Aunque llega a pocas salas y con pocos horarios, el estreno de "Dogman" en Rosario es para celebrar. La última película del director y guionista Matteo Garrone ("Gomorra", "El embalsamador", "Reality") expone lo mejor del cine italiano actual. Es un cine intenso y áspero, que jamás deja indiferente al espectador. Esta vez Garrone regresa a las costas del sur de Italia, a un pueblo abandonado por Dios. Ahí vive Marcello (Marcello Fonte, premio al mejor actor en el Festival de Cannes), un peluquero de perros sumiso y trabajador que mantiene una doble vida: por un lado ama a los perros y a su pequeña hija, y por otro vende cocaína al menudeo y es amigo de un ex boxeador violento, bestial y adicto. La historia se tensa en la peligrosa relación entre estos dos personajes, donde prima la ley del más fuerte como principio natural de un mundo no civilizado. Es que "Dogman" no habla de la amistad, ni la lealtad ni los códigos mafiosos. Habla de un lugar sin ley escrita, un paisaje que muchas veces recuerda al western. El miedo, la desesperación, las ganas de revancha y la violencia explícita o latente se sienten a través de la pantalla, y los pocos momentos de ternura son absolutamente luminosos en ese contexto. Uno imagina varios finales posibles para esta historia, pero Garrone no elige caminos obvios ni moralizantes para el final. Su visión desesperanzada se condensa en las últimas escenas, donde la venganza ya no alcanza y la redención es imposible.
Con la cartelera tapada de remakes y tanques de Hollywood, “En los 90” es un bienvenido oasis. Se trata del debut como director de Jonah Hill, el gran actor que se hizo conocido en comedias como “Superbad” y “Comando especial”, y que fue nominado al Oscar como actor de reparto por “Moneyball” y “El lobo de Wall Street”. A los 35 años, Hill decidió dar el salto a la dirección con un filme áspero y a la vez sensible que se ubica en la mejor tradición del cine de iniciación adolescente. La historia se ubica en Los Angeles (en la parte menos glamorosa de la ciudad), en 1995. Allí está Stevie (interpretado por el pequeño Sunny Suljic, toda una revelación), un chico de 13 años que vive con su joven madre y un hermano bastante mayor que lo agrede constantemente. Esta agresión se advierte ya desde la potente primera escena, y será el disparador para que Stevie busque un lugar que identifique como propio fuera de su casa. En apenas 85 minutos, el director mostrará el arco de transformación del protagonista: su tímido acercamiento a un grupo de skaters algo marginales, los ritos de aceptación del grupo y sus primeros coqueteos con el alcohol, las drogas y el sexo. El registro es casi minimalista, sin moralinas ni golpes bajos. Y se agudiza en los momentos en que el entusiasmo desbordado de la adolescencia se da de cara con el descontrol y el peligro. La banda de sonido (firmada por el gran Trent Reznor) incluye grupos emblemáticos de la época como Pixies, Nirvana, Cypress Hill y Wu-Tang Clan. Y para el recuerdo queda esa escena del protagonista y su mejor amigo andando en patineta al atardecer, mientras de fondo suena Morrissey cantando “We’ll Let You Know”.
El director chino Jia Zhangke (“Plataforma”, “Naturaleza muerta”, “Lejos de ella”) regresó con otra película notable. “Esa mujer” es una historia que se desarrolla en varias capas: es un filme de códigos de gángsters, es el melodrama de una pareja a través del tiempo y también es el reflejo de un país tan cruel como fascinante. La primera escena nos ubica en 2001 en Datong, un pueblo minero a punto de desaparecer. Bin y su novia Qiao (la talentosa actriz Zhao Tao) regentean un lugar de apuestas clandestinas y forman parte de una suerte de mafia local. Cuando una banda rival los ataca en la calle, ella defiende a su novio con un arma ilegal y cae presa. Pero lo hace para no delatar a Bin, el verdadero dueño del arma, que sólo cumplirá una condena menor. Después de pasar cinco años en la cárcel, Qiao sale y se da cuenta de que está sola en un país que ha cambiado rápidamente. Con pocas palabras y hechos concretos, la protagonista emprende entonces un viaje que está más cerca del aprendizaje y el resurgimiento que de la venganza. “Esa mujer” indaga en temas complejos como el espíritu de supervivencia más allá de la moral y el misterio del amor incondicional, ese que atraviesa el tiempo y todo tipo de diferencias. Y en paralelo refleja la historia reciente de China, un monstruo que avanza y gana posiciones en los mercados mientras su población se hunde en la pobreza y la desesperanza.
