Un treintañero argentino que recorre a pie algunos países europeos. especialmente Egipto, dice que a sus 6 años recordó cuándo y dónde había nacido. Pero no acá, y en la época actual, sino en el país de las pirámides, hace 10.000 años. Hacer un análisis de éste documental dirigido por Ariel Guntern es difícil, porque requiere de una ardua tarea intelectual para comprender y racionalizar los relatos de Matías De Stéfano, que no son los habituales de escuchar día a día, sino que parecen provenientes de una mente superior, con una sensibilidad especial. y capaz de expresarlos como si realmente los hubiese vivido. Lo recomendable es prestar atención y transitar una experiencia visual y auditiva única. Porque lo que cuenta parsimoniosamente es, según él, el resultado de sus recuerdos. Así vemos desde los dibujos infantiles hechos en su Venado Tuerto natal, hasta el traslado del equipo de filmación a Egipto, y a ciertos países europeos en el que siempre lo vemos alejado de toda civilización, mientras camina o está sentado y explica sus teorías. Cabe destacar, para que los espectadores no se sorprendan, que las reflexiones son mucho más cercanas a la filosofía que a la realidad cotidiana. La película está conducida con un ritmo entre monocorde y lento. Ocasionalmente el director introduce unas placas separadoras de escenas, donde está escrita alguna semblanza en letras blancas sobre un fondo negro. La música instrumental grandilocuente refuerza las imágenes de impecable factura. Esto incluye tomas aéreas registradas por un drone. Más que un documental en sí mismo, Matías De Stéfano utiliza este medio como una herramienta para divulgar su mensaje en el que explica metódicamente, y con mucha paciencia, el origen de la vida junto a las energías que fluyen de manera invisible, pero que personas como él, tienen la capacidad de percibirla y, fundamentalmente, de entenderla y aceptarla. Como escribí líneas arriba, amigo lector, éste es un film destinado a los que creen, les interesa, y están convencidos de dicha forma de vida, y a los que no, hacerlos partícipes del camino de la espiritualidad emprendido por el protagonista.
El sueño de ser millonario lo tiene cualquiera. Salvo raras excepciones, las ansias de riqueza son infinitas para los seres humanos. Entre esos ilusos se encuentra Sergio (Sergio Castellitto), un carpintero de obras en construcción apremiado económicamente. Él tiene esposa, madre, una hija y un nieto, todos viviendo en el mismo departamento. Y, también, una amante, Sabrina (Sabrina Ferilli), que trabaja en el restaurante de su marido y tiene dos hijos. Ninguno de los dos está conforme con lo que tiene, ni la vida que llevan. Quisieran estar juntos, un deseo imposible de concretar bajo esas circunstancias. Podría ser un drama lo que estamos viendo porque todos los elementos descriptos concuerdan con ese género cinematográfico, pero el director Francesco Micciche` produjo una comedia bien italiana, con personajes exagerados en sus ademanes y vocabularios, en el que se incluyen gritos y discusiones. Donde el ritmo del relato acompaña las acciones del protagonista, es decir, veloz, sin pausas ni respiros. Sergio es incansable, optimista a ultranza y bromista. Tan molesto es para sus compañeros de trabajo que, como un vengativo chiste, le hacen creer único ganador de la lotería. Sintiéndose rico, abandona el trabajo y su esposa los echa de la casa para quedarse sola. Al enterarse de la gran novedad Sabrina se fuga con él, llevándose a los hijos. Todos juntos salen de Roma en un camioncito y viajan a un pueblito, convirtiéndose la historia en una road-movie. La gran familia ensamblada no se lleva bien. La pareja intenta mantener el equilibrio para que la convivencia con “los tuyos y los míos” no sea un caos. Ellos se creyeron millonarios hasta que se descubrió la broma. Sergio, con su apabullante personalidad, intenta sostener la farsa con la complicidad de Sabrina. Cabe esperar durante el relato que el protagonista pueda zafar del entuerto en el que está metido junto con sus acompañantes. Las escenas se suceden sin parar, vertiginosamente, similar a la de una montaña rusa. Porque la película está destinada a entretener, no tiene otro objetivo que ese. No tiene profundidad, sólo se esboza livianamente las diferencias sociales y las ganas que tienen todos ellos de dejar de ser pobres y de lo bien que viven los ricos. Planteada así la historia, nos queda observar si tanto esfuerzo y optimismo por parte del obrero tiene finalmente como aliada a la buena fortuna y puede cumplir con su anhelo más íntimo.
