También los malvados sufren El film parte de una buena idea: esta vez los narcos son las víctimas. Canallas vinculados a la DEA, secuestran los familiares de leo narcos para pedir rescate. Saben que allí hay dinero disponible y que no pueden dar aviso a la policía. En ese submundo se mete Matt (Liam Neeson), un ex policía que necesita pagarle viejas cuentas a una conciencia desolada. Y allí se planteará una batalla entre marginales que gira sobre la idea de la redención y la venganza. El final, alargado, medio absurdo y demasiado “humanizado”, le resta puntos a este buen thriller. Pero lo mismo, vale: hay clima, hay escenas de acción bien jugadas, tiene suspenso y otra gran labor de Neeson que, a diferencia de otros justicieros, pone su cara dolorida al servicio de un ex poli al que no le queda otro que volver al barro para poder limpiarse.
AMORES ARRUGADOS Otra más sobre amores al final del camino. La semana anterior se estrenó “El último amor”, historia de un viudo cabrón que una tarde, en Paris, encuentra una bailarina que le cambiará la vida. Ahora, “Elsa y Fred” transitan el mismo camino: otro viudo cascarrabias y guarango que, gracias al empeño y calidez de su vecina, logra dejar atrás una vida gris, cerrada y vacía. Hasta aparecen en las dos films una clase de baile. Según el cine, los viejos son todos cascarrabias irredimibles y ellas, en cambio, vitales y llenas de sonrisas. ¿Será así? Entre visitas al hospital y reproches familiares -en los dos casos- la historia de amor sigue adelante como puede. Esta versión hollywoodense del “Elsa y Fred” nacional no le agrega nada. El film de Marcos Carnevale era ñoño y excesivamente edulcorado. Y este apuesta más al humor, pero lo mismo, se los ve hacer tantas payasadas a Elsa y Fred que a veces más que tiernos suenan patéticos. La novedad es que la nueva Elsa sueña con “La dolce vita” y al final Fred la llevará hasta la Fontana de Trevi para que reviva la inmortal escena.
La Tierra sigue en peligro Larga y grandilocuente, a esta incursión de Christopher Nolan en la ciencia ficción le sobran palabras y zona oscuras. Estamos en la Tierra, en un futuro cercano. Como siempre, todo mal. Los alimentos están por extinguirse. Un chacarero, que fue piloto de la Nasa, es convocado para una misión extrema: deberá encontrar a un planeta para poder mudarnos. Viento y polvo invaden todo y hay que salir al espacio a buscar nuevas casas. Y sale. Como el tiempo transcurre a distinta velocidad aquí y allá lejos, los juegos y las sorpresas son muchas. Los momentos en tierra muestran la mano firme de un director que sabe contar. Pero en el espacio las escenas se alargan, las explicaciones científicas abruman, todo se estira. Nolan aprovecha la historia para ir y volver del presente. “Estamos aquí para ser recuerdo de nuestros hijos”, dice el protagonista. Y el film salta entre los géneros para darnos otra fabula bien pensante sobre el amor paternal, la familia, el poder destructivo del hombre y el misterio del universo. “Interestelar” plantea muchas preguntas, pero las respuestas que aportan son confusas y antojadizas. ¿Saben cómo se salvará el planeta”. Gracias a una nena y un fantasma.
ESCAPANDO DEL HORROR Laura escapa con su hijo Matías de 7 años. Fabián, el padre, le dio una paliza y la dejó tendida en el suelo. Ahora, la única meta es poner distancia. La escapada ocupará el centro absoluto de este film doloroso y sentido que pone en la vidriera el tema de la mujer golpeada. Y lo hace con armas nobles. Es austero, concentrado, evita los golpes bajos y está bien actuado. No hay discursos ni salvadores milagrosos. El pánico y la angustia pespuntean un relato sombrío que al final deja una puerta abierta a la incertidumbre más que la esperanza. Lo que cuenta es la mirada de ese hijo que no sabe qué hacer. Tampoco Laura imagina qué hay más allá de la huida. Tiene un embarazo de tres meses, un presente lastimado y un futuro sin nada. Es un film honesto, de pocas palabras, seco, que respira un aire recargado de amenazas, vacilaciones y miedo. Laura y Matías huyen sin poder dejar de mirar atrás. Allí está ese padre, pero también ese hogar y esos sueños rotos. El film aprovecha bien el fuera de campo y evita que la pareja se encuentre. Y se apoya en dos buenos trabajos actorales: Julieta Díaz está casi perfecta y Sebastián Molinaro (el refugiado) es un nene real, con rebeldía, bronca, temores y dudas. La secuencia final es sugerente: Matías tira al agua ese teléfono que estaba lleno de padre. Y la cámara lo deja ir. Está de espalda: ¿No quiere mirar hacia atrás?
