Royale sin cheese. Hace 24 años (por Dios, como pasa el tiempo!) salió Pulp Fiction y revolucionó al planeta. Divertida, popular, iconoclasta y mucho mas inteligente de lo que parecía, Tiempos Violentos presentó a Quentin Tarantino al mundo (antes hizo Reservoir Dogs, pero quedó reservada para críticos, especialistas y, sobre todo, gente de estómago fuerte) e hizo escuela. En las universidades de cine estudian la compleja estructura narrativa de Pulp Fiction, sus idas y vueltas en el tiempo, la manera de entrelazar historias y personajes. Y en los estudios salieron avalanchas de directores a copiarlo, desde Dos Días en el Valle hasta los filmes de Guy Ritchie (como Juegos, Trampas y Dos Armas Humeantes), que es lo mas parecido que hay pero en versión british. Un cuarto de siglo después (y cuando la euforia pasó su cuarto de hora) aparece este clon, que tiene un cast de lujo, un director y guionista genial (autor de los libretos de Alias, Lost, Cloverfield, The Martian, Guerra Mundial Z, productor del Daredevil de Netflix y responsable de esa joyita que es La Cabaña del Terror)… y falla miserablemente el tiro, errándole por una legua al blanco. El drama no sólo pasa por el abrupto cambio de tono sobre el final, sino porque todo es demasiado leeeeento. Las escenas duran una eternidad, y aunque están bien escritas y bien actuadas (y terminan con un bang!), se vuelven soporíferas por lo interminable. Mezcla de Four Rooms y Pulp Fiction, Bad Times at the El Royale se da maña para confluir una serie de historias y personajes interesantes en un solo lugar, un hotel ubicado en la frontera de los estados de California y Nevada (que homenajea al Cal Neva, un hotel de idéntico estilo y ubicado en la misma zona limítrofe, que Frank Sinatra tenía en los años 60). El chiste del hotel es que el límite interestatal parte a las instalaciones en dos, y queda remarcado con una raya roja pintada en el suelo: podés alquilar habitaciones en California (el ala izquierda), la que son un dólar mas caro por día y el café te lo cobran, o podés quedarte en Nevada donde no hay restricción de alcohol. Ahí llega un cura no muy santo que digamos (Jeff Bridges), una misteriosa morena que resulta ser una cantante de blues en la mala (Cynthia Erivo), un vendedor de aspiradoras que no es lo que parece ser (Jon Hamm), y una hippie malhumorada que trae un secreto en el baúl de su auto (Dakota Johnson). No sólo se registran en el hotel sino que pasan cosas raras, como Hamm sacando toneladas de micrófonos ocultos en su cuarto, un conserje drogadicto, una chica secuestrada por la hippie (quien es su hermana e intenta rescatarla de un culto al estilo de Charles Manson, liderado por Chris Hemsworth), la morena acolchonando las paredes de su cuarto para cantar sin límites… y el cura desarmando el piso del cuarto, buscando lo que parece ser un botín oculto hace 10 años. Encima el hotel tiene un corredor oculto por donde espiar a los cuartos (y filmar a sus ocupantes) a través de sus espejos de fondo falso. Todo esto da para un delicioso licuado tarantinesco, la macana es que la prosa de Goddard no es tan inspirada como la de Quentin y, lo que es peor, Goddard se da maña para arruinar su propia película, con un libreto demasiado indulgente que está enamorado de sus personajes y los deja hablar por horas, llevando al filme al exagerado metraje de 2 horas 20 de duración. El clímax por sí solo dura 40 minutos, y se hace eterno. Si hay algo que Bad Times at the El Royale precisaba desesperadamente era a un tipo como Peter Jackson como libretista, alguien que pueda perfilar a un personaje en 3 líneas e hiciera las escenas mas cortas, chispeantes y eficientes. A la película le sobra fácil una hora por exceso de retórica y, aunque tiene sus momentos placenteros, llega un punto en que uno precisa un lápiz para dibujarse la raya del trasero. Las 2 horas 20 no pasan rápido como ocurre en otros filmes mas entretenidos. Los personajes son fantásticos, y eso es lo que salva al filme. Jeff Bridges se despacha con una perfomance para el Oscar (y eso que el filme no lo merece!), como un ex ladrón de bancos que tiene un tumor en la cabeza y está perdiendo la memoria. La mirada perdida de Bridges cuando no coordina o no recuerda algo te parte el alma, y es una muestra mas del formidable actor que es. Cynthia Erivo tiene una voz prodigiosa y es hermosa, lástima que sus canciones dilatan todo mucho mas de la cuenta. Dakota Johnson no es sexy pero sabe poner cara de mala, y su misión es realmente muy triste. Hasta Lewis Pullman, el conserje del hotel, tiene su momento de brillo. Y los mas flojos son Hamm (demasiado parlanchín, algo que no le va tan bien, precisaban a otro actor tipo Jim Carrey para el rol) y Hemsworth, el cual es blando no por perfomance sino porque el rol no está bien escrito. Se supone que es un dios sexy que irradia carisma, seduce jovencitas en problemas y tiene su culto mansonesco con orgías y robos para divertirse y sobrevivir, pero sus diálogos no son brillantes. Hemsworth hace lo que mejor le sale, que es lucir sexy sin camisa pero le falta villanía y corrupción. Si el filme arranca como una comedia negra tarantinesca – plagada de gore, chistes e historias retorcidas -, en el último acto se vuelve seria y sombría, la resolución se hace eterna y, lo que es peor, poco creíble. Tortura y muerte no va con lo cómico, y queda como un emparche para intentar cerrar todos los cabos, pero lo hace de una manera poco prolija, sin estilo. Bad Times at the El Royale es un filme para pacientes. Muchos la defienden por sus méritos y sus dos primeros actos, pero para mi es demasiado larga y conversada. A los diálogos le falta chispa y brevedad, y al final le falta una solución brillante de último momento, no un deus ex machina de pobre credibilidad. Es en todo caso una intentona de Goddard por imitar a su maestro, lástima que se olvidó de pulir el libreto para hacerlo mas ágil, eficiente… y tarantinesco.
