Millennium: qué trilogía. Inteligente, llena de vericuetos, con dos protagonistas apasionantes. La última entrega de la saga – La Reina en el Palacio de las Corrientes de Aire – me pareció una obra maestra de tensión, con un clima inflamable a lo Batman: El Caballero de la Noche (o, si prefieren, a Los Intocables) donde las conspiraciones eran densas, todos eran corruptos, no se podía confiar en ninguno y existía una alta probabilidad de que hicieran fiambre a uno de los personajes principales. Lamentablemente Larsson se murió, la veta de oro se acabó, y tanto norteamericanos como suecos quisieron seguir explotando el filón con dudosos resultados. Los yanquis quisieron remakear la trilogía y, aunque David Fincher estaba al mando, solo atinó a fotocopiar fotograma por fotograma el filme original (en La Chica del Dragón Tatuado), simplemente porque era perfecto. Aunque respetuosa, a nadie le gustó demasiado y ahora, en el 2018, quisieron probar otro camino, adaptando las novelas / secuelas que el sueco David Lagercrantz escribió basado en los personajes de Larsson (y en algunos borradores que dejó). Y como le pasó a John Gardner cuando quiso tomar el legado de Ian Fleming y se despachó con una serie de horrendas novelas modernas de James Bond, la diferencia entre el original y el imitador son tremendas… y en el caso que nos ocupa, son abrumadoras y ridículas. Para abaratar costos no llamaron ni a Craig ni a Mara ni a Fincher (de La Chica del Dragón Tatuado) y eligieron un cast mas barato y a Fede Alvarez (No Respires, el reboot de The Evil Dead) como director. Pero, por mas prolijo que sea, el uruguayo (!!) no puede lidiar con las toneladas de cosas traídas de los pelos que tiene el libreto y que aniquilan la mas mínima credibilidad de la historia. Uno de los principales problemas del filme es Claire Foy, la cual es demasiado educada e ineficiente como Lisbeth Salander. Noomi Rapace será mas rústica y enana que la Foy, pero exudaba salvajismo y era capaz de voltear todo un ejército de muñecos de dos metros de altura ya que era una fuerza de la naturaleza imparable e indomable. Acá a la Foy la cascan de todos lados, no pega una y lo único que la redime son sus habilidades como hacker, las cuales son descomunalmente ridículas. Que la mina pueda tirar abajo el sistema de seguridad de un aeropuerto o meterse en el server del Servicio de Seguridad Sueco con un Nokia 1100 es completamente estúpido, pero no es la única tara del libreto. Hay hackers devenidos francotiradores expertos (¿qué? ¿hicieron un curso por internet?), parientes malévolos que son los jefes de una organización maligna internacional a lo Spectre, un ridículo complot para apoderarse del control de todos los misiles nucleares del mundo mediante un programa (como si todas esas cosas estuvieran conectadas a Internet!), gente que quiere pasar de incógnito y anda en un Lamborghini Aventador robado, villanos que adivinan mágicamente que el hijo del programador que inventó el software para controlar los misiles posee la capacidad para destrabarlo, software indestructible que sólo puede ser movido (!!!) y que resulta estúpidamente borrado en el último fotograma del filme… todo eso sin contar con que Lisbeth Salander ahora es una especie de Batichica vigilante que trompea a los millonarios abusadores de esposas y les pasa a éstas el control de sus fortunas en compensación tras hackear sus cuentas bancarias (siempre desde su Nokia 1100)… No, no, no. Llega un momento en que la informática del filme bordea la ciencia ficción, por no decir la estupidez absoluta. El diseño de producción es bueno. La acción está bien filmada. Pero el libreto – y las ideas del libro original – apestan. Millennium era sobre intrigas, complots, pasados oscuros y ocultos, suspenso, misterio… no estúpidos tecnothrillers escritos por gente que no sabe siquiera como funciona una computadora. La credibilidad cruje cada vez mas a medida que avanza el filme (eso sin contar la ridícula coincidencia del choque del final… ¿en serio?), y la heroína pasa de justiciera a incompetente, salvando las papas del fuego sobre la hora. Mikael Blomkvist se ve reducido a un adorno, amén de que pusieron a un actor completamente anónimo en el rol. Lo que queda es Claire Foy intentando ponerle actitud a una historia que le pasa por arriba, no solo a ella sino al espectador. Todo esto termina por convertir a La Chica en la Telaraña en un producto a evitar, especialmente si usted amó los filmes suecos originales. El talento de Larsson no crece en los árboles y lo que queda es un pálido intento de imitarlo, donde el estilo, la inteligencia y la originalidad se fueron al garete con la muerte del creador de la saga.
El Grinch es la versión 2018 (hecha por Illumination, los mismos de Mi Villano Favorito y Minions) del cuento clásico del Dr. Seuss Cómo el Grinch Robó la Navidad, el cual data de 1957. Antes de esto hubo dos versiones: el corto de Chuck Jones de 1966, el cual es considerado todo un clásico y el ícono a batir; y la de Ron Howard con Jim Carrey tapado bajo una tonelada de maquillaje, que data del año 2000. Esta tercera adaptación regresa al mundo de la animación, adornada hasta el paroxismo por el lujo de detalles que permite la animación digital, siendo la mas suntuosa e impresionante de todas. Pero como ocurría con la reciente El Cascanueces y los Cuatro Reinos, una avalancha de magníficos escenarios digitales no hacen necesariamente a un gran filme, y El Grinch 2018 queda como algo medio blandengue, intermedio entre las versiones anteriores, en donde una anécdota corta es demasiado estirada. Admito no haber visto las versiones anteriores – es posible que haya visto la de Chuck Jones cuando era chico, pero no la recuerdo -, y la versión de Illumination pareciera carecer de filo. Suponiendo que el Grinch es el misántropo supremo, el personaje tiene demasiados momentos de compasión en su conducta malvada (y hasta el momento de su inevitable redención), lo que lo hace un villano mas torpe que amargo. En la escena en donde comparte la cama con su perrito Max y el alce gordo que ha recogido en la llanura helada (en su malévolo plan de hacerse pasar por Santa Claus y robar todos los regalos de navidad a los habitantes de Whoville), se nota que el bicho no es una criatura execrable sino un gruñón que aún tiene algo de compasión en su pequeño corazón. Desconozco las versiones anteriores, pero acá el libreto intenta justificar el cmportamiento del Grinch diciendo que era huerfano, y que siempre odió que los otros compartieran una mesa en familia en Navidad mientras que el vivía solo, sin amigos ni juguetes. Es una explicación de manual sobre su enfermiza obsesión, la cual es curada de manera no muy creíble sobre el clímax, aunque eso era lo que figurara en el texto original del Dr. Seuss. Lo mas bizarro de esta producción es que contrataron al británico Benedict Cumberbatch para el rol titular… y el inglés decide hacer una tonada americanizada light que suena como Bill Hader, cuando todo el mundo esperaba que la criatura hablara con el vozarrón y la pedantería propia de Cumberbatch (o como una versión malvada de Alan Rickman). Eso le saca bastante de veneno al rol, haciéndolo mas digerible y familiar, pero no era lo que yo esperaba (mas considerando que la versión latina está vocalizada por Eugenio Derbez, la antítesis en sofisticación y snobismo de Cumberbatch, y aun mucho mas inofensivo). Nada de esto impidió que El Grinch 2018 fuera un taquillazo y resulte una película potable para toda la familia, pero te da la impresión que el subtexto venenoso del cuento – la misantropía del Grinch como una especie de Ebenezer Scrooge verde; la critica de Seuss al consumismo indiscriminado de la Navidad, alterando la esencia de la fiesta – ha sido sanitizado hasta dejarlo irreconocible, dando a luz una versión tibia y tan light que, salvo un par de momentos inspirados, tiene poco y nada para conmoverte.
