Una guerra se prepara Katniss Everdeen tiene 17 años y no conoce la felicidad, apenas, algunos buenos recuerdos antes de quedar condenada a los juegos del hambre en la arena del Capitolio. Luego, los acontecimientos la llevaron a convertirse en el símbolo de la revolución de los distritos sojuzgados en la nación Panem. Sinsajo 1, la tercera película de la saga Los juegos del hambre es el inicio del desenlace de la historia. Como ocurre con otros títulos pensados para la industria del entretenimiento, que exprimen la paciencia de los espectadores fieles, Sinsajo se verá en dos partes. El director Francis Lawrence propone una historia visualmente poderosa con un cambio radical de escenario. La acción se traslada al Distrito 13, el de los sobrevivientes, bajo tierra. Sin colores, con una estructura de galerías compartimentadas, el refugio marca la diferencia con las películas anteriores. Katniss, rescatada de la arena de los juegos por la resistencia, sale al aire libre sólo para constatar el exterminio en su distrito, el 12, o para visitar a los moribundos del ocho. Sinsajo 1 es la película de los preparativos para la restauración de una nueva Panem, que, además, debe transmitir los estados psicológicos de Katniss, la chica siempre triste, que asume su misión como una carga que la aleja de todo lo que ama. Katniss es una heroína sin opción. Para refrescar la historia conocida por los seguidores, e informar a los espectadores que no vieron las otras dos películas, el guion pone breves síntesis del relato original, inmenso y bellamente complejo en el libro. El otro elemento que cobra protagonismo en Sinsajo 1 es la campaña de propaganda política que Katniss, el sinsajo de la rebelión, debe interpretar para unir a los grupos libertarios. El tono y la gravedad en los rostros reemplazan las peripecias de los juegos. Hay menos acción y más climas. El director logra escenas sobrecogedoras por la escala dantesca de la destrucción, que es selectiva. Viendo esos tramos de la película, con operativos comando, diseño de comunicaciones para burlar radares, imágenes con luces infrarrojo, se universalizan la imagen y las referencias. En ese sentido, hay una abstracción con respecto a la historia central. Podría ser cualquier guerra contemporánea: el futuro ya llegó. La potencia del diseño de la película no necesita el recurso de la música incidental, demasiado manipuladora y obvia frente a la expresividad de Jennifer Lawrence.La actriz ha madurado el rol. En Sinsajo 1 es el rostro más elocuente. Ella emociona a pesar de la música que quita dramatismo a las escenas más sentimentales. Sóla cobra sentido, cuando Katniss canta y nace el himno de la resistencia. En el reparto, se destacan Julianne Moore, la presidenta del distrito 13, Alma Coin; Elizabeth Banks, la ex asesora de imagen de los juegos, Effie Trinket; Donald Sutherland, como el presidente Snow y Philip Seymour Hoffman, el actor fallecido este año, que compuso el rol del imprescindible Plutarch y con dos o tres gestos logra empatía y nostalgia en la platea cinéfila. Sinsajo 1 es una transición en la que el amor contradictorio de Katniss por Peeta instala el drama, mientras Gale se ha convertido en un soldado de élite. El sufrimiento cerca a los protagonistas y queda claro que hay luchas que arrasan cualquier deseo o ilusión individuales.
