Pantalla a formato 4:3. Tres escenarios, todos en la misma casa. El clima de La Ballena es asfixiante, opresivo y, por momentos, repulsivo. Es difícil sentir empatía por alguien – salvo por la sufrida enfermera que compone Hong Chau en una formidable performance que es lo mejor de la película; es pequeña, desborda potencia y sentido común y está (como mucha gente en la obra) atormentada por sus demonios internos – porque el que no es hostil es prepotente o demasiado ingenuo. Y sí, Brendan Fraser merece el Oscar porque el tipo hace lo que puede con un personaje mal escrito, destilando esa empatía que siempre nos hizo querer al actor a lo largo de su trayectoria, pero acá se la pasa lidiando con un trasfondo mal desarrollado. El teatro es el teatro y el cine es el cine; y cuando llevás una obra de teatro al cine, sí o sí tenés que meter cambios. La cámara puede ir, venir, volar a otros lugares y otros tiempos… pero al script no le interesa. Este hombre – obeso mórbido, lleno de complicaciones de salud que han llegado a tal punto de gravedad que posiblemente no pase el fin de semana debido a un masivo congestionamiento cardiovascular – tiene un pasado complicado. Estuvo casado, tuvo una hija, se enamoró de un alumno, abandonó a su familia… su novio se murió y ahora está en un proceso de abandono y autodestrucción irreversible. Pero este hombre es un monstruo o un descolgado – son tan flacas las explicaciones de por qué hizo lo que hizo, destruyó a su familia para ir detrás de un amor, mantuvo el contacto con su esposa e hija al mínimo y ni siquiera pudo salvar al hombre que amaba – y el libreto no termina por justificarlo como corresponde, si es que se trata de una causa rescatable. Flashbacks del protagonista con su novio eran necesarios; ver el derrumbe de su pareja era imprescindible para entender el enceguecimiento y el trauma. En el fondo este maestro – que da clases online, aunque con la cámara apagada para que no se burlen de su figura – es un egoísta supremo. Solo ha pensado en lo que él quería y, cuando lo perdió, se dejó venir abajo hasta que decidió ensayar una apurada reconciliación. Su hija Sadie Sink es una persona cruel y detestable – es cierto: es una persona muy dañada y fundamentalmente por causa de su padre, por su amor vergonzante, por desaparecer de su vida, por no dar muestras de vida en 8 años – y el profesor insiste en que es una muchacha fantástica y maravillosa, plena de talentos y buenas intenciones (algo que nadie en la platea ve, salvo Fraser). Es tan absurda la visión de Fraser que bordea lo ridículo: éste no es un problema que se pueda resolver en 3 o 4 días. Cuando un visitador evangelista (Ty Simpkins, siglos después de ser el pibe genio / compinche de Tony Stark en IronMan 3) llega a la casa de Fraser, Sink se dedica a torturarlo de todas las maneras posibles, lo denigra y lo graba haciendo cosas prohibidas como fumar marihuana. Cuando esos videos van a parar a la familia de Simpkins, Fraser lo ve como un acto de bondad. Lo ha salvado, su familia lo perdona y quiere que esté de regreso. ¿Soy yo el único que piensa que la denuncia familiar es solo otro acto de crueldad de una adolescente enervante?. Por contra, Fraser es egoísta y explotador. La pobre Hong Chau – la única que realmente se preocupa por él – es explotada como una sirvienta / enfermera de tiempo completo sin compensación alguna por su sacrificio. Incluso cuando hay un par de revelaciones sobre el vínculo que los une y el costo del brutal esfuerzo que demanda intentar salvar a un gigante gravemente enfermo, lo único que termina diciendo Fraser es “lo siento”. Es mas que posible que al personaje de Fraser le corresponda sufrir lo que está sufriendo. Con lo que nos da la obra, no hay redención posible. Se precisaban mas detalles de su pasado para humanizarlo y ver no sólo cómo llegó a esto sino por qué tomó las decisiones que tomó. No es un villano, pero sí una persona impulsiva que no mide consecuencias. Uno puede descubrir el verdadero amor en etapas tardías de su vida, e incluso puede armar una familia ensamblada con amores nuevos y pasados siempre que tenga la constancia y la diplomacia para reconciliar diferencias y justificar sus acciones (en vez de repetir como un loro que lo siente). Pero acá no pasa eso, todo es bastante caprichoso y el personaje de Fraser parece que solo sabe esconderse en la timidez y el pudor. A La Ballena le sobran un personaje – el muchacho predicador – y le faltan flashbacks y monólogos internos. Se precisaba mas tiempo de reconciliación con parlamentos mas agudos. Es todo abrupto – incluso el final – y no termina por dejar satisfecho a nadie. Es una obra a medio cocinar que tiene muy buenas performances, las que elevan la calidad de la obra por encima de lo esquemático y forzado de sus mecanismos dramáticos.
Antes las películas Marvel eran segura garantía de entretenimiento sólido y, hasta por momentos, inspirado; ahora es como tirar los dados, donde no sabés qué resultado te va a salir. Las razones pueden ser varias – se dispersó demasiado con las series de televisión, sacó de la grilla principal a sus mejores personajes, va demasiado rápido y no tiene tiempo para construir un mega villano sobre el cual edificar una épica, etc – pero unas cuantas de ellas se aplican a Ant-Man and the Wasp: Quantumania. Cuando un héroe tiene su propio universo es lógico que atienda los problemas que ocurren en él – sino, sería como poner a Batman a luchar contra atlantes rebeldes bajo el agua; ése es el terreno natural de Aquaman -; pero poner al Hombre Hormiga – que es básicamente el payaso de los Vengadores, un tipo con buenas intenciones, hace chistes raros todo el tiempo y nunca le toca un rival de peso – peleando contra una versión microscópica y multiversal de Darth Vader (como quien dice, un Dios) resulta dispar y hasta chocante. Kang el conquistador – en una perfomance shakespeareana, imperativa y expeditiva como la de Jonathan Majors, el que aparte es una mole de músculos de mas de un metro ochenta de altura – es demasiado villano para el simplón de Scott Lang y sus aliados, y es un rival mas natural para alguien con quien darse murra (además de entender su visión filosófica y sus conocimientos científicos) como pueden ser el Capitán América, Thor o