Con legítimos ingredientes del mejor Indiana Jones, no solamente en el aspecto narrativo sino tambièn en lo visual, Las Aventuras de Tintín ofrece una irresistible cabalgata de aventura pura y descontracturada. Pero a la vez este film de animación, que apela de manera superior a la técnica de captura de movimiento –haciendo referencia específicamente a Robert Zemeckis y sus últimos y poco logrados films-, se integra con absoluta verosimilitud al universo del historietista Hergé. Es más, teniendo en cuenta que este mismo artista opinó alguna vez que Steven Spielberg era “el único que podría hacerle justicia a Tintin”, parece que desde algún lugar (el caricaturista falleció en 1983) podría estar disfrutando de esta recreación. Que desde su arranque y especialmente a partir de la media hora de proyección propone un fenomenal entretenimiento que incluye acción, con apasionantes persecuciones por parajes exóticos; suspenso, toques de humor y algún atisbo sentimental que nunca está ausente en el cine del realizador de tantas obras emblemáticas del cine contemporáneo. Estas remozadas aventuras del joven Tintín adapta varias historias de ese trotamundos de origen belga respetando pormenorizadamente su aspecto estético, pero principalmente apela a La Leyenda del Unicornio como una guía narrativa que enmarca la trama. Esta línea argumental traslada a Tintin por terrenos que incluyen el mar y el aire además de la tierra firme, y el folletín aventurero parece una cinta sin fin que no se inicia cuando arranca la película ni tiene un cierre cuando termina. Lo que indudablemente abre la clara posibilidad de secuelas, una próxima que estará a cargo nada menos que de Peter Jackson, que en este film oficia de coproductor, pero está claro que ha intervenido en otros aspectos. Las interpretaciones de Jamie Bell, Andy Serkis y Daniel Craig van más allá de poner la voz, son integrales debido a la técnica, y redondean una narración impecable, inagotable en sus recursos audiovisuales.
Nostálgica y a la vez moderna -sin exagerar-, Los Muppets representa un jubiloso regreso de uno de los mejores productos de entretenimiento (¿infantil?) contemporáneo. Luego de varias películas previas memorables que ya datan de un par de décadas, ahora estos delirantes muñecos o títeres de paño regresan en su formato original y con las técnicas primigenias con las que fueron concebidos. Y de la mano de Disney, que se hizo cargo hace unos pocos años de la licencia, relanzando las inolvidables creaciones de Jim Henson a través de un largometraje que conserva su esencia y a la vez tiene el sello de la emblemática productora. La trama incluye un nuevo personaje llamado Walter que es el hilo conductor del film, una criatura que los admira incondicionalmente y que no advierte su propia e inconfundible categoría de Muppet. Él desencadenará una trama divertida que se reserva toques sentimentales y melancólicos en lo que respecta a la supervivencia del grupo, a los que el aporte de la ironía y la sátira resultan ingredientes infaltables. Canciones, pasos de baile y squetchs a cargo tanto de ellos como de los intérpretes humanos forman parte de una propuesta sustanciosa, que presenta actores fenomenales con roles importantes o fugaces, como Chris Cooper, Jack Black, Zach Galifianakis, Jason Segel, Amy Adams y Whooppi Goldberg, entre otros. Con respecto a los destinatarios de esta pieza intensamente disfrutable, no son fáciles de determinar. Es verdad que los niños están incluidos entre los espectadores posibles, pero no son los únicos; los de treinta para arriba que accedan a la versión original en inglés, que es casi como una película diferente, están primeros en la lista. Y como si todo esto no fuera suficiente, el nuevo corto de Toy story, se ocupa de la suerte de los muñequitos que se incluyen en los menús de las hamburgueserías y es un absoluto hallazgo.
Con elementos recurrentes del cine de ciencia-ficción más reciente, dentro de su trillada variante de invasiones extraterrestres, La última noche de la humanidad ofrece dentro de su acostumbrado menú algunos leves toques que tratan de diferenciarla. Ingredientes que apenas levantan el interés en algunos aislados momentos. Chris Gorak en 2006 debutó como director con un thriller que nunca fue estrenado en Argentina y trata de aportar algo interesante en este film apocalíptico, que incluye elementos visuales de Exterminio de Danny Boyle y de Soy leyenda, especialmente al ver una emblemática Moscú, no tan aprovechada por el cine como otras urbes, totalmente despojada de seres humanos. También la reciente y no muy lograda La oscuridad forma parte de estas influencias. Esta coproducción estadounidense-rusa posee un guión excesivamente llano, con pocos elementos reflexivos, que en estos casos pueden revalorizar el formato y transformarlo en otra cosa. Quizás los aliens eléctricos aparecen diferentes en su concepción, pero visualmente resultan poco atractivos y, aún devastadores; poco inquietantes o terroríficos. El grupo de intérpretes jóvenes y carilindos que corren por su vida recuerda la estética de Cloverfield, que está a años luz de esta fallida muestra del género, que pese a todo augura una secuela.
