Un actor introvertido, tembloroso y taciturno y un pseudo escritor con pretensiones de ser parte del negocio del cine son la genial pareja de una película que en realidad se titula A Film with Me in it (Un film en el que esté yo en él). Su ¿traducción? como Cuatro muertos y ningún entierro, pese a su obvia y hasta casi torpe referencia a la recordada Cuatro bodas y un funeral, resulta sin embargo más explícita y apropiada que el original. Sea como fuere, esta pieza del ex actor Ian FitzGibbon es una proeza de la tragicomedia y el cine de humor negro inglés como no se veía quizás desde la memorable El quinteto de la muerte. Protagonizada por estos dos patéticos perdedores, la película acumula, con una cierta lógica absurda, una serie de situaciones infaustas en las que varias personas van pereciendo en un mismo y fatídico ámbito. Lejos de ser asesinos o encubridores, estos sujetos, inocultablemente comprometidos, apelarán a insólitos recursos para librarse del escarnio. El hilarante Mark Doherty que abre con su caricaturesca imagen el film, es también el diestro guionista de esta pequeña y fenomenal obra, en la que hacen su aporte la notable música y los enrarecidos climas de suspenso. Para divertirse sin pruritos morales y remitirse a la época en la que el gran Peter Sellers aún rodaba films inolvidables.
La acacia es un árbol frondoso que abunda en Paraguay y en la zona mesopotámica argentina. Rubén es un camionero rutinario, parco y acorazado emocionalmente, que sólo traslada troncos de esta especie arbórea que ocupan todo su acoplado, salvo en esta ocasión, que recibirá de su patrón el encargo de agregar el peso extra de una mujer desconocida, no sólo cargada de bolsos sino además de una bebita que no estaba en los planes de nadie. Ese largo trayecto desde Asunción del Paraguay hasta Buenos Aires proporcionará cambios profundos en estos dos personajes, a los que habría que agregar a Anahí (Nayra Calle Mamani), la beba que transitará asimismo por una serie de nuevas percepciones. Pocas veces una criatura de cinco meses ha logrado hacer tantos aportes expresivos dentro de una trama fílmica. Pablo Giorgelli en su debut cinematográfico diseña una breve pero magistral pieza de cine. Con una capacidad narrativa impecable, el director apela a elementos documentales para alcanzar una verosimilitud extraordinaria, con breves y ajustados diálogos, climas, miradas y gestos que lo dicen todo. Una última porción plena de sutiles y taciturnos –el film carece de apunte musical alguno- toques emotivos redondea una obra excepcional, en la que Germán de Silva y Hebe Duarte parecen actuar sin tener conciencia de las cámaras que los rodearon.
Jodie Foster como realizadora siempre de ha despegado de obras anteriores tratando de ofrecer propuestas diferentes, arrancando con la pequeña pero entrañable Mentes que brillan, lúcido análisis de la precocidad intelectual humana, que se extendió a la interesante búsqueda dramática de Home for the Holidays. En el medio de estos dos films brindó como productora y protagonista el notable Una Mujer Llamada Nell, que aún si ser dirigido por ella contiene su espíritu estilístico y expresivo. Su retorno detrás de cámaras la ubica nuevamente en un film que no se parece a ninguno de su filmografía, teniendo en cuenta que sus elecciones como intérprete son menos selectivos y rigurosos que como cineasta. Sea como fuere, La doble vida de Walter presenta particularidades varias, desde abordar los bloqueos mentales más inexpugnables, hasta la curiosa elección como protagonista de un Mel Gibson que ofrece como actor una de sus composiciones más arriesgadas. Un rol sólo comparable al de El hombre sin rostro, su primera pieza como director, un campo en el que no se le pueden negar audacias que lo vinculan fuertemente con la distintiva carrera de su amiga y aquí directora. Walter Black, exitoso empresario de juguetes, sufre una indescifrable y a la vez profunda depresión que lo desvinculan de su tranquila vida familiar y de su propia existencia. Sin embargo en un acto desesperado se aferra a un viejo títere manual de su creación, que cobra vida y lo resucita en todos los órdenes, hundiéndolo a la vez lo en un nuevo y aparentemente irreversible desorden psicológico. Un extraño y desafiante melodrama, casi siempre perturbador y tragicómico aunque con wscasas líneas de humor. La trama paralela que engloba al hijo adolescente de Walter y sus conflictos redondea una propuesta atrayente, simbólica y controvertida que quizás daba aún para más. El trabajo de Gibson es encomiable y lo propio se puede decir de los ascendentes Anton Yelchin y Jennifer Lawrence.
