Reseña histórica de estilo clásico y lineal, Cristiada narra un cruento enfrentamiento teológico, una suerte de “Guerra Santa” en pleno siglo XX. El film del debutante Dean Wright sorprende fundamentalmente al poner en imágenes hechos muy poco conocidos y difundidos, con una buena reconstrucción de época y sólidos rubros técnicos. Acontecimientos que tuvieron lugar en México entre 1926 y 1929, cuando el gobierno atentó contra el culto católico que se llevaba a cabo en las iglesias del país. Las fuertes restricciones al catolicismo recrudecieron dramáticamente cuando asumió el gobierno del presidente Calles, que prohibió sus actividades y persiguió y asesinó a curas, obispos y fieles. Grupos de resistencia armados, autodenominados cristeros, le hicieron frente al ejército promoviendo una sangrienta Guerra Civil. La indoblegable convicción y heroísmo de personas que dieron la vida por su fe, es lo más relevante y conmovedor del film, más allá de lo controvertido de sus postulados. Es una pena que esta ambiciosa producción mayormente mexicana, esté hablada en un inglés mal pronunciado, desaprovechando un elenco que se podía haber expresado muy bien en su idioma, como Andy García, Catalina Sandino Moreno y Rubén Blades, entre otros. El buen arranque del film, cuya duración global está un tanto excedida, incluye la participación del legendario Peter O'Toole.
Dentro de los últimos estrenos nacionales, Cuando yo te vuelva a ver se destaca claramente como una comedia dramática evocativa dotada de interesantes matices y un alto contenido emotivo. Dirigida a un público adulto y maduro, este film del artesano Rodolfo Durán presenta una trama sentimental bien hilvanada, con sólidos recursos narrativos y visuales. El consustanciado reparto sabe traducir el sensible guión de Gisela Benenzon y Marcela Sluka, que aborda una historia de amor detenida en el tiempo y reavivada por un regreso acaso no casual, que le permite a un hombre algo mayor intentar recuperar un sentimiento que nunca creyó haber perdido. Obsesión que traerá aparejada conflictivos reencuentros y poderosas revelaciones afectivas. Con diálogos muy cuidados y dosis melodramáticas salpicadas en su justa medida, el film va moviendo con sutileza fuertes resortes emocionales. Luego de una comedia fallida como Vecinos, Durán arriba a su mejor película, conduciendo con sapiencia a una capacitada pareja protagónica en la que Manuel Callau se muestra hondo y conmovedor y la reaparecida Ana María Picchio, notable, compartiendo además elenco con su hija Delfina Peña y su nieta Juana Dates Peña. Las buenas participaciones de Malena Solda y Alejandro Awada y la apropiada música que homenajea a Procol Harum y su Con su blanca palidez redondean una pieza nostálgica y entrañable.
El director de El estudiante presenta, en esta ocasión junto al coreógrafo Juan Onofri Barbato, una película completamente diferente, un semi documental con una duración menor al de un largometraje convencional. El título Los posibles está compartido en realidad con el que lleva una obra de danza moderna de Onofri de características muy particulares. Un espectáculo elaborado a través de la conformación de un grupo de jóvenes de zonas barriales y suburbanas con altos stándares de desarrollo y dinamismo físico. El film cruza el cine con lo escénico, y la cámara va espiando y registrando los cuerpos en movimiento sin quedarse estática, casi acompañando la danza y esa estética marginal, gimnástica y laboral. Los desplazamientos eléctricos o cadenciados de estos siete artistas, que en todos los casos buscan la originalidad del lenguaje corporal, van alcanzando mayor intensidad cuando se incorpora la música en vivo, partiendo esencialmente de una batería a la cual se van agregando otras sonoridades. Un final en el cual el grupo se distiende y conversa animadamente al retirarse del predio, se contrapone con la presencia solitaria de un miembro que continúa danzando, en una suerte de competencia con su sombra. Notable la música de Ramiro Cairo para una pieza fílmica atrayente e inusual.
