¿Santa madre? A casi una década de su controvertido estreno en Italia (recibió un fuerte cuestionamiento de vastos sectores de la Iglesia por su supuesto contenido blasfemo) y su paso por la competencia oficial del Festival de Cannes 2002, llega esta gran película de Marco Bellochio, sin dudas uno de los mejores directores de la historia del cine de ese país. Se trata de un film duro, exigente y muy provocador, cuyo demorado lanzamiento local en DVD ampliado se debe más a un cálculo comercial luego del sorprendente éxito conseguido aquí por Vincere que al genuino interés por distribuiir una propuesta de estas dimensiones y alcances. Sea cual fuere el motivo real, resulta bienvenido su arribo a las salas argentinas para generar lo que podría ser un rico debate intelectual y cinéfilo. Habituado desde hace décadas a las polémicas, el creador de El diablo en el cuerpo se centra aquí en los dilemas morales de Ernesto (el gran Sergio Castellitto, ganador del European Film Award por este trabajo), un artista plástico ateo que debe enfrentar una compleja confabulación por parte de su familia, que apuesta su futuro a la casi segura canonización de la madre del protagonista, asesinada por su hermano insano. Con un estilo visual y narrativo tan sugerente como extraño (en el que nada es como parece y en el que el director ofrece más indicios que certezas), La hora de la religión resulta muy interesante en la incursión en la torturada mente de Ernesto, por más que algunos elementos y situaciones no se resuelvan en los términos en que el espectador convencional está acostumbrado a que le "cierren" las historias. Así, aun cuando puede resultar algo desconcertante, esta épica familiar / psicológica / espiritual es otro saludable reencuentro con un director único, poderoso e inteligente como Bellocchio.
Durante la reciente cobertura de la 25ª edición de Mar del Plata escribí una líneas sobre esta película de Lucas Blanco en la que expresaba lo siguiente: "No entiendo por qué esta película está en Competencia Latinoamericana. Es más, no entiendo por qué está en el festival. No sólo no tiene nada novedoso, experimental, arriesgado que proponer sino que tampoco funciona como aplicación de las fórmulas más elementales de la comedia romántica coral". Más insólito e inexplicable resultó que, pocos días más tarde, este film compartió nada menos que el premio de esa sección con la peruana Octubre, una propuesta que se ubica en las antípodas estéticas, narrativas y temáticas. Vista en el contexto del festival, Amor en tránsito me generó una reacción quizás excesivamente dura, al borde de la crispación (de hecho, ahora, ya más tranquilo, decidí subirle un punto, de 3 a 4, su calificación para esta crítica), pero sigo sosteniendo lo mismo que cuando la ví, con público (que aplaudió al final), en una función matinal en el complejo Cinema de Mar del Plata. Escribí entonces: "Cuatro personajes, (des)encuentros, cruces, contradicciones, enredos... y poco más. La narración es chata y no fluye, las situaciones (que tienen que ver también con el tema del exilio) y los parlamentos son elementales, el guión es de manual, las actuaciones son muy flojas (con la excepción de la expresiva Verónica Pelaccini), los cuatro carilindos protagonistas son fotogénicos y poco más". Cierro esta revisión de aquella reseña sosteniendo que se trata de un film que no da para la indignación. Es un producto menor, hecho con profesionalismo y buenas intenciones. Pero el resultado final está muy lejos de ser lo eficaz que una apuesta así necesitaría para que el cine argentino necesita para conectarse y reconciliarse con una audiencia masiva.
Menos de lo mismo A fines de los años '20 y comienzos de los '30, el escritor Robert E. Howard creó varios personajes de enorme popularidad dentro del género de espada y brujería. Uno de ellos, Conan el bárbaro, ya había tenido su paso por el cine y ahora es el turno de Solomon Kane, que debe enfrentar a fuerzas diabólicas, redimirse de su pasado violento y codicioso, y rescatar a una inocente joven. La historia de este peregrino (James Purefoy) lleno de traumas del pasado que busca sanar sus heridas resulta un solemne, estereotipado y previsible relato que combina elementos ya vistos en decenas de títulos, desde Van Helsing hasta El señor de los anillos. El despliegue visual (con muchas CGI para construir un mundo desolado por las guerras, la pobreza y, claro, las acciones de demonios, brujas y hechiceros) es digno y profesional, pero nada más. Tampoco es un film que luzca por encima de la media que hoy puede ofrecer el cine a gran escala. En definitiva, como sostiene el título, resulta menos de lo mismo.