Phil Lord & Christopher Miller: capos totales, creativos de la hostia. Tomaron proyectos intragables – ¿una remake de la serie ochentosa 21 Jump Street? ¿un filme alevosamente comercial destinado a vender ladrillos Lego? – y los convirtieron en formidables comedias, plenas de originalidad. Aquí Lord & Rodney Rothman (con Miller susurrándole ideas al oído ya que Lord & Miller estaban trabajando al mismo tiempo como directores para Lucasfilms y no podían hacerse cargo de esta película) han tomado al héroe mas amado de Marvel y lo han resucitado, no en una , sino en siete iteraciones distintas, dando a luz no sólo la mejor película sobre Spiderman que existe (y eso que tenemos a la última de Tom Holland y la venerada Spiderman 2 como máximos baluartes de la franquicia… hasta este momento) sino llevándose un merecidísimo Oscar en el camino. Tomá, esto es para Kathleen Kennedy que lo mira por TV. Si hubieras tirado al tacho todo tu conservadurismo y les hubieras dejado las manos libres a estos tipos, no solo Solo: A Star Wars Story hubiera sido un exitazo sino que ahora no tendrías a toda la franquicia Star Wars corriendo serio peligro de extinción. Esta es una película para amantes del Hombre Araña, y para amantes de los comics en general. A Lord, Rothman & Co le bastan cinco minutos para ponerse el público en el bolsillo – con un “uno, dos, gancho emocional a la quijada” al estilo del inicio de Guardianes de la Galaxia – donde te manda un largo y sentido homenaje a todas las iteraciones previas del personaje – desde los filmes de Sam Raimi hasta la serie animada de los años 60 -, te muestra al héroe en acción haciendo sus chistes habituales… y muriendo asesinado a manos de Kingpin. ¡Ups, diablos! ¿Y ahora, qué hacemos?. Pero este no es un filme sobre Peter Parker sino sobre Miles Morales, la versión afroamericana de Spiderman que Marvel lanzo en el 2011. Claro, es un acto intachable de corrección política y de diversificación racial de los personajes de la editorial en sintonía con los tiempos que corrían en ese momento – Obama presidente, qué cambio cultural para una conservadora y ultra racista norteamérica -, pero a los fans de la historieta no les gustó ni medio y se los quisieron comer crudos. Marvel atinó a reubicarlo en su multiverso como un Spiderman alternativo que vivía en una dimensión paralela similar a la nuestra y que reemplazaba al Peter Parker / Hombre Araña de su universo. Después con las series de Ultimate Spider-Man y Ultimate Marvel terminaron creando otros universos paralelos con otras versiones mas bizarras del Hombre Araña, unas cuantas de las cuales aparecen aquí. El cómo desembarcan en la Nueva York alternativa de Miles Morales no es un misterio: Wilson Fisk – el Kingpin del comic, devenido aquí en un potentado que financia experimentos científicos al estilo de Norman Osborn y Oscorp en el comic tradicional – ha perdido a su familia en un accidente automovilístico y desea recuperarla a toda costa. Para ello le ha encargado a la doctora Olivia Octavius la construcción de un acelerador de partículas para poder viajar en el tiempo e impedir la muerte de su esposa e hijo (o, al menos, traerlos en el tiempo a este presente antes del accidente). Pero el acelerador de partículas termina creando portales a universos paralelos, donde existen otras versiones de su familia – y a las cuales puede traer a su mundo para compensar su soledad y dolor -. El efecto indeseado es que en todos esos mundos existen otros Hombres Araña – un Peter B. Parker vago y depresivo, lanzado al abandono después de divorciarse de Mary Jane Watson; una Spider-Woman que resulta ser Gwen Stacy con superpoderes y dedicada a combatir el crimen luego de que asesinaran a su mejor amigo (el Peter Parker de su universo!); un Spiderman noir, como una especie de detective privado de las policiales en blanco y negro de los años 30, también devenido en vigilante; una versión mecha (y futurista) de Spiderman construida por una chica japonesa adoptada por la tía May; y por último la versión badass de Porky Pig (y que habla igual, aunque sea un personaje de la Warner – incluso hay un chiste sobre la legalidad de esto -), que es en realidad una araña mordida por un chancho radiactivo (WTF??!!!) – que caen acá, y que todos odian al Kingpin, sea de cualquiera de sus mundos. El equipo no sólo debe impedir que Fisk haga funcionar de manera definitiva el aparato – que va a destruir la continuidad (y por ende, la existencia) de sus mundos al absorber personas de otras dimensiones y ponerlas en éste – sino que deben entrenar al novato Miles Morales, el cual hace dos días fue mordido por una araña radiactiva que proviene de los laboratorios secretos que posee Fisk en las afueras de Nueva York. Lo que sigue es una ensalada de parodia del género y humor delirante no a costa del personaje, sino con el personaje. Morales no solo es mucho mas chico y “verde” que el Peter Parker original de las historietas (debe tener trece o catorce años) que tiene una familia numerosa en vez del micronúcleo parental que tenía Parker con su tía May. Esto le da mucho mas estabilidad emocional y orientación moral, especialmente porque su padre es policía y su madre (latina) es particularmente protectora. Y sí, hay un tío que espicha pero en este caso es un criminal que trabaja para Fisk y que prefiere redimirse a costa de su vida. Uno de los detalles mas fascinantes de Spider-Man: Un Nuevo Universo es que es un universo plagado de meta-referencias. Hay revistas del Hombre Araña (que en recrean números reales de revistas Marvel) que en realidad actúan como crónicas de las aventuras reales del superhéroe de ese universo, e incluso Morales aprende a manejar sus poderes leyendo el comic de origen de Spider-Man. Y cuando quiere empezar a actuar como héroe, qué mejor que comprarse un disfraz de Hombre Araña en la tienda de Stan Lee (!!). Como le dice Peter B. Parker “está mal vestirse con tu propio merchandising”. Pero si Spider-Man: Un Nuevo Universo amenaza con ser una comedia pura de punta a punta, te sorprenderán los momentos emocionales que han intercalado Lord & Co y que demuestran su maestría como narradores. La relación de Morales con su tío es profundamente afectiva y te shockea descubrir que anda envuelto en negocios turbios. Hay una tía May (del Peter Parker de este universo, que acaban de matar) que no sólo sabe de la identidad secreta de su sobrino sino que posee una Spider-Cueva y que termina actuando como un Q (de los filmes de James Bond), proveyéndole gadgets de todo tipo al novato Morales. Y el propio Miles está preso de un dilema porque no quiere asumir la responsabilidad que implica semejante poder… pero su héroe interno termina por florecer en el momento mas emotivo de todo el filme. Si la historia es genial, la animación le va en saga. Es como un comic de papel hecho con técnicas 3D… pero en movimiento. Incluso tiene unas cuantas particularidades fruto de decisiones artísticas realmente heterodoxas: no siempre el movimiento de los personajes es fluido (y parece un videogame) y a veces los fondos tienen un blur rojo y azul que te hace pensar que estás viendo un filme 3D sin las gafas. Posee profundidad y extremo realismo, pero aparte es una bomba cromática que explota en el momento menos pensado y que termina por sorprenderte constantemente. No es un filme superpulido e hiperrealista a lo Pixar, sino que es una cinta con carácter visual propio… y formidable. Spider-Man: Un Nuevo Universo es una película recomendadísima. Es como una versión Apta Todo Publico de Deadpool, con ese humor plagado de meta referencias al género y a la cultura pop, pero también emotiva, profundamente emocional en sus minutos finales, y una obra maestra que explota lo mejor de un personaje amado por millones, resaltando a la perfección las características por las cuales e lo veneramos. Sea la versión que sea, Spiderman es uno mas como nosotros y él decide salir a combatir al mal simplemente porque todos llevamos un héroe dentro nuestro que debemos descubrir. (PD: por si nadie lo notó, al principio Miles Morales están dibujando en su escritorio… frente a un poster de lo que claramente es Superman ya que tiene botas rojas y capa)
World Building: el recurso narrativo por el cual el escritor crea un universo diferente al actual – con su propio set de reglas – y que utiliza como escenario para desarrollar un conjunto de historias. Si hay un género que ha hecho uso y abuso del World Building, sin lugar a dudas es la ciencia ficción – el otro sería la fantasía -, ya que juega con realidades alternativas. En algunos casos es simple (un mundo futuro donde los robots conviven con los humanos) y, en otros (mucho mas ambiciosos) el escenario es tan radicalmente diferente al actual que precisa un narrador de gran calidad y estilo como para que sepa vender semejante disparate al lector / espectador. El caso ejemplar por excelencia es Duna de Frank Herbert, cuya versión cinematográfica (by David Lynch) falló miserablemente al vomitar toneladas de reglas incoherentes al espectador en cuestión de minutos (religiones alternativas, una droga alienígena que expande la mente, razas en guerra por el dominio de la droga, profecías sobre la aparición de dioses cambiando el equilibrio del universo, etc) y generando por antipatía una distancia infranqueable con el público, poniéndoselo en su contra aún cuando el resto de la historia tuviera elementos mucho mas entendibles. Jackson, Walsh y Boyens han hecho maravillas con las dos trilogías basadas en las historias de la Tierra Media de J.R.R. Tolkien, destilando simpleza y economía en un relato muy extenso y sofisticado… pero pareciera que hubieran perdido el buen tino, y ya no saben sintonizar con el público o