La de Qué pasó ayer es indudablemente una saga atípica dentro del cine Hollywoodense. En general los films que vienen en serie desde allí pertenecen al terreno de la acción o el terror, entre otras tendencias que incluyen la ciencia-ficción y el género fantástico. El humor bizarro y corrosivo, en general, no caracteriza a films con secuelas, o al menos, con más de una continuación. En este caso, la buena idea que dio origen al disparatado film original, indudablemente trasgresor y divertido pero también machista y grosero, fue la combinación que permitió la franquicia. Y la historia de ¿Qué pasó ayer? Parte III se dispara para un lado diferente a los dos primeros opus de la de la saga, en los que las despedidas de soltero eran el origen del descalabro. Aquí la trama por momentos entra en el género policial, con gangsters, un atraco de guante blanco, y hasta algunas muertes a balazo limpio. Dos años después del último desenfreno, con Phil, Stu y Doug alejados de aquel pasado caótico, deben socorrer a un Alan en plena crisis, tras lo cual entrará en escena el inefable Leslie Chow y un mafioso llamado Marshall, y las cosas se complicarán de manera vertiginosa. Además los cuatro terminarán en Las Vegas, el marco de la primer y recordada aventura descontrolada. El entretenimiento está correctamente diseñado, con algunos chistes divertidos pero con un tono algo más moderado, un humor más sutil que produce sonrisas antes que carcajadas. De todos modos no habrá que perderse una formidable escena extra que asoma tras el cast, que puede despertar aquellas típicas risotadas y que más oficiar como cierre propiciaría una descabellada cuarta parte. Y el arranque, con dos gags bastante negros. Con la participación del gran John Goodman, Zach Galifianakis vuelve a destacarse como comediante frente al resto del eficaz cuarteto.
Este policial negro nacional con toques del Juan Carlos Desanzo de los ’80, marca el retorno de Gustavo Cova a un film con actores, ya que sus últimos dos trabajos habían sido de animación; el notable Booggie el aceitoso y el dinámico y colorido film infantil Gaturro. Y hace más de veinte años atrás había realizado junto a Horacio Maldonado Alguien te está mirando, una pieza de ciencia-ficción vernácula que, a la distancia, parece haber inspirado a varias piezas estadounidenses recientes, como La cabaña del terror. Precisamente se vuelve a formar aquí la dupla Maldonado-Cova, ya que el primero oficia de productor y coguionista. Luego de unos atrayentes títulos que denotan el aliento a cómic que le quiso imprimir el realizador a su película, el arranque es ciertamente cinematográfico, con varias situaciones violentas e imágenes sugerentes despojadas de diálogos. El crimen de un político candidateado en un raído hospedaje-burdel da el puntapié inicial a una historia que progresa a buen ritmo y de manera intensa. Los movimientos constantes de cámara y una edición frenética colaboran en las saludables intenciones expresivas de Cova. Si bien algún pasaje aparece forzado o demasiado arquetípico, la idea del film es centrar el nudo más en la acción que en la trama, dando lugar a varias escenas de enfrentamientos y persecuciones. El tema de la corrupción política y el periodista que denuncia puede resultar oportuno en el contexto actual, en una pieza arriesgada y entretenida que además es de género, premisa al que nuestro cine debería recurrir con mayor asiduidad. Dentro de un correcto elenco se destaca claramente la composición de Gustavo Moro como el travesti, pero asimismo la participación de Rubén Stella en un rol de inspector que maneja bien, el inquietante rol de Adrian Venagli, el aporte verosímil de Nicolás Pauls, el despliegue físico de Luciano Cáceres y la apropiada belleza y presencia, para el estilo noir del film, de Emme.