Todo pasa y todo queda El tema central es el tiempo. Linklater ya lo había moldeado en su estupenda trilogía (“Antes de…”). Pero aquí la apuesta es mucho más alta. Registra en tiempo real lo que le pasa a Mason, desde los 8 años hasta llegar a la universidad. La filmó año tras año. Es una proeza que vale más desde el punto de vista experimental que desde lo estrictamente cinematográfico. No tiene la potencia lírica ni la emoción de aquella trilogía. Pero es un bello desafío que registra, no las grandes secuencias de una vida, sino las pequeñas cosas que hacen a un chico que va creciendo, que va sintiendo, que va probando, un hijo de padres separados que ama, duda y sueña. Las secuencias son desparejas, aunque siempre en Linklater importa más el gesto y la mirada que el asunto. A veces simplifica demasiado y a veces se demora por demás en algunas historias, pero con gran sinceridad y desenvoltura transmite la sensación de que la vida se nos escurre entre pequeñas cosas. Se la ha visto como “una epopeya sobre lo ordinario, un acto de fe en la fuerza del cine y en su capacidad para recuperar los recuerdos”. El final es triste y hermoso: Mason deja el hogar y su madre le hace un reproche cargado de dolor: “Nunca pensé que te iba a resultar tan fácil marcharte de casa”. Y allí comprueba que, con sus hijos en la universidad y después de luchas, ilusiones y divorcios, lo que le espera es un gran vacío. Mason le pregunta por qué llora. Y ella responde: “creía que habría algo más”. Implacable y emotivo cierre de este film sobre la fugacidad de la vida y la simple y hermosa epopeya que implica crecer, aprender, desechar, apegarse a los padres para aprender a separarse y mirar hacia adelante. Así, mientras Mason viaja hacia la universidad, en la camioneta suena una melodía que le dice: “No quiero ser un gran hombre/ sólo quiero pelear como todos los demás”. Final inolvidable para un film único. Leer más en http://www.eldia.com.ar/edis/20141101/Todo-pasa-todo-queda-espectaculos12.htm
UN VIUDO EN PARIS Historia de un viudo estadounidense que se ha jubilado como profesor de filosofía, vive en París y conoce a una linda muchacha francesa que logrará darle nueva perspectiva a una vida rutinaria y triste. Todos los lugares comunes del género están aquí. La mirada condescendiente, los volantazos narrativos, la melosa ternura, las reconciliaciones de libro. Empieza bien pero se desbarranca. ¿Qué siente ella por este viejo profesor americano? El final es tan traído de los pelos, como todo el film. Es de esas películas que quiere quedar bien ver con todos. Esta Michael Caine, es cierto, y Paris y unas clases de salsa. También hay recuerdos, soledades, gente buena, lagrimitas, un poco de cementerio y otro poco de hospital. Pero nada es creíble. Eso es todo.
La fama, ese anzuelo que arrasa con todo Cine retorcido y sacado, a ratos cínico y a ratos patético, otra perla de un director extravagante que sugiere mirar sus películas “desde el punto de vista de la enfermedad” y del impacto físico y psicológico que experimentan los cuerpos. Su cine reflexiona sobre el “horror corporal” y tiene a la violencia y la “nueva carne” –así la llama- como presencias ineludibles. Aquí, la enfermedad es la obsesión por la fama. Estamos en un Hollywood exuberante, artificioso y demencial. Con una insoportable estrella infantil, una hermanita con marcas en todo el cuerpo, un padre sanador, una madre sobre protectora y una actriz que vive su retiro con soledad y dolor. Cronenberg retrata sin piedad a ese mundo. Su cine es tan frío, que ni siquiera llega a conmover su desfile de muertes inocentes y violentas, su sangre y sus crudezas. Hay incesto, chicos que padecen, un pasado que angustia, muertos que acechan, desgracias y personajes al borde. Los celos, la hipocresía, la depresión y la soledad se suman a un menú superpoblado de excesos. Cronenberg transita con su carga de locura y patetismo, de humor desenfrenado y tragedia. Como en “Método peligroso”, un film anterior, despliega otra vez sus viejas obsesiones: el sexo culposo, la violencia, las tensiones entre el cerebro y la pasión, entre el espíritu y el cuerpo, entre la culpa y el poder. Y nos dice que la fama es un anzuelo envenenado que aniquila todo.