tamizar los defectos de la historia a adaptar. Acá se han tirado de cabeza con una historia enorme (que tampoco es un clásico de la literatura sino una serie de novelas para Jóvenes Adultos) y se les termina escapando de las manos simplemente porque hay demasiado y no hay suficiente tiempo como para explicarlo sin caer en ridiculeces o que al espectador se le ocurran preguntas de respuesta infranqueable y reñida con la mas mínima lógica. El problema es que Philip Reeve no es Tolkien (ni tiene su altura ni su belleza narrativa) y, por lo tanto, era necesario filtrar elementos (o alterar el orden de cómo se presentan las cosas) para que la gente vaya asimilando lentamente el universo disparatado que pretenden que compremos. Entonces lo que queda es un relato con estupideces precoces (poner como reliquias de la antigua civilizacion a dos figuras de los Minions!), un universo steampunk difícil de tragar (masivas ciudades móviles que utilizan… ¿qué cacso de fuente de energía?; ¿acero??), cosas que aparecen de la nada y no se calienta nadie en explicar (hombres resucitados y convertidos en robots humanoides) y toneladas de datos históricos inventados y dichos al pasar que lo único que hacen son generar mas y mas interrogantes en el público. Mortal Engines no es tan intragable e insufrible como la Duna de Lynch porque las aventuras que sufren los protagonistas se pueden seguir y hasta son previsibles, pero el World Building apesta y pierde toneladas de piezas por el camino. El formato ideal para esto era el de miniserie, pero dudo de que Reeve como autor tenga el mismo porte (y cantidad de adeptos) que Frank Herbert. Esto es Mad Max con hiper esteroides. En vez de coches peleando en una carretera post apocalíptica, tenemos masivas ciudades rodantes (!!!) (que alguien me explique la física de esto: los alemanes en la Segunda Guerra Mundial no podían mover un hiper tanque de 160 toneladas como el Landkreuzer y acá manejan moles de miles de toneladas de peso – y con miles de personas en su interior -, pisteando como si fueran muscle cars sin desarmarse en el intento) que se chocan entre sí y en donde las mayores depredan (capturan) a las mas pequeñas y las desguasan para usarlas como recursos. La estupidez con esto es que teóricamente asimilan a los habitantes de las ciudades capturadas, o sea que la Londres móvil que dirige Hugo Weaving se vuelve cada vez mas masiva aunque estén llorando de que estén cortos de suministros. Es mas lógico, como ocurre en otra parte del film, decir que los tipos capturados vayan a ser convertidos en salchichas (el Soylent Green está hecho con gente!) para alimentar a los londinenses en vez de tener una estúpida comunidad cosmopolita donde puede haber una guerra civil en cualquier momento ya que debe haber un montón de prisioneros que desean vengarse de la fuerza colonizadora. En fin, como sea, lo cierto es que todo esto transcurre 1.000 años en el futuro, que la tecnología ha evolucionado y retrocedido a la vez (no hay televisión pero sí naves voladoras), y que Londres anda depredando ciudades pequeñas por toda Europa mientras planea activar una antigua arma de destrucción masiva para apoderarse de un reducto rico en recursos pero fuertemente armado, situado en la zona de China. En el medio hay una chica que quiere vengarse de Weaving porque mató a su madre, un co-protagonista que está de adorno y tiene cero química con la heroína (Robert Sheehan, un terrible error de casting), una china y su séquito (en onda Matrix) que está contra la ciudades depredadoras (y hacen causa común con la heroína), y una heredera que empieza a ver los sucios manejos de su padre y se decepciona hasta el punto de la rebelión. Pero como si toda esta sanata no fuera suficiente delirio, el relato tira a un robot humanoide que una vez fue un humano, y que crió a la heroína cuando quedó huerfana y – como rompió la promesa que le hizo, de transformarse ella misma en robot y acompañarlo por toda la eternidad – entra en modo Terminator a full, aniquilando todo lo que se interpone a su paso y desactivándose de la manera mas estúpida después de liquidar a medio cast. Oh, sí, es ridículo y gratuito; si al menos hubiera cambiado de bando, entendiendo las razones de la heroína, quizás su presencia fuera justificada; pero… El drama acá es que los libretistas respetan demasiado al autor como si lo suyo fuera la Biblia; gracias a esto hay unos cuantos malos diálogos, poses hechas, golpes de efecto gratuitos y bastante épica hueca. No hay manera de congraciarse con Hester Shaw y no es un problema de la actriz Hera Hilmar sino que el papel está mal escrito. Hugo Weaving destila maldad y complejidad (lo suyo es una causa trágica si se lo ve de cerca) y hay un grupo de veteranos (Patrick Malahide, Colin Salmon, Stephen Lang como el mamotreto mecánico) que condimentan las cosas con perfomances de altura, pero casi todo el cast joven (a excepcion de Hilmar) tiene el nivel actoral de una telenovela. Mortal Engines es un fallido experimento steampunk donde el esplendor visual no logra camuflar detalles estúpidos del relato. No es una historia que me interesaría ver convertida en franquicia. Uno rechina los dientes con una cuantas ocurrencias del libreto / la historia, y eso es por impericia de los guionistas, porque cualquier relato – por mas delirante que sea – puede ser vendido si se encuentra el enfoque adecuado. Acá solo tenemos velocidad y ritmo a costa de credibilidad, y una historia tan episódica que pierde profundidad y fluidez. El odio de Hester Shaw queda disuelto en el maremagnum de los efectos especiales y en una troupe de malos actores jóvenes con poses cool, lo cual desmadra las buenas intenciones de la historia.
La edad realza a los buenos vinos y eso es lo que pasa con Clint Eastwood. El tipo araña los 90 y, en lugar de jubilarse, se ha convertido en una máquina de generar un filme tras otro en los últimos años, los cuales solo sirven para reafirmar su calidad como director. Como le pasa a Spielberg, a Eastwood le apremia el tiempo y desea dejar un legado, y ahora es el turno de presentar La Mula, un relato intimista en donde, además, se da el lujo de regresar a la actuación. Sí, es chocante ver a un tipo tan alto y vital como era Eastwood estar arrugado como una pasa, encorvado y hasta petiso, pero los ojos y la sonrisa conservan la chispa intacta. Acá lo suyo pasa por el carisma – de lo contrario el personaje sería solo un viejo cascarrabias -, componiendo un anciano de humor tan cándido como ácido y decadente, el cual decide aceptar una propuesta indecente de alguien relacionado con un cartel mexicano. El Earl Stone de Eastwood es un individuo desilusionado, enamorado de su trabajo – cultivar lirios y ganar premios en concursos especializados – a tal punto que ha dejado la familia de lado… y ahora los tiempos modernos le han pasado factura, llevándolo a la quiebra y dejándolo en una posición desesperante. Como Earl es un conductor experimentado – ha recorrido 41 de los 50 estados de la Unión sin siquiera una multa en las últimas décadas – y posee una camioneta decadente, es el individuo adecuado para pasar desapercibido en los controles fronterizos, yendo y viniendo de México con bolsos cada vez mas voluminosos y desbordantes de droga. El dinero comienza a fluir y, cuando Earl satisface sus necesidades primarias – recuperar su negocio, arreglar el club de veteranos donde va todas las semanas, financiar la carrera de su nieta -, empieza a gastar en sandeces que comienzan a llamar la atención. Ciertamente es un Eastwood domado, actuando su edad y sin la poderosa personalidad que lo caracteriza. Es un anciano simpático que se compra a todos los que lo rodean, y algo similar ocurre con la peligrosa pandilla para la que trabaja, la que lo veneran como si fuera su abuelo y hasta se preocupan mutuamente por el bienestar de sus respectivas familias. El Earl Stone de Eastwood es una especie de Forrest Gump perdido en el mundo del narcotráfico, cuya inocencia y ángel le hacen ganar vínculos con todo el mundo, cierto pase libre de tolerancia y hasta de simpatía, e incluso la admiración del jefe del cartel (Andy García), quien decide conocerlo en persona y felicitarlo por tratarse la “mula” perfecta – un individuo anónimo e inofensivo, incapaz de despertar sospechas de algún tipo -. Pero el alejamiento de la familia tiene un costo, las desgracias golpean la puerta y, para colmo, hay una revolución interna en el cartel, con otro jefe y reglas mucho mas duras. Es como si la burbuja en donde estaba viviendo se hubiera pinchado y Stone / Eastwood tuviera que enfrentar la auténtica realidad del entorno donde se maneja – en donde la crueldad, la muerte y la violencia están a la orden del día -. Para colmo un agente de la DEA (Bradley Cooper, el cual no puede ocultar la enorme simpatía que le despierta Eastwood en el set) está tras sus pasos, y parece inevitable que atrape al misterioso emisario que anda en una lujosa camioneta negra y que ya ha pasado mas de una tonelada de droga en doce viajes impunes a través de la frontera. The Mule puede que no sea la mejor película de Eastwood, pero es una de las mas descontracturadas y emotivas. La Leyenda no solo actúa sino también dirige y con qué clase. Es una anécdota pequeña – de un hombre que a la vejez reconoce sus errores y el tiempo perdido, pretende arreglarlo con dinero y termina aceptando sus errores, su culpa y hasta el castigo que merece, expiando sus pecados en los últimos años de su vida – pero muy bien contada, y con su cuota de placeres culpables y perfomances destacables. Si es el vehículo de despedida de Eastwood (tal como Redford hizo en The Old Man and the Gun), es uno mas que adecuado para una carrera impecable y admirable.
