COCINERO INSULSO Los cocineros están de moda y la comida puede pasar a ser un micromundo que sirve para todo: lugar de afirmación, ensueño y entendimiento (“Amor a la carta”, “Solo a 10 metros” y otras más), hasta ser un lugar, como en este caso, un pretexto para un ejercicio de intercambio cultural y un estímulo para cambiar de rumbos, aprender a ser padre y reconciliarse con su mujer. Una comedia sin gracia, que empieza cuando un implacable crítico destruye el menú (y las ínfulas) del atolondrado chef que de mala manera acaba sucumbiendo ante su prosaico dueño. El tipo se enoja y se va. Y buscara en Miami una venganza que al final será su salvación: pondrá un carrito de comida al paso, con platos simples y de gran salida y abandonará para siempre el mundo de la alta cocina y los platos sofisticados. En el trajín ganará el cariño de su hijo, recuperará el amor de su señora y hasta tendrá al final como socio al crítico que lo había mandado a la hoguera. Sin sabor ni encanto, tiene como actor al múltiple Jon Favreau, un tipo insoportable y sin gracia. Todo es tan liviano y tan insustancial que ni siquiera algunos toques pintorescos y un par de caras famosas (las fugaces apariciones de Dustin Hoffman y Scarlet Johansson) le añaden algún interés.
POR CULPA DE SER MUJER Nannerl es una muchacha frustrada: inspiración tenía de sobra, pero su condición de mujer le impido desarrollarse. Con padre exigente, hermanito genial y madre obediente, su futuro estuvo siempre consagrado a la sumisión y la soledad y su hermanita. El film describe esa familia que anda de un lado al otro, arrastrado por un padre que ofrece sus hijos como un número casi de circo. Cuidado, pero convencional, el film pinta un mundo de alfombras, peinetones, palacios y conventos que acaba siendo un detallista muestrario decorativo, pero que está lejos de aportar una mirada nueva al nudo central de la historia: su condición de mujer acabó condenando a esta quinceañera llena de talento y soledad, que dedicó sus días a glorificar y custodiar la insuperable obra de su genial hermano Wolfgang.
Balazos, música y comida Un agente de la DEA de licencia se va a vivir con su pequeña hija a un pueblito perdido. Estuvo en el medio de un tiroteo sangriento. Y necesita salir de escena y ganar un poco de calma. Quiere olvidarse de todo, pero no hay caso, el destino lo persigue. Aunque se esfuerza para no meterse en problemas, al final se verá envuelto en una trama siniestra, con drogas, motochorros terribles y policía vendido. Y no le queda otra que limpiar la pistola y arrancar otra vez. El film tiene la pluma de Sylvester Stallone y como actor a Jason Statham, un solitario, medio taimado, que da justo como personaje de pocas pulgas y poca compañía. Nada nuevo, pero está bien contada. El relato avanza sin tropiezos, los personajes stán bien pintados y las pequeñas viñetas de las orillas (un encarcelado que quiere venganza, una terapeuta que quiere buena compañía, un pueblito difícil) le agregan interés. Nada espectacular, pero todo bien puesto y a su medida.
MORIBUNDO QUE METE MIEDO Innecesaria revisión de un film que en la década del 70 supo abrirse camino en el género. La historia es muy parecida: un joven en coma y un científico que experimenta con él. El film original tenía, además de la novedad, algo de comedia negra, pero ahora se ha transformado en un muestrario de crueldades chocantes que tratan de asustar. La casona promete lo de siempre: oscuridades, rostros inquietantes, ruidos raros, sorpresas. Por suerte para el moribundo, una linda enfermera se interesará mucho en su caso. Y con ella se podrá comunicar y vislumbrar una salida. Otra vueltita en torno de la vieja batalla del mal contra el bien en una clínica siniestra.