FURIA VENGADORA Denzel Washington interpreta a un misterioso McCall, un hombre de pasado turbio que ha iniciado una vida nueva y tranquila. Vive solito, trabaja en un corralón, no habla con nadie, todos los días se toma un té en el bar de la esquina y lee. Allí conoce una prosti joven y desamparada que es explotada por unos rufianes rusos. Cuando se entera que la han desfigurado, McCall deja el té a un lado, se calzará el viejo traje de justiciero y volverá a la calle. Historia conocida a la que el realizador Antonio Facqua sabe sacarle algún provecho. Una música bien puesta, unos personajes bien pintados, energía y ritmo, todo sirve para redondear un aceptable entretenimiento. Lo mejor es el fenomenal Denzel Washington, uno de los grandes actores de este tiempo, un intérprete clásico que llena la pantalla con su magnética presencia. Es una pena que el film pase del buen clima intimista del comienzo al desfile de peleas inverosímiles de la segunda parte. Facqua nos quiere hablar de un tiempo donde hasta el más pacífico es capaz de verse desbordado por la furia y la venganza. “No vino a pedirnos ayuda sino a pedirnos permiso”, dice una ex compañera suya; sabe que no es el instinto sino la dura calle la que convoca a este justiciero implacable y hastiado.
EL DEBER Y EL AMOR Estamos en el seno de una familia jasidica ultra ortodoxa de Tel Aviv. Shira tiene 18 años y se la ve feliz. Le eligieron su futuro marido y a ella le gusta. Pero el destino se interpone: su hermana mayor muere y deja a un marido viudo y a un bebé recién nacido. Y la madre decide que Shira se case con su cuñado para que la familia no se fracture. El film, respetuoso y descriptivo, es no sólo un profundo drama individual sobre la conciencia y los sentimientos, sino también una reflexión sobre vínculos y sometimientos en una sociedad donde el amor parece plantearse como un hecho subsidiario, por debajo del placer y el mandato familiar. La directora es ultra ortodoxa y retrata, con parsimonia, rituales y costumbres. Los presenta para que la mirada ajena conozca y trate de entenderlo. No hay cuestionamientos y mucho menos cualquier atisbo de mensaje feminista. Sin énfasis ni discursos, Shira asume con dudas primero y alegría después, ese desafío. Ella se interroga y los otros personajes –el padre, el rabino ayudante, la tía- van sumando sus puntos de vista. El drama es hondo y la realizadora lo presenta sin énfasis, concentrado y detallista. La última secuencia es sugerente: después de la ceremonia, una Shira perpleja parece preguntarse: ¿esto es un pacifico final o un inquietante principio.
HACIENDO MEMORIA Estamos en el futuro. La civilización, desprovista de recuerdos, sobrevive sin emociones. El odio y el amor desaparecieron y el portador de la memoria es un ser cuidadosamente seleccionado. La que manda es una mujer, allí también, que se ve y no se ve, que decide y elige. La humanidad ha quedado en el camino. El film arranca cuando un muchachito (el héroe de siempre) debe hacerse cargo de los recuerdos. El film nos habla –otra vez- de un porvenir inquietante, confortable y frío. Pero la historia no atrapa. Y el cóctel de mensajes de auto ayuda, filosofía de bolsillo y conceptos sabidos, hacen tedioso una propuesta que recién al final gana un poco de de color y calor. Es una pena que actores como Jeff Bridges y Meryl Streep se sumen a este artificio de aliento salvacionista que nos anuncia un mañana con menos lágrimas pero también con menos corazón y sueños. Frasecitas, personajes preocupados y mensajes resabidos (el bebe que abre un tiempo de esperanzas; el miedo a la deshumanización) se disuelven entre palabras edificantes y gastadas.