Hace rato que clamaba a gritos por un filme realmente inteligente, y hoy tuve el privilegio de encontrarlo. Basada en una exitosa miniserie inglesa de los años 80, Viudas es un policial brillante, sagaz, denso, plagado de capas y capas, de tramas y subtramas, de detalles ricos y vueltas de tuerca inesperadas. Acá el robo es la excusa para ver una galería de personajes complejos, ponerlos en un mismo escenario y dejar que interactuen entre ellos, generando una sinergia que desemboca en desenlaces inesperados. Un cast de lujo, un director impecable y un libreto sin desperdicio hacen a un filme enorme por donde lo miren. Todos estos individuos tienen una doble vida, sea por aceptación u omisión: la morena casada con un blanco (Viola Davis y Liam Neeson, qué pareja!) que sabe que el metié de su marido es el robo aunque no se involucra; la rubia tonta (Elizabeth Debicki), manipulada y abusada por su marido golpeador (cameo de Jon Bernthal), miembro de la banda de Neeson; el juerguero de poca monta que no duda en pelar a su propia esposa (Michelle Rodriguez) mientras se patina la plata de los robos en apuestas clandestinas; y un anónimo colaborador que tiene por esposa a la hermosa Carrie Coon, relegada a un papel super menor pero de peso en la trama. Claro, el robo de Neeson sale mal, la pandilla resulta masacrada y carbonizada en una emboscada de la policía, y el dinero del robo – dos millones de dólares, robados a un mafioso negro que quiere subir de nivel haciendo carrera en la política y postulándose como concejal – arde entre los restos. El mafioso no se queda quieto y aprieta a la Davis para que le regrese la plata porque sino no puede terminar la campaña, y la morena debe idear un plan para obtener el dinero. Y con la libreta de robos planeados de Neeson (“no hay nada mejor que cuando un plan se cumple!”, dice mientras muerde un habano), tiene todo para hacer un super atraco y hacerse con cinco palos verdes antes que el mafioso la haga boleta. Claro, ella nunca robó nada en su vida y sola no va a llegar a ningún lado, así que las viudas de los compañeros de pandilla de Neeson deberán ayudarla a cometer el robo, amén de que el dinero representa la oportunidad ideal de retomar sus vidas (o salir del pozo donde sus esposos la dejaron). Esto no es Ocean’s Eight; acá la gente exuda letalidad y las cuatro mujeres involucradas son el jamón del sandwich entre dos facciones que se odian a muerte: el moreno mafioso y el concejal corrupto (Collin Farrell), el cual quiere heredar el puesto de su padre (un ultraracista Robert Duvall, exquisito como siempre) en una elección que parece hecha a su medida. Pero el mafioso (Brian Tyree Henry) no se va a quedar de manos cruzadas; su perverso secuaz (Daniel Kaaluya) le sigue el rastro a todos, sobre todo a la Davis, y no duda en masacrar gente con tal de conseguir pistas sobre lo que hace la volcánica morena. No es difícil ver a Viola Davis como la versión morena de Helen Mirren; no sólo pone lágrimas y desamparo cuando la escena lo precisa, sino que tiene su momento personal en donde ruge y escupe ácido demoliendo al que tiene adelante, ese instante salvaje que todo el mundo adora. Lo hizo en una pavada como Suicide Squad, lo hizo en Fences y lo hace en How Get Away Wuth Murder. Tiene una presencia magnética, una belleza exótica y acá, en el rol de viuda de clase alta, una elegancia imponente. Ella mandonea a las otras ya que la vida de todas depende de conseguir el dinero; la Rodriguez tiene mas calle y se da maña para hacer tareas de inteligencia, pero es la Debicki la que descolla en el cast: es una chica golpeada, manipulada por su asquerosa madre (Jacki Weaver en un rol que dura cinco minutos pero que es de una repulsividad memorable) que no ha dudado en dejar que sus novios del ayer la abusaran cuando era una niña, y que incluso la anota en un sitio de escorts para que recupere el nivel de vida… y pueda mantenerla. Pero la Debicki sale del estupor y empieza a evolucionar, volviéndose sagaz, recuperando el respeto por sí misma y convirtiéndose en alguien feroz que no va a dejar que nadie mas le pase por arriba. El momento en que discute con la Davis, ésta la cachetea por ser torpe, y la Debicki le retruca con furia clamando que nadie mas va a abusarse de ella, es un instante de enorme intensidad. Quizás el principal problema de la Debicki es que es gigantesca (1.90 m sin tacos) y se ve como Big Bird de Plaza Sésamo frente a las otras; y cuando en la escena de los tortazos hace las paces con la Davis, es como si abrazara a un niñito, ya que le saca una cabeza y media a todos en el cast, incluyendo a los hombres. PortalColectivo, tu guia de colectivos urbanos en internet: recorrido de lineas de Capital Federal, Gran Buenos Aires y principales ciudades del interior de Argentina Pero la Coon no se prende al emprendimiento y el reemplazo llega en forma de la niñera de la Rodriguez, que es Cynthia Erivo. Si uno esperaba ver a la cuarentona cantante de blues de Malos Momentos en el Hotel El Royale, esperen a ver esta versión atlética que parece una she-hulk morena. Tanto ella como la Davis rebosan de músculos por todos lados, pero la Erivo es directamente un personaje Marvel tipo la generala Okoye de Black Panther. Ella precisa la plata y está harta de los mafiosos que explotan su barrio, y como es buena con la fuerza bruta y el manejo, se une a la movida. Es imposible apartarle la vista sobre todo cuando hace boxeo en mallita (y no es dificil imaginar a la bisexual Rodriguez pispeándole la cola entre escenas). Pero acá el plan es lo de menos, la cosa es ver cómo se cocinan las cosas. El mafioso moreno que quiere subir de nivel y ganar mas plata haciendo contratos con conocidos a cambio de sobornos; el concejal corrupto que no duda en hacer muchísimas obras y estimular a la gente, considerando algo natural de su negocio el cobrar prebendas; el concejal a punto de retirarse, un viejo racista que considera a la gente basura y que solo piensa en el poder por el poder mismo; y el robo como si fuera una misión de prueba, testeando el temple de estas mujeres para demostrar si son algo mas que un adorno de hombres temerarios y peligrosos. Y cuando el velo cae y la verdad queda a la vista, las revelaciones son sorprendentes. He allí a un grupo de mujeres que nunca mas se va a dejar pasar por encima. Es posible que el final no sea el más prolijo; me da la sensación de que deja cosas sin explicar y asume que nadie va a querer vengarse de las viudas aunque sigan viviendo en la misma ciudad. Son dos minutos desconcertantes en el final, pero son perdonables en vista de la intensidad de todo el resto del filme. Sí, hay acción, pero acá lo mejor es el tiroteo verbal entre los jugadores, el cual exuda tensión, peligro y dramatismo. Un filme tremendamente satisfactorio por donde se lo mire, comprimiendo un montón de material fascinante en un relato que desborda de creatividad.
