Noé naufragó en los cines Grandilocuente y fantasiosa aproximación al texto bíblico por una industria de cine que necesita desesperadamente argumentos y cuanto más espectaculares, lejanos e improbables, mejor. El realizador Darren Aronofsky aborda un tema que está a mucha distancia de sus anteriores e interesantes trabajos (“El cisne negro” fue una alegoría sinuosa), pero en lugar de aportar una mirada distinta y arriesgada, como se esperaba, decidió apostar al cine catástrofe y al festival de efectos especiales. Su “Noé” es oscuro, en muchos sentidos, con grandes altibajos narrativos, pesado en su desarrollo, un producto que acude a extravagantes resoluciones argumentales y grandotes de piedra para tratar de darle más extensión y espectacularidad a este ultimátum que recibió la pobre humanidad allá lejos. Está el arca por supuesto y el diluvio, pero la historia va insinuando que la maldad empezó con el hombre, que no se fue más y que los monstruos de ayer lamentablemente se han ido reciclando. Por suerte está Noé, un padre ejemplar, un marido modelo, pero sobre todo un super héroe imbatible a la hora de liquidar enemigos, que por otra parte, abundan en número y tamaños. El filme de Aronofsky está lleno de muerte y sufrimientos. Sugiere que los padecimientos empezaron con la desobediencia de Adán y Eva y que nosotros, sus descendientes, la hemos seguido alimentando. Por eso algunas estampas sueltas nos llevan una y otra vez al paraíso perdido y la manzana tentadora. Noé, en el cine, naufraga sin atenuantes.
Muchos balazos, pocos culpables Claudia Piñeiro pivotea otra vez sobre country, viudas y viudos en este policial de ajustada factura, bien armado, entretenido, que aporta sarcasmo y una mirada liviana pero sugerente sobre comportamientos humanos y la sensación, muy actualizada, de que los balazos van por un lado y la justicia por otro. Hay varios sub temas detrás de la intriga central: la muerte de un hombre poderoso, que años atrás había sido acusado de haber matado a su mujer. Lo encontraron degollado en su casa del country La Maravillosa. ¿Qué pasó? Dos periodistas (un viejo cronista de policiales, ducho y sobrador, y un novato algo exagerado en sus recelos) y una autora de novelas negras van hasta el country. Y entre los tres empiezan a investigar. De a poco se darán cuenta que detrás de un crimen siempre hay varios libretos. El filme, como en las novelas de Piñeiro, va del costumbrismo al clima opresivo, de las señales visibles a los lazos apenas insinuados. Todo asoma de a poco, en medio de un mundo de secretos y forzados olvidos que destapan una realidad que le tiende celadas a los que buscan la verdad y que le tiende trampas a los que intentan taparla. “Betibu” nos dice que sobran perejiles y faltan culpables, que la impunidad doblega la mejor investigación, que el pasado, en el crimen y en el amor (la relación de Betibú y el editor) está llena de pistas falsas. No todo se sabe, nos dice otra vez Piñeiro. Y no todo lo que se sabe se puede decir, nos dice el editor. Y el realizador Cohan ubica esa metáfora en un diario manejado por un español que juega con sus tapas como juega con sus amantes y en una policía tan exigente con sus vecinos (la escena de Betibu a la entrada del country) y tan distraída con sus criminales. Más allá del abrupto final, algo descolgado, el relato está bien llevado y el film, aunque le falta intensidad y mugre, interesa y entretiene. No hay puntos flacos, todo está muy cuidado, hasta las escenas circunstanciales son creíbles. La redacción, el pequeño combate entre el periodista viejo y el nuevo, entre el papel y el celular, están bien retratadas. También tienen vida propia los personajes secundarios. Piñeiro avisa que no conviene acercarse demasiado a las cosas, arriesgarse, investigar, reescribir los hechos, porque al final, los que tienen poder, como en las películas, son los dueños del corte final. “Betibú” tiene desniveles, pero lo mejor es la actuación de Daniel Fanego. El solo con su presencia le da veracidad, sutileza, carnadura a su personaje. Es lejos la figura sobresaliente de un elenco con varios secundarios muy bien redondeados (Norman Brisky, Osmar Núñez, Carola Reyna), pero lo de Fanego está un paso por delante. A veces un actor es capaz de llevar de la mano el tono del el film. Y eso pasa con este gran actor, un segundo de lujo. Su Jaime Brena es zorro, autosuficiente, intenso. Y desde su penetrante mirada aporta la dosis justa de ironía, experiencia, ilusión y cansancio.
