“Vox Lux” es la segunda película como director del joven actor norteamericano Brady Corbet, que en 2015 debutó con la elogiada “The Childhood Of A Leader”. Corbet hace un cine que se pretende provocador, ácido y cuestionador, pero en ese camino pierde cualquier sutileza y misterio y su mensaje se agota antes de llegar a destino. Esta vez su protagonista es Celeste, una adolescente que sobrevive de milagro a un feroz tiroteo en una escuela secundaria (oh, el interior oscuro de EEUU) y después se transforma (la magia de los medios y la industria mediante) en una juvenil estrella pop. El director divide la historia en capítulos, y retrata a la chica que va perdiendo la inocencia del principio hasta la Celeste adulta (interpretada por una excelente pero desbordada Natalie Portman), que a los 31 años es una estrella internacional desequilibrada, paranoica y drogadicta. La película maneja registros de drama, parodia y algo de comedia negra, pero no logra que las partes convivan armónicamente. Además son tan variados los temas que pretende abordar que las reflexiones se quedan siempre en la superficie.
"Viviendo con el enemigo" se sitúa en una época poco explorada por el cine: apenas después de la Segunda Guerra, en una Hamburgo destruida, con los alemanes derrotados y los aliados tratando de dominar el territorio. Pero este contexto histórico es lo único que se puede rescatar de la película. La trama gira alrededor de un militar británico y su esposa (Keira Knightley), que se instalan en Hamburgo, en una mansión lujosa que se salvó de las bombas. El tema es que deciden (de buenos que son) compartir parte de la casa con su dueño, un arquitecto alemán culto y distinguido. Pronto habrá un triángulo amoroso cantado, y la historia gira a un melodrama previsible y aburrido. Los diálogos solemnes y la resolución de telenovela terminan por derrumbar a la película.
Un ladrón (Peter Lanzani) entra en una camioneta 4x4 de lujo que está estacionada en la calle con la intención de robarse el equipo de audio. Pero cuando quiere salir no puede. La camioneta está cerrada, blindada, polarizada e insonorizada. Es una trampa mortal diseñada por su dueño para atrapar al ladrón de turno. Es más, el dueño (Dady Brieva) se comunica con la computadora de a bordo del auto con la intención de torturar y aleccionar al ladrón de todas las formas posibles, y así pasan los días mientras el encierro sin agua y sin comida se vuelve insoportable. Esta es la premisa —básica pero atractiva— de “4x4”, la nueva película de la dupla Mariano Cohn-Gastón Duprat (“El ciudadano ilustre”), esta vez con Cohn en el papel de director y Duprat en la producción. En principio”4x4” es un thriller muy efectivo, y es imposible no relacionarla con algunos de los episodios de “Relatos salvajes” (2014). Pero aquí Cohn trabaja más, y utiliza todos los recursos técnicos y dramáticos del tour de force en un espacio reducido con muy buenos resultados, manteniendo la tensión durante más de una hora y exigiendo al máximo a un Peter Lanzani que responde mejor que nunca. Los problemas con la película llegan sobre el final. Está claro a través del guión que Cohn pretende reflexionar sobre temas espinosos como la inseguridad, la justicia por mano propia y cierto estado de descomposición social. Pero lamentablemente su resolución está sobreexplicada y subrayada, demasiado digerida y con diálogos forzados, y finalmente queda muy poco espacio para la mirada del espectador.
La turbulenta vida de Vincent van Gogh fue retratada por el cine muchas veces. Tal vez la más memorable sea "Sed de vivir" ("Lust For Life", de 1956), de Vincente Minnelli, con Kirk Douglas y Anthony Quinn. Ahora el director Julian Schnabel, especializado en biografías ("Antes que anochezca", "Basquiat"), se acerca a la figura del artista con un tono propio, concentrándose en la mirada subjetiva del pintor. "Van Gogh, en la puerta de la eternidad" no es una biopic en el sentido estricto del género. La película refleja sólo sus últimos años, cuando fue a buscar inspiración al sur de Francia, y pasó sus días entre la creación febril, los paisajes a cielo abierto, el alcohol y las internaciones en psiquiátricos. Schnabel recurre mucho a la cámara en mano, los monólogos internos y los primerísimos planos. Su cámara intenta ser el ojo errático y atribulado del mismo Van Gogh. El problema es que el director a veces abusa de estos recursos y la narración se torna reiterativa. Además, sobre el final, su protagonista parece demasiado autoconsciente de su genio incomprendido. De todas maneras, la gran carta ganadora de esta biopic es el trabajo enorme y definitivo de Willem Dafoe. Dafoe (nominado al Oscar por este papel) no se permite ni un segundo de impostación. Todo su desborde y sufrimiento es creíble. Además está rodeado por un elenco de lujo que acompaña en pequeños papeles: Oscar Isaac, Mads Mikkelsen y Emmanuelle Seigner.
