano más, su nombre y su rostro lo convierten en un artista que no pasa inadvertido. El documental demuestra el ego de la estrella, algunas contradicciones, y su influencia musical en cantantes como Residente o la admiración de artistas anglosajones contemporáneos como Paul Simon y Sting, que tienen breves apariciones. Pero los ojos de la cámara giran alrededor de Blades y su intención de trascender, con ideas, su arte y opinión del mundo. El documental es bastante abarcativo en ese sentido, y no se puede negar que intenta exhibir todas las facetas del artista y showman de la forma más frontal posible. Pero también varias de estas aristas se parecen más al titular de un diario, que al informe completo sobre la creación de una personalidad que deja una huella indeleble en la cultura latinoamericana. Como documental musical se disfruta plenamente. La salsa es el género más importante que salió del Caribe y las mayores figuras, desde Celia Cruz a Tito Puente, han tocado con Blades, y los momentos musicales hacen más agradable la visualización. Benaim exhibe también, un poco, la carrera cinematográfica del cantante, que en este momento se encuentra grabando la serie Fear the Walking Dead, aunque sin darle demasiado pie a reflexiones sobre el lugar que los latinos ocupan en Hollywood. También viaja a Harvard, de dónde se graduó como abogado. Las pocas reflexiones que el artista hace frente a cámara tienen una connotación más existencial: su lucha contra el tiempo, la afirmación de la edad, la conciencia de la mortalidad. Esto se refleja más en la relación con su arte que en una discusión existencialista per se. El aspecto familiar también se refleja brevemente, así como el descubrimiento de un hijo de 37 años. Sin embargo, es poco el lugar que el artista y el realizador deciden concederle a esta subtrama.