De amor y otras adicciones Un romance ambientado en los años noventa, en el que se lucen sus protagonistas El amor puede dar sorpresas. Y esto es lo que le ocurre a Jamie, un donjuanesco joven que trabaja como representante de un laboratorio farmacéutico, cuando conoce a Maggie, una chica introvertida que llega a su vida de la forma más inesperada. Maggie guarda un secreto, y cuando Jamie se le cruza en el camino sabe que él podría ser el hombre de sus sueños a pesar de su dolencia. Sin embargo, y entre una serie de situaciones que hacen al film recorrer la cornisa entre el drama y la comedia, la pareja dejará de lado los placeres para comprender que todo en la vida tiene algún tipo de solución. El film, que transcurre en la década del 90, se apoya en algunas situaciones hilarantes (entre ellas, el descubrimiento del Viagra y sus consecuencias entre el público) y no deja de lado tampoco cierto aire melancólico que, en torno de la pareja central, se va cubriendo de comprensión y de verdadera ternura. El director Edward Zwick supo llevar por buen camino esta historia que, si por momentos juega a la más alocada diversión, en otros, en cambio, no deja de lado el drama más intenso. Para dar realidad a esta anécdota, el realizador eligió un consistente elenco, ya que Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway lograron sacar buen partido de sus respectivos papeles.
La vieja de atrás Adriana Aizenberg, en un destacado papel que retrata la soledad y la frustración A veces la soledad se convierte en una pesada carga difícil de resistir. Ello es, precisamente, lo que le ocurre a Rosa, una anciana colmada de frustraciones. Marcelo, por su parte, un muchacho taciturno y callado que llegó desde su tierra pampeana a Buenos Aires para estudiar, halla aquí algunos trabajos sin ningún futuro trata de graduarse de médico. Ambos son vecinos en el piso de un mismo edificio, pero poco o nada los vincula. Ella, sin embargo, necesita de alguien que le preste atención a sus palabras y que la aleje del televisor que, en definitiva, es su única compañía. Un día, Rosa se decide a hablar con Marcelo y le propone, a cambio de casa y comida, una fluida conversación cotidiana. El muchacho, escaso de dinero para pagar el alquiler de su departamento, acepta la proposición de mudarse a la casa de la anciana, y así ambos irán entretejiendo una amistad que, en definitiva, será testigo de la gran distancia que existe entre ellos. La historia, sin duda humana y compasiva, va encaminándose demasiado monótonamente en torno de esos dos seres carentes de cariño, y así la reiteración se apodera bien pronto de este entretejido que el director y guionista Pablo José Meza procuró retratar con simplicidad y ternura. Con una cámara que acierta en algunas de sus escenas, el realizador se dejó tentar por la temática de su film y alargó demasiado algunas situaciones e insertó, casi como una excusa, un frustrado romance de Marcelo. Con un metraje menor, La vieja de atrás se hubiese convertido en un cálido reflejo de esas dos existencias que, a pesar de todo, se necesitan una a otra. De la historia sobresale netamente la composición de Adriana Aizenberg como esa anciana necesitada de cariño, en tanto que Martín Piroyansky apenas pudo salir indemne de su papel, que sobrelleva con escasa convicción. Los rubros técnicos aportaron calidad a esta entrega que habla de la soledad, aunque lo hace con sopor.
Escupiré sobre tu tumba Mucha sangre en una historia de venganza Jennifer, una joven y bella escritora, decide comenzar su nuevo proyecto en una apartada casona levantada en medio del bosque. Sin embargo, y tras mantener una discusión en una estación de servicio con tres individuos que tratan de abusar de ella, Jennifer prosigue su camino. Algunos misteriosos ruidos la pondrán en alerta, pero supone que es sólo su imaginación. Imaginación que no tardará en convertirse en terrible realidad cuando aquellos hombres se presentan en la casa y la violan salvajemente. Sus atacantes la creen muerta, pero tiempo después comprueban que la mujer pudo sobrevivir y está dispuesta a vengarse de esos hombres que, lentamente, van siendo asesinados. Jennifer se ha convertida ya en una máquina de matar en las formas más dolorosas y horripilantes. Nueva versión de un clásico film de horror de 1978, considerado demasiado violento para su época, esta remake no vacila en mostrar con total crudeza las torturas a las que son sometidos esos hombres ni escatima sangre a la hora de la revancha. El director Steven R. Monroe supo sacar buen partido a un guión que lentamente va siguiendo los pasos de la protagonista, que pedía la historia. No menos intenso es el trabajo de Sarah Buttler, que en su primer papel cinematográfico logró encarnar con tensión a esa escritora que, de pronto, se convierte en una máquina de venganza. La fotografía y la música lograron insertar el clima preciso para este film que, sin duda, se convertirá en un plato fuerte para los amantes del género.