Los insondables laberintos que tiene el cerebro humano, en el que intervienen los sentimientos, la genética y la familia, provocan traumas de distinto tipo, hasta convertirse en su propio enemigo. De eso se trata en éste documental, con tintes de ficción, en el que vemos, desde el lado de los pacientes, cómo son, qué hacen, o sienten, al estar internados en un neuropsiquiátrico, y sus intenciones de evolucionar con el tratamiento hasta poder conseguir la extgernación y vivir en una casa de convivencia. En un trabajo de codirección Ana Santilli Lago, Malena Battista, Laura Lugano y Ayelén Martínez cuentan con la colaboración y participación en el modo de contar, como le dicen ellos, a la “guerra” permanente que significa la lucha interna para alejar a los demonios que los acosan. Son tres pacientes, Daniel Degol, Jorge Deodato y Miguel Godoy, aunque podrían ser muchos más, que ponen el cuerpo y el alma para exponerse sin tapujos frente a una cámara y relatar sus conflictos, padecimientos, y necesidades de mejorar. No sólo cuentan sus propias experiencias sino que además actúan algunas escenas encarnan personajes con otros nombres, donde las directoras, en muchas ocasiones, juegan con las imágenes al hacer movimientos antinaturales o imprimiéndoles algún efecto raro. Por otro lado, les interesa mucho resaltar los elementos circundantes que hacen a la realidad de los protagonistas, al realizar planos detalle de objetos y movimientos de manos, o planos en el que no les interesa mostrar las caras sino los gestos corporales, etc. Suenan unas pocas y lentas canciones siguiendo el mismo ritmo que tiene la película, cuya intención principal es la de resaltar a los tres ejemplos tomados siguiéndolos desde el 2012 hasta la actualidad, para poder observar los resultados de la superación y recuperación de sus vidas, gracias al esfuerzo personal, por sobre todas las cosas.
Hay artistas que no les gusta, o no saben, ser populares o famosos. Permanecen al margen, en un segundo plano de otros valorados colegas y lo que hacen en su taller reciben muy buenas críticas. Los elogios abundan, pero las ventas escasean. La dificultad de poder acceder a ellos los convierten en leyendas, y su obra, de culto. Es por ese motivo, que Marcos Kramer escribió un libro, en el que se basa éste documental. Luego, se puso bajo la dirección de Matilde Michanie para oficiar de una suerte de conductor del film, como si fuese un investigador privado que descubre el secreto mejor guardado, la casa-museo de Fernando García Curten, enclavada en el corazón de San Pedro, provincia de Buenos Aires. Hasta allí viajó el escritor en varias ocasiones para relacionarse en persona con el artista y dar a conocer sus creaciones de pinturas, dibujos en cuadernos, y esculturas hechas con ramas, telas, sogas de cáñamo, metales, etc. Durante el primer tramo de la narración, Marcos Kramer relata, con la voz en off, la biografía del artista alternada con viejos videos a color de San Pedro, fotos de cuando era joven García Curten y vivía en el exterior. Luego, como recurso artístico, recién en el momento del punto de giro de la historia, aparece la imagen del homenajeado en su lugar de trabajo, dibujando y explicando un poco lo que hace y cómo lo hace. Su aspecto es el de un típico artista de antaño. Parece una copia de otros grandes, pero se destaca por su originalidad y capacidad para darle vida a su creatividad. Los diálogos surgen en el segmento final. Hay muchos silencios. No se precisa explicación para observar sus trabajos. La cámara se toma su tiempo para recorrerlos con imágenes impecables y que el espectador aprecie mucho mejor lo que hizo. Para quienes no lo conocían, tienen la oportunidad de saber quién es, para los entendidos es una buena manera de refrescar la memoria y no olvidarlo.