Jennifer Garner: qué mujer. No tiene una belleza tradicional, lo suyo es dulzura mezclada con esos pómulos magros que indican dureza. Su gran momento fue la serie Alias (2001 – 2006), hace ya demasiado tiempo. Ha hecho papelitos y comedias chiquitas (a mi me gusto mucho en 13 Going On 30, y me dí cuenta que era una formidable actriz), pero lo suyo es el cine de acción. ¿Cómo olvidarla, ahora que es tiempo de heroínas?. Peppermint no es un superfilme, pero es un vehículo de acción mas que adecuado para la Garner. No sólo patea traseros en gran forma sino que también actúa. Porque la Garner no tiene todos los patitos en fila (resulta obvio considerando que liquidaron a tu esposo y a tu hija). Porque acá cruzamos la barrera de los tabúes y matamos niños. Y si bien para algunos críticos es un golpe bajo del cual el filme no se recupera, para mí es un necesario argumento narrativo. Si sos mujer y tu marido es medio corrupto… ¿qué cosa te movería para buscar venganza y remover cielo y tierra tras los asesinos de tu familia?. Y sí: sólo tu instinto maternal, que te hayan boleta un hijo. Yo no encuentro el sacrilegio en semejante premisa: después de todo, a Frank Castle le hicieron pomada toda la familia (incluyendo al pececito dorado) y nadie dijo ni pío. De hecho uno podría argumentar (con mas de un fundamento) que Peppermint es la versión femenina de The Punisher. Veamos: familia asesinada por la mafia de la droga: chequeado!. Persona que se roba un arsenal y va a liquidar a los asesinos: chequeado!. Persona inestable emocionalmente que carga algo de su hijo / hija fallecido: chequeado otra vez!. En vez de baticueva la Garner vive en una camioneta piojosa donde guarda armas como para tirar al techo y, como le gusta la tranquilidad, ha hecho limpieza en el barrio hasta el punto que la consideran un ángel guardián (otro detalle que me hace acordar al Castigador). Desde ya un ama de casa no puede liquidar a toda la mafia y, para que eso resulte creíble, la Garner debe hacer un curso acelerado de entrenamiento en la Liga de las Sombras, desapareciendo durante cinco años para foguearse en el manejo de todo tipo de armas, practicar artes marciales mixtas y convertirse en un arma viviente. El cómo esta mina tiene mas datos de inteligencia que la policía y el FBI juntos es un misterio pero, ¿a quién diablos le importa la lógica en este tipo de películas?. El tipo que ceba todo esto es Pierre Morel, el mismo de Distrito 13, Taken y Desde París con Amor; o sea, el tipo sabe filmar acción con estilo y acá se luce. El asalto al jefe del cartel de la droga es espléndido. Hay bastante de John Wick en todo esto (con balazos en la cara y cuchillazos en donde no corresponde), pero la sensación es la Garner. Como Frank Castle, tiene visiones de su familia muerta y, acá, es el espiritu de su hijaes quien la despierta cuando está desmayada y la van a hacer boleta. Con el pelo cortado con cuchillo, sucia, musculosa, lastimada por todos lados, la Garner es una fuerza de la naturaleza que actúa con desquicio. Quizás eso sea lo mejor del filme, ver que la protagonista no está cuerda y solo razona como debe a la hora de trazar planes para infiltrar, atrapar, torturar y matar malvados. Mientras que Peppermint es un deleite porque va directo al punto (no es que perdemos una hora viendo como la Garner se entrena sino que tenemos un resumen al pasar de 5 minutos sobre lo que hizo en estos cinco años) y tiene unas cuantas sorpresas, el tercer acto es algo flojo porque, al intentar salirse de lo predecible, termina enredándola y lastimando la lógica (y la inercia) del relato. Igual es satisfactorio, pero quizás hubiera sido mejor no innovar y dejar que las cosas siguieran su curso natural. Como sea, Peppermint es una película súper recomendable, una de acción bien hecha que, aunque no surque ningún camino nuevo, al menos te hace pasar bomba 90 minutos de tu vida. Y ojalá que a la Garner le ofrezcan mas papeles de este estilo, porque esto definitivamente es lo suyo.
