Midsommar: Un retorcido cuento de hadas inciático. El nuevo film de Ari Aster (Hereditary, 2018) nos sumerge en un viaje hacia lo más recóndito del ser humano y la superación de un duelo al igual que en su ópera prima pero, a la vez, de forma diferente. Hablemos claro: Midsommar (2019) no es ni por asomo un film de terror. Hablar de “Terror” no es lo mismo que hablar de “Horror”. Si bien los dos términos se utilizan usualmente como sinónimos, nada tiene que ver uno con el otro. Sobre todo en el género cinematográfico. A través del tiempo, el cine ha sido usado para contar los cambios a nivel social, político o de cualquier otra índole. El género no es ajeno a ello. Varios cineastas de la talla de John Carpenter o George Romero (por citar solo dos ejemplos) han sabido manipular el celuloide para hablarnos de la condición humana y sus actos/consecuencias a través del tiempo. El decadente nuevo milenio y su hartazgo por una obra de autor, alimentándonos a base de blockbusters llenos de golpes de efecto (o más bien dicho, Jumpscares), nos ha dejado con sabor a poco al ver alguna nueva película “de terror” que termina más bien siendo DE TERROR. Aclaremos: el “Terror” nos remite a espectros, entes sobrenaturales. El “Horror” es algo más visceral, nos incomoda, nos deja un mal sabor de boca. Ya en El Legado del Diablo (Hereditary, 2018), el debutante Ari Aster nos hablaba sobre la superación de un duelo familiar. Una muerte que termina trastocando a todo el entorno familiar y desata una fuerza oscura que permanecía latente a través de, si se quiere, la sangre. La obsesión estética del director por contar una historia que veríamos como un drama en tono de película de horror, unida a sonidos que generan incomodidad y planos simétricos, ya es marca registrada en su escueta filmografía. Ahora vuelve a hacer lo mismo con Midsommar: El terror no espera a la noche (Midsommar, 2019), aunque a diferencia de aquella, el nuevo film del realizador parece la otra cara de la moneda: cuando en Hereditary el horror se escondía en la oscuridad, aquí no se puede ocultar, como si de una relación tóxica se tratara. Como en su ópera prima, Aster nos introduce en Midsommar con un plano que nos anticipa todo el film, una especie de tapete donde se conjugan los cuatro actos del film. En él vemos muerte y resurrección de la protagonista. En el medio, su viaje iniciático. Como si de un cuento de hadas siniestro se tratara (y así nos lo muestra el director, optando por poner al comienzo un bosque nevado, escenario propio de este género literario, al son de sonidos de arpa), el film nos muestra la vida de Dani (Florence Pugh), una joven que está siendo presa de una relación a punto de colapsar con su pareja, Christian (Jack Reynor), en parte por el drama familiar que vive. Ya desde el comienzo, el primer punto de quiebre en la trama (la muerte de los padres de Dani a manos de su hermana bipolar y el suicidio posterior de ésta), se nos muestra un lugar oscuro, frío. Vemos a Dani sola, hablando con pantallas (sean de celular o de computadoras) que no le devuelven ninguna clase de sentimientos, un poco como su pareja y su familia. Luego del brutal prólogo y dos travellings que atraviesan ventanas hacia la oscuridad, hacia la nada; ventanas que nos están diciendo que “allá afuera hay otra cosa, hay otra oportunidad de vida”, comienza el viaje a través de la luz. Un viaje que experimentaremos junto a la protagonista, ya que Ari Aster nos hace cómplices en todo momento de la iniciación de Dani (literalmente hay un personaje que rompe la cuarta pared mirándonos por unos segundos antes del suicidio ritual). Dani se entera que Christian junto a sus amigos Josh (William Jackson Harper), Mark (Will Poulter) y Pelle (Vilhelm Blomgren) están planeando un viaje a Suecia, más precisamente a Härga, una pequeña comunidad de dónde es originario el último. La excusa es que Josh va a realizar su tesis de Antropología sobre las costumbres antiguas de pueblos europeos, sobre el Midsommar (festejo para recibir el verano). Para los demás es un escape, diversión. Un poco culpable por no haberle dicho nada a su pareja, Christian termina invitando a Dani también al viaje. Pero el viaje de Dani será completamente diferente al de los demás, y Aster como en su anterior film, parece indicar que el destino de la protagonista está determinado desde el comienzo. Hay una regla en cine que dice que debe haber una escena de acción, un golpe de efecto a partir de los 20 minutos. En Midsommar vemos como a los 24 minutos del metraje, aproximadamente, los personajes van en auto y la cámara comienza a torcerse. Es luego que pasan la señalización de que han entrado en Härga cuando el plano