Cómo entrenar a tu dragón 3: Final de una trilogía perfecta. Llega a los cines el final de la saga más emotiva y de mejor calidad en lo que a animación comercial se refiere. ¡Preparen los pañuelos para decir adiós a Hipo y Chimuelo! En el 2010 Dreamworks sorprendió a todos con “Cómo entrenar a tu dragón (How to train your dragon)”, una historia sobre un pequeño vikingo que se hace amigo de un animal casi mitológico: un dragón de la raza “Furia Nocturna”. A partir de allí el film basado en los libros homónimos de Cressida Cowell fue un boom de taquilla y crítica. Su secuela en 2014 ahondaba en la pérdida de la figura materna y la relación entre el, ahora adolescente Hipo y su mascota Chimuelo, dándonos indicios que su historia no era cualquiera, sino un “coming of age” bastante particular y, sobre todo, maduro. Ahora tenemos la tercera y última parte de su historia: luego de la muerte de su padre, Hipo es el heredero al trono de Berk, esa ciudad nórdica colorida donde conviven humanos y dragones. Su misión, junto a sus amigos (y novia, Astrid) es perseguir a barcos que secuestran y asesinan a los dragones que andan por ahí salvajes. Tal como un Greenpeace vikingo andan los jóvenes por ahí salvando animales hasta que Grimmel, el más malvado de todos los cazadores de dragones, se topa con nuestros héroes. La llegada de este villano pondrá en jaque la capacidad de liderazgo de Hipo, mientras que Chimuelo encontrará el amor en una hembra de su misma especie pero de color blanco, a la que todos la llamarán “Furia Luminosa”. Juntos deberán encontrar “The Hidden World”, un lugar donde, dicen, podrán vivir junto a los dragones en paz y armonía. “Cómo entrenar a tu dragón 3” es la conclusión perfecta de una trilogía que nos acompañó por casi una década. Crecimos con ella y sus protagonistas. Reímos, lloramos, amamos y, finalmente, tendremos que aprender a decirle adiós. Porque así es la vida. “El amor viene junto con la pérdida” le dice Estoico a su hijo Hipo en un flashback y, lamentablemente tiene razón. Pero esto no quiere decir que nos pongamos tristes o melancólicos. Solo es una etapa de la vida. Un nuevo comienzo. Gracias a la mano del director Dean DeBlois estos personajes tuvieron su crecimiento, su evolución dentro de su mundo cinematográfico. Y no solo a nivel guión, sino a nivel técnico también: este último film tiene una calidad de animación que roza la perfección sin nunca perder el alma que la caracteriza como película infantil. Batallas épicas, tensión, humor en dosis justas, aventura y un final emotivo para Hipo y Chimuelo; dos personajes que nos robaron el corazón hace casi diez años atrás y que quedarán en el imaginario popular como emblemas de la amistad y la familia.
[REVIEW] Dragon Ball Super: Broly. El otrora super saiyajin legendario vuelve a atacar, pero esta vez como parte del canon de Dragon Ball. Cuando en julio de 2018 se anunciaba que Broly sería el villano de la nueva película de Dragon Ball (y la primera en la franquicia de Dragon Ball Super), muchos fieles seguidores de las aventuras de Goku y compañía tuvieron sentimientos encontrados. Por un lado, había un gran entusiasmo por volver a ver al antagonista más destacado de los films estrenados en la década del 90, pero por el otro, era casi inevitable pensar que Akira Toriyama simplemente había sucumbido al fanservice. Porque después de todo, ¿qué podría aportar un personaje así a la historia cuando incluso ya habíamos tenido su “equivalente femenino” durante la saga del Torneo de la Fuerza? El primer acto de la cinta contribuye con creces a despejar todas las dudas que se pudieran tener al respecto. Aquí afortunadamente estamos lejos de la ya clásica fórmula donde somos testigos de una actividad común y corriente (campamentos, picnics, cumpleaños, etc) involucrando a nuestros personajes favoritos hasta que por fin aparece el contrincante a vencer, para que luego todos los guerreros luchen contra él sin siquiera hacerle un rasguño, y Goku lo venza con un golpe o técnica especial. Nada de eso, ya que en esta oportunidad la película inicia con un extenso prólogo que indaga en la historia de los saiyajin y la conexión que existe entre los protagonistas a partir de lo sucedido con los padres de cada uno. Hablando de protagonistas, más allá de unos cuantos cameos, esta película también se beneficia por poseer un número reducido de personajes, permitiendo que cada uno tenga su momento y debido desarrollo en función de lo que requiera la trama. Y tal y como ocurriera en Avengers: Infinity War con Thanos, aquí todo gira en