Mujeres desamparadas, abandonadas a su destino, que son jóvenes madres solteras, o separadas, con hijos muy chicos, o embarazadas. Todas ellas se encuentran alojadas en una antigua residencia, reconvertida en un “Hogar”, coordinado por unas monjas italianas que dedican sus vidas a esta causa. Un día llega Sor Paula (Lidiya Liberman).. Es una joven monja enviada desde Italia para finalizar su preparación en ese sitio, para luego obtener la consagración de los votos perpetuos. La italiana Maura Delpero, en su debut cinematográfico de ficción, nos traza un panorama siempre complejo. ¿Qué hacer con las chicas que tienen hijos, pero no una familia que las cobije? La directora estuvo trabajando y observando la situación durante varios años, y esa recolección de experiencias las resumió en esta película. Vale destacar que, si bien es una ficción, hay algunas situaciones que asemejan mucho a un documental. Luciana (Agustina Malale) y Fátima (Denise Carrizo) comparten una habitación del “Hogar”. Son amigas y tienen hijos. Las personalidades son contrapuestas, pero se complementan. Se quieren y se pelean por igual. Fátima está conforme con permanecer allí, en tanto que Luciana piensa siempre en el afuera, es inquieta y no le gusta vivir en el “Hogar”, tiene a su hija, pero no está pendiente de ella, busca a un novio que la rescate y saque de esa institución. Pese a que no es una cárcel tiene un régimen muy parecido. Allí conviven varias chicas que trabajan en un taller de costura, tienen discusiones y les cuesta respetar a las autoridades. El ritmo del relato lo marca la insatisfacción, resignación, celos, broncas, etc., de las internas, y para combatir la tristeza suena mucha cumbia. La construcción de cada escena está destinada a resaltar las condiciones en que se encuentran las mujeres y sus hijos, recalcando una contraposición notable con las monjas que son cultas, hablan bien, tienen mucha paciencia y, pese a que no son madres, se comportan como tales en el cuidado y educación de los chicos. En cualquier parte del mundo ser pobre, ingenua e ignorante da como resultado una misma situación: la de embarazarse siendo adolescente. A esto hay que agregarle que, generalmente, no tienen una pareja estable, por lo que en muchos casos son echadas de la casa por los padres, y no tienen otra alternativa que recurrir a la bondad, solidaridad, o misericordia, de los demás para intentar encaminarse en la búsqueda de un futuro algo más amable y digno, que el amargo presente.
En un pueblo chico las cosas que hace la gente, sean buenas o malas, se notan mucho más y dejan una marca profunda e indeleble en la memoria colectiva. Especialmente si ocurrió algún hecho luctuoso. Pero si hubo varios sucesos similares las sospechas aumentan y el silencio impera por temor, por lo tanto huir es la única alternativa para poder sobrevivir. De eso se trata “El secreto de Julia”, un nuevo largometraje de Ernesto Aguilar que narra en formato de thriller el horroroso pasado que le vuelve a Julia (Natalia D´Alena) cuando regresa a su casa de la infancia, luego de 17 años, ubicada en un pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires. Ella odia esa propiedad y todo lo que la rodea. Actualmente vive y trabaja en la Capital, pero, como su padre falleció recientemente, debe venderla en un fin de semana. Para realizar dicha transacción, viaja en auto a esa localidad junto a su novia Ana (Daryna Butryk), una estudiante desocupada. El amor entre ellas es genuino y se sostienen mutuamente. Durante el primer segmento del relato el proceso descriptivo de los personajes y de la presentación de la historia es anodino porque mantiene intrigado al espectador, suponemos que hay algún trasfondo que perturba a la heredera, pero ningún conflicto rotundo se manifiesta y las escenas suceden sin un contundente fundamento dramático. Sólo suena una melodía instrumental y determinados sonidos ambiente para generar cierto suspenso, pero con eso sólo no alcanza. Luego, cuando aparece en escena José (Santiago Schefer), un ex policía amable, junto a su hija adolescente Belén (Luciana Grasso), lo que le ocurrió de chica a Julia sale a la luz, porque se ve reflejada, como en un espejo, la relación padre e hija similar a la que tuvo ella. Con el inquietante vecino rondando, la tensión aumenta, el dolor, la angustia, y el miedo le produce a la protagonista una tortura psicológica incontrolable. Desde que se entabla esta extraña y tenebrosa relación, la película toma otro color. Evoluciona favorablemente el manejo de los diálogos y el arco dramático del elenco. El sufrimiento que manifiesta Julia, la frialdad y pragmatismo de Ana, el poder que ejerce José, siendo el amo y señor del pueblo, y Belén que, detrás de esa disimulada dulzura y timidez esconde un gran secreto manifestándolo con silencios, miradas, y gestos posturales, compensa lo explicado anteriormente. En tiempos de empoderamiento femenino, cuando se atreven a denunciar violaciones, violencia de género y a pedir justicia, desafiando los mandatos machistas, la idea central del film es aprovechar el momento para contar una historia afín y encuadrarse en un tema de gran vigencia y actualidad.
