El amor es casi pura casualidad Amor en tránsito es la amable ópera prima de Lucas Blanco, aunque por momentos se embrolla en sus diálogos El amor tiene sus sorpresas. Esto lo sabrá muy bien Mercedes, una joven que, cansada de la vida de Buenos Aires, decide comenzar a hacer los trámites para radicarse en Barcelona, donde la espera su novio. De pronto se cruza en su camino Ariel, un muchacho que para ella se irá transformando en una agradable y algo confusa compañía. Ambos vivirán una serie de casi infantiles peripecias mientras que Juan, un hombre que llega a la Argentina luego de permanecer varios años en España, está empeñado en hallar aquí a un amor que no pudo conservar en el pasado. La búsqueda se hace cada vez más infructuosa, hasta que se le cruza en su camino Micaela, que, abandonada por la partida de un antiguo amor, va convirtiéndose en algo que tal vez le hará olvidar a él la misión que lo trajo a esta ciudad. Ambas parejas comenzarán a conocerse y a comprenderse, hasta que los más íntimos sentimientos darán sus frutos en ese par de parejas casi taciturnas y proclives a las más angustiosas situaciones. El director y coguionista Lucas Blanco se dispuso en torno a estas historias a mezclar encuentros y desencuentros en medio de cierta soledad y penurias que hacen de las relaciones una trama coral en la que el amor será el eje y el sostén de sus existencias. Las casualidades se imponen en estas relaciones, y ellas serán la que, en definitiva, motivarán los sentimientos y esas relaciones que nacieron de pronto y a las que ninguno de los cuatro puede sustraerse. La trama, por momentos excedida en sus diálogos, habla del conocimiento de las personas frente a las más sorprendentes circunstancias y recala en lo difícil que es, a veces, enamorarse profundamente. El realizador contó en éste, su primer largometraje, con un elenco que trata de dar humanidad a sus respectivos personajes, y así Sabrina Garciarena y Verónica Pelaccini cumplen acertadamente con sus respectivos cometidos mientras, y con menor vigor, Lucas Crespi y Damián Canduci procuran dar veracidad a ese par de hombres a los que el amor se les cruzó repentinamente.
Aventuras de un héroe invencible En Machete , Robert Rodriguez pone la mira en un ex agente federal que abandonado a morir tras un choque con un capo mexicano de las drogas, escapa de Texas buscando desaparecer y olvidar su trágico pasado en el que murieron su esposa y su hijo. En su camino hallará una siniestra red de corrupción y engaño. Machete deberá limpiar su nombre y dejar al descubierto una profunda conspiración al tener que enfrentarse con un cruel empresario, con un perverso agente fronterizo que lidera un pequeño ejército, con un malvado individuo experto en artes marciales y con una joven funcionaria de migración que durará entre la aplicación de la ley y hacer lo que es correcto. De rostro imperturbable y firme decisión, ese Machete invencible (un muy buen trabajo de Danny Trejo) no cejará en su propósito de vencer a los malvados, quienes además de contrabandear drogas eliminan a todo aquel que, sin documentos, se atreva a cruzar la frontera entre los Estados Unidos y México. Nada falta en el film para entretener a los espectadores, ya que el director Robert Rodriguez sabe que, aunque por momentos eleve la cuota de sadismo, su guión posee todos los atributos para relatar esta historia en la que su personaje central se convierte en un defensor de la ley frente a tantos enemigos a los que debe vencer. El realizador supo, además, crear el necesario clima de violencia que pedía la trama, y para ello contó con una fotografía de indudable calidad, con una apropiada música y con un casi alocado montaje que permite dar el necesario sabor a su guión (que incluye la posibilidad de proseguir sus aventuras fílmicas).