Iron Man… no el ladrón del barrio. Ni siquiera el filme se atreve a traspasar el límite obvio – ante la desigualdad de probabilidades todo esto debería terminar con un sacrificio – sino que saca soluciones de la galera para que el grupete de turno vuelva sano y salvo a casa. Pero al menos la desigualdad de posibilidades debería dar a luz un duelo emocionante… salvo que el resto de los detalles que lo rodean es tan dispar como el filme. Contra la formidable perfomance de Majors se saca chispas Michelle Pfeiffer – en la que es una de sus mejores actuaciones de estos últimos años -. La Pfeiffer es Janet Van Dyne, la cual ha salvado el mundo a costa de encogerse mucho mas allá de lo necesario y quedar atrapada en el microscópico reino cuántico durante tres décadas. En vez de átomos, virus o bacterias lo que tenemos allí es un universo CGI al estilo Star Wars con criaturas y tribus de todo tipo, el cual debería ser fascinante para explorar en profundidad si el director Peyton Reed no estuviera tan ocupado con la parafernalia de CGI y la tanda interminable de chistes a medio cocinar con las que se despacha el libreto. La de Van Dyne es una causa sólida – habiéndose topado con un recién llegado (un explorador de otro planeta que también es científico como ella), pronto entabla amistad y utilizan una mezcla de sus propias tecnologías para encontrar la manera de salir del reino cuántico… solo para descubrir que ese tipo simpático, amable y urbano resulta ser un genocida de devastación incalculable que ha sido forzado al exilio en el microuniverso para evitar que siga causando daño -, simplemente porque es la que le dio al dictador los medios para convertirse en tal y poder reconstruir sus fuerzas en el universo microscópico. Esa culpa que la carcome – por la cual ella debió armar la rebelión, luchar contra Kang durante años sin éxito debido a la masividad de su poder, y el verse obligada a abandonar a sus aliados en el peor momento sólo porque su esposo encontró la manera de hallarla y devolverla al mundo que todos conocemos – la transforma en la verdadera heroína del relato, en la que la veterana científica resulta ser una letal guerrera que conoce lenguajes y mundos secretos, tiene una causa pendiente que debe culminar incluso si debe sacrificar su propia vida y debe enfrentar al villano que resultó ser su tabla de salvación – afectiva, moral, mental – en los primeros años en que estuvo reclusa en ese universo desconocido y plagado de peligros. El problema es que la Van Dyne viene acompañada de un montón de adornos – léase, otros personajes del cast – que empañan el corazón de su historia. Contra la brillantez de Majors y Pfeiffer está la horrible inclusión de Kathryn Newton como Cassie, la hija de Scott Lang… y la incorporación de uno de los mas ridículos villanos de la historia de Marvel que es la cabeza flotante de MODOK. No tengo nada contra Newton – la he visto dar buenas perfomances en The Society y Freaky, y su casting francamente me entusiasmaba – pero acá su perfomance es horrenda (siempre está con cara de selfie, ajena a lo que suceda a su alrededor sea gracioso, triste o mortalmente peligroso) y, de ser una simple piba adolescente ahora pasó a ser una genia precoz, aún cuando no tenga los genes de los Pym / Van Dyne (aunque el libreto insista con la idea y trate a Michael Douglas como su abuelo… ¿dónde quedó Judy Greer?). Para colmo Cassie es un dolor de gónadas constante, metiéndose donde no debe, interfiriendo donde no la llaman, tomando prestada tecnología que no le pertenece ni sabe usar, y usando esa cara de pasmada que te irrita todo el tiempo. Y lo de Modok es un capricho de Marvel – se supone que es una superinteligencia evolucionada artificialmente y obsesionada con el genocidio; y Marvel ha querido meterla con calzador desde el primer borrador de Iron Man hasta las temporadas finales de Agents of SHIELD – pero todo todo el mundo (desde fans hasta especialistas, desde comiqueros del alma hasta la gente común como yo) la encuentran patética y atroz, indefendible por dónde se la mire (sin importar si Stan Lee fue uno de sus creadores). Acá encontraron la vuelta de cómo hacerla aparecer en el mundo cuántico pero es estúpida, risible, incapaz de meter miedo y, lo que es peor, termina haciendo esos chistes desubicados que Paul Rudd puede pilotear pero el intérprete de turno de la cabeza gigante no. Todo esto termina convirtiendo a Ant-Man and the Wasp: Quantumania en una CGI opera (a lo Spy Kids 3D!) de resultados muy variables. Éste sí es un proyecto que hubiera funcionado bien como miniserie – para explorar el universo y todas las criaturas / culturas que lo pueblan; mataría por conocer mas de la guerrera que hace Katy O’Brian, el telépata de William Jackson Harper o incluso la criatura gelatinosa sin agujeros a la que le pone la voz David Dastmalchian – pero acá todo eso va comprimido y a las apuradas porque hay demasiada historia, chistes y secuencias de acción que contar en tan poco tiempo. Hay cosas que desbordan de originalidad y otras que son puro cliché, y es como que el relato está demasiado atiborrado de todo – Evangeline Lilly tiene poco y nada para hacer, y Michael Douglas se limita a mostrar su clase en el puñadito de escenas que le tocan -. Y aún con la realeza que le impone Majors a su perfomance, los motivos reales de la causa de Kang no terminan de ser totalmente claros: él quiere conquistar cada versión del Multiverso… por razones, como dicen ahora los yanquis. ¿Ego, inteligencia suprema, un deseo loco de devastación?. No termina por quedar del todo claro. Con Ant-Man and the Wasp: Quantumania vas a pasar un rato entretenido – es raro que Marvel aburra -, pero la sensación final es decepcionante. La secuencia post créditos tampoco ayuda mucho, solo da pautas de que se viene un festival de sobreactuación de Majors en roles clonados (cuando en realidad la versión de este filme podía ser memorable). El filme precisaba otro director, menos comedia y mas enfoque en el drama y en las enormes apuestas que conlleva la historia… en vez de chistes sobre gajos de limón y cuántos agujeros tiene el cuerpo humano (aunque ése si fue gracioso!), que solo distraen del drama y la épica de la trama y diluyen su potencial de ser algo verdaderamente glorioso.