torno a Broly, quien esta vez posee una personalidad más definida (y mucho más diálogo que en todas sus participaciones previas) con la cual nos es posible empatizar pero sin dejar de lado ese poder arrollador y actitud bestial en el campo de batalla que siempre lo caracterizó. Por el lado de la animación, nos complace observar que se optó por una “fusión” entre lo clásico y lo moderno. En ocasiones se percibían trazos y tonos de colores característicos del estilo tradicional utilizado a fines del siglo XX, por momentos haciéndonos sentir que estábamos viendo un viejo episodio de Dragon Ball Z. Y si bien el uso del CGI por medio de la técnica del cel shading (o sombreado plano) aun no alcanzó a perfeccionarse, su implementación durante las peleas fue muy lograda debido al dinamismo que le aportaban a las mismas, haciendo que percibiéramos con nitidez qué era lo que estaba sucediendo en medio de tantos ataques y movimientos fluidos. Sin embargo, no todo es perfecto en este film. Entre tantos aciertos y sorpresas (a pesar de la más que reveladora campaña de marketing), hay que admitir que, si bien no arruinan la experiencia, algunas partes de la canción “Blizzard” interpretada por Daichi Miura, despojan de impacto emocional las escenas clave en las que está presente y las convierten en situaciones que rozan lo risible. Es aquí donde se extraña a un artista como Hironobu Kageyama, creador de temas como “Cha-La Head-Cha-La”, que ha llegado a convertirse en un himno para la franquicia y está presente hasta el día de hoy. En síntesis, Dragon Ball Super: Broly puede definirse como una dudosa idea que fue ejecutada a la perfección, otorgándonos no solo una gran película, sino la más destacada en toda la historia de Dragon Ball. El super saiyajin legendario ha regresado, y lo ha hecho mejor que nunc
5ta a fondo: Rápidos y Graciosos. La saga que comenzó en 1998 con “Taxi” llega hoy con nuevos protagonistas, pero manteniendo el alma de la original para nuevas generaciones. Una de las más grandes sagas del cine de acción y autos veloces (antes de “The Fast and The Furious”) fue la de “Taxi” (comprendida entre 1998 y 2007), película francesa a lo buddy movie, producida por Luc Besson, en el que un policía algo torpe y un taxista con una máxima pericia al volante debían detener robos por doquier. En el 2004 hubo una remake hollywodense dirigida por Tim Story y protagonizada por Queen Latifah y Jimmy Fallon que no tuvo el éxito de la original (a Dios gracias). Las historias eran simples, pero con una buena dosis de acción y humor, y unos protagonistas por demás carismáticos como “Daniel (Samy Naceri)” y “Emilien (Frédéric Diefenthal)”. Ahora, las nuevas generaciones están preparadas para un reboot de esta saga, 10 años después de la primera entrega, con poco sabor a nostalgia, pero con el mismo efecto y corazón que sus predecesoras: “5ta a fondo (Taxi 5, 2018)” nos cuenta la historia de Sylvain Marot (Franck Gastambide) , un súper policía parisino y conductor excepcional que es trasladado contra su voluntad a la policía municipal de Marsella. El ex comisario Gibert (Bernard Farcy), y alcalde de la ciudad, que está en lo más bajo de las encuestas, le confiará la misión de detener a los temibles gangsters italianos que asaltan las joyerías con la ayuda de potentes Ferraris. Pero para conseguirlo, Marot no tendrá más remedio que colaborar con el sobrino nieto del famoso Daniel, Eddy Maklouf (Malik Bentalha, sobrino nieto en la vida real de Samy Naceri), el peor piloto de VTC Marseille, pero el único que puede recuperar el legendario taxi blanco. “5ta a fondo” no sorprende para nada a los amantes de la saga, como tampoco a un público exigente, ya que la introducción de los personajes nos va a parecer totalmente ultra-conocida (el policía fachero que imparte justicia de forma personal, el compañero gracioso que mete la pata, los compañeros bizarros, etc.), digamos una fórmula conocidísima, pero efectiva. El director (y también protagonista) Gastambide nos sumerge en nuevos personajes ya conocidos, por lo menos sus personalidades, y sale victorioso al recurrir al humor tan característico europeo que no le tiene miedo a nada (chistes sobre enanos, gordos, racistas), como así también a un montaje de vertiginosas escenas de acción y persecución a bordo de Ferrais y el famoso Peugeot 407 que tan famoso hizo la saga. “5ta a fondo” tiene todo lo que se necesita para ser una excelente película de acción y, también, para mantener viva la saga con nuevas caras y con el mismo espíritu, ara estas nuevas generaciones.