Basado en la novela de Wilde, un film que representa todos sus elementos literarios En toda la obra del escritor Oscar Wilde se lo ve tentado por lo que se puede hacer, por lo que se puede no hacer, por lo que hay que hacer y lo que sólo se puede intentar. Esta posición que gira entre lo humano y lo mortal, Wilde la disimula entre cinismos, ironías y lujos, elementos que revindican toda su obra. En El retrato de Dorian Gray se reflejan todos esos elementos a través del protagonista (Ben Barnes, el príncipe Caspian de Las crónicas de Narnia) , un joven de extraordinaria belleza y gran ingenuidad que llega a un Londres victoriano para habitar la casona de sus antepasados. Muy pronto se verá arrasado a un torbellino social en el que el carismático Henry Wotton (Colin Firth) lo iniciará en los placeres hedonistas que ofrece la ciudad. Cuando Dorian conoce a Basil, pintor de sociedad y amigo de Henry, se producirá entre ellos una ambigua amistad que el artista aprovechará para pedirle al joven que pose para un retrato y poder captar así toda la fuerza de su juvenil belleza. Ese muchacho antes tímido y vacilante mira sorprendido el cuadro y afirma que vendería el alma al diablo por permanecer tal como aparece en la pintura. Mientras el retrato es ahora guardado en el ático de la casa y cada vez se va volviendo más horroroso a medida que ese muchacho sigue adelante con sus desenfrenadas aventuras, pasa el tiempo y 25 años después, Dorian regresa a la casa tras un largo viaje y, para sorpresa de sus antiguos amigos, no parece haber envejecido. Su belleza está intacta, pero su alma se ha transformado en un infierno que él ya no puede manejar. El elenco, encabezado por Ben Barnes y Colin Firth, pudo sondear la psicología de los dos protagonistas centrales, mientras que una excelente reproducción de época hace del film un merecido homenaje al autor irlandés.
El film de Giuseppe Tornatore recorre parte de la historia italiana La nostalgia, cierta melancólica alegría, la niñez y la familia son los elementos usuales en todos los films de Giuseppe Tornatore, un realizador que sabe, sin duda, emocionar con sus temas al espectador. En esta nueva entrega, el cineasta italiano añade a esos tópicos algunos aspectos de la guerra y la política, que no son tan habituales en su filmografía. Aquí el escenario es Baaria, una provincia de Palermo, Sicilia, donde Tornatore nació y vivió hasta muy entrada su juventud. Allí retrata a tres generaciones de una familia y a través de ella recorre parte de la historia italiana -desde 1930 hasta 1980- y radiografía la manera de ser de los hombres, mujeres y niños de ese país. La historia comienza en plena época del fascismo, donde Cicco, un humilde pastor, descubre un universo maravilloso y muy lejano a la cruda realidad a través de poemas y novelas. Más tarde, el relato aborda algunos aspectos de la Segunda Guerra Mundial vistos desde la perspectiva de Peppino, el hijo de Cicco, que es testigo de innumerables injusticias cometidas durante ese conflicto bélico. Después de la guerra ocurre el encuentro con la mujer de su vida, una relación a la que todos se oponen porque Pepino se ha convertido en comunista. Sin embargo ambos lucharán por permanecer juntos y así llegarán los hijos que seguirán ese derrotero de sinsabores y felicidad que fueron los emblemas de la existencia de sus padres. Historia simple en su primera lectura, Baaria. Las puertas del viento no tarda en convertirse en un fresco pleno de ternura y de emociones. Tornatore sabe, sin caer en el melodramatismo, retratar a esos seres que luchan por sobrevivir en una cotidianeidad que los abruma y que, al mismo tiempo, les va marcando su presente y su futuro. El mundo del séptimo arte, elemento central de Cinema Paradiso , está también en este entramado al discurrir en paralelo a esos niños que ven en la pantalla grande un micromundo que los aleja de sus diarios problemas y que los maravilla con las historias más fantásticas. Podrá decirse que la ideología de Tornatore es más de derecha, pero lo cierto es que únicamente se vuelve crítica con las traiciones y decepciones de una izquierda italiana (el comunismo) y cómo lo vive el protagonista. Todo en esta historia recala, finalmente, en la poesía cotidiana, en la necesidad de ser mejor en un mundo poblado de certezas y de incertidumbres, en hallar un lugar en el mundo que descrea de la maldad y de la traición.
