Ellos imaginan, ellas deciden No tiene grandes aciertos ni grandes pretensiones, pero transmite entusiasmo, buena onda, frescura y, allá lejos, un sabor triste por una adolescencia que se resiste a marcharse y un presente que empieza a pedir cuentas. Parte de una idea muy transitada: varones treintañeros, negociando con sus sueños en medio de un clima de estudiantina demorada. El levante, el trabajo, las desazones ocupan sus horas. Cerveza, juegos de palabras, consejos. Juan vuelve a la barra, tras pelearse con su novia. Duerme en un sofá, reacomoda su vida, anda medio perdido. Un día aparecerá una chica de Banfield, que primero lo molesta y al final le moverá el piso y algo más. Eso es casi todo. El filme es un homenaje a la amistad, como lugar de pertenencia y salvavidas. El tema ha coloreado más de una comedia costumbrista. Traza el retrato desangelado de un grupo de varones que se la pasan deseando más que consiguiendo. ¿Por qué son siempre varones lo s que acaban con los sueños rotos? La propuesta no elude ninguno de los estereotipos: el gordo bueno, el melancólico, el perdedor. Pero tiene buenos momentos cuando entreabre esos ventanales que se asoman al vacío y la esperanza. Es una comedia que habla del amor, del que se fue y del que tarda en llegar. Del trabajo, de las ilusiones. Y aunque su mirada es modesta, los personajes son queribles, sobre todo Luciana, una criatura vital, ingenua algo extraviada, estupendamente servido por la encantadora Carla Quevedo, una de esas chicas que deja que ellos piensen, mientras ella elige y decide.
POLOS OPUESTOS También aquí se retrata aun par de muchacha s decididas ante una dotación de hombres indecisos. Es otra de pareja despareja, una fórmula que parece agotada. El punto de partida es el de siempre: primero se rechazan y se aborrecen, pero al final el peligro y el buen corazón las hará amigas para siempre. Sandra Bullock es una tensa agente especial del FBI, fría, solita, eficaz, impecable. Pero, cuando es enviada Boston para darle caza a un despiadado jefe narco, se topará con su antítesis: la oficial de Boston Shannon Mullins, con kilos de más y escrúpulos de menos, una fortachona mal hablada y por supuesta políticamente incorrecta pero –siempre sucede- buenaza y corajuda. Lo que sigue es previsible. Otra comedia alocada que tiene algunos aciertos parciales pero que no teme acudir a los recursos más gastados (borracheras, bailes forzados, salvadas sobre la hora) para tratar de redondear un entretenimiento que tiene, como atractivo, muchos porrazos y los buenos trabajos de Bullock y Mullins.
El mal siempre está cerca ¿De dónde viene el mal? ¿Por qué un mediocre es capaz de generar tanto horror? ¿Qué es el pensar y para qué sirve? ¿Porque para hacer bien se necesita tanto mientras el mal está al alcance de cualquier nadie? El filme reflexiona sobre estos temas a partir de Hannah Arendt , una intelectual judía alemana que huyó a Estados Unidos. La vemos allí, entre 1961 y 1964, cuando cubrió para la revista New Yorker el juicio al criminal de guerra nazi, Adolf Eichmann, en Jerusalén. Sus artículos produjeron una fuerte polémica, fueron rechazados por los judíos y a Hannah le costó amistades, trabajo y menosprecio. El filme la muestra en su lugar de trabajo, pensando, fumando, escribiendo, dando clases. Cuando se dio cuenta que “el instinto al mal es, quizás, inherente al hombre”, decidió consagrar su vida a explicar y explicarse la esencia del horror. Entonces no dudó en pedirle cuentas a la conciencia más que a los hechos para poder reflexionar sobre la culpa, la responsabilidad y el deber moral. Cinematográficamente puede ser calificada como sobria y convencional, pero su aporte está en su contenido, en sus diálogos sustanciosos, en la manera cómo Von Trotta presenta el ideario de esta mujer luchadora, implacable, soberbia que observa el mal desde la psicología, la filosofía y la sociología. Arendt fue atacada por la comunidad. La acusaban de haber sido condescendiente con ese criminal de guerra, aunque