La vida que te agenciaste: Unidos y separados por la poesía. Hace 25 años, un grupo de poetas argentinos, conocidos hoy como los poetas de los 90s, o los poetas de la “18 Whiskys” hicieron historia. Esto es una parte de ella. Lo malo y lo bueno. No soy asiduo a los documentales. Lo admito. Pero el mercado cinematográfico está repleto de ellos. Los hay quizás más entretenidos, más dinámicos, unos que otros; pero lo que los directores quieren relatar, creo, es lo más cercano a la realidad que se puede ver con la visión de una cámara que, muchas veces, se utiliza solo para la ficción. Enmarcar, si se quiere, momentos que alguna vez quedaron en el recuerdo, hoy traídos por viejos fotogramas que acompañan los recuerdos de un pasado y una juventud que perdura en el pasado. Viejas heridas que, quizás, deberían haberse dejado atrás, también vuelven a abrirse, y son el resabio de una época mejor, o tal vez, peor. Me encuentro entonces con “La vida que te agenciaste (2018)” de Mario Varela, director y guionista, pero también poeta alguna vez. Y, justamente, este documental trata sobre ese grupo de poetas, amigos de Mario, más de 20 años después. Lo que pasó, lo que les pasa, esa vida que eligieron luego de “hacer historia” en el colectivo de poetas argentinos ( y que traspasó fronteras, ya lo verán). Una historia poco conocida por personas como este servidor, pero que quizás alguno que esté leyendo esta crónica sí reconozca nombres como Fabián Casas (quizás el más famoso por haber sido el guionista del film “Jauja-2014-“, protagonizado por Viggo Mortensen), Laura Wittner, Washington Cucurto, Daniel Durand, Darío Rojo, Rodolfo Edwards, Juan Desiderio, Sebastián Bianchi, Sergio Raimondi, Teresa Arijón o Ricardo “Circo” Cerqueiro. “La vida que te agenciaste” toma como base a otro documental realizado en 1993, Rally París Dakar, una competencia etílica por bares de Buenos Aires, en la que el grupo de jóvenes la bardea. Veinticinco años después, Varela retoma la cámara para saber qué pasó con cada uno de sus amigos escritores y qué vida, precisamente, se agenciaron. Esta búsqueda, que se puede ver como una reescritura de On the road de Jack Kerouac en clave local, nos lleva desde las montañas de la Patagonia hasta una playa alejada en Filipinas, pasando por Tokio, Buenos Aires y Rosario. Las imágenes actuales se entrecruzan con poemas de los autores y con los fotogramas del pasado de este grupo de jóvenes poetas que se agruparon para perpetrar la revista literaria “18 whiskys”. Estos bardos entrelazaron fuertes vínculos de amistad y crearon un paradigma distintivo dentro del marco literario de la época. Pasaron unos 25 años y… hay un imaginario que sostiene que en la década de los noventa en la Argentina dominaba la chatura cultural, la frivolidad menemista del cruce de la pizza con el champán. Poco se sabe que en ese contexto, en el campo de la literatura, surgía un grupo de vanguardia cuyas influencias alcanzan a nuestros días. Un aire de nostalgia y un poco de melancolía recorre la película de Varela. Sin embargo su optimismo, puesto en primera persona, gana la pantalla junto a esos amigos que quisieron aparecer en su registro, colegas del pasado con el que hubo rencillas y hoy solo buenos recuerdos, pero también con los que no se pudo obtener un contacto cara a cara, con los que todavía parece que hay alguna clase de resabio, justamente, de esos recuerdos que los marcaron y quedaron como heridas abiertas para nunca sanar. Así, cada uno de ellos (algunos aquí en el país y otros fuera de él) siguieron con sus vidas. Todos con una profesión, un trabajo, arraigados en ese sistema con el que alguna vez supieron pelear de manera contra cultural. Pero los años pasan para todos, y “La vida que te agenciaste” es un buen prospecto de ello, aunque también, de un legado cultural que no debe pasar desapercibido por ninguna generación.