En una línea expresiva que recuerda a la Lucrecia Martel de La ciénaga, la directora Daniela Seggiaro presenta una ópera prima prometedora y poética. A través de las vivencias de una niña wichi que vive y trabaja para una familia criolla en un pequeño poblado del interior, el film narra los sutiles cimbronazos que ocasiona un aparentemente poco significativo hecho: un simple corte de pelo que decide hacerle su patrona. En su cultura, poseer una larga y hermosa melena tiene un significado especial para ella, y su limitada capacidad comunicativa no le permite expresar lo que siente ante ese hecho casi violatorio de su intimidad y su esencia. Los reflejos ancestrales de su existencia se cruzan fuertemente con su vida actual, entronizada en esa casa familiar en la que se siente una extraña. Su cabellera era la belleza de su cultura Wichí, de su idioma Wichí Lhämtés y de los árboles del monte Chaqueño. Toda esa belleza se desdibuja tras la tarea del coiffeur, más allá de la buena intención de la dueña de casa, más preocupada por la fiesta de cumpleaños de 15 de su hija y los conflictos con su marido que por otra cosa. La formidable descripción audiovisual del ambiente típico de la vida de provincia, se suma al choque cultural de la trama y a esos planos acuáticos o paisajísticos en los que la chica wichi se expresa en el idioma de sus antepasados, mientras la traducción asoma en pequeñas letras blancas. Notable Ximena Banus, dentro de la verosímil labor de un elenco mixto en el que se destacan Víctor Hugo Carrizo y la joven Rosmeri Segundo.
Con una inspiración apreciable en Asesinos por naturaleza y asimismo emparentada con Salvajes, otro film de Oliver Stone rodado casi al mismo tiempo que éste, Spring Breakers ofrece una experiencia fílmica lisérgica, hipnótica, caprichosa y deslumbrante. Surcada por excesos, desbordes, reiteraciones e inverosimilitudes, el film de Harmony Korine es aún así una rara pieza de arte, a la que es mejor entregarse sin prejuicios ni análisis intelectuales. Y disfrutar así de su fenomenal estética y sus variados trasfondos. El colorido del logo, el título, el afiche, las fotos y especialmente las participaciones de Selena Gomez y Vanessa Hudgens -íconos del universo teen americano-, dan una aparente sensación de frivolidad y superficialidad, en una frecuencia tipo E! entretainment. Y si bien denominan Spring Break a esa semana de vacaciones que se toman los jóvenes estadounidenses en primavera, este “break” está muy lejos de la inocente postal playera. Adolescentes bellos, torneados, relucientes en sus bikinis y bermudas, pero a la vez capaces de los peores desbordes, entre el alcohol, el sexo, las drogas y el crimen. Jóvenes desatados, liberados, apasionados con la vida y la muerte y sin sentimientos de culpa. Un final sangriento y acaso “feliz” -o ensoñado- le da un cierre inquietante y sublime a un film fuera de lo común. La sorprendente y excepcional caracterización de James Franco y la música del notable Cliff Martinez terminan de redondear todo.
No caben dudas que el australiano Buzz Luhrman es un cineasta diferente, dotado de un componente creativo a veces desbordante, aunque su nivel de trasgresión artística se ha ido moderando a través del tiempo. Tras Stricktly ballroom, una comedia romántica musical que ofrecía coreografías de gran impacto visual, tuvo su resonante incorporación a Hollywood con Romeo + Julieta, adaptación audaz pero no del todo lograda del drama de Shakespeare. Luego alcanzó su obra mayor, Moulin Rouge, comedia musical ambientada en la París de fines del siglo XIX y nutrida con canciones de todas las épocas en donde una mixtura única produjo una eclosión artística. Luego de Australia, film más épico e histórico, llega a El gran Gatsby, nueva versión de la novela clásica de Francis Scott Fitzgerald, con quien había sido su Romeo, Leonardo DiCaprio, como protagonista absoluto. Tras la recordada versión con Robert Redford de los años 70, y una anterior con Alan Ladd, es indudable que esta es la mejor y más fiel adaptación de la novela original. Lo que no quiere decir que se trate de una gran película, si un producto fílmico sumamente atractivo estética y expresivamente. En este caso, los acostumbrados anacronismos de Luhrmann están presentes sólo –más allá de algunos detalles menores- en la banda de sonido diseñada por Craig Armstrong, con amplia participación de Bryan Ferry, un artista ideal para hacer su aporte retro en las variadas canciones. La trama hace foco en la obsesión amorosa de Gatsby, pero también le hace un lugar importante al personaje del escritor que va narrando la historia y los aspectos más oscuros del protagonista, cuyos lujos de millonario esconden secretos de los que no podrá evadirse. Más allá de una extensión algo excesiva, la película alcanza un pico dramático bien sostenido en su segmento final, con un desenlace ciertamente desolador. El 3D se ensambla a la perfección con los recursos visuales puestos en juego por el director, apoyado en los notables trabajos de Di Caprio y Tobey Maguire.
