A un amplio y confortable caserón ubicado en las afueras de Clarion, un pintoresco pueblito estadounidense, se muda una familia con problemas de stress por parte del matrimonio y de dificultades al dormir que tiene el hijo de 6 años. Lo que ellos no sabían, es que el lugar bucólico y apacible en el que eligieron vivir en verdad no lo es. Unas extrañas y violentas criaturas con características humanas merodean las casas, acechan y secuestran a chicos. Pese a que tanto los mayores como los menores detectan su presencia, estos entes buscan a los más pequeños de la familia. La situación planteada por el director Drew Gabreski establece la idea básica de una película de terror. Aunque lo que aquí varía un poco es el hecho de que los entes no se alojan en una propiedad, sino que se esconden en el bosque lindero al pueblo, y la gran mayoría de sus habitantes saben de estas presencias y de lo que provocan, pero no las combaten ni piden ayuda gubernamental, sólo conviven con ellos. El hijo del matrimonio integrado por el médico John Chambers (Brian Krause) y Heather (Jaimi Paige) es el que primero siente y ve a los monstruos. Nathan (Michael Leone) es visitado por ellos durante las noches y de día, detectando la presencia de una nena desaparecida cuatro años antes. La película tiene un tratamiento clásico del género. Con alguien que oculta la información, con otra que sabe el secreto, advierte a los vecinos del problema, pero que es desacreditada tildada de “loca”. La tensión y el miedo se incrementa muy lentamente, en dosis homeopáticas, pese a que las evidencias se van manifestando asiduamente el doctor es un negador de la realidad, porque duda de que todo lo que sucede sea producto de su imaginación, hasta que, forzosamente, se tiene que convertir en el héroe del film. El relato no sorprende, pese a estar bien contado. Cuenta con el presupuesto necesario para desarrollar la historia y que los efectos sean creíbles. Los actores le dan verosimilitud a sus expresiones y acciones. La música incidental acompaña a las escenas y realza los momentos álgidos. Resumiendo, es una realización sin mayores pretensiones que las de hacer pasar un rato a los espectadores. También tiene todos los clichés conocidos, escritos y desarrollados con el manual básico de este tipo de producciones que, como moraleja, deja la enseñanza de, si se da la oportunidad, no quedarse hasta las últimas consecuencias y emprender la huida, antes de que los monstruos hagan de las suyas.
Ser un ciudadano más, sin poder destacarse frente a los demás, puede ser una realidad o una sensación, depende de la personalidad de cada individuo. Tratar de sobrellevarlo, comprenderlo o modificarlo, es un trabajo permanente, como el que realiza el protagonista de esta curiosa película, Miguel (Sergio Corach, quien también la dirige, escribe, produce, etc. Sin apoyo económico oficial, haciéndola a pulmón, con aportes de conocidos, mucho ingenio para aprovechar al máximo todos los recursos disponibles, en especial, la calle, que es un personaje más en esta historia, la realización se centra en la vida de Miguel, un treintañero que vive solo y lucha diariamente contra sí mismo, porque la baja autoestima es su principal enemigo. Se siente infeliz, hastiado, desesperanzado, angustiado y, por sugerencia de su psicólogo, escribe todos los días un diario íntimo para volcar allí sus sensaciones, pensamientos, ideas. Pero a él le resulta repetitivo. Todos sus días le resultan iguales y tediosos. Hace todo por inercia. Va al trabajo en bici y lo odia, espera recibir una respuesta telefónica de su novia, o ex novia, y no lo soporta. Su existencia es aburrida y gris, como el film que es en blanco y negro, excepto, cuando mira dibujitos en su casa y del televisor se ven en colores, o también cuando observa unos murales en la calle. Estéticamente jugada, al igual que el lenguaje ordinario que utiliza en off, cuando monologa interiormente, que, de tan repetitivo produce rechazo, pero que tiene que ver perfectamente con lo que se está contando, y en función de la característica del protagonista, que es parco, serio, hasta que se cruza un par de veces en la calle con un ex compañero de colegio. Pablo (Ezequiel Ludueña), y su presencia le sacude la modorra, lo saca del letargo. Este suceso le da una inyección de optimismo a Miguel, quien comenzará a hacer cosas que antes no se atrevía, o no se decidía a hacer. Pero como en todo, y la vida misma no es una excepción, hay que tener suerte. Cuando las cosas empezaban a cambiar un infortunio trastoca sus planes y queda desamparado nuevamente. El film no es innovador, pero tiene características singulares que los diferencia de otros. La utilización elaborada del arte y sonido. Sumado a la filmación de innumerables tomas, con planos generales, en la calle, como imágenes obtenidas sin pedir permiso, contrasta notablemente con el modo de dialogar de todos los intérpretes. No parecen humanos, carecen de inflexiones, cadencias y tonalidades en el decir. Es como si lo emitiese un programa de computación, pese a que Miguel no es una máquina, sino una persona harto sensible que camina a la deriva.