Como en las elecciones norteamericanas (o como en las secciones de opinión de los diarios argentinos, ups!), hay un ejército de trolls que recorre Internet metiendo opiniones falsas para manipular la opinión pública. Es la única manera de explicar cómo Overlord – el último producto de la factoría J.J. Abrams – obtuvo un 89% en RottenTomatoes y hasta 7/10 en la IMDB. La película está plagada de errores históricos, clichés y hasta el final no es muy excitante. Es como si un ejército de individuos hubiera nacido hoy y nunca hubiera visto películas similares – sin ir mas lejos, Outpost (2008) – que han sido mas modestas, mejor hechas y mucho mas efectivas. Overlord cae dentro del subgénero conocido como naziexploitation, una ensalada que puede albergar desde zombies nazis hasta campos de concentración con mujeres desnudas al estilo de Love Camp 7 (1969). En los 60 el subgénero estaba de boga con cosas tan terribles como Ellos Salvaron el Cerebro de Hitler (1968), y después tuvimos Shock Waves (1977), la saga de Dead Snow, la mencionada Outpost y secuelas, El Reino de las Gárgolas (2007), la subvalorada El Fuerte Infernal (1983), La Roca del Diablo (2011), SS Doomtrooper (2006), Bloodrayne 3 (2010), y The Bunker (2001) entre toneladas de descerebres sicotrónicos. Overlord se parece demasiado a ésta última, solo que con los bandos cambiados ya que en el filme del 2001 era un grupo de nazis que se refugiaban en un fuerte infestado de criaturas sobrenaturales. Acá son zombies creados con un super suero, una idea que parece un combo de Capitán América (2011) y la saga de juegos de El Castillo Wolfenstein. Al estar ambientada durante el Día D – el dia de la masiva invasión a Europa a través de las playas de Normandía, para abrir un segundo frente continental (los rusos atacaban por el este) y terminar de una vez con el poderío nazi en el final de la Segunda Guerra Mundial -, el filme tiene un comienzo espectacular, con centenares de barcos y aviones acercándose a la costa de Francia mientras aguantan un fortísimo fuego enemigo. Ahora bien: que la corrección política te lleve a escupir en la historia, creando pelotones multirraciales que nunca existieron (recién los implementó el presidente Harry Truman en 1948!), y menos un sargento negro al mando (los morenos fueron discriminados en sus propios pelotones y con sus propios oficiales) ya genera un resquemor entre los que conocemos sobre la Segunda Guerra Mundial. ¿Alguien vió alguna vez algún moreno comandando o simplemente participando de algún pelotón donde estuviera John Wayne o Van Heflin?. Pero los problemas del filme no terminan ahí. La credibilidad interna del relato cruje cuando estos tipos se pavonean por un pueblo de Francia como panchos por su casa, especialmente cuando hay toneladas de patrullas nazis vigilando el lugar… pero nunca donde están los protagonistas. Esto es particularmente terrible cuando el feroz jerarca nazi que compone Pilou Asbek (el Batou de la fallida Ghost in the Shell con Scarlett Johansson) intentar tirársele encima a la francesita Mathilde Ollivier. Cinco minutos antes la casa estaba cercada por un pelotón de 10 nazis que estaban dispuestos a matarle hasta el gato pero, cuando está a punto de mancillarla, salen los soldados yanquis escondidos, destrozan media casa en la pelea e incluso terminan a los tiros… algo que no escucha nadie (ni siquiera los vecinos colaboracionistas como la vieja detestable que anda con un silbato avisando infracciones a cuanto alemán se le cruce en el camino) ya que la custodia de Asbek se fue al Congo y no hay un maldito soldado alemán en 100 km a la redonda (!). Lo peor es que el pelotón de cinco tipos que tiene que volar la torre de transmisiones nazi se da maña para que 40 alemanes salgan en fila india y sean masacrados por una ametralladora, un ejemplo de estupidez suprema que sólo pasa en las películas de guerra yanquis. Si la fidelidad histórica y la credibilidad interna del relato crujen, ni que hablar de los bichos que los nazis tienen encerrados en el laboratorio. Hay menos gore de lo esperado y los zombies deformes no terminan de asustar. Es mas un filme de acción que uno de terror, y el clímax está tan cantado que uno puede predecirlo a mitad del filme. Overlord es otro de esos productos sobreinflados de J.J. Abrams, un tipo que se cree un genio y solo sabe crear golpes de efecto con cero substancia. El rey de los bananas produce, pero acá falta originalidad, tensión y tripas como para impresionar. Es posible que, al nadar en dolares, la necesidad de depurar e hilar fino no sea necesaria porque los FX y el maquillaje pueden camuflar a un director mediocre. En un montón de los filmes ante mencionados de naziexploitation (sin ir mas lejos, The Outpost) las cosas iban mucho mejor cocinadas y el resultado era satisfactorio. Acá la critica se embeleza con la pelicula como si Abrams hubiera creado el género, cuando en realidad es un pastiche que toma toneladas de cosas de un montón de filmes mas chicos y efectivos del mismo rubro, y los combina con mucha menos gracia. Y si el público le dió la espalda y recaudó casi lo mismo que costó (40 palos verdes), entonces la gente sabe que esto es puro efectismo sin demasiada solidez, y que hay filmes mejores que éste casi sobre el mismo tema… algo sobre lo cual estoy 200% de acuerdo.
Timur Bekmambetov está de regreso, y aunque sus últimos filmes no son lo que era antes, al menos como productor sigue haciendo ruido. Ahora ha reciclado el formato de Unfriended (que él mismo produjera en el 2015), convirtiéndolo en un thriller en vez de una filme de terror. Pero, aunque no haya monstruos ni fantasmas, Searching… es una película que igualmente te eriza los pelos de la nuca. Hay una cuestión de profunda empatía entre el drama que sufre John Cho – padre de una adolescente desaparecida – y el público, que se vuelve tan real como incómodo. El primer punto son los medios sociales, un hervidero de voces anónimas donde hay mas de un depredador disfrazado con la piel de cordero. Y está el segundo tema, la inquietante realidad de que nunca conocemos totalmente a nuestros hijos, quienes pueden llevar una vida totalmente diferente a la que imaginamos y en el mayor de los secretos. Cuando Cho descubre que su hija es una paria, una persona apática que no se da con nadie en la universidad y que, en el momento de la desaparición no sólo no hay un maldito amigo que sepa qué le estaba pasando sino que su computadora es un hervidero de sitios y redes sociales secretas, la tierra se abre y desaparece bajo los pies del protagonista. Es el abismo del desconocimiento, del no haber estado presente, de pensar lo peor porque su hija está tan plagada de secretos que resulta difícil pensar por donde comenzar… y fácil anticipar un final horrible. El truco de Buscando… es que todo ocurre en la pantalla de una computadora (bah, en varias, sea de la madre, del padre o de la misma muchacha), ya sea explorando redes sociales, haciendo videochat, leyendo diarios on line, o conectándose a sitios y buscadores en busca de información. La visión limitada a la pantalla de la computadora debe ser frustrante en una sala de cine (todo se ve gigantesco), pero se ve genial en una TV o en una notebook donde se reproduzca la película, lo cual hace la experiencia tan inmersiva como claustrofóbica. Porque el maremagnum de ventanas y aplicaciones que inunda la