Refrescante, naif, creativa y encantadora, El extraño Sr. Horten es una película muy particular, que podría haber dado para más pero que aún así está fuera de registro. Odd Horten es un ingeniero ferroviario cuyo trabajo a lo largo de cuarenta largos años fue manejar locomotoras que van desde Oslo a puntos aledaños, ida y vuelta. Ahora llegó a su edad jubilatoria, recibirá los honores pertinentes que incluyen un bonito (o no tanto) trofeo y a la vez descubrirá su soledad. Sentirá nostalgia por los trenes, pero a la vez empezara a disfrutar y valorar su nueva vida y, acaso, su libertad existencial. Ese salto en su renovada etapa lo llevará por terrenos inesperados, que contienen en el paquete un amigo -que nunca tuvo-, que por un par de días se transformará en su guía principal y acaso lo llevará por el sendero de un amor que siempre tuvo frente a sus ojos y no terminó de asumir. Bent Hamer en su quinto largometraje como director y guionista apela a algún toque surreal, dentro de una tónica melancólica en la que no falta el humor absurdo. La máscara del indispensable protagonista Baard Owe resulta ideal, y a pesar que algunos tramos del argumento podrían haberse explotado más, El extraño Sr. Horten destila por momentos una deliciosa poesía.
Desde que irrumpió con Say Anything, una buena comedia romántico-juvenil a fines de los 90 con John Cusack, Cameron Crowe entregó películas que, aún abordando temáticas e historias lineales lograron ser diferentes gracias a sus ideas expresivas y su buena mano como realizador. Jerry Maguire, Casi famosos y Todo sucede en ElizabethTown son ejemplos inmejorables de esta premisa y Un zoológico en casa se inscribe perfectamente en esta tendencia, a pesar que la carrera de Crowe parece haberse estancado en los últimos años. Basada en un caso real ocurrido en Inglaterra, se vuelve aquí una amena, sensible y emotiva pieza cinematográfica. A través de una clásica historia de vida de superación y temple frente a la adversidad, con un reciente viudo y periodista de aventuras que nunca las vivió en carne propia, que decide renunciar a todo y mudarse con sus niños a una casa con zoo incorporado, el realizador logra apartarse de los lugares comunes y aportar en cada escena condimentos que la diferencian de productos fílmicos afines. Alternativas de fuerte contenido sentimental y humano sostienen cada uno de los minutos que demanda narrar la trama, enriquecidas por un elenco fenomenal, en el que no sólo se destacan Matt Damon y Scarlett Johansson sino también secundarios estupendos y un par de consumados pequeños actores.
Película que tuvo prácticamente dos estrenos (se dio a conocer hace dos meses de manera casi fantasmal y ahora se relanza), Norberto apenas tarde es una comedia costumbrista uruguayaargentina que cuenta también con la particularidad de haber sido escrita y dirigida por el actor Daniel Hendler, un intérprete muy personal que en los últimos años se ha transformado en un emblema del cine alternativo nacional. Otro elemento interesante en es esa descripción visual y ritual de Montevideo, dentro de una cuidada manufactura formal. El actor de El abrazo partido y Fase 7 describe minuciosamente un personaje de bajo perfil, poco vuelo y hasta levemente patético, pero aún así capaz de patear el tablero y de marcar un sendero nuevo en su vida, pese a tener que toparse con otros tipos humanos autoritarios como su nuevo jefe o el profesor de teatro. El film parece incluir toques autobiográficos, especialmente referidos al giro que da la actuación en la existencia de Norberto, que no terminan de producirle una satisfacción absoluta, quizás porque Hendler se cuida demasiado que el personaje no genere empatía en el espectador. Por eso apela en todo momento, aún en el humor, a tonos neutros y ambiguos, que se mantienen incluso en una escena final de cierto optimismo y redención. En ese mismo registro se mueve el buen elenco del film, destacándose el protagónico de Fernando Amaral.
Tocando temáticas de fuerte contenido, La última mirada evoca nuestro derrotero histórico en una dura parábola vinculada al presente. Con aciertos pero también desbordes melodramáticos y expresivos, el film de Víctor Jorge Ruiz ofrece una trama que enlaza diferentes tópicos relacionados con la dictadura cívico-militar. Un escritor y periodista español nacido en Argentina vuelve al país para terminar de escribir una novela sobre sus padres, asesinados en 1976, incluyendo una deseo oculto y no muy firme de llevar a cabo una drástica venganza. Este periplo, ubicado en un alejado espacio campestre, es aprovechado por Ruiz para focalizar en aspectos visuales y en la intimidad de los personajes, que atravesarán por una incómoda historia de amor y la paradoja que experimenta el protagonista, al descubrir que el hombre al que quiere desenmascarar resulta ser un “colega”. Claro que el libro que escribe el militar transita por la vereda opuesta y se titula Tarea inconclusa, por considerar un “error” la superviviencia de los bebés de desaparecidos. Con la distinguida presencia en una escena de Estela Carlotto, esta pieza con toques de thriller presenta algunos desniveles actorales y diálogos y escenas no muy pulidas. Aún así mantiene un interés constante y se apoya en una notable caracterización de Arturo Bonín, destacándose el trabajo de Victoria Almeida como su atribulada hija apropiada.