M3gan es un filme de terror bastante inteligente, bastante eficiente y bastante terrorífico. No resulta excepcionalmente sobresaliente en ninguno de los tres aspectos – el desarrollo es previsible y los shocks son algo blandos – pero, en el fondo, esconde una sátira feroz y brillante al que el maquillaje de “película de horror” termina por diluir. Seguro, hay una nueva estrella en el firmamento de íconos del cine de terror – la expeditiva y estremecedora androide del título, que tiene un puñado de escenas para lucirse (la re-edición de Titanium de David Guetta me mata!) – pero un director mas eficiente podría haber ido hasta el hueso (Paul Verhoeven, ¿dónde estás cuando más se te necesita?) y una calificación R quizás le hubiera dado una ponzoña mayor que el resultado final obtenido. Dejando de lado los shocks, hay una discusión muy inteligente sobre la integración despreocupada de la tecnología en la educación de los chicos. Y a eso le sumamos bastante humor negro – el choque del principio es brillante, lástima que la película no pueda mantener el ritmo -, cosa de que quede claro que el filme no se toma demasiado en serio a sí mismo. Mientras que M3gan no es una máquina de escupir latiguillos a lo Freddy Krueger, por el otro lado lo absurdo de toda la situación – construir una muñeca robot con esqueleto de titanio, cuasi indestructible, con tanto acceso a las redes como el Cyborg de Liga de la Justicia y con una capacidad de autoaprendizaje sobre amenazas del entorno y posibles víctimas que termina sacándose chispas con Terminator – es tan risible que lo único que te queda es dejarla seguir adelante para ver hacia dónde va la premisa. Hay un tufillo de Robocop – lite en todo esto – corporaciones deshumanizadas, dedicadas a sacar productos no probados solo basándose en encuestas y sin inferir si lo que hacen tiene un mínimo de lógica, es chocante o genera algún tipo de peligro; los malos ejemplos que Ian Malcolm hablaba en Jurassic Park, de científicos que no se plantearon si debían sino que vieron que podían hacerlo, lo fabricaron y le pusieron una chapa y un precio lavándose las manos de la responsabilidad moral de todo el asunto -, mas una brillante visión sobre cómo la paternidad ha mutado en estos tiempos donde la tecnología se ha popularizado hasta el punto de invadir nuestras vidas… y servir como anestésico cuando los críos nos molestan. Cady es una niña de 9 años que ha perdido a sus padres en un accidente de auto y su tía Gemma – tecnócrata obsesiva, rodeada de chiches de alta tecnología y juguetes coleccionables (guiño a Robby el Robot de Planeta Prohibido) todavía cerrados en su caja original para conservar el valor… pero que a su vez es una persona incapaz de entender qué es jugar, qué precisa un niño o siquiera cómo es intentar comunicarse con uno (y mucho menos, entender sus necesidades emocionales!) – es la persona menos apta para ayudarla a reconstruir su vida. Su oferta de compañía y entretenimiento es ofrecerle un iPad (!); y cuando ello no basta, termina por presentarle el proyecto en que está trabajando, una muñeca androide del tamaño de una niña chica y con capacidad autónoma tanto de moverse como de aprender e interactuar con el resto. A la legua uno sabe que M3gan terminará por convertirse en la guardiana de Cady contra viento y marea, y todos los que osen ofenderla de la manera mas mínima la van a pasar mal. Ecos de Chucky resuenan en las acciones de M3gan cada vez que sale a cobrar revancha por las malas situaciones que vive su protegida, sea la vecina entrometida, el perro agresivo o el nene sicópata con el cual la empardan en una mal parida colonia de verano. Pero M3gan no se trata sólo de sustos baratos, sino de los comentarios al pasar de los testigos de las acciones de Gemma, espantados por la frialdad y manipulación de la supuesta tutora “responsable” de su sobrina. Desde Gemma usando a la niña como demo ambulante de su producto no totalmente testeado, hasta su obsesión enfermiza por el trabajo y su incapacidad para darle consuelo y afecto a una pequeña que acaba de perder a sus padres. Ante semejante carencia lo único que se le ocurre es poner a M3gan en el medio – como compañía, consuelo, educadora y guardiana de Cady -; pero M3gan es solo un juguete – uno muy sofisticado, por cierto – y Cady en algún momento crecerá y abandonará la etapa de los juguetes. Como dice la asistente social al hablarle a Gemma sobre la Teoría del Apego, ¿acaso M3gan va a ser el único modelo de rol que va a tener la niña?. ¿Y que va a pasar cuando la chica crezca, sabiendo que sólo interactuó con una máquina durante toda su niñez?. Es en esos momentos en donde M3gan se sale de la vaina para decir cosas mas inteligentes que el mero reciclaje de clichés sobre robots asesinos y juguetes demoníacos que abunda en el universo del cine de terror. Ni siquiera el final es demasiado convincente – el enfrentamiento es previsible pero ¿vale la pena salvar a alguien a quien no le importás un pomo? – ya que es simplemente un rumbo pre-trazado y obvio. Si M3gan fuera mucho mas venenosa sobre su crítica a los malos parientes y al exceso deshumanizante de tecnología en la vida de nuestros hijos, podría haber anotado mas porotos en la calificación final. Así como está es una rutina muy bien hecha que no asusta tanto como debiera pero que al menos tiene un puñado de líneas extremadamente inteligentes e inspiradas sobre la niñez, la tecnología y el mundo en que vivimos.
Snobismo y excentricidad no son lo mismo… y ambas se refieren a cosas poco útiles: admirar la rareza y venerar lo que en realidad tiene un valor inventado. Es una cultura que va de la mano de la riqueza, aunque el 99% de los millonarios sean unos burros que solo adquieren cosas caras por el simple hecho de que pertenecen a una minoría que puede hacerlo mientras que el grueso de la gente no. Hay toneladas de ejemplos de cosas de mal gusto – hamburguesas con polvo de oro, celulares con diamantes incrustados, joyas obscenamente grandes que carecen de sentido estético, etc – y hay toneladas de ejemplos de culturas infladas y superficiales, como es el caso de las obras de arte (¿cómo una pintura va a costar 100 millones de dólares?). Hacia allí dirige sus dardos El Menú… aunque a mitad de camino la sátira pierda fuerza y termine primando el thriller con tintes de terror. En sí El Menú amenazaba con ser mucho mas brutal de lo que termina siendo el producto terminado (imágenes del clímax de El Cocinero, el Ladrón, su Mujer y su Amante invaden mi mente). Un reducido grupo de adinerados comensales ha pagado una pequeña fortuna por una velada exclusiva en el selecto restaurant del excelso chef Slowik (Ralph Fiennes), montado en una isla privada. Aislados del resto del mundo se aprestan a degustar un catálogo de manjares en una velada temática – cada plato incluye una historia detrás -. Hay adinerados ignorantes, snobs y fanáticos en exceso (foodies, como le dicen los yanquis y que serían como los groupies pero de chefs prestigiosos) que veneran cualquier cosa que Slowik les ponga en el plato. Pero uno percibe un tufo anormal en todo el asunto desde el momento que ve que los cocineros se comportan como una secta, duermen en barracones militares y adoran a Slowik como si fuera un lider religioso. Se nota a la legua que no va a ser una velada común y que Slowik tiene una agenda secreta. Lo que saca al chef de sus casillas es que la lista de invitados ha sufrido un cambio de último momento y, en reemplazo de la acompañante original de Nicholas Hoult, ha venido una mujer de mirada intrigante y pasado misterioso (Anya Taylor-Joy), la cual no tarda mucho en hacer preguntas obvias sobre las cosas raras que hace el chef (y que todo el mundo – por ignorancia, complicidad o snobismo – gusta de tildarla de genialidad, innovación o excentricidad). Mientras que el filme tiene un clima de tensión envidiable – y la Taylor-Joy es una delicia, yendo cabeza a cabeza en intensidad, carisma e inteligencia con un deliciosamente perverso Ralph Fiennes – hay un par de escenas que no funcionan y que podrían haberse podado directamente. Por otro lado lo que empieza como una sátira termina diluyéndose en un thriller con toques siniestros que, aunque cierra la historia, te da la impresión que podía haber sido mucho mas cínica, brutal y memorable. Eso no quita que el filme sea super recomendable aunque no alcance todo su potencial. La gracia de El Menú es verla con la menor cantidad de pistas posibles a mano. Sigue un camino que parece estar de moda – como Glass Onion, la secuela de Knives Out, que insiste en sacarle el cuero a los adinerados tildándolos entre perversos a idiotas -; y acá las cosas brillan porque, si bien hay caricaturas, la Taylor-Joy es la voz de la razón – brillante, desafiante, maquinando en todo momento cómo salir con vida de todo este berenjenal – y posee carisma de sobra para poner al público de su lado.