El ataque de los efectos digitales En Skyline, la invasión, se luce el know-how de sus directores en materia de CGI Considerados dos de los máximos artistas en el universo de las imágenes generadas por computadora (CGI en la jerga profesional), los hermanos Strause fueron responsables de algunas de las secuencias más espectaculares de Avatar, 2012, X-Men, Iron Man 2, El curioso caso de Benjamin Button y 300 , entre más de 60 títulos. Como directores, en cambio, sólo filmaron hasta el momento dos largometrajes: Aliens vs. Depredador 2 y ahora Skyline: La invasión . Producción independiente de bajo presupuesto (10 millones de dólares en total, lo que gasta James Cameron en un par de jornadas de filmación), Skyline: La invasión es una típica historia de cine-catástrofe con tono épico y look apocalíptico sobre -otra vez- extraterrestres devastando la Tierra para, en este caso, alimentarse de los cerebros humanos. Ni el guión (tan correcto como previsible) ni los actores (carilindos e inexpresivos surgidos en su mayoría de series televisivas) son particularmente destacables, pero la historia funciona bastante bien en los términos en que está planteado: un film con espíritu casi bizarro propio del cine de clase B, pero -en el principal logro de todos- con un despliegue visual que muchas superproducciones de los grandes estudios envidiarían: las inmensas naves invasoras, los alienígenas (robots que se asemejan a gorilas o arañas), las calles de Los Angeles destruidas, los humanos abducidos? todo luce creíble e impactante. Mérito de los hermanos Strause, que pusieron todo su know-how técnico y creativo para suplir la modestia de recursos. En este sentido, el resultado es parecido al de Sector 9 , otro film de ciencia ficción y terror que consagró al sudafricano Neil Blongkamp. La trama, quedó dicho, es lo menos importante. Hay una pareja de neoyorquinos que llega a Los Angeles invitada por un amigo que vive a todo lujo. Ella está embarazada y a él lo sorprenden con una oferta laboral para que se instale en California. Pero a los pocos minutos empieza -sin que se sepa muy bien por qué- la ofensiva extraterrestre y, así, los dos protagonistas y un puñado de vecinos deberán resistir los ataques dentro de un rascacielos. El film, por supuesto, es derivativo de muchos otros ( Alien, Día de la Independencia, Guerra de los Mundos ), pero su falta de ambiciones desmedidas, su espíritu lúdico y sus hallazgos estéticos resultan suficientes como para compensar las limitaciones dramáticas y los lugares comunes de su propuesta.
Queremos tanto a Almodóvar y John Waters... Rodada con un presupuesto mínimo pero pletórica de ideas, Las hermanas L es una comedia "psicosexual" y "multiorgásmica" (así la han promocionado desde los distintos afiches) que resulta heredera -salvando las distancias, claro- del espíritu desaforado y desprejuiciado del cine del primer Pedro Almodóvar y de John Waters. El tríangulo amoroso entre dos hermanas (Silvina Acosta y Florencia Braier) y el marido de una de ellas (Esteban Meloni), la relación entre la mayor y un adolescente al que supuestamente debe impartirle clases de inglés (aunque en realidad le enseña otras cosas), las desventuras de una escritora de cuentos eróticos (una Soledad Silveyra desatada) y las clases de teatro kabuki que ofrece un profesor gay (Daniel Fanego) son algunos de los ejes de un film que avanza a toda velocidad, con grandes momentos (y de los otros). Despareja, irregular, caprichosa, Las hermanas L. se sostiene en buena parte de sus 98 minutos por la ductilidad y el timing del trío protagónico, y por una lograda puesta en escena "urgente" que apela a mucha cámara en mano. Tras la agradable sorpresa de UPA! Una Película Argentina, se trata de un más que digno segundo paso de (parte de) aquel grupo que pretende (y logra) romper con la solemnidad / sordidez /autoimportancia de buena parte del nuevo cine argentino.