Siempre se dijo que no hay que juntarse con los malos. Que el que mal anda, mal acaba. Aceptar estos consejos es difícil. Mucho más si uno es adolescente y está enamorado. Como está Luna (Julia Jedlikowska), que vive en Sicilia con sus padres, va a un colegio donde uno de sus compañeros es Giuseppe (Gaetano Fernandez), y se atraen mutuamente. Lo que se intuye como una idílica historia de amor se modificará drásticamente con el secuestro del muchacho. Este hecho también provocará un cambio de carácter en Luna y va a complicar mucho la relación con sus padres, especialmente con su madre a la que desoye sus consejos. Ella tiene a su mejor amiga Loredana (Corinne Musallari) como aliada en su cruzada para poder entender y descubrir lo que le pasó a Giuseppe. La película dirigida por Fabio Grassadonia y Antonio Piazza cuenta la historia verdadera de lo ocurrido con el hijo de un mafioso arrepentido, que se convirtió en informante de la policía. Porque lo raptó la mafia siciliana en 1996 y lo mantuvo cautivo 779 días. Pero no está narrado de un modo clásico. Sino como un cuento fantástico, donde lo irreal y lo real conviven de manera armónica para suavizar un poco el drama padecido por el adolescente. El film transcurre con dos relatos en forma paralela. Por un lado, Luna, que, en su mente, los sueños y la realidad se mezclan constantemente, para reflejar el “exterior” del cautiverio. Porque ella, con su tenacidad, busca fervientemente, y hace todo lo que está a su alcance, para encontrar a Giuseppe. Hurga no sólo en el bosque cercano a su casa sino también, en su imaginación. Y cree lo que sueña. Por otro lado, el chico en su celda, sufre el maltrato día a día, por lo que recurre a “volar” con sus pensamientos para escapar de allí y encontrarse con la chica. De algún modo ambos están privados de su libertad. No importa quien está adentro o afuera. Uno está atado al otro, unidos por sus pensamientos y deseos. El deterioro físico y mental de ellos va incrementándose con el correr del tiempo y no hay quien lo frene. Dentro de una gran labor cinematográfica, valorada por sus elementos técnicos, especialmente la fotografía, la iluminación y el sonido ambiente, exacerbado en ciertos momentos. Junto a la actuación de los personajes principales, todos medidos y dirigidos con precisión, se contrasta con la reiteración de los momentos de ensoñación por parte de ambos como un modo de edulcorar la tormentosa historia, que termina siendo no del todo beneficioso para el resultado final.