TARDA MUCHO Todo es largo, y demorado. “Jauja” es un punto culminante en la carrera de un cineasta que ha hecho de los planos largos y la paciencia narrativa su razón de ser. Es un cine afectado, con mucha parsimonia y silencio, con algo de alarde y algo de desafío. Nos cuenta las andanzas de un capitán danés que vino a estos pagos con su hija quinceañera. Cuando ella se escapa con un peón, el padre dedicará su vida a buscarla y buscarse. El capitán encontrará en la persecución las imágenes y desvelos de un dolor y una pérdida que vuelven del pasado. Y entre lo que ve y lo que imagina, el filme tarda mucho: si vemos un jinete a 500 metros, la cámara lo esperará sin impacientarse y después que pasa lo seguirá hasta que se pierda al trote tras el horizonte. En la aburrida estadía y en el viaje del capitán, habrá menciones a indios malcriados, soldados despiadados y sueños de un progreso incierto sobre esas lejanías. Lento, austero, exageradamente alargado, con diálogos retóricos y algunas actuaciones que dan pena, Alonso ha explicado las coordenadas de una obra muy bien recibida por la crítica: “Y en ese ritmo aletargado (…) uno no espera tanta acción. Empieza de a poco a transformarse en otra cosa; en algo más introspectivo, algo más inconsciente, algo que no puedo definir porque no sé bien qué es”.
Poder, impunidad y sexo Quiere ser una versión libre del caso Strauss-Kahn, ese mandamás del FMI, adicto al sexo, que cayó por haber abusado de una camarera de Guinea en el Sofitel de Manhattan. Pero va más allá: retrata al personaje pero también a su intérprete, Gerard Depardieu, hundido en sus infiernos. En la escena inicial, el actor explica cómo hizo el papel: “Odio los políticos, no les creo y no me cuesta interpretarlos porque el actor no pone sus emociones”. Después, frente a un psiquiatra, su personaje repetirá: “no tengo emociones”. Y Ferrara se agarrará de allí para pintarnos un tipo (¿o dos?) sin alma ni freno que no “no sienten nada”. El film se organiza en tres planos: las largas reuniones de sexo; la detención y su paseo humillante ante policías y estrados judiciales; y al final sus largas y formidables discusiones con su mujer, entrecruzada de reproches y lágrimas, un ida y vuelta sobre lo íntimo y lo público, con el dinero y el poder pivoteando entre el amor gastado, la vergüenza imposible y las ambiciones perdidas. Desde allí, Ferrara se asoma a la entretela de un capitalismo que entre sus permisos y sus anticuerpos parece exaltar este clima de avasallamiento y excesos. “¿Tenés poder, sexo, dinero? ¿Qué más querés?, le preguntan a este tipo sin culpas ni límites, un desquiciado que confirma que el poder –como dijo Yabrán- es impunidad, un patético y monstruoso personaje que no entiende cómo su castillo de naipes se derrumbó y al que sólo le queda la cínica reflexión de que “no podemos salvar a nadie porque nadie quiere ser salvado”. Una de sus chicas dice que “en América todo es más grande y mejor”. Y la canción del comienzo colorea ese comentario con unos versos que traen más esperanzas que certezas: “América, América, Dios derramó su gracia sobre tí, hasta que la ganancia egoísta ya no manche la bandera de los libres”. La mirada final de Depardieu a la cámara sella el pacto final entre esos dos prepotentes que “no sienten nada”: el personaje público y el actor famoso.
CIRUJANO CON TEMBLORES Empieza como un film de suspenso (un interrogatorio en sede policial por una extraña muerte) pero termina siendo se un melodrama crepuscular que deja ver las grietas de un matrimonio que es pura apariencia: él es un cirujano prestigioso consagrado a su profesión; ella cuida su jardín y su nieto. Tienen una hermosa casa, toman buen vino, van a la ópera. Gente acomodada y cultivada. Pero un día aparece el otro (la otra, en este caso) y desde allí verán reflejada una vida amorosa que parece haberse agotado. La otra es una muchacha que empieza a acosarlo con flores, la extraña que se entromete en su mundo repetido y que le mostrará sin querer la cara melancólica de una vida matrimonial taciturna y repetida. El film es frío, distante, desganado. Se habla mucho, se dice poco, no crece ni profundiza nada. Todo es forzado, hasta la actitud de ese colega, que está enamorado de la esposa del cirujano, que se lo dice y que, bueno, todo sigue igual. Un film inconsistente y elegante donde se luce, como siempre, Kristin Scott Thomas, una mujer que no merece sufrir por desamor. Auteuil, un médico que sólo ama su profesión, empieza a titubear en el quirófano y acaba temblando en el matrimonio. “Antes del frío invierno” es la lánguida y desganada incisión de cirujano que solo sabe ver las heridas que le muestran sus pacientes. Las que hay en casa, no las ve.
