Film noir animado made in Argentina A través de la animación, y ambientada en la Rosario de los años 20, "El paraíso" (2022) nos regala un retrato violento y sorprendente de la “Chicago Argentina”. Dirigido por Fernando Sirianni y Federico Breser, este thriller se centra en dos jóvenes polacas que llegan a Rosario en búsqueda de un futuro mejor. Allí conocerán a “Los Abramov”, una agrupación de criminales que, entre otras cosas, controlaban la red de prostitución de la ciudad. Una historia de amor, engaños y traiciones que funciona como una mirada testimonial de la época. A través de las voces de grandes intérpretes como Norma Aleandro, Nicolas Furtado, Maite Lanata, Jorge Marrale y Alejandro Awada, el film se posiciona como uno de los mejores proyectos argentinos animados del año. En blanco y negro, con tonos y colores seleccionados para resaltar distintas escenas, el largometraje es una experiencia que generará admiración para todos los amantes del cine negro. Basada en la serie Tierra de Rufianes, la película es un logro, tanto desde el punto de vista estético como de la construcción de la historia. La animación en 3D está bien concebida aunque no es del todo eficiente debido a los movimientos poco naturales de cada personaje. En cuanto a la narración, la pausa y los silencios son factores claves para ir desarrollando el relato a fuego lento. Si bien El Paraíso es la ópera prima de los directores, ambos son dos referentes de la industria argentina del cine animado y eso se hace evidente en varias decisiones de la obra. Sosteniéndose como una especie de documental, en donde un periodista llega a la casa de una señora mayor para presenciar el testimonio de una historia única, el film utiliza flashbacks para la descripción de un relato plagado de gangsters, tiros y pasión. Homenajeando al cine noir, esta obra respeta lo clásico y nos brinda suficientes momentos visuales para que disfrutemos en la gran pantalla.
Documental sobre un apasionado por las carreras de palomas mensajeras Lo nuevo de Federico Sosa ("Tampoco tan grandes"; "Tomando estado") es un documental centrado en Américo Fontenla, un parrillero de la Paternal apasionado por las palomas. Este documental, tan humano como original, es una propuesta que no puede pasar desapercibida. La colombofilia consiste en el adiestramiento de palomas para convertirlas en palomas mensajeras. Esta práctica, inusual para los ojos de gran parte de los espectadores, esconde un mundo pintoresco y fanático. A través de los ojos de Américo y su amigo Óscar, y comandado a través de la dirección de Federico Sosa, descubriremos el universo de las carreras de las palomas mensajeras como nunca antes nos imaginamos. El realizador optó por narrar esta obra de no ficción con el corazón en la mano. La intimidad del protagonista sale a la luz gracias a los momentos más cotidianos y sensibles: un mensaje de voz de Whatsapp a su pareja, una conversación con un cliente, un partido de futbol. Sin embargo, el factor motivante de la película, aquel que acapara toda la atención, recae en los testimonios y acciones de Américo que evidencian su pasión por la colombofilia. Aunque pareciera una extravagancia, Américo (2022) no se despega ni un centímetro de la realidad. La historia se codea con declaraciones sobre la política, el fútbol, la familia y la amistad. Esto, profundizado a partir de un guión elocuente escrito por el mismo realizador, denota un compendio de pasiones que rodean una aún más grande. La música compuesta por Santiago Pedroncini nos va llevando con gracia y curiosidad, mientras que la fotografía y las imágenes aéreas de Aylen López nos regalan un planeo tan armonioso como eficaz. Las prioridades se hacen presentes y, como varias palomas volviendo a su palomar, Américo sabe que, pase lo que pase (adicciones, problemas sentimentales, dificultades laborales), siempre se vuelve a ese primer amor, a esa pasión, a ese cable a tierra que te hace volar, a este viaje retratado en Américo.