Para filmar un documental se necesita tener conocimiento de una historia particular, de una persona singular, o, tal vez, de una situación especial o un lugar destacado en la geografía. Pero en este caso se da una combinación de todos esos elementos, que Silvia Majul, en su ópera prima, le interesó como para llevarla a la pantalla grande. La historia llamativa ocurre en el pueblo riojano de Chuquis. Un lugar pequeño, poco conocido de esa provincia, donde lo más célebre es un músico, un folclorista, compositor de varias de las más conocidas melodías del repertorio popular argentino, que, seguramente la mayoría oyó, o incluso pudo haberla tocado con algún instrumento, y, posiblemente, como el mismo homenajeado dice, no saben quien las compuso. Y ese hombre es Ramón Navarro, a quien, en 2014, todo el pueblo, con la iniciativa de la Municipalidad, estuvo de acuerdo en condecorarlo para su cumpleaños cambiando el nombre de todas las calles para renombrarlas con los títulos de sus emblemáticos temas. Efectivamente, la cámara recorre las callecitas, y sobre una pintoresca madera están rotuladas sus canciones. En el film el protagonista es entrevistado y va desgranando anécdotas de cómo las escribió. También lo vemos arriba de distintos escenarios cantando solo o acompañado, y nos damos cuenta de que es una persona muy querida y respetada por sus amigos y vecinos. Algunos músicos aportan su testimonio y realzan aún más la figura de Ramón. Todo el relato es amable, lo que permite descubrir a todo un personaje que supo abrirse camino y hacer una importante carrera. Que cantó en televisión y grabó discos con relevantes artistas nacionales, gracias a tener una sensibilidad especial para percibir lo que había en su pueblo para transformarla en canción. La directora maneja todo con cuidado, los recuerdos, las emociones, que no permite que desborden, los paisajes, el contexto, la noche, el día, todo musicalizado, como no podía ser de otro modo, con sus interpretaciones y las de otros colegas. Una decisión política original motivó la realización de este documental. Porque descubrir o rememorar a ciertos artistas que influenciaron positivamente a nuestra cultura, siempre es necesario, y de alguna manera, agradecidos.
El multifacético Marcel Duchamp (Michel Noher) fue un gran creador y vanguardista, con notoria influencia en el movimiento dadá en las primeras décadas del siglo XX, e influyó con su obra plástica y escultórica a otros colegas, tanto europeos como estadounidenses, que tuvo un paso circunstancial por Buenos Aires, viviendo unos diez meses, entre 1918 y 1919. Por ese motivo los directores de esta producción, Mariano Galperín y Román Podolsky, con esta producción intentan recrear, con los pocos datos que se tienen, esa visita, qué es lo que hizo y para qué vino a nuestro país. Se sabe que arribó acompañado por una mujer, Yvonne Chastel (Malena Sánchez), aunque se ignora cuál era la relación que los unía. Más tarde llegó también del exterior otra amiga, Katherine Dreier (Julieta Vallina), pasando largas jornadas juntos, pero no vivía con ellos. Con esta escasa información los realizadores imaginaron la estadía de los tres en la Argentina. Filmada en blanco y negro, con locaciones y vestimenta de aquellos años, con pocos recursos pero mucha creatividad, lograron ambientar la historia y hacernos sentir inmersos en esa época. Lo que resulta un poco molesto es la no sincronización adecuada entre el movimiento de la boca de los actores respecto de la emisión sonora de los diálogos, ello debido a que el film está hablado en francés pero los texto son dichos por voces en off español. Los actores cubren adecuadamente a los personajes, se los aprecia cómodos y sueltos, tanto durante las escenas aletargadas, como en las que tienen que desarrollar un mayos desplazamiento escénico conforme a las exigencias de las acciones marcadas. La narración va y viene en el tiempo, y los podemos apreciar inactivos durante casi todo el día, hasta que Marcel descubre el ajedrez, dedicando sus jornadas para aprenderlo, dominarlo y jugarlo en soledad denotando una gran pasión, hasta que, finalmente, enfrenta a a adversario a los que vence ampliamente. Yvonne lo acompaña en esta aventura en la ciudad, hasta que se cansa y lo abandona. El film es una mera suposición de lo que vino a hacer Duchamp. Vivir la vida a su modo, sin un plan definido, y pasar el tiempo sin presiones o exigencias. También es un reconocimiento de que semejante artista haya decidido pasar unos meses aquí, alojándose en un humilde