Avalanchas peligrosas y matrimonios en crisis El subtítulo del film es definitorio: la traición del instinto. Todo pasa en las vacaciones de una linda familia sueca: padre, madre, dos hijos chicos. Estamos en Los Alpes, franceses. Todo es silencio, niebla, riesgos. Hay una avalancha. La madre se desespera por poner a salvo a sus dos hijos, mientras el padre agarra el teléfono y escapa. Cuando todo vuelve a la normalidad, está claro que la avalancha abrió profundas grietas en esa pareja. Nada es lo mismo. La madre se empecina en dejar al descubierto la grave falta de un esposo que al final, acorralado, en lugar de admitir su culpa prefiere primero la negación y después la catarsis. Detrás de su huida aparecen otras revelaciones. Para no admitir su cobardía, confesará faltas menores. Pero ella está decepcionada y se lo hace saber. El film es como ese paisaje frío y brumoso. Utiliza la nieve y sus desiertos para mimetizarse con el silencio molesto que amenaza a una pareja que no sabe qué hacer para poder superar el problema. ¿Cómo procesar esa falta? ¿Hasta dónde llegará la decepción? Hay una riesgosa excursión final. El padre la encara con el ánimo de ponerse a prueba. Y la madre parece extraviarse a propósito para que su esposo pueda redimirse. El film gira entre la verdad (“tenemos percepciones distintas”, dice él), el perdón, la culpa y el llanto reparador. La idea de un final con moraleja le quita rigor a esta película seria, que invita a la reflexión. Östlund nos pregunta: ¿Puede el amor sobrevivir entre tanta desconfianza? Y ¿hasta dónde el instinto de supervivencia puede estar por encima del amor y la responsabilidad de padre y esposo? ¿Qué haríamos cada uno de nosotros –pregunta- ante una situación semejante? No hay respuestas concluyentes. La nieve borronea todo. El final, incluso, relativiza todas las posturas y agrega más ambigüedad a una película inestable y molesta: como el conductor del ómnibus maneja mal, ella decide bajarse del coche. Pero sola. ¿Y su marido y sus hijos?. ¿Otra escapada? El que esté libre de impulsos incontrolables –dice Östlund- que se arroje en la primera avalancha.
Otro film con una historia muy traída de los pelos. No sólo es inverosímil, sería lo de menos, es chata, superficial y monótona. Naomi Watts y Robin Wright son señoras lindas y coquetas, amigas inseparables, gente de buen pasar, con hermosa casona frente al mar y muchos ratos libres para fantasear. Cada una se llevará a la cama al hijo de la otra. Y todo bien. Apenas un reproche suelto que después se convertirá en camaradería apasionada. Incluso los chicos se llevan bien. Hay buena onda en esa placentera casa. Nadie se alarma ni se perturba. ¿Drama, costumbrismo desenfadado, exploración de nuevos vínculos? Idas y vueltas, celos inevitables (cuando los chicos deciden probar suerte con novias de su edad, las mamis tiemblan), pero nada muy trágico ni muy revulsivo. Un film que quiere ser audaz y no se anima, que quiere ser provocador y se queda en el paisajismo en cama grande.
Christine (Nicole Kidman) tiene 47 años y después de un grave accidente ha perdido la memoria. Toda la información que acumula durante el día, se le borra cada noche. Y cada mañana escuchará a su marido y a un psiquiatra que la obliga a registrar el día día en una cámara. El film pivotea sobre estas tres realidades: la de ella, que se evapora y queda en el diario, la de ese hombre que dice ser su esposo y le da recuerdos frescos y la que obtiene desde su cámara. Una historia sugerente y prometedora. ¿Qué tal despertar cada día como un ser nuevo? Pero el buen planteo de a poco se va evaporando detrás de un relato que se retuerce sobre sí mismo para sumar confusiones. Christine está perdida. Sus recuerdos llevan la marca engañadora de una mujer tramposa y trampeada. El final aclara casi todo, pero hay tantos cabos sueltos (¿dónde estaba ese hijo, cómo se pudo mantener semejante secreto tanto tiempo?) y es tan reiterativa y manipuladora, que sólo la violenta escena final le agrega un poco de vivacidad a tanto falso recuerdo.