Cautivos del mal En el regreso al cine de su país luego de varios proyectos en Francia y de su fallida remake de Funny Games en los Estados Unidos, Michael Haneke ganó la Palma de Oro en Cannes (festival que ya lo había premiado por La pianista y Caché: Escondido) con La cinta blanca, una película de dos horas y media, rodada en blanco y negro, y ambientada en una pequeña y muy rígida comunidad protestante del norte de Alemania poco antes del inicio de la Primera Guerra Mundial. Película de estructura coral, narrada con enorme rigor, profundidad y precisión, La cinta blanca apela al esquema de pueblo chico-infierno grande para describir, a partir de la voz en off del maestro de escuela del lugar, las historias de vida de los habitantes de esta comunidad rural, dominados por el fanatismo religioso, la represión sexual, la falta de afecto, las dificultades laborales y las diferencias sociales. La exposición de los secretos y mentiras de los distintos matrimonios y las conflictivas relaciones entre padres e hijos (son todas familias numerosas) van dando lugar a las crecientes explosiones de violencia, rebeldías, delaciones, castigos y suicidios en un film complejo, impecable e implacable. La fotografía en blanco y negro (digital) a cargo de Christian Berger (también nominado al Oscar) es un deleite visual. Espero que las copias en fílmico con que se estrena en los cines argentinos le hagan justicia a su magistral trabajo. No tan a favor (Por Sergio Wolf) La confusión entre “grandes películas” y “películas grandes” es la que ha motivado enormes malentendidos, como el que ocurrió con La cinta blanca, de Michael Haneke. La indudable densidad de Haneke, el refinamiento con que despliega las líneas dramáticas y el tejido de tela de araña que inventa para articularlas, son notables. Pero también es notable la precisión del cálculo. Es curioso que el punto en cuestión sea justamente la precisión del cálculo porque es un rasgo inherente al “estilo Haneke”, en la medida en que parte del impacto de su cine se sostuvo siempre en su justeza para aplicar los golpes de efecto más contundentes en los momentos más apropiados. Lo que ocurre con su última película, paradójicamente, es lo contrario: con el objetivo de confortar a públicos y jurados frecuentemente reactivos a sus impactos, las situaciones de La cinta blanca se detienen justo en los momentos en que en películas anteriores el tono enloquecía y se volvía desmesurado, incontrolable y visceral. Así, la precisión del cálculo tiene un sentido, un objetivo y sentido opuesto en esta película en la que Haneke fusiona al Bergman de El huevo de la serpiente con el Carpenter de Village of the Damned.
La italianidad al palo El éxito mundial de las tragicomedias románticas de estructura coral dirigidas por Gabriele Muccino (El último beso, Ricordati di me) hizo que el cine italiano alimentara sin descanso un género aparte: historias de parejas que se entrecruzan sostenidas por intérpretes muy conocidos del cine y la televisión local. En esa línea se ubica, también, Todos tenemos un ex, film que gozó del apoyo de dos millones de espectadores en su país y que consiguió 9 nominaciones al premio David di Donatello (el Oscar peninsular). Aquí, como bien indica el título original del film (Ex), el eje pasa por las relaciones de pareja o, más bien, con las ex parejas. La película transita momentos cómicos y otros melodramáticos (accidentes, muertes), va del realismo al grotesco, de lo irónico a lo nostálgico con resultados irregulares: hay pasajes inspirados por lo emotivo o lo impiadoso; y otros que dan vergüenza ajena, como si fuesen un rejunte de clisés, estereotipos y ese sentimentalismo tan caro a la italianidad al palo. Hay parejas que se separan, que se vuelven a juntar, que se extrañan, que se odian, que aman a sus hijos o que los odian. Esta mirada panorámica y abarcadora, algo así como un intento de retrato social y generacional, cae inevitablemente en la dispersión y la superficialidad: no hay tiempo de profundizar en cada episodio y, por lo tanto, las cosas se resuelven muchas con el trazo grueso y, a veces, con el lugar común. De todas maneras, Brizzi le imprime a la narración una dimensión lúdica, leve y bastante fluida que hace bastante llevaderas las dos horas de relato. Los intérpretes -en su gran mayoría- están muy bien, aunque los desbordes (de los personajes más que de las actuaciones) hacen que haya algún exceso en diálogos o gesticulaciones. Todos tenemos un ex no es una gran película, está claro, pero sí una mirada interesante a ciertos elementos de la sociedad "berlusconizada". Para quienes gusten del cine italiano a-lo-Muccino, entonces, se trata de una opción para nada desdeñable.