departamento intentando, “aporteñarse” un poco y ser un ciudadano más. El multifacético Marcel Duchamp (Michel Noher) fue un gran creador y vanguardista, con notoria influencia en el movimiento dadá en las primeras décadas del siglo XX, e influyó con su obra plástica y escultórica a otros colegas, tanto europeos como estadounidenses, que tuvo un paso circunstancial por Buenos Aires, viviendo unos diez meses, entre 1918 y 1919. Por ese motivo los directores de esta producción, Mariano Galperín y Román Podolsky, con esta producción intentan recrear, con los pocos datos que se tienen, esa visita, qué es lo que hizo y para qué vino a nuestro país. Se sabe que arribó acompañado por una mujer, Yvonne Chastel (Malena Sánchez), aunque se ignora cuál era la relación que los unía. Más tarde llegó también del exterior otra amiga, Katherine Dreier (Julieta Vallina), pasando largas jornadas juntos, pero no vivía con ellos. Con esta escasa información los realizadores imaginaron la estadía de los tres en la Argentina. Filmada en blanco y negro, con locaciones y vestimenta de aquellos años, con pocos recursos pero mucha creatividad, lograron ambientar la historia y hacernos sentir inmersos en esa época. Lo que resulta un poco molesto es la no sincronización adecuada entre el movimiento de la boca de los actores respecto de la emisión sonora de los diálogos, ello debido a que el film está hablado en francés pero los texto son dichos por voces en off español. Los actores cubren adecuadamente a los personajes, se los aprecia cómodos y sueltos, tanto durante las escenas aletargadas, como en las que tienen que desarrollar un mayos desplazamiento escénico conforme a las exigencias de las acciones marcadas. La narración va y viene en el tiempo, y los podemos apreciar inactivos durante casi todo el día, hasta que Marcel descubre el ajedrez, dedicando sus jornadas para aprenderlo, dominarlo y jugarlo en soledad denotando una gran pasión, hasta que, finalmente, enfrenta a a adversario a los que vence ampliamente. Yvonne lo acompaña en esta aventura en la ciudad, hasta que se cansa y lo abandona. El film es una mera suposición de lo que vino a hacer Duchamp. Vivir la vida a su modo, sin un plan definido, y pasar el tiempo sin presiones o exigencias. También es un reconocimiento de que semejante artista haya decidido pasar unos meses aquí, alojándose en un humilde departamento intentando, “aporteñarse” un poco y ser un ciudadano más. El multifacético Marcel Duchamp (Michel Noher) fue un gran creador y vanguardista, con notoria influencia en el movimiento dadá en las primeras décadas del siglo XX, e influyó con su obra plástica y escultórica a otros colegas, tanto europeos como estadounidenses, que tuvo un paso circunstancial por Buenos Aires, viviendo unos diez meses, entre 1918 y 1919. Por ese motivo los directores de esta producción, Mariano Galperín y Román Podolsky, con esta producción intentan recrear, con los pocos datos que se tienen, esa visita, qué es lo que hizo y para qué vino a nuestro país. Se sabe que arribó acompañado por una mujer, Yvonne Chastel (Malena Sánchez), aunque se ignora cuál era la relación que los unía. Más tarde llegó también del exterior otra amiga, Katherine Dreier (Julieta Vallina), pasando largas jornadas juntos, pero no vivía con ellos. Con esta escasa información los realizadores imaginaron la estadía de los tres en la Argentina. Filmada en blanco y negro, con locaciones y vestimenta de aquellos años, con pocos recursos pero mucha creatividad, lograron ambientar la historia y hacernos sentir inmersos en esa época. Lo que resulta un poco molesto es la no sincronización adecuada entre el movimiento de la boca de los actores respecto de la emisión sonora de los diálogos, ello debido a que el film está hablado en francés pero los texto son dichos por voces en off español. Los actores cubren adecuadamente a los personajes, se los aprecia cómodos y sueltos, tanto durante las escenas aletargadas, como en las que tienen que desarrollar un mayos desplazamiento escénico conforme a las exigencias de las acciones marcadas. La narración va y viene en el tiempo, y los podemos apreciar inactivos durante casi todo el día, hasta que Marcel descubre el ajedrez, dedicando sus jornadas para aprenderlo, dominarlo y jugarlo en soledad denotando una gran pasión, hasta que, finalmente, enfrenta a a adversario a los que vence ampliamente. Yvonne lo acompaña en esta aventura en la ciudad, hasta que se cansa y lo abandona. El film es una mera suposición de lo que vino a hacer Duchamp. Vivir la