Pantera Negra: Wakanda para Siempre es una película extraña, atípica. En el universo Marvel los héroes no mueren de causas naturales: se sacrifican en pantalla por una causa noble y superior. No son retirados de la estantería en el momento de mayor brillantez. En vez de un recasting, Ryan Coogler ha decidido sacar del juego de uno de los principales héroes Marvel simplemente porque su protagonista se murió en la vida real. Si bien es cierto que la primera Pantera Negra posee una importancia cultural (al menos en USA) que excede al género pasatista al que pertenece – es una muestra de orgullo negro, una fantasía utópica en donde una nación africana puede erigirse como la mas poderosa del planeta simplemente porque ha vivido en libertad desde que existe, alejada del colonialismo y desarrollando todo su potencial, amén de los poderosos contrapuntos raciales entre el villano y el protagonista -, también está el tema del espectáculo, la continuidad… y la máquina de hacer dinero. En 15 años es posible que veamos a otro Iron Man u otro Hulk y Robert Downey Jr / Mark Ruffalo no van a ser de la partida simplemente porque van a estar muy viejos. No reemplazar a Chadwick Boseman no me parece la decisión mas razonable pero, por otro lado, la respeto y hasta la admiro por su valentía. Es una muestra de amor de Coogler y todo el elenco hacia un gran actor a la que la vida nos arrebató de manera inesperada y muy temprana. Al tomar semejante decisión Coogler decide meterse en su propio berenjenal. Descartando un libreto ya escrito y pulido tuvo que empezar de cero con otro script en donde Pantera Negra no existe. Acá T’Challa fallece fuera de cámara y por causas naturales, como reflejo de lo ocurrido con Boseman en la vida real. Eso crea una sombra enorme sobre toda la historia, la que va desde su sucesión como héroe – ¿quién va a tomar el manto del defensor de Wakanda habiendo muerto el rey y sin flores de Vibranium que le brinden superpoderes al reemplazante? – hasta la angustia del vacío producido por la muerte del personaje / protagonista en la vida real. Un tercio del filme es trata directamente del duelo sobre el fallecimiento de Boseman, en donde las lágrimas del elenco son reales y donde se evoca la nobleza / estatura moral del héroe / actor. La reina Ramonda, sobre el perder a mitad de su familia en pocos años y verse obligada a tomar el lugar de regente de Wakanda en el peor momento de su vida; Nakia – novia de T’challa – que ha preferido el exilio y la vida civil para no vivir en su país natal plagado de recuerdos de una vida futura con su amado que terminó por esfumarse; pero la que lleva la peor parte es Shuri la cual – con toda la tecnología hiperfuturista que maneja – ha sido incapaz de salvarle la vida a su hermano. Ese es un pensamiento que la tortura todos los días de su vida. Nada de esto impide de que surjan las amenazas de turno. Cuando T’Challa ventiló de que vive sobre una montaña gigante de Vibranium, las naciones del mundo se volvieron ambiciosas y empezaron a planear todo tipo de operaciones para hacerse con una parte del preciado metal – desde conspiraciones desestabilizadoras en Wakanda, robo de depósitos del preciado metal, o la exploración sobre la posible existencia del mismo en otras partes del planeta -. Es precisamente en este último procedimiento en que los humanos terminan tocándole el traste a Namor, el rey del mundo submarino de Talokan, el cual posee reservas enormes de Vibranium hasta el punto de que su gente tiene la sangre infectada por el metal. Por si no lo saben Namor es uno de los héroes mas antiguos de Marvel – figura entre los tres primeros creados por la editorial (junto con una versión robótica y vintage de La Antorcha Humana y, por supuesto, el Capitán América), los cuales fueron extremadamente populares en la Edad de Oro de los comics – cuando aún era Timely Comics – y siempre se perfiló como un cabrón con códigos morales propios, entrando mas en la categoría de antihéroe antes de que villano -. Acá Namor no tiene empacho en llevarse puesto a toda una expedición submarina norteamericana sino que se acerca a Wakanda para formar una alianza, arrasar la Tierra y obligar a negociar una paz incondicional con los que sobrevivan la marea. Mientras que la mayoría de los argumentos de Namor tiene su lógica, por el otro lado involucra una masacre que es un límite que los wakandianos no están dispuestos a cruzar. En sí Namor no deja de ser un Killmonger lite – un tipo que posee una gran cantidad de discursos absolutamente lógicos sobre las injusticias que la historia y las civilizaciones han producido sobre su pueblo (en si los Talokianos no dejan de ser mayas mutantes, una brillante ocurrencia de Coogler para poner temas como colonización y esclavismo sobre el tapete) -, con mas fuerza y algo menos de carisma aunque la interpretación de Tenoch Huerta es muy buena. Y como la oferta es imposible de aceptar, el choque entre la nación submarina y los wakandianos se hace inevitable. Es posible que Pantera Negra: Wakanda para Siempre sea demasiado larga – le sobra media hora – y buena parte de ello le corresponde al engendro de Riri Williams, un personaje metido con calzador por presión de la Disney para tener otro personaje de segunda disponible para una serie de su cadena de streaming. Acá la Williams es una genia adolescente que inventó de casualidad el aparato detector de Vibranium que el gobierno capturó, usó y manipuló hasta toparse con los Talokianos. La piba bordea lo insufrible y solo sirve como McGuffin ambulante – pongan a un tipo canoso en bata de laboratorio y hubiera servido con el mismo propósito -, e incluso cuando aparece con su propia armadura (como Ironheart, un traje a lo Ironman creado por una piba que admira a Tony Stark) se ve horrendo como un muñequito de los Power Rangers de mala calidad-. El dato curioso es que, sumando a Riri y sacando a T’Challa, Wakanda para Siempre termina convirtiéndose involuntariamente en la película de superheroínas que todo el mundo le reclamaba a Marvel. Incluso la feroz Danai Gurira tiene su propio traje – que parece un Ultraman mutante – y hasta tiene una compañera gay (Michaela Coen) tan feroz como ella. Por supuesto el tema queer es tocado de manera tan superficial que uno podría cortar un par de escenas minúsculas como para suprimirlo y pasar la censura en los países mas conservadores donde se quiera mostrar el filme. En sí, Pantera Negra: Wakanda para Siempre es mas movida que la primera Pantera Negra. Es algo larga, el personaje de Riri Williams es molesto y el cierre del tercer acto no termina de ser satisfactorio. Por otra parte las perfomances del elenco van de lo muy bueno a lo excepcional – no me extrañaría ver una nominación al Oscar para Angela Bassett, la cual tiene un puñado de discursos super poderosos en donde se devora la pantalla -. Hay sorpresas – debo admitir que varias de ellas no las vi venir -, y hay diálogos inteligentes. No cabe duda de que Pantera Negra: Wakanda para Siempre es lo mejor que ha dado la dispar Fase 4 del MCU hasta ahora simplemente por el empeño puesto por Coogler en convertirlo en una aventura con trasfondo profundo y pensante amén del amargo costado emocional que involucra la inesperada partida de Boseman como protagonista. Considerando todos los retos que debió afrontar, el resultado final es muy superior al esperado y, aunque diste de perfecto, no deja de ser un espectáculo formidable y bien construído.