– Empezó a cantar… ¿De dónde salió esa música? ¿Y el reflector? ¿Vieron el reflector? – No lo estás imaginando. Sucede que cuando una princesa está inspirada, aparecen esas cosas. Tiene que estar frente a un lago, un río, un cántaro con agua… – ¿Tiene que estar frente a agua? – ¡Agua importante!. (PD: con todas las marcas internacionales que el filme menciona, es alevosa la omisión a Netflix. Claro, como Disney Streaming va a ser la competencia…) Ralph el Demoledor era una película deliciosa y emotiva; en cambio la secuela tiene menos de substancia y mas de parodia. La historia de Ralph Rompe Internet (o el espantoso título local WiFi Ralph) es sorprendente breve (Ralph y Vanellope deben ir a Internet y comprar en Ebay un volante para el viejo arcade Sugar Rush donde corre la chica, para ello deben ganar dinero y Vanellope termina enamorándose del mundo digital), y es solo una excusa para que los guionistas se despachen con una enorme y delirante parodia sobre Internet, ya sea concibiéndola como una metrópolis interminable (con algunas ideas tomadas de The Emoji Movie), explorando el lado oscuro como si fueran barrios bajos plagados de criminales, viendo al spam y los popups como estafadores callejeros, mostrando a la barra de búsqueda como un charlatán que quiere adivinar lo que quieres decir apenas escuchando la primera letra, exhibiendo los barrios abandonados de Internet como lugares donde yacen sitios y aplicaciones extintas como Geocities o Netscape, y ganando dinero mediante videos de gatitos u otras cosas adorables con miles de usuarios dejándole corazones. La creatividad es enorme y llega a un punto de volverse un delirio de meta ficción con los personajes visitando el sitio de Disney.com, siendo perseguidos por los guardias de seguridad (stormtroopers!), pleno de aplicaciones inútiles como “Pregúntele lo que quiera a Groot” (de Guardianes de la Galaxia; y todos sabemos qué es lo único que dice); y el delirante encuentro de Vanellope con las princesas Disney que es una de las mejores cosas de la película. La trama no es tan elaborada como los detalles y, al final, el filme termina por encontrar el sentimiento que estaba perdido entre tanta parodia y termina por emocionar sobre los minutos finales. Si Ralph el Demoledor era una oda a la nostalgia de la cultura de los videojuegos de los años 80, Ralph Rompe Internet es una sátira sobre la cultura on line, imaginado como un mundo electrónico mucho mas rico que lo que intentaron hacer los autores de Tron Legacy. Los mensajeros electrónicos de Ebay, los trenes con emails, los lugares oscuros donde se pueden conseguir virus destructivos… la parodia da lugar al delirio sobre el final, especialmente cuando una masa enorme de clones de Ralph (parecida a la horda de zombies de Guerra Mundial Z) pone en peligro a la misma Internet y se convierte en un impresionante monstruo al estilo de King Kong, raptando a Vanellope y sentándose en la punta del edificio mas alto (que es el de Google!, vaya chupada de medias). Recién ahí el filme retoma un poco del sabor emocional del original, diciendo que la amistad no implica compartir sueños y que la distancia no diluye el amor de verdad. Si la amas, déjala libre. Pero es una nota incómoda, triste, aunque se trate del destino ideal para nuestros protagonistas. En sí, el filme es muy gracioso y las perfomances son geniales. Es un chiste tras otro, sobre todo al momento de pisar Internet. Pero hay mas estilo que substancia y aunque los homenajes y las sorpresas tengan mucho de autobombo, el licuado resultante es un producto fascinante. ¿En qué otro filme podemos ver a Iron Man, los stormtroopers, un cameo digital de Stan Lee, y C-3PO hablando con las princesas Disney (que de hecho, son lo mejor del filme)?. Como producto pasatista, Ralph Rompe Internet es mas que sólida pero la primera estaba escrita con mas corazón. Acá todo es pura diversión pero hay poco valor remanente, y de acá a unos años es posible que se vea desfasada por estar inundada de referencias pop de este momento… un detalle que le daba mayor perdurabilidad al filme original.
