Ya en franca y directa competencia creativa con Pixar, los estudios Disney presentan su tercer film de animación digital propio, luego de las atrayentes Enredados y Ralph El Demoledor. En verdad sólo Ralph se puede calificar como “pìxariano”, ya que Enredados, basado en la historia de Rapunzel y su larga cabellera y esta nueva producción, se acercan más a la impronta de los clásicos tradicionales de Disney, con jóvenes princesas en apuros, galanes principescos, castillos y realezas. Pero enmarcados por un notorio aggiornamiento, como lo demuestra claramente Frozen: una aventura congelada, aventura en 3D repleta de alternativas, personajes, sorpresas y un aspecto visual que brinda desafíos expresivos a cada escena, entre paisajes helados y situaciones vividas a bajo cero. Llevada adelante por Chris Buck, co director de un clásico de los estudios como Tarzán, y por Jennifer Lee, co guionista de la mencionada y creativa Ralph, Frozen cuenta con una trama dinámica y con variadas ramificaciones, a través de esa temeraria adolescente heredera que sale en febril búsqueda de una hermana reina dotada de extraños poderes freezantes. La ayudarán un enamoradizo alpinista, su entusiasta reno y otros divertidos seres, como el muñeco de nieve Olaf y los gnomos-roca trols. La trama irá desembocando en un fuerte momento emotivo, como para redondear un nuevo y formidable producto de una marca legendaria.
Basada en un film mejicano no estrenado aquí en cines ni en DVD, Ritual sangriento es una obra que combina el drama costumbrista psicológico con el terror más declarado, y en esa mixtura basa su indudable eficacia expresiva y cinematográfica. Notablemente filmada, e interpretada con talento por un elenco que integra jóvenes casi debutantes con experimentados actores adultos, el film de Jim Mickle puede atrapar tanto a cinéfilos como a amantes del más puro cine de terror. Los Parker, una familia respetable pero distante de un pequeño pueblo del sur de los Estados Unidos, guarda secretos acerca de perversas costumbres ancestrales, que mantienen a rajatabla aún después de padecer la absurda muerte de un integrante clave del clan. El patriarca, ante la pérdida de su esposa y madre de sus tres hijos, no deja de lado mandatos irrevocables, que esta vez harán sospechar a algunos doloridos e incrédulos pueblerinos. Mickle reinventa el film original, redimensionando el aspecto traumático del drama, con una estética plomiza y gris, y poniendo énfasis en climas visuales y sensoriales antes que en efectismos innecesarios. Apuesta casi todo a la narración y a la caracterización de sus personajes, logrando un suspenso que va llevando a un desenlace sustancioso y casi intolerable. El estupendo criterio en la fotografía, la música y las actuaciones terminan de dar valor a una pieza imperdible.
Con una intensa labor protagónica de la actriz Roxana Randon, Visiones, último film nacional del año, es una pieza atravesada por aciertos y falencias, pero con la virtud de mantener el interés en su trama. La idea, bien planteada en el guión de Nicolás Cisco, se interna en ciertos aspectos parapsicológicos y pesadillescos, premisas que giran alrededor de una presunta gitana que dice conocer el presente y el futuro de sus clientes a través de improbables poderes. Con la complicidad de un joven que aprovecha su atracción con las mujeres para sacarles directa o indirectamente dinero, el film alcanza algunos momentos logrados. Pero otros pasajes más débiles y las constantes alternancias entre la realidad y las visiones del título que sufre la falsa –o no tanto- vidente, llegan a marear y confundir. Esos tramos del segmento final de la película dirigida por el debutante Juan De Francesco, recuerdan a films sobre paradojas temporales, idea fascinante que pudo haberse desarrollado mejor. Igual el director aprovecha esos inesperados dones de la protagonista como flashbacks que revelan zonas del pasado bloqueadas de los personajes. Con un desenlace esperanzado, Visiones ofrece un aceptable intento de comedia dramática con toques fantásticos, con una Roxana Randon sensible y plena de matices y buenos aportes, dentro de un elenco desparejo, de Adrián Ero y José Luis Alfonzo.
Diario de Ana y Mía es un particular título que no se refiere a un par de mujeres que se llamen así, sino a la condensación de dos inquietantes palabras: anorexia y bulimia. El film debut de la directora de fotografía Alejandra Martín (El Vestido de Paula De Luque) aborda aquí un universo casi desconocido: el de las mujeres que padecen estos síndromes y la manera en la que tratan de salir de ellos o por el contrario, entregarse sin reparos a sus peores síntomas. Para acercarse con mayor certeza e ingenio a esta problemática, la realizadora investiga en imágenes y testimonios a un puñado de chicas que forman parte de una comunidad bloguera. Un oscuro rincón de la Web que precisamente se denomina Ana y Mía, y que engloba a miles de mujeres, autodenominadas paradójicamente “princesas”, y que atraviesan, en distintas etapas y gravedades, su condición de “Anas” o de “Mías”. Un sitio de Internet o suerte de reducto místico en el que sus adeptas no sólo confiesan debilidades, miserias y padecimientos, sino que llegan a establecer “mandamientos” cuasi religiosos acerca de su devoción a reglas que atentan contra su salud y su propia vida. Confesiones de chicas casi anónimas que a su vez deslizan un velado o directo cuestionamiento a una sociedad de consumo cuyos patrones de moda, alimentos, bebidas o accesorios tienden a exacerbar una utópica y muchas veces falsa imagen femenina. Un creativo, revelador y muy bien rodado y editado trabajo fílmico, acompañado por un sensorial aporte musical de Pablo Trilnik.