Gracias Gauchito: Un western bien autóctono. El “Gauchito Gil” es una figura venerada en muchos rincones de nuestro país, una figura marginal, un santo “bien de acá”. Y no solo su mitología es interesante, sino que la épica que vivió también lo es. Aquí un repaso de un film que no pasará desapercibido. Como fanático del cine desde niño y, en especial, de las “películas de vaqueros” o Westerns, siempre me fascinó el héroe trágico, el desposeído, al que le quitaban todo y siempre tenía una moral para hacer el bien sin mirar a quien. Siempre de pocas palabras y la Colt lista para ser desenfundada; castigar al villano de turno para luego cabalgar hacia el horizonte del atardecer, dejando atrás ese amor que no podrá ser nunca, porque así son los héroes solitarios. Siempre me fascinaron estas historias y, con el conocimiento de la vasta historia argentina, llena de bandoleros, criminales campestres y pseudo-Robin Hood, no entendía como había tan pocos exponentes de esto en cines. ¿Cómo alguien no se le ocurría contar la historia de gente venida a menos, de hombres que dieron la vida (una ficción mezclada con la realidad, quizás) en las épocas donde la ley era la del más fuerte? No recuerdo caso más fascinante que el de Leonardo Favio y su “Juán Moreira (1973)”, el gaucho que le hizo frente a los poderosos y se convirtió en mártir. Pero hay más, muchos más. Y, a Dios gracias, el realizador Cristian Jure hoy decide contarnos la historia de Antonio Mamerto Gil Núñez, más conocido como el “Gauchito Gil”, santo autóctono protector de los más pobres y desposeídos. Su figura, en forma de estampitas y altares de color rojo, puede ser divisada en numerosos caminos y rutas argentinas. Pero nadie sabe a ciencia cierta su historia. La mayoría lo tilda de cuatrero, asesino y luego, santo. “Gracias Gauchito (2018)” basa su guión en el libro de Orlando Van Bredam “Colgado de los tobillos” sobre la figura del santo, y Jure nos mezcla la leyenda con la construcción del mito alrededor de su figura: La figura de “Gauchito Gil” como santo se consolida cuatro décadas después de su muerte, cuando un viejo (Héctor Silva) va por los pueblos construyendo la leyenda del santo pagano de los pobres. Mientras instala altares rojos en cantinas y caminos, va narrando la historia con la convicción de los que creen en sus milagros y con la autoridad de haber conocido en vida las hazañas de aquel Gaucho retobado, que supo cultivar justicia en tiempos de guerra. Enmarcada en el siglo XIX, la vida del Gauchito estuvo signada por la tragedia: su padre muere en la guerra, su hermanita es robada y su familia es expulsada de la tierra. Con ansias de justicia se encuadra, al inicio de su juventud, en la tropa de Zalazar (el multifacético Diego Cremonesi), un guerrero astuto al servicio de las causas de turno. Pero las atrocidades de aquella banda lo obligan a escapar, convirtiéndose en un desertor condenado a la pena capital. Ya Gaucho adulto y sin rumbo, el personaje interpretado por Jorge Sienra cabalga por los campos de la mesopotamia, un poco para impartir justicia y un poco por culpa de los aberrantes hechos que no pudo impedir por parte de sus compañeros de armas. Así su figura de a poco se va convirtiendo en leyenda, venerada y hasta “milagrosa”, excepto por su cruel enemigo, quien no parará hasta detenerlo y matarlo. “Con la sangre de un inocente se cura a otro inocente” serán las palabras del Gauchito Gil que resonarán en la Eternidad ante un improvisado cadalso y verdugo, antes amigo. La ficción se mezcla con la realidad, y la leyenda con el Mythos crístico: el realizador decide en cada plano resaltar al Gauchito como una figura heroica, tanto desde su aspecto físico similar al imaginario del Cristo como al del superhéroe llegado desde Krypton, esa escena casi calcada de “Batman V Superman (2016)”, demarcando claramente que las capas y las cintas rojas no están tan distantes a la hora de hacer el bien. Tampoco podemos dejar de nombrar esa vuelta de tuerca final, quizás cayendo en el spoiler, pero es imperativo demostrar que ESE personaje amplía la visión del director al asociarlo con la figura del Longinos, como así también de Pablo de Tarso, dos conversos que comenzaron sus carreras como la contraparte de Jesus Cristo y las culminaron como evangelizadores de su palabra. Aquí también, Cristian Jure asocia una vez más al Gauchito con la figura más emblemática de la religión occidental. Obviamente no es para menos, por que el Gauchito Gil es nuestro y debemos estar orgullosos. Una figura que, aún mítica, lleva alegría y realza la Fe en los corazones que menos tienen. Y eso, en estas épocas en que la maldad en el mundo prolifera más que nunca, es un bálsamo bien recibido. ¡Y además es un Western!
