Llegó el final de la trilogía Maze Runner y aunque la secuela estuvo un poco floja, ésta vez lograron reivindicar la saga y darle un buen cierre. Vimos pasar la saga de Los Juegos del Hambre, la fallida Divergente (todas con personajes femeninos a la cabeza) y en un nuevo mundo post-apocalíptico las aventuras y desventuras de Thomas llegan a su fin, con una cinta de dos horas de duración titulada Maze Runner: La Cura Mortal. Aunque al principio creí que iba a ser sumamente tediosa, tengo que ser honesta, los guionistas supieron resolverla bien. Nuevamente se alejaron bastante de la obra de James Dashner, pero las bases, el espíritu y algunas escenas son claves y podremos verlas en la película y eso es gratificante cuando de adaptaciones se trata. Thomas (Dylan O’brien), Newt (Thomas Brodie-Sangster), Sarten (Dexter Darden), Brenda (Rosa Salazar) y otros personajes que conocimos en Maze Runner: Prueba de Fuego se unen para rescatar a Minho (Ki Hong Lee) y enfrentar a la Dra. Ava Paige (Patricia Clarkson), Janson (Aidan Gillen) y la recientemente traidora Teresa (Kaya Scodelario), mientras la enfermedad continúa expandiéndose sin que aparezca la cura. Los efectos especiales son claves y si bien hay croma por doquier, no resultaba tan falso a la vista, de hecho la ciudad regida por CRUEL era sorprendentemente atractiva. Escenas de acción muy bien logradas, diálogos y situaciones previsibles aunque es justo decir que la mayoría de esas escenas, fácilmente predictivas, fueron creadas y no eran escenas que de hecho encontremos en el libro. Punto para Dashner. Sin dudarlo Maze Runner: Correr o Morir fue la mejor de la saga pero en ésta tercera parte se puede decir que consiguieron darle un digno final a una historia que rogaba por un cierre.
La Navidad de las Madres Rebeldes (A Bad Moms Christmas) vuelve a ser protagonizada por el trío encabezado por Mila Kunis, secundada por Kristen Bell y Kathryn Hahn. Pero hay que reconocerlo, a los directores de casting se les prendió una lamparita y quisieron darle frescura a un libreto sin sorpresas, incluyendo dentro del cast a Christine Baranski, Cheryl Hines y Susan Sarandon como las madres de las mamás que ya conocimos en El Club de las Madres Rebeldes (Bad Moms, 2016). Dirigida nuevamente por la dupla compuesta por Scott Moore y Jon Lucas, esta segunda parte sigue a Amy (Kunis), Carla (Hahn) y Kiki (Bell) teniendo que lidiar con sus respectivas madres en medio de los preparativos para la Navidad. Con una duración de hora y media, los primeros 40 minutos son una seguidilla de escenas con chistes tan forzados como inverosímiles, incurriendo repetidamente al sexo como nexo con el espectador. ¡Hey! Les juro que se puede hacer humor sin meter al sexo de por medio cada 30 segundos. Pero la siguiente hora lentamente se hace más tolerable y un humor un poco más inteligente nace de las bocas de los personajes de Baranski y Sarandon, convirtiéndolas durante varias escenas en las heroínas de todo un film, pese a que no hubo ningún giro inesperado en un guión que sin dudas estaba preparado para eso. Lo más hermoso del film es la posibilidad de colores, matices y sonido que brinda el hecho de centrarse en la época navideña; desde ese ángulo posiblemente veamos lo más atractivo de la película. La entrega original fue la primera película de la distribuidora STX Entertainment en superar los 100 millones de dólares en recaudación y con ese dato podemos entender el motivo ¿desesperado? de querer repetir el éxito comercial. Pero el producto final puede haberte hecho lamentar haber pagado tu entrada de cine. Eso sí, para un domingo bien aburrido en el living de tu casa no es tan mal plan.