Yo preciso que alguien me explique por qué diablos los fans de DC (y los ejecutivos) están ensañados con la primera Escuadrón Suicida (2016). Que era horrible. Que era ridícula. Que no le van a permitir el corte del director a David Ayer. Considerando todo lo que vino después – un 90% compuesto de basura, decepciones y flojos resultados en taquilla – los 746 palos verdes de Suicide Squad deberían convertirlo a Ayer en un prócer, incluso darle una silla en la mesa que James Gunn y Peter Safran acaban de armar para resucitar el DCEU. Fíjense sino: Liga de la Justicia (corte Whedon): 657 millones. Mujer Maravilla 1984: 169 millones. Aves de Presa: 205 millones. Hasta una película super alabada como Shazam! solo hizo 366 millones. Y, en el caso que nos ocupa, los números finales serán igual de tibios ya que sólo hizo 353 millones justo antes que estrenaran la secuela de Pantera Negra, la que se la devoró con fritas y va a hacer en dos semanas lo que el filme de DC demoró mas de un mes en recaudar. Black Adam es un cabal ejemplo de por qué el DCEU anda como el traste. Siempre que te sentás a ver una película Marvel esperás acción, chistes, secuencias inspiradas, personajes carismáticos e interesantes, y una hora y media de buena onda. El DCEU en cambio se comporta de manera esquizofrénica con cosas zarpadas, sangrientas, a veces inspiradas, otras veces mortalmente serias / solemnes y siempre con problemas de tono y originalidad. En el caso de Black Adam tengo que admitir que el filme es horrible – es un licuado de cosas copiadas a Marvel, con el agravante que el reciclado es de mediocre calidad -. Dwayne Johnson le pone ganas pero no alcanza para salvar el filme él solito y la sorpresa es Pierce Brosnan, el cual tiene un puñado de diálogos inspirados; pero el resto… uy, Dios mío… Acá el Doctor Strange, Angel (de los X-Men), Tormenta y Ant-Man se roban el jet del profesor X y se van a combatir a una entidad mágica liberada de su prisión después de 5.000 años, y la cual tiene un injustificado mal humor. Hay una tonelada de secundarios espantosos – el molesto hermano de la co-protagonista que hace chistes malos, el pibe sabihondo que vive metiéndose en problemas, el segundo villano que carece de carisma, los dos superhéroes adolescentes que chichonean entre ellos mientras están totalmente ajenos al hecho de que cientos de personas mueren a su alrededor – que podían haberse suprimido y hubieran elevado la calidad del filme, aparte de que no son esenciales a la trama. El mismo filme se mete en un berenjenal con los dispares tonos políticos que emite – para que la acción no tenga lugar en USA (donde ya está Shazam!, el cual es el némesis de Black Adam ya que ambos surgieron en la misma tira de Fawcett Comics Capitán Marvel, siendo Adam un campeón anterior a Billy Batson que se ha pasado al lado oscuro y tiene sus mismos poderes) se traslada a un ficticio país de medio oriente, el cual fue invadido por una fuerza mafiosa internacional dotada de la última tecnología ya que posee armas con Vibranium… Eternium o como se llame, lo único en la Tierra que puede dañar a Black Adam -. Entonces entra el asunto de por qué rayos estos superhéroes de cuarta (la Sociedad de la Justicia, el antecedente Golden Age de la Liga de la Justicia y llena de héroes anticuados o de segunda) nunca hicieron nada para detener la invasión, jamás combatieron a Intergang (la cual es una obvia amenaza por el mundo ya que puede construir armas de destrucción masiva con el Eternium) o siquiera se preocuparon por la seguridad de sus ciudadanos. Solo aparecen cuando el musculoso moreno empieza a volar por la ciudad y tirar edificios abajo en decorados que parecen salidos de Modern Warfare ya que ni uno de los diseñadores de arte del filme parece haber visitado un país árabe. Ni la causa de la arqueóloga Sarah Shahi es creíble, ni tampoco lo son las idas y vueltas de la historia como el histeriqueo de te encierro / no te encierro / te preciso / debo liquidarte Black Adam, el cual hace que el filme se sienta eterno. Es posible que Black Adam sea el rezago bastardo de la horrenda administración de Walter Hamada / Geoff Johns, que solo copiaban cosas, metían el cuchillo en la trama sin saber nada de comics (o, en el caso de Johns, copiando lo peor del género; siempre él, con ese ego enorme, creído de que es el Stan Lee de DC) y se respaldaban ciegamente en el poder de taquilla de las estrellas contratadas antes de contar historias amenas e inteligentes. Black Adam representa los peores defectos del fenecido DCEU y esperemos que la dupla Safran / Gunn corrija todo este despropósito y desprolijidad en el nuevo Universo que van a crear… amén de darle a Ayer la segunda oportunidad que se merece.