Bohemian Rhapsody: La Reina en su máximo esplendor. Luego de años de traspiés llega la biopic de la banda y el cantante más emblemáticos del rock mundial. Hablar de Queen es hablar de la historia del rock en sí misma. Varias bandas y artistas plasmaron su impronta, su carisma y su esencia a través de las décadas y dejaron huellas en la escena musical internacional. Nadie como Freddie Mercury. Nadie. Lo siento, pero quizás esta review se vea afectada por un fanatismo casi ciego por el tipo que le dio tanto a la música y que prácticamente me enseñó lo que era el rock & roll en los años 80’s; reinvención de lo ya dejado por íconos como The Beatles, The Rolling Stones y tantos etcéteras, pero que con su voz particular llevó a la máxima expresión lo operístico al escenario y eso que tantos dicen tener, “presencia”, “carisma”, a Farrokh Bulsara le sobraba. Quizás por ser inmigrante hindú en tierras británicas ya destacaba su piel, su dentadura prominente, pero todo esto no fue impedimento para que su enorme talento saltara a la palestra y pronto el público se rindiera a sus pies. Su vida, tan vertiginosa como su carrera, finalmente llega a los cines de la mano de Bryan Singer (y en última instancia, Dexter Fletcher) en “Bohemian Rhapsody: La Historia de Freddie Mercury”, un repaso por el inicio, ascenso y final de la banda Queen que, por intersección, es obviamente la vida de Freddie Mercury. Seamos claros, Queen fue Freddie Mercury. Los pobres intentos de los tres miembros restantes por reemplazar de alguna manera al icónico frontman resultaron en nada y este film es un poco su reivindicación, su forma de decir “perdón Freddie, sabemos que sos único e ireemplazable”. El período histórico que abarca el film es en el que Freddie (Rami Malek) se convierte de fanático a cantante de la banda “Smile”; con Brian May (Gwilym Lee) en guitarra y Roger Taylor (Ben Hardy) en batería y luego ya “Queen”, a través del ingreso de John Deacon (Joseph Mazzello) en bajo y Mercury en voz; hasta la legendaria actuación de “La Reina” en el Live Aid el 13 de julio de 1985. La biopic en sí misma no descolla en vueltas de tuerca, períodos de drama intenso o zonas oscuras, sino que es una celebración de la vida de la banda y de Freddie: pasamos de un chico con ganas de triunfar al proceso creativo de temas legendarios, algunos excesos (quizás edulcorados) y un gran tributo final, siempre con la impronta de que Queen fue una familia. La historia hace hincapié constante a ese concepto y gana al representarlo de forma tan natural como emotiva. Las performances de los actores son de otro planeta, parece que fuesen dobles de cuerpo de los músicos o que hubiésemos viajado en el tiempo para ver tocar a la banda en vivo, y con esto último es también donde la biopic más se apoya y donde más la magia reluce: cuando suena la música de Queen y la voz de Freddie Mercury. En conclusión, “Bohemian Rhapsody: La historia de Freddie Mercury” es un espectáculo musical obligatorio para todo fanático de Queen y para los que no tuvimos la oportunidad de verlos en vivo, sudando talento y con un Rami Malek que parece haber traído de nuevo a la vida al ecléctico showman, al inolvidable Gran Simulador.
Halloween: Michael y Laurie, un nuevo encuentro. Luego de cuarenta años, la Noche de Brujas vuelve para, quizás, ponerle punto final a un enfrentamiento antológico. Michael Myers está de regreso, y con él, Laurie Strode (Jamie Lee-Curtis). Pero no es un regreso cualquiera o secuela de una franquicia super explotada hasta el hartazgo, sino que es la continuación directa de la película dirigida por John Carpenter, “Halloween (1978)”; la primera que supo establecer claramente la temática y el sub-género llamado “Slasher”, donde un asesino (sea enmascarado o no) comienza una matanza contra jóvenes promiscuos, los adultos prácticamente no existen o aparecen en pocas ocasiones sin una acción determinante, y una chica denominada la “Final Girl” es la que enfrentará al villano y es la obsesión recurrente de este ser. Muchos filmes de este estilo han pasado y pasarán, pero “Halloween” tiene un lugar en el corazón del cinéfilo por haber establecido estas características y haberse convertido en obra de culto. Es legendario el score compuesto por Carpenter, así como también la máscara vacía de expresión del “Capitán Kirk” que usa el asesino, pero por sobre todo, es mérito de la película haber lanzado a la fama a Jamie Lee-Curtis, para siempre recordada por ser la “Final Girl” por antonomasia. En “Halloween (2018)” han pasado 40 años desde los terribles asesinatos ejecutados por Michael Myers (olvídense de las secuelas posteriores y los reinicios de Rob Zombie) y el asesino está confinado en el psiquiátrico de Smith’s Grove sin hablar una palabra y a punto de ser transferido a otro lugar para su confinamiento eterno. Dos