Tributo a un cómico popular Dos tiempos se cruzan en la película de Sebastián del Amo, Cantinflas: los comienzos del cómico popular mexicano en los años 1930/40 y las instancias previas a la filmación de La vuelta al mundo en 80 días, su consagración en Hollywood en 1955. Un homenaje es una decisión que determina las facetas del personaje elegido, su mejor perfil, y también, un modo de contar vida y logros del notable en cuestión. Cantinflas, la película, revive la comicidad de Mario Moreno (1911-1993) y su estilo, construido a base de una profunda observación y de las ventajas que ofrece una identidad asumida con claridad. El logro de la biografía es el actor catalán Óscar Jaenada que realiza un trabajo extraordinario en el rol de Cantinflas/Moreno, además, planteado en evolución. La gestualidad acompaña el modo de hablar, los modismos y tonos que el actor entrenó asistido por un imitador de Cantinflas. El guión inicia el relato cuando Michael Todd (Michael Imperioli) anuncia, antes de confirmar el elenco de estrellas, la realización de la película más taquillera de la historia. El pícaro bont vivant, metido hasta el cuello en los compromisos con los productores, busca a Cantinflas para un cameo (sería un indio o algo así, a tono con la desvalorización de la que eran objeto los mexicanos). A partir de esa aventura, del Amo reconstruye la historia del hombre que comenzó a actuar por casualidad en las carpas, de puro gracioso y con la fuerza del hambre. Ése fue su patrimonio y fortaleza. Cantinflas captó al público desde el corazón y nunca traicionó su estilo. Aparece por ahí alguna escena en que, ya famoso en México, descuida a su esposa (expresiva Ilse Salas en el rol de Valentina Ivanova), pero nada se dice de los claroscuros de la fama ni se problematiza al personaje. La otra línea de la historia es la mirada en torno a los grandes estudios y la fábrica de éxitos, escenas que corren paralelas a la actividad gremial de Cantinflas que termina expulsando a los corruptos de la Asociación Nacional de Actores, Anda. El diseño de la película que recrea los ambientes entre palmeras y autos caros, o la magia circense de los cómicos populares en México, así como las breves intervenciones de personajes célebres (Charles Chaplin, el mejor; Marlon Brando, idéntico; María Félix, la diosa) se complementa con la fotografía de Carlos Hidalgo. "Sigue siendo tú mismo", fue el consejo y la clave del éxito de Cantinflas. La película lo visita en el altar y renace el mito que conforma a los públicos de ambas márgenes del Río Bravo.
Románticos de manual Una historia romántica contada por un hombre que ha quedado atrapado en los problemas del amor es la encrucijada que eligió el director y guionista Alejo Flah en El amor y otras historias. El planteo es sencillo, casi naif, y revela un ojo entrenado en películas en las que la autorreferencia, esto es, la reflexión sobre escritura y realización, pasan a primer plano, por encima de la anécdota y los personajes. La voz en off impide cualquier confusión al respecto. Pablo Diuk (Ernesto Alterio) es guionista. Está empantanado en una historia que no logra desarrollar, mientras su vida de pareja hace agua. La futura película es la tabla de salvación para el hombre que ha decidido escribir una historia de amor convencional, con personajes que se aman de verdad y no claudican. Alterio lleva adelante el personaje del tipo superado por la situación personal, en su casa y frente a la computadora, un melancólico que lidia con el productor (Luis Luque) mientras enfrenta a su mujer (Julieta Cardinali), con quien la convivencia es imposible. La película transita permanentemente los dos relatos, dos mundos unidos por la voz y la voluntad del guionista (Diuk). Se destaca el trabajo de edición de Pablo Barbieri y la naturalidad con la que Diuk entra y sale de las escenas que inventa. Son nacidas de un cliché sin culpa, sin apuntes filosóficos ni