vida a su modo, sin un plan definido, y pasar el tiempo sin presiones o exigencias. También es un reconocimiento de que semejante artista haya decidido pasar unos meses aquí, alojándose en un humilde departamento intentando, “aporteñarse” un poco y ser un ciudadano más. El multifacético Marcel Duchamp (Michel Noher) fue un gran creador y vanguardista, con notoria influencia en el movimiento dadá en las primeras décadas del siglo XX, e influyó con su obra plástica y escultórica a otros colegas, tanto europeos como estadounidenses, que tuvo un paso circunstancial por Buenos Aires, viviendo unos diez meses, entre 1918 y 1919. Por ese motivo los directores de esta producción, Mariano Galperín y Román Podolsky, con esta producción intentan recrear, con los pocos datos que se tienen, esa visita, qué es lo que hizo y para qué vino a nuestro país. Se sabe que arribó acompañado por una mujer, Yvonne Chastel (Malena Sánchez), aunque se ignora cuál era la relación que los unía. Más tarde llegó también del exterior otra amiga, Katherine Dreier (Julieta Vallina), pasando largas jornadas juntos, pero no vivía con ellos. Con esta escasa información los realizadores imaginaron la estadía de los tres en la Argentina. Filmada en blanco y negro, con locaciones y vestimenta de aquellos años, con pocos recursos pero mucha creatividad, lograron ambientar la historia y hacernos sentir inmersos en esa época. Lo que resulta un poco molesto es la no sincronización adecuada entre el movimiento de la boca de los actores respecto de la emisión sonora de los diálogos, ello debido a que el film está hablado en francés pero los texto son dichos por voces en off español. Los actores cubren adecuadamente a los personajes, se los aprecia cómodos y sueltos, tanto durante las escenas aletargadas, como en las que tienen que desarrollar un mayos desplazamiento escénico conforme a las exigencias de las acciones marcadas. La narración va y viene en el tiempo, y los podemos apreciar inactivos durante casi todo el día, hasta que Marcel descubre el ajedrez, dedicando sus jornadas para aprenderlo, dominarlo y jugarlo en soledad denotando una gran pasión, hasta que, finalmente, enfrenta a a adversario a los que vence ampliamente. Yvonne lo acompaña en esta aventura en la ciudad, hasta que se cansa y lo abandona. El film es una mera suposición de lo que vino a hacer Duchamp. Vivir la vida a su modo, sin un plan definido, y pasar el tiempo sin presiones o exigencias. También es un reconocimiento de que semejante artista haya decidido pasar unos meses aquí, alojándose en un humilde departamento intentando, “aporteñarse” un poco y ser un ciudadano más.
Allá arriba. Bien arriba. En la frontera entre Jujuy y Salta, colgando de la cordillera, se encuentra el poblado más alto del país. Un lugar llamado Olacapato, que tiene las casas de adobe, una capilla, la escuela y las vías del ferrocarril que extrañan horrores el paso del tren. Hacia allí se trasladó el director de este documental, Marcelo Burd, para retratar las condiciones de vida en la que se encuentran los abnegados pobladores de esta localidad. Especialmente a los alumnos, docentes, y no docentes de la única escuela que tienen. La cámara se dedica a seguir las vivencias de los chicos dentro de las aulas, y de algunos de ellos en sus casas, junto a sus padres. También registra el sacrifico, la vocación y la dedicación del director y docente Salomón Ordóñez, junto a otra maestra y a una cocinera, para mantener motivados al alumnado, que aprendan y entiendan, pese a las adversidades regionales, climáticas y políticas que sufren permanentemente. No sólo les enseñan, sino que también les dan de comer durante el día, en tanto que las cenas son en sus casas. Prácticamente la existencia del poblado gira en torno a la escuela y al ciclo lectivo, porque el pulso disminuye drásticamente durante los duros inviernos La película acompaña en varias jornadas las tareas que realizan los habitantes. Y también presta atención a sus necesidades, sueños, anhelos, padecimientos y resignaciones asumidas por los mayores. La lucha y el trabajo diario es el argumento principal de esta realización. El director tiene la clara intención de resaltar la voluntad, hidalguía y generosidad de los adultos para mantener en pleno funcionamiento tanto la institución educativa como al pueblito, que se encuentra lejos de todo, no sólo en los mapas, también en los pensamientos de los políticos de turno. Pero, por lo que vemos, eso no los amilana, sino que les da más fuerzas para continuar con su cometido.