Micheál Richardson y Liam Neeson buscan recomponer el vínculo en Italia La opera prima del actor británico James D’Arcy (“Cloud Atlas”, “Dunkerque”), ambientada en la deslumbrante región italiana, nos embarca en el duelo que atraviesa un padre y su hijo mientras intentan recomponer la relación. Con el arte como disparador de encuentro y emotividad, Jack (Micheál Richardson) tiene que hacer lo imposible para comprar la galería en donde administra sus obras. La única idea que se le ocurre es vender la casa de su infancia, la cual heredó de su difunta madre. El problema es que, para eso, deberá comunicarse e intentar restaurar el vínculo con su padre (Liam Neeson). Una premisa confiable, pero que esconde un ejercicio generacional no apto para empalagosos. Micheál Richardson (Vox Lux: El precio de la fama), también conocido como Micheal Neeson, es el hijo del actor de Búsqueda Implacable (Taken, 2008). Esa complicidad, ese amor/odio, esa tormentosa relación que se evidencia en Una villa en la Toscana (Made in Italy, 2020) trascienden la pantalla ya que la cuota de realidad es absoluta. El proceso de sanación que viven los protagonistas traza un paralelismo con la tragedia familiar que vivieron los actores. En el 2009, Natasha Richardson, la esposa del héroe de acción, falleció al sufrir un accidente de esquí en Canadá. Un dato que no puede pasar por desapercibido y que, de manera indirecta, le da otro sentido a la obra. Los maravillosos paisajes de la Toscana nos transportan a un ambiente paradisiaco. Sin embargo, se contrapone con lo abandonada y en mal estado que está la casa que buscan rearmar. Sin ir más lejos, esto funciona como una paradoja del largometraje. Desde una predisposición casi cómica e interesante, con el foco en el vínculo padre/hijo, el film gira a una receta ya antes vista. El melodrama y la cursilería les ganan a las intenciones y expone un espectáculo trillado que abusa de los golpes bajos. De todas maneras, aunque la película no termina siendo satisfactoria, hay algo interesante en la manera de dirigir de D’Arcy. Sus planos giratorios a los personajes, como un eje fijo en donde el mundo gira a su alrededor, son precisos y elocuentes. Sin lugar a dudas, su experiencia frente a la cámara sirvió para esta decisión. Atravesar un duelo no es algo sencillo. Existen distintas maneras: todas únicas y personales. Una villa en la Toscana nos da su versión de este proceso alimentándose de la experiencia de los intérpretes, pero topándose con los clichés de un guionista (también D’Arcy) poco inspirado.
Channing Tatum en una aventura que no es lo que aparenta Con mas corazón que salvajismo, el actor de “Magic Mike” se pone delante y detrás de cámara para realizar este film sobre el fuerte vínculo forjado entre un hombre y un perro. Un ex soldado sin rumbo fijo y con un pasado tormentoso sufre un cambio drástico cuando su destino se cruza con el de un perro. Lulu, el nombre del canino, es un animal adiestrado que acompañó en misiones de guerra. El fallecimiento de Rodríguez, compañero de Briggs (Channing Tatum) y fiel compañero de Lulu, desencadena una unión tan salvaje como esperanzadora. Tatum y Reid Carolin, ambos a cargo de la dirección del film, nos brindan una comedia dramática que resulta ser más cautivadora y reflexiva de lo que se especula. Capaz de hacernos reír y lagrimear, Dog: un viaje salvaje (Dog, 2022) es un largometraje más serio de lo que se cree. Las secuelas de la guerra, el compañerismo, la fidelidad y la reinserción en la sociedad son tópicos que resaltan entre algunos chistes y mucha música durante la carretera. Con tres actos marcados, y hasta con climas bien dispares entre ellos –comicidad, complicidad y emotividad-, el contenido de la historia fundamenta un climax contundente, acongojado y necesario. Alejado de la cursilería, este viaje funciona como esa bocanada de aire fresco en una cálida tarde de verano. En cuanto a lo técnico, la fotografía nos deleita con la luz ideal para cada escena, ya sea en planos abiertos en exteriores o a través de imágenes dentro de las cuatro paredes. Tatum, tanto como protagonista y director, nos sorprende con cada decisión y se posiciona como un realizador que, a partir de ahora, vamos a seguir bien de cerca. ¿Puede esta cinta ser catalogada una película bélica? Sí. ¿Puede ser considerada una película sobre el vínculo perro-hombre? También. ¿Puede encasillarse como una road movie? Tiene partes dignas de ese género. Dog: un viaje salvaje es un film con tantas ideas que, lejos de convertirse en un menjunje sin forma, reconvierte varios clichés de Hollywood en un cantar sentimental, agradable y autocrítico.