Honestamente, no sé si lo que acabo de ver fue formidable o simplemente una porquería. En realidad ése es el problema constante de los filmes de Jordan Peele: después de Get Out todo lo que ha dado parecen fabulosos ejercicios de estilo con historias a medio cocinar. Hay momentos ridículos y momentos de tensión que te dan ganas de aplaudir de pie; genialidades y burradas diseminadas por todo el relato, y una sensación general que el viaje es bárbaro mientras dura pero al final te termina decepcionando. Pasaba lo mismo con Us – el hito anterior de Peele -, solo que acá la idea tiene (para mis gustos personales) mas gancho. En general adoro los escenarios únicos. Algo tipo Duro de Matar donde todas las situaciones de tensión transcurren en un solo edificio. Acá el escenario es gigantesco pero no por ello no deja de ser claustrofóbico, limitado y desesperante – un valle en medio de la nada, como si estuvieras en un lugar perdido de Dios y nadie pudiera venir a socorrerte aunque precises desesperadamente ayuda y estés a los gritos pelados -. Peele hace un uso espectacular del valle de Agua Dulce – un lugar semidesértico lleno de colinas y con un aire tan limpio que puede verse (y oírse) a kilómetros de distancia -. En sí Nope empieza como una versión dark de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, luego deriva en una versión blaxploitation de Señales y termina mutando en una versión lisérgica de Tiburón (!!). El clima es intenso y las cosas que pasan son shockeantes, así que uno no tiene dramas en comprar la premisa (sobre todo, cuando uno se entera realmente de qué va la cosa) y aceptar todo lo que Peele quiera vender durante el viaje. El drama es que, para llegar al núcleo del asunto, Peele se bambolea de un lado a otro con subtramas que no importan un pomo (o que están traídas de los pelos), amén de que la mayoría de estos personajes son detestables. Keith David es un patriarca algo prepotente que apenas dura un par de escenas, Daniel Kaaluya se lo ve estancado y aburrido, y el personaje de Keke Palmer es abominable – es tan vaga y egocéntrica que te crispa los nervios -. Claro, Papi tiene un rancho que alquila caballos amaestrados para películas de Hollywood pero últimamente la cosa no va muy bien; la Palmer es la hija inútil llena de gases de colores en la cabeza y Kaaluya es el pobre laburante que tiene que fumarse a todo el mundo ya que es el único que pone el lomo. Por suerte con el paso del tiempo los personajes se vuelven mas tolerables. En sus rondas de prensa acerca del filme Peele ha insistido en que ¡Nop! se trata de una sátira sobre nuestra fascinación sobre el espectáculo, aun cuando se trate de uno morboso. Bravo, te felicito!: si ése era el mensaje que pretendías transmitir, te aclaro que hiciste un pésimo trabajo porque al espectador – por sí mismo – le resulta imposible deducirlo. Por ejemplo la inclusión de un ranchero asiático (Steven Yeun) – que fuera estrella infantil de sitcoms hace décadas hasta que ocurriera una tragedia en un set de filmación a causa de un chimpancé descontrolado – es tan bizarra y descolgada que no termino de captarla. En sí (y para mi) la aparición de Yeun y su show ranchero solo sirve de carne de cañón para que se luzca la cosa freak que acosa desde los cielos al rancho de Palmer y Kaaluya. Pero jamás se me ocurriría relacionarlo con una fascinación morbosa que tiene el público con cualquier tipo de imágenes que los medios transmitan – desde un blooper violento hasta terroristas decapitando gente frente a cámara o viendo sangrientos choques automovilísticos en vivo -. En todo caso si ésa era la intención de Peele – incluyendo un shockeante párrafo de la Biblia: “Y te bañaré con abundantes inmundicias tu cuerpo; te haré despreciable y te convertiré en un espectáculo” -, lo siento Jordan: tu mensaje es confuso y bizarro. Acepto la intención – creo que merecería una gran tratamiento cinematográfico el cómo el morbo de la gente ha mutado con el paso de los años hasta carecer de limites y absorber sin filtro todo tipo de atrocidades que los medios exponen, aceptándolo con indiferencia o como si fuera una película de Hollywood -, pero no acepto el cómo me lo intentás vender. Es posible que la anécdota sobre Gordy – el chimpancé que se chifló y mató a medio elenco en el set donde trabajaba Yeun cuando era chico – merecería un filme para sí mismo; pero así como está es un emparche bizarro pegado a una historia que a veces es dispar y otras veces resulta fascinante. En realidad todo pasa por esto: el patriarca David muere, Kaaluya y la inútil de Palmer quedan a cargo del rancho de su viejo y, de pronto, descubren que los caballos comienzan a desaparecer y que hay una nube que permanece fija frente a su propiedad. Pronto la nube se revela como el escondite de un OVNI, el cual se mueve con fascinante gracia sobre las colinas – y recrea esos momentos de Encuentros Cercanos donde el plato volador oscurecía pueblos enteros con su sombra mientras deambulaba en una noche de luna llena -. Como los hermanos andan en la mala, piensan seriamente (!!) en capturar esa cosa en video y venderla a los medios… algo completamente estúpido considerando que hoy en día cualquier flaco con una PC mediana, una GPU y un programa de efectos especiales te puede hacer un Día de la Independencia sin ser siquiera un estudio de Hollywood y con una veracidad que te pasma (ya no es como en los setentas donde la gente abría la boca con fotos y filmaciones de OVNIs… aunque la mitad fueran tapas de ruedas de auto). Traen al nerd de la tienda de electrónica, el trío sigue al objeto en las noches y terminan descubriendo cosas inquietantes. Y para capturarlo como debe (ya que el OVNI larga un pulso EMP que apaga todo dispositivo digital, incluyendo cámaras y celulares) deciden traer a un cineasta a la antigua (el diabólico Michael Wincott), el que filma en celuloide las andanzas del objeto. (Alerta spoilers) Lo que sigue bordea entre lo brillante y lo bizarro, especialmente cuando Kaaluya deduce que la cosa es en realidad un depredador territorial que ha decidido asentarse en su rancho. Esto da pie a algunas secuencias formidables (it’s raining men!) y otras mas o menos, como el intento de Yeun (que ha descubierto la naturaleza del bicho) por controlarlo como si fuera un animal salvaje de su espectáculo de rodeo que pudiera domesticarse. Todo da pie a una versión 2.0 (a lo Peele) de las mejores rutinas de la segunda mitad de Tiburón, incluyendo criaturas cuyo paradero podés descubrir porque tienen sogas con banderines en la boca o van apagando muñequitos que flamean con su pulso EMP (y te permite deducir por dónde anda) (¿se acuerdan de los barriles amarillos haciendo bip?). Y cuando el bicho se muestra en toda su gloria, parece la interpretación bíblica original de un ángel (no un monaguillo bonito en traje blanco y con alitas sino un bicho gigante lleno de ojos, brazos y alas – ¿se acuerdan de Noé con Russell Crowe? – o de algo salido de Neon Génesis Evangelión – que es la obvia inspiración que Peele ha explicitado en sus ruedas de prensa -). La macana con todo esto es que, en vez de buscar venganza contra el bicho por haber matado a su padre (defecando miles de objetos puntiagudos a kilómetros de altura, los que cayeron a tierra como si fuera metralla y rebanaron al pobre David en pedazos), los hermanitos viven obsesionados con filmar a la criatura y sacar unos pesos… cuando lo que yo hubiera escrito es poner un caballo cargado con dinamita y hacer que el bicho se lo trague y explote como corresponde, cobrando sangre por sangre. Pero el final que eligió Peele es tan, tan, tan traído de los pelos que no termina por satisfacer a nadie (fin spoilers). Si ¡Nop! es recomendable… depende de sus gustos y de su paciencia. La primera mitad está llena de adornos y divagues, una narrativa tan difusa que solo entretiene en momentos aislados de tensión. Luego sí se vuelve un espectáculo fascinante, siempre y cuando compre la naturaleza real del objeto volador. El final decepciona, pero no deja de ser un viaje plagado de momentos intensos que pocos cineastas en la actualidad son capaces de crear. Es posible que la intención final de Peele haya sido la de crear un espectáculo viral – trailers con poca data, escenas visualmente impactantes, humor bizarro, misterios Shyamalanescos -, incluso el título suena a chiste (es el latiguillo que repiten todos los protagonistas cuando ven que deben jugarse el pellejo en alguna situación de m… que es inevitable y extremadamente peligrosa). Yo creo que Peele lo logra pero, como en el caso de Us, precisaba otro par de ojos para pulir cosas del libreto y, en especial, darle un cierre satisfactorio a la historia en vez de ser la crónica de dos YouTubers desesperados por dinero a los cuales la muerte de su amado padre le importa mucho menos que la fama y la guita fácil.