periodistas deciden ir a ver por última vez al demente criminal pero, en apariencia, no consiguen nada; por esto, viajan a las afueras de Haddonfield donde una Laurie Strode (la magnífica Jamie Lee-Curtis en pose “Sarah Connor”) vive confinada en su casa-búnker, agobiada por su vida, amargada pero siempre creyente que en algún momento su “Bogeyman” volverá, y para eso ella se preparó toda su vida. Claro que le costó la tenencia de su hija y que ésta reniegue de su madre. Como es de esperarse, Michael Myers escapa antes que lo transfieran y comienza la cacería pero, ¿Quién es la víctima y quien el victimario en esta película? Desde el comienzo de los créditos, similar a la de 1978 con la música ejecutada de John Carpenter (quien es productor también), se nos advierte de una secuela con gusto a homenaje pero con una vuelta de tuerca muy propia de estos tiempos. Por un lado, la calabaza del inicio se va reconstruyendo a medida que pasan los nombres, guiños, planos, se suceden como si estuviésemos viendo un producto casi calcado a la original, pero llegado el momento, los roles se intercambian, se dan vuelta las situaciones que podrían verse inverosímiles hoy en día y se plantea un reformulamiento de la historia. En el tercer acto, la película se desvía completamente de todos los parámetros establecidos y juega con el cambio de poder: donde había una víctima, ahora hay un victimario; donde había una presa, ahora hay un cazador. Quizás el plano detalle final del filme lo diga todo, pero no voy a entrar en el spoiler, solo véanlo ustedes mismos. El director y guionista David Gordon Green (junto a Carpenter y el humorista Danny McBride, también co-escritores) nos traen una secuela del film de culto que termina siendo por momentos fan service y por momentos un replanteamiento de que la fuerza del varón no es eterna, que las cosas están cambiando y lo seguirán haciendo. Ya no hay más un Bogeyman aterrador que no pueda ser enfrentado y, finalmente, derrotado. Por todo esto y mucho más, “Halloween (2018)” es una cinta que remite a la obra original con gran respeto y se ubica entre lo mejor del género, cuarenta años después de haberlo creado.
[REVIEW] Venom: Una “buddy movie” de (en apariencia) un solo personaje. ¿Una película de Marvel sin conexión con el MCU? ¿“Venom” sin “Spider-Man”? SÍ. Y funciona mejor de lo que esperábamos? Cuando hablamos de “Venom”, el comiquero de ley asocia Spider-Man al instante. Ya sea por las páginas de las revistas de Marvel o por la ¿nefasta? “Spider-Man 3 (2007)”. Nunca se nos ocurriría pensar en una película de este peculiar alienígena caníbal por fuera de una historia en la que no esté nuestro querido trepamuros. Ni siquiera que su carácter sea considerado “heroico”. Pero Sony lo hizo realidad. Para hacer un repaso rápido en la historia del personaje diré que es una creación de Todd McFarlane y David Michelinie, donde el aspecto de alien y simbiote apareció por primera vez en Marvel Super Heroes: Secret Wars #8 (diciembre de 1984). Aquí Peter Parker volvía a la Tierra con un reluciente traje negro, sin saber que le depararía el futuro. El aspecto final que le daría McFarlane vendría 4 años después en The Amazing Spider-Man#299 (mayo de 1988) en el que Eddie Brock, un frustrado periodista y enemigo de Parker, compartirá cuerpo con el singular extraterrestre y emprenderán la travesía de ser uno de los más letales enemigos de Spidey. Pero, dejando el cánon de las historietas de lado, y mucho más esas primeras críticas que vienen del país del norte y “dinamitaron” literalmente al film, “Venom (2018)” sorpresivamente es un film que es entretenido, divertido, tiene sus buenas dosis de acción y suspenso, nunca se toma en serio la historia y, por sobre todo, tiene un excelente balance entre todos estos elementos que hacen que nunca decaiga en 113 minutos. Y eso es decir mucho en una producción de la que se esperaba poco y nada. Comenzamos con una nave de la Life Foundation en la que se traen 3 espécimenes alienígenas desconocidos. La nave, al entrar en la atmósfera terrestre, tiene un accidente ya que uno de dichos especímenes se escapó y (parece) atacó a la tripulación. La empresa liderada por Carlton Drake (Riz Ahmed) recuperará las muestras que quedaron para experimentar en animales y, luego, en humanos, una simbiosis que nos permita convivir en algún planeta alejado. Lamentablemente ninguna persona logra sobrevivir a dicha “asociación” con el alien, hasta que aparece en escena Eddie Brock (Tom Hardy), un periodista que conduce un programa de denuncia social. Allí, a Eddie se le encomendará una entrevista con Drake, basicamente para que lo dejen bien parado luego del accidente espacial, pero Brock lejos de dejar sus ideales, arremete contra el empresario dejándolo en rídiculo ante las cámaras. Claro que esto no viene solo: Eddie