vuelve a ser normal. ¿Qué nos está indicando esto? Dani y los demás han llegado a un lugar donde las reglas del mundo en el que vivían son invertidas. Todos en la comuna de Pelle son alegres, luminosos. El primer encuentro con Ingemar, hermano de Pelle, es a los gritos. ¿Cuál es la primera reacción de los extranjeros? Creer que por gritarse están enojados. Esa es la visión que tenemos del mundo ante un estímulo exterior: todo es negro, todo es oscuro, todo es negativo. Allí encuentran dos extranjeros más, una pareja londinense amiga de Ingemar a punto de casarse. Todos tendrán un viaje con hongos psicotrópicos, como bien manda el argumento de esta clase de films que no reniega del homenaje a un cine más «clase B» o de explotación: tenemos a la “Final Girl”, “el Odioso”, “El Gracioso”, “El Intelectual”. Pero lo que hace Aster es jugar con estos estereotipos desechables aquí y en cualquier otro film del que bebe influencias Midsommar para contar otra historia. Son peones en un plan mayor. No voy a hablar de los símbolos o la cultura que rige Härga y su gente (que bien planteados están mediante la investigación que el director y Henrik Svensson han realizado sobre las creencias pre-cristianas nórdicas), sino sobre lo que la película nos quiere contar y cómo lo hace. El Midsommar en Härga tiene su punto cúlmine con el sacrificio de 9 personas: 4 lugareños, 4 extranjeros que llevan habitantes de la comuna y 1 que elige la Reina de Mayo. El primer sacrificio que vemos es un suicidio ritual de dos personas que se arrojan desde una montaña. Dos personas que han llegado a la culminación de su vida (para ellos a los 72 años se termina la vida). Lo hacen con felicidad, porque saben que dan su vida por una razón. La contraposición al suicidio de la familia de Dani es evidente, y es el primer golpe shockeante que sufre la protagonista para comenzar su preparación e integración. Un gran punto a destacar es como en la comuna prevalece el espíritu de colmena al de individualidad: todos lloran o sufren cuando uno lo hace. No lo dejan solo, no lo aíslan como si se tratara de un enfermo. También es destacable el nivel de desapego. Como nadie es posesión de nadie, los bebés son criados por todas las mujeres, no necesariamente la madre biológica. Todas son madres. El niño llorando de fondo en esa inmensa habitación comunal, sin que nadie vaya a calmarlo, es otra prueba de cómo funciona el desapego en Härga. Conforme van pasando las 2 horas y media de metraje, Dani es integrada cada vez más a la comunidad (a su pesar) y Christian y sus amigos van siendo desechados o usados como la sangre nueva para aumentar la población de Härga. Porque estos alegres hippies suecos adoran a la Madre Naturaleza y saben que no hay Dios, sino Diosa. En femenino. Por eso hay una Matriarca y no un Patriarca que comanda. Finalmente Dani es coronada Reina de Mayo y debe dejar atrás su pasado y superar el duelo. Midsommar nos muestra de forma simbólica como los anhelos y las cargas que llevaba la protagonista se purifican con el fuego final: la pareja londinense representaba el compromiso y matrimonio que nunca tendrá con su novio, las amistades tóxicas, la relación enfermiza con Christian (que, también no es casual que sea “CristianO” y estemos ante una comuna con creencias pre-cristianas), la muerte de su familia y la culpa, todo es superado en esa sonrisa final de Dani. Sonrisa que contrasta simétricamente de forma perfecta con el plano inicial del film, donde la vemos en oscuridad y agobiada. En éste último fotograma su cara resplandece iluminada de forma saturada. Está finalmente EMPODERADA. Midsommar habla de la superación del duelo, de desprenderse de una relación que no nos hace bien y no la queremos dejar por miedo a sentirnos solos. De empoderarse. También de volver a ser parte de una familia, encontrar en otros lo que en la propia sangre muchas veces no encontramos. También habla de la desconexión que tenemos en estos tiempos de multi-pantallas en la que, paradójicamente, las Redes Sociales nos hacen menos sociales y en vez de acercarnos, nos alejan cada vez más. Ari Aster vuelve a acertar en retratar un aspecto de la condición humana mediante el género. Mal que le pese a quien le pese, y genere la controversia que genere, estamos ante una obra de autor y ante un realizador que debemos mirar cada vez más de cerca. Midsommar, si bien en mi opinión está un peldaño por debajo de Hereditary, es un film que requiere más de un visionado y que tiene múltiples lecturas. Solamente hay que desintoxicarse un poco de lo que el género nos ha dado de comer durante el último tiempo. Mayormente, comida chatarra. Recién ahí se puede apreciar un buen plato gourmet.