Qué llevamos y dejamos en cada mudanza Las mudanzas trasladan algo más que cargas: nos alivian de antiguas trastos y nos hacen descubrir nuevas cosas. Llevamos, tiramos y traemos. Y no sólo objetos. De algo así nos habla esta simpática comedia francesa, liviana, llevadera, tercera parte de un tríptico firmado por Cedric Klapisch, que empezó con una obra deliciosa (“Piso compartido”, 2002) y que fue perdiendo algo de frescura en sus siguientes capítulos. El personaje central sigue siendo Xavier, un tipo algo tarambana, disperso, inseguro. Es escritor y tiene éxito, pero cuando su mujer decide mudarse a Nueva York con sus hijos (y allá lo espera no sólo una nueva casa, también un nuevo amor), Xavier se va tras de ellos en un arrebato que busca algo más que estar cerca de sus críos. Y allí se dará cuenta que es un hombre solo y con pocos recursos: alquilará un cuartucho, se casará con una china para no ser deportado, ayudará con su semen a una pareja de lesbianas, recibirá puntualmente la presión de su editor y –encima- la visita de una ex novia con dos hijos. “La vida es complicada”, dice Xavier a cada paso. Y claro que lo es. Se ha mudado y no termina de desembalar ni acomodar su ajetreada existencia. El filme deja ver a estos personajes simpáticos, sensibles, que andan a las corridas por una Nueva York que muestra sólo el colorido ruidoso del Barrio Chino y de la gente sencilla. La vida es complicada, pero permite incluir a esos contratiempos como parte de una geografía sensible que se alimenta por igual de sueños y pesadillas. Klapisch sabe conducir su relato, hay humor, apuntes interesantes y una mirada lirica y vitalista que retrata a sus personajes como seres inmaduros, llenos de dudas, ganas y sentimientos. Es cierto, es liviana y no aspira a ser algo más que una comedia de enredos, pero es romántica y ligera, interesa y gusta. Xavier, con sus idas y vuelta, deja una lección: la mudanza da trabajo, pero abre nuevas puertas, auspicia cambios y deja ver otros horizontes. Oxigenar la vida, cambiar de lugar, no mirar para atrás y apostar a lo incierto, puede ser algo más que una aventura.
FUGADOS MUY COMPETENTES ¡Estos son presos en fuga, no los que andan por aquí! Adele, una madre soltera y separada, vive con su hijo Henry. Está atravesando un estado de depresión en un sencillo pueblito. Se escapa un preso que acabará metiéndoseles en la casa. El miedo y el recelo inicial va cambiando rápidamente. El evadido es un tipo sereno, laboriosos, diestro, criterioso y de buen trato. Tras la desesperación inicial, el fugado empieza a ganarse un buen lugar en esa casa vacía con una dueña temerosa y sin esperanzas. Es que da gusto encontrar un intruso tan lleno de voluntad y destreza: arregla el techo, cuida el jardín, ordena la casa, enseña deportes y hasta cocina tan bien que el hijo, años después, montará un restaurante con la receta que le dejó ese preso imaginativo y bueno. La historia es muy forzada, pero mantiene el interés en la primera parte. El evadido y la dueña de casa son dos seres maltratados por el amor al que sólo los une la violencia y un futuro incierto. Pero de a poco el film va perdiendo fuerza, sobre todo cuando a fuerza de flashbacks quiere indultar al preso. Pero hay suspenso y, como siempre, el fenomenal trabajo de Kate Winslet hace creíble cualquier relato.
BALAZOS Y ALGO MAS Más que sobre la guerra es en el fondo una reflexión moral sobre el deber y las preguntas que plantea el matar y el morir. Está basada en el relato del único sobrevivientes de la misión fallida del 2005 “Operation Red Wing”. Cuatro miembros del equipo SEAL se ven en medio de una nefasta misión encubierta para neutralizar a un jerarca talibán de alto nivel en las montañas de Afganistán. Todo está listo para el ataque, pero sorpresivamente aparecen, en la montaña, tres pastores y sus cabras. El pequeño grupo queda aislado y debe tomar una extrema decisión: ¿qué hacemos con estos inocentes, se preguntan. Hay tres opciones: ¿los liberan y corren el riesgo que los delaten; los atan y los dejan abandonados o los matan? El resto es una sangrienta batalla frente a un centenar de talibanes. Está dirigida con pulso firme por Peter Berg. Hay una buena reconstrucción y firmes actuaciones. Y salvo el comienzo (postales estereotipadas de la vida en el cuartel) tiene fuerza, tensión dramática y potencia.