Película errática basada en altisonantes diálogos Fabiana y Manuel son dos argentinos que emigraron a los Estados Unidos. Ella tratará de escapar de un amor ya imposible, mientras que él intentará olvidar la muerte de su esposa y de su hijo. Cada cual por su lado transitan las espaciosas avenidas de Long Beach y el destino hace que se encuentren en una cafetería, donde hablan de sus angustias, sus temores y sus pequeñas alegrías. Pintor de paredes y guionista cinematográfico en ciernes, Manuel intentará un casi tímido acercamiento con Fabiana, mientras que ella ve en ese hombre a alguien con el que puede mantener diálogos de los que se desprenden el desarraigo y la nostalgia. El guionista Enrique Torres intentó retratar a ese par de seres con pinceladas cálidas y emotivas, pero muy pronto la historia se convierte en tediosa, ya que todos y cada uno de los problemas de los protagonistas recaen en frondosos diálogos. El guionista se limitó a hacer del film un largo e inacabable cúmulo de palabras y paseos. Al no haber otros personajes que apoyen a esos dos únicos protagonistas, el film se transforma en un retrato que va decayendo hasta un final melodramático e insólito en el que aparece, como surgiendo de un fantasmal sueño, la imagen de Andrea Del Boca, cuya presencia se limita a los últimos cinco minutos de la narración. La pareja protagónica, papeles a cargo de Lucila Solá y de Aníbal Silveyra, poco pudo hacer para elevar una trama tan cargada de frases altisonantes. La dirección de Nicolás Del Boca se limitó a mostrar, desde los ángulos más reiterativos, a esos seres que, sin duda, pedían un guión con más fuerza dramática que sus responsables no pudieron (o no supieron) transmitir con la necesaria profundidad.
Un drama difícil de entender En su tercer largometraje, Diego Martínez Vignatti procura indagar en los meandros más íntimos de una mujer profundamente enamorada de un hombre que ya no desea continuar con esa relación. Helena es una talentosa cantante de tangos que, obsesionada y torturada por esa pérdida, se va convirtiendo en una mujer sombría que buscará su destino en algún otro país. La trama sigue los caminos que eligió Helena para sobrevivir a esa conflictiva situación y, entre algunos tangos que canta y otros que escucha, tratará de recomponer su existencia. El realizador, sin duda subyugado por algunos films de la cinematografía europea más intelectualizada, no logró del todo conseguir la emotividad pedida por el relato que, a veces, se convierte en un drama difícil de entender. Por momentos melancólica y otras veces demasiado inmersa en un puzzle que cuesta armar, La cantante de tango no sobresale, tampoco, por la actuación ni por los méritos de vocalista de Eugenia Ramírez Miori.
Ternura y simpatía en una amable apuesta Boca de fresa tiene buenas actuaciones Dueños de una productora de música en franco declive, Oscar y su tío y socio no saben qué idear para que su empresa siga dando dividendos. Inesperadamente les llegará la solución: una banda noruega convirtió en hit en toda Europa la canción "A papá mono", compuesta treinta años atrás por un artista que en ese momento pertenecía a la empresa de ambos. ¿Cómo hallar a ese músico que los puede salvar del desastre económico? Algunas pistas conducirán a Oscar y a su novia Natalia a un pequeño pueblo cordobés. Casi como un detective dispuesto a esclarecer algún misterio, Oscar se pone en contacto con algunos pueblerinos, entre ellos Juan, un extraño individuo que se aloja en una vivienda de piedra bastante distante del radio céntrico del poblado. Allí este hombre taciturno, silencioso y, a veces, de genio alterado, iniciará una relación con ese productor al que lo único que le importa es hallar al autor de la canción que dio prestigio a su productora y volver a contarlo en sus filas. Dotado de gran simpatía, de algún elemento policial y siempre dispuesto a brindar una sonrisa al espectador, el guión no se aparta de un género tan transitado como la comedia romántica, aunque aquí lo hace con un espíritu burlón enredado en una madeja que vale no relatar para cuidar la sorpresa. El director Jorge Zima, que ya tenía en su haber el largometraje Noche en la terraza , logró así construir una trama simpática, muy bien apoyada por los trabajos de Rodrigo de la Serna y de Erica Rivas y, sobre todo, de Juan Vattuone, que encarna a ese personaje entre extraño y siniestro que pronto se convertirá en eje del conflicto. Los rubros técnicos aportaron calidad -la fotografía sobresale en los bellos paisajes cordobeses-, mientras la música posee el necesario ritmo que finaliza con la voz de la Mona Giménez entonando la canción que, sin duda, logrará hacer subir las acciones de la productora de ese Oscar que aprende, al mismo tiempo, la ternura de un amor que casi se le escapa de las manos.