No soy enemigo de la saga de los Transformers, a pesar de que la mayoría de la crítica la detesta. Los primeros tres filmes fueron una orgía de destrucción sin precedentes en la historia del cine con secuencias que te dejaban la boca abierta y que mas de uno copió (desde Los Vengadores hasta San Andreas). La historia era un pastiche pero eso era lo de menos – por eso a algunas le pusimos 5 atómicos, no porque fueran buenas sino porque eran tan magníficamente prepotentes y ridículas que era imposible no divertirse con ellas -. Después la ambición llevó a resucitar la franquicia con el tipo mas aburrido e inoperante del planeta (Mark Wahlberg) y todo se vino abajo. Aburrida, detestable, rebuscada, ridícula, la última película era una cosa intragable (a los quince minutos la corté en seco y la saqué del reproductor de DVD) hasta el punto que los mas fanáticos de la franquicia terminaron por soltarle la mano. Y cuando la saga parecía muerta. Michael Bay – que no tiene un pelo de tonto – decidió dar un paso al costado y hacer la gran Tom Cruise, llamando a un tipo del mundo de la animación (Travis Knight, de la excelente Kubo y la Búsqueda del Samurai) para darle el mando e inyectarle una bocanada de aire fresco a la serie. El resultado es, por lejos, la mejor película de toda la franquicia, no porque destruya cosas de manera creativa sino porque tiene onda, historia sólida y un corazón enorme. Es un viaje en el tiempo a nuestra infancia y a la época donde se filmó el mejor cine: los dorados años 80. Los años 80 son los nuevos años 50 en la nostalgia millennial de los norteamericanos. Ya sea por la música, los filmes, los últimos (y peligrosos) estertores de la Guerra Fría, la inocencia aún no perdida de una juventud en ciernes y la frescura de la originalidad artística – no la cultura de la superficialidad, remakes y reciclamientos eternos de historias, el cinismo y el aislamiento social que prolifera en los tiempos actuales -. Es la era de oro de las comedias adolescentes de John Hughes pero también el momento de esplendor de Steven Spielberg, experto en fantasías infantiles y permanente Peter Pan del cine. Bumblebee tiene mucho de filme spielberiano – de esos barrios suburbanos idílicos habitados por adolescentes aventureros – pero mucho también de Hughes – de chicos con el corazón destrozado por una dolorosa pérdida, de comunicación cortada entre padres e hijos, de esa urgencia no satisfecha de sanar cicatrices emocionales -, cosa que Knight combina a la perfección. No es difícil reemplazar al gigantesco, torpe y tierno robot amarillo por E.T. el extraterrestre, el Gigante de Hierro, Número 5, el alienígena amable de Starman y hasta el horrible engendro de Mi Amigo Mac. Los adolescentes quebrados por una profunda pena merecen grandes amigos y mejor si son inusuales. Y si en la era Bay todo era destrucción creativa y banalidad dramática, acá tenemos una historia de amistad profunda y emotiva. El robot amarillo es un ladrón de escenas constante, ya que es manso como un cachorro o feroz como un samurai desquiciado, y su mal entendimiento de las órdenes que le da su compañera humana da lugar a las secuencias mas graciosas de la película. Pero es Hailee Steinfeld el corazón del filme: es una adolescente con actitud, una que no ha podido resolver el duelo por la muerte de su padre, que tiene un padrastro al cual considera un impostor (aunque sea un buen tipo), que no se entiende con su madre (sobre todo, por la velocidad con que ha recompuesto su vida), y que tiene un empleo de porquería en un parque de diversiones en donde las malcriadas de la escuela van a basurearla. Fierrera de alma – con su padre arreglaban autos juntos -, desea un coche a toda costa (ese ideal norteamericano de que el auto significa libertad e independencia) y termina encontrándolo sin querer en el desarmadero de su tío. Lo que no sabe es que ese vetusto VW Escarabajo amarillo que ha trasteado es la versión alienígena de Herbie, miembro de una raza de robots vivientes que pelea por la supervivencia de su planeta contra una facción sanguinaria conocida como los Decepticons y que ahora, seriamente dañado, ha llegado huyendo hasta la Tierra, embarcado en una hibernación de urgencia mientras comienza un lento proceso de autorreparación… hasta que la Steinfeld lo encuentra. Todo lo que sigue es sumamente previsible, pero no por eso deja de ser delicioso y hasta emocionante. Porque Bumblebee se basa en personajes y en drama humano mas que en destrucción masiva. El robot malherido es la figura paternal que la adolescente precisaba, y su sentimiento de compasión y protección es la medicina que su corazón clamaba a gritos en este momento. Todo esto no sólo funciona porque la Steinfeld es una actriz de la hostia que desborda carisma y se hace con el personaje hasta el punto de que uno termina por adorarla, sino porque Knight matiza todo con una formidable dosis de nostalgia, comenzando por la exquisita banda sonora ochentosa que tiene desde A-ha hasta el himno Don’t You Forget About Me de Simple Minds (de The Breakfast Club, filme que Bumblebee adora), y siguiendo por la puesta en escena, la moda, los autos, la estética. Pero Steinfeld es la pieza mas importante de toda esta maquinaria, y el 80% del filme está dedicado a ella y a su relación con el robot amarillo, una decisión herética considerando los antecedentes de Michael Bay. Pero curiosamente eso es lo que la saga precisaba, y es el as ganador de Bumblebee, porque estos personajes importan y se ven reales, auténticos y uno puja por ellos. Knight no escatima la masacre y la destrucción masiva, pero acá todo está reducido a tres robots (uno bueno y dos malos), y hay un tufillo a duelo western (tipo A la Hora Señalada) flotando en el ambiente, en donde el héroe deberá enfrentarse en soledad a los pistoleros que han venido – desde millones de kilómetros – a matarlo. Bumblebee es una magnífica precuela de la franquicia de Michael Bay, pero odiaría que todo esto terminara en una sola entrega. La Steinfeld es tan formidable que uno clama por su regreso, aún cuando eso se lleve de los pelos con la lógica de su drama personal (que queda superado al final del filme). Por la excelsa química entre una magnifica actriz joven y un ser inexistente hecho en CGI (y que la chica debe imaginar, mérito aún mayor para su perfomance) que destila humanidad y cariño (y es donde se ve la mano de Knight, que viene del mundo de la animación), Bumblebee es una película formidable, un espectáculo familiar super recomendable y un soft reset fresco y ambicioso de la franquicia, en donde menos es mas y el resultado queda a la vista.
The Quake es la secuela de The Wave, esa película noruega que la rompió en el 2015 y que demostró que foráneos pueden hacer mejor cine catástrofe que los propios norteamericanos, padres del género. Ciertamente se corre un riesgo al hacer una secuela – de que el protagonista sea una especie de superhéroe (o individuo maldito), ubicado siempre en el ojo de la tormenta y dispuesto a salvar a medio mundo cuando la ocasión lo requiera -, pero los productores de la saga saben de esto mas que nosotros y han restringido las cosas a un escenario realista. El geólogo Kristian Eikjord (Kristoffer Joner, que hace poco tuvo un papelito en Misión Imposible: Fallout y que puede seguir el camino de Noomi Rapace y Michael Nyqvist en Hollywood) tuvo su momento de gloria hace un par de años cuando apareció en todos los medios como el héroe de la tragedia del tsunami del fiordo de Geiranger… pero ahora el peso de las victimas (cuantiosas, pero en una cifra mucho menor a la que hubiera llegado si él no hubiera puesto a la gente sobre aviso) le carcome el alma e incluso ha devorado a su familia. Solo, obsesivo, al borde de la locura – con una pared tapizada con las fotos de las victimas, recortes de diario e informes geológicos -, está decidido a que la tragedia no se repita nunca más. Pero ello lo ha convertido en un paria cuyos hijos ven con recelo. Ciertamente todo indica que Joner va en camino directo a volarse los sesos tarde o temprano, hasta que un antiguo colega le manda un informe alarmante para obtener una segunda opinión especializada: algo se cocina bajo de Oslo y promete ser un terremoto apocalíptico. No se precisa llegar al 10 de la escala Richter, ya con 6 o 7 puntos puede provocar un desastre escalofriante. Lo que ocurre es que la estructura basal donde se asienta Oslo es frágil, plagada de túneles, ríos subterráneos, arcilla y otros materiales de gran fragilidad. Lo peor es que su amigo ha perecido precisamente al derrumbarse el túnel donde estaba haciendo sus estudios y, cuando Joner se va a Oslo y habla con las autoridades, lo ven como un paranoico no recuperado de la tragedia del tsunami. Juntando fuerzas con la hija de su fallecido amigo, encontrará mas reportes y pruebas que demuestran que la catástrofe es inminente. Como en el filme anterior, el componente humano es el que importa. Este es un drama donde la catástrofe solo produce un efecto catártico, sacando a luz los sentimientos que estaban escondidos. Joner es débil y padece de pánico, y su esposa vive en Oslo (qué casualidad) y lleva ella sola la familia como puede. Los hijos ven al padre como un marciano, un tipo encerrado en sus propias ideas – y es que el personaje de Joner así lo dice en un momento: en esta profesión vivís para salvar vidas…. aunque tengas que sacrificar tu vida familiar en ello – y distante. Y cuando el desastre estalla, al tipo le dejan de temblar las manos. Ya no hay ansiedad porque, lo peor que estaba esperando que ocurriera, acaba de pasar. Si hay un detalle distrayente, es que Oslo prácticamente carece de rascacielos – apenas hay un puñado en el centro de la ciudad y el resto es una comunidad antigua como los barrios viejos de Londres o de ciudades de Holanda, con casas de tres pisos coloridas pero clonadas por toda la urbe -, así que olvídense de ver una orgía de destrucción a lo 2012. El director John Andres Andersen (que reemplaza a Roar Uthaug, quien se fue a probar suerte a Hollywood con la última de Tomb Raider) toma nota de Michael Bay y de varias de sus películas de Transformers, y pone a los (pocos) rascacielos volcando y apoyándose entre sí, o mordiendo pedazos de otros edificios en la caída. Así es como se arma un tenso climax con Joner, la hija del geólogo muerto y su propia hija colgando de un pedazo de edificio doblado y pendiente en el aire gracias a un par de frágiles vigas dobladas, una secuencia que te pone los pelos de punta. PortalColectivo, tu guia de colectivos urbanos en internet: recorrido de lineas de Capital Federal, Gran Buenos Aires y principales ciudades del interior de Argentina Skjelvet no es tan pulida como The Wave. En la película previa, el personaje de Joner destilaba conocimiento técnico, acá a las perdidas aparece alguno de esos datos que te indican la sabiduría del personaje y le permiten enseñar un poco de geología a la audiencia. El centro para desastres de Noruega está lleno de palurdos, así que tenemos – como en muchas películas norteamericanas de cine catástrofe – a la burocracia como villano del filme (incluso cuando revienta todo, ni se molestan en avisar a nadie sino que salen huyendo cobardemente a buscar refugio). Los momentos familiares están ok, pero es cuando la tragedia estalla cuando el filme despliega toda su fuerza. Normalmente sería un sólido 3 atómicos pero esa secuencia final en el restaurant ubicado en el penthouse del rascacielos partido le agrega puntos, además de contar con un final que redime al protagonista… un plus humano que la califica de diferente aún cuando no sea un filme tan parejo como su antecesor.