Autor de brillantes esquemas argumentales, era esperable que Pablo Solarz, en este paso del guión hacia la dirección de cine, lo diera con un film fuera de rubro, pese a su romántico y engañoso título. Guionista de una obra esencial como Historias mínimas, propone con Juntos para siempre una suerte de comedia negra, amarga e intranquilizadora, que poco se emparenta con otros notables trabajos suyos que dieron de lleno en el género, como Un Novio para mi Mujer o lo sobrevolaron, como El frasco. Personajes oscuros, perturbados o simplemente conflictuados transitan su ópera prima a través de dos planos narrativos que abordan la vida de un guionista –acaso su alter ego-, y una historia paralela que elucubra su inventiva. Una ruptura afectiva atravesada por una trama sórdida, que lentamente empezará a contaminar la aparente realidad y se convertirá en otra película dentro de la película. Los variados escenarios del film no pueden desmentir su carácter claustrofóbico y asfixiante, y su escasa empatía con el espectador lo resienten en parte, pero decisivamente lo alejan de un cine nacional joven a veces despojado en exceso (a menudo de guión). Su corrosiva historia de desamor, surcada por lúcidos diálogos y situaciones, está sostenida por un impecable elenco en el que se destacan el fenomenal Peto Menahem, un inquietante Luis Luque y una imperdible Mirta Busnelli.
Los films sobre fugas carcelarias resultan siempre atrayentes para el espectador porque producen una empatía con el o los escapistas, quizás por un afán inconciente por reivindicar al convicto, más allá de los crímenes que haya cometido. El túnel de los huesos es un film del género de un nivel sólo aceptable, pero que está dotado de una gran vibración, a la que se le agrega el ingrediente extra de ser un hecho real ocurrido en la cárcel de Devoto a principios de los años 90, con conexiones con los crímenes de estado de los años 70. Antecedentes como Los evadidos o La fuga de Eduardo Mignogna hablan de una temática abordada por el cine argentino con buenas armas expresivas. Si bien en este caso algunas escenas y diálogos pueden no convencer, no se puede negar que el film atrae en todo momento y se robustece aún más a partir de un atroz descubrimiento por parte de los reclusos. La trama, resuelta a través de flashbacks que parten de la charla de un prófugo con un periodista (que representa a un joven Ricardo Ragendorfer), llega a un punto central al toparse los condenados en plena excavación con osamentas pertenecientes a cuerpos abatidos por la represión, con lo que este producto de suspenso carcelario nos retrotrae a un nefasto pasado. Las escenas en el túnel son de una notable verosimilitud y algunas sólidas interpretaciones colaboran en este sentido, especialmente las de Raúl Taibo, Luciano Cazaux y Daniel Valenzuela.
Con un notable trío de intérpretes, que sostiene gran parte del peso dramático y emocional del film, Un Amor muestra una faceta diferente dentro de la ecléctica trayectoria cinematográfica de la realizadora Paula Hernández. Luego de la excelente Herencia y la no tan lograda Lluvia –pero dotada de una cautivante estética visual- , aquí la directora se embarca en una búsqueda diferente, vinculada a la indeleble permanencia de las experiencias adolescentes. Vivencias que en este caso están centralizadas en un pueblo donde dos amigos inseparables verán obstaculizado su vínculo ante la tormentosa irrupción de una chica recién llegada y de pasajera estadía. Luego de una previsible separación esta situación se reiterará décadas más tarde en la gran ciudad y también en aquella añorada localidad de la infancia. Hernández logra volcar todas estas alternativas con genuinos recursos técnicos, expresivos y dramáticos. Los trabajos de los personajes en su juventud son también eficaces y creíbles, pero quizás el problema esencial sea la escasísima semejanza física con el trío en su adultez. De todos modos esto se puede pasar por alto, especialmente por la revelación que representa Elena Roger en su primer protagónico fílmico, un Luis Ziembrowski impecable y un Diego Peretti pleno de matices y vulnerabilidad ante postergados y escondidos sentimientos.
Conmovedora de principio a fin, Verdades Verdaderas - La vida de Estela, se propone ser, y lo logra, una intensa radiografía del itinerario vital de la representante de Abuelas de Plaza de Mayo Estela de Carlotto. Pero esta auspiciosa pieza inicial del realizador Nicolás Gil Lavedra no sólo focaliza en la vida de esta extraordinaria mujer, sino también de sus afectos fundamentales, su entorno y el doloroso contexto de los tiempos del gobierno de facto detentado por militares y civiles. Por lo cual termina siendo un insoslayable homenaje a esa entidad esencial, a los nietos recuperados y a la búsqueda de los nietos apropiados. El film que va bastante más allá de la mera biografía cinematográfica y por momentos alcanza la estatura de una obra abarcadora de toda una época de la Argentina, de sus tragedias y resurrecciones. A través de un interesante libro cinematográfico de Jorge Maestro y María Laura Gargarella, que quizás debió trabajar aún más los diálogos, la película abarca un extenso período que se adelanta a los hechos más significativos de la historia, haciendo incluso una breve referencia a la represión incipiente del gobierno de la otra Estela, Martínez de Perón. Gil Lavedra, con cierto aire de veteranía para un joven nacido con la vuelta de la democracia, se muestra riguroso con los hechos históricos, dándose el gusto de incluir detalles expresivos y visuales que escapan a lo convencional, sin emplear elementos enfáticos, melodramáticos o discursivos innecesarios. Quizás por ello mismo, el film logra sacudir con escenas de fuerte impacto emocional que se suceden sin frenesí pero a la vez sin pausas. Con un párrafo especial para la música de Nicolás Sorín, las actuaciones son un pilar inmejorable, empezando por una entrañable y encendida Susú Pecoraro, acompañada por un excepcional Alejandro Awada, a la cabeza de un compenetrado elenco.