Uno de los casos políticos y periodísticos por excelencia generaba una expectativa natural, sobre todo si te gusta la historia. Pero la decepción no era justamente algo con lo cual esperaba abandonar la sala. El Informante de Peter Landesman relata los acontecimientos que marcaron un antes y un después en la historia norteamericana; Mark Felt (Liam Neeson), o también llamado “Garganta profunda”, subdirector del FBI que con sus revelaciones anónimas ayudó a la investigación que obligó a Richard Nixon a renunciar a su presidencia. Quizás Hollywood nos acostumbró demasiado a que detrás de un espía o un doble agente existiera una historia llena de adrenalina, incluso si era una adrenalina política -vamos, que la política bien tiene sus montañas rusas dignas de un frenesí cinematográfico-. Pero con una historia tan potente como el caso Watergate, El Informante quedó lenta, atrás de lo esperado. Liam Neeson hizo lo que pudo con un papel que tenía un trasfondo familiar interesante pero que queda perdido en una trama que nunca llega a explotar. Desperdiciada actuación de Diane Lane que se presentaba con un rol lleno de presencia, traumas que explorar y emociones que causar en el protagonista que nunca llegaron a visualizarse. Todos los hombres del presidente (All the President’s Men) relataba los mismos acontecimientos pero desde la mirada de los periodistas Bob Woodward (Robert Redford) y Carl Bernstein (Dustin Hoffman), quienes fueron los que recibían la información de Garganta Profunda. Esta película de 1976 dirigida por Alan J. Pakula y ganadora del Oscar a Mejor Guión Adaptado había dejado un entramado que nos llenó de curiosidad sobre la identidad y la forma en la que del otro lado el informante en cuestión se atrevió a revelar el escándalo. Lamento decir que el ritmo no es el esperado y el guión no le hace justicia a lo que la historia promete. O quizás simplemente así fue cómo sucedió y es preferible quedarse con lo que los libros, diarios y revistas de la época cuentan sobre lo acontecido, porque esta vez la realidad le quedó chica a la ficción. Me quedo más con la primera opción.
En una suerte de cuento de hadas las damiselas en peligro son subestimadas. Con esa única oración podríamos darle introducción a El seductor (The Beguiled, 2017) de Sofia Coppola. Situada en plena Guerra Civil, una escuela de señoritas tiene lugar en medio del bosque y la cuidadora Martha (Nicole Kidman) protege y educa celosamente a sus alumnas junto a su ayudante Edwina (Kirsten Dunst). La vida pasiva que llevan estas siete mujeres entre niñas y adultas se ve perturbada cuando el Cabo John (Colin Farrell), un soldado norteamericano herido, llega a la casa despertando en diferentes grados el objeto de deseo en las habitantes, pero ¿hasta dónde puede llegar cada una de ellas en pos de ese deseo? Escrita y dirigida por Sofia Coppola, basada en la novela homónima de Thomas P. Cullinan, la trama de El Seductor no aparenta ser ni por asomo la cruenta historia que terminamos conociendo. Viaja por tintes poéticos y proyecta el deseo de siete diferentes mujeres ya sea desde la admiración, la amistad, el miedo y la sexualidad de una forma para nada grosera o burda. Por el contrario, inteligentemente, elige abordarla desde la naturalidad de la resistencia, la castración de la época y la abstinencia propia de conocer el mundo exterior con la que viven en medio de la guerra. Una musicalización que gana gracias a los silencios, no por ser mala sino por el aprovechamiento del sonido ambiente que aclimata la cinta sin recursos auditivos repetitivos o que podrían opacar las escenas. La fotografía del film es tan hermosa como sutil y dentro de un guión sencillo pero cargado de tensión y suspenso conforme avanza permite al espectador permanecer atento sin bajas durante la hora y media de duración. Aroma a girl power es lo que emana esta película que ofrece como protagonistas femeninas estelares a la ya actriz fetiche de Coppola, Kirsten Dunst, Nicole Kidman y Elle Fanning, demostrando que el concepto de ser una mujer queda en sentido contrario al hecho de ser inofensiva.
