Valioso relato sobre la vida de César Milstein Cuidado y prolijo documental dirigido por Ana Fraile Este documental, dirigido, coescrito y producido por Ana Fraile, es un tributo a César Milstein, el científico argentino que en 1984 obtuvo el Premio Nobel de Medicina y Farmacología por sus teorías sobre desarrollo y control del sistema inmunológico y el descubrimiento de la técnica para producir anticuerpos monoclonales a gran escala. El término "tributo" no intenta ser despectivo (Milstein se lo merece por sus decisivos aportes), pero sí limita su alcance, ya que se trata de una suerte de documental "oficial" (contó con el aval, el apoyo y el material de archivo de su familia) que expone todos sus logros personales y profesionales, pero no alcanza a profundizar en las facetas íntimas, en las contradicciones que toda persona (incluso un científico genial) tiene. Un fueguito reconstruye con una estructura clásica los grandes hitos de su vida y su obra: ofrece testimonios a cámara de colegas (la mayoría extranjeros) que trabajaron con él hasta su muerte, a los 75 años, en la ciudad inglesa de Cambridge, que fue la sede principal de sus investigaciones; narración en off (a cargo de Juan Leyrado) e imágenes de sus apariciones televisivas, de entrevistas que concedió, de home movies que rescatan sus aventuras por el mundo y de animaciones didácticas, entre otros múltiples recursos. La película -muy cuidada y prolija en su armado- se sigue con interés incluso para aquellos que no tienen una formación científica, pero se extraña una mayor intensidad y carnadura humana. Por momentos, Un fueguito se queda en el bronce y no permite conocer en toda su dimensión a la persona detrás del gran investigador que ganó el último Nobel para la Argentina. De todas formas, no deja de ser un relato valioso y, sobre todo, muy merecido.
Placeres y límites de la épica histórica Esta épica histórica de 20 millones de dólares, que fue nominada al Oscar extranjero hace dos años, describe el ascenso al poder de Temudjin (el astro japonés Tadanobu Asano), antes de que se convirtiera en Genghis Khan, el gran guerrero que lideró al pueblo mongol en su arrasador dominio por buena parte del planeta. El film se centra en el período 1192-1196 con un flashback en el que vemos a Temudjin a los 9 años, cuando ya conoce al que será el gran amor de su vida y sufre en carne propia la traición de sus enemigos, que envenan a su padre y jefe del clan. Se supone que esta es la primera parte de una trilogía (hasta el momento, no tengo noticias de que estén en marcha los dos siguientes episodios), pero Mongol sería algo así como el "surgimiento de" y luego vendrían "el apogeo" y "la caída" de esta figura clave de la historia universal. Debo indicar que vi la película en DVD (de buena calidad y con un formato que respeta la pantalla ancha), y lamento que ni yo ni ninguno de los lectores pueda verla en fílmico, ya que estamos hablando de una gran producción con un impresionante despliegue de extras para escenas de masas (especialmente de batallas), mucha toma panorámica que expone la inmensidad de los paisajes, y todos los elementos propios de este tipo de épicas históricas. Bodrov dirige el film con buen pulso alternando escenas grandilocuentes con otras más intimistas/románticas/familiares y reconstruye un despiadado enfrentamiento bélico entre hermanos, pero al mismo tiempo hay aquí algo de déjà vu, de seguir al pie de la letra el manual, la receta, la fórmula de la épica histórica. Un buen producto, es cierto, pero con escasa sorpresa.