En una película que es a la vez pareja y despareja, la realizadora Victoria Galardi confirma con su tercer opus sus indiscutibles condiciones como cineasta, aún sin haber logrado aquí una pieza superlativa. Luego de codirigir en su debut la pequeña pero formidable Amorosa Soledad y proseguir ya como única directora con la excelente Cerro Bayo, su nueva propuesta indaga en otra veta narrativa pero sin perder su propio y personal estilo. Y una de las características de su cine es que, aún sin definirse en la comedia o el drama, puede divertir y emocionar. En el caso de Pensé que iba a haber fiesta no alcanza a transmitir eso con la misma intensidad, pero se trata de una atrayente experiencia fílmica. Decíamos que su película es pareja porque mantiene un tono uniforme en su trama de dos amigas en conflicto con un hombre en el medio, sin excederse en la crispación del conflicto, pero a la vez es despareja en la eficacia de sus escenas, algunas magníficas y otras poco relevantes. Su meticulosa descripción de un ámbito de clase media alta con toques de snobismo se destaca en el festejo de año nuevo, con un llanto en el brindis que parece pertenecer a la típica emotividad de la fecha, pero tiene que ver en realidad con una visita incómoda que se aproxima, que desencadenará bienvenidas afectadas, suspicacias y tensiones. Un momento fenomenal de un film que aunque no mantiene ese nivel de brillantez, deslumbra en su verosimilitud y sus impecables rubros técnicos. La empatía con los personajes corrobora la calidad como directora de actores de Galardi, con Valeria Bertuccelli y Elena Anaya como notable dupla protagónica.
Combinación entre Proyecto X y la saga de ¿Qué pasó ayer? , 21 la gran fiesta es básicamente –en todo el sentido de la palabra- un film concebido para la diversión de adolescentes que gustan de caer en excesos como sinónimo de diversión. No por nada Jon Lucas y Scott Moore fueron los guionistas de ¿Qué pasó ayer?, razón de su arribo a este debut en el que dedican sus mejores energías al humor guarro, desquiciado y absurdo, condimentos semejantes a los empleados en aquella comedia con Zach Galifianakis, Ed Helms y Bradley Cooper. El problema es que aquí, en lugar de ese eficaz trío, alma de esa película y su secuela, está el terceto de jóvenes Miles Teller, Justin Chon y Skylar Astin, dueños de una simpatía elemental y de escasas dotes como comediantes. Además el ingenio otrora puesto en juego en aquel guión aparece muy poco en esta trama sobre ese aplicado estudiante asiático arrastrado por dos amigos a celebrar a lo grande su cumpleaños número 21, sin considerar que a la mañana siguiente debe asistir a su entrevista de admisión a la universidad de medicina. El caos y el alcohol harán que el descontrol sea irremediable y allí estará la gracia de todo, dentro de un producto de aspiraciones mínimas. A pesar de lo antedicho se pueden experimentar un par de momentos de franca risotada y sin dudas que alguna parte del público para el que esta dirigido lo podrá disfrutar.