Con algún eco de Los paraguas de Cherburgo y el recuerdo inevitable de la espléndida Conozco la canción de Alain Resnais, Canciones de amor ofrece una deliciosa pieza musical cinematográfica. La presencia de elementos que se relacionan con la comedia musical estadounidense son parte indudable del film, pero también las situaciones dramáticas están presentes. El realizador Christophe Honoré, con un claro espíritu truffautiano en el que Almodóvar no está alejado, logra aunar una historia atrayente envuelta por el mejor estilo del cancionero francés. Con las suficientes alternativas como para ofrecer entretenimiento constante y algunos toques emotivos que no por ser leves son superficiales, la trama engloba circunstancias ligadas a temáticas amorosas de diversa índole, pero siempre inusuales e irreverentes. Triángulos, vínculos igualitarios y tendencias afines forman parte del abanico amatorio incluido, aunque en casi todos los casos el afecto y los sentimientos prevalecen. Al comienzo, la pareja formada por Ismael y Julie invitan a Alice –enamorada de ambos- a vivir con ellos, presuntamente para darle más chispa a su relación. Esto funcionará por momentos, pero tendrá una trágica escisión. A partir de ahí las situaciones atravesarán por inesperados carriles, todos muy disfrutables. La asidua presencia de canciones no corta la continuidad dramática sino por el contrario se integran al relato logrando una armoniosa confluencia artística. Los temas musicales y los climas sonoros proporcionados por Alex Beaupain son un aspecto esencial del film, casi un personaje más. Carismáticos y talentosos, Louis Garrel, Ludivine Sagnier y Chiara Mastroianni protagonizan el film dentro de un elenco homogéneo y eficaz. Para hambrientos de amor y del mejor encanto del cine musical francés.
Alguna vez Steven Spielberg dijo que una película debe introducir al espectador en un universo diferente, y no caben dudas que Andrew Niccol lo ha logrado en su filmografía, más aún dentro del terreno de la ciencia-ficción y afines, especialidades suyas. Responsable de una obra maestra como Gattaca, uno de los mejores films contemporáneos del género, el guionista y realizador ha sido capaz de ofrecer un par de films fuera de serie como El señor de la guerra, que no a será de ciencia-ficción pero por su estética se le acerca y Nicole, otra pieza distintiva. También fue autor del emblemático The Truman Show de Peter Weir, y de La terminal del mencionado Spielberg. En El precio del mañana, con su creatividad habitual, logra agrupar un puñado de ideas atrayentes relacionadas con el control del envejecimiento humano, el concepto de “tiempo es dinero” y el poder hegemónico de los relojes inventados por el hombre, en este caso convertidos en cronómetros de la muerte, y a la vez de la vida. Muchos temas a la vez enmarcados con una estética singular que muestra un futurismo moderado, dentro de despojadas locaciones urbanas. Niccol incluye cierto contenido reflexivo y algún hálito de rebelión frente al sistema, pero apuesta en esta oportunidad a combinarlo con la acción y el entretenimiento. El resultado es ambiguo, da la sensación que se quedó a mitad de camino por no jugarse por entero por una de las opciones. Justin Timberlake, Amanda Seyfried y Cillian Murphy, tres buenos intérpretes jóvenes, no se destacan especialmente dentro de un film que pudo haber alcanzado mayor envergadura. Pero dotado de una trama de la que no vale la pena contar demasiado, como para internarse en ella, sorprenderse, y sacar conclusiones.
Metafórica y atrayente, La campana es una interesante ópera prima nacional del director y guionista Fredy Torres, autor de un memorable cortometraje de los años 90, Líneas de Teléfonos, que ofreció un sugerente y fantástico acercamiento al tema de los desaparecidos. Basándose en una presunta leyenda de pescadores, el realizador propone ahora en La Campana una historia en el que las ironías temporales y los desaparecidos vuelven a formar parte de la trama, en esta ocasión con el agregado de la Guerra en el Atlántico Sur. Incluyendo una historia de amor desencontrado, fuera de –precisamente- tiempo, y con la ambientación del inconfundible puerto de la ciudad de Mar del Plata, la mitología de los hombres de mar que nunca regresan de su travesía se engloba en la parábola de “La campana”, un misterioso espacio mar adentro. La ambiciosa multiplicidad de líneas narrativas y alegóricas no terminan de fraguar del todo bien, que hubieran precisado una duración mayor para desarrollarse, pero de todos modos el nudo argumental logra un desenlace singular. Muy bien filmada, presenta personajes convincentes como el veterano y sentencioso pescador de Lito Cruz, el gringo dueño del bar, Julian Howard y la prostituta de María Fernanda Callejón, entre otros. Jorge Nolasco como el atribulado protagonista, también hace un gran aporte.