El innegable gran educador, hombre de estado y escritor tiene en este film un protagonismo especial, ya que la propuesta fundamental de Sarmiento, un acto inolvidable es poner en primer plano su relevancia como figura histórica de la patria. Reconocido por los progresos que llevo adelante en el campo educativo, el autor de Facundo o Civilización y barbarie es sin dudas un prócer controvertido, más por sus ideas que por su obra. Es precisamente lo que el director sanjuanino Pepe De La Colina pone en el tapete en su film, apelando a diversos recursos expresivos en los que alterna situaciones del presente con otras de la historia sarmientina combinadas con un toque fantástico. Elementos que conviven en una trama en la que una maestra, encargada de la realización de un acto alusivo, recibirá una fantasmal sorpresa, a la que se suma una módica vuelta de tuerca en el final. El afán reivindicatorio del director se hace ostensible a través de un profesor de historia que cuestiona severa y maniqueamente a Sarmiento, por cuanto, más que homenajearlo sin retaceos, De La Colina cae en un discurso enfático y por momentos burdo que no favorece sus objetivos. La discreta labor del elenco tampoco ayuda, pero de todos modos el esfuerzo puesto en juego en la ambientación y algunas ideas pueden atraer a quienes se interesen en nuestra historia.
Con una trama y un estilo renovados con respecto al primer film, pero manteniendo el espíritu crítico acerca del mega poder económico, Oliver Stone despliega lo mejor de su talento visual y expresivo pero no alcanza a conformar una gran obra. A más de veinte años del memorable Wall Street original, que desmenuzaba ferozmente la rapiña financiera, ponía en primer plano a la generación yuppie y creaba un nuevo y despiadado antihéroe llamado Gordon Gekko, el director de Asesinos por naturaleza, La radio ataca y JFK consideró interesante retomar esa historia y crear una suerte de saga. Pero además, haciendo honor a la trama de aquél film, Stone se procuró un trabajo fílmico que consolide su capital, acaso como para seguir adelante con sus otras vertientes cinematográficas, caso la reciente Al sur de la frontera o la anterior y no estrenada aquí Looking For Fidel. No habrá estado equivocado en ninguna de las dos cosas, porque no fue una mala idea realizar esta secuela y probablemente la taquilla lo acompañe. Quizás el problema de Wall Street: El dinero nunca duerme, además de un final un tanto idealizado, sea el haber picoteado en variados tópicos sin llegar a profundizar en ninguno, como por ejemplo un mega colapso de la economía mundial, una conflictiva y casi terminal relación padre-hija, el tema del mentor o padre sustituto que padece el personaje del joven operador de Wall Street (Shia LaBeouf), tanto con su jefe anterior (Frank Langella) como con Gekko y como estos elementos combinados pueden destruir una relación de pareja. De todos modos esta versatilidad temática le otorga al film un innegable y constante interés. Con deslumbrantes recursos visuales para mostrar a Nueva York y su mundillo financiero (incluyendo un atrayente video clip que se puede ver con los títulos finales), una excelente –otra vez- actuación de Michael Douglas, bien acompañado por LeBeouf y grandes actores de reparto (Josh Brolin, Langella, Susan Sarandon), y algunas lecciones atendibles acerca de la hora que vivimos, este regreso de Gekko y su capitalismo salvaje valen la pena.
La vida de Jorge Prelorán, uno de los cineastas más admirados y estudiados de nuestro país, es reflejada en este trabajo de manera abarcativa y a la vez atrayente, utilizando algunos de los principios que el propio protagonista del film enuncia en esta película-homenaje. Este artista de la imagen testimonial, especializado en el género documental casi desde sus inicios, y fallecido recientemente, recibe aquí un acercamiento a su tarea, su pensamiento y forma de ser a través de esta oportuna y entrañable pieza de Fermín Rivera. Quizás su objetivo más importante haya sido reivindicar la trascendencia mundial que Jorge Prelorán y su prolífica filmografía han tenido y seguramente ese aspecto está más que cumplido. Rivera había ofrecido a través de Pepe Núñez, luthier, una singular mirada sobre un hombre anónimo y discapacitado que llevaba adelante su oficio contra todas las dificultades, documental elogiado precisamente por Prelorán, quien aceptó que este colega suyo se ocupara de su historia de vida tan particular. Rodado a lo largo de más de cuatro años en distintos escenarios, pasando por sus primeros y curiosos films argumentales en los Estados Unidos y llegando a obras que recorrieron de una manera única la geografía de un país, Huellas y memoria de Jorge Prelorán es un valioso tributo para conocedores y neófitos.