Si uno no se hace pretensiones Bestia es un entretenimiento pasable. Recicla cosas de otras películas mejores, tiene algo de tensión, el drama zafa, los CGI están bastante bien sin ser excelentes y los personajes se debaten entre la lógica y la estupidez de manera regular. Para ver en streaming está mas que ok; para ver en cine o alquilarla en videoclub – si tal cosa sigue existiendo – medio que no vale la pena. Las perfomances y la buena dirección hacen obviar lo rutinario de todo el asunto. Si hay influencias para todo este estofado, pasan por tres lados: la obvia – y que una de las intérpretes subraya en el filme al llevar la camiseta de una película tan vieja como Jurassic Park (y no Jurassic World, que es de esta generación) – es que reciclan la escena de los pibes varados en la camioneta y siendo atacados por el T-Rex (no como un crítico dijo por ahí “retoma el tema del hombre contra la violencia de la naturaleza del filme de Spielberg, blablablá”; andá pashá, bobo). En lugar de un dinosaurio con una hilera interminable de dientes golpeando ventanillas y techos acá hay un león devorador de hombres, un bicho enviciado con la sangre humana que mata más de lo que puede comer (y sí: la comparación con The Ghost and the Darkness – un título ampliamente superior a este producto – es inevitable y obvia, he allí la segunda influencia). El ataque a la camioneta es casi un calco del filme de Spielberg. La última influencia que todo el mundo parece olvidar es Cujo, el filme de 1983 con el San Bernardo rabioso asediando a una madre y su hijo varados en un auto durante días, y que estaba basada en una novela de Stephen King. Sin armas, con hambre, calor, cansancio y gente herida – y sin posibilidad de asomar la nariz sin que la criatura te la arranque -, llega un momento en que el (o la, en el caso del filme del perro rabioso) debe salir sí o sí de su refugio y debe tener un duelo mano a mano con la amenaza de turno en un último acto desesperado. Acá las bazas son peores porque el león es mucho más grande que un San Bernardo, y las probabilidades de ganarle en una pelea con las manos desnudas equivalen a cero. Si esto es material de filme de cable, la cosa mejora con las interpretaciones. Como actor Idris Elba no me ha impresionado demasiado en lo poco que he visto de él: siempre parece reducido a muecas y sacudidas de cabeza al estilo de George Clooney en sus primeras épocas. Tampoco lo he visto en sus roles más serios, pero te da la impresión de que es un tipo que no está cómodo con los blockbusters que ha protagonizado, escupiendo latiguillos y haciéndose el canchero – léase, filmes de superhéroes ya que estuvo tanto en Marvel como en DC -; acá le dan una historia chiquita – padre divorciado que debe hacerse cargo de sus dos hijas luego que su ex esposa muriera de Cáncer – y el tipo se lanza con gusto al drama, siendo creíble e histriónico. Las dos pibas se alternan entre lo dramático, lo lógico y lo insufrible: cuando le dicen que no a la mayor, va y lo hace, y a veces le sale bien y termina como una heroína y otras veces es una caprichosa infumable. Mejor es el desarrollo de la más chica, que tiene los sentimientos a flor de piel y que a veces hace de intermediaria entre el padre inexperto y la hermana mayor que le reclama todo y lo culpa por la muerte de la madre. Al grupo se une Sharlto Copley (Hey! éste era un buen candidato para Wolverine, lástima que ahora tiene 49 pirulos!) que es amigo de la infancia de Elba en su Sudáfrica natal, los lleva de safari a una región aislada de los senderos para turistas (ups!) y allí pasa lo que obviamente que tiene que pasar. El león los ataca, quedan varados, ni la radio ni el coche funcionan, no tienen armas, etc, etc. Cuando el león ataca, lo hace de manera viciosa y está rodado con bastante nervio. Se supone que el bicho está todo tajeado por todas partes ya que lo suyo es brutalidad pura, pero también sirve para camuflar que el rostro del león no se ve tan natural como debiera (aunque sin llegar a ser el engendro que perseguía a Robin Williams en la primera Jumanji). Las refriegas con el bicho tienen bastante lógica aunque, como cualquier película de terror que se precie, si los personajes no hacen cosas estúpidas no habría trama. En un momento llegan a un refugio y lo primero que hacen es dejar todas las puertas abiertas (!) con lo cual, si el león no los achura es porque el libreto no quiere. Con una acción bastante decente y algo de trasfondo dramático pasablemente escrito, Bestia se deja ver. Como todo, siempre hay cosas reñidas con la lógica pero para pasar el rato sirve. La química del grupo es buena, hay buena tensión… ¿que más pedir para algo gratis que te ofrecen en streaming para matar el tiempo?.