[REVIEW] IT: Capítulo 2. Luego de una impactante primera parte en 2017, Andy Muschietti vuelve para terminar lo que comenzó en Derry: el enfrentamiento final de Los Perdedores contra Pennywise (Bill Skarsgard) , 27 años después. IT: Capítulo 2 (2019) comienza con la escena que más esperábamos los que leímos la novela original, esta es, la muerte de Adrian Mellon (Xavier Dolan). El final de Mellon se relata al comienzo de la obra de Stephen King, poniéndonos en contexto que en Derry hay una fuerza maligna que impregna todo, en forma de payaso. Pero también nos da a entender que la homofobia es parte de toda la población e inherente, no solo por la atracción que pueda crear Pennywise. ESO es solo un medio, un síntoma de la maldad de cada persona que vive en Derry. En el film, vemos como Mike (Isaiah Mustafa), el único que se quedó y creció en Derry, llama por teléfono Bill (James McCavoy), Bev (Jessica Chastain), Stan (Andy Bean), Ritchie (Bill Hader) y Ben (Jay Ryan), ergo, «El Club de los Perdedores». Luego de reunirse y hablar de lo que les deparó la vida, ante la ausencia de Stan, comienzan a recordar poco a poco que les había sucedido ese verano, hace 27 años. La influencia de Pennywise desapareció y ellos olvidaron. Pero ESO no olvida. Así, en un vaivén entre pasado y presente, Los Perdedores se enfrentarán una vez más al enemigo más poderoso que pudieran imaginar: UNA SECUELA POR DEBAJO DE LA MEDIA. Así es, IT: Capítulo2 está muy por debajo de su predecesora y voy a justificar brevemente las razones: En cuanto al cast, puede ser en su mayoría muy reconocido, pero no sabría decir si por el tiempo que pasó entre los dos films o porque, más allá del parecido físico, no se logra conectar con los personajes adultos. No se sienten como si fuesen esos mismos chicos que vimos hace dos años atrás. Lamentablemente de quienes más esperábamos, fueron los que menos hicieron. Hablo, por supuesto, de James McCavoy y Jessica Chastain. Parecen que están en piloto automático. De ahí que se reconozca que Bill Hader es el mejor de toda la película. Claro, es el único que le pone matices a su interpretación. Con respecto a la historia, el montaje es uno de sus grandes fallos; a veces caótico, a veces somnoliento. Esto, unido a varios jumpscares repetitivos, nos hace pensar que a Muschietti le metieron mano en la edición final. No hay clima in crescendo como en la primera parte (una joya del terror actual), solo golpes de efecto. Además, en relación a la historia per sé, se pierden las historias de trasfondo de los personajes (la esposa de Bill, el abusivo esposo de Bev, etc.), y estas historias son las que enriquecen al relato y a sus personajes, ya que desconectamos con ellos por un tiempo bien largo. Así no podemos empatizar con lo que les sucede. «Silver», la mítica bicicleta de Bill, ya no es tan mítica ni aparece tanto. El CGI es mucho más notorio que en la primera parte (imperdonable lo que hacen con «El Leproso» de Javier Botet). Además de todo lo enumerado y las licencias que los Muschietti se tomaron, esta segunda y última entrega deja sabor a poco. Viéndola de esta manera, la mini-serie de 1990 no estaba tan mal. Es más, el cine de esa época creaba un horror inimaginable con lo que se debe: una excelente puesta en escena, iluminación y planos pensados para generar tensión. Es cierto que se habla de un corte final de casi 7 horas, pero si no se puede dar un examen final para aprobar, acá el recuperatorio no sirve. Sin embargo, IT: Capítulo 2 cumple con lo que el fan pide: varios saltos de la butaca, un final decente, altas dosis de humor y nostalgia y, sobre todo, un buen entretenimiento para pasar el rato.