La maquinaria de Disney, que no para un segundo de facturar y crear (en ese orden), ahora llegó a los cines con “Dumbo”, la esperada remake de Tim Burton del clásico animado de los años 40. Pero esta no es una remake en ningún sentido, es bien independiente del filme original, y lo único que queda es el elefantito de orejas grandes que puede volar, esta vez creado por computadora y en un plano que por momentos parece secundario. Burton, uno de los directores más singulares de las últimas décadas, construye su propia historia de Dumbo, poniendo el foco en los personajes de un circo, diferentes y desclasados, algo freaks como a él le gustan. Las marcas del cine de Burton están ahí (colores contrastantes, extravagancia), pero no hay lugar para tantas “rarezas” ni oscuridades. Esta no deja de ser una película infantil de rasgos ingenuos, destinada a un público familiar, y lo único que se le podría reprochar al respecto es cierta frialdad en los personajes, que no llegan a emocionar en escenas clave. El único que logra realmente traspasar la pantalla es el gran Danny DeVito, que interpreta al desbordado Max Medici, el dueño del circo donde nace el pequeño Dumbo. El humor que despliega DeVito logra compensar en parte a un Michael Keaton desperdiciado como villano y a un Colin Farrell que parece sacado de “La familia Ingalls”.
"Capitana Marvel" es el primer tanque de los estudios Marvel que tiene como protagonista a una superheroína. Y por eso había tanta expectativa con esta película, que intenta asentar una diferencia en un espacio de amplio predominio masculino. Las diferencias, claro, son sólo de formas y nombres. Esto es entretenimiento, y del grande, y en el fondo "Capitana Marvel" es otro filme de superhéroes de estructura clásica y atada a la fórmula del éxito: rastrear los orígenes del personaje, mechar buenas escenas de acción y agregar un poco de humor para aligerar el tono. Los directores Anna Boden y Ryan Fleck (realizadores que vienen del cine independiente) tomaron este patrón para contar la historia de Vers, una mujer con superpoderes (y pérdida de memoria) atrapada en una guerra entre dos razas alienígenas. Mediante flashbacks, Vers irá recordando su pasado como Carol Danvers, una piloto de la Fuerza Aérea de EEUU que después se convertirá en la Capitana. La película funciona en las referencias feministas (light, por supuesto), en algunos guiños a los años 90 (aunque abusa de este recurso) y sobre todo en el conocido personaje de Nick Fury (un Samuel L. Jackson rejuvenecido por efectos especiales), que aporta el humor necesario para que el relato no derrape en lo solemne. Brie Larson (ganadora de un Oscar por "La habitación") sale airosa como la Capitana, aunque todavía está lejos de brillar en el traje del personaje.
El thriller con drama familiar incluido da buenos resultados en la taquilla. Miguel Cohan, director de "Sin retorno" y "Betibú", ya comprobó que es así, y tal vez por eso en su tercera película, "La misma sangre", regresa con la misma fórmula. Acá la trama parte de una muerte aparentemente accidental en una familia de clase media. Elías (Oscar Martínez) es un productor lechero que está pasando por serias dificultades económicas. Su matrimonio con Adriana está terminado, pero él se niega a separarse, y la pareja mantiene las apariencias delante de sus hijos. Todo cambia trágicamente cuando Adriana aparece muerta por un accidente doméstico, y el esposo de Carla (Dolores Fonzi), una de las hijas, empieza a sospechar que Elías está involucrado en la muerte de su mujer. En principio la tensión se mantiene gracias a un juego del gato y el ratón y una serie de flashbacks que muestran cómo esa familia se resquebraja desde su interior. Pero después el relato va perdiendo fuerza cuando repite situaciones desde distintas miradas, y el director se complica con conflictos paralelos que se desarrollan a medias y sólo entorpecen la narración.