Motociclistas del sur bonaerense La filmografía de José Celestino Campusano se centra, en casi su totalidad, en retratar personajes que, en la periferia de Buenos Aires, viven una existencia adaptada a costumbres que los ubican entre la piedad, el peligro y el culto a la amistad. Vikingo es una historia narrada con indudable eficacia y cierto patetismo, una radiografía de un micromundo regido por leyes muy particulares. Esta vez el protagonista es un respetado motociclista de vida licenciosa aunque, paradójicamente, rígido en su aplicación de ciertos preceptos morales dentro de su hogar. Vive en un barrio suburbano junto a su esposa y sus hijos, mientras con su grupo de amigos comparte cerveza y fiestas audaces. Un día llega hasta la casa de Vikingo un veterano motociclista vagabundo con un problema amoroso. Instalado en su casa, compartirá con él y su familia una serie de situaciones que los enfrentarán con Villegas, un adolescente traficante de drogas que recluta a jóvenes marginales. Film realizado con escasos medios e inserto en el cine independiente, Vikingo registra con violencia pero también con calidez esta problematizada historia que recorre el tránsito de ese protagonista que halla en su libertad el necesario apoyo para poder sobrevivir en un estrato social alejado de la civilización más pura. La cámara de Campusano, a veces manejada con cierto desprecio por la puntillosidad elemental que pide el cine, observa, sin embargo, y con enorme atención, la trayectoria de esos seres que se unen en medio de una serie de peligros y de sinceros signos de amistad.
Animación en 3D a la española El lince perdido, ganador de un premio Goya, hace buen uso de la tecnología, pero no pierde de vista el guión Desde que, en 2001, el film El bosque animado inauguró la animación 3D en España, este tipo de género se ha multiplicado en ese país, y ahora le tocó el turno de llegar a las pantallas locales a El lince perdido , una historia que combina armoniosamente esa tecnología con un guión tan divertido como pleno de dinamismo y de cierta ternura. La trama se centra en Félix, un lince con muy mala suerte cuya especie está al borde de la extinción, que con un grupo de amigos, entre ellos el camaleón Gus, la cabra Beea y el halcón Astarté, se verá envuelto en una peligrosa aventura. La tranquilidad del bosque que habitan es repentinamente invadida por Newmann, un cazador al que, según dice, no hay animal que se le resista, quien es contratado por Noé, un millonario excéntrico que, en su afán por proteger a la naturaleza, ha ideado un alocado plan: construir una nueva arca de Noé para salvar a un par de ejemplares de cada especie en peligro de desaparición. Bajo el liderazgo de Félix, él y sus valientes amigos intentarán desafiar a Newmann y liberar al resto de los animales ya capturados. La misión no es fácil, ya que la supervivencia está en juego, pero la astucia y la paciencia de ese grupo no dan descanso al cazador, que pone en juego todo su poder de acción para capturar a los animales. Los directores Manuel Sicilia y Raúl García, basados en coloridos y alegres dibujos, lograron una anécdota plena de acción que, finalmente, y como toda fábula que se precie, tendrá su feliz final. El guión no escapa a la necesidad de unir fuerza y amistad para enfrentar el mal, y por lo tanto el argumento hallará la atención del público infantil y también de los mayores. Este dibujo animado producido por el actor Antonio Banderas y que hace dos años obtuvo el Premio Goya a la mejor película de animación cuenta, además, con una pegadiza banda musical, y con todos estos elementos a su favor se interna, pues, en ese ya sabido camino de travesuras en el que todos sus personajes se unen para dar forma a una anécdota que, como en este caso, se ve elevada por su presentación en 3D, algo que suma a la historia la necesaria pauta para entretener con calidez, acción y alocadas situaciones.
Madre e hija en busca de algo en común Enrique Stavron dirigió Ma fille, un inusual largometraje Surgido de la pléyade de realizadores independientes de la cinematografía local, Enrique Stavron comenzó a basar su trayectoria artística en varios cortometrajes y en un largometraje estrenado en circuitos no comerciales. Con estos antecedentes se decidió a presentar Ma fille ("Mi hija"), una producción que posee una muy buena dosis de interés, ya que fue rodada en blanco y negro (sólo algunas escenas están viradas a un tenue color), es hablada totalmente en francés con subtítulos en castellano y recorre una historia que se centra casi en su totalidad en sus dos intérpretes. Atípica en su forma, esta producción se centra en Susana, una actriz argentina que debió trasladarse a Francia para luego volver a Buenos Aires tras dejar en París a Isabel, su hija. Pasaron veinticinco años desde que la madre se separó de quien ahora es una muchacha que decide viajar a nuestro país para reencontrarse con esa mujer, y de este reencuentro nacerán rencores, alegrías, sorpresas y cálidas evocaciones de un tiempo ido. El guión se ciñe simplemente a los diálogos de las dos mujeres en un solo ambiente (el departamento de la madre), y de ellos surgirá todo un pasado en el que las dos remontarán sus memorias a un padre casi desconocido y volverán al presente, cuando la hija hace insólitas confesiones a una Susana que sabe perdonar y que, a su vez, buscará el perdón de Isabel por haberla abandonado. El realizador concentró la trama en un solo ámbito, lo que por momentos convierte al film en demasiado teatral, pero una cámara atenta a todos los movimientos de ese dúo eleva el potencial del film, que, sin duda, posee la necesaria ternura como para que el público no se sienta indiferente ante la problemática expuesta en la pantalla. Las actuaciones de Susana Beltrán, de Isabelle Moreau y, en una breve parte, de Michel Agogué apoyan con seguridad esta original obra.