¿David Leitch (John Wick, Deadpool 2) ha perdido su mojo?. Considerando toda la plata invertida en Bullet Train, el cast de lujo, el tema y las situaciones elegidas, el filme queda lejos de ser el espectáculo memorable y descerebrado que prometía. Hay tiempos muertos y hay errores de casting pero, sobre todo, hay un tufillo a aventura ultraviolenta todo terreno onda Tarantino lite que no cierra y hace que uno suplique por mas balaceras y menos diálogos seudo graciosos y falsamente inspirados. Me cuesta creer que me haya divertido mas con un engendro como La Ciudad Perdida – donde figura la mitad del casting de aquí, incluso hay chistes cruzados entre las producciones de ambos filmes como el libro que lee Channing Tatum en el tren y que supuestamente lo escribió la autora que interpreta Sandra Bullock en la cinta de Netflix (y que acá hace de operadora que controla al personaje de Brad Pitt) – que con este filme. El drama es la indulgencia con los diálogos, los cuales no van a ningún lado. Mientras que Pitt es un ídolo, pienso que el filme hubiera funcionado mejor con alguien mas versado en la comedia (como Ryan Reynolds… ups, se me escapó!) que con el. Pitt hace de asesino reformado que ha entrado en una onda espiritual new age por lo cual acepta solamente trabajos en donde no deba matar a nadie. Por supuesto que las cosas se dan exactamente lo contrario, con el tren bala chorreando sangre y una tonelada de cadáveres apilados por doquier. El tipo tiene que robar un maletín, hay un par de sicarios (Aaron Taylor-Johnson y Brian Tyree Henry) con nombres graciosos que lo custodian, así como al hijo de un capo mafioso (cameo de Logan Lerman) al que acaban de liberar de un secuestro y se hicieron con el flaco y con la plata del rescate. Las cosas se complican cuando el tren empieza a saturarse de asesinos de todo tipo y color, ya sea por una extraña coincidencia del destino o como fruto de una rebuscada conspiración. El papá de Logan Lerman es Michael Shannon aka “La Muerte Blanca”, un hiper asesino ruso que se apoderó de un clan Yakuza, liquidó a medio mundo y es sumamente sangriento a la hora de las ejecuciones. En el medio hay un entretejido de historias de rellenos que complican en exceso lo que debería ser una historia mas simple. Todo el filme despide un tufo a Kill Bill que mata, sea por los diálogos pretenciosamente inteligentes – Tyree Henry hablando horas y horas sobre cómo Thomas el trencito valiente se convirtió en su filosofía de vida, Pitt vomitando toneladas de sanata new age sobre armonía y cómo abrazar a tus enemigos para compartir su pena -, o por la presentación / entrada en escena de los distintos personajes con un resumen estilizado de su historia de fondo y por qué terminan llegando al tren. Pero hay algo que patina en todo esto – los chistes no aciertan, incluso la mitad de las peleas no se ven excitantes – con lo cual uno no termina simpatizando con nadie y termina pareciéndose a una superproducción – mediocre y desproporcionada – de Netflix. A Tyree Henry te dan ganas de darle una rociada de ametralladora cada vez que habla de dibujos animados, Taylor-Johnson es aburrido como siempre incluso cuando se burla de los ridículos nombres en clave que usan (Vaquita de San Antonio, Limón, Mandarina, etc), y el filme solo se mueve por la presentación interminable de estrellas invitadas en papeles menores o directamente en cameos. Solo en los quince minutos finales el filme repunta la puntería pero no termina por divertirte salvo de a ratos y en contadas ráfagas. Es posible que el libreto (basado en un libro!) precisara una pulida profunda con mucho mas chistes, o que las coreografías fueran mas cómicas. Yo sé que esto pretende ser una estúpida película pochoclera para pasar el rato – no es que quiere ponerse a la altura de una aventura suprema en originalidad e inteligencia como Kill Bill, aunque se inspire bastante en ella – pero no me terminó por satisfacer. Desde ya que hay gente que quedará chocha con la cinta; yo no me incluyo ya que creo que con todo lo que tiene debería haber sido un espectáculo superior en vez de ser un clon mediocre de las aún mas mediocres películas de aventuras que suele producir Netflix.
Taika Waititi, señores: tómenlo o déjenlo. El tipo nunca va a pasar desapercibido. Es una mente salvaje, un gran cineasta, un tipo que se decanta por hacer lo que se le dé la gana… y siempre con mucha pasión. El drama con Waititi es que sus historias carecen de fluidez emotiva: salta tanto el tono de una escena a la otra que sus filmes se transforman en auténticas montañas rusas. Cuando es melodramático, es devastador – ¿se acuerdan de los zapatitos de Scarlett Johansson en Jojo Rabbit? -. Cuando es cómico, te morís de la risa. Y cuando es delirante, te da vergüenza ajena de hasta dónde puede llegar. El problema es que el tipo combina las tres cosas en casi todas sus películas y no siempre de la manera mas pulida posible, lo cual muchas veces termina bordeando lo chocante en muchas ocasiones. Si Thor: Ragnarok era la aventura suprema de Thor – con Chris Hemsworth siendo tan cómico como heroico -, Thor: Amor y Trueno es un Ragnarok remix menos pulido pero, no por eso, no menos entretenido y emotivo. El drama es que acá Waititi se pasa de rosca demasiadas veces y aunque uno termina por aplaudirlo, el incremento porcentual de lo ridículo termina desdibujando las partes serias del filme… que las hay y que Waititi maneja de manera maestra. Yo creo que el día que haga un filme totalmente dramático, sin comedia, puede dar lugar a algo monumental, memorable y multipremiado. Pero su naturaleza de bufón es salvaje, indomable e impredecible y siempre termina ganando la partida. Thor: Amor y Trueno es así. Hay momentos para llorar – Jane Foster descubriendo su cáncer terminal; la devastadora odisea de Gorr al descubrir que el dios al cual ha adorado durante toda su existencia es un cretino egoísta que ha abandonado a su plebe (para colmo en un momento de hambruna que lo ha convertido en el último de su especie y lo ha forzado a presenciar la muerte de su adorada hija) -, hay momentos épicos – como Waititi no hay nadie en el MCU que traslade la épica de los superhéroes de la viñeta a la pantalla grande; acá las peleas masivas están orquestadas en cámara lenta con Guns N’Roses de fondo, una variación de la genial movida que hizo con Led Zeppelin en Ragnarok y que convirtió a todo el mundo en su fan -… y hay momentos de ridiculez extrema. Verlo a Russell Crowe – super gordo y sobreactuando sideralmente – te hace chillar los dientes, aunque el gag termine dando sus frutos; las espantosas cabras gigantes parecen salidas de los Looney Tunes, y Korg (Waititi en persona) es un narrador tan entretenido como atroz. Cada escena funciona en sus propios términos y, por supuesto, todo esto es mucho mas entretenido y movido que la pretensiosa Doctor Strange en el Multiverso de la Locura… pero una pulida general podría haber dado lugar a algo épico y memorable en vez de un acolchado de retazos que no siempre tiene coherencia interna en cuanto al tono. Christian Bale está genial como Gorr y es imposible no sentir empatía por él y su drama personal. El inglés se relame con el look decrépito del personaje y es de los mejores villanos que ha dado el MCU. Al fin Natalie Portman no se siente como un adorno y puede flexionar sus músculos dramáticos (y físicos! guau, qué tubos…) en una película Marvel a la vez que divertirse como loca como la versión femenina de Thor. Hemsworth cada día está mejor actor, no solo sigue brillando en la comedia sino también cuando le toca ser serio, dramático y romántico. Pero quizás la mayor ganancia le corresponda a Tessa Thompson, la cual la vi sobreactuada en Ragnarok y acá fluye con una naturalidad pasmosa. Es cínica, mujeriega, decidida… su Valkiria es un personaje mucho mas redondo en esta ocasión. Es posible que la estructura del MCU no siempre haga feliz a Waititi – no sabe muy bien qué hacer con la alianza de Thor y los Guardianes de la Galaxia (impuesta por el final de Endgame) así que termina despachando a los mercenarios del espacio a los 20 minutos de iniciada la película – pero, con Thor en soledad y con los aliados de siempre, no tarda en volver a las andadas. Thor: Amor y Trueno es un muy buen espectáculo aunque está plagado de desniveles. Es la furia creativa de Waititi y Hemsworth lo que mantiene viva la película pero el script, en cuanto a tonos según las escenas, bordea lo esquizofrénico. El epílogo tiene un tufo a pisada en falso, no parece integral con el resto de la historia, pero son cinco minutos en un show de dos horas. Desde ya tendrá sus detractores y defensores, pero en ningún momento es un filme que solo va impulsado por la rutina y la inercia. Pero, si uno acepta el aburrimiento propio y el deseo que otro lo entretenga (para bien) durante 120 minutos, bien puede relajarse y disfrutar los disparates que Waititi ha cocinado para nosotros, aunque a veces algunos tengan un sabor mas intenso que otros.