Con cierto espíritu que la emparenta con Horacio Quiroga, por más que esta no sea una versión de aquél memorable relato suyo del mismo título, A la deriva es una pieza nacional atrayente, con una espléndida pintura regional. Surcada por personajes golpeados, inmersos en duras encrucijadas, el film de Fernando Pacheco acierta en una conducción actoral que integra profesionales y novatos dentro de una economía de diálogos que le dan carnadura y convicción a la trama. En el marco de un pueblo misionero, cercano a la frontera con Paraguay, un peón de aserradero con trabajo escaso es convencido por su compadre para ser parte del traslado de una carga ilegal para un narcotraficante de la zona. Pero la codicia de uno de los dos por querer sacar provecho de la situación, pondrá en peligro sus acciones. En su ópera prima, Pacheco diseña su propuesta privilegiando los climas, los gestos y la parquedad de criaturas en un delicado límite entre la pasividad y la intolerancia. Interesante y minuciosa además su semblanza sobre los vínculos entre hombres dominantes y mujeres resignadas y sumisas. Daniel Valenzuela es sin dudas uno de los más verosímiles intérpretes de nuestro cine y aquí vuelve a demostrarlo junto a los sustanciosos aportes de Juan Palomino, Julián Stefan, Mónica Lairana y Mariana Medina
Dos cineastas amigos presentan en conjunto este par de magníficos films documentales con un criterio de cine continuado. Un homenaje al cine de antaño que es en realidad una excusa para presentar con más fuerza estos trabajos modernos, pero también clásicos, abordando un deporte tradicional como el box y una historia que se remonta muy atrás en el tiempo. Con Boxing Club Víctor Cruz regresa al documental luego de lograr una obra de ficción excepcional como El perseguidor. El mundo del pugilismo nacional es retratado de manera detallada y sigilosa, como si la cámara espiara inadvertidamente un ámbito poco conocido en sus aspectos más íntimos. Sin relatos, apuntes históricos o identificación de los actores, el film hace una semblanza de la trastienda de ese mundo mostrando situaciones precarias de varios de los involucrados, junto a mánagers, entrenadores y otros personajes típicos que se hacen ver fuera de toda pose. Con un gran trabajo de cámara, Boxing Club interesa aún a quienes son muy ajenos a este particular deporte. Por su parte Huellas tiene un carácter completamente diferente, abordando la propia saga familiar del director Miguel Colombo, que va mucho más allá de cualquier historia parental habitual. En este caso con narración en off y el protagonista entrevistando a sus afectos funcionan como parte de una verdadera indagación detectivesca. Búsqueda que tiene que ver con su abuelo –especialmente-, su padre y otros integrantes de su casta, que lo llevarán a Italia y a un lejano e intrincado paraje del interior del país. Fascinante y sorprendente -se podría llevar adelante un film de ficción con esta historia-, se destaca además el aporte climático y expresivo de la música de Miguel Magud.
Dos cineastas amigos presentan en conjunto este par de magníficos films documentales con un criterio de cine continuado. Un homenaje al cine de antaño que es en realidad una excusa para presentar con más fuerza estos trabajos modernos, pero también clásicos, abordando un deporte tradicional como el box y una historia que se remonta muy atrás en el tiempo. Con Boxing Club Víctor Cruz regresa al documental luego de lograr una obra de ficción excepcional como El perseguidor. El mundo del pugilismo nacional es retratado de manera detallada y sigilosa, como si la cámara espiara inadvertidamente un ámbito poco conocido en sus aspectos más íntimos. Sin relatos, apuntes históricos o identificación de los actores, el film hace una semblanza de la trastienda de ese mundo mostrando situaciones precarias de varios de los involucrados, junto a mánagers, entrenadores y otros personajes típicos que se hacen ver fuera de toda pose. Con un gran trabajo de cámara, Boxing Club interesa aún a quienes son muy ajenos a este particular deporte. Por su parte Huellas tiene un carácter completamente diferente, abordando la propia saga familiar del director Miguel Colombo, que va mucho más allá de cualquier historia parental habitual. En este caso con narración en off y el protagonista entrevistando a sus afectos funcionan como parte de una verdadera indagación detectivesca. Búsqueda que tiene que ver con su abuelo –especialmente-, su padre y otros integrantes de su casta, que lo llevarán a Italia y a un lejano e intrincado paraje del interior del país. Fascinante y sorprendente -se podría llevar adelante un film de ficción con esta historia-, se destaca además el aporte climático y expresivo de la música de Miguel Magud.