OTRA TIERNA AVENTURA Ligereza, elegancia, algo de cuento de hadas y algo de aventura amable. Con sus viejas armas, Wes Anderson construye otra fábula que mezcla buenos y malos, el amor y la muerte, la magia y la venganza, todos envueltos en esta historia que salta sobre el tiempo y la realidad para hablar de un mundo idealizado. Al filme le cuesta entrar en clima y no siempre acierta en los remates. Tiene aire de álbum de figuritas y por sus páginas (las tapas de libro son separadores de época) desfilan una docena de actores famosos en mini papeles cautivadores. Más allá de su estilo amanerado, con más puntilla que género, aparece un humor en cuentagotas y un relato fluido y lleno de sorpresas, excéntrico y extravagante. No es un gran filme, hay algo de exagerada impostación en la pintura caricaturesca y liviana de estos seres que juegan a ser distintos y que desde su melancolía y sus denuedos dejan ver la cara de una realidad hecha de sueños. Sus personajes se enfrentan con la guerra, la cárcel, las persecuciones, el robo de cuadros y por supuesto el amor, el humor y la aventura, pero todo rodeado por una ternura que tiene más de golosina que de emoción.
El amor, el pasado y las dudas Asghar Farhadi es el mismo director de esa obra maestra que se llama “La separación”. Y aquí, en su primera incursión en Francia, construye otro filme riguroso, sentido, dolorido, una profunda reflexión sobre los afectos, la incomunicación, la difícil vida hogareña, los secretos y el peso del pasado. Y sobre la verdad, tan decisiva y tan inalcanzable. Después de cuatro años, Ahmad vuelve a Francia para firmar su divorcio. Y encuentra que Marie, su ex, tiene pareja y está embarazada y que una hija de ella no soporta la nueva pareja de la madre. Y desde allí se empieza desplegar la historia. El pasado irrumpe a cada paso y zamarrea a sus personajes. Todos interfieren en la vida de todos. Son seres preocupados en medio de un dramático rompecabezas que crece y se bifurca a medida que surgen los secretos. Un melodrama espeso, duro que recién trastabilla en ese final incierto que sólo pretende sumar nuevos interrogantes esta historia llena de preguntas. Pero da gusto ver a estos seres luchar contra ellos mismos, contra sus dudas y sus interrogantes y poder valorar la intensidad de las actuaciones (gran labor de Bérénice Bejo ) y el peso de las palabras. Todos chocan entre sí en ese laberinto de emociones que sólo hace una pausa para darle lugar a una cotidianeidad que agrega nuevos significados: chicos desobedientes, cañerías tapadas, pinturas que borran manchas del pasado. Cada uno tiene sus razones. Y todos dudan. En esas idas y vueltas el filme demuestra que la vida se va haciendo de pequeñas revelaciones y de secretos, que el amor plantea incesantes dudas y que en ese clima de recriminaciones, ocultamientos y desvelos, la verdad pasa de uno a otro sin anclarse en nadie, ajena al devenir de estos seres, tan tironeados por un ayer confuso, tan buenos y tan desdichados. Se abre con una imagen anticipatoria: ella, Marie está esperando a su ex, Ahmad, en el aeropuerto; le golpea el cristal, pero él no la ve ni la escucha. Y después habrá otra escena de parecido valor alegórico: la valija del recién llegado aparecerá rota y por allí asomarán el pasado, los secretos y también la necesidad de sustituir la valija. De eso se habla este valioso filme: de lo que no se tiene y de lo que se rompe, de los afectos duraderos y de los que hay que sustituir, de proyectos confusos y de pasados rotos.
