Hay que poner el cuerpo, en la cuna y en la cama Alanis trabaja como prostituta. Tiene un hijo de año y medio y convive con una amiga. El departamento es vivienda y lugar de trabajo. Se turnan en todo. El nuevo film de Anahí Berneri, interesante creadora de “Por tu culpa”, se dedica otra vez a rastrear el mundo hostil que acecha a dos madres acorraladas por una realidad que no da tregua ni salidas. Film crudo, duro, sensible, de un realismo extremo. Dos policías disfrazados de clientes allanan el lugar. Detienen a la amiga y dejan en la calle a Alanis y su bebe. Sin ropa, sin celu, sin plata. Pero no se entrega. Está acostumbrada a remar contra la corriente y en aguas profundas. ¿Dónde ir, qué ponerse, qué hacer? El relato no se ocupa ni de la trata ni de husmear en el bajo mundo de la prostitución. Y está más allá de cualquier alegato feminista. Retrata a una muchacha que eligió ese camino y hace de su cuerpo su lugar de trabajo. También su lugar del amor. La teta para el bebe está siempre a mano. Como su cuerpo, que está siempre a mano para los clientes. El film vale como un retrato potente y verosímil. Por la autenticidad que Sofía Gala Castiglione le da a su personaje, una verdadera revelación, y por la mano firme de Berneri, que le va sumando más pesares a la vida de una mujer que, por su clase y su origen, parece sumida en un infierno desesperante y perpetuo. Todo está bien retratado. Todo suma problemas y preguntas a esta madre que sólo tiene a su hijo como guía y faro. No hay golpes bajos ni quiere inspirar piedad. Muestra y duele. Listo. Todo está allí y es suficiente. La búsqueda de un lugar para vivir es la búsqueda de un destino. El ocupar, el deambular es recorrida y rumbo. Como no sabe hacer otra cosa, Alanis no quiere hacer otra cosa. ¿Eligió o fue elegida? No se la ve desesperada, solo atenta al día a día. No hay llantos. La agresión que sufre en la calle es apenas una pausa para poder curarse las heridas y seguir peleando. Es que sólo cuenta con su cuerpo. http://www.eldia.com/nota/2017-9-23-5-44-15-hay-que-poner-el-cuerpo-en-la-cuna-y-en-la-cama-espectaculos
Ser madre es un sueño que a veces puede ser una pesadill Honesta, dolorosa y conmovedora reflexión sobre la adopción ilegal y sus múltiples perfiles. Es la historia de Malena, una médica porteña, de 38 años, que decidió dar ese paso. Un atardecer, llena de dudas y de lluvia, se manda para Misiones para poder volver con ese bebe tan soñado que está por nacer. Su esposo no está del todo convencido, pero su deseo de ser madre puede más. De a poco, la buena noticia se va oscureciendo y enredando. Nada es fácil. La familia del bebe, la partera, el médico del hospital, la gestora, todos le harán sentir que ser mamá tiene su costo. Un círculo amable y mafioso muestra su cara. Y hay que ir arreglando situaciones cada vez más complejas. Viene el esposo de Buenos Aires, aparece la plata, Malena se desespera, crecen los obstáculos. El drama moral deja su lugar al suspenso. Lo que empieza como una historia familiar vira hacia el thriller. Y en los dos casos sobresale la mano firme de un realizador inspirado y riguroso, que no descuida ningún personaje y que sabe exprimir a fuerza de detalles una historia cargada de esperanza y peligros, donde la conciencia y el corazón chocan a cada paso. Pese a tocar un tema tan delicado, el film jamás pierde credibilidad ni sensibilidad ni fuerza. Es un trabajo digno, que no necesita golpes de efecto, estupendamente protagonizado por Bárbara Lennie, un relato concentrado, intenso y respetuoso que aborda con austeridad y rigor un tema con múltiples resonancias. Entre idas y vueltas el film deja ver el tenebroso juego de intereses cruzados y muestra la verdadera cara de cada personaje. Nadie parece ser del todo culpable, pero serán esas dos madres las víctimas de un juego que salta entre el amor y los reproches. Diego Lerman en “Refugiado” ya nos había mostrado a una madre acechada llena de dudas y dolor. Y aquí, con imágenes elocuentes y pocas palabras, traza otro desolador cuadro. Más allá de sus denuncias, la película también es un homenaje al instinto materno. Cuando el sueño de ser madre a toda costa empieza a ser una pesadilla, el llanto final de ese recién nacido con hambre le pone su mejor rúbrica a esta historia cargada de sueños y lagrimas.