Un descuido o una simple distracción pueden desatar un drama. Y si los que están implicados son chicos, tal vez desemboque en una tragedia. Eso es lo que le sucedió a Luisa (Sofía Gala Castiglione), empleada de una fábrica de artesanías industriales y que, en sus tiempos libres, trabaja como niñera. Ella es responsable, aplicada y cumplidora pero, por un accidente inconsciente, mientras cuidaba a un nene, debió recurrir a Miguel (Mariano González), su novio, para que la ayude. Lo que suponía ser un inconveniente pasajero, una cadena de errores provocó una intoxicación con drogas y el niño debió ser internado. Mariano González, que también dirigió esta película pone en foco un tema discutible: las responsabilidades que tiene un adulto y que, en ciertos casos, como un desliz involuntario, no tiene redención posible aunque sólo termine siendo una anécdota. El film es un drama con todas las letras. El manejo de la culpa y los sentimientos encontrados viven a flor de piel en la interpretación de Sofía Gala, cada vez mejor actriz, aunque, si no fuese por ella, la narración no podría sostenerse con claridad y caería en la intrascendencia. Si bien la obra tiene una breve duración y el director una profunda claridad sobre lo que quiere contar. y del modo en que quiere transmitir su idea, hay algún punto contradictorio del guión. Porque la protagonista se muestra siempre perseverante con sus acciones, si bien, al momento de generar un encuentro personal con los padres del chico llamativamente no lo logra. Posiblemente el criterio utilizado es para que la historia fluya y llegue a buen puerto, pero este detalle puntual hace un poco de ruido y genera preguntas al finalizar la proyección. El relato es dinámico, sólo con sonido ambiente para imprimirle un mayor realismo. Luisa va y viene. Es incansable. En cada escena está presente, jamás está tranquila, mientras que la preocupación aumenta junto al dolor intenso del alma. No consigue consuelo, su novio no la apoya como quisiera, y los damnificados le dan la espalda. Sólo el trabajo en la fábrica la mantiene en pie. Cuidar a otros, sin importar la edad de la persona dejada en guarda, no es sencillo. No confiarse nunca, estar atenta pues pensar que a ella no le puede pasar nada es una lección que Luisa aprendió a la fuerza y le dejó una marca imborrable en su ser.
Historia profundamente dramática, reflejo de una realidad ineludible La vida es una tómbola. Dios le da pan a quien no tiene dientes. Se podrían escribir un montón de estas expresiones para encuadrar el tema que trata éste largometraje francés, porque es un asunto delicado y sensible dónde lo inhumano y humano se dan la mano para converger en un punto común: las mujeres que tienen hijos y no los quieren, y las que no pueden tenerlos y los desean. Jeanne Herry cuenta una historia, de las tantas que puede haber en ese país europeo, desde las entrañas del sistema burocrático social para adoptar personas, el Consejo de Familia. Allí trabajan asesorando y acompañando a las personas que dan en adopción y a las que quieren adoptar, asistentes sociales, psicólogos, sociólogos, etc. para que el trámite sea lo más humano, cálido. y afectuoso posible. Dentro de un elenco coral, en que cada personaje cumple con su tarea para que el relato sea creíble y lo más cercano a la realidad, se destaca una mujer con una gran necesidad de adoptar. Su intención data de hace muchos años, y el camino recorrido estuvo siempre lleno de espinas. Alice (Élodie Bouchez) tiene una paciencia enorme, enfrenta cada entrevista estoicamente a la espera de poder cumplir con todos los requisitos. Paralelamente hay una joven que da a luz a un bebé, pero no tiene intenciones de quedárselo. Es en estos casos que interviene el Estado para ayudar a un menor desamparado a encontrarle una familia. Karine (Sandrina Kiberlain) es una coordinadora, y Jean (Gilles Lellouche) vive con su mujer e hija en una campiña y trabaja recibiendo chicos de todas las edades en su casa de acogida hasta que le encuentran un hogar definitivo. La película es profundamente dramática. El ritmo no podría ser otro que lento, pero contundente. Cada escena tiene su espesor y una atmósfera única en el que contrastan la seriedad y frialdad en el trato de los trabajadores estatales, con la esperanza, emoción, ternura, frustración, ira y, porque no también, alguna lágrima de los que asían ser padres con toda el alma. Los diálogos y el sonido ambiente es lo único que se escucha. No está musicalizada y no la necesita. Las imágenes son contundentes para traspasar la pantalla y sensibilizarnos sin un apoyo extra. La narración no abre juicios de valor sobre la determinación tomada por la joven madre, ni nadie pretende convencerla para que modifique su decisión, simplemente intenta reflejar una historia lo más cercana a la ineludible realidad.