La guerra de un solo hombre Loco corazón es una pequeña película amplificada por una inmensa actuación de Jeff Bridges (muy bien acompañado por la irresistible Maggie Gyllenhaal). La historia es más bien elemental -con situaciones que bien podrían aparecer en cualquier culebrón vespertino- y bastante previsible, pero ver a estos dos grandes intérpretes (que nunca han sido reconocidos en la justa dimensión que su talento desde hace tiempo merece) destilando tanta intensidad, emoción, dolor y verdad en cada una de las tomas es un placer que compensa con creces las obviedades de la trama. El actor de Los fabulosos Baker Boys, Pescador de ilusiones y El gran Lebowski es Bad Blake, un cantautor de country que tuvo un pasado con gloria y varios hits, pero que -a los 57 años- ha caido en desgracia: luego de varios casamientos, un hijo al que no conoce y un alcoholismo que ameneza con destruirlo, subsiste (apenas) con interminables giras por salones de bowling y bares de mala muerte en pequeños y perdidos pueblos de la norteamérica profunda. En plena decadencia física, artística y moral, conoce ;a Jean (Maggie Gyllenhaal), una periodista de Nueva Mexico y madre de un niño que se encariña con él e intenta ayudarlo. El cuarteto de protagonistas se complea con Tommy Sweet (Colin Farrell), una estrella del country que reconoce a Bad como su maestro y mentor; y Wayne (el gran Robert Duvall), un viejo amigo del protagonista. La estructura del guión (decadencia, regreso, redención) remite a miles de otras películas -la más reciente que me viene a la memoria es El luchador, que sirvió para el regreso con gloria de Mickey Rourke- y no depara demasiadas sorpresas. Pero es entonces cuando aparecen la nobleza de Bridges, la cuidada ambientación y el bello soundtrack supervisado por T-Bone Burnett para borrar cualquier cuestionamiento. Queda claro, entonces que Bridges merece el Oscar y todos los elogios. La película (una hermana menor de El precio de la felicidad), sólo unos respetuosos aplausos.
La isla del Dr. Scorsese Perturbadora, ominosa, pesadillesca y surreal son los adjetivos que mejor definen a esta transposición de la novela del cotizado Dennis Lehane (autor también de los relatos que inspiraron Río Místico, de Clint Eastwood, y Desapareció una noche, de Ben Affleck) sobre dos agentes del FBI (Leonardo DiCaprio y Mark Ruffalo) que en 1954 viajan a la isla siniestra del título para investigar un caso y, tras quedar varados allí a causa de un huracán, descubrirán (y nosotros con ellos) que nada es lo que parece. Con una estética propia del cine-noir y elementos que remiten al terror clase B (como una escena con miles de ratas), al género fantástico, al melodrama romantico y al thriller psicológico, la película propone una compleja y cambiante trama en la que se cuelan desde una sangrienta tragedia familiar hasta experimentos con pacientes esquizofrénicos, pasando por los efectos de una tormenta "bíblica" que azota el lugar y hasta vestigios del nazismo y del exterminio en los campos de concentración. Con un amplio despliegue de efectos visuales, una banda sonora ampulosa y un relato recargado con largos flashbacks, alucinaciones, apariciones y un tono fantasmagórico, Martin Scorsese entrega un film tan atrapante como desconcertante y polémico. ¿Por qué polémico? Porque el film (y la novela, claro) propone en su segunda mitad una brusca mutación en su tono, una vuelta de tuerca con cambio de punto de vista incluido que resignifica todo el relato. Así, quedan justificadas (o injustificadas, depende cómo se mire) todas las experiencias límite por las que ha atravesado el personaje de DiCaprio hasta entonces. No voy a adelantar nada de la trama, pero se trata de un giro tan profundo que seguramente fascinará a algunos e indignará a otros. Más allá de semejante tour-de-force narrativo (a mí por momentos me costó "engancharme" e identificarme con la suerte de su protagonista en un relato donde el artificio le gana a la emoción), son indiscutibles la potencia, el talento y la maestría formal del cine del director de Taxi Driver, Toro salvaje, Después de hora, Buenos muchachos, Casino y Los infiltrados. Tampoco faltan, como en toda película de este paradigma de la cinefilia, múltiples referencias y homenajes -desde los films de la dupla Jacques Tourneur-Val Lewton hasta Delirio de pasiones (Shock Corridor), de Sam Fuller, por nombrar sólo algunos- pero yo sigo extrañando al Scorsese de los años '70 (y de los '80, y de los '90), un cineasta más visceral y menos pomposo que el actual. La pompa de este director ahora sí ya multipremiado y convertido en leyenda viviente se nota también en la elección y el uso (experimental, vanguardista) de gran cantidad de sonidos tomados, mezclados (y superpuestos via sampler) de diversas composiciones sinfónicas (desfilan por el soundtrack György Ligeti, Krzysztof Penderecki, John Cage, Max Richter, Giacinto Scelsi, Brian Eno, John Adams y Gustav Mahler). En definitiva, La isla siniestra no deja de ser una pelicula interesante, desafiante, provocadora. Quizás no sea demasiado para un director con los pergaminos de Scorsese, pero es mucho más de lo que se puede decir de la inmensa mayoría de los productos del cine contemporáneo. Vayan, véanla y la seguimos discutiendo.