La cinefilia de Nicolás Zukerfeld Una frase encontrada en un libro de Edgardo Cozarinsky funciona como disparador para una investigación cinéfila de lo más apasionante. Nicolás Zukerfeld (Y ahora elogiemos las películas, 2017) nos brinda una obra construida desde la pasión por el cine. A través de una frase Raoul Walsh (Al rojo vivo), el histórico realizador estadounidense, se inicia una aventura de búsqueda, de análisis y de conexiones para entender el origen de una declaración que define la simpleza de este arte. Con una primera parte repleta de imágenes de colección de la filmografía de Walsh, un deleite visual, se da pie a esta película de carácter explorativa. Luego de esta lluvia de escenas, una voz en off nos contextualiza del principio de la travesía para sumergirnos en una experiencia de mensajes cruzados, citas y bibliografías entre cinéfilos de todo el mundo. No existen 36 maneras de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo (2020) es un apasionante y breve viaje de visionado obligatorio para todos aquellos que tienen al cine como bastión. Sin embargo, desde el aspecto técnico, lo más destacable son las escenas restauradas de películas clásicas (desde el western hasta el cine de espías). El largometraje es simple y, tal vez, podría haber tenido otra manera de gestación a través de otros recursos técnicos existentes del documental. Pero, una realización diferente, sería una contradicción al título y a la premisa del film. Una de las peculiaridades de Walsh es la concisión: logra un múltiple de acciones con un mínimo de tecnicismos, tanto de planos como secuencias. Esta obra de Zukerfeld sostiene esa característica de principio a fin justificando una hipótesis que se originó desde las primeras obras cinematográficas.
Un espectáculo extraordinario de los Daniels El nuevo largometraje de los Daniels es un viaje multiversal repleto de originalidad y diversión. ¡Bienvenidos a una de las películas del año! Tan solo diez minutos de historia nos puede alcanzar para confirmar que estamos en presencia de algo extraordinario. Todo en todas partes al mismo tiempo (Everything Everywhere All at Once, 2022) es la representación coyuntural de que el cine todo lo puede. La dupla de directores conformada por Dan Kwan y Daniel Scheinert nos regalan uno de los espectáculos más originales de la temporada. Evelyn, interpretada por Michelle Yeoh (El Tigre y el Dragón), es una inmigrante china que vive en Estados Unidos y que está atravesada por la insatisfacción, tanto económica como familiar. De un momento para el otro, se sumerge en una aventura salvaje en la que es elegida para salvar al mundo. A partir de allí, la protagonista comienza un viaje de locos a través de sus distintas versiones del multiverso. Con Un Cadáver para Sobrevivir (Swiss Army Man, 2016) los Daniels golpearon fuerte a través de una imaginativa aventura de un hombre que le terminaba debiendo la vida a un cadáver. Años más tarde, demuestran que sus mentes no tienen techo. Desopilantes escenas de acción, una Jamie Lee Curtis (Halloween) endemoniada, decenas de referencias a la cultura pop y un humor tan extraño como emotivo se combinan en un show único y sin precedentes. Un poco más de dos horas de duración que resultan escasas entre tanto entretenimiento. Filosófica y para nada tediosa, el despliegue técnico e interpretativo brilla de principio a fin. Todo en todas partes al mismo tiempo (nunca antes estuvo tan acertado un título) es una película con mucho amor propio y que se ríe de lo ridícula que intenta ser. La profundidad multiversal permite la reflexión en medio de tanta información y batallas estrambóticas. Ambiciosa y surrealista, también se logra apreciar como la reconciliación de una mujer con las decisiones de su vida. Un film con múltiples capas que convergen a lo largo de una obra fuera de lo común. Hilarante y creativa, el nuevo film de los Daniels es de esas joyas que sólo aparecen de vez en cuando. La película no deja nada librado al azar y cada decisión se justifica. Vamos a reaccionar de manera física y emocional al verla y nos comeremos la cabeza sin entender el cómo la hicieron (el montaje es para admirar). Si alguna vez alguien les pregunta si en el cine se puede tener todo en todas partes al mismo tiempo, esta película será la respuesta más idónea para ejemplificar que eso se puede y mucho más también.