El relato de una expedición fallida se transforma en cine catártico y poderoso en “Dhaulagiri”, documental que retrata el ascenso de uno de los picos del Himalaya por parte de un cuarteto de argentinos. Los protagonistas decidieron retratar con sus cámaras aquella escalada en 2008, pero cuando el líder de la expedición, Darío Bracali, desapareció en el tramo entre el último campamento, el proyecto quedó guardado en un cajón hasta que ocho años más tarde, los sobrevivientes decidieron regresar al metraje para sanar las heridas. Esta personalísima conexión con el material queda reflejada en la construcción del documental, que evita golpes bajos o declamaciones y decide que retratar la pasión, la mística y la camaradería del alpinismo es honrar suficientemente a Bracali y reflejar del modo más visceral, menos discursivo, qué moviliza a los montañistas a la persecución de sus hazañas. A su vez, la historia de Bracali brinda un anclaje emocional particularmente poderoso a la película, una narrativa que aporta gravedad, de corazón, a un género, el del cine de montaña, que siempre provee de imágenes de devastadora belleza (que abundan en la cinta de Glass y Harbaruk) y pero que pocas veces consigue retratar a la cofradía alpinista más allá de las hazañas.
El sueco Hannes Holm es un cineasta de películas pensadas para grandes audiencias desde la comedia y el drama clásicos: “Un hombre llamado Ove” es su último trabajo, una cinta nominada a los últimos Premios de la Academia que cumple con el objetivo de entretener y emocionar, a partir de una premisa, pizcas de humor negro y emoción prototípicos pero eficaces. La cinta vuelve al subgénero del “viejo gruñón”, que ha sido realizado de modo más creativo en otras oportunidades (“Mejor imposible”, “Gran Torino”, “Up”) que en la cinta de Holm, que reitera varios de los lugares comunes de estas mejores versiones: un viudo amargado por la muerte de su mujer, la sonriente Ida Engvoll en plan “Amelie”, intenta quitarse la vida, pero el destino y sus molestos vecinos (una colección de personajes secundarios logrados, aunque algo unidimensionales y un poco obvios en su “diversidad”) continúan interponiéndose. La premisa permite al director un prólogo marcado por las risas incómodas, pero la cinta deviene en un drama emotivo pero convencional: hay algo de Ikea, de ensamble de manual (o quizás se trate de un prejuicio de quien escribe con los suecos) en la cinta, una convivencia forzada, prefabricada, entre los salpicones de humor negro y el previsible drama que subyace, que previenen que la película de Holm se eleve por encima de la media. La cinta vuelve al subgénero del “viejo gruñón”, que ha sido realizado de modo más creativo en otras oportunidades (“Mejor imposible”, “Gran Torino”, “Up”) que en la cinta de Holm, que reitera varios de los lugares comunes de estas mejores versiones: un viudo amargado por la muerte de su mujer, la sonriente Ida Engvoll en plan “Amelie”, intenta quitarse la vida, pero el destino y sus molestos vecinos (una colección de personajes secundarios logrados, aunque algo unidimensionales y un poco obvios en su “diversidad”) continúan interponiéndose. La premisa permite al director un prólogo marcado por las risas incómodas, pero la cinta deviene en un drama emotivo pero convencional: hay algo de Ikea, de ensamble de manual (o quizás se trate de un prejuicio de quien escribe con los suecos) en la cinta, una convivencia forzada, prefabricada, entre los salpicones de humor negro y el previsible drama que subyace, que previenen que la película de Holm se eleve por encima de la media. También prediseñada parece la estética “de suburbio” del cineasta, una prolijidad artificial que busca reflejar el esquematismo de su personaje: debajo de esa rigidez de Ove, como detrás de los pasos de comedia, Holm anticipa un océano de emociones cotidianas pero turbulentas, pero solo algunas de las tristezas reveladas cuando la colección de vecinos heterogéneos consiguen romper los diques emocionales de Ove, consiguen quebrar ellas mismas lo formulaico (por momentos, incluso, la vida pasada de Ove, los recuerdos de las muertes de sus padres, su relación con los chicos, la presencia del gato y su vida con su mujer, son como el horóscopo: impersonales a propósito, para que más gente pueda sentirse identificada por ese trazo grueso). La película de Holm es sin embargo amable con sus criaturas, y el relato fluye, divierte y hasta emociona entre los intentos fallidos de Ove, las historias mínimas de sus vecinos y alguna lágrima que se escapa aún al reticente que ve artificio en el dramón de ese viejo gruñón.