Concebida como un inusual homenaje a un presidente en ejercicio, Lula, El hijo de Brasil es una película asimismo inusual en su presupuesto, si de una cinematografía latinoamericana estamos hablando; más de diez millones de dólares que la han convertido en la más cara de la historia de ese país. Un costo alto pero bien amortizado, porque, estrenada a comienzos de este año en Brasil, ha convocado a más de un millón de espectadores. Una obra de un claro y simple carácter biográfico, que no pretende hacer historia en el género, pero que para los que desconocen la trayectoria de Luiz Inácio Lula da Silva –y para los que sí la conocen-, ofrece un sólido muestreo de una vida fascinante, salpicada de luchas, duros sinsabores y fenomenales logros. Entre las desdichas habrá que incluir la padecida por el propio realizador del film, Fábio Barreto, quien unos días antes del estreno sufrió un gravísimo accidente automovilístico del cual aún no se ha recuperado y que probablemente le impida volver a filmar. Barreto, hermano de Bruno, director de la memorable Doña Flor y sus dos maridos, ya había alcanzado una candidatura al Oscar a la Mejor Película Extranjera por O quatrilho, y aquí puso de manifiesto su oficio para narrar con estilo clásico una historia de vida que, más allá de algún idealismo e inevitables simplificaciones, resulta ejemplar. Desde su humilde nacimiento en el estado de Pernambuco hasta el entierro de su madre al que pudo concurrir aún estando en prisión, gran parte del recorrido de Lula está presente a lo largo de un metraje que aporta un par de momentos fuertemente emotivos, como el señalado del final. Un elenco eficiente con un intenso Rui Ricardo Diaz a la cabeza, conforman un adecuado marco para recrear la epopeya de un líder tan carismático como genuino.
Los debates que actualmente involucran a los medios hegemónicos encuentran aquí un nuevo punto de vista a través de esta increíble historia vinculada a un fugaz movimiento guerrillero. Trama luego reducida a una patraña, como parte de una operación mediática que arrancó con una primicia desaforada y terminó en una estudiada trivialización y desmerecimiento. Orquesta roja, primer largometraje de Nicolás Herzog, joven cineasta dotado de prestigioso y oportuno apellido, hace una radiografía sorprendente de estos hechos a través de tres personajes singulares y las dispares situaciones que se difundieron sobre ellos a mediados del año 2000 desde Concordia, Entre Ríos. Una nota exclusiva de los medios de comunicación Crónica TV y Radio 10 con ese grupo guerrillero llamado Comando Sabino Navarro, anunciaba a través de su líder, el comandante Chelo Lima, una vuelta a la lucha armada y al espíritu combativo de los años 70. Un trato previo que establecía un falso vivo fue incumplido por la radio, lo que derivó en un abrupto corte de la entrevista y una apresurada huída. Escenario luego desacreditado por el resto de los medios como una farsa del popular canal de noticias, este trabajo testimonial se ocupa de poner las cosas en su estricto lugar. Una obra reveladora, que desnuda facetas humanas e intereses creados, realzada con interesantes recursos visuales.