La nueva propuesta de un visionario Alicia en el País de las Maravillas es un relato de una gran belleza y creatividad que lleva la marca de Tim Burton Así como Avatar -más allá de lo que pueda pensarse sobre su guión- alcanzó nuevos estándares técnicos y visuales en la elaboración de una civilización extraterrestre sobre la base de imágenes generadas por computadora para su posterior exhibición en salas digitales 3D, lo mismo puede decirse de Alicia en el País de las Maravillas , la nueva propuesta fantástica de otro director visionario y de inagotable creatividad como Tim Burton. Si James Cameron concibió una nueva sociedad para un relato futurista, Burton se refugió en un par de clásicos de la literatura escritos por Lewis Carroll hace casi un siglo y medio. Sin embargo, ese maestro de la cultura pop que es el director de El gran pez logra impregnarle a esta historia de la era victoriana una impronta moderna, una fluidez, una ligereza y una audacia que contrastan con las rigideces de la época (no es casual que la protagonista se rebele todo el tiempo contra el uso del corsé). Si esta comparación entre una película de ciencia ficción como la de Cameron y una historia de época como Alicia en el País de las Maravillas puede sonar oportunista o antojadiza, basta analizar sus logros y similitudes en la construcción de mundos nuevos y autosuficientes y prestar atención a un dato revelador: en ambos casos el diseño de producción estuvo a cargo del artista Robert Stromberg. La Alicia de Burton no tiene 6 años (como en versiones anteriores de este clásico), sino 19. Se trata de una bella joven, algo distraída y atribulada por sus recurrentes pesadillas, pero muy impulsiva (y decidida), que se niega a cumplir con el mandato de un casamiento por conveniencia. En este sentido, la elección de la casi desconocida Mia Wasikowska para encarnar a esta heroína con una temprana conciencia feminista es otro de los múltiples hallazgos del director dentro de un elenco (tanto de los actores que aparecen en pantalla como de aquellos que sólo prestan sus voces para los personajes animados) admirable. A partir de un solvente y respetuoso guión de Linda Woolverton (habitual colaboradora del estudio Disney en títulos como El Rey León o La Bella y la Bestia ), Burton transforma el relato en un film personal que sintoniza con el espíritu tragicómico, con cierta oscuridad y crueldad y con esa sensación de extrañeza que suelen sentir sus antihéroes, esos seres muchas veces incomprendidos y menospreciados por el resto de la sociedad "normal". Para esta ya habitual reivindicación de los personajes distintos (de sus locos queribles), Burton aprovecha otra vez la expresividad y el delirio de su actor-fetiche, Johnny Depp, en el papel de El Sombrerero Loco, otra desbordada, lunática y fascinante creación que se suma a las que ya ha concebido en otros trabajos para el director, como El joven manos de tijeras , Ed Wood , La leyenda del jinete sin cabeza, Charlie y la fábrica de chocolate y Sweeney Todd . A pesar de ciertos pasajes en los que el film se pierde en sus vericuetos narrativos, se regodea en su despliegue visual y extraña una mayor cohesión y profundidad dramática, Alicia en el País de las Maravillas es un relato de una belleza, una singularidad y una fertilidad creativa que sólo unos pocos elegidos como Burton (y su dream team de colaboradores) pueden ofrecer. Más allá de la revelación de Wasikowska, del show de Depp y de las voces que "prestan" -entre otros- Michael Sheen, Matt Lucas, Stephen Fry, Alan Rickman o el gran Christopher Lee, el personaje más hilarante del film es el que concibe una aquí deformada Helena Bonham-Carter (esposa de Burton en la vida real) como la tiránica y despiadada Reina Roja, que se la pasa ordenando todo tipo de decapitaciones. Un personaje secundario, si se quiere menor, pero que ayuda a definir la grandeza de una película como Alicia en el País de las Maravillas .