[REVIEW] Había una vez… en Hollywood. La 9° película de Quentin Tarantino llega con críticas dispares. Algunos la tildan de obra maestra y, otros, de bodrio infumable. ¿Quién tiene razón? La respuesta aquí. Sabemos muy bien a qué nos enfrentamos cuando vamos a ver una película de Quentin Tarantino: diálogos extensos, homenajes a sub-géneros infravalorados del cine, anti-héroes caídos en desgracia que siguen cayendo, humor negro y una banda sonora épica que recrea la historia que se está contando. Estas cosas, por ende el cine de reescritura, están en absolutamente toda su filmografía. Que ha evolucionado y madurado desde su ópera prima, Reservoir Dogs (1992), no cabe duda. Lo que nos atañe ahora con Había una vez… en Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood, 2019) es qué tanto maduró sin perder parte de su inconografía característica. Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) es una estrella de TV que no pudo hacer el traspaso a estrella de cine. Quizás se debió a su adicción al alcohol, su mal genio o quien sabe qué. Lo que sabemos es que 1969 es una época de transición en el mundo del espectáculo y este vaquero de la pantalla chica no supo adaptarse a lo que venía. Su decadencia actoral la vivimos junto a su doble de riesgo-mandadero-chofer-mejor amigo Cliff Booth (Brad Pitt), del cual poco y nada sabemos de su pasado, más allá de que hay un rumor turbio de su persona y fue héroe de guerra. Ellos pululan tratando de encontrar su lugar en una tierra donde Sharon Tate (Margot Robbie) y Roman Polansky (Rafał Zawierucha) son la luz que parece traer vida a Hollywood (y esa oportunidad para Dalton), mientras que una oscuridad se cierne sobre sus personas en la forma de Charles Manson (Damon Herriman) y su clan. Había una vez… en Hollywood es lo que Roma (2018) a Alfonso Cuarón: una carta de amor a la visión de un niño sobre todo lo que amó en su infancia. En esta ocasión Quentin Tarantino nos habla del mundo del cine, de como se hacían películas y shows de TV en una época donde todo era idílico y, de pronto, un cambio de modelo y un hecho fatídico marcaron para siempre la industria cinematográfica y el contexto social (hablamos, obviamente, del asesinato de Sharon Tate por parte del Clan Manson). Sabemos que con «Once Upon a Time…» comienzan la mayoría de las historias infantiles, los cuentos de hadas. También sabemos que Sergio Leone (ídolo máximo de QT) lo ha usado para su último Spaghetti Western Once upon a time in the West (C’Era Una Volta Il West, 1968) donde terminó de re-escribir la historia del Oeste Americano, contando la historia de hombres sin ley que tuvieron que morir para dar paso al progreso (simbolizado por la aparición del ferrocarril). Había una vez… es todo eso: un cuento de hadas, la visión idealizadora de un niño conjuntamente con la historia de un cambio de paradigma que deja atrás lo viejo para dar paso a lo nuevo, que no quiere decir mejor, y la imposibilidad de algunos de adaptarse. Pero claro, quien vaya al cine esperando ver una más de Tarantino quizás salga un poco decepcionado. El ritmo es más pausado en la narración que de costumbre. Es como si el film también hablara de su realizador, siendo más maduro, más complejo, pero también más cansado de una industria que no para de regurgitar mainstream pochoclero con pantalla verde. Claro que hay guiños al QT que conocimos: la mezcla de historia verdadera con la ficción, el met-cine, diálogos extensos pero no tanto a lo que nos tiene acostumbrados, así también como muy poco humor negro y gore, marca registrada de la casa. Esto se debe, creo, a un producto que se siente más personal que otro. Donde el homenaje pasó a ser más un guiño sutil, pero en el que también se perdió esa magia de Enfant Terrible que pregonó desde siempre. Más allá de tres, como mucho, cuatro secuencias, el film se siente demasiado largo para una historia que no nos lleva a ningún lado. Aquí el mcguffin pasa a ser Sharon tate y es, quizás otro desacierto, ya que sus escenas pasan a ser intrascendentes y no sentimos nada, ni bueno ni malo hacia ella. Lo mejor de Habia una vez… , una vez más, son un formidable Leonardo DiCaprio y Brad Pitt en sus roles, la banda sonora que nos transporta esta vez a los finales de los 60, y la fotografía de Robert Richardson, habitual del combo. En conclusión, Había una vez.., en Hollywood (2019) no entra en el top 5 de Quentin Tarantino, pero sí que es un gran film que nos muestra que, dentro de una época oscura de la historia, siempre hay una luz que ilumina el camino.
Hombres de piel dura. El nuevo film de José Celestino Campusano se mete de lleno en la vida de un joven gay de campo, sus relaciones y como sobrelleva el día a día con su entorno. Ariel es un joven de pueblo gay que, luego de una relación con un cura de la iglesia que frecuenta ayudando al comedor, con el corazón roto por el desamor decide emprender un derrotero para alcanzar el pináculo de su sexualidad. El mundo de campo es un lugar para «machos», y así se lo hace saber su padre una y otra vez. Su hermana, quien estudia en facultad (seguramente en Buenos Aires) es testigo ausente de las decisiones de un hombre en una casa regida sin figura materna, y fiel confidente de Ariel. Hombres de piel dura (2019) es la decimonovena película de Campusano, director independiente de la Zona Sur de Buenos Aires. Paralelamente a la historia de Ariel, el film se mete en la vida del sacerdote abusador que (quizás) lo llevó al joven a determinar su rol sexual. La maestría de Campusano ante la cámara, que hace de este film una obra de arte en cada plano pensado milimétricamente, choca con la mayoría de los actores que parece leyeran un guión al momento de filmar la toma. Además, la decisión de no musicalizar escenas clave que podrían terminar siendo algunas intimistas, otras dramáticas, y otras de un suspenso arrollador, le quitan peso a la trama dejándola a la deriva y sin tomar partido o posición, por ejemplo, del accionar perverso de los curas y su insistencia en tapar a sus colegas abusadores. Si bien Hombres de piel dura viene a desmitificar la figura del «macho de campo», desde este humilde punto de vista, le falta hacer hincapié más fuertemente en algunas cuestiones técnicas y en el trato que se le da a la historia.