pantalla tiene sus picos de saturación, ya sea el exceso de malas noticias o el descubrimiento de cosas inquietantes. Es una versión 2.0 del found footage, solo que pasamos a medios interactivos y, donde no llega la computadora, ponemos capturas de noticieros de TV o de cámaras de seguridad ubicadas en las oficinas de interrogatorio del cuartel de policía. Margot Kim ha perdido a su madre a causa del Cáncer. Su padre David ha quedado a su cargo y, ahora que está en el secundario, es una adolescente mas, cortante, egoísta, enfrascada en sus cosas. Cuando quedan registradas varias llamadas perdidas de Margot en el celular y la computadora de David, el padre se desespera y empieza a averiguar el paradero de su hija. Los datos en su computadora son pocos, así que se apodera de la de Margot y empieza a rastrear… y no encuentra a nadie que se haya llevado bien con la chica. Es una solitaria con problemas de integración simplemente porque no ha podido resolver el duelo de su madre. Lo que encuentra son conocidos y compañeros de estudio, pero nadie que sea realmente su amigo. Una vana esperanza – que se haya ido de campamento para festejar el inminente final del año de estudios – se convierte en la peor de las pesadillas cuando los chicos regresan del campo y le dicen a David que Margot nunca fue. David acude a la policía y una veterana detective (Debra Messing) se hace cargo de la investigación. Pero hay signos desalentadores: Margot ha estado faltando a unas clases de piano, y ha juntado u$s 2.500 para algo que no sabemos. Y videos de vigilancia muestran que ha tomado la interestatal y se ha ido al campo. ¿Es una adolescente en fuga o existe una razón mucho mas oscura para la extraña conducta de la chica?. Una de las mejores cosas del filme es John Cho. El tipo está siempre en pantalla y, aunque Cho es reconocido por ser un buen comediante, demuestra ser un estupendo actor dramático. Cho pasa por todos los estados, y la aflicción es contagiosa. Y cuando las malas noticias comienzan a aparecer, el derrumbe emocional de Cho te parte el alma. Es el sentimiento de culpa por el cual cree que se le escapó algo y no le prestó atención a su niña cuando mas lo precisaba. Y ahora está desaparecida y la sospecha de que haya pasado lo peor se hace cada vez mas probable. PortalColectivo, tu guia de colectivos urbanos en internet: recorrido de lineas de Capital Federal, Gran Buenos Aires y principales ciudades del interior de Argentina Pero Cho no sólo es un as en lo dramático; es también una fuerza de la naturaleza incansable, que busca en cada rincón de la laptop de su hija alguna migaja de esperanza, o al menos alguna pista que le permita dar con el culpable de su desaparición. Porque aparecen pruebas de que Margot no estaba sola al momento de huir y, cuando hayan su auto, hay restos de sangre. Si el daño está hecho, al menos dar con el criminal y vengarse. David no es el tipo mas equilibrado del mundo en estos momentos, pero tiene una determinación descomunal. Tratos raros en sitios web, redes sociales en las cuales estaba anotada Margot (y cuya existencia desconocía David), y la posibilidad casi cierta de un pervertido acosando en el anonimato pueden haber llevado al engaño y a la trampa. Pero todos los datos del misterio están ahí a la vista, y cuando David empieza a atar cabos, la desesperación del personaje te comienza a invadir. Es como cuando comenzás a devorar los últimos capítulos de una novela a las apuradas, porque ya no podés esperar mas y precisas ver la resolución ya. No solo la puesta en escena es genial (y en los momentos apremiantes te pone al borde de la butaca), sino porque las perfomances son excelentes y el drama se ve real. Esto es algo que bien le podría pasar a usted o a mí. Ya no es como era antes, cuando los padres espiaban los diarios de sus hijos para ver en qué andaban; hoy las redes sociales son un muro impenetrable de claves de seguridad, creando un mundo oculto del cual ni los padres estamos enterados y en donde nos damos cuenta que nuestros hijos actúan de una manera completamente distinta a la que vemos todos los días. Y entre la incomodidad de semejante revelación y el horror que crece con la aparición de pistas perturbadoras, dando a entender que el cuerpo de Margot puede aparecer de un momento a otro, hace que Searching… sea un thriller supremo, en especial cuando John Cho se da maña para dar vuelta la tortilla. Ok, quizás el final sea demasiado correcto y suene algo artificial pero, francamente, es el único pero del filme (y por cierto uno muy menor). Una película súper recomendada y, desde ya un director (Aneesh Chaganty) con una carrera que vale la pena monitorear.
Cuando Disney la pifia, lo hace a lo grande, sea con Tomorrowland, El Llanero Solitario o John Carter de Marte. El Cascanueces y los Cuatro Reinos se suma a la lista y comparte cosas en común con sus compañeros de fracaso: aspecto visual recargado, la soberbia de creerse una película memorable y trascendente, y una historia carente de emociones, plagada de cosas traídas de los pelos. Acá cada fotograma de El Cascanueces y los Cuatro Reinos debería ser considerado una obra de arte; el problema es que la historia no le va en saga y los monumentales escenarios digitales terminan por devorarse a los personajes y a la trama. Pareciera que los cuentos de princesas se le terminaron a Disney, que terminó metiéndose con el ballet clásico de Piotr Tchaikovsky (y el cuento de E.T.A. Hoffman “El Cascanueces y el Rey Ratón”), canibalizó lo que pudo, y le metió con calzador una historia a lo Las Crónicas de Narnia, con niña hallando pasaje secreto hacia un reino fantástico en donde ella es la princesa heredera del mayor de ellos. Claro, el descubrimiento no emana ninguna felicidad para Clara Stahlbaum porque es la primera navidad que pasa sin su madre (que acaba de fallecer), y porque su reino está en serios problemas. El por qué o cómo existe semejante universo es un misterio, uno puede aceptar que es la imaginación exarcebada de la niña que intenta lidiar con el duelo de su madre, o que un tornado se la llevó de Kansas (o Londres) y la puso en un reino mágico porque la historia así lo demandaba. Como sea, el tema es que ahora Clara debe lidiar con la amenaza que supone Madre Ginger (Helen Mirren, desperdiciada en un papel menor), una reina oscura y rebelde cuya presencia hace peligrar la integridad de los otros reinos. Para ello deberá activar una máquina que construyó su madre, la cual convertirá a inofensivos soldaditos de latón en un ejército de máquinas de matar vivientes, los cuales obedecerán ciegamente al amo que les dé vida. La historia está plagada de problemas. El primero de ellos es poner a Clara y a su madre como si fueran inventoras geniales, cuando uno ve que las máquinas que han creado son un disparate que va en contra de toda lógica. Por qué cacso no adoptaron la solución mas fácil (y creíble) de la magia es un misterio. Uno rechina los dientes cuando ve moles plagadas de engranajes que hacen cosas imposibles incluso si tuvieran tecnología moderna. El otro tema es por qué el reino mágico ha aceptado tan fácilmente a la madre de Clara como su reina natural, siendo una forastera en un mundo casi imposible de entender. Ahora Clara se porta como una chica snob de la realeza, ordenando en vez de pidiendo, y siempre dejando en claro su linaje en vez de actuar con modestia (el peor