En 1897 Bram Stoker escribió un libro que revolucionó las historias de terror, una novela tan importante que hasta en la actualidad se sigue utilizando la idea para contar por distintos medios, y de diferentes maneras, la vida de los vampiros, cuyo ícono más importante e influyente fue el Conde Drácula. Uno de los tantos puntos de vista de esa trama es esta película, un dibujo animado infantil dirigido por Richard Claus y Karsten Killerich, ubicada en Transilvania que toma como a uno de los protagonistas a Rudolph, un chico vampiro de 13 años cuya familia le está preparando su cumpleaños, otra vez más, porque desde hace 300 años tiene la misma edad y no crece. Como en todo film, para que la historia avance y sea atractiva, el personaje principal tiene que sufrir contratiempos que luego debe solucionarlos. Por ese motivo hay un malo, un humano llamado Rookery, que se dedica a cazar vampiros ayudado por un joven al que menosprecia pese a ser inteligente. Este cazador es el terror de todo el clan, y Rudolph es valiente por lo que decide combatirlo. Y, normalmente en estos relatos, el héroe necesita un ayudante, pero no va a ser el caso de un congénere suyo sino que va a estar a su lado Tony, un chico humano de su misma edad, que le fascinan y cree en los vampiros. Esta animación plantea un argumento sencillo que tiene todos los ingredientes necesarios y bien distribuidos. Los diálogos son efectivos e informan lo necesario. Tiene algunas escenas graciosas. Técnicamente hablando los dibujos desarrollan buenos movimientos físicos y gestuales. Es muy meritorio, sobre todo, porque no proviene de los grandes estudios de animación sino que se trata de una coproducción de Holanda, Dinamarca y Alemania. La contracara más importante de esta realización son ciertas fallas en el guión, que la hacen perder jerarquía, porque desde el comienzo está planteada la lucha entre los enemigos, y todo lo que sigue es ver si el protagonista triunfa o no, y los personajes que lo rodean están en función de él. Por eso la reiteración de ciertas situaciones, aunque desarrolladas en diferentes lugares son muy similares entre sí, y la narración evoluciona muy lentamente. La osadía y bondad contra la maldad y la torpeza, la amistad, pese a las diferencias versus el maltrato del villano, para con el más puro, las familias y los familiares que se ayudan entre sí contrario a la soledad del despiadado, son todas enseñanzas que dejan este largometraje dirigido a los más chicos, en un nuevo abordaje a esta temática de los “chupasangre”.
Negarse al progreso es de necios. El ser humano, desde sus antepasados más remotos, intentó y fue consiguiendo a través de los años hacer que su existencia sea lo más cómoda y confortable posible. Siempre supo que, ante las modificaciones logradas, no iba a conformar a todos porque durante el tránsito también se sufren pérdidas. Lugares recorridos en la infancia que no volverán a ser lo que fueron, trabajadores desempleados reemplazados por máquinas, con la consecuencia de contaminar el ambiente. Mucha ganancia en manos de unos pocos, y para los empleados exigencias, malas condiciones laborales y un magro sueldo. Durante este documental realizado por el Grupo de Cine Insurgente nos plantea, con su posición ideológica, cuestionar y criticar los tiempos modernos al tomar como ejemplo lo que sucede en Ingeniero White, un pueblo ubicado al sur de la provincia de Buenos Aires, vecino a Bahía Blanca. Repasa la transformación que sobrellevó en poco más de cien años, desde ser una pequeña, pero fundamental localidad portuaria, donde los trenes que transportaban granos llegaban hasta allí, para después cargarlos en barcos que iban a Europa, principalmente a Inglaterra, hasta la actualidad, cuando se instaló un polo petroquímico. En los comienzos había mucha gente que trabajaba en el puerto, en el ferrocarril, o pescando, y a través de esos oficios se generaban otros empleos relacionados entre sí. Pero, como lo bueno dura poco, gracias a las decisiones políticas y económicas de los distintos presidentes que hubo desde el gobierno de Lanusse hasta hoy, cuando instalaron varias empresas petroquímicas sobre la costa, el pueblo dejó de ser lo que era. El desempleo, la desaparición del tren, la contaminación, tanto del aire como de la ría, que afecta día a día a la población, cambió al vergel en un páramo. El relato se basa en las entrevistas convencionales tanto a historiadores como a habitantes comunes, y otros que trabajan en los museos del lugar, alternado con fotos en blanco y negro, mapas antiguos, etc. Todos aportan su opinión, conocimientos y punto de vista de cómo pasó lo que pasó y cómo tratar de solucionarlo. Lo llamativo es que no se consulta a la otra cara de la historia. No hay notas con alguien que haya estado en la intendencia, en la justicia, o que tenga un cargo importante dentro de las empresas denunciadas. De ese modo se pierde objetividad en la narración. Como también se desvía el foco de la atención porque finalmente no se sabe bien lo que se quiere decir. Si lo que importa es contar el esplendor y declive de una localidad bonaerense, o si la necesidad es criticar al progreso por la instalación de grandes fábricas que no precisan tantos empleados para funcionar. O, tal vez, la contaminación y los accidentes laborales apañados tanto por el poder político como el judicial. De lo que estamos seguros es que éste film pone en consideración, una vez más, una de las paradojas de la realidad argentina.