El director francés de El transportador 1 y 2, Danny the Dog: Entrenado para matar y Hulk fue el elegido para "reciclar" otro film de los años '80 -Clash of the Titans (1981)- sobre la batalla entre dioses, semidioses, exóticas criaturas y humanos con todo el despliegue de efectos visuales que hoy puede regalar la industria de Hollywood (aunque inspirados en el trabajo original del gran Ray Harryhausen). Sam Worthington (el héroe de acción favorito del momento) está aquí menos convincente que en Avatar y Terminator: La salvación, Liam Neeson (como Zeus) y Ralph Fiennes (como el malvadísimo Hades) tienen sus "numeritos", mientras que Gemma Arterton y Alexa Davalos aportan su belleza y poco más. El guión es menos que discreto (para colmo, hay escenas muy similares a las que se vieron en la reciente Percy Jackson y el ladrón del rayo), así que sólo queda el "consuelo" de apreciar un par de set-pieces espectaculares. Eso es todo.
Esta película dirigida y coescrita por Brandon Camp es la segunda comedia romántica con Jennifer Aniston que se estrena en el lapso de dos semanas (ésta, sin ser ninguna maravilla, es infinítamente mejor a la vergonzosa El caza recompensas). La explicación –además del guión, claro- hay que buscarla en que aquí tiene como contraparte a un siempre convincente Aaron Eckhart. Eckhart es Burke Ryan, un psicólogo que se ha convertido en una celebridad pública a partir de un libro de autoayuda en el que describe su experiencia personal tras la muerte de su esposa en un accidente de tránsito. Pero Burke es un hipócrita, un farsante, un negador que proyecta en los demás todo aquello que él es incapaz de aceptar y confrontar. Aniston es Eloise Chandler, una florista que decide terminar con otra frustrante relación afectiva. A pesar de ciertos exagerados toques melodramáticos (la relación de Ryan con su suegro interpretado por Martin Sheen y con un hombre quebrado por la muerte de sus hijos que encarna John Carroll Lynch) y de algunos lugares comunes de la comedia romántica (los diálogos de la protagonista con su empleada y confidente), Camp se las ingenia para redondear un producto bastante aceptable, con una mirada bastante despiadada al universo de la autoayuda y una ironía que remite por momentos a Amor sin escala, con Eckhart en lugar de George Clooney.
Comedia disparatada y muy disfrutable Tina Fey y Steve Carell, con una química especial El guión de Una noche fuera de serie no es particularmente novedoso, sorprendente ni innovador (se centra en las desventuras de un matrimonio con hijos bastante previsible que vive una noche de furia en la línea del film Después de hora y termina siendo perseguido por mafiosos y policías corruptos), pero la capacidad histriónica y la tan mentada química entre sus dos protagonistas la convierten en una comedia disfrutable. Con una formación similar y exitosos presentes en series televisivas (él, en The Office; ella, en 30 Rock), Steve Carell y Tina Fey se lucen y sostienen a puro humor físico, con una gesticulación perfecta y con un envidiable timing para cada línea de los filosos diálogos los poco más de 80 minutos que dura esta historia de enredos románticos y policiales. Tras el divorcio de una pareja de amigos, Phil y Claire intentan reavivar su matrimonio con una cita romántica en un restaurante de lujo. Como llegan sin reserva, no hay lugar, pero se hacen pasar por los Tripplehorns para conseguir una mesa. El problema es que los Tripplehorns son unos ladrones perseguidos por un par de detectives corruptos y por gánsteres. En su mejor trabajo hasta la fecha, el director Shawn Levy (Recién casados, La pantera rosa, Más barato por docena, la saga de Una noche en el museo) lleva a buen puerto un relato construido a base de fórmulas no demasiado ingeniosas. Su narración no decae y el mérito -quedó dicho- es compartido en este caso con la pareja central y con varios simpáticos personajes secundarios interpretados por figuras de jerarquía como William Fichtner, Mark Wahlberg, Mila Kunis, Mark Ruffalo, James Franco o Ray Liotta. Ellos se divierten en pantalla y logran transmitir esa alegría al público. Un disfrute compartido.