Estar cerca del poder siempre es ventajoso. No hace falta ir al cine para saberlo. “La maestra”, nuevo aporte de los checos Jan Hrebejk y Petr Jarchovský, cuenta con aire liviano un suceso terrible y escandaloso: una maestra temible y corrupta cambiaba favores de los padres a cambio de buenas notas en el boletín de los hijos. La seño en cuestión –con cargo importante en el partido comunista del lugar y viuda de militar- jugaba con el miedo imperante para sacar tajadas. Se hacía pintar la casa o tenía a los chicos haciendo la limpieza. Pero cada día pedía más, como hacen los corruptos. Y si un padre se negaba, la ligaban los chicos. En el aula su aberrante conducta dejaba víctimas. Al final los padres se reunirán. ¿Qué hacer? Los directivos de la escuela saben que es una maestra con poder y la cosa no está para andar desafiando al régimen. Algunos padres hacen como que no ven, otros temen, la mayoría prefiere bajar la cabeza. Y entra en escena el verdadero protagonista: el miedo, que condiciona y define posturas. Deben resolver si se la sanciona o no. Hasta los neutrales temen enfrentar un sistema que castiga duramente a quienes lo desafían. Unos la atacan, algunos las defienden y otros no se atreven a tomar posición, aunque esa actitud sea una forma de asumirla. La historia, inspirada en un hecho real, recuerda cómo se vivía allí en plena Guerra Fría. Era un riesgo desafiar, aunque sea en una escuelita, un modelo que se sentía dueño absoluto de la verdad. Estamos a mediados de los 80 antes del muro y la cosa no estaba para andar discutiendo orden o autoridad. La obediencia y el temor también se expresaban en la intimidad de esos hogares que no se ponían de acuerdo a la hora de pararse frente a un régimen que seguía de cerca, muy de cerca, todo. La denuncia importa, pero el film apela tanto al trazo grueso y a la moraleja, que a ratos suena candoroso y rutinario. No hay matices. Un exceso de énfasis le quita fuerza al retrato de una mujer con poder que sabía usar el chantaje para obtener ventajas materiales. Nada nuevo. El miedo aniquila la solidaridad y la justicia. Y el poder los necesita obedientes y asustados.