El director Marcos Carnevale sabe de comedias populares ("Elsa y Fred", "Corazón de León", "El fútbol o yo"). Sabe cuál es la fórmula que funciona y la cumple a rajatabla, a riesgo de repetir esquemas y desgastarlos. En "No soy tu mami" la protagonista es Paula (la siempre brillante Julieta Díaz), una mujer independiente y segura de sí misma que tiene algo muy en claro: no quiere ser madre. Paula es periodista y trabaja en una revista femenina que anda floja de ventas, entonces decide escribir una columna provocativa ("Razones para no ser madre") que se convierte en un éxito. Pero en el medio (oh), esta soltera firme y alegre conocerá a su nuevo vecino (Pablo Echarri), un tipo atractivo que fue abandonado por su mujer y vive con su pequeña hija. Lejos de pretender ser una comedia de esta era feminista, "No soy tu mami" se plantea como una comedia liviana, que acierta en recorrer los aspectos más anecdóticos de la maternidad. La convicción que le imprime Díaz a su personaje es fundamental para calar un poquito más hondo, aunque el resto del guión se disuelve en la fórmula más previsible (y para colmo con estética televisiva). Hay buenos personajes secundarios (una niñera improvisada, una nena encantadora) y algunos monólogos de la protagonista realmente logrados, que por momentos indican que la película podría haber tenido otro vuelo.
El final de “Toy Story 3” fue perfecto. Todos salieron del cine emocionados, con la certeza de haber disfrutado de la mejor saga animada de la historia. ¿Por qué un “Toy Story 4”? ¿Por qué si iba a perder como en la guerra en la inevitable comparación con las películas anteriores? Y, nadie quiere matar a la gallina de los huevos de oro, y menos en épocas difíciles para el cine. Entonces Pixar confió en la excelencia de su equipo y del director debutante Josh Cooley para crear una secuela que no es del todo decepcionante, pero que decididamente es una película menor en la contexto de la saga. Los juguetes ahora viven nuevas aventuras de la mano de Bonnie (la nena que aparece al final de “Toy Story 3”) y reciben en el grupo a un juguete inventado por la niña: Forky, un tenedor de plástico con bracitos de alambre que estaba destinado a la basura pero que resucita gracias al cariño de Bonnie (y a la protección a toda costa del vaquero Woody, otra vez liderando la pandilla). La secuela sorprende con algunos logros técnicos, pero en esencia no tiene mucho que contar. Está dirigida a un público más infantil, con un humor más físico que ingenioso, y el guión apuesta más a los enredos (tantos que a veces cansa) que a desarrollar nuevos perfiles en los personajes. En ese sentido Forky es un acierto, y su relación con Woody moviliza lo mejor de la película. La reaparición de un viejo personaje como Bo Peep, ahora convertida en una mujer empoderada, en cambio, suena a forzado. “Toy Story 4” amaga con varios finales posibles, pero afortunadamente encuentra una resolución a la altura del corazón sensible de la saga. Ojalá que sea el final definitivo.
