La nueva película del premiado director finlandés Aki Kaurismäki ("Un hombre sin pasado", "El puerto") se mete con un tema bien actual: la inmigración ilegal en Europa. Pero Kaurismäki se aleja de la denuncia y del cine artificialmente politizado para profundizar en su particular estilo: en "El otro lado de la esperanza" reaparecen sus personajes desclasados y marginales, su personal mirada entre realista y ensoñada, y su humor ácido y seco. La película gira en torno a dos personajes que se cruzan. Uno es Khaled, un sirio que huyó de la guerra y llega a Helsinki escondido en un barco de carga, después de pasar por todo tipo de penurias por Europa. El joven intenta ser reconocido como refugiado político, pero se topa con la burocracia y el racismo. El otro protagonista es Wikström, un vendedor de ropa que deja su antiguo negocio y compra un decadente restaurante que pretende hacer rentable. Cuando Wikström encuentra a Khaled tirado en la calle, huyendo de la policía, decide tomarlo como empleado. Sin solemnidad ni golpes bajos, el director logra explorar el vínculo de solidaridad que se genera entre estos personajes tan disímiles que luchan contra la adversidad. Hay un puñado de escenas inolvidables capaces de provocar una risa plena en medio de la derrota, y también un par de momentos musicales bizarros con viejos rockers que tocan en la calle. Todos "losers". Hermosos perdedores.
"Sieranevada", cada familia es un mundo Ante todo un dato importante: "Sieranevada" dura 173 minutos. Entonces conviene entrar al cine con un café en mano, algo rico para comer y después sí, disfrutar a pleno de la cuarta película del director Cristi Puiu ("La noche del señor Lazarescu"), uno de los mejores exponentes del llamado Nuevo Cine Rumano. Filmada casi en tiempo real, "Sieranevada" se centra en una reunión familiar que termina en un pequeño gran caos. El encuentro se da a 40 días de la muerte del abuelo de la familia y, en medio de un almuerzo y de una ceremonia religiosa en recuerdo del difunto, se cruzarán hijos, yernos, cuñados, nietos y abuelos. La cámara de Cristi Puiu se ubica fija dentro de un departamento de Bucarest y muestra con un realismo puro y filoso una panorámica familiar que va in crescendo: discusiones sobre política (las "grietas" de allá), rispideces de todo tipo, confesiones tardías, desahogos dramáticos y momentos cómicos. El director logra captar una intimidad tan intensa que resulta hipnótica, y a pesar de las distancias geográficas el espectador puede sentirse identificado y también interpelado con cada escena. Más allá de la sola experiencia de verla, "Sieranevada" también deja un puñado de personajes memorables: la abuela que defiende a ultranza los tiempos del régimen comunista, un joven obsesionado por las teorías conspirativas del 11-S, y su ocasional protagonista, un médico que busca un equilibrio imposible.
Crítica publicada en la edición impresa.
El modelo de "Sólo se vive una vez" es muy claro: las superproducciones taquilleras de Hollywood. Y en ese sentido tiene todos los tics del caso: junta a actores populares de la televisión (Peter Lanzani, la China Suárez, Darío Lopilato) con estrellas internacionales (Gérard Depardieu, Santiago Segura), convoca a un director especialista en escenas de acción y deja la historia en manos de cinco (sí, cinco) guionistas. El resultado es —como suele suceder en el Primer Mundo, hay que decirlo— una ensalada decepcionante. La trama se centra en un estafador de poca monta (Lanzani) que por accidente se queda con una fórmula química secreta y es perseguido por un grupo de mafiosos. Para escapar, el protagonista se hace pasar por un rabino en una comunidad de judíos ortodoxos. La ópera prima de Federico Cueva (experto en filmar acción y supervisor de dobles de riesgo) arranca con algunas escenas simpáticas, que buscan un humor cómplice, pero de a poco se transforma en un engendro que mezcla religiones y dialectos, personajes torpes y villanos ridículos, y explosiones y persecuciones que ya se vieron hasta el hartazgo en el cine americano. Con su humor de trazo grueso y sus referencias gastadas, "Sólo se vive una vez" no termina de funcionar ni como película de acción ni como comedia bizarra. Los únicos que se salvan son algunos actores (Lanzani, Brandoni y Depardieu), que aportan una cuota de frescura entre tanto plástico.