Casorios arreglados y amantes que llegan y desarreglan todo Melodrama familiar que cuenta una historia muy transitada pero siempre vigente: un treintañero a punto de casarse con candidata elegida por la mami, conocerá a otra y todo se va a pique: novia, mami y futuro. Hedi, el protagonista, es el novio programado. Trabaja en una concesionaria Peugeot, pero la que le gerencia su vida es la mami, una señora dominante y manipuladora que lo ha ido postergando y le ha ido eligiendo todo. Su novia es otra víctima: tímida, frágil, ansía casarse más que nada para irse lejos de sus padres. Progenitores difíciles, como se ve. Planean la boda sin consultar demasiado a los contrayentes. Como si fuera un cumple infantil. Hedi asume ese pacto matrimonial como un deber familiar. Su hermano vive y trabaja en Francia y gracias la distancia ha podido zafar de la mano larga de una mami omnipresente. Pero Hedi sigue ahí. Hasta que un día, este opaco vendedor de Peugeot, conocerá a Rym, una chica que anda en otra cilindrada y le dará un vuelco definitivo a su corazón. El anda vendiendo planes en ciudades cercanas, y ella es animadora en el hotel donde el aburrido se aloja. Rym es simpática, libre, vital. Tiene nombre de timbre y el tipo llama. Después pasará lo de siempre: sonrisas, arrebato, flechazo, pasión incontrolable. A su lado Hedi se olvida del casorio, de los Peugeot y del libreto materno. ¿Qué hacer? ¿Responder al mandato familiar o responder a su deseo? Y será ese amor que entra por la ventana la llave liberadora que le abrirá puertas que ni él sabía que existían. Al final el mañana asomará difícil, como todos los mañanas, pero mostrará a un Hedi triste y aliviado. Este film africano mira con ojos críticos la cultura de su gente. Está bien contado, pero le falta potencia emocional. Es sobrio y creíble, pero tiene poca sustancia y lugares comunes. Detrás están los hermanos Dardenne que, por lo que se ve, han sido productores e inspiradores. La puesta en escena tiene el sello de ellos: sencillez expositiva, marcación naturalista, cámara inquieta, relato pausado y personajes chiquitos. Su exigencia es conocida: hay que elegir, no queda otra y eso a veces alegra y a veces duele. Está bien contada y no exagera. La aridez del paisaje tunecino y los ecos de la primavera árabe asoman por detrás para darle aliento extra al afán libertario de este hijo obediente que, gracias al amor, explotó. Los ecos de la revuelta primavera rodean a estos seres. Aparecen proyectos, “que no son sueños”, como le dice Rym. El futuro es incierto pero le pertenece. Hedi se quedó sin primavera, pero al menos pudo hacer la revolución en casa.
Fascinante alegoría sobre cumbres, caídas y trepadores Hernán Blanco es un flamante presidente argentino. Ha sido intendente y gobernador de La Pampa. Tiene algo de advenedizo y campechano. Es dueño de un presente brillante y de un pasado dudoso. Una cosa es el hombre público y otra, los secretos familiares. Su primera misión oficial es participar de una cumbre de presidentes latinoamericanos, en Chile, que debatirá el proyecto de una alianza petrolera americana. Pero, antes de viajar recibe la noticia de que su ex yerno ha hecho una denuncia por corrupción. Su hija, la ex de ese denunciante, está pasando un momento difícil y también viajará a Chile. Esta emocionalmente desbordada. Y entra en crisis. No habla. Un estudioso acudirá la hipnosis para sacarla de ese aislamiento. Y será desde allí, desde los sueños y las fantasías, donde el pasado irrumpirá para plantear sus dudas en este juego de oscuridades, falseamientos y negaciones. El político no quiere que se indague en su vida íntima. El presente se controla, pero necesita que el ayer siga en la neblina. La cumbre presidencial avanza al mismo tiempo que avanza el desborde de su hija. ¿Los recuerdos son fabricados? El mal asoma desde la hipnosis para anticipar la estructura moral de un presidente que horas después de recibir la acusación de su hija, irá a lña cumbre y jugará con su voto a ser parte de ese Mal que andaba entre los sueños de su hija. Santiago Mitre, como ya lo había hecho en “El estudiante” y “La Patota”, acaba allí poniendo a su protagonista frente una decisión crucial que desafía su conciencia. Absolutamente convincente, de notable factura, “La Cordillera” es un film inteligente y sutil. Las miradas, los detalles, el diálogo todo es creíble y consistente. Es una de esas películas que de entrada nomás, en un par de secuencias, nos anticipa que estamos ante una gran realización. Sin forzar la marcha ni las acotaciones, Mitre retrata con justeza un clima donde imperan tensiones, ambiciones y desconfianzas. Aquí, cada uno defiende su parte. No sólo los presidentes. También los encontronazos entre el canciller y el jefe de gabinete dejan en claro que lo del trabajo en equipo es más un slogan que una realidad. Encuentros, tentaciones, revelaciones, todo está insinuado en el sutil entramado de un relato que atrapa y que tiene a su favor un sobresaliente rendimiento actoral. Darín está soberbio. Compone a la perfección a este presidente resbaladizo que vive en medio de un claroscuro impenetrable. “Es un actorazo capaz de generar esa sensación de verdad cada vez que habla”, dijo Mitre. Y es así. El resto (Rivas, Fonzi, Romano) brilla a gran altura gracias al pulso firme de un realizador que marca sin subrayar, que no necesita de palabras para dar clima, que muestra que las cumbres tienen muchas caídas y que deja ver que al final los verdaderos secretos de Estado son los que presidentes guardan en su conciencia y en su memoria.