[REVIEW] Spider-Man: Lejos de Casa. Y ahora sí, se terminó la Fase 3 del Universo Cinematográfico de Marvel y nuestro epílogo llegó en forma arácnida. Luego de los eventos acaecidos en Avengers: Endgame (2019) el mundo debe sobrevivir de nuevo al «Blip» de Thanos, pero también a la muerte de su más grande héroe: Iron Man. El duelo es llevado por su discípulo, Peter Parker (Tom Holland) más como una carga ya que la opinión pública lo posiciona como el nuevo hombre de hierro. Para escapar de todo este asedio, oportunamente Peter y sus amigos tendrán una excursión/viaje de estudios a Europa. Mientras Peter trata de despejar la mente y declarar su amor a MJ (Zendaya), una nueva amenaza emerge en forma de monstruos elementales, pero también un nuevo «héroe»: Mysterio (Jake Gyllenhaal), un soldado de otra dimensión que sabe como lidiar con estas amenazas y que precisará la ayuda de Spidey (el cual fue «secuestrado» por Nick Fury-Samuel L. Jackson) Pero nada es lo que parece en esta nueva historia del Trepamuros. Bien saben que odié la primera película de Spidey en el MCU, Spider-Man: Homecoming (2017), ya que no había visto al héroe que leí en los cómics pero ni por asomo. Esta segunda entrega, más allá de que tiene los mismos condimentos adolescentes de la primera, me pareció más dinámica, mejor estructurada y con un antagonista a la medida, quizás el mejor del MCU luego de Thanos, y muy fiel a la personalidad de los cómics. Me sigue molestando que Jon Watts recurra al gag fácil, que tome a Tony Stark como parte del problema para elaborar a todos los villanos y la ausencia del Tío Ben como la tragedia que marca la personalidad de nuestro amigable vecino (tanto que salió a aclarar que las iniciales de la maleta que lleva Peter es porque «carga con el peso de la muerte de su tío»). Otra cosa que ya es bastante tediosa es que no solamente los personajes quieren que Spider-Man sea el nuevo Iron Man, sino que el film te lo enrostra una y otra vez. Basta solamente ver cuando Peter crea su traje con tecnología Stark al ritmo de AC/DC. Aunque no son todas pálidas en esta película y, si todo héroe lo define su villano, aquí la metáfora es literal: el Mysterio de Jake Gyllenhaal (SÍ, «MYSTERIO» ES EL VILLANO. SI NO SABEN DE SPIDER-MAN, ENTONCES NO VEAN PELÍCULAS DE SPIDER-MAN) es de lo mejor que ha tenido el MCU: carismático, psicótico, amenazante. Un papel a la medida de este gran actor. Y las mejores escenas son las de los enfrentamientos entre Spidey y Mysterio, qué decir. Luego de ver Spider-Man: Lejos de Casa creo que al personaje se lo está encaminando de buena manera. No es lo que los que conocemos al trepamuros estamos acostumbrados, pero es significativamente una secuela que avanzó en calidad, y tengo que admitirlo. A quedarse a las dos escenas post-créditos porque, la primera tiene injerencia directa en la trama con una SORPRESA QUE LES VA A VOLAR LA CABEZA. Y la segunda, digamos que puede llegara a abrir una puerta a todo lo que viene en el Universo Cinematográfico de Marvel.