psicologistas. El guionista busca la felicidad en la página que llena de abrazos, encuentros y rostros tiernos. Alterio sostiene la película. A su lado, Julieta Cardinali compone correctamente un papel cercano al de las mujeres frustradas de las telenovelas; Luque regala humor y bipolaridad en el rol del productor especialista en promesas incumplidas y Antonópulos pasa fugazmente sembrando misterio. También María Alché pone su mirada perturbadora en el personaje de la alumna de Diuk, que también aparece en el guión cuando hace falta. La pareja de jóvenes del guión de Diuk va y viene según el interés del autor, que les elige un romance estándar. Los españoles Marta Etura y Quim Gutiérrez son los clásicos jóvenes que el autor describe con ironía, sin trabajo ni obligaciones, siempre en el camino de la felicidad, capaces de sortear la pelea o el distanciamiento. Los ha pensado para esa felicidad que él no puede alcanzar. La fotografía de Julián Apezteguia pasea por Buenos Aires, Madrid y París, potenciada por la dirección de arte de una veterana en el rubro, Mercedes Alfonsín, que describe ambientes y momentos sin marcas específicas. El cuento queda contado gracias a ese juego abstracto en el que, como dice Diuk, el escritor es eso "entre la vida y la obra"
El romance debe continuar Woody Allen elige la Costa Azul de la década de 1920 para reflexionar sobre el mundo espiritual y la felicidad. Suena la música y la cita con Woody Allen está en marcha. Magia a la luz de la luna pone en el centro del enredo a un mago y una médium, en la Europa de 1928. El director se entretiene contando una anécdota simpática, con especial atención en lugar y tema a tono con la música: la Costa Azul, la clase alta europea que entretenimiento y una pareja despareja. Colin Firth, con su rictus más británico, se pone en el traje del ilusionista estrella, Stanley Crawford, que debe desenmascarar a la impostora; en tanto la joven y frágil Emma Stone es Sophie, la chica que recibe vibraciones y ve el pasado de sus huéspedes embelesados. La película no supera la anécdota y cuesta entrar en el juego amoroso de los protagonistas que tienen que superar diferencias de edad, formación y concepto de la vida. Firth recuerda a aquel pretendiente tímido de El diario de Bridget Jones, aunque con el sarcasmo de Allen que lo vuelve su alter ego con porte de galán. La joven actriz tiene la responsabilidad de encantar al espectador, mientras la trama sigue un curso plácido y previsible. En la Costa Azul, Stanley Crawford departe con su colega Howard Burkan (Simon McBurney) sobre las mil y una posibilidades de la existencia de un mundo espiritual, imbrincado en el concreto, el que estudian los científicos y aprovechan los magos profesionales. Woody Allen se depacha con citas de Nietszche, reflexiona extensamente, sin perder el encanto, por boca de los personajes. "Del espiritismo al Vaticano es todo falso", dice Stanley desde el limbo de la familia que discute con naturalidad sobre los poderes de Sophie. Acompañan al escéptico mago una tía, imprescindible para la historia. Eileen Atkins es tía Vanessa, personaje con el que el hombre, que ve vulneradas sus certezas, confiesa la novedad del amor, o algo así. Bellamente fotografiados por Darius Khondji, los ambientes lujosos, cuidados en cada detalle, y la naturaleza impactante acompañan la idea de que cualquier grado de optimismo es apenas una ilusión. Entre lo racional y lo espiritual, hay un baile de palacio, un auto descapotable rojo, el planetario (sólo una escena, a pesar de la referencia a la luna). Sin la magia de la divertida Scoop (la historia de amor que protagonizaron Scarlett Johansson y Hugh Jackman), Allen vuelve también sobre el tema de la felicidad y Stanley es un escapista en varios sentidos. En la película discurre la filosofía socialmente permitida y el director se da el lujo de poner unos segundos de cabaret con Ute Lemper cantando, en segundo plano.