El circo es una actividad artística antiquísima. Siempre armando y desarmando la carpa en cada pueblo o ciudad que visita. La particularidad de este dibujo animado argentino es que el circo se encuentra instalado sobre una plataforma flotante, se desplaza por los ríos, convoca a los habitantes costeros que encuentra en su recorrido, y con botes los llevan a presenciar la función. Bajo la dirección de Liliana Romero la narración se centra en la figura de Anida, una chica que se especializa en leer las líneas de las manos y adivinar el futuro, que fue criada y vive con la dueña del circo, Madame Justine, persona muy estricta y autoritaria con todos los que trabajan para ella. La fantasía de esta película incluye a Fígaro, el “galán”correspondiente en estas ocasiones, que aparece de la nada, sólo, en el medio del río, tratando de no ahogarse, que la “mala” de la historia lo rescata y emplea como mago, pese a no serlo. Las escenas se suceden a buen ritmo, en cada situación pasa algo importante por lo que hay que estar atentos, y en ciertos momentos resuelven la acción cantando. Durante los diálogos se dice lo necesario y en varias ocasiones hay respuestas ingeniosas, lo que demuestra el buen trabajo del guión. Lo llamativo es la ambientación y los elementos antiguos utilizados, como si fuera situada en otra época, porque escuchan un disco en un gramófono, y el mago toca música con un serrucho. Los chicos que la vean van a tener que preguntarles a sus mayores que son dichos artículos porque son de museo. El film transita los cánones clásicos del secreto bien guardado, con la víctima, la villana, el héroe, y los personajes pintorescos que acompañan a la protagonista día a día, etc. Anida sufre, en su interior sabe que hay algo de su pasado que la atormenta, pero no sabe qué es, pues Justine borró sus recuerdos para poder manejarla a su antojo. Pero una serie de sucesos inesperados provocan una rebelión de los artistas, y también de Fígaro, donde se abocan a ayudarla y a saber quién verdaderamente es. La imaginación, los hechizos, sueños, ilusiones, engaños, promesas, esperanzas, son los componentes que integran este dibujo animado destinado especialmente al público infantil, los más chicos, con un mensaje claro: si uno desea algo, lo puede conseguir.