Un documental que muta en ficción El segundo film del audaz director portugués Miguel Gomes es puro disfrute, libertad y talento creativo Tras su exitoso paso por el circuito de festivales (ganó el premio principal de la edición 2009 del Bafici porteño y fue premiado, entre otras muestras, en Guadalajara, Las Palmas, San Pablo, Valdivia y Viena), se estrena en fílmico este bello y original segundo largometraje de Miguel Gomes. El audaz director portugués empieza filmando una suerte de documental sobre bandas musicales que interpretan canciones populares, sobre bailes y procesiones religiosas, sobre tradiciones, leyendas y anécdotas pueblerinas, pero luego ese registro va mutando hacia el cine dentro del cine (con la trastienda del rodaje que muestra al propio director discutiendo en cámara con su atribulado productor o con su rebelde sonidista) y, más tarde, también hacia la ficción pura, con una sensible historia de amor imposible entre dos primos (un guitarrista y una cantante que forman parte de un mismo conjunto) bajo el atento control de un patriarca posesivo. "Yo quiero personas, no actores", le dice Gomes a su productor cuando éste se queja de que el director no ha elegido aún a los intérpretes para cubrir los personajes que figuran en el guión original. Y, aun cuando la película finalmente se sumerge en la ficción, sigue optando por los no actores, por gente real descubierta en los propios lugares que el equipo de rodaje va visitando. Durante los 147 minutos del film aparecen en pantalla unas cuantas bandas amateurs o semiprofesionales y se escuchan decenas de clásicos de la canción popular portuguesa (y brasileña), pero hay también imágenes de la filmación, de un programa de radio, de fiestas religiosas, de incendios forestales, de bares, ríos y playas, así como testimonios sobre múltiples situaciones cotidianas en cada uno de los pueblos. En este film luminoso como el verano que aquí se retrata no hay prejuicios, clisés ni convenciones. Todo parece estar permitido (incluidos los excesos, la falta de organicidad y hasta ciertas reiteraciones), pero el resultado no deja de ser asombroso: puro disfrute, libertad y talento creativo.
Querido Néstor En un lapso de poco más de 100 días se produce el tercer estreno de un film de Santiago Loza. Tras La invención de la carne (19/11/2009) y Artico (4/2/2010), llega este muy interesante documental de autor que ganó el Premio Especial del Jurado de la Sección Oficial Argentina del BAFICI 2009. El cordobés Loza (Extraño, Cuatro mujeres descalzas) propone un atrapante, cuidado y emotivo (sin cargar las tintas ni caer en la sensiblería nostálgica y en la exaltación elegíaca) retrato sobre la vida y la obra del poeta y activista homosexual Néstor Perlongher, que murió de SIDA en 1992. No todos los recursos estéticos y narrativos me interesaron por igual (hay para mí algunos regodeos y excesos artie) y me parece que cierta fragmentación conspira contra la profundidad y la emoción de algunas anéctodas que quedan a mitad de camino, pero el resultado de este documental/ensayo rodado en apenas diez días es decididamente valioso. Al menos, en mi caso, que conozco muy poco de Perlongher, fue bastante revelador y me dio ganas de profundizar más allá de lo que el film (que no pretende ser didáctico ni abarcativo) ya de por sí ofrece. Una quincena de testimonios de amigos, admiradores y compañeros de lucha (Rosa Patria se sumerge más en su militancia en el Frente de Liberacion Homosexual/FLH que en su aclamada obra literaria) sirven para ir deconstruyendo a un personaje lleno de matices, de facetas y hasta de contradicciones. Su espíritu siempre provocativo, su tortura interior, sus exilios, su giro al misticismo y su agonía final son evocados por Rodolfo Fogwill, Alejandro Ricagno, María Inés Aldaburu, Fernando Noy, Juan José Sebreli, Sara Torres y Flavio Rapisardi, entre otros, para conformar un patchwork estético y narrativo que incluye declaraciones a cámara, fotos y otros materiales de archivo, lectura de poemas y cartas, interpretaciones teatrales y musicales y un largo etcétera. Otra muestra de la diversidad del cine argentino y, en especial, de ese multifacético y prolífico director que es Loza.