Casi todas las personas tienen un hobbie, algo que lo apasione, que le de placer hacerlo más allá de sus obligaciones diarias. Para eso, hay que tener tiempo, espacio en la casa, deseos de informarse y aprender. Todas esas condiciones las reúne la reconocida escritora Luisa Valenzuela, cuya pasión es coleccionar máscaras de distintos materiales y que en su mayoría provienen de México o del continente asiático. Miguel Baratta dirige este documental para descubrirnos el “mundo” que se creó la escritora. En su amplio lugar de trabajo, con grandes ventanales que dan a un jardín, tapizan las paredes sus estimados tesoros. A través de distintos interlocutores ella va contando el significado, su origen, en qué ocasión se las usa, etc., de sus máscaras. Porque mantiene una relación especial con ellas, y las respeta por lo que representan y no como objetos decorativos. La realización transita entre estas disquisiciones filosóficas en la casa de Luisa y otros lugares que visita el realizador. Como un grupo de teatro, que, durante sus ejercicios, los actores utilizan máscaras para poder liberarse y sentirse otros. También llevan la cámara hacia un taller donde fabrican máscaras de cuero y muestran un poco como se las producen artesanalmente. El sonido se maneja de dos maneras.: Cuando hablan las personas, sólo se escuchan sus voces, y durante la proyección de imágenes varias suena música incidental, con un volumen exagerado, y ciertas notas distorsionadas, que con el correr de los segundos se vuelve irritante. El objetivo del film no es otro que revelarnos y explicarnos un poco cuál es la utilidad que tienen las máscaras en diferentes culturas y regiones. Que su importancia no es sólo para adornar una habitación, o tener el recuerdo de un viaje, para que permanezca siempre presente frente a la vista de quién lo compró, sino que, representan otras cosas, más profundas, que requieren otras interpretaciones ideológicas. La película navega sobre aguas calmas. Como la gente que recopila cosas, las clasifica, limpia y acomoda con veneración y orgullo.
Proteger a los alumnos de ellos mismos y de sus compañeros es la idea que tiene y concreta diariamente, dentro del colegio en el que trabaja como rector, Germán (Germán de Silva). Su actitud para con ellos es severa, exigente e implacable. Los controla preventivamente y los chicos aceptan dócilmente la requisa de sus mochilas. Hasta que se cruza con una alumna de 14 años, Cata (Nina Suárez Bléfari), quien lo enfrenta. Ese contrapunto no es uno más sino que va a traer consecuencias inesperadas para los dos. Ambos personajes tienen sus características particulares que los hacen atractivos. El de la chica, que pese a ser linda ella frente a los otros no se ve así, y es por eso que hace lo que hace y actúa en rebeldía, porque el entorno familiar brilla por su ausencia. Y el del rector, que es un solitario, tiene un viejo auto, que lo usa para todo tipo de menesteres, y una humilde casa. Su vida es la escuela y las prostitutas, especialmente una Mica (Laura López Moyano), con la que tiene una ligazón especial. El film transita por distintos momentos, los románticos, escolares, tranquilos, álgidos, violentos, bucólicos, etc. donde las dudas, la intriga, el suspenso y la violencia predominan en el relato, generando una permanente sensación de incomodidad en el espectador, que es lo más logrado de la película. Para este tipo de realizaciones cinematográficas se necesita un héroe, y ese traje lo calza perfectamente Germán, quien actúa con decisión y coraje para encontrar a Cata que desapareció bajo su responsabilidad. En su ópera prima Tom Espinoza filmó en Berazategui una historia que abarca varios géneros, porque es un drama y un thriller, mezclado también con un policial. Y querer tratarlos a todos juntos, sumados a ciertas actitudes de los protagonistas, que no justifican previamente sus acciones, simplemente las hacen, para que fluya la narración, no resultó del todo beneficioso en el desenlace final.