Amado (Hugo Arana) es un hombre ciego, huraño, gruñón, que vive solo en un pueblo tranquilo, de casas bajas, donde no pasa nada y la serenidad es absoluta. Él tiene una vida rutinaria, trabaja en la conserjería de un hotel alojamiento, luego se da una vuelta por el bar y más tarde, se va a su hogar. Hacia ese lugar llega con el tren Felisa (Beatriz Spelzini), una enfermera muy bien calificada que podría estar en un hospital importante de alguna gran ciudad, pero, por algún motivo que desconocemos, decidió ir a emplearse allí. Para su sorpresa le consiguen una vivienda perteneciente a Amado, contigua a la suya, cuyo trato es que le haga los quehaceres domésticos al dueño. Y, como si esto fuera poco, para alterarle la tranquilidad que tenía el protagonista hasta ahora, también llega de la ciudad, su hija Analía (Marina Glezer), cuyo hijo tuvo que internar de urgencia en el hospital donde trabaja Felisa. El entrecruzamiento de personajes es permanente, así como también la distancia que mantienen padre e hija, porque hay un resquemor antiguo no resuelto, y, además, él mismo no es amable con la enfermera. Pese a que ella se quiere acercar con afecto se siente rechazada, pero se esforzará sutilmente en hacerlo cambiar de opinión. El film dirigido por Marcelo Mangone propone la idea de ver como dos personas solitarias y de personalidades tan disímiles se pueden relacionar y llegar a enamorar. Ese es el desafío principal que tiene por delante el realizador, y se basa principalmente en el duelo actoral de los coprotagonistas, que están a la altura de las circunstancias demostrando una vez más la gran experiencia actoral que tienen ambos. La película tiene buenas intenciones en el aspecto narrativo, pero las largas e innecesarias caminatas por el pueblo, las escenas donde no sucede nada interesante que aporten algo fundamental a la obra, el abuso de los fundidos a negro para resolver el final de las escenas, la nula información del pasado de los personajes, porque nadie cuenta qué es lo que les pasó, no lo saben los personajes ni el espectador, dejándolo totalmente en ascuas. todos estos factores producen que el relato sea lento y anodino en algunas partes, contraponiéndose a ciertos momentos, o detalles visibles o sonoros, que están bien logrados, pero que no alcanza para hacer un largometraje compacto y entretenido, pese a las pretensiones preliminares.
Tratamiento sobrio para una temática socialmente compleja y conflictiva Hace unos años el actor y director teatral Claudio Tolcachir estrenó en varios países europeos, y en Buenos Aires, su obra de teatro “El viento en un violín” con un gran suceso, porque él es un afamado dramaturgo y por el tema planteado en el espectáculo llamando la atención de la crítica y el público. Con la intención de amplificar la repercusión que tuvo en su momento, y viendo que se lo podía trasladar perfectamente al lenguaje cinematográfico, el director Pablo D´Alo Abba decidió filmar esta historia, y para completar la faena, además, convocó a los mismos actores que la interpretaron en el teatro. La historiagira en torno de Celeste (Tamara Kiper) y Lena (Inda Lavalle), una pareja de lesbianas que viven junto a la madre de la primera, Nora (Araceli Dvoskin), en una humilde casa del Gran Buenos Aires. Por su parte Nora trabaja como empleada doméstica en la enorme y lujosa casa de Mecha (Miriam Odorico), donde vive con su hijo treintañero Darío (Lautaro Perotti), quien no trabaja y casi tampoco concurre más a la facultad de arquitectura. La narración está planteada como dos mundos equidistantes entre sí, y cercanos a la vez, porque podemos observar la opulencia y el dinero de unos y la austeridad de los otros. La madre de Darío es autoritaria, quiere que su hijo despierte de su letargo, le paga a un psicólogo para que lo trate, y también termina dominando. La madre de Celeste no acepta la relación de su hija que, por si fuera poco, desea tener un bebé, pero no la discute, sólo se resigna. Darío va por la vida desorientado, sin un rumbo fijo. Todo lo contrario de las chicas quienes tienen un objetivo y un proyecto de vida en común. El deseo de la maternidad es muy fuerte, y ellas deciden hacerlo de la manera convencional, para lo que necesitan a un hombre. Con la decisión tomada de que Celeste se va a embarazar, pues anteriormente había tenido novios varones, ambas van a un boliche de “cacería”, y sí, como se lo pueden imaginar, Celeste lo “levanta” a Darío, él se la lleva a su casa y Lena lo amenaza de muerte para que tenga sexo sin preservativo. El relato es preciso, están muy bien logradas las continuidades y transiciones entre las escenas. Los diálogos son acordes a los parlamentos que tienen que decir los personajes porque están delineados de tal forma que cada uno tiene personalidad totalmente definida y eso los hacen creíbles. El embarazo modifica la existencia de todos los involucrados en ésta realización, donde una nueva forma de ver las cosas se está gestando. Por eso se podría inferir que el leitmotiv de éste film es la aceptación, tanto de cómo es el otro, pero también de uno mismo. Sin críticas, ni reproches, dejándolos ser porque los actuales modelos de estructuras familiares van mutando de tal modo que la sociedad irá reconociendo paulatinamente.