termina perdiendo su trabajo y a su prometida (Michelle Williams). Esto último provocado por él mismo y su ego al usar una información confidencial de su novia. Derrotado y sin nada que perder, al reportero venido a menos solo le queda una carta por jugar, destruir a Drake y la Life Foundation. Con la ayuda de una científica de la empresa logra colarse a las instalaciones para, finalmente, ser presa del simbiote que todos conocemos. A partir de allí veremos la persecución de Brock por parte de Drake, la relación de Eddie y Venom, y el enfrentamiento final. Si están pensando que la trama es básica, tienen razón. Pero esto no quita que siga siendo atractiva. Tom Hardy parece que actúa instintivamente y dota a Eddie de una complicidad que hace que el público lo ame desde el primer minuto. La relación con el simbiote nos hace recordar a las grandes “parejas disparejas” del cine, y esto se debe a la interacción en base a dos personalidades diferentes que, al final, no lo serán tanto. También funciona en base a un humor que no es tan chocante y parece natural (Te estoy mirando a vos, “Thor: Ragnarok”), nunca llegando a cansar. Las dosis de suspenso y acción, como mencioné anteriormente, están muy bien logradas, cimentadas, balanceadas y acompañadas por una correcta banda de sonido que vira entre lo épico y lo aterrador, gracias a la mano del experimentado Ludwig Göransson (“Creed”, “Black Panther”). Hay momentos en los que el FX hace un poco de “ruido”, pero no son mucho y casi imperceptibles, pero no le quitan mérito y están muy bien integrados a las secuencias y a la acción. Más allá del genial Tom Hardy, el resto del elenco nos descolla, solo está para que el protagonista se desenvuelva y son la creación del conflicto. En este punto no creo que moleste este poco desarrollo cuando la película se basa en la relación de Eddie y Venom, la cual está muy bien narrada y se nota que Ruben Fleischer (“Zombieland”) tuvo bastante que ver sin las “presiones” del estudio. En conclusión “Venom (2018)” es una cinta más de superhéroes que no defraudará a la media del público, entretendrá a muchos, pero obviamente no será del agrado del fanboy comiquero. Pero para eso están las películas en definitiva, para entretener. Y no olvidemos que es un mundo aparte.
[REVIEW] El Potro, lo mejor del amor. Lorena Muñoz vuelve a la biopic musical, esta vez con la historia de El Potro cordobés que tanto hemos bailado. Rodrigo Bueno es, para la mayoría de los porteños, sinónimo de cuarteto. Abajo, seguramente, de Carlos “La Mona” Jiménez, que es el dios de este género musical en su provincia natal, “El Potro Rodrigo” supo romper las barreras interporvinciales (como lo hizo su enrulado predecesor cordobés allá por los 80/90) a principios del nuevo milenio. A fuerza de un carisma único, una actitud desenfadada, y una vida llena de excesos, el cantante de los pelos de colores logró que el cuarteto llegara a distintas clases sociales y su figura, luego de su trágica y temprana muerte, sea un mito y recordado para siempre. Lorena Muñoz, luego del éxito de su “Gilda, no me arrepiento de este amor (2016)” vuelve a meterse con una figura popular, y sigue demostrando su habilidad para contar historias de superación y epicidad. “El Potro, lo mejor del amor”, nos sumerge de lleno en la historia de Rodrigo Bueno desde sus comienzos, en su Córdoba natal, deseoso de vivir del canto, en la escena musical como su padre. Su madre, Betty Olave, la única que en un principio siempre creyó en él y lo animaba a que cantara con su grupo en los barrios, bares y fondas. Finalmente Eduardo, su padre, logra que el joven tenga su primera actuación en un ciclo bailantero y, a partir de ahí, la explosión junto a su manager de toda la vida (“El Oso”, interpretado por Fernán Mirás) y una vida llena de excesos, lujuria y música. Porque, lejos de lo que hizo con la figura de Gilda, Lorena Muñoz retrata de forma impecable la figrua del “rockstar” en Rodrigo. Porque, mal que le pese a muchos, eso es lo que fue. Un tipo humilde, generoso, buen padre, pero con una vida al límite que lo llevó a la gloria en poco tiempo y lo dejó en el firmamento de los grandes, también como vivió: “a 2000”. El ignoto Rodrigo Romero interpreta un fantástico Potro, con un tono de voz similar al fenecido cuartetero, y con el físico tan similar que da miedo y nostalgia verlo en pantalla. Tanto Florencia Peña, Jimena Barón, Daniel Araoz y Fernán Mirás completan un elenco protagónico de una perfección actoral maravillosa. Si bien, con algunos huecos y no con tanta emoción que su predecesora protagonizada por la Oreiro, “El Potro, lo mejor del amor” es una muestra más de que Lorena Muñoz es una de las grandes directoras del país y tenemos que celebrar el talento para narrar una historia, quizás simple, sin caer en el golpe bajo y sin repetirse.