Orgullo latino El prolífico y siempre provocador Robert Rodriguez (aquí con la colaboración de Ethan Maniquis) retoma el espíritu de y su pasión por el cine clase B (clase Z) de los años '70 que ya había desarrollado junto a su amigo Quentin Tarantino en el díptico Grindhouse, pero en esta ocasión le agrega un fuerte condimento político (para algunos bastante oportunista) al abordar de manera satírica el conflicto inmigratorio en la frontera entre México y Texas. El film es hiper sangriento, bizarro y divertido. A mí, su "denuncia" me pareció un poco burda y obvia, pero al mismo tiempo bastante revulsiva para los cánones del mainstream hollywoodense actual. Y no me molestó en absoluto. El cóctel de humor negrísimo, acción, erotismo, western y gore (decenas de cabezas despedazadas vía CGI) funciona bien, aunque siempre con las limitaciones y el déjà v del caso. El mayor placer, claro, reside en ver a grandes estrellas "sometiéndose" a los caprichos de RR en papeles absolutamente delirantes, exagerados, artificiales y alejados por completo de lo que suelen hacer. El gran Danny Trejo (eterno secundario) alcanza con su rostro curtido de arrugas a sus casi 70 años de edad el merecido protagónico que venia demandando como esta suerte de superhéroe latino que enfrenta -con el apoyo de una amplia red clandestina de mexicanos y vecinos- a lo más rancio y conservador del establishment político (encabezado por el senador ultraderechista encarnado por Robert De Niro que, en la comparación, deja a George W. Bush como un progre bienpensante) y del narcotráfico (un malvadísimo Steven Seagal). También están las "chicas", que caen rendidas ante el fornido latin-lover de Machete: Jessica Alba, Michelle Rodriguez y hasta Lindsay Lohan en plan autoparódico. Para completar el disfrute, aparecen Tom Savini, Jeff Fahey, Cheech Marin y Don Johnson en personajes que en todos los casos tienen su desarrollo y posibilidades de lucimiento. Película sobre el odio, la venganza, el racismo, las diferencias de clase y el orgullo latino, Machete resulta un simpático exponente del cine de género. Con el sello inconfundible de este director texano que, desde El mariachi hasta la fecha (ya son casi dos décadas), ha logado reflejarse en el pasado del cine de bajo presupuesto para luego reirse de las convenciones, los clisés, los estereotipos y los lugares comunes de una factoría llena de prejuicios y fórmulas como la de Hollywood.
La vida te da sorpresas El milanés Silvio Soldini es -quizás con Gabriele Muccino, ya "importado" por Hollywood- el director de cine "serio" más exitoso y exportable de Italia. Sus películas son intensas, emotivas, solventes, "universales", bien actuadas. El problema con Cosa voglio di più -más allá de cierto esquematismo en su guión y en la pintura de algunos personajes- es que aborda un tema bastante más transitado (casi al borde del lugar común) que Pan y tulipanes o Sonrisas y lágrimas: el adulterio y la pasión entre casados. Anna y Domenico (Alba Rohrwacher y Pierfrancesco Favino) rondan los 40 años y viven en las cercanías de Milán. Ella es una rubia bien "europea" y él, un calabrés morochazo. Ambos están casados desde hace tiempo y son aparentemente felices, pero se conocen en una fiesta (ella como invitada y él, como empleado del servicio de catering) y allí empieza el fogoso, imparable romance. Será, por lo tanto, el tiempo de las tentaciones, pero también de las mentiras hacia sus familiares para las sucesivas escapadas (incluída una a Túnez), las inseguridades, las contradicciones, los reproches, la culpa. Como se verá, no hay nada demasiado novedoso en esta propuesta de Soldini, pero el director lleva el relato (de excesivos 126 minutos y fotografiado por el talentoso DF argentino Ramiro Civita) a un razonable buen puerto gracias a su indudable capacidad narrativa y a la exposición de ese sustrato de vacío existencial, de ese estado de confusión (casi de negación) que domina a buena parte de la sociedad italiana berlusconiana. Un film menor, pero en varios sentidos bastante disfrutable.
Humor crudo y desprejuiciado Jackass 3D será disfrutado en plenitud sólo por quienes gustan de los extremos En esta tercera película (primera para salas 3D) basada en el popular programa de la cadena MTV, liderado por Johnny Knoxville, se mantiene y se amplifica el espíritu provocativo y la apuesta por un humor que incluye bromas muy pesadas, situaciones extremas y una buena dosis de escatología con una autoconsciente exaltación del mal gusto. Quedan advertidos, pues, los espíritus sensibles e impresionables, que muy probablemente se sentirán ofendidos e indignados ante la batería de excesos que ofrecen en pantalla estos viejos amigos que se niegan a abandonar su veta adolescente pese a que andan ya por entre los treinta y cuarenta años. Describir en detalle cada uno de los segmentos (que duran entre unos pocos segundos hasta un par de minutos) puede resultar ingrato para el lector desprevenido y quitar parte del encanto para los fans de los Jackass. Sólo basta decir que hay una introducción a cargo de los personajes animados Beavis y Butthead -otros referentes de la incorrección política- y que luego esta pandilla integrada, entre otros, por enanos y obesos protagoniza situaciones peligrosas (pendulan por lo general entre la velocidad y la violencia) y otras que incluyen todo tipo de fluidos corporales (vómitos, sudor, excrementos) pasando por situaciones sadomasoquistas o chistes muy negros. Con semejante descripción, no pocos se preguntarán por la calificación positiva de esta crítica, pero para quienes no se asusten (o incluso disfruten) de este humor físico (son herederos del mejor slapstick ), de esta apuesta lúdica, de esta reivindicación de la camaradería masculina, hay no poco ingenio y audacia en unos cuantos de los sketches y las pruebas (impagable el que los enfrenta con la potencia de la turbina de un avión) dignos de los más encumbrados dobles de riesgo ( stunts en la jerga del cine). Este espectáculo, crudo y desprejuiciado como pocos (estos bufones heredaron el estilo de Los Tres Chiflados para luego potenciarlo hasta la exageración y hacerlo estallar por los aires), está destinado, por lo tanto, sólo a quienes se sientan atraídos por los extremos y no tengan miedo de confrontar con el ridículo. Los demás, mejor abstenerse.
