La vida en pareja es compleja, en la ficción y en la realidad Desabrida y lánguida comedia que tiene un punto de partida prometedor: un guionista sumido en una crisis matrimonial debe escribir por encargo una historia romántica. Inevitablemente, su sufrimiento real se cuela en la trama. Y ficción y verdad se retroalimentan en un juego de espejos que, en otras manos, podría haber sido interesante, pero que en este caso se transforma en una comedia liviana, con personajes desganados, un film que no crece, chato y forzado. La historia de ficción está ambientada en Madrid y la real, en Buenos Aires. Las únicas que aportan algo de vivacidad son ellas, las mujeres, reales o imaginadas, porque los hombres dan pena: dubitativos, fantasiosos, insulsos, tontos y engañados. No hay chispa ni ocurrencias y curiosamente la ficción suena más creíble que la historia real. Ellas están bien (Cardinali y la española Marta Etura) y ellos no (Luque compensa con algunas exageraciones la cara de nada de Alterio). Los diálogos son sosos y la voz en off le suma obviedades a una trama que desperdicia una buena idea.
DEFENDIENDO AL PADRE Hank Palmer (Robert Downey Jr.) es un abogado de la gran ciudad, quien regresa al hogar de su niñez para el funeral de su madre. Y allí se reencontrará con su distante padre, el juez (Robert Duvall), sospechado de haber cometido un asesinato. Todos tienen algo que ocultar. Y Hank buscará una doble verdad: la que puede inculpar a su padre y la que ha desgastado a su familia. Tema denso con muchas resonancias que se desperdicia ante la falta de hondura de una narración muy superficial. La historia se dispersa, tiene innecesarios agregados (la separación de Hank, el viaje de su hijita, una riña en el bar) y deja muchos cabos sueltos. Y hasta el nudo central aparece estereotipado. A falta de buenas ideas, la historia adopta uno de los remedios más gastados: acumular desgracias (funeral, reproches, hijo con dificultades, divorcio, infidelidad, crimen, venganza) para ir preparándonos para ese final tan anunciado, tan de película, tan calculado. Hasta las escenas del juicio, algo que Hollywood sabe explotar muy bien, parecen falsas.
Todo es ilusionismo, en el amor y en la vida Comedia romántica, con formato teatral, de amable intriga y melosa envoltura. Allen se instala en los años veinte y en un caserón de la Riviera francesa para hablarnos otra vez de ilusión y realidad: ¿quién decide en el amor? ¿La cabeza o el corazón? La historia tiene como protagonista a un mago (un engañador por excelencia) que es convocado para desenmascarar a una médium (otra embaucadora). Al final, los dos acabaran compartiendo una realidad que los obligará a dejar a un lado sus trampas para no tener que disimular más el amor. Allen apela los contrastes: opone a la madurez de ese mago desenmascarador, la dulce juventud de una muchacha ingenua. ¿Homenaje a su biografía amorosa? El es un pedante que no se anima a querer porque sólo aprendió a hacer trampas. Y ella se mezcla en el mundo de los trucos para saber que hay más allá de su modesta realidad. Los dos mienten. Y será la mentira la que los acercará. Lo que Allen busca no es desnudar los engaños, sino ponerlos en primer plano y demostrar que hace falta fantasía (¿y mentiras?) para soportar este mundo tan aburrido, como dice el mago. Allen desconfía del poder de la razón y ridiculiza a ese desenmascarador que al final lo único que descubrirá es que el falso era él. Y será ella la que le quitará las máscaras. El film es muy hablado, reiterativo, demasiado leve, pero también deja ver el talento de Allen para entrarle al tema y poner rápidamente a sus intérpretes en clima. No están sus réplicas punzantes, su humor ha dado paso a un registro menos irónico y más comprensivo. Hasta los personajes antipáticos fueron suavizados. “Magia a luz de la luna” nos trae a un Woody Allen romántico que no se hace grandes preguntas y deja que el impulso decida. El resultado es cuentito que sólo pretende ponerle unas fichitas al corazón sin esforzarse mucho. Un filme ligero, llevadero, de notas suaves, el amable deambular de un desesperanzado que ha hecho las paces con las cosas simples y lindas de la vida (la música, la sorpresa, los amores imposibles) y nos avisa que la magia (¿como el amor?) puede deparar encantamiento o engaño
NI DARIN LA SALVA La idea no era mala: que Ricardo Darín haga de Ricardo Darín. El film podría ser un homenaje al magnetismo indudable de su figura y también un desafío, porque no cualquier famoso está dispuesto a sumarse a un proyecto tan, zonzo y disparatado. Todo es burdo y malo. La cámara, los diálogos, la historia. Falta originalidad, gracia, audacia. Los actores son de no creer, tres estúpidos que no pueden ni manejar una pick up ni añadirle chispa a nada. El desfile de insólitas torpezas trata de sostener lo insostenible. Ni las caras conocidas ni el humor negro ni por supuesto las pocas secuencias con Darín logran sacar al film del pantano.