Escuchar en el cine canciones como “Your Song”, “Goodbye Yellow Brick Road”, “Tiny Dancer” o “Honky Cat” ya vale el precio de la entrada de “Rocketman”. Recordar esos temas o descubrirlos (para las nuevas generaciones) es una gratificación imbatible. Pero esta biopic de Elton John tiene mucho más para ofrecer. Es inevitable establecer una comparación con la reciente y taquillera “Bohemian Rhapsody”. Después de todo, Elton John y Freddie Mercury comparten los años 70, los brillos y los excesos de esa época. Sin embargo, “Rocketman” tiene muy poco que ver con la película de Queen, que es más una biopic de estructura convencional. Acá estamos frente a un musical (de los mejores), en el cual la narración avanza mediante las mismas canciones. Las letras del gran Bernie Taupin (el socio creativo de Elton) se adaptan perfecto para reflejar una infancia difícil, un ascenso a la fama que parece fácil y un estrellato millonario pero tortuoso, plagado de frustraciones, drogas y hasta un intento de suicidio. No hay baches en la película, y tampoco golpes bajos. “Rocketman” está concebida en un tono de fábula: es celebratoria más allá de la melancolía, y hasta es un tanto kitsch en sus momentos oníricos. Eso se refleja muy bien en los cuadros musicales coreografiados, que a veces parecen salidos de los clásicos de Broadway. En ese registro, el actor Taron Egerton se mueve como pez en el agua. Actúa y canta sin necesidad de imitar, y así logra rescatar la esencia de Elton John desde el desborde entusiasta hasta los quiebres más íntimos.
Las remakes de acción real (con actores) de los clásicos animados de Disney no se han caracterizado por brillar. Basta recordar la reciente "Dumbo", dirigida por Tim Burton: una película por encargo, impersonal (más allá de los pergaminos del director), con poco margen para la sorpresa, bajo la pesada mirada de los estudios. Lo mismo pasa con esta nueva versión de "Aladdin" que se acaba de estrenar. El director es Guy Ritchie, que acumuló mucho prestigio a principios de este siglo pero después se fue desdibujando. Y ahora está acá, al servicio de una maquinaria millonaria. Ritchie revive la clásica película animada de 1992 con una estética más bien kitsch, saturada de colores. Los actores casi desconocidos que forman la pareja central (Mena Massoud como Aladdin y Naomi Scott como Jazmín) tienen buena química, y Will Smith milagrosamente funciona en el papel del Genio, aunque por momentos se pasa de registro. Si bien a Ritchie le cuesta encontrar un tono unificador (la película parece fragmentada en todo momento), el ritmo narrativo es ágil y está bien aceitado por el humor y por los cuadros musicales. Otro acierto (calculado y muy previsible, sí) es el cambio de la princesa Jazmín, que acá renace como una mujer segura y empoderada.
El regreso a la comedia de Juan José Campanella es de por sí una buena noticia. Y si a eso le sumamos un elencazo encabezado por Graciela Borges, Luis Brandoni y Oscar Martínez, más todavía. A diez años de “El secreto de sus ojos”, el director que ganó el Oscar optó por un camino poco convencional: encarar una remake (muy libre) de “Los muchachos de antes no usaban arsénico”, el clásico de 1976 de José Martínez Suárez. Pero Campanella sólo toma el esqueleto de aquella historia (muy oscura y ciertamente misógina) y la adapta a los tiempos que corren, con un humor negro y sarcástico, pero también lleno de amor hacia sus personajes. Los protagonistas son una diva del cine argentino olvidada (Borges, inigualable) y tres viejos compinches de su carrera cinematográfica: su marido (un actor mediocre), un director de películas y un guionista. Los cuatro sobreviven como pueden en una vieja casona de campo entre reproches, resentimientos y recuerdos de su época dorada. Este mundo casi de fantasía se rompe cuando dos jóvenes de una empresa inmobiliaria intentan seducirlos con falsas promesas para que vendan la casa. Son varios los temas que el director aborda desde esa mezcla de perfidia e inocencia de los personajes: el paso del tiempo, el dolor de ya no ser, el cine como una forma de entender la vida y el enfrentamiento entre dos generaciones que parecen irreconciliables. Pero lo mejor es que Campanella (más allá de algún desliz melodramático) nunca pierde el target de la comedia, ya sea con diálogos afilados o con un mero gesto de sus criaturas. La película despierta risas espontáneas y abiertas, algo cada vez menos frecuente en el cine, y eso solo ya se agradece. Lo único que se le podría reprochar a “El cuento de las comadrejas” (y que no es menor) es esa pátina artificiosa de los diálogos cancheros pasados de registro, y la tendencia a subrayar la moraleja como si el público no pudiera comprenderla.