El destino como protagonista Franzie, con espléndidos trabajos de Mimí Ardú, Enrique Liporace y Norma Pons La soledad y la angustia son parientas muy cercanas. Y esto lo sabe muy bien Franzie, una madura y bella maestra que deja a su clase y a sus alumnos para refugiarse en su pequeño mundo poblado de recuerdos y de dolores en el que esperará, víctima de una grave enfermedad, a la muerte que le ronda sin cesar, hasta que conoce a Emanuel, un maduro y fracasado escritor que trabaja como corrector en una editorial de libros de autoayuda. El guión de Fernando Andrés Saad resume calidez y ternura basado en el vínculo de esa mujer al borde de la muerte con Emanuel, tan próximo al nacimiento de su primer hijo, y así este encuentro se transformará en una extraña relación que los unirá amorosamente, a pesar de ellos mismos. Con esta historia que nunca cae en el simple melodramatismo, la novel directora Alejandra Marino logró deshovillar una tierna madeja en la que la soledad dejará de ser, por un tiempo, la tortura de esa mujer a veces humillada y otras incomprendida, al acercarse a ese escritor sumido en el fracaso y en un matrimonio casi desgastado por la cotidianeidad y la convivencia. Cuando Franzie confiesa un íntimo deseo, su cada vez más cercano acompañante comprende que cuando los deseos secretos se cumplen toman formas inesperadas, y ambos saben que de las despedidas nacen los encuentros. Grandes actores La trama, que a veces toma forma de humor, tuvo en Mimí Ardú a una excelente intérprete que supo imponer su talento a ese personaje hondo y humano que espera el fin de sus días con una sonrisa que casi siempre es una mueca de bondad o un gesto de amargura. No menos intensa es la labor de Enrique Liporace como el escritor que cree hallar una nueva forma de existencia al acercarse al dolor de Franzie, mientras que Norma Pons saca a relucir sus indudables dotes para el drama como la madre dispuesta a perdonar y a buscar el perdón. El resto del elenco no desentona en menores responsabilidades, y así el film se convierte en una emotiva radiografía de ese par de seres a los que el destino los unió para acercarlos a nuevos motivos de vida.
Padres que aún esperan noticias de sus hijos Efectivo y lírico documental de Joaquín Daglio Las Madres de Plaza de Mayo continúan tratando de hallar a sus hijos desaparecidos durante la dictadura militar. Pero detrás de esas incansables marchas se hallan, también, los padres de las víctimas. Joaquín Daglio, en su múltiple labor de director, guionista, investigador y músico, descorrió en este documental los pensamientos, los recuerdos y las angustias de esos hombres que, casi desde el anonimato, vivieron también el dolor de perder a sus hijos. Para ello se centró en diez de esos seres que todavía transitan por el dolor de desconocer el paradero de esos muchachos. Sin llegar a organizarse en una agrupación que les brindara un espacio de reconocimiento visible, esos padres rememoran, frente a la cámara, la infancia y la juventud de sus hijos y cada uno de ellos relata sus vivencias de estos últimos treinta años. Algunos lo hacen con sobriedad, otros con tristeza y no falta quien afirma que otros jóvenes recorrieron el camino de la violencia. La primera parte de este documental cae por momentos en la monotonía al presentar simplemente a esos personajes envueltos en su tristeza, pero luego el film se eleva cuando esos padres recorren los lugares más significativos de sus vidas y la de sus hijos, profundizan acerca de la paternidad, atesoran recuerdos, cuentan anécdotas y desfilan por los lugares en que sus hijos habían pasado su infancia y su juventud. Sin caer en el panfleto político, el director Joaquín Daglio logró un film austero y pleno de emoción en el que esos padres, muchos de ellos desconocidos entre sí, llevan sus memorias hacia los momentos más dramáticos. Una exhaustiva investigación, una fotografía de impecable tesitura y una música acorde con el recorrido de esos hombres que hoy continúan luchando por la memoria, la verdad y la justicia, elevan este documento que sirve, sin duda, para insertarse en esos padres que, todavía hoy, cargan sobre sus espaldas la tristeza de sus irreparables pérdidas.