Jared Leto y un villano carente de pasión Jared Leto se transforma en vampiro en este film que continúa expandiendo el universo de Spider-Man. Morbius (2022) fue uno de los productos cinematográficos que más sufrió la pandemia por el COVID-19. Los cambios de fechas y las constantes postergaciones generaron que, una película que se pensó para estrenarse en julio del 2020, llegue casi dos años después a las salas. Luego de siete retrasos, este antihéroe sale a la luz y el resultado final hace sospechar que tanto desgaste lo perjudicó. Jared Leto se pasa a Marvel para ponerse en la piel del Doctor Michael Morbius, un bioquímico con un intelecto admirable que padece una extraña enfermedad en la sangre. Con el objetivo de poder curarse, Morbius llegará al límite de sus posibilidades. La cura tiene un costo altísimo: pese a sentirse fuerte y con habilidades increíbles, el vampirismo se apodera de él a través de una irresistible necesidad de consumir sangre. A partir de allí, se encuentra entre la espalda y la pared ya que la cura va en contra de su humanidad. Los sucesivos retrasos debilitaron el producto final. Si bien el film tiene todos los condimentos posibles para poder funcionar, la obra termina resultando una especie de tráiler extenso en donde el desenlace podría desencadenar lo más interesante. Jared Leto está correcto como el Dr. Morbius, al igual que Adria Arjona (Triple frontera), quien ocupa el rol de su interés amoroso. Matt Smith (Última noche en el Soho) es quien rompe todos los moldes y se luce encarnando a un villano que nos va a sorprender. Este show de vampirismo dirigido por Daniel Espinosa (Protegiendo al enemigo) carece de sentido. Si bien es entretenido, la intención de combinar simbolismos y géneros al introducir un nuevo personaje debe estar muy controlada para que sea efectiva. El comienzo nos recordará el inicio de Doctor Strange: hechicero supremo (Doctor Strange, 2016), el desarrollo nos propone un largometraje de horror con un hombre vampiro sediento de sangre y el acto final, repleto de clichés, intensifica la acción a través de un cumulo de batallas poco atractivas e inentendibles. Sin dudas, el corte final de Morbius sufrió modificaciones de cómo se ideó desde el origen. Por un lado, el quedar ubicado luego de la última aventura de Peter Parker generó que se revieran algunas decisiones. Por otro lugar, los distintos pases que se habrán efectuado antes del estreno pudieron contribuir para que varias escenas se extraigan. El producto final de Morbius se siente, por momentos, vacío e inconexo (sobre todo entrando a la segunda mitad de la película). Los recortes con el fin de bajar la duración (quedó en una hora y cuarenta y cuatro minutos), y priorizar el entretenimiento en detenimiento de la historia, hicieron que este futuro villano de Spider-Man carezca de pasión y de sangre -vaya ironía: algo indispensable para su funcionamiento-.
Se prende la pantalla y el primer plano de unos ojos nos recibe. “¿Siempre te los maquillaste así?”, le preguntan a Tammy Faye, interpretada por la gigante Jessica Chastain (La hora más oscura). A partir de allí, la historia nos conduce hacía unas décadas atrás: estaremos en presencia del primer encuentro entre Tammy y Jim Bakker, una de las parejas más emblemáticas y controvertidas de la televisión evangelista. Desde ese momento, sus vidas cambiarán para siempre. Los límites morales se confunden y la creencia se vuelve tan misteriosa como hipócrita. Los ojos de Tammy Faye (The eyes of Tammy Faye, 2021) es la nueva película de Michael Showalter, aquel director que nos deslumbró con la brillante comedia La gran enfermedad del amor (The Big Sick, 2017). Alejándose un poco del humor, se sumerge en un drama que combina cuestiones religiosas, éticas y amorosas. Con el maquillaje como protagonista, el film carece de profundidad y de herramientas para conectar. Sin poder humanizar a los personajes, los puntos más altos, y por los cuales vale la pena el visionado, son la interpretación de su protagonista, el vestuario y el diseño de los escenarios. Lágrimas. Gritos. Risas. Una voz que se adapta al rol y a las circunstancias. Jessica Chastain conmueve demostrando una vez más que es una de las mejores actrices de su generación. El peso de la película recae en sus hombros y ella, a través de su sello, nos regala un personaje repleto de contradicciones, aristas y emociones. Se ama y se odia al mismo tiempo. Sufre y sonríe a la vez. El maquillaje no la aprisiona. Chastain pone todo sobre la mesa, canta (literal) y da en la nota. Por el lado de Jim, Andrew Garfield (Tick Tick Boom!) no encuentra el registro adecuado y, entre subidas y bajadas, queda postergado (y pintado) a su lado. Con una nominación a los próximos Premios Óscar (Mejor Actriz Protagonista), Los ojos de Tammy Faye peca en querer convertirse en una biopic amable deseosa de salir de esquema: su aspecto camaleónico no puede sacarla de lo común. Extensa por demás, lineal, pero por momentos dulce y divertida, la obra será recordada como “esa que, aunque esté súper caracterizada, Jessica Chastain otra vez la rompe”.