El film de Breck Eisner mantiene en vilo a la platea En un pequeño pueblo de Kansas todo es tranquilidad, y sus habitantes dejan transcurrir sus días con total monotonía. El sheriff tiene poco trabajo en ese lugar casi paradisíaco, mientras su esposa ejerce como médica en el hospital local. Sin embargo, todo ese sosiego se verá trastocado con el hallazgo de un cadáver. Pero el episodio no tardará en complicarse cuando varias personas comienzan a enloquecer y a asesinar. ¿La causa? El agua contaminada por un arma bioquímica. Horribles zombis y gente no contaminada serán asesinados para evacuar el pueblo. Desde el principio, la historia, una remake de la película original de 1973 dirigida por George Romero, logra su propósito de entretener y de transitar a pura acción hasta un final inesperado. Litros de sangre, cadáveres desfigurados y suspenso sin altibajos son los mayores elementos que el realizador Breck Eisner utilizó para relatar esta aventura que, aunque su tema ya fue tratado muchas veces por la cinematografía norteamericana, logra su fiel propósito de inscribirla en las buenas muestras del género. Las actuaciones de Timothy Olyphant, Radha Mitchell y Joe Anderson supieron sacar buen partido a sus respectivos papeles. Entretanto, una impecable fotografía, una música de acertado ritmo y los efectos especiales, que son aquí una de las mayores atracciones, hacen de La epidemia uno de esos films que mantendrán en vilo a aquellos espectadores que siguen con apasionamiento este tipo de aventuras que oscilan entre el suspenso, el terror y la ciencia ficción.
Videocracy Cómo el ascenso político de Berlusconi marcó a la sociedad italiana contemporánea La TV italiana experimentó una serie de cambios en las tres últimas décadas, a la sombra del nacimiento y del desarrollo de Mediaset, empresa de comunicaciones de Silvio Berlusconi, que de poderoso empresario pasó a convertirse en presidente de su país. Erik Gandini, director y guionista de este documental, se encarga aquí de mostrar esos cambios a través de aquellos hombres y mujeres, jóvenes en su mayoría, los que a fuerza de talento, y también de indudable avaricia por lograr triunfar en la pantalla chica, no vacilan en intervenir en espacios televisivos de dudoso gusto que, no obstante, cuentan con el masivo apoyo del público. El film muestra, pues, el otro lado de la televisión italiana, y lo hace con indudable capacidad de observación, poniendo el ojo de su cámara en ese Berlusconi que se muestra a sí mismo como una víctima, sabiendo desde siempre cómo imponer el poder de la imagen sobre la realidad. Aquí no faltan los más agudos elementos (a veces con rasgos de humor) del trasfondo de una pantalla que, como la italiana, adolece de calidad estética para transformarse casi en un espectáculo circense en el que sus figuras principales luchan a brazo partido para sobresalir en un micromundo poblado de envidias y sexo. En el centro está Berlusconi y su sonrisa sardónica. Siempre dispuesto a ganar las más difíciles partidas con su olfato político, se convierte en el hombre fuerte de una televisión que maneja con hilos de titiritero. Videocracy logra ampliamente así su propósito de denuncia en este largometraje de Gandini, italiano radicado en Suecia. Una música de indudable calidad apoya este documental, mientras que la fotografía no deja escapar ninguno de los más pequeños detalles de los entretelones de esta temática que es, sin duda, un viaje de ida y vuelta en el tiempo sobre cómo la lógica televisiva fue moldeando a una clase política y a todo un país.