Hasta que el reality los separe David Fincher propone en Perdida una película sobre el matrimonio y sus malformaciones, sin una mirada profunda que supere el mero show. "Soy algo que empacó por error", escribió Amy en su diario. La frase, una de tantas, desgarradoras, conduce la pesquisa hacia Nick, el marido de la mujer desaparecida. El día del quinto aniversario de casados, Amy se esfuma misteriosamente. Perdida, la película de David Fincher, reúne los clichés de varios géneros. Comienza como thriller, sigue con un relato en primera persona, a través de las páginas del diario de Amy; se vuelve una guerra de esposos, una comedia dramática y un reality, sazonado con la crítica a la sociedad que condena y absuelve a los personajes que la televisión entroniza, sentencia y destruye, en pocos días. La cantidad de datos, pistas y cabos sueltos logran buen ritmo pero van sembrando el terreno de un guion confuso, a fuerza de trucos. El director apunta aquí y allá, sabiendo que siempre pega en algún lado. La dinámica de Perdida supera la impasividad de Ben Affleck en el rol del marido sospechoso y la construcción, que ofrece Rosamund Pike, de la personalidad de Amy. La película es en sí misma un señuelo. Todas las pistas conducen a Nick, abonadas por la televisión de Missouri que disfruta los puntos de rating provistos por una historia morbosa y con aristas que la conductora del programa de entrevistas distorsiona, manipulando la buena conciencia de la audiencia horrorizada. Es inevitable contrastar la anécdota de Perdida con tantos hechos reales que conforman estadísticas preocupantes en el mundo, por la violencia doméstica y los femicidios. La película, que comienza con escenas prometedoras, evade cuestiones de fondo para convertirse en un entretenimiento que juega a las escondidas con la inteligencia del espectador. Dos horas y 25 minutos le llevan al director armar y desarmar varias líneas de acción en torno a la pareja que sufre el desencanto derivado en tragedia. Como ocurre con este tipo de guiones, cualquier alusión en el comentario se convierte en una mala jugada al futuro espectador. La referencia avanza por terreno minado. Sin caer en la práctica del spoiler, cabe decir que en Perdida todo puede ser de otra manera a la que se muestra. La relación con los medios masivos y su sed vampiresca de audiencias pone la nota de actualidad y desactiva el drama. En ese sentido, no alcanza con los primeros planos de Affleck. Nick amasa la culpa y el resentimiento, acompañado por su hermana gemela, personaje que cumple una función instrumental, sin consecuencias. En tanto, la británica Rosamund Pike demuestra ductilidad como la mujer que fue la "Asombrosa Amy", una leyenda adorada por las multitudes lectoras y bien gerenciada por sus padres. Su rol va mutando ante los ojos del espectador y pone a la trama la cuota de sangre siempre esperable en estos casos. La fotografía de Jeff Cronenweth hace honor a los detalles, como un ojo que guía al espectador. Perdida es un culebrón de millones, con figuras taquilleras. Por lo demás, la mirada brutal sobre el matrimonio y sus pactos, en torno a la complejidad humana que construye violencias implícitas queda reducida a una entrevista de televisión destinada a la gran familia americana.
Los enceguecedores años '90 Nace de una buena idea, aunque chiquita, y se sostiene por el trabajo de las actrices, pero le faltan diálogos potentes. Un amanecer naranja pone luz a los edificios en la gran ciudad. Es Buenos Aires y se sabe que la temperatura arranca con más de 20ºC. En una terraza se encuentran ellas. Poco después se sabe que es sábado.Las insoladas, de Gustavo Taretto, reúne a seis actrices en un espacio único y una situación que va sumando estados de ánimo, particularidades y la energía que transforma las palabras en un proyecto.Las mujeres comparten una actividad semanal: bailan salsa y van a competir esa noche. No se sabe si el bronceado enrojecido por horas de exposición al sol tiene que ver con la circunstancia del baile. La terraza es el lugar en el que se aíslan para hablar de ellas y ser ellas, embadurnadas y sedientas. La película está planteada en un contexto general del que se habla al paso. Es 1995, fiebre del uno a uno, con Menem en el gobierno. Todos viajan, menos ellas. La ironía, al pintar aquello desde el presente, depende del espectador. El sexteto integrado por Carla Peterson, Violeta Urtizberea, Luisana Lopilato, Marina Bellati, Elisa Carricajo y Maricel Álvarez logra una relación coral bajo el sol despiadado. Ellas van encarando conversaciones a jirones, con datos sueltos, en la intimidad de la terraza. Paulatinamente el espectador conoce los aspectos sobresalientes de sus personalidades mientras toman agua, pican algo en dieta rigurosa y hablan. Los personajes se definen por la palabra. Y están tipificados como una foto más o menos estándar: Vicky (Urtizberea), la peluquera de inocencia desconcertante; Kari (Carricajo), estudiante de psicología y terapias alternativas; Sol (Álvarez) la ‘sabelotodo'; Vale (Bellati), en crisis con los hombres; Lala (Lopilato), la nueva, cree en los extraterrestres; y Flor (Peterson), la líder que se las arregla como promotora. El grupo, al ritmo cumbiado de Here comes de sun, sintetiza la franja de clase media que arañaba algún gustito y, habitante de un paraíso artificial, no llegaba a fin de mes. La película transmite esa sensación, aunque faltan diálogos potentes (no necesariamente intelectuales o políticos) y recursos de puesta. Las fotografió con mano maestra Leandro Martínez, que captó sudor y lágrimas, las gotas del rociador, los tonos y los detalles de la piel, los ojos al sol. Las amigas transitan el día bajo el sol, afiebradas por aquello que les falta: insatisfacción de los años 1990, cuando parecía que las oportunidades eran ajenas. Las insoladas nació de una muy buena idea, que fue cortometraje en 2002 y envejeció. Cabe pensar en la herencia cultural de una época tan pobre y banal que cuesta reciclarla. Si ‘todo es energía' como dice Kari, Las insoladas se sostiene por las actrices. Ellas exponen su piel para contar una anécdota chiquita sobre el descubrimiento de un sueño compartido.