ejemplo es la relación con el Cascanueces del título, que es un soldado moreno que nadie sabe por qué es el Cascanueces, y que vive obedeciendo órdenes de Clara sin poder establecerse ya no un romance, ni siquiera una mínima amistad). Y cuando la historia avanza un poco, el director (o los directores, dos tipos tan dispares como Lasse Hallstrom y Joe Johnston, materia y efectismo en un mismo lugar) decide salirse por la vena artística y meter una secuencia de baile con la música de Tchaikovsky o algo visualmente impactante pero de importancia totalmente neutra para el relato. Develar los villanos y la resolución de la historia es previsible… pero el giro de la historia es monótono, como si no supiera encontrar el punto de cocción para que la cosa sea emotiva o mas amena. La chica de Twilight Mackenzie Foy es bonita pero no exuda simpatía, el resto del cast parece ir en piloto automático, y hay hasta perfomances incómodas como la de Keira Knightley, la que intenta sintonizar a la locura de la Reina Roja de Helena Bonham Carter sin éxito. El Cascanueces y los Cuatro Reinos no es exactamente una película terrible; solo es lenta, monocorde y medianamente aburrida. Le falta emoción, una historia mas original, una heroína mas carismática… algo que llene mejor (y no se pierda en) los monumentales escenarios digitales. El componente humano aparece al principio y después brilla por su ausencia, y lo que sigue entretiene de a ratos. Es que se debate entre ser artística, rendir homenaje a la música inmortal de Tchaikovsky, ser un entretenimiento Disney y tratar de encontrar su propio camino como relato de fantasía, y no termina por satisfacer ninguno de dichos propósitos, siendo una aventura fastuosa que se hunde en el maremagnum de su opulencia visual.
¿Qué le está pasando últimamente a mis críticos favoritos?. Richard Scheib le pegó con un caño a Avengers: Infinity War y le dió apenas 2 estrellas diciendo que era monótona y no tenía ni un momento emocionante (se ve que se le escapó la entrada del Capitán América en la estación de trenes y el “traíganme a Thanos!” que todo el mundo aplaudió de pie cuando Thor llega a Wakanda). Otro tanto pasa con James Beradinelli que, se ve, está empachado de cine de superhéroes y debe estar pasando por un mal momento porque nada de lo que califica últimamente pasa de 2 estrellas (aceptable). Como el caso de Un Pequeño Favor, la cual descartó de plano y la tildó de apenas potable. Es cierto que el tercer acto es desprolijo y amenaza con irse de mambo pero, mientras tanto, es una caja de sorpresas constante. Como dice Anna Kendrick en un momento, esto parece una versión de Las Diabólicas… solo que hipercafeinada y plagada de tantas vueltas de tuerca que parecen no acabarse nunca. Lo mas maravilloso del filme es ver como muta la trama y, sobre todo, los personajes. Anna Kendrick es una de esas madres solteras pasadas de rosca que, como no tiene vida sexual, gasta toda su energía recargándose de actividades. Claro, se convirtió en viuda por accidente y ahora su vida se alterna entre el cuidado (agobiante) de su hijo y su videoblog sobre cocina, en donde prepara exquisiteses de todo tipo. Por accidente se topa con Blake Lively – elegante como modelo de tapa de Vogue, con un estilo mezcla de Greta Garbo y Diane Keaton -, la cual es una ejecutiva implacable y amoral cuyo único cable a tierra es su hijo. No debe existir otro par de mujeres mas dispar en la Tierra pero, por uno de esos giros del destino, terminan convirtiéndose en amigas. Charla va, charla viene, la ñoña Kendrick le cuenta algunos de sus pecados mas ocultos pero parecen un chiste al lado de las historias que saca a relucir la Lively. Sexópata, manipuladora y temeraria, estar con ella es como un juego de ruleta rusa en donde uno nunca sabe con qué va a despacharse y si lo que dice (o hace) es verdad. Puede basurear a sus empleados, tirarse un lance lésbico con su nueva amiga o contarle la orgía que armó como sorpresa para su esposo, un escritor que anda en la mala y desde hace 10 años no mete un éxito (Henry Golding, recién fresquito de Crazy Rich Asians). Para ella su marido es un juguete sexual y no le importa mantenerlo por el sexo y las apariencias pero el oneroso estilo de vida les está pasando factura y su sueldo – como gerente de recursos humanos en la firma de un diseñador de renombre – ya no alcanza. Ocurre una emergencia y la voraz gerente decide pedirle un pequeño favor a su insípida amiga – de que recoja a su hijo de la escuela y lo cuide ya que llegará tarde -, lástima que el regreso se demora mucho mas de lo esperado. Pasan los días, el curso de los acontecimientos es inevitable y el marido (llamado por la Kendrick, ya que está cuidando a su madre enferma en Londres) regresa de apuro y declara el status de persona perdida frente a la policía. Lo que sigue es una metamorfosis, en donde la comedia lenta y corta de gracia que aparentaba en un principio comienza a tomar velocidad y a transformarse en un thriller sorprendente. Porque la tonta ama de casa se empieza a desesperar con cada día de ausencia que pasa y, al ver a la familia de la Lively destrozada, comienza a meter mano por su cuenta en la investigación policial. Escucha cosas de los detectives, se mete en la oficina de la rubia, revuelve la casa… y empieza a encontrar cosas inquietantes. Y cuando el cadáver de la Lively aparece flotando en un lago a cientos de kilómetros del pueblo donde viven, a la Kendrick no le cuadran las cosas. Para colmo se involucra sentimentalmente con el viudo, un detalle que comienza a disparar una serie de sucesos estremecedores. Cuartos desordenados que se ordenan solos, el perfume de la Lively flotando por la casa y apariciones fantasmales en la escuela de los chicos. ¿Qué es lo que está pasando?. Es imposible seguir adelante sin spoilear las sorpresas de la película, que abundan y tienen una gracia enorme. Y si todo funciona es porque Feig – que es un gran director de comedia con Bridesmaids y la subvalorada versión moderna de Los Cazafantasmas bajo el brazo – sabe cómo dirigir mujeres, entiende a la perfección el mundo femenino y sabe obtener risas, pero acá se da el lujo de agregarle suspenso a la cosa. Blake Lively no tendrá mucho rango pero no es necesario para su rol: solo debe estar en modo ultrabitch al 150% y verse hermosa y elegante todo el tiempo, y vaya que impresiona la blonda. Pero la revelación es Anna Kendrick, la que ya era una comediante de la hostia y es todo terreno – sea lo suyo las risas, lo romántico o el drama – y que acá te deslumbra con su ama de casa naif que es mucho mas inteligente y decidida de lo que parece. Con su cara de nada y sus dientes perfectos, la Kendrick irradia la pantalla pasando por todos los estados emocionales con una facilidad sorprendente. Un Pequeño Favor es un delicioso entretenimiento. No, no está a la altura de los grandes thrillers de la historia del cine (como la mencionada Las Diabólicas), sino que los homenajea, toma prestada ideas de ellos y las mezcla con mucha energía y bastante humor, soportado por una dupla de actrices notables. Super recomendada, es una de esas películas a las que uno no le tiene confianza (y uno toma, lee la descripción del lomo y la vuelve a poner en el estante del videoclub), pero con la cual vale la pena arriesgarse ya que termina sorprendiéndote de una manera formidable y super satisfactoria.