Formidable alegoría sobre el liderazgo y la venganza César y sus monos son forzados a pelear contra un ejército de humanos liderado por un despiadado coronel. Después de sufrir pérdidas enormes, César deberá luchar con sus instintos más oscuros. Y el encuentro de ellos dos pondrá en juego el futuro de ambas especies, pero también mostrará a dos almas atormentadas que apelan a la violencia para curarse de pérdidas y desgarros. Un gran film. Atrapa, conmueve y aporta sutiles pincelazos sobre la convivencia, la solidaridad, la violencia y el dolor. Combina el gran espectáculo, la ciencia ficción y el cine de aventuras. Y desde una acción que no da respiro, reflexiona sobre el liderazgo y la venganza. Tercera película de esta nueva saga. La más sombría y demoledora. La fuerza simbólica sigue vigente, también su belleza visual y su emotividad. No alcanza la cumbre de la anterior entrega, pero despliega otra vez una lucha mortal entre hombres y monos para hablar sobre la violencia de hoy y las angustias de siempre. César enfrentará a su destino y contemplará azorado que su credo, hecho de tolerancia, madurez y dignidad, tiene pocas chances de prosperar en un mundo donde solo el poder vale. No quiere ser como Koba, el simio que no pacta con los hombres; tampoco como ese coronel brutal. Pero cada vez se acerca más a ellos. Reniega de los monos que apuestan a la delación y la sumisión para poder sobrevivir. Y también de los que se resignan y entregan. El fanatismo ideológico, la obediencia absoluta y la crueldad dejan ver todos sus rostros, incluso a la hora de construir ese muro que quiere dividir a unos y otros y que alude a empalizadas más próximas y desalmadas. Los monos están siendo aniquilados. Vulnerables y arrinconados, evocan el martirio del reino animal, pero también las colonizaciones más despiadadas. “Déjennos el bosque a nosotros”, ruega César. Pero es tarde. El poder quiere todo. Y el otro, que es siempre una amenaza, estará allí, haciéndonos ver lo que es y lo que somos. Dos mundos que al final son puro reflejo. César acabará conociendo la fuerza demoledora de ese instinto aniquilador que el hombre lleva dentro. Y al enfrentarse con ese coronel se mirarán como parte de un espejo que los copia, los duplica y los potencia. Gran trabajo de Matt Reeves. Intenso, sutil. Su impecable factura y su vuelo alegórico lo ubican entre las más grandes sagas de la ciencia ficción. César apuesta a ir por la avenida el medio. Pero no es fácil andar por la avenida del medio cuando desde las dos orillas sólo buscan el enfrentamiento.