Olvídame Esta crítica también se podría haber titulado El niño rico que tiene tristeza o Una película sin colmillos o En busca de un actor o Rebelde sin causa o ... Al final me decidí por el más contundente y directo de Olvídame (producto de la irritación que me provocó padecer una película tan estúpida y pretenciosa a la vez). Es que el principal argumento (diría que el único) que tiene este melodrama berreta y solemne, construido en base a clisés, golpes de efecto (ese final...) y frases ampulosas con "mensaje", es la presencia de Robert "Crepúsculo" Pattinson, que no sé qué tiene para ser un sex symbol adolescente, pero sí sé que es un muy mal actor. Aquí, en un papel "serio" (un joven hijo de un multimillonario intepretado por Pierce Brosnan que vive entre la melancolía, el nihilismo y la autoflagelación por el suicidio de su hermano mayor), hace que todos pidamos que vuelva cuanto antes Edward, el insufrible vampiro enamorado de la exitosa saga basada en los libros de Stephenie Meyer. La historia de amor entre este absurdo rebelde y una joven tan herida como él que fue testigo del asesinato de su madre cuando era una niña (Emilie de Ravin, tan inexpesiva como Pattinson, no sea cosa de hacerle sombra) no alcanza jamás la intensidad ni la pasión que se supone debería tener. No adelanto nada de la trama, pero tiro un dato para que piensen antes de entrar al cine: transcurre en la Nueva York de 2001. La fotografía, la musicalización, las frases dignas de un libro de aforismos, todo en este film es decididamente grasa. Me dio pena ver a actores con una larga carrera sobre sus espaldas (Chris Cooper, Lena Olin, Pierce Brosnan) haciendo un gran esfuerzo para no caer en el ridículo. Ni siquiera esos raptos de dignidad sirven para salvar a este torpe culebrón del espanto. Olvídenlo.
Morir de cine Con apenas 29 años, esta ex crítica de la revista Cahiers du Cinéma y pareja de Olivier Assayas (para quien trabajó como actriz en Fin de agosto, principios de septiembre y Los destinos sentimentales) había debutado como directora con la elogiada Tout est pardonné, presentada en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2007. Dos años más tarde, esta francesa de origen alemán llegó a la sección oficial Un Certain Régard (donde obtuvo el Premio Especial del Jurado) con esta suerte de biopic no declarada sobre uno de los más importantes productores de cine de arte de Francia, Humbert Balsan, que se suicidó en medio de múltiples deudas y conflictos el 10 de febrero de 2005, luego de haber financiado proyectos de directores como Youseef Chahine, James Ivory, Théo Angelopoulos, Claire Denis, Elia Suleiman, Béla Tarr, Claire Simon y Lars Von Trier. Grégoire Canvel (notable trabajo de Louis-do de Lencquesaing, reciente visitante de la Argentina) es un prestigioso y workaholic productor de cine de calidad casado con una mujer que lo apoya en sus iniciativas (Chiara Caselli) y padre de tres chicas. La minuciosa y despiadada descripción del universo del cine independiente francés (que no parece ser mucho más sano ni menos frustrante que el argentino) da lugar de forma súbita e inesperada al drama (la tragedia) familiar cuando -acuciado por los problemas de una empresa prácticamente en quiebra- el protagonista se suicida. La segunda parte del film describe el duelo de familiares, colegas y amigos, el derrumbe de la compañía y el fin de un sueño. Una película que, si bien tiene algunos mínimos problemas estructurales y dramáticos, resulta siempre atrapante y por momentos conmovedora sin por eso recurrir al golpe bajo. Una de esas obras que permanecen en la retina y crecen en la memoria (y en el corazón) a partir del talento y la sensibilidad de una joven realizadora para seguir muy de cerca.
Una mediocre remake de un famoso musical Versión de Fama que hace extrañar a la de Alan Parker Casi tres décadas después de la versión original dirigida por Alan Parker (y que luego derivó en una también popular serie de televisión), llega esta mediocre remake, que no alcanza jamás la intensidad de aquella primera entrega ni tampoco sintoniza con la sensibilidad de la generación High School Musical . No funciona, por lo tanto, ni como experiencia nostálgica para los adultos ni como espejo o forma de identificación para los adolescentes. El joven coreógrafo y director de videoclips Kevin Tancharoen debuta en el largometraje con este producto que reitera a grandes rasgos la estructura (dividida en los cuatro años de formación en la High School of Performing Arts de Nueva York) y hasta algunos pasajes centrales del film de 1980. Si bien hay un cuidado tan propio de la corrección política (y también del marketing) a la hora de repartir los personajes entre exponentes de diversas clases sociales y orígenes, esta Fama versión 2009 -más allá de retratar las inseguridades de todo aspirante a artista o de describir a grandes rasgos algunos choques de los muchachos con padres que no los comprenden- no aborda ninguno de los problemas reales que hoy afectan a la escuela secundaria en todas partes del mundo: problemas de aprendizaje, falta de oportunidades, explosiones de violencia, rivalidades, consumo de drogas y un largo etcétera. Como en la original, hay un intento de suicidio, algún enfrentamiento de clase (una rubia de clase alta que abandona a su novio latino cuando consigue un contrato para una compañía de danza profesional), cierta historia con elementos sórdidos que tiene como protagonista a un agobiado rapero afroamericano de vida traumática, pero queda muy claro que esta nueva Fama es algo así como una versión "pasteurizada", desprovista de todo conflicto más o menos inquietante, cuya prioridad pasa por mostrar el talento para la música, el baile, la actuación y el cine de los jóvenes artistas. Y aquí tampoco la cosa funciona del todo bien: más allá de la energía desbordante, del colorido y del vértigo de los números musicales, el resultado es demasiado grandilocuente y artificial, con un montaje taquicárdico propio del (viejo) videoclip que no ayuda al disfrute en toda su dimensión. La edición final deja la sensación de que hubo muchas escenas filmadas y que luego fueron cortadas, ya que por momentos la narración no fluye y varias subtramas quedan desdibujadas o se resuelven de manera apurada o parcial.