La nueva película de Emmanuel Mouret (El arte de amar) pone en juego los límites de la moral a través de varios relatos que se entrecruzan. Daphné (Camélia Jordana) recibe en su casa a Maxime (Niels Schneider), primo de su novio Francois (VincentMacaigne). A partir de allí, ambos comienzan a contar sus propias historias de amor. Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (Les choses qu’on dit, les choses qu’on fait, 2020) es una deliciosa comedia romántica que funciona como una carta de amor hacia el cine francés. Las dos horas de duración del largometraje pueden parecer extensas, pero son un deleite para cualquier cinéfilo. Una obra que trata de abarcar las diferentes ideas y perspectivas sobre el amor y la forma que tenemos de vincularnos con esos sentimientos. Magistral e inteligente, este largometraje está tan bien escrito que convive sin problemas entre el humor sutil y el drama emocional. Inspirada en el cine de Philippe Garrel y Éric Rohmer, donde las decisiones espontaneas de los personajes causan efectos en las historias de cada uno de ellos, Las cosas que decimos, las cosas que hacemos es una aventura que pone en juego los límites morales y la manera de vincularnos. Interrogándose sobre las distintas maneras de amar, el filme se compromete con el debate de la posesión versus el amor. Con un guion repleto de enredos y complicidad, la película fluye a través de sus maravillosos y tan bien logrados diálogos. Sin juzgar a sus personajes, y replanteándose el término del romanticismo, Mouret nos regala una joya que nos va a permitir reflexionar sobre nuestras maneras de amar. Varios personajes se entrecruzan, los relatos resultan frescos y apasionantes y allí estaremos nosotros, los espectadores, queriendo saber más y más. Tanto Daphné como Maxime tienen cosas muy interesantes para decirnos y no hay mejor manera de disfrutarlo a través de una pluma sofisticada y emocionante.
Keira Knightley y la celebración del apocalípsis El fin del mundo vuelve a retratarse en el cine a través de una película que pretende combinar el terror y el drama familiar. Las historias del cine apocalíptico son variadas. Desde un meteorito a punto de destruir el planeta hasta una invasión zombi batallada por Brad Pitt, cada suceso de ciencia ficción es una nueva oportunidad para acercarnos al exterminio. ¿Qué es lo que hace que este género siga existiendo y convocando espectadores? La última noche (Silent Night, 2021) reúne a una familia en el marco de una posible cena de despedida. La ópera prima de Camile Griffin va a dar que hablar. Una especie de Frankenstein entre historial coral, película apocalíptica y navideña, que se enriquece con las interpretaciones y el impacto que busca generar. Sin embargo, su resolución es irregular y la energía del efecto sorpresa no se sostiene. Una agradable cinta de festividades se transforma en una débil mezcla de géneros que debilita el profundo mensaje que desea expresar. Keira Knightley (Orgullo y Prejuicio) y Matthew Goode (Lazos perversos) se cargan el film a sus hombros gracias a su doble rol de padres y anfitriones. El drama, el suspenso y el vértigo recae sobre ellos. Griffin, quien también escribió la obra, concreta sus intenciones, pero de una manera tibia e insegura. Palabras mayores para Roman Griffin Davis (Jojo Rabbit). El hijo de la directora nos regala una potente interpretación llena de angustia, humor y suspenso. En él todo fluye, pero cuando la historia se aleja del joven el fuego se va apagando para distanciarnos y confundirnos. No hay que contar mucho más de la trama. Eso sí: será una película disfrutable si vamos a verla con poca información en nuestra mente y sin pretender que éste film se convierta en la película definitiva de la temporada. Un drama apocalíptico que surfea entre el melodrama y la comedia puede ser un gran plan. La última noche es, además, una película que toca temas muy actuales y que desea reflexionar. Sin embargo, termina pinchándose al no terminar de jugarse. Un plan que falla en su ejecución, el cual puede ser fresco, pero que su originalidad se topa con la inexperiencia y la subestimación de algo tan respetado y representando en el cine como el fin del mundo.