Destino de superheroína Después de tres películas decididamente fallidas como "El hombre de acero", "Batman vs. Superman" y "Escuadrón suicida", el llamado "Universo extendido de DC Cómics" consigue levantar un poco la puntería con "Mujer Maravilla". La directora Patty Jenkins ("Monster") se aleja de la solemnidad depresiva post-Nolan y apuesta por una versión más clásica y fiel al origen del cómic. Otro punto de diferenciación (no menor) es el aire fresco que supone la mirada femenina de una superheroína emblemática, en medio de tanta testosterona en el género de los superhéroes. La película rescata el origen mitológico de la Mujer Maravilla, que comienza siendo la princesa Diana, una niña educada como guerrera en una isla de la Antigua Grecia habitada sólo por amazonas. Este lugar escondido del resto de la humanidad cambia cuando el soldado Steve Trevor (Chris Pine) naufraga en las orillas de la isla. Sería muy largo detenerse en la historia, pero digamos que por —(oh) el inevitable camino del héroe— Diana termina luchando junto a Trevor en la Primera Guerra Mundial. Aunque se acerca más a una modelo que a una verdadera actriz, Gadot se ajusta al personaje con convicción. Las batallas están vistosamente coreografiadas y también hay algunos toques de humor (aunque no todos son efectivos). Sobre el final la película decae porque sus villanos son endebles, y demás está decir que sus 140 minutos son excesivos.
Nostalgia y humor físico Si alguien siente nostalgia por el slapstick (humor físico) de antaño y el candor chaplinesco va encontrar su lugar en el mundo con “Perdidos en París”, la película escrita, dirigida y protagonizada por la dupla de comediantes Dominique Abel y Fiona Gordon, que también son pareja en la vida real. La historia se centra en Fiona, una bibliotecaria de Canadá que llega por primera vez a París para ayudar a su anciana tía Martha, que se niega a ser internada en un geriátrico. La estadía en la capital francesa va a resultar de lo más accidentada: Fiona pierde su equipaje, descubre que su tía ha desaparecido y en el camino se cruza con un vagabundo extravagante que se enamora de ella. Plagada de gags físicos y situaciones absurdas, “Perdidos en París” es un claro homenaje al cine de Jacques Tati, pero no tiene profundidad ni mirada crítica. El guión se queda en la simple comedia de enredos, un tanto reiterativa y poco efectiva a la hora de hacer reír. Para rescatar sólo queda el talento actoral de Abel y Gordon, y los más memoriosos también valorarán las apariciones de Pierre Richard y la genial Emmanuelle Riva (“Hiroshima Mon Amour”), que en esta película hizo su último papel antes de morir. Carolina Taffoni
Monstruos que ya no asustan Es increíble que a esta altura Ridley Scott siga insistiendo con la saga de Alien, aquella criatura atroz que él transformó en un clásico de la ciencia ficción en 1979, cuando se estrenó “Alien, el octavo pasajero”. Desde entonces han pasado demasiados años y demasiadas secuelas sobre el tema, y el efecto original se diluyó en el camino. “Alien: Covenant” funciona como una secuela de “Prometeo” (2012) y una precuela de la ya mítica “Alien” de los 70. La historia se repite sin muchas variantes: los integrantes de una expedición espacial se terminan desviando a un planeta equivocado y ahí los atacan los monstruos tan temidos. La única diferencia es que aquí los monstruos son una plaga, un virus mutante. Los personajes de “Alien: Covenant” son tan torpes que por momentos quedan al borde de la parodia (salen a explorar un planeta nuevo sin un casco, por ejemplo) y nunca llegan a transmitir miedo o desesperación. El único que se salva es Michael Fassbender (en el papel dual de dos androides), aunque sus superficiales reflexiones llevan al bostezo rápidamente. Para rematar, el giro del final es totalmente previsible, y además anuncia que esta pesadilla va a continuar generando secuelas.