Aunque tiene cinco nominaciones al Oscar y ya ganó un Globo de Oro a mejor comedia, "Green Book: una amistad sin fronteras" (sí, es horrible ese título que le añadieron en castellano) fue bastante vapuleada por la crítica de EEUU. La nueva película de Peter Farrelly (muy conocido por comedias zarpadas como "Tonto y retonto" y "Loco por Mary") fue tachada de "crowd pleaser" (pensada para satisfacer al espectador) o de ser una reversión racial de "Conduciendo a Miss Daisy". Pero resulta que no. Prejuicios aparte, "Green Book" es una película impecablemente narrada, que fluye sin golpes bajos ni subrayados, más allá de que el relato es bastante previsible. Basada en una pintoresca historia real, la trama repite el esquema de los opuestos complementarios en un formato de road-movie. Los opuestos son Tony Vallelonga (Viggo Mortensen), un guardaespaldas ítaloamericano algo bruto y charlatán, y Don Shirley (Mahershala Ali), un pianista negro virtuoso, refinado y de buenos modales. En 1962, Shirley contrata a Tony para que lo acompañe como chofer en una gira por el sur norteamericano. El pianista necesita a un "duro" que lo defienda en un territorio hostil, donde la discriminación racial manda. Lentamente estos personajes irán empatizando, en un proceso que Farrelly muestra con naturalidad y cierta inocencia, mediante situaciones cotidianas que revelan miserias y prejuicios de un tiempo difícil. Mortensen y Ali (los dos nominados al Oscar) llenan de vida a estos personajes que, golpes incluidos, siempre transmiten la sensación de que se merecen un final feliz.
En 2015 el director Adam McKay sorprendió con "La gran apuesta", una feroz sátira sobre la caída de Wall Street y la explosión de la burbuja inmobiliaria en EEUU en 2008. Era un tema harto complejo, pero McKay se las ingenió para redondear una comedia tan original como brillante. Ahora volvió con la misma fórmula (humor ácido y hasta absurdo, voz en off, narración no lineal que rompe la cuarta pared) para contar otra historia ambiciosa, la de Dick Cheney, conocido como el todopoderoso vice de George W. Bush. Cheney fue ascendiendo en la política desde el gobierno de Nixon a puro lobby y manipulación. Y llegó a vice con un poder sin precedentes para ese cargo, lo que le permitió impulsar la invasión a Irak y transformar esa guerra en un gigante negocio. McKay sigue a Cheney desde su Wyoming natal, cuando era sólo un borracho que trabajaba para una compañía eléctrica, y a través de una narración impecable resume su escalada hasta la Casa Blanca con la ayuda de su esposa, más conservadora incluso que él. Sin embargo, ahí donde "La gran apuesta" sacaba conejos de la galera, "El vicepresidente" subraya y baja línea, como si hiciera falta explicar que Cheney es un villano. Las imágenes de las bombas cayendo sobre Irak o las fotos de las torturas en Guantánamo se repiten para enfatizar lo que ya estaba claro. Aplausos aparte se merecen las actuaciones de un irreconocible Christian Bale, de Amy Adams y de Steve Carell.
Los franceses son expertos en comedias de enredos, y “Enamorado de mi mujer” lleva la firma de Daniel Auteuil, uno de los más reconocidos actores franceses de comedia. Pero la cuarta película de Auteuil como director promete mucho más de lo que finalmente entrega. La historia parte de una cena complicada entre dos parejas. Daniel (Auteuil) y su mujer Isabelle (la siempre convincente Sandrine Kiberlain) invitan a comer en su casa a su amigo Patrick (Gérard Depardieu), que vendrá acompañado de su nueva novia Emma (Adriana Ugarte). El tema es que Patrick ha dejado a una amiga de Isabelle por esta española joven y deslumbrante, entonces Isabelle tiene sus reservas. Y las cosas se complican más todavía cuando Daniel, embobado por la belleza de Emma, empieza a tener todo tipo de fantasías con ella, desde conquistarla y escapar con ella a Venecia hasta verla triunfar en el teatro como actriz. La primera parte de la película, con los “ratones” de Daniel disparándose en todas las direcciones, crea algunas situaciones cómicas, pero este recurso empieza a desinflarse cuando la comedia vira a melodrama liviano y los límites entre imaginación y realidad se tornan confusos. Además, los temas que la película pretende abordar —la rutina del matrimonio, la crisis de la mediana edad— le quedan demasiado grandes a la trama y los personajes. Auteuil como actor aporta oficio y talento. Depardieu, en cambio, parece actuar con un insólito desgano.