Wow… Wow! Re Wow! En mi vida nunca vi nada parecido a lo que logra James Wan con Aquaman. No hay otra película de superhéroes que se le acerque los talones en cuanto a despliegue masivo, y eso que está todo el Universo Cinemático Marvel para poner en la balanza. Eso no significa que Aquaman sea el mejor filme del género porque no lo es, porque tiene su cuota de pifias menores pero, en cuanto espectáculo y delirio visual, no se asemeja a nada que hayas visto antes en tu vida. Al menos en su rubro, porque si hay alguna manera de definir a Aquaman sería Flash Gordon encuentra a El Señor de los Anillos. Imaginen batallas masivas con miles de criaturas gigantescas, naves disparando rayos lasers, un monstruo submarino monumental, decenas de razas diferentes de atlantes luchando entre sí y, en el medio, Jason Momoa. Si el hawaiano buscaba el momento para el superestrellato, éste es el adecuado. El tipo no solo es enorme, carismático, simpático y un total badass, sino que tiene una presencia en pantalla que comanda la escena. En el clímax, en donde podía haber sido devorado por los efectos especiales, el tipo sale adelante y es fácil seguirlo y cinchar por él. Después de todo ha tomado al personaje mas insulso del mundo del comic – objeto de burlas durante decenas de años debido a lo limitado de sus poderes – y lo ha convertido en un Superman acuático que rebosa de actitud. Y lo que es mejor, el tipo disfruta con el rol, cosa que otros estreñidos del DCEU – léase Affleck & Cavill – jamás lo han hecho. Es un tipo con actitud Marvel (tiene mucho del caradurismo de Chris Pratt) en medio de una versión submarina de Star Wars. Y es esa actitud descontracturada lo que el universo cinemático DC está clamando a gritos desde hace rato. Aquaman es un poco larga, sobre todo cuando los héroes deben hacer de improvisados Indiana Jones y deben revolver ruinas escondidas en el Sahara en busca del tridente del rey Atlan, fuente inagotable de poder y única manera de reclamar el reino sobre los siete mares, algo que el medio hermano de Aquaman – el rey Orm (Patrick Wilson) – está a punto de llevarse por delante ya que está forjando una alianza entre los 7 reinos submarinos – remanentes de la Atlántida original – para atacar al mundo de la superficie. Harto de que masacren ballenas, tiren bidones con desperdicios atómicos y vacíen la basura de las ciudades en el mar, Orm planea un genocidio y el único capaz de detenerlo es Arthur Curry, el hijo de una reina atlante (Nicole Kidman) y un farero (Temuera Morrison), que representa lo mejor de ambos mundos y tiene linaje real. A él acude Mera (Amber Heard, actriz horrible si las hay y que intenta ser una versión badass de Ariel, la Sirenita), hija de uno de los reyes de la alianza (Dolph Lundgreen, ensayando un comeback inesperado pero merecido), que no gusta de Orm ni quiere sentir el sabor de la sangre en su boca. La primera intentona de Arthur para parar a Orm sale mal; la segunda (y su única esperanza) es encontrar el dichoso tridente mágico de oro. Claro que está en el lugar mas inaccesible del planeta y custodiado por un bicho gigantesco que no duda en devorar a todos los infractores que osan intentar apoderarse del objeto en cuestión. Visualmente, Aquaman es un orgasmo. Desde el traje hecho con medusas fluorescentes de Mera hasta el diseño de los reinos (al fin DC / Warner se pusieron las pilas y contrataron a la ILM para tener efectos especiales decentes), todo es de una riqueza visual que me hace acordar a los reinos de la Tierra Media, en especial el de los Elfos de la trilogía de Peter Jackson. Todo tiene un detalle glorioso y no parece terminar nunca, siendo una secuencia innovadora tras otra. A esto se suman las escenas de acción, las cuales impresionan. Sea Momoa y Heard combatiendo esbirros atlantes en un pueblito italiano al que terminan por demoler, la temible incursión a la fosa donde son perseguidos por miles de criaturas mutantes mientras portan una bengala para protegerse (porque los bichos no toleran la luz) o la batalla final en el reino de Salmuera, con el rey portando voz de enano (es John Rhys-Davies!), donde la masividad del combate es algo nunca visto en el cine (y eso que uno ha visto la Batalla del Abismo de Helm y las masivas refriegas espaciales de Star Wars), eso sin contar con el teaser donde Momoa solito saca a flote un submarino ruso y pelea a mano limpia contra un escuadrón de piratas, Aquaman es un espectáculo pochoclero con letras mayúsculas, y una fiesta para el aficionado al comic. Desde ya, no todo funciona. Mientras que Momoa está super relajado con el rol, el resto aprieta los dientes para decir sus líneas. Patrick Wilson está ok, pero Willem Dafoe está duro como una estaca, la Kidman otro tanto aunque tiene su oportunidad para patear traseros con estilo, y la peor ofensora de los sentidos es Amber Heard. El por qué está aqui es un misterio, a no ser por su pelea publica con su ex marido Johnny Depp (y su fugaz noviazgo con Elon Musk), está chica no ha probado tener talento para nada salvo para aparecer en los titulares de los tabloides. Cuando en el final Mera se ve obligada a despacharse con un discurso heroico para reconocer los méritos de Aquaman, su entrega de las lineas es tan chata y lamentable qe arruina el momento. Si el DCEU ha logrado tomar al superhéroe mas insípido de la historia y lo ha transformado en un adorable badass, aun hay esperanzas para los personajes de la DC. Sí, Mujer Maravilla es mucho mas solida y memorable, pero Aquaman entrega proezas superheroicas descomunales, humor y aventura al 200%, aún cuando haya lineas y escenas no muy pulidas que digamos. El culpable es James Wan, director supremo si los hay y que ha probado de sobra que hace maravillas con cualquier género que le toque. Y acá ha salvado al universo cinemático de la DC, probando de manera inexorable que cualquier cosa que crezca fuera del circulo de influencia de Zack Snyder es brillante, popular y exitoso.