Un adictivo juego entre la vida y la muerte El thriller cumple con lo esperado y más Hay vidas que pueden cruzarse y amores que se transforman en desafío. Esto le ocurrirá a Jess, una mujer casada con Ryan, un hombre hogareño que sabe hacer feliz a su esposa. De pronto ese mundo se desmoronará para Jess, ya que su esposo y Roman, su cuñado, sufrirán un terrible accidente que los convertirá en un par de seres al borde de la muerte. La existencia de la mujer comienza a transformarse en un calvario, ya que ve rodar su felicidad hacia el más profundo abismo, pero inesperadamente Roman despierta de su estado de coma e insiste en que Jess es su esposa. Frente a esta extraña situación, ella comienza entonces a pensar que el espíritu de su esposo ha vuelto en el cuerpo de su cuñado y deberá entonces luchar por comprender ese misterio. Los directores Joel Bergvall y Simon Sanquist lograron convertir a esta trama en un atractivo thriller por el que transitan sueños, pesadillas y situaciones incomprensibles para esa Jess que no llega a entender del todo lo que está sucediendo a su alrededor. A ello se le deben sumar las buenas actuaciones de Sarah Michelle Gellar, que lleva sobre sus hombros todo el peso de la trama, y de Lee Pace y Michael Landes, quienes como el esposo y el cuñado, supieron compenetrarse con sus por momentos ambiguos personajes. El clima dado por la fotografía y por la música son otros sólidos apoyos para que esta casi siniestra aventura logre el entretenimiento y el suspenso requeridos, elementos a los que apostó el dúo de realizadores. Sin escapar de los convencionalismos del género, Personalidad múltiple cumple acabadamente con todos los elementos de aquel público que se deja tentar por los más recónditos caminos de la fantasía más extraña, y con estos aditamentos no saldrán defraudados frente a este juego entre la vida y la muerte que debe enfrentar su espantada protagonista.
Una historia de celos, deseos y conflictos Opciones reales tiene un lenguaje fragmentado La ciudad de Tandil es el destino de Lucio, un joven que desea protagonizar una película pornográfica. En el viaje conoce a Gloria, con la que traba una amistad que se convierte en amor y deseo. Al llegar a su destino, se siente atraído por Milena, alguien en quien él cree ver los rasgos de Gloria. Sobre la base de un guión por momentos indescifrable, el director Silvio Fischbein intentó lograr una historia de celos, deseos y pequeños conflictos en los que se mezclan las andanzas del joven con esas dos mujeres que, al parecer, son una sola. De nada fácil lectura, el film procura insertarse en distintas opciones que lo llevarán a confundir entre lo imaginario y lo real. El realizador y coguionista recorre el camino de su protagonista en medio de atrayentes planos acompasados por una fotografía que se destaca por su color y por una cámara a veces inquieta y otras muy movediza. El film asoma con algún acierto en la intención de armar y desarmar un puzzle en medio de una ciudad nocturna, casi único escenario de la historia. No es mucho, en realidad, lo que Fischbein logró con esta aventura cinematográfica en la que todo son posibilidades, encuentros y desencuentros. Para el público adicto a esas tramas difíciles, Opciones reales puede tener alguna cabida. La mayoría, en cambio, encontrará una serie de signos nada fáciles de desentrañar.
Cuatro personajes en busca de una historia 432 Uno es una película tan críptica como morosa Cuatro mujeres recorren un tupido bosque y, en uno de los lugares más sombríos, esparcen las cenizas de alguien al que ellas habían querido intensamente. Luego se recuestan en unas hamacas en una playa frente al mar y todos sus sentidos se fijan en la muerte, esa muerte que parece ser para ellas el único destino quizá deseado o posiblemente intuido. Sobre la base de este pequeño relato, la directora Mercedes Farriols intentó fijar su cámara en ese cuarteto de protagonistas que sólo se miran entre sí, se acarician suavemente, se dejan estar bajo la luz del sol, caminan a veces lentamente, se sobresaltan ante la aparición de un niño entre las dunas y, con muy pocas palabras, tratan de comprender su entorno. Ellas abordarán un duelo y creen sentir cosas que no se sienten pero dicen que hay que sentir en medio de la soledad y de los escasos diálogos a los que recurre la directora. 432 Uno no es un film fácil de ver. El casi autismo de sus protagonistas, la lente de la cámara fija en ellas y esas escenas en las que ojos, manos y brazos hablan más que las palabras pretenden insertarse en las vibraciones insospechadas que podrían llegar y cambiar de lleno su idea de la última existencia. La monotonía se impone, sin duda, en este film que recala en un intelectualismo por momentos pretencioso. Las acertadas actuaciones apuntalaron con rigor a esos personajes que parecen no decir ni hacer nada, aunque muy dentro de ellos está presente la muerte como un símbolo de lo que fueron sus existencias. Todo aquí es ambiguo, casi siniestro y por momentos cada escena parece necesitar de alguna explicación que aclare tan oscuro panorama.