MASCOTA INSPIRADORA Fábula holandesa, estirada y muy calculadora. La historia daba para un cortometraje. Es la crónica estirada de un nene, con madre ausente y padre enojado, que a falta de mejores compañía elige un pichoncito de cuervo como mascota. El nene hace como que habla con su mami, tiene una amiga, juega al waterpolo y anda con el cuervo de un lado a otro. La alegoría es demasiado explícita Y al final la película, que hasta allí era simplemente decorativa, apela al golpe bajo. La moraleja es simple: el pájaro le enseñará al nene a buscar otros cielos.
MUSICA Un film tierno, agradable, con gente problemática pero inteligente, un film que no necesita de un final feliz y que en vez del relato edulcorado prefiere la sencilla ternura de contar una historia simple con muy buenos recursos y grandes intérpretes. Carney nos había gustado en “Once” y ahora volvió para contagiarnos otra vez su pasión por la música. Dan y Gretta se encuentran. Dos perdedores: a ella lo dejó su novio y el anda a los tumbos entre el alcohol y el desamparo. Como no tiene un peso, deciden hacer un disco pero grabándolo en las calles de la ciudad, al aire libre. Y allí empezarán a encontrarle otro sentido a la vida. Una historia más, pero lo que vale es la sensibilidad del cine de Carney, la humana fragilidad de sus personajes tan confundidos, la envolvente banda sonora y las encantadoras presencias Keira Knightley y Mark Ruffalo. Enfoque diáfano de una historia que no necesita redimir a nadie y que deja a sus personajes librados al azar de un futuro incierto. Es sensible, cálida, divertida y tiene además un par de escenas buenísimas: cuando Dan imagina los arreglos para la canción que entona una tristona Gretta; y el paseo por la ciudad, mientras comparten sus temas musicales más queridos.
Un thriller fascinante, inteligente y perverso El realizador de la notable “Seven: Pecados capitales” vuelve aquí con una historia atrapante, cargada de claroscuros. En el centro, Nick, Amy y un amor hecho de ilusiones y decepciones, de manipulaciones y recelos, de misterios y rencores. “Eso es el matrimonio”, dice ella, una escritora dueña de una belleza inquietante, que vive como si fuera la heroína de una de esas fábulas recargadas de hadas buenas y villanos feroces (superlativo trabajo de Rosamund Pike). De allí aprendió a tramar todo y a creer sólo en su imaginación. Siente que la vida, al menos la suya, merece un orden y que ella, como en los cuentos, es quien debe dársela. Estamos en un pueblo de Missouri. El día que Nick y Amy van a celebrar su quinto aniversario de casados, ella desaparece. Sorpresa, desesperación. Todo parece apuntar al marido. Pero a partir de allí la historia se ensancha y se contradice. ¿Qué pasó? Los vecinos, los medios y la investigación policial suman argumentos. Hay un sospechoso diario personal y unos cuantos flashbacks que agregan dudas. Y allí entra en escena la mentira y esa enorme zona de grises y misterios que merodean entre el amor, la violencia, el sexo, la infidelidad y el odio. Es un texto ingenioso, complejo sin ser confuso, atrapante, un film sutil y sofisticado que no hace trampas y cala hondo en la personalidad de una pareja retorcida que está unida más por los pesadillas que por los sueños. ¿Qué pasa en este matrimonio? El film renueva cada paso sus sospechas, va y viene sin soltar al espectador y tiene un final a la altura de un tema que apuesta al puro desconcierto, en el mejor sentido de la palabra. La mentira los separa y la mentira los junta. Nick y Amy se destruyen pero hay algo enfermizo que no los deja separarse. Nadie sabe dónde está la culpa, por qué siguen juntos y hasta dónde se necesitan y se temen. “Perdida” propone una mirada implacable sobre la pasión indomable en su estado más alterado y deja ver al matrimonio como algo misterioso y absorbente, el ámbito donde las pulsiones extremas se subliman y encarnan. Nick y Amy ¿se aman, se odian? Fincher juega con lo incierto. Sabe que el amor y el crimen siempre dejan pistas falsas.