Hay obras que sobreviven a la impericia de su creador, como es el caso de Familia al Instante. Basada en la experiencia real del director Sean Anders, es una mezcla de momentos inspirados y secuencias totalmente fuera de lugar, como si al Anders autobiográfico se le filtraran chistes desubicados del estilo de las comedias de Will Ferrell o Seth Rogen. Hay personajes abominables, comentarios atroces y humor descolocado que te hacen rechinar los dientes simplemente porque no siguen el flujo natural de la historia. Sí, la aventura de dos cuarentones empeñados en adoptar – y lidiando con los problemas naturales de tener dos criaturas y una adolescente viviendo en su casa de un día para el otro – da margen para la emoción, la observación realista e inteligente y el humor que fluye de manera natural de la situación (relegado a comics relief de lujo como Octavia Spencer y Tig Notaro, por lejos lo mejor del filme). Pero todos los miembros de la familia por el lado de Rose Byrne son atroces, meras construcciones intelectuales de un guionista que quiere hacer comentarios crudos y termina dibujando caricaturas crueles. La misma dupla de Wahlberg & Byrne tienen su cuota de lineas espantosas, pero al menos eso ocurre al principio del filme hasta que la película entra en calor y encuentra su propio equilibrio. Yo soy padre de una nena adoptada; y a mí me cayó del cielo de un día para el otro, justo cuando uno pensaba que – tras años de trámites – el llamado del tribunal no ocurriría nunca. Desde mi posición es imposible no identificarse con la pareja de Wahlberg y Byrne, con el súbito despertar de la necesidad de ser padres y con la lucha diaria para que esos extraños te llamen papá y vos los consideres tus hijos. Por supuesto la evolución de mi situación familiar es mucho mas realista, descarnada y tercermundista que la de la familia de Wahlberg en el filme, los cuales tienen muchas cosas servidas en bandeja y no les cae una tribu de paracaidistas en su casa de un día para el otro, amén que esas comodidades de procedimiento provienen porque el proceso cuesta una fortuna y en Estados Unidos está reservado para pocos (están los abogados, las agencias de adopción, el monitoreo sicológico y los grupos de ayuda, etc). Acá Wahlberg y Byrne son una pareja de empresarios que de pronto se dan cuenta que han perdido su vida trabajando (y haciendo dinero) y que ahora descubren el instinto paternal casi por accidente, ya que la iracunda hermana de la Byrne – que ha gastado una fortuna en tratamientos e inseminaciones – no puede quedar embarazada y es una máquina de acusar y emitir conclusiones astrales estúpidas sobre cómo el destino la ha castigado con la imposibilidad de engendrar un hijo. Claro, es Estados Unidos y uno puede chequear agencias de adopción en línea, lo cual es lo mas parecido a comprar un hijo por Ebay: están sus fotos, sus nombres y sus testimonios, y uno puede seleccionar uno para conocerlo. Mientras que ese aspecto utilitario suena chocante, por el otro lado la organización que funciona tras de eso tiene todos los pies sobre la tierra: el Estado pone a un par de especialistas (la Spencer y Notaro) que se encargan de hacer un curso de ocho semanas para entrenar (y sondear) a los futuros padres. Ya sea desde practicar los cuidados básicos de un niño hasta conocer a varios de ellos y pasar un rato probando si hay química con alguno. Ciertamente es otro aspecto chocante – o se trata de la simplicidad y practicidad del Primer Mundo, donde los individuos pueden obtener lo que quieren probándolo antes, en vez de que te aparezca en tu casa una criatura de un día para otro en el momento menos esperado porque el tribunal aprobó tu carpeta de improviso -, pero en ese festival tipo rifa de huerfanos puedes conocer a alguien con quien te lleves bien y pedir por él para llevarlo a tu casa como una guarda temporal. Muchísimas de las conclusiones del filme son brillantes y acertadas – la enorme cantidad de chicos metidos en la calesita de los hogares sustitutos; la negación de los posibles padres a adoptar un adolescente; el prejuicio de lidiar con conocidos y extraños si los chicos a adoptar son de otra raza distinta a la tuya; la etapa de la luna de miel inicial y luego la guerra para establecer las reglas de convivencia, tender puentes de comunicación y afecto y sanar las heridas de un pasado doloroso y reciente -, pero Anders sigue pifiándola cada tanto, como metiendo con calzador a una rubia ricachona que quiere un muchacho negro altísimo porque quiere imitar a Sandra Bullock en The Blind Side, un detalle ultra estúpido que arruina el excelente clima que había obtenido. Y mientras el filme insiste en dispararse en los pies cada tanto, la historia es tan poderosa que termina por triunfar. Si los parientes de la Byrne son un engendro creado solo para hacer chistes malos, la madre de Wahlberg (Margo Martindale) entra como una torbellino en la vida de su hijo, formando vínculos al instante con los tres chicos y abriéndole los ojos a su primogénito sobre lo que realmente trata el trabajo de ser padres. Y es que los chicos son latinos y vienen de una familia donde nadie sabe quién es el padre, y la madre es drogadicta que se encuentra en prisión. Pasando durante años por hogares sustitutos, no hay razón en la Tierra que los obligue a atarse a alguien. La mayor (Isabela Moner, radiante y natural, una latina con ojos de Anime y una actriz con un enorme futuro por delante) es una quinceañera rebelde que ha actuado de madre sustituta para sus hermanos mas pequeños: el del medio es tímido y torpe y la mas chica es una máquina de hacer berrinches. Y mientras la relación se desarrolla, el grupo de auto ayuda monitoreado por Spencer & Notaro se encarga de asesorar y despabilar a estos individuos que no logran dar pie con bola sobre cómo manejarse con estos extraños y formar un vinculo afectivo. Si sos padre de un niño adoptado verás que hay un montón de cosas de Familia al Instante que te pegan en el pecho de manera fuerte y silenciosa. Lo que antes parecía una obra de caridad en realidad descubre tu necesidad oculta – poderosa, tempestiva, que brota un día y es incontrolable – de ser padre, de amar a un niño y que te abrace con alma y vida, de ver a tu hogar vivo y radiante gracias al griterío de niños felices jugando en él. Es genial el momento en que Wahlberg hace algo fabuloso por el chico del medio y éste empieza a llamarlo “Papá” y la Byrne se le va al humo para ver si puede coneguir que le diga Mamá. O los ritos diarios de compartir el baño, ser el arbitro de las peleas, atreverse o no a darle un beso de despedida a la noche, o salir a trompear a alguien que te dice que tu hijo va a ser un drogadicto porque su madre lo era. Pero si la adopción de dos chicos latinos es una batalla constante a librar de manera diaria, la inclusión de una quinceañera rebelde – que no acata regla alguna, que manipula a la gente, que hace zorrerías a escondidas y a la cual sólo le interesa regresar con su madre biológica aunque sea una causa perdida – desata la tercera guerra mundial simplemente porque es un conflicto al cual el matrimonio protagonista no logra encontrarle la vuelta. Es de nuevo la Martindale la que aplica toda la sabiduría de décadas de experiencia, y quien los guía para cómo comunicarse con la chica. Y cuando la bronca es descargada y cuando la muchacha ve cómo estos dos torpes se preocupan como locos por los chicos cuando sufren un accidente, surgen las primeras señales de que algo se está gestando, un vinculo de amor filial sincero que sólo precisa dejar los prejuicios de lado. Dejando de lado el estúpido humor forzado que Anders mete con calzador para sacar una sonrisa, Familia al Instante funciona porque se siente honesta y porque emociona. En lugar de truculencias Anders debería haber confiado en dejar que el humor fluya con naturalidad porque la situación da lugar a montones de momentos tragicómicos. Si no fuera por esas pifias el filme merecería hasta una nominación al Oscar, porque los momentos emotivos no son fruto de un guión edulcorado sino de un escenario natural plagado de situaciones sinceras y profundamente emotivas. Todos buscamos compensar un hueco que tenemos en nuestro corazón y juntos podemos hacerlo, formando un grupo que durará para siempre; pero, para llegar a eso, hay que entender, perdonar, curar y escuchar, y cuando la misma actitud se despierta del otro lado entonces estamos listos para entrar en esa comunión que llamamos Familia.