¿Qué es vivir dignamente? Creo que todos, como seres distintos e individuales, tenemos distintas repuestas para esa misma pregunta. Entre controversias y polémicas, el significado de la vida, y la posibilidad de transitarla desde diferentes perspectivas, nos permite opinar y contradecir, sobre todo al argentino promedio. Sentite aludido que yo te acompaño en el sentimiento. Una razón para vivir (Breathe) no te pasará bajo ningún punto de vista indiferente. Si tu excusa para no verla se basa en el criterio elegido para la gráfica promocional, es decir, Andrew Garfield (El Sorprendente hombre araña) y Claire Foy (The Crown) a punto de besarse, quiero que sepas que es mucho más que una historia de amor. La humanidad está atravesada guste o no por el amor. Puede ser el de una pareja, los amigos, los hijos… También la atraviesan la diversión, los prejuicios, el egoísmo y, sí, la muerte. Todo eso se puede visualizar en el primer film del actor y ahora director Andy Serkis (El Señor de los Anillos) y es que si era imposible no amarlo con sólo ver su trabajo frente a cámaras, la sensibilidad y la inteligencia con la que llevó a cabo esta nueva película detrás de ellas te va a hacer amarlo todavía más. En el comienzo podemos ver a Robin (Garfield) y Diana (Foy) como dos chicos divinos conociéndose, enamorándose y comenzando a formar una familia. La química entre los protagonistas es indudable y te llevan a sonreírte y retorcerte un poquito en la butaca, no importa que te creas un freezer insensible. Pero todo cambia rotundamente cuando Robin contrae la polio y queda completamente paralizado del cuello hacia abajo. Con ese punto de partida la historia de este matrimonio se transforma completamente y la actuación de Andrew Garfield nos vuelve a mostrar los muchos motivos por los cuáles fue nominado por la Academia el año pasado, un rol que por momentos puede traer reminiscencias del trabajo hecho por Eddie Redmayne en La Teoría del Todo (The Theory of Everything). Claire Foy lleva adelante un papel que hace toda una evolución en las casi dos horas de duración del film, desde una mujer con tintes superficiales a toda una guerrera digna de admiración. Es inevitable la asociación a la recordada Diario de una Pasión, pero lejos queda cuando la historia de Robin Cavendish toma protagonismo y nos muestra que vivir y cómo vivir depende de las ganas de ser feliz. Y si todo esto te parece muy cliché o edulcorado es un buen momento para que sepas que Robin y Diana existieron y fueron los padres de Jonathan Cavendish, productor de la película.
Con un título como Un papá singular (Brad’s Status, 2017) y una actor como Ben Stiller encabezando el protagónico es muy posible que una comedia sea lo primero que se te venga a la cabeza. Error. Sorprendentemente en esta oportunidad vemos al actor en un rol dramático con pequeños y sutiles tintes cómicos que rompen un poco el hielo. Dirigida por Mike White (Pitch Perfect 3), la película se anima a corromper el rol de padre típico americano, mostrando su lado más humano y miserable como figura paterna y hombre. Brad (Stiller) vive en Sacramento, está casado con Melanie (Jenna Fischer), tiene un hijo llamado Troy (Austin Abrams) y una vida ordenada como jefe de una pequeña empresa que provee asistencia para las ONG que buscan recaudar fondos. Pero todo parece nada cuando compara su vida con el éxito que obtuvieron sus antiguos amigos de la universidad. Mientras acompaña a su hijo a buscar universidades a San Francisco, su mundo ordenado y tranquilo se entremezcla con la vida agitada que llevan sus pares del pasado y la juventud actual. El mundo post 40 suele verse representado como una etapa donde las mayores frustraciones de la vida salen a la luz y lo que podría verse un tanto cliché tiene giros interesantes que permiten al personaje de Stiller incluso plantearse qué pasaría si su hijo tiene éxito en su carrera, es decir, ¿podría sentir celos de su propio hijo? Es una pregunta por demás interesante y que al protagonista y a cualquier padre le aterra. Visualiza el empuje de la juventud a punto de graduarse como el puntapié que el ser humano debería conservar toda su vida, pese a las tentaciones que la fama y el dinero pueden ofrecer. Pero la felicidad no transita necesariamente por estas dos últimas cosas. Ben Stiller hace un rol correcto en un papel que no requiere de grandes esfuerzos, lo mismo Austin Abrams. Y si bien la película lleva un ritmo que no llega a aburrir, algunos tramos pueden volverse más lentos. Sin dudas la premisa con la que tiene que ir el espectador es que la mayores revelaciones del film las hace el mismo protagonista con su voz interior. Un guión interesante pero que no plantea una montaña rusa de emociones, es más bien de las que te puede dejar pensando un rato.