Flavio Cabobianco, quien lleva la voz cantante de éste documental dirigido por Manuel Abramovich fue hace más de 20 años un chico distinto. Junto a su hermano mayor, Marcos. Tuvieron su gran momento de reconocimiento público a comienzos de la década del ´90, cuando eran convocados a hablar de sus experiencias sensoriales y telepáticas, contadas en un libro titulado “Vengo del Sol”, redactado por Flavio a los 10 años, pero que lo había comenzado a escribir dos años antes En ese entonces llamó tanto la atención que fue un suceso de ventas y eran invitados a charlar en emblemáticos programas de televisión, animados por recordados conductores de aquella época. Cuando parecía que en el futuro los hermanos se iban a destacar dentro de la sociedad desaparecieron, o los medios se olvidaron de ellos, o prefirieron correrse del protagonismo y escudarse en el anonimato. Aquí no se esclarece la situación. El film intenta recordar y rescatar lo que ocurrió en sus vidas buceando en archivos televisivos y con los testimonios de la madre. El relato no tiene consistencia, no se sabe qué es lo prioritario, si el recuerdo o puntualizar las acciones de Flavio, porque se filma a sí mismo como si fuera un simple video casero. Las imágenes son en “crudo”, porque lo vemos acomodando constantemente la cámara o complicado con hacer foco. También aparece en pantalla el director, quien tiene diferencias de criterio con el protagonista, además se ve a la sonidista mostrándonos el backstage de la película. Pero insisto, no se explica lo que quieren contar. Si mostrarse como filman y encaran el plan o rememorar lo que fueron, a modo de auto homenaje en vida. Pero más inexplicable es que hayan conseguido financiamiento para realizar este proyecto.
Estamos en abril de 2015. El mes y el año indicado no es antojadizo, pues se trata de una fecha muy particular para el pueblo armenio, porque el 24 de abril de 1915 se produjo el genocidio armenio por parte del Imperio Otomano, donde se cobró la vida de 1.500.000 personas. Y ese año se conmemoró el centenario de tal exterminio. Este documental dirigido por Teresa Saporiti y Claudio Remedi, se interesa en divulgar los homenajes realizados tanto en Buenos Aires como en Ereván, Armenia. Pero no los actos en sí mismos, sino los ensayos previos, primordialmente los que ocurrieron en la Argentina registrando las prácticas de los grupos de ballet y del coro. El repaso de los hechos históricos se ven a cuenta gotas. Son archivos fílmicos y fotográficos de víctimas y victimarios, que marcan con gran elocuencia lo que padecieron los armenios en esos tiempos. Sólo explica algo una profesora a sus alumnos del colegio secundario, pero no hay entrevistas. No se indaga en profundidad, ni aquí ni en Armenia, y no se le cuenta al espectador los conflictos que derivaron en dicha matanza. Los directores decidieron aportar una mirada pasiva. Pusieron la cámara y dejaron que los involucrados en la función trabajen normalmente en los preparativos. La prioridad fue plasmar en la pantalla bellas imágenes y largos silencios, o sonido ambiente de los lugares que filmaron durante los días previos y en el momento del show. Pero, más allá de hacer foco en algunos rostros compungidos, la película carece de emoción y pasión, algo importante y necesario para que este hecho no pase desapercibido. Lograr impactar en la visión del espectador es una manera positiva de crear conciencia para que este tipo de atrocidades no puedan volver a repetirse.