El amor y la familia son fundamentales para el ser humano. Eso es lo que siempre se dice y se cree. Pero, para no todas las personas le es suficiente o, por el contrario, resulta ser demasiado, tanto, que las agobia hasta asfixiarlas. Algo de eso le habrá sucedido a Laura (Lucie Debay), una mujer casada, con hijos chicos, trabajo, de clase media, y aparentemente feliz frente a los demás, aunque por dentro arrastra una gran tristeza, inexplicable, que la lleva un día a desaparecer de su casa y del empleo para dejar a los familiares y conocidos desconcertados. Ese es el núcleo de la película dirigida por Guillaume Senez, y quién lleva adelante el desarrollo de la historia es su marido Olivier (Romain Duris), un incansable trabajador de una fábrica y, además, es el jefe del equipo de su sector. Por eso se convierte en un líder sindical como lo fue su padre. Nadie sabe dónde está Laura, ni porqué se fue. Ni siquiera el espectador. De un día para el otro a Olivier le cambia la vida. Tiene que ser padre y madre a la vez, mientras se reparte el tiempo con su trabajo, la búsqueda del paradero de su mujer y la desesperanza, que avanza con los meses. Gracias a su mamá que lo ayuda del cuidado de los hijos, y el arribo de su hermana para colaborar con ellos durante unos días, hace que los primeros tiempos sean más llevaderos. El film transita el género dramático con mucha profundidad. El fuera de campo es muy fuerte, como para qué todo gire en torno de la ausente y se mantenga la tensión allí. Pero, lo real y presente, está relatado desde la mirada del protagonista. A partir de sus acciones y del sufrimiento que carga es que se puede elaborar una suerte de explicación del porqué tomó semejante decisión la mujer. Si fue stress, egoísmo, hartazgo, o un colapso y agotamiento mental. Esta coproducción belga y francesa prioriza el clima intimista y humano, apoyado por un ritmo no tan lento cómo para ser aburrida, sino para que sea cálida, y que el sentimiento familiar genere la empatía necesaria con el espectador para que la historia funcione y sea creíble. Porque ellos viven como pueden y mantienen la rutina a pesar de todo, mientras la esperan con ansias y sin cuestionamientos.
La disyuntiva de obedecer los mandatos culturales o hacer lo que uno quiere, es un desafío en sí mismo. Ser uno más que navega a favor de la corriente o rebelarse, e ir en contra, no está bien visto por la sociedad. Trabajar en lo que a uno le gusta, es un privilegio. Conformarse con lo que a uno le toca en suerte, tarde o temprano, se vuelve deprimente. Dentro de ese contaminado círculo vicioso se encuentra Joaquín (Victorio D´alessandro) que, en el día que cumple 38 años, recibe este tipo de planteos por parte de su padre, su mejor amigo Matías (Facundo Espinosa) y de la esposa. Joaquín está bien así, o eso es lo que cree. Vive solo en un moderno departamento. Estudió para chef, aunque trabaja como cocinero del colegio secundario de donde es egresado, haciendo comidas básicas y fáciles para que almuercen los alumnos y no generen problemas. También tiene una novia, Gabi (Maite Lanata), a quien le lleva veinte años y todavía es alumna del mismo colegio. La relación es clandestina, pese a que ella es mayor de edad, porque el cocinero no quiere que los vean juntos. Aunque parece una persona tranquila, toda esta situación lo estresa y eso le provoca un padecimiento físico temporal que es un molesto y torturante zumbido de oídos. En clave de comedia romántica Federico Palazzo describe la vida de un muchacho común, que no siente la obligación de aceptar las insistentes "sugerencias" de su entorno para que, como se decía antes, "siente cabeza", hasta que, de manera casual, se reencuentra con una ex compañera de colegio, María (Paula Morales), y le hace replantearse por primera vez sus objetivos y reordenar los deseos. Con los típicos ingredientes que se utilizan para realizar éste género cinematográfico, el realizador no escatima contar en numerosas escenas a buen ritmo y musicalizada adecuadamente, las desventuras y planteos filosóficos del protagonista, cómo es la de ser padre, casarse, la diferencia de edad, trabajar en otro sitio, etc. Para eso interactúa constantemente con todos los personajes del elenco que lo aconsejan, ayudan, lo complican, etc. Tiene momentos distendidos, dramáticos, melancólicos y románticos. No pretende ser divertida, aunque tiene unos pocos momentos que lo son. Simplemente es sencilla y amena, ideal para pasar un rato agradable viendo al protagonista de la historia cómo se prepara para encarar la segunda mitad de su vida con las energías renovadas.