La fábrica de políticos Martín Marchand es un empresario con ambición de trascendencia que pretende lanzarse como candidato a diputado. Con ese objetivo, convoca a un equipo de expertos en comunicación para delinear su perfil de líder. Todos convivirán durante un fin de semana en la estancia de campo del empresario, y tendrán que decidir desde el nombre del partido hasta los spots de campaña. Este es el tentador punto de partida de "El candidato", la segunda película como director de Daniel Hendler. El guión refleja un tema actual y con referencias puntuales: los candidatos prefabricados y la desideologización total de la política. Hendler explota muy bien el humor absurdo de esta situación, en un tono de comedia ácida y pausada, sin subrayados ni exageraciones. El director se detiene en las frases huecas, las propuestas disparatadas, la hipocresía de los slogans y la egolatría y el cinismo de un ricachón que se cree un actor de Hollywood. Sin embargo, sobre el final, en lugar de apostar de lleno a la comedia amarga, Hendler da un giro con elementos de thriller que no están realmente logrados y que le quitan peso al planteo inicial de la película. Para destacar queda la interpretación impecable del protagonista, Diego De Paula, que está muy bien acompañado por Alan Sabbagh, Verónica Llinás y Matías Singer.
Deseo, locura y decepción Gabrielle (Marion Cotillard) es una joven apasionada que vive en un pequeño pueblo de Francia, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Su familia cree que sufre de una seria inestabilidad emocional, y entonces deciden “arreglarle” un matrimonio con un exiliado español, que acepta el trato a cambio de un trabajo. En medio de este matrimonio sin amor, Gabrielle se interna en un spa para tratarse de cálculos en sus riñones. Y allí va a conocer y se va a enamorar perdidamente de André (Louis Garrel), un soldado enfermo. “Un momento de amor” comienza como un melodrama clásico y prolijo, pero de a poco se convierte en una película inocua y superficial, que no ahonda en ninguno de los temas que aborda. La directora francesa Nicole Garcia (que se lució en otras películas como “El adversario”, “Place Vendôme” o “El hijo preferido”) no llega a transmitir el drama de su protagonista —que lucha entre el deseo, la locura y la frustración— y Cotillard queda encorsetada en ese personaje que termina agobiando en su deriva. Es inexplicable que esta película haya conseguido ocho nominaciones a los premios César. Y más inexplicable todavía es su final, tan arrebatado como simplista.
Psicología y misterio Basada en el best seller del mediático Gabriel Rolón, y con una pareja protagonista (Benjamín Acuña y la China Suárez), más mediática todavía, "Los padecientes" es la típica película que aspira a ser un tanque en la taquilla. Y es muy probable que lo consiga. El resultado cinematográfico, sin embargo, es un policial de lo más endeble y que encima, por momentos, llega a irritar con sus pretensiones. La historia empieza cuando Paula Vanussi (Suárez), una joven de clase acomodada, le pide al prestigioso psicólogo Pablo Rouviot (Vicuña) que actúe de perito de parte para declarar inimputable a su hermano, que está acusado de haber matado a su padre, un empresario involucrado en negocios turbios. Pero Rouviot —que escribió libros sobre Lacan pero él se cree que es Sherlock Holmes— sospecha que el acusado no es el culpable y así empieza a investigar a toda la familia Vanussi. La naturalidad no existe en "Los padecientes": los personajes son esquemáticos, son sólo títeres al servicio de la trama. En el mismo tono, los diálogos son acartonados y declamatorios, y además incluyen "reflexiones" pretendidamente profundas. Sobre el final la película se vuelve morosa y previsible, y termina por derrapar cuando apela al morbo con escenas que intentan hacer referencia a "Ojos bien cerrados".