Nolan, tan afecto a los juegos experimentales y a la ficción más sofisticada, se adentra aquí con uñas y dientes en un hecho real: la evacuación de 400 mil chicos de 18 años -ingleses y franceses- que esperaban en una playa del norte de Francia, inermes y derrotados, que los vinieran a rescatar para “volver a casa”, como se escucha decir a los soldados. Estamos en el año 40, al comienzo de la contienda. La mayoría de los soldados fueron rescatados por un millar de embarcaciones, muchas de ellas barquitos civiles. El film se despliega en tres escenarios: en esa playa, asediada por bombarderos alemanes; en alta mar, enfrentando a los torpederos; y en el cielo, con los caza ingleses batiéndose contra la aviación nazi. Y en esos tres escenarios el film sobresale por su fuerza visual, su portentoso realismo, por el talento de un libro que se sirve del suspenso y de esos horrores para dar también una lección sobre la supervivencia, el coraje y ese miedo que –como dice uno de ellos- es parte esencial en toda guerra. “Dunkerque” muestra no los entretelones de una batalla, sino la desesperación de una lucha despareja contra el destino, la tenacidad y hasta la providencia. Gran película. Intensa y atrapante, furiosa y verdadera. No da respiro. Todo es encierro y peligro. Uno siente la guerra. Todo es suspenso. Una carrera contra reloj con el fuego pisando los talones. Los ataques de la aviación se sienten implacables y cercanos. En el cielo y en la playa, la única consigna es tratar de ponerse a salvo. Visualmente, deslumbra. El film no deja lugar a gestos heroicos ni a retratos personales. Nadie sobresale en este retrato grupal que así transmite el desorden, la despersonalización, las dudas, las contradicciones y el egoísmo de esa jornada recargada de muerte. Al final, la pequeña victoria de ese enorme salvataje, se ajusta estrictamente con el discurso de un Churchill que avisa que no hay que prepararse para los festejos sino para enfrentar lo peor. “Defenderemos nuestra isla sea cual sea el costo. Pelearemos en las playas, pelearemos en tierra firme, pelearemos en los campos y en las calles, pelearemos en las colinas; no nos rendiremos nunca”. Y hace una salvedad a los que celebran el regreso: “Debemos de ser cuidadosos de no darles a estos sucesos los atributos de una victoria. Las guerras no se han ganado con evacuaciones”.
Penas hogareñas con un papi atolondrad Destinada abiertamente a la gente menuda, el nuevo trabajo de Ariel Winograd (“Cara de queso”) es una repetición de fórmulas conocidas. Tiene la aspiración de que el interminable desfile de torpezas de este padre atolondrado deje un mensajito pro ama de casa, pero sus buenos propósitos vuelta a vuelta naufragan por el trazo grueso de una viñeta familiera que abreva en esas comedias americanas que le da más lugar a la exageración que a la risa. Hogar de clase media. Víctor y Vera llevan 20 años de matrimonio y el rostro de ella trasunta cansancio y dejadez. Víctor tiene un buen cargo en una empresa dedicada a insumos industriales. Pero Vera es una madre sufridora que archivó su titulo de abogada para ejercer de mami todo terreno, con cuatro hijos que exigen atención, tiempo y cuidados. Claro, cuando ella rezonga, el tipo también confiesa sus tensiones en el trabajo. Un día, Víctor, que vive absolutamente ajeno a todo (ni siquiera sabe que la mucama es renga) lanza una frase que cambiará su vida: “Sabés lo que daría por estar todo el día en casa con los chicos”. Y Vera le hace caso. Tentada por Machu Pichu y una amiga, se va una semana de paseo y deja el hogar a cargo de ese padre torpe, desorganizado, olvidadizo, casi un tonto que no sabe entender que cuando su hija le habla de la regla no está refiriéndose la cartuchera. Es allí, en el cambio de roles, donde el libro podía haber aportado algo más que caídas y berrinches. Todo le sale mal a este padre aturdido. No es el único: el otro padre que anda por ahí, uno que busca un destino de tenista para su hija adolescente, es también desubicado y poco perspicaz. Por suerte para Víctor, en medio de un hogar que extraña horrores a la dueña de casa, aparece una muchacha (ellas siempre componen) surgida casi del más allá, que pone todo en su lugar. Pero ya nada será igual. El desastre trajo cambios: Vera le tomó gusto a la calle y vuelve a ejercer como abogada. Y un Víctor baqueano y cariñoso se hará cargo del hogar, para alegría de los chicos. Allí el film apura la moraleja amable tras haber acudido a una sucesión interminable de tropiezos (como el aquelarre de la fiesta familiar que organizó la empresa) que complacerán a los amante de las comedias físicas, con caídas varias y un par de ambulancias en escena. A Peretti, buen actor, le cuesta andar entre tanto bochinche. Winograd ha hecho mejores cosas pero siempre hay que reconocerle que no es grosero y que sabe interpretar lo que el público anda buscando. Las vacaciones de invierno están llegando.