Es común enterarnos de que hay familias en apariencia “normales” pero que, en realidad, son todo lo contrario porque ocultan algo importante o vergonzoso. Con ese conocimiento popular el director Martín Musarra, en su ópera prima, nos introduce en el mundo fantástico y fantasioso que tiene la cinematografía. A través de unos dibujos de distintos animales nos traslada hacia la ciudad entrerriana de Concordia, donde se realizó este film. Allí, en el cumpleaños de Juana (Valentina Marcone) el tema central del que se habla en la reunión con su pequeña familia es el deseo de ella de ir al campamento con sus compañeros del colegio, porque su madre Ana (Natalia Señorales) se opone y su padre, Tomás (Adrián Garavano), está a favor de su hija. Pero la sobreprotección es muy fuerte y tiene su razón de ser. El motivo de tal comportamiento es que la rama materna de la familia, encabezada por la abuela Rita (Silvia Zerbini), se convierte en algún animal predeterminado, generalmente, cuando se enfrenta a algún problema, y tiene luego de esa transformación 72 horas para retornar a su condición anterior. Tomás no sabe nada de este hecho, y Ana tampoco. Pero, su madre, con un desbalance emocional fuerte, por primera vez se vuelve una lora. A partir de aquí comienza la aventura. Ana acepta inmediatamente esta realidad, no la discute ni la cuestiona, y tampoco se victimiza con su mala suerte, simplemente le pide ayuda a su tío Beto (Gabriel Páez) para que anule el hechizo, pues su padre está en viaje de negocios, pero él es atolondrado, dubitativo y no sabe cómo. La película está narrada en un tono muy infantil, a los malos que se tiene que enfrentar la protagonista, no lo son tanto. Los momentos de tensión no se sostienen un tiempo prudencial para generar expectativa, enseguida se resuelve la situación. Hay escenas bien logradas, con diálogos en su justa medida, y en otras situaciones ambos están fuera de timing. También hay frases o palabras que se reiteran, entorpeciendo el desarrollo del relato. Por otro lado, las actuaciones dejan mucho que desear. Tal vez, por intentar ser tan amables o simpáticos con el espectador no explotan su potencial. Crear un verosímil, como en este caso, tiene que tener una gran precisión en todos los aspectos de la producción, porque si algo falla, arrastra a todo lo demás hacia el precipicio, perjudicando notoriamente el esfuerzo de tantas personas. Se queda en las buenas intenciones, pero con eso sólo no alcanza.
Interesante enfoque sobre consecuencias de las dictaduras militares Los resabios que dejaron las últimas dictaduras en Sudamérica siguen produciendo coletazos. Todavía, después de tantos años de democracia, las heridas son difíciles de cerrar y siempre hay un motivo, una anécdota o una historia para contar. Con la idea de observar una vez más tan trágicos hechos que afectaron a millones de personas, la directora chilena Marcela Said tomó cartas en el asunto y realizó esta película en su tierra natal desde un singular punto de vista. Todo el relato giro en torno a Mariana (Antonia Zegers), una mujer de la clase alta trasandina, casada con el argentino Pedro (Rafael Spregelburd), que realiza un tratamiento de fertilización asistida de la que ella no está totalmente convencida, porque su marido le resulta distante y se siente atraída por su instructor de equitación, Juan (Alfredo Castro), bastante mayor que ella. Pese a lo conservadora que es la sociedad chilena, Mariana desoye a su adinerado padre, no le hace caso al médico, va en contra de la corriente sembrando sencillez, alegría, una pizca de sensualidad, y determinación ante cada acción, sin importarle el qué dirán. El film no sólo cuenta lo que hace la protagonista, que en realidad es una excusa, sino lo que busca la directora es reavivar las causas pendientes que tienen los ex militares de su país, darles una identidad y un pasado, para que luego sean juzgados por la sociedad. El punto oscuro, la intriga que le genera a la protagonista, es su instructor, quien fue militar durante la dictadura y se encuentra procesado a la espera de lo que determine la justicia. Pero ella le cree, no le importa lo que hizo anteriormente, porque con él la pasa bien durante las clases de equitación y los momentos posteriores. No lo juzga, lo acepta tal cual es. El presente y el pasado conviven durante en esta historia. La relación clandestina que mantienen Mariana y Juan resulta tan atractiva como la investigación que realiza ella para averiguar cuál es la verdad acerca de su amante. Los diálogos que mantienen son los justos y necesarios para que el relato avance sin inconvenientes. El ritmo que tiene se lo da la protagonista que es inquieta, siempre está en movimiento y nunca se conforma con nada. Como siempre se da en estos casos hay gente que continúa estando a favor de los militares, otros que están en contra, y algunos son indiferentes porque prefieren no involucrarse demasiado. Queda en la conciencia del espectador tomar partido por alguna de estas posiciones.