Emotiva, melancólica, expansiva, desbordante de sentimientos, neorrealista y a la vez contemporánea, La prima cosa bella es una comedia dramática en la mejor tradición del cine italiano, con varios David Di Donatello a cuestas y candidata a los Oscar. Risi -homenajeado en el film, ya que aparece en un set de filmación-, Monicelli y algún realizador más actual como Scola asoman su legado en esta pieza fenomenal de Paolo Virzì que recorre varias décadas de una familia disfuncional. Con un elenco extraordinario que encuentra el tono y la sensibilidad justas para componer cada personaje en sus diferentes edades, la película salta infatigablemente entre los años 70, los 80, y la actualidad mientras describe vínculos parentales que oscilan entre las sonrisas, las lágrimas, la desgracia y la alegría. Un arranque prodigioso nos muestra un típico evento veraniego del pasado –con ecos del comienzo de Luna de Avellaneda de Campanella- con elección de reinas dudosas y fugaces, cantantes melosos y animadores kistchs, sólo para presentar una pareja y dos hijos pequeños que serán parte indisoluble de una trama que en su par de horas de extensión no deja de atraer, conmover y proponer toques de bienvenida diversión. La descomunalmente bella Micaela Ramazzotti y el formidable Valerio Mastandrea son sólo dos nombres a mencionar dentro de un cast inmejorable bañado por melodiosas canciones peninsulares que son un personaje más y que hasta que le dan título al film.
Santiago Giralt, en su segunda película como único realizador (en UPA! Una película Argentina y, Las Hermanas L fue parte de sendos grupos de directores), acierta y atrae con su mirada acerca de una actriz de importante popularidad y su entorno en vísperas de un intimidante estreno teatral. Levemente vinculada con la reciente Vaquero de Juan Minujín, e inspirada en un film del gran John Cassavettes, Giralt se introduce en la más profunda intimidad de su sexy, irritable, carismática, voluble y adictiva –tabaco, alcohol, inestabilidad emocional- vida; propia de una diva que se precie. En un privado marco suburbano ella ensaya y espera su gran momento, en medio de una conflictiva relación con su marido guionista y cineasta (Nahuel Mutti), y rodeada de dispares visitantes. Mientras tanto su niña (la prometedora Miranda de la Serna) parece ser la que más la sostiene y protege. Luego de un paso fallido en la costumbrista Toda la gente sola, Giralt vuelve a la temática que mejor lo representa, la trastienda del arte audiovisual (como la brillante UPA), redondeando una pieza que pudo haber dado para más pero que propone un singular momento fílmico y expresivo. Entre la cautivante labor de Erica Rivas, los travellings y planos secuencia, aparecen sustanciosos personajes a cargo de María Marull, Emmanuel Miño, Mónica Villa y Rodrigo de la Serna.
Rachid Bouchareb, realizador argelino-francés que ya había sido nominado al Oscar por el notable film bélico Días de gloria, alcanzó por este épico, doloroso y evocador film una nueva postulación de la Academia. Tres hermanos, tres destinos es un desprendimiento de aquella otra película, y con su título en español algo forzado (el original Hors-la-loi puede significar tanto Desterrados como Al margen de la ley), refleja de todos modos a través del mismo un aspecto fundamental de una obra abarcativa y ambiciosa que alcanza todos sus objetivos. Porque esos tres hermanos argelinos que atraviesan por distintas experiencias de vida tienen como ferviente meta en común combatir el yugo colonialista galo y lograr la liberación de su país. Y a través de ellos se recorrerán episodios que abarcan desde 1925 hasta 1962, con los que el director de London River logra amalgamar una estupenda narración cargada de injusticias, movimientos revolucionarios y poderosos sentimientos encontrados. Con una impecable ambientación de cada época y un elenco realmente extraordinario, este thriller político conmueve al abordar hechos históricos poco o mal contados, la hermandad a toda prueba, las raíces, el despojo, la represión salvaje, la venganza, la guerra, la guerrilla, la violencia indiscriminada, la muerte y la redención. Peliculón y punto.