Poética, bella y conmovedora Película bella, poética y conmovedora. Nos habla, desde un atalaya virtual, de las tristezas del amor y de sus viejas celadas. Theodore escribe cartas de emotivas por encargo, es un sabio en amores ajenos, pero cuando su mujer lo deja, se desespera. Anda triste, desolado, perdido, rehuye las citas y prefiere los juegos de la red. Un día se topa con un sistema operativo artificial (el filme está ambientado en un futuro cercano). Samantha, ella, la chica de la PC, es ocurrente, inteligente, de voz arrulladora. Y él se engancha. El filme dice que todo encantamiento tiene algo virtual y desde allí juega con los opuestos y los falsos espejos: si los hombre se comportan como máquinas (todos son individuos pegados al móvil) por qué las maquinas no pueden animarse a ser como ellos. La historia irreal echa luz sobre su torturada realidad para recordarnos que toda pasión amorosa necesita de la pura fantasía, y que estar enamorado –como dice su amiga- “es una locura socialmente aceptable”, pero también nos avisa que no hay máquinas que puedan curar las heridas que va dejando. Hecha con delicadeza, precisión y esmero, formidablemente ambientada (calles vacías, gente ensimismada, pantallas dominantes, enormes ventanales al vacío y un final de silencio total), “Ella” es en el fondo una inspirada historia sobre el amor, la soledad y las formas caprichosas que adopta cada pareja. Hay que saborear sus diálogos, ver cuanta realidad hay en ese amor virtual, dejarse llevar por este hombre apesadumbrado y confundido que se siente vacío porque cree “que ya he sentido todo lo que tenía para sentir”. ¿Es una apuesta extraña? Al final, como confiesa Theodore, “todos los enamorados se vuelven raros”. Pero un día el cuento se termina, la PC se apaga y allí tomará conciencia de que el amor virtual es un atajo que no lleva a ninguna parte y que ante la pérdida no queda otra que sufrir y empezar otra vez. Al final, rencontrará la piel de una mujer y la esperanza al abrazarse con esa amiga que lo iguala en tristeza y soledad.
SECRETOS QUE DUELEN Cine vetusto suscripto por un veterano que no renuncia a su mundo. La historia está ambientada en 1960, en la posguerra de una Hungría mustia, que se libró de los nazis y ahora vive bajo la dura mirada del comunismo. Mundo opaco, callado, de puertas cerradas y secretos, donde pasean la censura, la desconfianza y las delaciones. Magda, una escritora de clase media alta, decide mudarse a este país junto a su esposo, para situarse en una casa justo enfrente a de una misteriosa mujer, Emerence, que acabará siendo su extraña ama de llaves. A Emerence de chica le aconsejaron “no amar a nadie, para no ser golpeada por la muerte”. Y esa marca la acompañará a lo largo de una su existencia que se debate entre la vida, la muerte, el deber, los secretos, el pasado y la soledad. No cree en nada. Hasta acepta el suicidio de una amiga angustiada: “Si ella está harta y quiere matarse, nadie debe impedírselo”, dice. Y le explica a Magda: “Tu Señor, mata”. Filme denso, retórico, cuyas alegorías sobre el régimen (puertas que jamás se abren, secretos guardados, escobas que barren y barren y no limpian el camino) resultan demasiado esquemáticas. (** ½)
Hay que abrirle la puerta al pasado El desparejo Francoise Ozon urde un nuevo juego narrativo. La tensión entre realidad y ficción sostiene el andamiaje argumental de otro filme elaborado con el estilo distante y sobrador de quien maneja a sus enigmáticos personajes como si fuera un teatro de títeres. Hay un profesor de literatura medio aburrido que empieza a inquietarse con los relatos de uno de sus alumnos. En esos textos, el chico, de clase baja, fantasea con poder meterse en la casa de un compañero, que tiene un buen pasar y una linda mami. El profesor y su esposa –la siempre atractiva Kristin Scott Thomas- siguen ese relato con interés. Y el chico redobla la apuesta: ¿quiere meterse en la vida hogareña de ese compañero y también en la de su maestro? El profe le cree todo, también lo alienta a ir más allá, incluso a buscar mentiras si eso sirve para el relato (¿y para la vida?). El filme juguetea con esos imponderables y deja algunas preguntas: ¿el receptor prefigura y corrige el texto original? ¿El estímulo es una forma de manipulación? ¿Y hasta dónde la literatura es parte de un juego riesgoso entre los que hacen, los que reciben y los que incitan? La idea es interesante, pero cuesta encontrarla. La mirada liviana de Ozon, la confusión entre fantasías y sucesos y la escasa emoción que despiertan sus criaturas, no ayudan. El sorpresivo final la suma más interrogantes a otro filme incierto y retorcido.