Cálido tratamiento de una amistad incondicional en el tiempo El valor de la amistad trasciende fronteras y dificultades. Es un espacio de contención y sosiego, donde, en la mayoría de las ocasiones, ni la propia familia puede brindar esas condiciones de vida. Porque los amigos se eligen, como Flor (Pilar Gamboa) quien, pese a tener una hermana, eligió como a su “hermana de la vida” a Romina (Dolores Fonzi) desde que eran compañeras de colegio, y perdura hasta la actualidad. El proyecto ideado por Constanza Novick cuenta la relación que establecen ambas durante tres épocas distintas. Todo comienza en 1988, donde no sólo comparten el aula escolar, las clases extracurriculares y el gusto por el mismo chico, sino también el dormitorio en innumerables noches. Luego, el salto temporal nos transporta a los primeros años del nuevo siglo, cuando Romina está casada, tiene una beba y vive con su marido en una casita del conurbano bonaerense. Allí llega un día Flor, que vino de México, donde vive, y es una exitosa escritora, a buscar refugio por haberse peleado con su novio. En el reencuentro la relación es estupenda, pero los años y la realidad de cada una modelaron de distinta manera sus personalidades, y las rispideces las vuelven a alejar. Por último, el relato nos acerca a la actualidad donde Flor se instala en el país con su marido mexicano y tienen una hija. Nuevamente reanuda la relación con Romina y las hijas de ambas se hacen amigas, como un legado que se transmite de generación en generación. La directora tiene muy en claro lo que quiere contar y cómo contarlo. La precisión en el manejo de las escenas hace resaltar la química que logran las coprotagonistas. La calidez que contagian sus encuentros, los diálogos frescos y acordes a cada década transcurrida nos llevan sutilmente en el tiempo. La película narra una historia sencilla, cuyo objetivo principal es mostrarnos la amistad de dos chicas que perdura con el tiempo. La incondicionalidad es la mayor virtud de esta relación. Más allá de los contratiempos y la distancia, el vínculo se mantiene inalterable. Porque mantienen una relación que se puede doblar, pero jamás romper.