Récord de ineficacia Debe haber muy pocos casos en la historia del cine de una comedia (al menos en ese género intentan encuadrar a El caza recompensas) que apueste a un gag o un chiste verbal cada 30 segundos y que nunca (¡nunca!) dé en el blanco. No hay un solo momento en los larguiiiiiiiiisimos 110 minutos de este despropósito en el que al menos un atisbo de inspiración artística fluya desde la pantalla como para que el espectador esboce una mínima sonrisa (ya no digo una carcajada). ¿Qué se puede decir de este film? Que intenta combinar dos esquemas básicos (la guerra de los sexos y una trama de corrupción policial) y no funciona en ninguno. Gerard Butler (¿alguien puede creer que este señor es un buen comediante?) y Jennifer Aniston se han divorciado. El fue expulsado de la policía y ahora se dedica a cazar fugitivos de la justicia. Ella es una ambiciosa periodista que ha tenido un problema menor con la autoridad pero que, al no presentarse ante la Corte, ha quedado como fugitiva. El, entonces, recibe el encargo de atraparla y la idea, claro, le encanta. La persigue, la atrapa en Atlantic City (una versión berreta de Las Vegas), luego los persiguen los malos, se enamoran de nuevo, se pelean de nuevo y así... todo con una torpeza, una obviedad y una factura tan rudimentaria que da vergüenza ajena. Lo de Andy Tennant (Por siempre Cenicienta, Hitch: especialista en seducción, Amor y tesoro) es tan pobre que hasta Rodolfo Ledo hubiese hecho un trabajo más digno. Intentar aquí hablar de las comedias de re-matrimonio, de Doris Day, Rock Hudson, Spencer Tracy, Audrey Hepburn o de cualquier elaboración "teórica" a las que muchos críticos suelen apelar sería una falta de respeto a la historia del cine. Lo único que se puede hacer con El caza recompensa es olvidarla lo más rápido posible. A partir del punto final que pondré dentro de pocos segundos prometo hacerlo yo también. Ya está.
Intervención divina La ama de casa casi indigente que pintaba poseída por una vocación divina, que fue descubierta por un coleccionista alemán, que luego enloqueció, que murió en un hospicio en 1942 y que hoy es reconocida en los grandes museos del mundo. Esa podría ser la sinopsis de Séraphine, biopic sobre Séraphine de Senlis coescrita y dirigida por Martin Provost que cautivó a los franceses (casi un millón de espectadores y 7 premios Cesar, incluidos los de mejor película y actriz para Yolande Moreau) y que ahora llega a los cines argentinos. Séraphine es de esas películas que -como crítico y como espectador- no me dejan demasiado margen para el análisis. Aprecio sus méritos (tanto lo que consigue como lo que elude), pero al mismo tiempo no puedo dejar de ver ciertas limitaciones de esa corrección propia del qualité . Que la historia tiene aristas fascinantes (las cuestiones de clase propias del convulsionado período de entre guerras, la vocación religiosa ligada a la creación artística), que Provost sostiene la narración con una rigurosa puesta en escena y sin caer en lugares comunes ni los golpes de efecto propios del subgénero biopic, que la belga Moreau (esa querible regordeta vista en Sin techo ni ley y en la reciente Mammuth) está impecable, que la reconstrucción de época es digna de los mejores profesionales del cine francés... Todo eso es cierto y hacen de Séraphine una película valiosa y recomendable. Pero -quizás por la sobrecarga de "impecables" films franceses sobre artistas torturados- Séraphine también me generó por momentos cierto fastidio, unas ganas íntimas de gritarle al director que se "desbocara", que "enloqueciera" un poco como su mística heroína y saliera de esa perfección que resulta casi conservadora. Dicho esto -algo personal- vuelvo a reconocer los no pocos méritos (visuales, narrativos, técnicos) de un film que puede no sorprende, pero que al mismo tiempo resulta incuestionable.