lo que ella declara una y otra vez es que lo que la asombraba era el tomar conciencia de que uno de los responsables del mayor crimen de la humanidad “no era un monstruo, era un hombre normal, un payaso gris y mediocre, un patético burócrata”. Comprobó que el mal está muy cerca de todos, que no exige seres excepcionales para manifestarse. Y hasta puso en tela de juicio el accionar de los consejos judíos a la hora de las deportaciones. Por supuesto, para poder explayarse sobre estas ideas, el filme ha tenido que sacrificar algunos aspectos sobre la vida privada de Hannah. Es superficial la mirada excesivamente dulzona sobre la pareja y es apurada la manera cómo resuelve el romance clandestino de Hannah con su maestro y su modelo, Martin Heidegger. En cambio ha tenido la buena idea de mezclar las imágenes reales del juicio a Eichmann con escenas reconstruidas. Lo concreto es que es un filme que explora más los pensamientos que los personajes y que le da peso dramático al mundo de las ideas, un filme que nos incita la reflexión y que en alguna medida desafía al cine de estos días, tan apegado al fácil impacto, al despliegue visual y a la acción vertiginosa. “Pensar es una ocupación solitaria”, le había enseñado Heidegger Martin. Y Arendt medita largamente para poder entender cómo nace el mal, como prospera tan fácilmente, como se potencia. Y allí descubre que “Eichmann no pensaba”, que sólo obedecía órdenes, que no tenía dimensión del mal porque lo encarnaba con la fuerza natural de un despropósito que sólo exigía una enfermiza y absoluta lealtad.
SOMOS MUCHO MAS QUE DOS La idea de pareja despareja en el cine de acción parece agotada, pero los libretistas siempre le encuentran una nueva vuelta. Aquí se trata de dos tipos que andan disfrazados de ladrones para pagar antiguas cuentas y volver al sistema. Uno trabaja para la DEA y el otro para la Marina. Y por supuesto, no lo saben. La idea es robar, aunque lo que persigue cada uno es poder llegar a partir de allí a un pescado mayor. Pero claro, ignoran que ese montón de plata que se roban no es de un narco mexicano sino de la mismísima CIA. Y entonces todo se complica, porque serán perseguidos por los narcos, la marina y la CIA. Al resto se lo imaginan: con toques de comedia desaforada, mucha acción y gran despliegue, los dos agentes saldrán a flote y se empezarán a mirar con simpatía. El film entretiene y tiene un plus a favor: Denzel Washington, uno de esos actores que con su sola presencia mejora cualquier película.
Fabricando nenas, monstruos y muñecas El cine sugerente de Lucía Puenzo va tras los pasos de Mengele, un monstruo que andaba en los 60 por la Patagonia buscando con sus inventos genéticos alcanzar el superhombre. Un matrimonio (Diego Peretti, cada vez mejor actor y la siempre exacta Natalia Oreiro) con sus tres hijos, viaja hacia Bariloche para reabrir una hostería. Y se une al viaje un profesional alemán de mirada inquietante. En esa comunidad los nazis tiene un verdadero refugio: escuela, hospital, amigos. Pero la verdadera protagonista es Lilith, hija de ese joven matrimonio, una adolescente con trastornos de crecimiento que se acerca peligrosamente a ese extranjero que promete ayudarla a crecer. Puenzo se sirve de un suceso histórico para reflexionar sobre sus temas de siempre: la niñez abusada, el registro de una realidad ambigua, la presencia de una crueldad callada pero inminente, el desfile de seres incómodos que no se dan por vencidos. Pero, como en otros filmes de Puenzo, la historia se dispersa, pierde fuerza, aparece algún subrayado innecesario (Mengele experimenta con la infancia y Peretti fabrica muñecas) y los subtemas (la relación del madre con el pasado y de la nena con su peligrosa curiosidad) son tratados muy por arriba. Más allá de esos lunares, el filme reconstruye bien la época y sabe retratar esos personajes de Puenzo que chocan contra una realidad que acecha una paz hogareña siempre tensa y comprometida. Es un film sugerente y cuidado, pero promete más de lo que logra.
