CON POCAS GANAS Una historia de amor trunca que aspira a convertirse en una saga. Esta es la continuación de “3 metros sobre el cielo”. Y seguramente ya están preparando su continuación. El eje del guión es saber si Hache y Babi se podrán reencontrar tras la sorpresiva separación. El filme juega con ese encuentro, lo prolonga y lo ronda. El vuelve de Londres a una Madrid fiestera. Ella cree haberlo olvidado y tiene pareja. La historia, tantas veces contada, está llena de contratiempos. Al final se encuentran y se aman, pero claro, hay un problema, Babi está a punto de casarse. Así que a Hache no le queda otra que consolarse con la hermosa Gin. Un melodrama de los de antes, con algunos guiños al cine de hoy: borracheras, motos, peleas callejeras, llantos. “Tengo ganas de ti” fue un súper éxito en España. Es difícil entenderlo. Situaciones, diálogos, personajes todo suena desafinado. Y el protagonista, Mario Casas, es tan mal actor, que a su lado todos los demás parecen buenos.
Un Fausto excesivo y abrumador Abrumadora y tediosa aproximación a Goethe. Sokurov, un realizador exquisito y autosuficiente, abruma con sus imágenes deformadas, sus oscuridades, sus cataratas de palabras y su estética, tan hermosa como recargada. Es cierto, hay planos bellísimos, pero cansa, te deja afuera, es a veces chocante. Es un filme espeso, agobiante, lleno de despojos, que tarda en empezar, que transita por escenas de una crudeza inútil y recién al final, tras un fatigante comienzo, se vuelve comprensible. Sokurov deambula por un paisaje medieval llevando la historia del hombre que después de transitar entre cadáveres y mugres decide entregarle su alma al diablo por el amor de una doncella y por llevar al límite el combate entre cuerpo y el alma, entre carne y espíritu. El dolor, el sufrimiento, la ambición, la trascendencia, la relación con Dios y con diablo, la codicia y la muerte desfilan por ese paisaje desolador dejando la impronta de un cine exaltado que a veces deslumbra, pero casi siempre cansa.
VIUDA ENAMORADA La novela de David ha sido un éxito. Y a partir de allí su autor decidió llevarla al cine junto a su hermano Stephen. Es una historia sobre la segunda oportunidad. En la vida y en el amor. Pero su resultado es desalentador: una estampa mal dialogada, liviana y absurda, más cerca de la cursilería que de la comedia romántica. Al comienzo aparece una pareja. Muy enamorada y muy feliz. Demasiado perfecta para que dure, al menos en el cine. El muere en un accidente y la viuda no sabe qué hacer. Pero bueno, tiene buen trabajo un jefe que la persigue y un par de amigas. Pero un día le agarra un brote de no sé qué y le da un largo beso, sin aviso, a un empleado sueco, oscuro, amargo, sin gracia, el más perdedor de la oficina. Y allí empezará a desarrollarse una historia que se toma demasiado tiempo para decir tan poco. Porque el sueco, además, es inseguro, lento y aburridón. Como la peli.
MI REINO POR UN AMOR La historia está ambientada en dos tiempos. Sus protagonistas, dos mujeres. Su tema, la insatisfacción, la soledad y el difícil cerco que a veces impone el amor. En primer plano aparece un hecho real: la crónica de ese gran amor entre Wallis Simpson, una plebeya norteamericana dos veces divorciada, y Eduardo VIII, el futuro rey de Inglaterra. Y en segundo plano, una ficción que recrea ese memorable capítulo: una malquerida señora de hoy, se mira en aquel espejo para entender su desgraciada vida amorosa. La Wallys actual admira a la Wallis verdadera. Una y otra van dejando ver los contornos de unos amores con más pesares que alegrías. El film de Madonna es un melodrama con hallazgos visuales. Tiene más de un acierto en la primera parte pero se queda sin fuerza a medida que la historia avanza. Todos hablan de aquel príncipe de Gales que por amor dejó tanto en el camino. Pero Madonna reivindica aquella mujer que por amor también renunció a su hogar y que fue despreciada en Inglaterra y acusada invariablemente de trepadora y adultera. Ella pasa a ser la vocera de esta elegante prédica sobre la callada resignación femenina en un mundo de hombres. La película -raro en Madonna- transita por senderos conocidos. No es provocativa ni arriesgada ni explora caminos nuevos. Es convencional, cuidada, políticamente correcta. Pero se ve con interés. Su idea es rendirle un homenaje a esas novias llenas de sueños que entregaron todo y se fueron quedando sin nada.