Buscavidas En su segundo largometraje, Jorge Zima (Noche en la terraza) busca recuperar un género poco transitado en los últimos tiempos (la comedia de enredos con aspiraciones populares) que sólo la factoría Suar, Juan Taratuto y algunos pocos exponentes más han sabido cultivar con buena repercusión. Para semejante desafío (no es fácil hacer una digna comedia y, mucho menos, llegar a un público masivo), Zima se rodeó de actores dúctiles como Rodrigo de la Serna y Erica Rivas (pareja en la vida real y en la ficción), Roberto Carnaghi, María Fiorentino y un descubrimiento como Juan Vattuone. El resultado es un film leve, que apuesta por un humor zumbón y que, a pesar de sus desniveles, resulta simpático y, en varios pasajes, bastante entretenido. Es cierto que la dupla De la Serna-Rivas (dos de mis intérpretes favoritos) merecerían un guión todavía más sólido y punzante para demostrar todas sus facetas, pero aún con las limitaciones y concesiones de esta historia salen más que airosos. De la Serna es Oscar, un típico chanta y buscavidas porteño que regentea junto a su tío (Carnaghi) una compañía discográfica en decadencia. Mientras intentan, sin suerte, sobrevivir con la venta de viejos discos a coleccionistas asiáticos o con el lanzamiento de carilindos jóvenes, descubren que un viejo tema del sello, A papá mono, ha sido remixado por una banda noruega de música electrónica que lo ha convertido en un hit. A punto de viajar a Miami con su novia Natalia (Rivas), una chica superficial y algo naïf pero sensible y bienintencionada, Oscar cambia de planes y la lleva (engañada) hacia las sierras de Córdoba (lejos del esplendor turístico), donde -cree- vive el autor del tema original -editado sin ningún éxito tres décadas atrás- que podría convertirlo en millonario gracias a las suculentas regalías. Lo que sigue es una sucesión de desventuras, tropiezos, improvisaciones, malosentendidos, engaños y vueltas de tuerca que por momentos resultan ingeniosos y, en otros, apelan a un vértigo algo confuso. El film es premeditada, orgullosamente "grasa" y kitsch, mientras se juega por los estereotipos para luego trascenderlos con una buena dosis de sensibilidad. Por momentos, para mi gusto al menos, elige un tono algo exagerado y utliza la pegadiza música (del propio Zima) de forma demasiado enfática. De todas maneras, quedó dicho, se trata de una comedia (romántico-musical, pero también con toques de suspenso) que tiene unos cuantos atributos como para contactar con el público. Veremos si lo logra.
De cómo filmar los sentimientos El prolífico -y siempre interesante- director francés Benoît Jacquot se reencuentra con una de sus actrices-fetiche, la inmensa Isabelle Huppert, para una película fascinante e inasible a la vez, de esas en apariencia pequeña pero de muy compleja y ambiciosa realización. Se trata de una historia que no se sostiene demasiado en una trama convencional, en las típicas relaciones de causa-efecto sino que se propone (nada menos) que abordar los sentimientos, los estados de ánimo, la intimidad, la introspección de una mujer que decide terminar con su vida anterior y aventurarse hacia nuevos destinos. En esta transposición del best-seller de Pascal Quignard (el mismo de Todas las mañanas del mundo), Huppert interpreta a Ann, una famosa compositora y concertista de piano que descubre a su marido Thomas (Xavier Beauvois, director de la inmensa Des hommes et des dieux) besando a otra mujer y, a los pocos instantes, se reencuentra con Georges (Jean-Hugues Anglade), un viejo amigo que se convertirá en su confidente y protector. La protagonista abandona todo (esposo, obligaciones profesionales, posesiones y hasta su identidad) y se retira a la perdida isla italiana del título. Allí, tendrá un fugaz affaire (con una mujer) y algún que otro reencuentro familiar, pero lo que en definitiva ella busca es recuperar la soledad para repensarse y reconstituirse. Lejos del cine demagógico de autoayuda a-lo-Comer, rezar, amar, Villa Amalia resulta un film estimulante y a la vez algo árido, parco, como su protagonista. La dupla Jacquot-Huppert sigue -después de tanto tiempo- transitando nuevos caminos, probando, evitando las fórmulas y los lugares comunes. Los verdaderamente grandes son aquellos que, habiéndolo conseguido todo, siguen buscando cual entusiastas principiantes. La audacia y la innovación no son patrimonio exclusivo de los jóvenes.