Coproducción argentino-española dirigida por la ibérica Laura Mañá, Ni Dios, ni patrón, ni marido es una interesante evocación de uno de los primeros grupos de mujeres activistas. Estrenada en nuestro país con retraso, ya que data de 2007, tal demora no influye demasiado en la vigencia de su contenido, dado el carácter histórico del film. Que gira alrededor de la anarquista rosarina Virginia Bolten, que funda el periódico La Voz de la Mujer, el primero en Latinoamérica que abarcó tanto ideas revolucionarias como feministas. En el marco de una hilandería en conflicto por despidos, insalubridad y maltratos a sus obreras, todas mujeres por cuestiones de costos; se va desarrollando el germen de la rebelión, en medio de otras alternativas argumentales. Una cantante de ópera de la alta sociedad que se pliega a la lucha, un senador que la ama y que desata una represión clandestina contra las trabajadoras y su propio objeto de deseo, son otros apuntes de la trama que, junto a una cuidada ambientación y vestuario, mantienen el interés del film. Que sin dudas daba para más, pero que a través de un atendible guión coescrito por una de sus protagonistas, Esther Goris, refleja con acierto las iniciáticas luchas femeninas contra el despotismo e ignorancia de los hombres de la época. Junto a la Goris se destaca la labor de Eugenia Tobal, y los aportes de Daniel Fanego y Jorge Marrale.
Con su indudable halo de singularidad cinematográfica, Enterrado ofrece una pieza con pocos parangones, lo que sin dudas es un buen punto de partida. El otro es su trasfondo acerca de la política exterior norteamericana y los negocios corporativos que genera la guerra en Oriente Medio, aspecto que le otorga al film algún toque de denuncia. Pero más allá de eso, el producto global que ofrece esta película del español Rodrigo Cortés responde cabalmente, a pesar de que en este caso no lo haya hecho a través de un guión propio, al caracter llamativo, burbujeante y siempre pretendidamente original que ha llevado adelante en su corta y veloz trayectoria. Que ahora lo ha llevado a filmar por vez primera con una figura actoral estadounidense, aunque este no sea un film producido en Hollywood, circunstancia que ya está a punto de llegar en su carrera. En sus varios y notables cortometrajes, como Yul, Los 150 metros de Callao, y el documental apócrifo 15 días, Cortés ha desplegado esa idea del cine en la que el artificio es más importante que el contenido, lo cual se extendió a su atrayente ópera prima Concursante, con un estupendo protagónico de Leo Sbaraglia, pese a ello no estrenada aquí. Y Enterrado era un proyecto ideal para este cineasta autodidacta y talentoso, que supo sacarle el jugo al ingenioso y claustrofóbico guión de Chris Sparling acerca del conductor de camión que despierta dentro de un viejo ataúd de madera, enterrado vivo y acompañado por unos pocos elementos, como un celular de última generación pero con poca batería, una linterna con falso contacto y un encendedor. Cosas que a veces le serán útiles en su situación y otras no tanto, mientras mantendrá diálogos a veces sordos con sus captores árabes, sus rescatistas norteamericanos, su contacto para la empresa en la que trabaja y su mujer. Con pasajes angustiantes y dramáticos, una esforzada labor de Ryan Reynolds, un final negro y sorprendente –aunque no tan original-, y una sostenida tensión, Enterrado es un brillante ejercicio cinematográfico. Pero esto no siempre da por resultado un gran film.
El cine dentro del cine no es precisamente una novedad, muchos cineastas han apelado a este recurso, que puede resultar atrayente para el espectador entendido. Quizás la película modelo en este subgénero sea La noche americana, sin embargo este delicioso film de Andreas Dresen (que venía de ofrecer una joya como Nunca es tarde para amar), merecería figurar en un lugar destacado detrás de aquella obra maestra de Francois Truffaut y acaso de La mujer del teniente francés de Karel Reisz. Más que nada por su formidable pintura de una luminaria actoral en decadencia, ese Otto Kullberg que se debate entre su amor por el cine y sus problemas de comportamiento, ligadas mayormente al alcohol. De ahí el título Whisky con Vodka, que también funciona como una alegoría ligada al protagonista y a su actor reemplazante. Ese hombre endiosado y despreciado que, más allá de sus debilidades, sigue siendo un artista; una entrañable excusa narrativa que no oculta un indisimulable homenaje al cine. Los devaneos amorosos del equipo, los problemas de egos y cartel y otros detalles del universo de un rodaje, son situaciones de la trama que suman atractivos por partida doble, al reflejar otro film en proceso. El abanico audiovisual se completa con la canción de Gardel Por una cabeza, que forma parte de la banda de sonido, y la excelente composición de Henry Hübchen, dentro de un elenco inmejorable.