El cine de animación en nuestro país va medianamente en aumento, es un rubro del cine nacional al que no se le ha dado la importancia que merece. Tres años tardó la producción del film en realizar esta película con animación cutout (una variante de la técnica de animación stop motion que se realiza fotografiando figuras planas). Anida (Gabriela Bevacqua) vive en el circo flotante de la excéntrica y déspota Madame Justine (Alejandro Paker) y entretiene a los visitantes realizando quiromancia mientras convive junto a otros artistas, incluyendo sus tías, que tienen un sólo cuerpo y tres cabezas. El circo entero se ve revolucionado con un náufrago llamado Fígaro (Nicolás Scarpino), a quién Justine le da automáticamente el puesto de Mago del circo. Anida y Fígaro sienten una atracción instantánea que los ayudará a unirse y encontrar desde la magia y el amor, la libertad. Destacable la dirección de Liliana Romero que plasma de formas interesantes a un guión que por momentos puede ser demasiado poético y de poca acción para una película infantil. Dentro de los doblajes resulta excelente el trabajo hecho por Alejandro Paker dándole vida a Madame Justine, la cuota justa de exageración para entender, más allá de la imagen, la personalidad de esta mujer por momentos detestable. Si hay algo que sin dudas es incuestionable de Anida y el Circo Flotante es su musicalización. Hermosas piezas que componen cada parte del film, incluso aquellas que no tienen letra. Disfrutable para distintas edades, desde niños a adultos, pero los tintes poéticos y metafóricos harán sentir más placer al segundo grupo. Una película encantadora pero que dejará distintas perspectivas según la edad del espectador.
La premisa de este ramake viene cargado con algunas expectativas. La versión original (titulada Flatliners) de 1990 fue ciertamente revolucionaria por tocar como tema central “la vida después de la muerte”, algo no desarrollado hasta ese momento en ningún otro film. 27 años después llega esta versión dirigida por Niels Arden Oplev y escrita por Ben Ripley. Como era de esperarse, el elenco varió y se adaptó al nuevo siglo con algunas caras conocidas. Si bien la historia tiene las mismas bases, el guión fue modificado ampliamente, por lo que más bien diría que se trata de una secuela. Así que si esperás ver la misma película que supieron protagonizar Julia Roberts, Kevin Bacon y Kiefer Sutherland tengo que decirte de entrada que no será así, aunque Sutherland haga un personaje secundario en esta reversión. La cabecilla líder de la historia es Courtney (Ellen Page), una estudiante de medicina atormentada por la muerte de su hermana menor en un accidente, luego de que ella se distrajera con el celular mientras conducía. Su curiosidad por lo que existe detrás de la muerte la lleva a experimentar consigo misma y termina sumando a su “proyecto” a dos de sus colegas residentes de medicina; el mujeriego Jamie (James Norton) y la destacada alumna Sophia (Kiersey Clemons). El plan parecía funcionar hasta el momento de la resurrección, donde deben pedir ayudar a otros dos compañeros, Ray (Diego Luna) y Marlo (Nina Dobrev). Más tarde este experimento termina saliéndose un poco de control, pero hasta entonces la trama lleva un ritmo que nunca termina de engachar o compenetrar. Durante los primeros 15 minutos vemos a todos los protagonistas, pero sólo el nombre de Courtney es revelado al espectador en una falla garrafal de presentación de personajes que deja confusión. Pasado ese tramo, los próximos 45 minutos se pasean entre las vivencias de los médicos en formación mientras su corazón se detiene y los efectos colaterales post-intervención, que pueden resumirse en escenas con alcohol, baile, besos y sexo. De hecho no es hasta la última media hora que el guión gira esencialmente en la persecución de sus pecados pasados atormentándolos en el presente. Personajes planos, actuaciones pobres como las de Clemons y Norton, textos que prontamente tomaron tintes adolescentes e inverosímiles, siempre dentro del contexto de la ciencia ficción. La tensión de ciertas escenas parecía un chiste, seguida por varios errores de continuidad. Sobresaltos que se basan en el mismo patrón de “sustos” donde el personaje es atacado por la espalda mientras suena una melodía estruendosa; un recurso que pierde su efecto al segundo intento. Lo más destacable podría girar en torno a Ellen Page, algunos momentos de Diego Luna y durante la primera hora, la “historia romántica” que titularía “Como Perros y Gatos” que involucra a los personajes de Luna y Dobrev, un tanto cliché, pero entretenido. MI CONSEJO: Mejor comprar los pochoclos y revivir la versión de los ‘90 que como todo buen clásico no falla.