"El caso de Richard Jewell" es ante todo una gran historia, y nadie mejor que Clint Eastwood para contar una historia de esta magnitud. A los 89 años, y con su estilo clásico que mantiene a pulso firme, Eastwood se mete con el infierno real que vivió Richard Jewell, un guardia de seguridad que pasó de héroe a villano en tan sólo tres días. En 1996, durante los Juegos Olímpicos de Atlanta, explotó una bomba casera que dejó dos muertos y 111 heridos. Las víctimas podrían haber sido muchas más si no hubiera intervenido Jewell, que descubrió la mochila que contenía la bomba y fue el primero en despejar el área. Esta hazaña lo convirtió en un héroe, pero poco después, por presiones del FBI y de un medio local, fue señalado como el principal sospechoso de colocar el explosivo. Eastwood sobrevuela el cinismo del FBI y la voracidad de los medios, pero se detiene en el calvario que le toca vivir a Jewell, un tipo pueril e idealista que cree profundamente en las instituciones y el cumplimiento de la ley. El protagonista, junto a su madre y su leal abogado, ve cómo su mundo de valores se desmorona, y el director centra la tensión de la narración en ese proceso, que conmueve y cuestiona al espectador. La película levantó polémica por el retrato que hace de una periodista sin escrúpulos. Sin embargo este tema es un aspecto menor. "El caso..." descansa en la fuerza de sus personajes centrales y el trabajo de los actores, desde el eterno secundario Paul Walter Hauser (ahora protagonista) hasta los brillantes Kathy Bates y Sam Rockwell.
Arnaldo André debuta como director de cine con una película autorreferencial: la acción se sitúa en su pueblo natal y está filmada con estética de telenovela. “Lectura según Justino” transcurre en 1955, en San Bernardino (Paraguay). Allí vive Justino, un adolescente humilde que empieza a estudiar en un prestigioso colegio alemán, donde toda su atención se centra en una profesora. El filme está lleno de referencias a la historia paraguaya, desde el golpe de Stroessner hasta las peleas entre liberales y colorados. Tampoco falta el personaje argentino (un peluquero peronista) ni el comisario torpe. Pero todo se reduce al anecdotario pueblerino sin mayores matices, y la intención de crear suspenso a través del personaje de Mike Amigorena (un nazi escondido en Paraguay) sólo funciona hacia el final (de telenovela) de la película.
Las torturas que aplicó la CIA para sacar información a supuestos terroristas a principios de este siglo se convirtieron en un escándalo que sacudió los cimientos de Washington. “Reporte clasificado” refleja la apasionante historia real detrás de aquella revelación. La trama se centra en Daniel J. Jones (el talentoso Adam Driver), un investigador del Senado de EEUU que trabajó obsesivamente durante cinco años para demostrar que la central de inteligencia torturaba, ocultaba esas prácticas y encima no obtenía los resultados buscados. El guionista Scott Z. Burns (colaborador de Steven Soderbergh en películas como “El desinformante” o “La lavandería”) debuta como director con este filme, que tiene todas las marcas de los thrillers políticos de los 70, al estilo de “Todos los hombres del presidente”. “Reporte clasificado” es rigurosa, realista y cruda. También es algo densa, porque se trata de una investigación ardua y compleja. Pero el director se las ingenia para mantener un ritmo sostenido y generar cierto suspenso dramático, apoyado en flashbacks que muestran el terrible accionar del personal especializado de la CIA con sus “técnicas de interrogación mejoradas”, además de las presiones y las intrigas en los pasillos de la burocracia para impedir que el informe salga a la luz.
“Estafadoras de Wall Street” es ante todo una sorpresa. Con un presupuesto modesto consiguió ser un éxito en Estados Unidos, y además se habla (con cierta exageración) de que podría entrar en la carrera por los Oscar. Admitamos que una película que exhibe como estrella a Jennifer López no prometía nada bueno, dado el historial de comedias flojas que tiene JLo. Pero esta vez la bomba latina (muy segura y sensual a los 50 años) se despacha con el mejor trabajo de su carrera. Basada en un caso real que se publicó en 2015 en la revista “New York”, “Estafadoras...” sigue la historia de un grupo de strippers que seducían a ricachones en un bar, los drogaban y después les reventaban la tarjeta de crédito. La directora Lorene Scafaria (“Buscando un amigo para el fin del mundo”) empieza a contar la historia desde la mirada de Destiny (Constance Wu), una joven bailarina que se transforma en la alumna y protegida de la experimentada y calculadora Ramona (López). Esta dupla comienza a facturar a lo grande en el club de strippers, pero cuando estalla la crisis financiera de 2008 en EEUU el negocio se derrumba. Los especuladores brokers de Wall Street se quedan sin dólares para tanta fiesta, y es ahí donde las amigas forman esta suerte de banda delictiva. Con una mezcla de comedia y policial, y con un ritmo bastante desparejo, la película acierta cuando pone el acento en el empoderamiento femenino, sin caer necesariamente en la corrección política o la bajada de línea. La directora también acierta en su decisión de no glamorizar el oficio de las strippers, mostrándolo como un trabajo como cualquier otro, con sus triunfos y sus miserias.