SOLO PLAYA Un pasatiempo sin gracia, avejentado, de trazo grueso. Está ambientada en un resort de la isla Margarita donde van las parejas a disfrutar de la buena vida lindos días. Los dueños de casa andan en problemas: el marido no cumple su parte en la cama y así no hay sociedad que aguante. La llegada de nuevos huéspedes traerá más contratiempos y más competencia. Cruce de parejas, enredos, mucho personaje tonto que no sabe mentir, casualidades traídas de los pelos y cada tanto algunas tomas de la playa, es todo lo que aporta esta comedia deslucida. Los actores se defienden como pueden: Martina Gusmán está bien como mujer engañada en busca de reparaciones; Nicolás Cabré sabe hacer de chanta despistado, aunque exagera mucho el titubeo. Al resto (actores, libretista, director) no los salva ni los guardavidas de la isla Margarita.
Hollywood contra la Casa Blanca El policía del Capitolio John Cale lleva a su hija adolescente a hacer un tour por la Casa Blanca, justo cuando el edificio es sorprendido por un grupo paramilitar fuertemente armado. Mientras el gobierno de la nación está en medio del caos y el tiempo corre, dependerá de Cale salvar al presidente, a su hija y al país y a su futuro. El tema es igual al que se estrenó hace un mes: un tipo solitario, medio tiro al aire, que solito se encargará de salvar al país, rescatar al presidente y poner en caja a unos golpistas que, hasta allí, le venían ganando por goleada a unos uniformados que llegan tarde o tienen mala puntería. Muy parecido a lo ya visto, aunque este es mejor porque detrás de cámaras esta el alemán Emmerich, un artesano que sabe mirar la violencia y que también mira con ganas a la Casa Blanca, porque en “El Día de la Independencia” ya la había destruido. La única diferencia es que en lugar de apelar a los terroristas de siempre, esta vez el horror lo provee nada menos que el jefe del Servicio Secreto (impecable James Woods), un halcón de aquello que armó el complot para que los fabricantes de armas puedan seguir haciendo buenos negocios a cosa de matanzas lejanas. Ellos son los villanos que se quieren cargar al presidente (negro y pacifista) y a todo el sistema. Por fortuna aparece el agente John Cale, que da una lección de coraje y suerte: el solito saca el presidente del infierno, salva el pellejo, se reivindica como padre y se asegura el puesto de jefe del Servicio Secreto. Aunque para eso tuvo que esquivar balas, misiles, granadas, bombardeos y piñas. El filme tiene el realismo de un play station, pero es entretenida, los personajes funcionan (la nena está bárbara) y enseña que, en el ítem seguridad, los muchachos de aquel lado tampoco atajan mucho. (*** BUENA) Leer más en http://www.eldia.com.ar/edis/20130914/Hollywood-contra-Casa-Blanca-espectaculos9.htm
Padres extraviados, hijos perdidos El tema es de extrema tensión: Sebastián y sus dos hijos juegan a ver quién baja más rápido desde el séptimo piso del edificio. El padre por el ascensor, los niños por las escaleras. Pero, esta vez, el padre llega a la planta baja y no hay rastro de sus hijos. ¿Dónde están? Lo que parecía parte del juego, de pronto es un misterio. El portero no los vio salir. Angustia, desesperación y misterio. Sebastián (otro gran trabajo de Ricardo Darín) es un abogado con cuentas pendientes. Primero cree que los chicos están jugando, pero enseguida se da cuenta que no están. Y allí empieza el verdadero infierno para este padre que está al borde de la separación y a quien, como veremos, no solo los chicos se le pierden. ¿Están dentro del edificio? ¿Los secuestraron? La búsqueda es un suplicio que salta del horror a la culpa. ¿Cómo le dice a su ex que se le perdieron los hijos? Encima, justo esa mañana, debe resolver profesionalmente un caso difícil, enfrentando a pescados gordos metidos en un negociado grosso. Su mundo se cae desde el séptimo esa mañana donde todo se derrumba. Thriller