Astronautas: aventureros temerarios dispuestos a lanzarse al vacío con tal de alcanzar la gloria y conquistar objetivos históricos para su patria en la épica carrera espacial que Estados Unidos y la Unión Soviética mantuvieron en los años 60. Vean sino The Right Stuff o Apollo 13, filmes plagados de tipos carismáticos y geniales, individuos brillantes en su oficio y talentosos que no temían poner su vida en juego con tal de romper un récord o cumplir una fase de un plan mas ambicioso. Ahora, comparen esa pandilla con un burócrata monótono, hosco y ensimismado en lo técnico, un robot incapaz de demostrar sentimientos incluso en las situaciones laborales / familiares mas difíciles. First Man pretende que todos cinchemos por Neil Armstrong por el hecho de que fue el primer tipo que pisó la Luna, pero lo cierto es que Armstrong debe ser el tipo mas monótono y apático que jamás haya existido en toda la épica de la carrera espacial. No es un problema de Ryan Gosling, actor supremo si los hay, sino del libreto de Josh Singer (que escribió The Post y Spotlight, dos deslucidos clones de ese enorme clásico que fué Todos los Hombres del Presidente, y que todos los yanquis aplaudieron de pie porque les encanta ver a la prensa como el héroe de turno, peleando contra el gobierno y desempolvando las oscuras conspiraciones que estén de turno… sin importarles si el libreto no hace nada original y se limita a regurgitar los recursos narrativos que Alan J. Pakula inventó en 1976), que es incapaz de encontrar el lado humano de Armstrong. Sí, es cierto, el tipo sufrió una tragedia terrible al perder una nena por causa del cáncer cuando era muy chica; pero, rayos, ése no puede ser el único instrumento dramático que tiene el guión para humanizar a Armstrong. Digo, este hombre ya era apático antes de la tragedia, y dudo mucho que una mujer de tanto carácter como su esposa Janet (una brillante Claire Foy, la única con sangre en las venas en todo el elenco, y que ojalá sea nominada a un Oscar) se haya enamorado de un bloque de hielo carente de humor. Armstrong devora libros de ingeniería, es un tipo brillante en lo técnico, pero es tan monocorde que aburre y resulta imposible conectarse con él, incluso cuando vemos que sufre una tragedia tan horrible como la pérdida de una niña pequeña. Hay íconos de la historia que resultan ser tipos problemáticos; y su manera de ser, tan heterodoxa y a veces conflictiva, es lo que los distingue de los demás y lo que los convierte en triunfadores. Basicamente todo tipo que ha triunfado es un chiflado de una u otra manera, ya sea porque basurea a su familia, es un cretino de primera o es un ambicioso capaz de aplastar amigos y conocidos con tal de llegar a su objetivo. Lo vimos en El Fundador (la biografía de Ray Kroc, el tipo que convirtió a McDonalds en un imperio y aniquiló a los hermanos que habían fundado el negocio), y lo vimos en Steve Jobs, en donde nos enteramos que los genios tienen un costado amoral hasta tal punto de apropiarse de ideas ajenas, expulsar a los amigos de la empresa y detestar a los hijos que han tenido en romances furtivos. Pero aún en esas historias dominadas por tipos abominables, había un momento de gloria en donde el tipo común se topaba con un descubrimiento o tenía una genialidad, llegaba al éxito y se transformaba en el ícono de masas que todos conocimos. Vale decir, exhibir el costado brillante de un individuo detestable y vender al sujeto como un todo: alguien que no lo hubiera logrado si no hubiese tenido esa personalidad. Mostrar rasgos humanos (aunque sean en pequeñas dosis) para entender a la persona en su conjunto y saber que se trata de un tipo que razona diferente y que tiene otra escala de valores. Si Danny Boyle y John Lee Hancock encontraron la vuelta para ver el costado admirable de seres despreciables, resulta imposible de entender cómo Damien Chazelle no puede encontrar otro enfoque para mostrar a Neil Armstrong (que a diferencia de Kroc y Jobs, sí era un tipo de buen corazón) como un individuo heroico y con mas personalidad. El tipo sólo vive cuando habla de motores, cuestiones de física o incluso cuando le tocan pilotear misiones difíciles (como ésa donde la cápsula pierde el angulo de ingreso a la Tierra y se la pasa rebotando en la atmósfera, algo que termina resolviendo Armstrong a fuerza de improvisación y sabiduría técnica), pero con la familia es una momia, y uno seriamente se pregunta qué le vió Claire Foy a su marido o cómo sigue con él ya que es un zombie que come, duerme y vive para el trabajo. Llega un punto en que uno abandona a Ryan Gosling y ya no te importa si la misión se aborta, si está en aprietos por estrellar un vehiculo de prueba (practicando el aterrizaje del módulo lunar), o si el tipo es elegido (o no) para encabezar la misión del Apollo 11. Las reacciones antinaturales llegan hasta el punto que el tipo está dispuesto a marcharse de su casa en silencio a medianoche (para ir a Cabo Cañaveral y prepararse para el despegue del Apollo 11), sin siquiera despedirse de sus hijos… algo que la Foy frena en seco y lo obliga a enmendar, sacando a luz incluso el tema de si llega a morir en medio de la misión. PortalColectivo, tu guia de colectivos urbanos en internet: recorrido de lineas de Capital Federal, Gran Buenos Aires y principales ciudades del interior de Argentina Comparada con otras épicas de la crónica espacial norteamericana, El Primer Hombre en la Luna me resultó dramáticamente inerte. Chazelle mejora las bazas con las secuencias de las misiones espaciales, mostrando el estremecedor espectáculo del sonido y la furia que los astronautas deben padecer en esa lata de sardinas que es la cápsula espacial durante cada despegue, y que es tan endeleble que amenaza con despedazarse en cualquier momento. El viaje del Apollo 11 tiene sus momentos excitantes (sobre todo el alunizaje) pero luego, la sensación de irrealidad – estás por primera vez en otro planeta! – dura un par de segundos y al menos el libreto se da maña como para que Armstrong cierre simbólicamente el círculo de dolor por la muerte de su hija. Pero también se siente como si estuviera desvirtuando la importancia del viaje, del suceso histórico, en vez de maravillarse (y atemorizarse) por la inmensidad del espacio y la grandiosidad del logro. El haber omitido el momento de plantar la bandera norteamericana (porque Chazelle aduce que es un logro obtenido por toda la humanidad) me parece un error de criterio. Cuando Armstrong camina por la Luna, mira por todos lados y vemos la bandera ya plantada, no pienso en un logro de la raza humana en su conjunto sino en un serio error de edición. Tampoco apoyo la opinión de Trump, quien poco mas considera que la Luna es una colonia yanqui porque ellos fueron los únicos que plantaron bandera allí; pero hay una realidad histórica y es que el momento de gloria se plasma cuando clavás la bandera de tu país en el territorio virgen que has alcanzado (no hablo de conquista sino que dejar la marca de que la humanidad estuvo allí y rompió otro récord). El Primer Hombre en la Luna me pareció muy dispar. Los momentos técnicos aburren, el héroe no brilla – parece un granjero monosilábico de buen corazón pero carisma cero – y solo cuando hay problemas en el espacio el filme parece salir del coma (amén de cuando Claire Foy entra en ebullición). Es como para completistas, pero posiblemente la miniserie De la Tierra a la Luna haya contado lo mismo con mucho mas nervio y, desde ya, no le llega ni a los talones de The Right Stuff, eso que aquí narran uno de los mayores logros (sino el mayor de todos) de la humanidad.