Clementina: Cuando el horror cotidiano supera al sobrenatural. Se estrena la ópera prima de Jimena Monteoliva, ganadora de Ventana Sur – Blood Window WIP 2016, y seleccionada para ir al Marché du Film en Cannes 2017. Una oda en contra de la violencia de género con tintes sobrenaturales. Después de ser atacada brutalmente por su esposo, Juana (Cecilia Cartasegna) regresa a su casa. El marido está prófugo y ella inicia sola su recuperación. Sonidos extraños, objetos que aparecen y que luego se pierden, sombras y voces que la persiguen: Juana no sabe si su esposo está oculto acechándola, si todo es obra de su imaginación. O quizás algo más siniestro está con ella… Así la sinopsis de Clementina (2019), un film que seguramente dará que hablar y es algo poco convencional de ver. La historia gira entorno a la protagonista, quien sufre un brutal ataque por parte de su pareja (Emiliano Carrazzone) a los pocos días de haberse mudado juntos a una nueva casa. Ella pierde su embarazo por culpa de la paliza propinada y su vecina, Olga (la siempre genial Susana Varela), la encuentra y logra salvarle la vida. Luego de este hecho, ya recuperada, Juana vuelve a su hogar para tratar de reconstruir su vida y su casa, pero no está sola: los fantasmas del pasado la acechan y algún fantasma hablando literalmente. Clementina juega con lo sobrenatural sobre todo en la primera parte, luego la violencia y la relación tóxica entre Juana y su pareja ganan el terreno del film que pasa a convertirse en una película casi de venganza, mezclando el gore pero nunca dejando de lado esa puesta en escena que maneja magistralmente Jimena Monteoliva haciéndola una historia cercana, casi como un documental. Monteoliva no es ajena a lo fantástico mezclado con lo mundano ya que, si bien este su primer film como realizadora, como productora estuvo en nada más ni nada menos que en KRYPTONITA (2015, Festival de Mar del Plata, SITGES) dirigida por Nicanor Loreti, MUJER LOBO (2014, BAFICI, Fantastic Fest, Biffan Film Festival) dirigida por Tamae Garateguy, ESTRELLAS (2007, BAFICI, La Habana, Locarno) dirigida por Federico León y Marcos Martínez, entre otras. Lo mejor de Clementina, si bien parece desinflarse en el medio y casi al final, es que nunca toma una postura progre, sino que muestra la violencia machista pero también la toxicidad en las parejas, y ahí creo que radica el fuerte de la película: un relato adulto y consciente de los tiempos en el que el odio le gana cada vez más terreno al amor.
Abrakadabra: Nada es lo que parece. Los hermanos Onetti se despachan con el último capítulo en su trilogía homenaje al giallo y, qué decir, es una maravilla visual y estética. Para los neófitos, el giallo es un sub-género cinematográfico que nació en Italia y que tiene como máximo exponente a Dario Argento. El giallo fue una mixtura de varios géneros como el noir, el terror, el gótico y el erótico, entre otros. La estética que manejaba estaba colmada de colores saturados, sobreactuaciones, atmósferas lisérgicas y asesinos de guantes negros con serios problemas mentales. El giallo fue el padre de otro sub-género quizás más reconocido: el slasher. Los hermanos Nicolás y Luciano Onetti mamaron este cine y se puede ver desde el primer fotograma. Además, este film completa una trilogía empezada con Francesca (2015) y Sonno Profondo (2013), también dos giallos. A los hermanos Onetti los conocemos por la cinta comercial Los Olvidados, (2018) que homenajeaba al slasher duro y puro como The Texas Chain Saw Massacre (1974) de Tobe Hooper. Sin haber visto los anteriores dos filmes que completan la trilogía, debo decir como admirador de esta clase de cine que los Onetti ya dejaron de ser una promesa del cine de género nacional para ser una realidad a la que hay que darle más importancia de la que tienen. Abrakadabra (2019) comienza con un viaje al pasado: el mago «El Gran Dante» realiza su último acto en el que es asesinado por su ayudante y amigo. 35 años después, su hijo Lorenzo (Germán Baudino), también ilusionista, regresa a su ciudad para presentar su show. De ahí en más la historia se complica cuando aparece un asesino en serie que comienza su raíd criminal y todo parece señalar a Lorenzo como el máximo responsable. Desde los créditos iniciales podemos ver los homenajes que los realizadores hacen al género y al cine en general: la imagen del ilusionista con esa espiral hipnótica nos remite inmediatamente a Vértigo (1958). Pero el guiño al maestro Alfred Hitchcock no se queda ahí nomás, ya que además de tener lo usual en esta clase de productos alla italiana (asesinos con guantes, el extranjero que visita un lugar y se ve inmerso en un misterio, la investigación, la paleta de colores saturada, la música beat y tantas cosas más), el trauma del asesino nos lleva directamente al recuerdo de Norman Bates en Psycho (1960). Además de la atmósfera que recrea la década del 70 de forma impecable por la corrección de color e, incluso, la distorsión del sonido para que estemos ante una obra de esa época, el plus es el doblaje al italiano de los actores. Igualmente, tanto el cine de Hitchcock y el exploitation al que remite directamente The Wizard of Gore (1970) son sub-géneros que nutren al giallo, como así también el giallo los nutre a ellos. Es como si el círculo se cerrara y el cine nos enseñara que, viviendo de manera holística, el enriquecimiento cultural es mayor y más fructífero. Si hay algo que reprocharle a Abrakadabra (2019) y a los Onetti es que el personaje de Lorenzo no tiene un peso dramático como los personajes de, por ejemplo, Darío Argento. Pero siempre hay tiempo para perfeccionar. Además, así como la magia, el cine es un ejercicio de ilusión. Y en el ilusionismo (como en cualquier aspecto de la vida) la práctica hace al Maestro. Y los hermanos Onetti lo saben más que nadie y, más importante, van por el camino correcto.