Si bien Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo han tenido importantes registros audiovisuales de diferentes cinematografías, quizás aún esperen una película que refleje abarcativa y pormenorizadamente su lucha casi legendaria. Mientras tanto, los padres que estuvieron cerca de ellas, a través de un reconocimiento algo tardío pero valioso, ya tienen su pequeño y a la vez gran film testimonial. Porque Padres de la Plaza - 10 recorridos posibles es un conmovedor documental que se ocupa de un puñado de hombres, menores en número, más anónimos, menos mediáticos o mediatizados, pero igualmente poseedores del dolor de haber tenido hijos secuestrados, desaparecidos o comprobadamente aniquilados durante la nefasta segunda mitad de los años 70. Padres que compartieron con sus mujeres la búsqueda de sus hijos, pero sin por ello llegar a agruparse y organizarse como una referencia reconocible para sus pares y para el mundo. La película de Joaquín Daglio entrelaza con enorme sensibilidad diez historias que cuentan sobrecogedoras vivencias que se desprenden de esos episodios trágicos. Mientras recorren espacios entrañables, ellos hablan a la cámara con nostalgia, desazón, ira, entereza, algún sentimiento de culpa y comparten sus testimonios descomprimiendo, quizás, su indescriptible pesar. Sin grandes despliegues visuales, Padres de la Plaza está dotada de un impacto emocional poderoso e indeleble.
Un más que auspicioso debut cinematográfico ofrece el joven cineasta Miguel Cohan, un ex asistente de Marcelo Piñeyro (colaboró con él en películas como Cenizas del Paraíso y Plata quemada) que se da el lujo además, cosa que también podría haber conllevado un riesgo, de dirigir a figuras de gran peso en el cine nacional como Leonardo Sbaraglia y Federico Luppi. Los aciertos y valores de este thriller dramático parten fundamentalmente de una potente idea que dio como resultado un sólido guión de Ana Cohan y el director. Varios aspectos turbios de la sociedad argentina, que por momentos recuerdan a las denuncias de El Rati Horror Show, se ponen en tela de juicio en Sin retorno, a través de una trama intensa y atrapante. De todos modos la estructura narrativa del film es lineal y apenas presenta un par de elipsis, pero que son bastante pronunciadas. Se trata de saltos temporales que pasan por alto instancias que podrían haber tenido un interesante desarrollo en la película, como un juicio oral que termina por condenar al personaje de Federico (Sbaraglia), acusado de atropellar a un ciclista y abandonarlo, y el posterior tránsito de él en prisión a lo largo de tres años y medio. Ambos segmentos son obviados en la historia, dejando aún más en evidencia el sustancioso contenido del entramado argumental. Que enfoca las consecuencias de una serie de acontecimientos fortuitos –combinados con irresponsabilidad y negligencia- que desembocan en un accidente trágico. El afán de un grupo familiar por evadir un compromiso legal y el empecinamiento de un padre por encontrar un culpable, sea quién fuere, dan por resultado una injusticia y una posterior venganza. Con una tensión que llega a volverse angustiante y un final de enorme impacto emocional, la película de Cohan cumple satisfactoriamente con casi todos sus objetivos. Se puede advertir algún desnivel actoral dentro de un elenco mayormente impecable, en el que los protagonistas Sbaraglia y Martin Slipak logran formidables composiciones, sin dejar de mencionar a un Luppi conmovedor y eficaces participaciones de Ana Celentano y Luis Machín.