Odio el slasher. Es raro que me acerque a una película del género, ya que lo considero limitado y repetitivo: asesinos inmortales, tipos con mascaras y cuchillos, mujeres desnudas corriendo y gritando… La cosa va mas por el asesinato truculento que por el suspenso, y sólo algún que otro slasher me ha caído bien, como el caso del Halloween original de John Carpenter, todo un clásico en su género. Pero de ver las secuelas, ni loco, porque es un regurgitado serial sin interés. Quizás la versión de Rob Zombie (y su secuela) me llamó la atención, pero sigue sin enamorarme. Pero ahora, en el 2018, un fan del Halloween original ha juntado fuerzas con John Carpenter (como asesor y músico) y Jamie Lee Curtis, la final girl que inauguró el género. Y está Danny McBride como guionista; sí, el mismo bromista guarro de The End, que acá demuestra tener pasta de sobra para el cine de terror. Porque el libreto que pergueña – una continuación directa del filme de 1978, salteándose todas las horribles secuelas y reboots – es un digno sucesor del clásico de Carpenter: uno que medita sobre la naturaleza del mal, que habla de las victimas desesperadas, que crea suspenso y que no ahorra en gore. Si hay algo que me atrajo para ver esta nueva iteración de Halloween, es Jamie Lee Curtis (sexy sin importar la edad, gran actriz, exquisita comediante), la cual ha pasado de ser víctima a convertirse en Sarah Connor (versión Terminator 2): un angel vengador, brutal, armado hasta los dientes y aguardando paciente que el demonio vuelva a tocar su puerta. Claro, las cosas no han sido nada fácil para Laurie Strode en las últimas cuatro décadas: se han entrenado en todas las artes marciales posibles, posee un arsenal en su casa y a su joven hija Karen (Judy Greer) la ha adiestrado en el manejo de armas de fuego. Claro, semejante locura ha tenido un costo y Laurie ha perdido la custodia de Karen por considerarla chiflada, aunque en los tiempos actuales tiene una buena relación con su nieta Allyson (Andi Matichak). Ahora todas las alarmas están prendidas porque Michael – que atraparon en 1978 y estuvo encerrado todo este tiempo en un manicomio – va a ser trasladado a otra institución mental. Tanto Laurie como el sheriff Hawkins (Will Patton) (quien participó en el arresto original de Myers) están alerta… pero las cosas se van al diablo cuando Micky hace bardo en el autobús que lo transporta, liquidando a la mitad de los pasajeros y escapándose, listo para ir tras Laurie… justo en Noche de Brujas (maldita Ley de Murphy). Como diría el chafado siquiatra de Michael, existe una simbiosis entre cazador y presa donde ahora las tablas están por darse vuelta. ¿Quién es quién y quien caza a quien?. Honestamente Michael Myers sigue haciendo mas de lo mismo. El director David Gordon Green (que ha dirigido TV, el drama Stronger y la sátira política Experta en Crisis) calca el estilo de Carpenter a la perfección, y hay un par de asesinatos orquestados de manera notable. Pero acá el plato fuerte es la Curtis, con los pelos blancos desgreñados, curtida, pasada de rosca y apertrechada por donde se la mire. Cuando se entera de que Michael ha escapado, el director Gordon Green nos da una muestra de su casa… que es una fortaleza como para resistir un apocalipsis zombie. Y cuando el asesino serial llega a la casa de Laurie, se da una de las batallas mas épicas y satisfactorias del género del horror. Porque esta Lauri Strode no se queda atrás, va de igual a igual con el asesino de la máscara y la hija, aunque parezca una pavota y renegada de su madre, pronto saca a luz toda la furia y el entrenamiento que la Curtis le dio en la adolescencia. Si el filme anda bien, prolijo, satisfactorio en los dos primeros actos, es el clímax el que reluce y te saca una sonrisa en el rostro. En un momento Michael vence a Laurie y la tira por la ventana y, cuando va a verla, ya no está mas. La victima se ha vuelto una asesina serial con los mismos trucos (y la misma inmortalidad… o fuerza superior) que su depredador. Halloween es una excelente secuela, y creo que es la mejor de toda la serie en 40 años en existencia. Michael Myers es una fuerza de la naturaleza pero Jamie Lee Curtis asusta mucho mas, y en realidad uno ve el filme por ella, una victima empoderada convertida en un desquiciado ángel vengador que tiene la ocasión de demostrar que estaba en lo cierto y que estas cuatro décadas de espera no fueron en vano. Un duelo formidable que vale la pena ver y disfrutar.