La adicción a las drogas y el subsecuente drama familiar es un tema que ha sido muchas veces transitado por el cine. En ese sentido “Regresa a mí” no es nada original porque vuelve sobre ese tópico, pero se concentra más en la lucha obstinada de una madre por salvar a su hijo. La madre es Julia Roberts (que brilla en este papel) y el hijo es Lucas Hedges (el excelente actor joven de “Manchester junto al mar” y “Lady Bird”). Hedges interpreta a Ben, un adolescente que está internado en un centro de rehabilitación y sorpresivamente regresa a la casa de su familia para pasar la Navidad. La única que lo recibe con optimismo es la madre. El resto de la familia desconfía, y tiene toda la razón. El pasado reciente de Ben es el infierno tan temido. El director Peter Hedges (padre del protagonista y guionista de “A quién ama Gilbert Grape” y “Un buen chico”) acierta en su tono de drama despojado, y además lo plantea como un drama urgente que no busca explicaciones ni psicologismos, sino que necesita una solución en el aquí y ahora. Por momentos la película se tiñe de un suspenso cercano al policial, y eso aumenta su intensidad, aunque algunos excesos propios del melodrama desgraciadamente empañan el resultado final.
Es bastante molesto tener que aclarar que esta crítica no contiene spoilers. En realidad ninguna crítica necesita de los tan mentados spoilers, y menos en este caso, donde lo mejor es la empatía que generan los personajes más allá de su destino o de la trama. La llegada de "Avengers: Endgame" no es un estreno más. Es una especie de acontecimiento. Es el final de una saga que empezó en 2008 con "Iron Man" y que se extendió por una década con 20 películas relacionadas entre sí. Es el fenómeno del cine visto como una serie en proporciones gigantes que inventaron los estudios Marvel, un experimento que resultó un éxito millonario y que tuvo el visto bueno de gran parte de la crítica. La pregunta del momento es si "Avengers: Endgame" está a la altura de las expectativas y de tanta parafernalia publicitaria. Y la respuesta afortunadamente es sí, y ni siquiera los excesos (la película dura tres horas) logran empañar el festejo. Los directores Joe y Anthony Russo pergeñaron un cierre tan ambicioso como enraizado en la tradición de la saga. Los pilares de la película son los mismos que sostuvieron a todos los filmes del llamado Universo Cinematográfico de Marvel: una combinación muy equilibrada de acción, humor, drama y escenas de batallas épicas. Aquí hay menos escenas de acción pero más interacción entre los personajes, que se lucen más cuando cruzan chistes y comentarios filosos que cuando intentan emocionar desde la seriedad y la nostalgia. ¿Es necesario haber visto todas o la mayoría de las películas de la saga para disfrutar de "Avengers: Endgame"? Y sí. Las referencias al pasado son múltiples, y nadie puede entender el cierre de una historia si no conoce su desarrollo. Es más, la película incluye todo un viaje en el tiempo, un trip nostálgico con guiños a los fans que se extiende demasiado pero que es parte central de la trama. Todos los superhéroes están invitados a este festín, y reunirlos en una historia coherente (que además debe contemplar la carga individual de los personajes centrales) fue un desafío que los hermanos Russo resolvieron con oficio y astucia. De todas maneras, hay que reconocer que el 90 por ciento del trabajo ya estaba hecho. El gran logro de los estudios Marvel fue hacer que estos personajes nos importaran más allá de sus superpoderes y sus hazañas. La construcción meticulosa de los personajes (además de un trabajo de casting excepcional) es lo que genera esa empatía tan singular con el público. ¿En cuántas películas uno puede ver al público aplaudiendo escenas, festejando, gritando de alegría o llorando sentidamente? En "Avengers: Endgame" eso pasa, y todo junto. Marvel ya está preparando la "fase cuatro" de su Universo y seguramente habrá más películas exitosas. Ningún final definitivo está a la vista, aunque los últimos minutos de "Endgame" son pura y certera melancolía.