Celos que matan Arrebato, de la directora Sandra Gugliotta, cuenta la historia de un escritor de policiales que se ve envuelto en la trama de un crimen. "Lo único que importa es la percepción y no aburrir. En la cultura del entretenimiento vale todo. Todas son herramientas para el espectáculo", dice Luis Vega (Pablo Echarri) a un grupo de estudiantes. En esa frase hay claves de la película de Gugliotta, un coqueteo entre teoría y realización, guión y cámara, actor y personaje. Vega es escritor y está casado con Carla (Mónica Antonópulos), mujer sensual que entra en la trama oculta de la película. Vega busca qué escribir, y transmite el desvalimiento de quien ha quedado después de un éxito con la página en blanco. Su editor (Claudio Tolcachir) sugiere un relato policial, de aristas escandalosas y amplia cobertura mediática. Ahí entra la otra mujer sensual, Laura Grotzki (Leticia Brédice). Arrebato relata los estímulos, padecimientos y ambigüedades de que está hecha una novela. La inspiración es aleatoria. Por los ojos y el corazón afiebrados de Vega pasan los celos, los datos de la realidad, la evidencia, la curiosidad y el juego. Estrena "Arrebato", con la vuelta de Pablo Echarri a los primeros planos La película de Gugliotta construye la novela de Vega, titulada Arrebato, con clichés y procedimientos de escritura que van devorando la trama. En el caso Grotzki hay un asesinato, una esposa sospechosa, pasiones e infidelidades. Sobre esa matriz ficcional, Vega arma su propio relato, en el que entra la esposa como partícipe imprescindible. La ambigüedad suma interés pero la película insiste en las figuras del género policial. Gustavo Garzón interpreta al inspector que investiga un asesinato. Todos los caminos conducen a Vega. Está claro que, a pesar de que el contenido de su novela es inquietante por los detalles, nadie puede ir a la cárcel por el sólo hecho de imaginar. La tradición de la literatura fantástica y el cuento del popularísimo Roberto Fontanarrosa, Sueño de barrio, se adivinan como referencias del guión poco original. Pablo Echarri y sus primeros planos que inundan la pantalla llevan adelante la intriga con gestos cada vez más desencajados. El actor plantea su personaje reforzando la idea de sufrimiento interior y los estragos que pueden hacer los celos. La realidad aparece siempre velada, con datos que el espectador pesca y reutiliza. Antonópulos encuentra un perfil entre cándido y feroz, cada vez que Carla responde las preguntas de su marido. Una mujer de largas ausencias y celular apagado que el guión castiga. Entre la ensoñación y la urgencia por crear un éxito editorial, Vega arma su novela y se escabulle ante la mirada del inspector. Creer o no creer, es el dilema. La directora edita las escenas en breves flashbacks, va mezclando los tiempos y las miradas de las mujeres que rodean a Vega, dedica muchos minutos a Echarri, un actor que jadea, sufre, sin lograr un protagonista potente. "Me gustan las víctimas y lo que siente el asesino antes de matar", dice Vega y siembra la confusión. Arrebato juega con la percepción y el engaño se vuelve un truco para sostener un guión demasiado sencillo.