con bastante suspenso y poca acción que en su primera parte tiene clima, concentración y fuerza, gracias sobre todo a ese estupendo actor que es Ricardo Darín, capaz de darle expresividad, turbación y dolor a este destrozado padre. Su Sebastián pasa del miedo a la furia, del arrepentimiento a la incertidumbre. ¿Por qué pregunta? La lista de sospechosos crece: Sebastián tiene una cuenta pendiente con su ex, que se quiere llevar los chicos a España; ha discutido con uno de los propietarios, un comisario que se sumará a la búsqueda; recela de una ex baby sitter que quiere mucho a los chicos, desconfía de un cuñado y por supuesto pone la lupa y algo más sobre el encargado. De impecable factura técnica, “Séptimo” va perdiendo fuerza justamente cuando más se necesita pulso y tensión para poder sostener la historia. No es un buen libro, no hay elementos que lo enriquezca, los personajes secundarios no tienen potencia y el afuera aporta muy poco. Pero lo peor es el desenlace: forzado, chato, poco creíble, con personajes que no parecen estar viviendo una situación límite. Por suerte está Darín, que pone todo para defender una historia que arranca bien y de a poco se va deshilachando.
UN VIAJE INSOLITO Las variaciones sobre familias disfuncionales tiene a cada tramo nuevos exponentes. Algo de esto hay en este viaje hacia el infierno (o la salvación, nunca se sabe) de estos cuatros descarriados que se juntan para traer de México en casa rodante, un cargamento de marihuana. El jefe del operativo contrata una madre y dos hijos para pasar por la frontera. Y allí van. Una larga sucesión de tonterías coronan un viaje de trazo grueso, con poca gracia y poca imaginación. El único enfoque medianamente novedosos es, que al lado de la familia verdadera que anda por allí (un ex directivo de la DEA), esta familia falsa y alquilada suena más real y simpática. El resto, es nada más que un desfile de gags, la mayoría de ellos de mal gusto, y una visión lastimosa sobre los mexicanos.
Cámaras, fama y delirios Acida, sensible y demoledora mirada sobre la fama, las apariencias y el embrujo de las cámaras. Apunta al programa “Gran Hermano” y a su capacidad para vender la nada y encumbrar ídolos fugaces. Pero va más lejos. Aquí el que se encandila con esa perspectiva es Luciano, un pescadero de Nápoles, un tipo entrador, simple, tramposón y extrovertido, el simpático payaso de una familia sencilla y ruidosa. El sueña con entrar en Gran Hermano. Está fascinado porque cree que abre todas las puertas. Luciano siente que da el tipo y su familia lo empuja. A partir de ahí su vida dará un vuelco total. Arriesga todo por esa chance que no llega. Y cuando la obsesión se trasforma en delirio, ya no queda lugar para la realidad. Garrone va mucho más allá del costumbrismo: los reality, dice, nos enseñaron a desesperarnos por mirar y por ser vistos. La gente vive “para” las cámaras porque sienten que sólo ellas le dan sentido, futuro y existencia. Luciano decide cambiar de vida porque imagina que los productores están siguiendo sus pasos. Deambula en función de una cámara inexistente que hace de juez omnipresente para una existencia que no distingue las pantallas de la vida. Garrone (el realizador de esa obra maestra que fue “Gomorra”) pone otra vez su registro áspero, intenso y desgarrador para retratar personajes de los bordes. Es verosímil, pintoresca, fresca y potente, un retrato conmovedor y desgarrador que tiene algo del viejo neorrealismo y pincelazos fellinianos. Encima aporta un agregado a los borrosos límites entre la ficción y la realidad: el protagonista, Aniello Arena, un actor que tiene algo del mejor Sordi, es un presidiario que iba al rodaje custodiado por guardiacárceles. El es el mayor intérprete de esta fábula triste que deja ver allá a lo lejos la silueta de inquietante de Berlusconi, siempre tan cerca de la cárcel como de los reflectores.