“¿Dónde estás, Bernadette?” podría rankear entre lo más flojo de la filmografía de Richard Linklater (“Antes del amanecer”,“Boyhood”), y si no tuviera como protagonista a una actriz gigante como Cate Blanchett seguramente pasaría sin pena ni gloria. Linklater toma como base el best seller homónimo de Maria Semple y pega un giro en su carrera como director y guionista: narra desde la mirada femenina. Su antiheroína es Bernadette Fox, una mujer tan determinada como inestable que convive con su marido, un alto ejecutivo de Microsoft, y la hija de ambos, una adolescente de 15 años. De a poco sabremos que Bernadette tiene un pasado de arquitecta vanguardista y brillante, que le costó convertirse en madre y que su presente es un caos. En la historia hay un tema de fondo interesantísimo: cómo la crisis de una mujer que termina dejando su vocación por su familia termina afectando, en primer lugar, a la propia familia. Pero Linklater lo desaprovecha y por momentos pierde el foco con subtramas y desencuentros. Además, su conocido manejo de la ironía acá lo vuelve un tanto impersonal y anodino. Es Cate Blanchett, con esos envidiables matices infinitos, la que nos convence de que su personaje es muy real y querible.
Hay temáticas y personajes que son centrales en nuestra historia más reciente, y que encima tienen relevancia en el presente, pero aún así están fuera de registro en el cine argentino (o rioplatense). “Así habló el cambista”, la nueva película del director uruguayo Federico Veiroj (“Belmonte”, “La vida útil”), viene a saldar esa deuda. Veiroj toma como base la novela homónima de Juan Enrique Gruber para construir a un antihéroe perfecto: Humberto Brause (Daniel Hendler), un cambista que va ascendiendo en la financiera de su suegro (el siempre brillante Luis Machín) a base de negocios sucios. Brause comienza su aventura como un joven gris que de a poco va mostrando los dientes (literal, Hendler usa una dentadura postiza) cuando empieza a lavar dinero de políticos uruguayos y guerrilleros argentinos en los oscuros años 70. La “patria financiera” que se instaló poco después con las dictaduras militares hizo que sus millones se multiplicaran, pero también se multiplicaron los riesgos. El director encuentra un singular tono entre la comedia negra, el thriller y el drama para contar esta historia que se desarrolla en Montevideo pero que nos toca muy de cerca. Su antihéroe se vuelve odiosamente reconocible, y en cierto punto hasta genera empatía. La recreación de época y las actuaciones (Dolores Fonzi está excelente como la esposa de Brause) completan una película necesaria para entender este presente sombrío y desesperanzado.
Podés tener las canciones de los Beatles. Podés tener a un director premiado como Danny Boyle (“Trainspotting”, “¿Quién quiere ser millonario?”). Podés tener a un guionista como Richard Curtis (“Cuatro bodas y un funeral”, “Notting Hill”). Y así y todo puede fallar. Eso es lo que pasa con “Yesterday”. El planteo de la película es interesante, pero las películas no se hacen sólo con ideas. La historia comienza con Jack Malik (Himesh Patel), un chico que canta en bares y que está por abandonar la música porque el éxito no llega. Pero resulta que, después de un extraño apagón a escala planetaria, Jack descubre que el mundo se olvidó por completo de la existencia de los Beatles y él es el único que los recuerda. La oportunidad está servida en bandeja: el protagonista se apropia de las canciones de Lennon y McCartney y se convierte en una estrella pop de dimensiones colosales. “Yesterday” promete un encanto que a la media hora se disuelve. No termina de funcionar como comedia romántica (la chica de la película es lila James) y tampoco como fábula del chico simple que de golpe es engullido por la industria. Todo está librado al trazo grueso y a las referencias obvias, mientras la historia se va al lado de la grandeza de las canciones. El final está bien resuelto, pero a esa altura ya poco importa.
“Amante fiel” le debe casi todo a la Nouvelle Vague de los 60, y en especial a François Truffaut. No es extraño. Su guionista, director y protagonista es Louis Garrel, hijo del realizador Philippe Garrel y ahijado de Jean-Pierre Léaud. Mucha nobleza del cine francés. Sin embargo, Louis Garrel no es pura referencia al pasado y tiene talento propio. Su segunda película como director, “Amante fiel”, es una buena prueba. Acá el foco está puesto en algunas obsesiones heredadas de su padre: el triángulo amoroso, las relaciones complejas, las mujeres vitales y seguras y los hombres a su eterna sombra. Con su tono de comedia asordinada, la película comienza con un diálogo imperdible. Abel (Garrel) convive con Marianne (Laetitia Casta). Una mañana ella le dice como si nada que está enamorada del mejor amigo de él. Y además está embarazada (del amigo). Ellos se separan, el tiempo pasa, pero después volverá el amor con sus triángulos, sus celos y sus idealizaciones. En el medio aparecerá el personaje de Eve (Julie-Rose Depp, la hija de Johnny Depp) y un niño enigmático que desnudará la inmadurez de los adultos. En apenas 75 minutos, Garrel redondea una historia que sólo necesita del amor (y sus infinitos recovecos) para conmover y seducir.