Cine político de emergencia El actor Toni Servillo protagoniza Viva la libertad, la película de Roberto Andó que cuestiona la impericia de los políticos italianos. El director italiano Roberto Andó expone sus ideas sobre el estado actual de la política italiana, y, por efecto globalizador, lanza dardos a las democracias occidentales. En medio del tembladeral de las elecciones, el secretario del partido opositor, Enrico Oliveri, decide huir de las responsabilidades y del 17 por ciento de las encuestas. En el círculo más íntimo del político surge la idea de reemplazarlo y salvar el partido del desastre ante la opinión pública. Toni Servillo (La gran belleza) se pone a los hombros una película que plantea el valor de la verdad en la construcción política. El actor se desdobla en los roles de Enrico y su hermano Giovanni, cada uno con sus gestos y conceptos de la vida. El trabajo de interpretación muestra la evolución de Enrico mientras Giovanni asume el personaje lúcido y loco. El filósofo, con un universo ampliado por los psicofármacos, cautiva a las audiencias. "Catástrofe" y "miedo" son las palabras que elige el flamante político para derribar la mampostería de un partido amanerado a fuerza de componendas. La tesis de Andó es clara: "El miedo es la música de la democracia". Lo dice Giovanni que más tarde pide al presidente: "No pisotee la dignidad del que no puede defenderse". La película transita por el filo de la tragicomedia. Así como el abismo es la imagen con que los electores se identifican, Enrico se enfrenta con su incapacidad por saber cuál es el destino colectivo que lo involucra. "No ha logrado nunca ser él mismo", afirma Giovanni. También aparece el cine como tema y lenguaje, con una brevísima inclusión de declaraciones de Federico Fellini y el entorno de la película en cuya filmación participa involuntariamente Enrico. Servillo se luce en los momentos de gran comediante melancólico: baila, vence las resistencias del presidente y la canciller, juega. Lo acompaña Mario Mastandrea como el hombre de confianza del secretario del partido. Mastandrea es el testigo en medio del escenario, el nexo entre ese hombre que recita Brecht y baila tango, y la tradición de partidos y contiendas. Andó se permite licencias poéticas, entre ellas, el recurso del doble. El director milita la idea de que el cine puede ser portavoz de una posición política, también, un diálogo entre el espectador y el ciudadano que se expresa a través de la cámara.
El amor llega en el tren equivocado Trenes atestados de personas, tantas como las palomas urbanas, cruzan Mumbai. La tradición en la ciudad india señala que cada día, las mujeres envían las viandas con el almuerzo a sus maridos, utilizando un complejo y aceitado servicio de postas: bicicleta, tren y otra vez bicicleta. Ila, a contrarreloj, prepara la comida, envía la hija a la escuela y se ocupa de los quehaceres domésticos esperando el reconocimiento mínimo en boca de su esposo. A la espera de ese rayo de sol, comparte recetas con su tía que vive en el piso superior, hablando por la ventana. "Tía, tía", es el llamado de Ila para consultar sobre condimentos y tiempos de cocción. Un error en el sistema infalible de traslado de viandas cambia la vida de la mujer y un comensal no buscado. Saajan está pronto a jubilarse. Hace trabajo contable en una empresa estatal, revisando asientos en la sección Reclamos. Eso es todo. Y tiene mal carácter.La película de Ritesh Batra es tan sencilla como hermosa, una comedia que pone en escena la idea de que el género es el reflejo de vida y costumbres. En esa caja de resonancias se desarrolla una historia de amor tan romántica que echa mano al recurso de la comunicación epistolar. En Amor a la carta (el título tira abajo la poesía del guion) las relaciones y las cosas se consiguen con una ayuda del destino y mucha fuerza de voluntad.Un error es la clave para que aquello que parece imposible ocurra, en medio de millones de personas, autos, bicicletas, en la vorágine del trabajo, cuando