Una historia real bien contada Cuenta un suceso real: la vida de los hermanos Bondurant, en el estado de Virginia, en los años de la Gran Depresión. Forrett. Howard y Jack son tres campesinos toscos y primitivos que han montado una destilería clandestina. Y enfrente está la Ley y una dura competencia. Es una más de mafiosos contra el orden. El film está bien hecho, aunque transita por caminos conocidos y tiene algunas exageraciones. Parte de una novela escrita por el nieto de esos Bondurant. Y eso explica el aire condescendiente con que aparecen dibujados estos contrabandistas de pocas ideas y buen corazón. No elude ni la acción ni el costumbrismo ni el aliento romántico. Es intensa, visualmente atractiva, interesante en el estudio del carácter de estos tres hermanos. Y más allá de algunos estereotipos y convencionalismos, interesan las locaciones, la música, su buen gusto, su estructura narrativa y la firme marcación actoral. La Ley (el sistema) -tan vapuleada en estos días- tiene aquí su peor cara: la policía transa por unos botellones de alcohol, el procurador es un justiciero sádico y cruel, y al final todos los litigios se arreglan por la fuerza. Además, este canto a los Bondurant nos recuerda que, a la sombra de las prohibiciones, siempre prosperan los ventajeros y el mercado negro.
CON AMIGAS ASI... El romanticismo, el ingenio y el humor no tienen cabida en la nueva fisonomía de la comedia americana, un compendio, en general, de audacias, escatología y mal gusto. La idea de este tipo de cine es explotar hasta el cansancio un lenguaje y unas imágenes que para la TV están prohibidas. Pero sin talento, la cosa no funciona. Esta es una comedia de gusto amargo: son cuatro ex compañera del secundario; se casa la más fea y las otras, que andan medio perdidas, serán damas de honor. Pero todo se complica. Hasta rompen el traje de novia apenas unas horas antes de la ceremonia. El tono alocado, las reiteradas alusiones al sexo, el desfile de vómitos, drogas, borracheras y otras menudencias, buscan una complicidad que nunca se da. A falta de imaginación, los guionistas exageran los rasgos de cada personaje: una muchacha se la pasa teorizando sobre el pene, un novio cuenta por micrófono y con detalles su noche de amor; los amigos y amigas suman más enredos. El resultado es desparejo aunque sobre el final gana un poco de interés.
Los malos están pero nunca aparecen Buen policial. Intenso, bien plantado, con diálogos filosos, impecables actuaciones y una acción que no da tregua. Estamos en New Orleans en la campaña política de 2008. La TV machaca con los candidatos en medio de una ciudad oscura, desolada, donde la mafia juega a las cartas. Mientras Obama lanza diagnósticos y promesas, el sistema financiero, el verdadero responsable de las nuevas penurias, no se deja ver, aunque resiste y manda. En la calle pasa lo mismo: los jefes de la mafia nunca aparecen, son nombrados a la distancia; son los que manejan, ordenan y controlan, mientras sus sicarios hacen el trabajo sucio o buscan quién lo haga. El jefe de una bandida mafiosa se propone robarle a un ladrón y contrata a dos marginales; el asalto sale bien, pero después todo se complica: un grupo mafioso quiere sacar partido, surgen delaciones, traiciones cruzadas, entregadas. ¿Y la policía? Bien, gracias. No aparece, tampoco hay mujeres dando vueltas. La historia no es novedosa, pero está bien contada. Tiene algo de Tarantino (esas largas conversaciones cargadas de tensiones y datos), hay clima, personajes bien pintados y la sensación de que, al final, en semejante escenario, todos pierden. En la TV y en la vida. El filme aporta desde sus orillas la imagen desalentadora de un sistema que la TV se encarga de mostrar. Y el parlamento final del Jackie de Brad Pitt, de un desencanto abrumador, parece ser el remate de este desfile de sicarios tristes, sin lujos, solitarios y desanimados. Sus caídas vienen a anunciar el derrumbe que estaba llegando.