[REVIEW] Avengers: Endgame. Entre tragedia griega, sacrificios, aventuras y epicidad culmina una Era. La nueva Era Dorada de los Superhéroes. Hablar del Marvel Cinematic Universe sin hablar de más de una veintena de películas sería ilógico. Esto es un nuevo hito en la historia de la cinematografía mundial. Ya no hay lugar para el crítico de pelo gris que habla sobre un film en particular y lo analiza reflotando vieja poesía o clásicos inoxidables. Esto es una franquicia que, si no se ve como se debe (ergo, TODAS LAS PELÍCULAS QUE LA COMPONEN), no se disfruta. No se siente. No se vive. Y no son secuelas, son partes de un todo. Es como leer cómics, y el lector asiduo lo sabe: si te perdiste un tie-in, literalmente te perdiste una parte de la historia o el evento del momento. Pero como dijo Samuel L. Jackson en su papel de Nick Fury allá por el 2012 en Avengers: «Hubo una idea. Reunir a un grupo de seres extraordinarios…». Esta frase podríamos ponerla en la boca de Kevin Feige, el gran ideólogo del nuevo cine superheroico. Un cine que mueve masas. Seas fan (y es la Era de los Fans) o no, no podés quedar afuera de estos eventos. Recuerdo una pareja de personas de más de 50 (diría 60) años que estaban delante mío en la fila para sacar una entrada, allá por el 2012, y ver esa nueva película de Marvel. Se preguntaban sobre los personajes, que quién era quién o cuál. Ahí llegué a entender, por vez primera, el aparato que se estaba creando y la magnitud que tendrían estas hazañas. Y todo comenzó con una «idea». Iron Man (2008) no sólo reflotó la carrera de un ex-adicto Robert Downey Jr., sino que hizo que Tony Stark y el actor fuesen indistinguibles. No se sabe donde comienza el actor y termina el personaje. Tanto es así que mucha de la impronta de «Robertito» fue a parar a las viñetas que salieron luego de esta película. Kevin Feige, Marvel y Disney supieron plasmar un cómic en la pantalla grande y, la mayoría de la gente que nunca leyó un historieta, ahora se ve inmersa en una. Probablemente sin darse cuenta. Esa es la magia del Universo Cinemático Marvel. Y esta semana, llega a su fin. Un fin con un sabor agridulce. Todo concluye al fin… Luego de los eventos de Avengers: Infinity War (2018) el mundo quedó abatido. Nuestros héroes (los que quedaron vivos) tratan de sobrellevar la pérdida de la mejor manera que pueden. Hasta que un nuevo brote de esperanza vuelve a levantarlos de la silla para iniciar el camino que los llevará a la redención y al sacrificio. Hablar de Avengers: Endgame es MUY difícil. Ya lo escucharán o leerán en otros colegas también, por eso voy a tratar de contar mi experiencia y lo que pueden llegar a esperar del film. La película tiene tres tramos muy marcados: el primero sería el recorrido del duelo que nuestros héroes y toda la humanidad tiene que atravesar luego del chasquido de Thanos. La segunda, más «aventurera» y, la tercera, el conflicto final. Estos tres arcos tienen en sí mismos sus propios ejes y conflictos pero, también, interactúan entre sí. Esto es lo mágico que hicieron los hermanos Russo y como Avengers: Endgame es una carta de amor y un cierre brillante a la tercera fase del MCU (aunque digan que Spiderman: Far From Home en realidad es el cierre). La película está llena de referencias y personajes. No solo de las películas para el cine, sino de todo el MCU en su totalidad. Hay momentos que recorren de una u otra manera estos 11 años de andamiaje fílmico y comiquero. Allí, donde nadie pudo lograrlo, siempre estuvo Marvel. Y por eso estos 11 años se ven reflejados en 3 horas de metraje. 3 horas que no parecen tales y que les da un cierre definitivo a esta Saga del Infinito y abre varias puertas hacia un futuro incierto. Pero si siguen en el mismo camino, tendremos MCU para rato.