[REVIEW] SLENDERMAN. Un personaje creado para aterrorizar a los internautas, allí por el 2009, tiene por fin su propia película. Y adivinen qué: Sí, no da nada de miedo. Slenderman fue creado en 2009 por Victor Surge, un aficionado al terror en un famoso “foro” llamado Something Awful. Hecho como un experimento de photoshop, fue tomando fuerzas hasta ser el Creepypasta definitivo y volverse un hito de la cultura pop y una verdadera leyenda urbana. Surge bebió influencias de sus escritores de horror favoritos para la creación de tal personaje: HP Lovecraft, Stephen King (específicamente sus cuentos), las fantasías surrealistas de William S. Burroughs y, además, un par de juegos del género survival horror como Silent Hill y Resident Evil. Slenderman pasó de ser una creación “de nicho” a un fenómeno mundial. Las características son reconocidas por cualquier ávido a la internet: tiene un rostro blanco, sin rasgos y parece que está vestido con un traje oscuro y corbata. Slenderman está asociado al bosque y tiene la habilidad de tele-transportarse. La proximidad al Slenderman se dice a menudo que desencadena la «enfermedad Slender»; un rápido inicio de la paranoia, pesadillas y delirios acompañadas de hemorragias nasales. El mito es tal que en 2014 dos niñas de 12 años en Wisconsin apuñalaron a otra de la misma edad alegando que Slenderman “las observaba, podía leer sus mentes, y teletransportarse”. Este caso originó el muy recomendable documental de HBO “Beware the Slenderman (2016)”. Para los neófitos que no sabían de la existencia de esta especie de leyenda urbana, hecha está la introducción. Ahora, si están dispuestos a ir al cine a ver “Slenderman (2018)”, aquí está mi opinión: El film dirigido por el francés Sylvain White peca de llegar bastante tarde con una fórmula vista cientos de veces ya en el género; un grupo de adolescentes se junta en una casa, invocan a una entidad sobrenatural por medio de un video con imágenes perturbadoras y este ente luego las acecha por cualquier vía tecnológica que haya hasta matarlas. Si estabas pensando en, por ejemplo, “La Llamada (The Ring, 2002)”, no te equivocas. Pero estamos en 2018, el terror ya pasó por la manos de James Wan para reinventarse y “Slenderman” no es siquiera un slasher decente. Así de chato es el guión. Dentro de lo previsible, no hay tantos jumpscares como para, aunque sea, disfrutar de un buen grito en la sala de cine, la atmósfera que crea el gran Ramin Djawadi con su banda sonora es desaprovechada poco después de comenzar el metraje, en un repetitivo leit motiv que pierde fuerza con el correr de los minutos. Y si hablamos de desaprovechamientos, el de Javier Botet es imperdonable: un actor que hace de sus criaturas una verdadera pesadilla no llega a identificarse nunca ya que parece que la mayoría de los momentos del Slender son CGI (malos). Slenderman podría hablar de los Shadowman. Podría hablar de la soledad en la adolescencia y sus adicciones. Podría incluso ser una alegoría sobre los secuestros de jóvenes y la trata. Pero se queda a medio camino en el cliché viejo y pasado de moda de films similares que lo hicieron mucho mejor. Hace 15 años atrás, mínimo. Quizás otra cosa más destacable sea la actuación de Joey King, la actriz de El Stand de los Besos, quien muestra una versatilidad en un papel totalmente diferente al que nos tiene acostumbrados. De las demás actuaciones mejor ni hablar. Un film que pudo haber tenido muchas buenas intenciones, pero llega tarde y no se nota el esfuerzo por hacer un producto siquiera mediocre.