Les voy a decir la verdad: Venom es divertida. El segundo acto tiene cosas espectaculares y un montón de comedia física para la cual no creí que Tom Hardy tuviera talento. El drama con Venom es la historia y las motivaciones de los personajes (en especial la criatura del título, que pasa de ser exterminador serial de la humanidad a anti-héroe en menos de cinco minutos y sin que sean demasiado convincentes las razones del cambio), la caótica batalla de moco del tercer acto y el desafinado primer acto. No es un engendro, pero de seguro no figura entre lo mejor que ha dado Marvel hasta ahora (en realidad Sony, haciendo uso de la licencia que posee sobre los personajes del universo de Spiderman, decidió hacer un disparo en solitario para ver si podía seguir ordeñando la franquicia de manera tangencial y sin molestar a Marvel y su MCU, y se topó con la sorprendente recaudación de 800 palos verdes a nivel mundial, aún cuando la crítica yanqui la defenestró de una). Si bien es cierto que Venom es un derivado de Spiderman (creado por David Michelinie & Todd McFarlane en 1984 – sí, el mismo McFarlane que inventó a Spawn – , Venom era un parásito extraterrestre que se pegaba al traje de Spidey, le daba mas fuerza y poderes extras pero, a cambio, comenzaba a apoderarse de su carácter y volverlo maligno, razón por la cual terminaba echándolo y caía en el cuerpo del periodista Eddie Brock, un chupamedias trepador que odiaba a Parker y con el cual se transforma definitivamente en el villano del título, historia que hemos visto plasmada en la pantalla grande en la caótica Spiderman 3), no me parece un sacrilegio escribir un origen alternativo y despacharlo en una aventura en solitario. El DCU ha manoseado los orígenes de Superman sin que nadie chistara, y hasta el mismo MCU ha cambiado el nacimiento (y la estética) de unos cuantos de sus personajes mas conocidos, sea Falcon, Scarlett Witch y hasta la paternidad de Peter Quill en Guardianes de la Galaxia. Visto de esa manera, Sony tiene tela para cortar para rato, haciendo un universo expandido compuesto de villanos de Spidey (como la inminente Morbius, el Vampiro Viviente protagonizada por Jared Leto, y la secuela de Venom sugerida en la secuencia post créditos, con Woody Harrelson como Cletus Kasady, el cual dará a luz a Carnage, una versión autónoma y mucho mas despiadada del simbionte del título). Acá, para diferenciar las cosas del MCU (o, al menos, de las películas de Sam Raimi), a Brock lo ponen en San Francisco como un periodista de investigación reconocido y serio (no el ruin trepador que hacía Topher Grace), no hay Hombre Araña ni Daily Bugle sino una misión privada al espacio, con un seudo lex Luthor (con algo de Elon Musk) que nada en guita y quiere colonizar planetas inhabitables. Así es como se trae una caterva de muestras de aliens hallados en un cometa, sólo que los bichos se sueltan en pleno vuelo y la nave se estrella. Sí, uno de los astronautas infectados es Jameson de apellido (como J. Jonah, aunque su hijo astronauta no debería ser un simbionte sino un hombre lobo de acuerdo a los comics), y uno de los bichos se escapa mientras el megalómano de turno hace experimentos con los bichos que le quedan, infectando a gente desahuciada y vagabundos que recoge de la calle. Y es que si la mezcla de simbionte y humano funciona, uno no precisaría traje espacial alguno para colonizar planetas con atmósferas hostiles en el interior de la galaxia. Hasta ahí, todo ok. El drama es cuando aparece Tom Hardy en pantalla, el cual desentona. Es demasiado afectado y se quiere hacer el gracioso y no le sale, y uno piensa que hay un serio error de casting en todo el asunto. Tampoco se lleva bien con Michelle Williams (maquillada como una puerta, con minifalda a lo pendex y con cara de Valium), la cual es demasiada actriz para figurar acá (lo que pasa es que las franquicias Marvel han terminado abriendo puertas a todos los involucrados, reviviendo carreras o llevándolos al estrellato; sin Marvel, Jeremy Renner y Elizabeth Olsen no podrían haber accedido a filmar esa genialidad que es Wind River, o Chris Evans haciendo Un Don Excepcional, o Robert Downey Jr saliendo del oscurantismo y convirtiéndose en una estrella codiciada con la saga de Sherlock Holmes, dramas reconocidos y la próxima remake de Doctor Dolittle), y muestra química cero con Hardy. Y todo anticipa un desastre hasta que el bicho en cuestión entra en pantalla, se posesiona de Hardy y el director Ruben Fleischer (Zombieland) pone la película en overdrive. AutosDeCulto, el portal sobre la historia de los autos Lo que sigue es una catarata de disparates en donde Tom Hardy se redime, los chistes son graciosos y el inglés demuestra un enorme talento para la comedia física. Porque el simbionte lo maneja como si fuera un muñequito, hace proezas físicas imposibles y, cuando lo persiguen, las extensiones mocosas del bicho (que salen de su cuerpo y se pegan a cualquier cosa) le permiten tomar las curvas y saltar las colinas de San Francisco como nunca antes viste en el cine. Convertido en una especie de Jekyll y Hyde extraterrestre (y siempre discutiendo con la voz interna del bicho, que quiere hacer un desastre tras otro), Venom manufactura un delicioso segundo acto lleno de cosas originales. Quizás el drama con esto sea que Venom – que básicamente es un devorador insaciable de seres vivos – queda restringido por el rating PG-13 que le metieron al filme, obligando al director a orquestar masacres asépticas (y esto es porque los de la Sony no tienen un pelo de tontos y saben que en algún momento pueden empardar a Venom – y todo lo que saquen de aquí – con la franquicia oficial de Spiderman con Tom Holland, la cual tiene una onda apta todo público), cuando su estado natural hubiera sido el rating R y ser tan zarpado como Deadpool, con una pantalla chorreante de sangre y tripas. Los problemas resurgen cuando el filme no quiere seguir sus propias reglas. Si Venom es un asesino en serie que quiere devorarse a cuanto ser humano se le cruce, de pronto se vuelve un amante de la vida y de la Tierra y decide matar (y comerse) solo a los malos. Lo otro es que la compatibilidad entre Venom y su huésped humano debe ser perfecta para que el bicho no lo mate en el proceso… pero no hay dramas si el libreto trampea esto y permite que Michelle Williams sea Miss Venom por un rato. Las cosas son predecibles y terminamos con una batalla de simbiontes, que tiene sus cosas inspiradas pero también su cuota de caos visual. Si bien las cosas buenas superan a las malas, resulta difícil aseverar que Venom es una pelicula pareja. Aún con sus altibajos Venom me pareció potable porque los trucos con el moco negro extraterrestre están buenos, y porque mezcla horror con comedia. Hay muchas cosas para pulir, pero Hardy se hace con el personaje en el segundo acto y resulta entretenido. Podía haber sido una comedia muy negra (un inocente atrapado en el interior de un asesino serial caníbal), pero acá la cosa la sanitizan bastante como para ser amigable a un público pre-adolescente. El futuro está abierto y la franquicia puede mejorar drásticamente en la segunda instancia… o hundir de una en un estrepitoso fracaso. Por mi parte estoy dispuesto a darle una segunda oportunidad a la serie, siempre y cuando siga por el lado de la comedia donde se anota sus mejores puntos.