Capitana Marvel: Más de lo mismo (y sin ganas). Luego de varias controversias (que parece más anti marketing que otra cosa) llega la nueva heroína del MCU con una fórmula ya gastada. Más de 10 años de películas. Escenas épicas. Y un desbarranque total que comenzó, para este humilde servidor, en Guardians of The Galaxy (2014), un film hecho pura y exclusivamente para ser una fantochada de héroes cósmicos que, en realidad, son mercenarios con más profundidad que en el mamotreto de James Gunn. Luego de más fallidos que aciertos, tenemos joyas (por decirlo de alguna manera) como Doctor Strange (2016) que, en su peculiaridad, entretiene y nos habla de algo más que el “camino del héroe”. Sin embargo, el rave parade que fue Thor: Ragnarok (2017) terminó por afianzar la ridiculización al máximo de uno de los personajes más poderosos del Universo Marvel. ¡Un Dios, por las barbas de Odin! No puede ser que para darle un grado de simpatía a un personaje que no lo tiene, porque no lo necesita, PORQUE ES UN FUCKING DIOS, y contentar a esa horda sub-normal de fans de más de 40 años necesitemos un vómito multicolor donde lo único que se destaca es la música de Led Zeppelin, ultrajada en dos escenas. Claro, a estas alturas nadie es tan “poderoso” en el MCU. Entonces pongamos a una mujer. Colguémonos de la ola feminista y saquemos de la galera un personaje que no es más que una imitación de Green Lantern y démosle el mote de “la más poderosa”. Hubiese funcionado, ¿por qué no? Si para ello no hubiesen utilizado la fórmula gastada que viene utilizando hace una década. Solamente hicieron que Carol Danvers tuviese amnesia como para que el estilo narrativo pase desapercibido…a un niño de 6 años. Quizás, vuelvo a insistir, estos films no están dirigidos a los boludones con pelo en pecho (como ya lo dije cuando se estrenó Spider-Man: Homecoming) sino a niños. De última, pre-adolescentes. Pero no los subestimemos tanto, amigos. La historia, comienza con Vers (Brie Larson), guerrera Kree que junto a su mentor Yon-Rogg (Jude Law) combaten las fuerzas del mal encarnadas por los Skrulls, unos bichos verdes que pueden cambiar formas. Todo se va al carajo cuando Vers es secuestrada en un emboscada y estos Skrulls comienzan a hurgar en sus recuerdos para encontrar un motor que, dicen, viaja a la velocidad de la luz. Ella escapa con sus poderes y va a parar a un Planeta Tierra en la década del 90, muy grunge y con un Nick Fury (Samuel L. Jackson) y Phil Coulson (Clark Gregg) novatos. Juntos comenzarán disparatadas aventuras mientras Vers intentará reconstruir su pasado terrestre como Carol Danvers, combatir a Talos (Ben Medelsohn) el líder Skrull, y convertirse en la Capitana Marvel. Mucha acción, muchas buenas escenas que no dan respiro para un argumento pobre que no hace brillar a su cuestionada protagonista. Todo fue para nada (¡¿Y por qué le cambiaron el background a Mar-Vell?!) Obviamente hay dos escenas post-créditos (como siempre una mejor que la otra) y un emocionante homenaje a la figura de Stan Lee desde el comienzo del film.
Olmedo, el rey de la risa: Negro querido. Mariano Olmedo, hijo del gran comediante argentino, decide homenajearlo con una película que repasa casi toda su vida. Emocionante. Para quienes no lo conocen, Alberto Olmedo fue un comediante argentino de radio, teatro y televisión que tuvo su apogeo allá por la década del 80. Su estilo irreverente, descontracturado y muy visionario lo destacaron de entre sus pares y lo convirtieron en una estrella rutilante de la escena local. Hubo un antes y un después del “Negro” en la comedia argentina. Nadie podrá superarlo y su repentina muerte fue un shock para todo el ambiente artístico, como así también para el público en general. Partiendo de su infancia humilde, sus comienzos como acróbata y comediante en Rosario, la fuerte relación con sus eternos amigos del alma, su partida a probar suerte a Buenos Aires, pasando por todas las etapas desconocidas para el público de una carrera brillante. Su hijo Mariano, con el afán de homenajearlo, decide filmar la vida de su padre. La película se lleva a cabo contando con la intervención de una periodista (Marcela Baños) que logra, mediante sus entrevistas, hacer confluir el pasado glorioso del genial comediante con la idea de Mariano por realizar el tributo. Mediante una minuciosa edición, se incluyen pasajes de las producciones cinematográficas en las que participó Alberto Olmedo y escenas reales de su vida cotidiana reflejadas a través de videos, películas caseras y entrevistas televisivas, seleccionadas después de una intensa búsqueda. Este material se fusiona con testimonios de distintas personalidades (en las que se incluyen “Palito Ortega”, Diego Capusotto y Guillermo Francella entre otros). Mariano Olmedo logra dar su punto de vista sobre su padre en esta biopic de docu-ficción. Los relatos dramatizados se van fusionando junto a aquellos revelados por sus hijos (todos) y cada uno da su opinión, o lo que pudo llegar a vivir o no con su padre. La fama, el estrellato, la caída, el vacío de su partida. El film no pretende ser un cuento emotivo ni indagar esos momentos que todos sabemos, fueron de locura y éxtasis, sino que se centra en las mejores épocas de Alberto Olmedo. Así, el relato se convierte más en una charla anecdótica de una familia homenajeando a su padre, y el relato se hace carne. Para los que no lo conocen, o para aquellos que lo recordamos y hemos visto, “Olmedo, el rey de la risa” termina siendo una excelente y emotiva memorabilia de una figura que se quedó para siempre en nuestros corazones.