Lo que a primera vista parecía ser un film guarro y simplote entre amigos actores, acaso semejante a una estudiantina trivial en la que a veces cae últimamente esta suerte de subgénero estadounidense, se convierte aquí en un más que disfrutable producto, tanto para los conocedores de la trayectoria de los involucrados, como de aquellos que los conocen poco y nada –que pueden ser mayoría-. Esta comedia delirante y desprejuiciada, que en todo momento bordea el abismo del mal gusto y la ramplonería, sale airosa merced a una idea oportuna y creativa, un guión inteligente, una correcta labor como director de Seth Rogen en colaboración con Evan Goldberg y fundamentalmente gracias a un fenomenal grupo de comediantes. A modo de lo que ofrecía el ciclo de TV de Gabriel Nesci Todos contra Juan, en el que figuras del medio se autoparodiaban (y que luego se extendió al film Días de vinilo, con Sbaraglia en la misma tónica), Este es el fin presenta un grupo de actores que usan sus propios nombres, como James Franco, Jonah Hill, Jay Baruchel, Danny McBride, Craig Robinson y el propio Rogen. A los que se sumarán otros intérpretes reconocidos como Jason Segel, Paul Rudd y Channing Tatum, que participan en consentidas y divertidas humillaciones varias. Los seis primeros quedan encerrados en medio de un inesperado y descomunal apocalipsis pseudo bíblico, y deberán aprender a convivir y sobrevivir en medio del caos apoyándose mutuamente, algo a lo que no son proclives. Esa visión exacerbada, miserable, neurótica y narcisista de ellos mismos, es la base de la propuesta expresiva, que se enriquece con una trama desenfadada que incluye, además de referencias permanentes al cine, metáforas acerca de la condición masculina y la humana en general, sin dejar de lado apuntes teológicos. Con la mejor inspiración en ciclos como Saturday night live o los films de Judd Apatow y otros, con una producción mayor para su impronta, que incluye sorpresas visuales y argumentales, y un formidable desenlace, Este es el fin propone una desopilante diversión de principio a fin.
Grotesca, desenfadada y dinámica, La boleta ofrece una trama cambiante ambientada en submundos urbanos, y un buen elenco de comediantes le otorgan al film una sostenida diversión. El derrotero de un perdedor de clase media baja lo llevará a una villa manipulada por un mafioso, tras el temerario objeto de recuperar la boleta de un sorteo que le fue arrebatada, cuya combinación de seis números responde a una revelación ensoñada que podría cambiar su cruel realidad. El sentido del título hace referencia a la citada papeleta pero asimismo a un conocido y legendario modismo del hampa, a la hora de hablar de ajusticiar a alguien. Dichas virtudes de esta comedia con toques de policial y aventura se ven desdibujadas en algunos pasajes (alguna elipsis inapropiada, un tiroteo inconsistente), pero no por eso la película deja de ser efectiva, logros que hay que atribuirle al director Andrés Paternostro, apellido que remite a un memorable film ícono de los años 60, Mosaico, obra de su padre, Néstor Paternostro. Dotado de alternativas que mantienen el interés hasta llegar a un desenlace con sorpresas, La boleta es un buen exponente de un género bien nativo. Al eficaz protagónico de Damian De Santo lo acompaña un formidable Marcelo Mazzarello y expresivas caracterizaciones de Claudio Rissi, Roly Serrano y otros buenos secundarios.
Siempre resultan fascinantes las películas que abordan, directa o indirectamente el impar mundo circense. Los ejemplos son abundantes, y en los últimos tiempos varios pertenecen al cine argentino y son de carácter testimonial. Uno muy reciente fue Sólo para payasos, que focalizaba en esos inefables bufones de narices rojas y maquillajes coloridos. Que no faltan en esa interesante semblanza de Juan Imassi cuyo largo título, La carpa invisible, familia de circo, hace referencia a varias circunstancias. Además de mencionar a Los Magote, una verdadera y muy humilde estirpe de tramoyistas, la otra parte de ese rótulo, la carpa invisible, es una metáfora al respecto de la ceguera del padre, el líder de esa familia y de esa pequeña compañía cirquense. Reducida pero multiplicada, a través del intenso amor de todos sus integrantes entre sí y especialmente dirigida a Pablo, ese hombre que es capaz de conducir de manera sostenida esa troupe, a pesar de su condición de no vidente. Y de lo antes mencionado se hace cargo su mujer, a través de su alter ego la payasa Margarita, una singular humorista y madre de una prole numerosa y plenamente artística. Un momento clave del film es la reapertura de un cine en la comunidad balnearia Aguas Verdes, donde ellos desarrollan sus actividades. Sumando la música de Rodolfo Mederos y una página clásica de Spinetta, se trata de una experiencia audiovisual graciosa, emotiva y además –los planos en negro que cortan algunas escenas no son errores técnicos-, sensorial.