Rina (Marilú Marini) tiene una casa en el delta del Tigre y necesita demostrar a una constructora, que se está apoderando de toda la isla, que su abandonada propiedad, en realidad no la está, para que no la desalojen gracias a una nueva ley y la obliguen a vender muy a su pesar. Con este panorama la protagonista llega a la casa acompañada por su mejor amiga, Elena (María Ucedo), a la espera de que lleguen sus hijos, amigos de ellos, y también una vecina. Todos juntos convivirán allí unos días la espera de la decisión final. Las amigas pasan las primeras jornadas bebiendo por demás, contándose sus problemas existenciales y fundamentalmente con los hombres, ya que ambas están solas. Mientras ninguno de los huéspedes hace nada y los domina el tedio, la quietud, el calor, los mosquitos, la crecida del río, etc., entre alguno de ellos la tensión sexual aumenta. En otro sector de la isla algo extraño ocurre, se cocina a fuego muy lento, que genera incertidumbre e intriga, porque hay una preadolescente fugada de su casa que vive con dos chicos y no quiere volver con su familia. El relato de esta ópera prima, pergeñado por la dupla Silvina Schnicer y Ulises Porra Guardiola, avanza jugando a dos puntas, que en ciertos momentos se entrecruzan, pero todo narrado muy lentamente, lo que padecen los personajes se transmite fielmente a la pantalla, en razón de que, por más que estén pasando el tiempo en la selva, son prisioneros de sus decisiones y del ámbito que los agobia. Lo que al comienzo parecía atractivo, luego se vuelve confuso, pues si bien están logrados los momentos intimistas entre los personajes, se aprecia un desbalanceo entre ellos, hay un sube y baja en la trascendencia e importancia de los mismos, como Elena que, en el primer tramo, está a la altura e importancia de Rina y luego se va desdibujando, transformándose en irrelevante. También los adolescentes, que en principio estaban para acompañar a los mayores adquieren una cierta preponderancia, que son funcionales para que fluya la historia, pero que no inciden en el resultado final. El problema principal que tiene esta película es que pivotea constantemente entre el drama y el thriller, pero no se decide por ninguno de los dos. Si el relato se volcaba a un drama, focalizándose entre el sentimentalismo de la madre y la practicidad del hijo que quiere vender la propiedad, estaba bien, pero no fue así. Si lo que importaba realmente era la vida de la chica fugada, también hubiese estado interesante. Pero la marcada indefinición le ganó al relato.
La disyuntiva continúa en ciertos ámbitos estatales: ¿Es necesario enseñar lo que hizo la última dictadura militar?, ¿para qué revolver el pasado?: ¿Sirve para algo develar lo ocurrido? Estos y otros cuestionamientos se realizan dentro de la estructura del Estado, y también en ámbitos particulares que no fueron tocados directamente por ese régimen. Aún, al día de hoy, hay muchos que prefieren no hablar de eso. Por tal motivo la directora de este documental, Andrea Schellemberg, cuya aspiración es que no haya cuentas pendientes con la sociedad argentina, se adentra en el Colegio Militar de la Nación autorizada por el Ministerio de Defensa y por los profesores, para presenciar las clases de historia y derecho, los entrenamientos y hasta filmar los exámenes orales. Además, logra entrevistar a algunos educadores y a los cadetes militares que están en el último año de instrucción. La realizadora relata, con voz en off el hilo conductor de su propio guión, sobre la enseñanza que se les realiza a los futuros militares, porque desde 2008, con una nueva reforma educativa, se resuelve agregar las materias de Derechos Humanos y Derecho Institucional como parte del plan de estudios del Colegio Militar. Lo que intenta dilucidar es si efectivamente, dentro de la institución, deciden acatar la ley y adecuarse a los nuevos tiempos o continúan con su tesitura de no innovar. La filmación comenzó en agosto de 2010, pero, pese a la resolución tomada por el Gobierno dos años antes, la institución continuaba callando su responsabilidad. Al alumnado no se le explicaba nada, ellos tenían la libertad de interiorizarse sobre la historia reciente, pero la mayoría, por lo menos en esos años, no tenían incorporado en sus conocimientos las palabras Genocidio y Exterminio. Es muy llamativo verlos titubear durante los exámenes ante estas preguntas de los alumnos próximos a recibirse como subtenientes del ejército. Como la mayoría de los profesores militares vivieron de un modo u otro el régimen dictatorial, se les hace muy difícil despegarse de ese hecho, son muy cuidadosos con los conceptos que vierten, no hablan a favor, pero tampoco lo repudian abiertamente. Hacen un delicado equilibrio, sobre una cuerda demasiado floja, porque no tiene ningún sustento y no quieren quedar mal con nadie. La idea principal es encapsular el tema para olvidarlo y seguir adelante. Porque el pasado no se dice, es preferible ocultarlo, silenciarlo. Y esa es una manera de enseñanza encubierta. Aunque desde el 2015, con los cambios de mando que hubo en el Ejército, finalmente se aceptó la modificación y comenzó a enseñarse los temas tabúes. Porque mientras haya gente dispuesta a mantener viva la historia reciente, va a haber otra, que, a través de algún medio, va a estar interesada en retratarla, como, por ejemplo, en este documental.