COMEDIA NEGRISIMA Violencia desmedida, brusco cambios de tonos, historia que crece más por ocurrencias argumentales que por ideas. Personajes lanzados y un clima al borde del estallido que no escatima golpes de efecto ni mordacidad. Con todo esto, MacDonagh (director de la magnífica “Escondidos en Brujas”) armó un rompecabezas que necesita para sostenerse demasiados volantazos, sorpresas y sangre. Hay también ideas ingeniosas: desde los que roban perros para cobrar su rescate hasta ese loquito que organiza sus crímenes para poder darle letra a su amigo escritor; desde el desalmado que se inmola por su perrito hasta ese asesino serial que quiere un poco de fama. El elenco es estupendo, el clima, desbordante, pero es una comedia negra más vistosa que sustanciosa.
EMPEZAR A SER VISIBLES Sobran los invisibles. Por empezar el protagonista, que viene golpeado desde la infancia y necesita amigos para dejar de escribir para nadie sus experiencias. Y hay un secreto que ha permanecido invisible pero sigue doliendo. Y hay amigos que al comienzo no son tan visibles. Y un gay que no se anima a ser visible. Y ese primer amor que está allí, sin manifestarse y sin desaparecer. Y esos padres invisibles que no saben lo que les pasa a sus hijos. De todo esto habla esta comedia dramática sobre adolescentes que empieza como una estudiantina sobre varios despertares y lentamente va girando hacia un tono más grave para contarnos de esos secretos mal guardados que cuando se hacen ver causan mucho daño. Es una aproximación sensible y simple sobre ese mundo, lleno de sueños y de frustraciones. Llega la hora de dejar atrás la secundaria, de comenzar a vivir el amor, de cerrar las puertas del cuarto de juegos, de irse de casa. Para eso se necesitarán nuevos afectos y nuevas esperanzas. Y sobre todo, aprender a dejar atrás tanta invisibilidad.
Hay que saber ver y escuchar Es cierto que la historia es conocida, que se sabe cómo terminará y que algunas resoluciones argumentales suenan forzadas. Pero es cine de ayer con los condimentos de siempre, un plato bien servido que roza sentimientos ignorados por los filmes efectistas de estos días. Habla de la amistad, de las vocaciones, del paso del tiempo, de las competencias, del ajuste de cuentas con el pasado y de la importancia del azar, en la cancha y en la vida. Es convencional, candorosa y liviana, pero transmite nobleza. Clint Eastwood es un caza talentos de beisbol que en cualquier momento empezará a jugar para el equipo de los jubilados. Es gruñón y solitario. Ve poco y sólo escucha. Y su hija es una abogada exitosa que lo acompañará al viejo entrenador en su búsqueda de nuevos jugadores. Tienen una relación tensa y distante. Y no saben que en ese viaje encontrarán algo más que un buen jugador. La encantadora Amy Adams pone toda su calidez al servicio de un personaje entrañable que necesita pasar en limpio los difíciles partidos que le ha tocado jugar. Y aprenderá que al querer salvar a su padre también pondrá a salvo su vida, tironeada entre un novio y un trabajo que no la colman. El filme no es redondo, pero es cálido, ingenuo y está sostenido por un elenco excepcional, aunque Clint ya no está para ponerse delante de la cámara. Tiene el aroma antiguo de una de esas películas que dignifican a la buena gente y recompensan a los que apuestan por la vida. Este padre y esta hija se redescubren: ella aprenderá a ver y él aprenderá a escuchar.