Impecable filme de espionaje con Philip Seymour Hoffman Película intensa, veraz, inteligente, sutil. Pinta como todas las novelas de John Le Carre, el mundo del espionaje, pero desde allí abre ventanas prometedoras para asomarse al alma humana, tironeada entre la lealtad, la codicia, las ansias de poder y el desamparo. “Queremos hacer un mundo mejor”, lo dice, con cinismo una filosa mandona de la CIA. Y lo repetirá el soberbio agente alemán Gunther. Con mucho rigor y belleza el film desarrolla una intriga pesada después del 11 de septiembre, cuando la CIA, el espionaje alemán y el gobierno se pelean por desenredar una oscura madeja en un Hamburgo de clima portuario y oscuridades varias. Desde allí el terrorismo islámico organizó el atentado a las Torres. La llegada de un personaje extraño, mitad ruso y mitad checheno, hace sonar todas las sirenas. Los centros de poder se recelan, se complementan, se obstruyen. Al final, cada uno está más preocupado en imponerse a sus contrincantes ocasionales que en develar la verdadera razón de una intriga. La atención no decae, los personaje secundarios tienen peso (la mejor interpretación de una luminosa Rachel McAdams), la trama avanza en un clima sombrío y de creciente tensión. Y en el medio de todo está Phillip Seymour Hoffman, en el papel de un agente hastiado, desbordado de cigarrillos y whisky, que parece estar al borde de esa desaparición (en el film y en la vida) y que llena la pantalla con esa cara gastada, esa voz oscura, esa sonrisa triste. El maneja hasta donde puede los hilos de una investigación difícil, llena de aristas difusas. Y será él quien al final deberá reconocer que el mal ha contagiado sus métodos y sus crueldades a un mundo donde sobran enemigos. Sus gestos, su soledad y su desazón parecen preludiar un final (en el film y en la vida) que estaba dibujado en la piel de este actor inmenso que tuvo aquí una despedida a la altura de su talento. El film no da respiro, no confunde con tramposos sorpresas, no necesita ni golpes de efecto ni persecuciones espectaculares. El realizador es un fotógrafo consagrado que sabe explotar cada rostro, cada detalle y que curiosamente arranca notas de humanidad en un escenario tan plagado de cinismo y horror. Un estupendo film de acción.
AFECTOS Y SABORES Al realizador sueco Lasse Hallstron le gustan los sabores. Lo de mostró en la desabrida “Chocolate” y lo confirma ahora con esta amable viñeta sobre un mundo tan visitado hoy, el de la alta cocina. En los dos casos, son films pueriles, de lugares comunes, al que un elemento puramente decorativo (en este caso, el encantador pueblito francés Saint-Antonin-Noble-Val,) le agrega poesía a un film muy anunciado, muy elemental, insulso, con gente buena por todos lados y un final a punto caramelo. Una familia india se muda frente a un coqueto restaurante francés. Acredita una estrella Michelin y esta manejado por una dueña agria y desconfiada. Pero de a poco los recién llegados conquistarán todo. Mensaje edificante de una Europa culposa que al menos en cine mira a los inmigrantes con cariño y dulzura. Película de sabores, algo empalagosa, que está llena de buenas intenciones y confirma que las estrellas Michelin son como el super Oscar de los chefs, estrellas de estos días.
HOMENAJE A FELLINI Es –trata de ser- una evocación sobre Federico Fellini, pero Fellini aparece sólo cinco minutos. El resto son escenas trabajosamente reconstruidas y unos pocos testimonios recogidos de apuro. El que lo hizo es otro grande del cine italiano: Ettore Scola (“Nos habíamos amado tanto”, “Un día muy particular”) que a esta altura parece haber perdido la vitalidad y el aliento emotivo de sus mejores años. A falta de imágenes reales, el film tiene un par de actores para que hagan de Fellini. Pero todo huele a falso. Scola y Fellini compartieron algo más que el cine: fueron redactores de la revista satírica Marco Aurelio, de allí saltaron a la pantalla grande y terminaron siendo entrañables compañeros de insomnio en la noche romana. Hay pocos datos de interés. Y Scola apela a largas entrevistas de ficción para permitir que el falso Fellini deje declaraciones sobre la impronta de su arte y de su vida. Pero todo es muy impostado, muy de entrecasa, de poca consistencia y menos naturalidad. Vale, por supuesto, como el homenaje de un amigo entrañable. Y por suerte están Sordi, Tognazzi, Gassman, Giulietta para preludiar una cabalgata final donde surgen como imborrables fogonazos momentos de algunos de los grandes films de este gran mentiroso que le insufló fantasía, inspiración y grandeza a su vida y a su incomparable obra.