Ante todo, "La música de mi vida" tiene un enfoque original. En el último tiempo, cuando se habla de rock en la pantalla grande, uno sólo tiende a pensar en biopics ("Bohemian Rhapsody", "Rocketman"). Esta vez la cámara se ubica del otro lado: la película cuenta la historia de un fan de Bruce Springsteen un tanto particular, Javed, un adolescente de origen paquistaní que vive en una ciudad gris del norte de Inglaterra a fines de los 80. Javed lleva todas las de perder: sufre los embates de un padre autoritario y conservador y está creciendo en la Inglaterra de Margaret Thatcher, con desempleo y conflictos racistas. En este contexto asfixiante, el chico encuentra su tabla de salvación cuando un compañero de escuela le pasa dos cassettes de Springsteen. Y cuando temazos como "The Promised Land" o "Darkness On The Edge Of Town" suenan a todo volumen en el cine, el espectador también podrá experimentar de qué "salvación" se trata. Basada en una pintoresca historia real, "La música de mi vida" es un típico filme "coming of age": refleja la llegada del protagonista a la primera adultez y su necesidad de encontrar un lugar por fuera de la familia. Sin embargo, dentro de esta estructura un tanto rígida, la directora Gurinder Chadha logra construir un personaje que vibra y emociona. La película transmite muy bien el sentimiento de empatía que provoca la música de Springsteen. El protagonista se siente comprendido por primera vez a través de las letras de su ídolo, y las canciones funcionan como su disparador de coraje para enfrentarse al mandato paterno. De refilón, la película también consigue retratar un tiempo que parece muy lejano: los días en que el rock cambiaba la vida de las nuevas generaciones y las animaba a ser distintas y mejores.
Como casi todas las grandes películas, "Había una vez en Hollywood" habla del paso del tiempo y de cierto dolor de ya no ser. Parece que a Quentin Tarantino, a los 56 años, la nostalgia le tocó la puerta (o se la tumbó a patadas, para respetar la estética). Pero no es sólo la nostalgia más básica por la juventud perdida. Es añoranza por un tiempo ido, por valores que definitivamente fueron y por una época en la que el cine era el arte supremo. En su novena película, el director de "Tiempos violentos" expone su conocido universo de humor negro, violencia, música y referencias cinéfilas. Sin embargo, esta vez todo está atravesado por una mirada melancólica (que a veces recuerda a "Jackie Brown") y por un ritmo más lento, que parece desafiar la velocidad irreflexiva de estos días. Tarantino ubica la acción en Los Angeles, a fines de los años 60, cuando terminó de morir el llamado "Hollywood clásico". Y cruza personajes ficticios con otros reales. Por un lado están Rick Dalton (Leo DiCaprio), un actor que está entrando en decadencia, y Cliff Booth (Brad Pitt), que es su doble de riesgo, amigo y confidente. Por otro lado está Sharon Tate (Margot Robbie), la famosa actriz que por entonces estaba casada con Roman Polanki. Y por último está la trastornada secta hippie liderada por Charles Manson, que se hizo tristemente célebre en el 69 por una serie de macabros asesinatos. Fue justamente esta secta la que asesinó a Sharon Tate y a un grupo de amigos, cuando ella tenía apenas 26 años. El guión cruza datos reales y pura ficción con gran fluidez. Resulta que la estrella en decadencia que inventa Tarantino (el personaje de DiCaprio) es vecino en las colinas de Hollywood de Sharon Tate y su marido. Y así se genera un relato paralelo. Rick Dalton es consciente de su declive y lo sufre, pero también está resignado. Sharon Tate, en cambio, es una actriz en ascenso que se ilusiona con un futuro de trascendencia. Tarantino abandona por un rato la distancia irónica y retrata a sus personajes con amor, compasión y hasta fascinación (en el caso de ella). Y en algunos momentos conmueve. El punto novedoso es que aquí Tarantino se vuelve dócil ante los personajes. Parece liberado. Está mucho más concentrado en lo que quiere transmitir que en el corset de cualquier estructura narrativa o ejercicio de estilo. Y sí, en la película hay escenas que se extienden demasiado y un puñado de excesos, pero en definitiva son detalles en comparación al conjunto. Entre la contemplación melancólica, burlas a la corrección política y algunas líneas de diálogos filosas, el relato fluye a lo largo de casi tres horas, si bien la tensión formal (la que menos importa, en este caso) se resuelve en la última hora de metraje. Ahora bien. Para entender y disfrutar la película es cuasi esencial conocer lo básico de la historia de Sharon Tate y el clan Manson. Y también captar aunque sea algunas referencias del Hollywood de esa época. De lo contrario es poco probable que se comprenda la hermosa pirueta que hace Tarantino al final, cuando de un solo giro esquiva la crueldad de la vida real y celebra al cine como la fuerza que nos mantiene vivos.