parece que nada puede cambiar ni echar atrás la maquinaria que mueve los días.La sutileza del guion pone imágenes elocuentes y el paso del tiempo se percibe a través de muy pocos elementos: la vianda, la carta, así como la fabulosa transformación en los personajes. "Todos quieren lo que tiene el otro", escribe Saajan, el hombre viudo, metódico, agrio, callado. El actor Irrfan Khan (en La vida de Pi, interpreta a Pi adulto) pasa por todos los estados, desde el asombro hasta la crisis existencial. Va dosificando la mutación, mano a mano con el joven Shaikh, que ocupará su lugar en la empresa. Nawazuddin Siddiqui compone con mucho humor y ternura al hombre que sobrevive a toda desesperanza. En el rol de Ila, Nimrat Kaur ofrece la sensualidad de la mujer que toma conciencia de su matrimonio y encuentra un respiro en las cartas. Paulatinamente los personajes se descubren a sí mismos y se animan a soñar. También hay espacio para la cultura romántica de telenovelas y canciones populares indias que alimentaron el imaginario de las generaciones de Bollywood. La película no abusa del melodrama. Se sirve de las posibilidades del primer plano, siempre efectivo si se cuenta con buenos actores, del poder evocador de la música y los contrastes entre el trajín exterior y el ritmo interno de Ila y Saajan. "Olvidamos algunas cosas si no tenemos a quién contárselas", escribe él. La película montada como un ritual en medio de la metrópolis muestra los ingredientes que necesita una buena comida para volverse inolvidable.
Lecciones del corazón Una vez que se anula la dosis de misterio y seducción en la pareja de Mecha (Claudia Cantero) y Ofelia (Mara Santucho), cualquier componenda pone al descubierto no sólo la naturaleza compleja de los sentimientos, sino también la interpretación que cada una asume en torno a la libertad. Mecha tiene otra, que se llama Ana Laura (Carolina Solari). Dos caminos se abren, como abismos, a partir de esa revelación. Así comienza Amar es bendito, con el conflicto bien arriba. Liliana Paolinelli es la directora de la película pensada para intérpretes en ambiente íntimo, foco que trasciende los elementos realistas del contexto. La pareja sobrevive por un pacto que la lleva a probar soluciones parciales, engañosas y, por momentos, patéticas. No se trata simplemente de un triángulo amoroso consentido. Amar es bendito ofrece los supuestos de la relación abierta y muestra las consecuencias en las protagonistas. La cuestión se complica con la presencia de Mario (Carlos Possentini), amante de Ofelia conseguido a fuerza de mucha voluntad. Las actrices están magníficas. Claudia Cantero afianza su capacidad para generar climas con economía de recursos. Junto a ella, Mara Santucho va creciendo en el rol de la mujer que no quiere terminar la relación después de siete años de convivencia. Carolina Solari aporta la sensualidad. En tanto Possentini reproduce el perfil de un hombre encontrado al voleo, que en el fondo desprecia el dilema de las mujeres y busca sacar provecho sin miramientos. Mario es torpe, indiferente y calculador, cae como peludo de regalo y la pasa estupendamente. Paolinelli se concentra en los rostros y en imágenes en el espejo, o mira desde lo alto a los personajes que se mueven en el tablero de las combinaciones amatorias. ¿Amor o deseo? Su comedia (para algunos es un drama) apuesta también al humor. Aquello que comienza como drama y mueca se transforma en sonrisa aun cuando Mecha y Ofelia sufren sin disimular. La película de Paolinelli se ocupa de la conmoción afectiva que supera el tema de la infidelidad, al mostrar hasta dónde pueden sostenerse las convicciones. No hay en el guión subrayados sexistas ni exposición sobre el amor homosexual. La directora se permite un título que queda a gusto del consumidor, irónico y elusivo. Además, resuelve la comedia con un final, débil en relación al desarrollo, pero efectivo, con la banda del Negro Videla a todo volumen. Las penas del corazón siempre quedan en el pasado. Y a llorar a otra parte.