En el nombre del hijo En La madre, Gustavo Fontán busca combinar sus búsquedas narrativas y visuales más experimentales con cierta "dramaturgia" un poco más convencional (algunos pocos diálogos, voz en off). El resultado es interesante, pero quizás no del todo logrado. La película es bellísima -mérito compartido con sus técnicos (ese mago de la luz que es Diego Poleri, el editor Marcos Pastor y el sonidista Javier Farina)- y el placer reside aquí en ver cómo cae la lluvia, el primer plano de un insecto o de una hoja en el agua, pero no levanta de un vuelo bajo cuando describe una relación madre e hijo muy en la línea de... Madre e hijo, la gema de Alexander Sokurov. No es que los tres actores del film (la madre border que interpreta Gloria Stingo, el muchacho que encarna Federico Fontán, hijo del director en la vida real, y la novia de éste, que hace Marisol Martínez) estén mal, simplemente que la articulación entre silencios, vacíos emocionales y miradas perdidas no termina de coajar como para lograr que el espectador se sumerja en ese universo de angustia y degradación (de la madre) observada con tristeza y resignación por su hijo adolescente que vive, en cambio, su despertar sexual. De todas maneras, queda ratificada aquí la sensibilidad de Fontán, su enorme capacidad para el encuadre (planos fijos) y su sofisticada composición de cada imagen con sus múltiples capas de sonido. No estamos ante un film que alcance la categoría de El árbol y La orilla que se abisma, pero no deja de ser otro interesante aporte de este singular y talentoso director que busca su camino con una coherencia y una independencia envidiables y admirables.
La belleza, el delirio y el caos Este nuevo delirio fantástico de Terry Gilliam resultó el trabajo póstumo de Heath Ledger. De hecho, luego de su muerte, el galán australiano fue reemplazado para algunas escenas inconclusas por Johnny Depp, Colin Farrell y Jude Law. Hay que admitir que el cambio de actores está bastante bien justificado, ya que los personajes entran y salen de universos paralelos a través de un espejo mágico y es ahí como, por ejemplo, Ledger abandona la Londres contemporánea para "transformarse" en Depp en una secuencia de corte onírico y surrealista. En esos pasajes imaginarios, el film hace uso y abuso de los efectos visuales generados por computadora y se convierte prácticamente en una película de animación. Además de Ledger, Depp, Farrell y Law, en esta ambiciosa producción aparecen otros conocidos intérpretes: desde el veterano Christopher Plummer, como el doctor Parnassus del título, un hombre inmortal con poderes mentales que lidera a una patética troupe de artistas que viaja en una carroza y hace unas performances en la vía pública; hasta Tom Waits, como el malvado de turno. El relato -muy vistoso pero bastante caótico en su narración- se ubica en la misma línea de los últimos y fallidos trabajos del ex Monty Python, que supo tener mejores etapas con films como Brazil, 12 monos, Pescador de ilusiones o Las aventuras del Barón de Munchausen.
La gran pesadilla judía Esta tragicomedia (con más de tragedia que de comedia), propone algo así como la gran pesadilla judía: un cúmulo de personajes patéticos (empezando por el protagonista, un profesor universitario de física en la Minneapolis de 1967 que es abandonado por su mujer, coimeado por un estudiante coreano y bastardeado por su comunidad), miserias pueblerinas, catástrofes íntimas, de salud, laborales y meteorológicas y un largo etcétera. Olvídense de la levedad del humor a lo Jerry Seinfeld o a lo Woody Allen: aquí todo está llevado a lo caricaturesco, satírico y farsesco pero a niveles casi insoportables de exageración. La puesta en escena está muy (demasiado) calculada y, así, el artificio no permite empatizar con las desventuras de los personajes (desde abogados hasta rabinos). Sí, hay muchas ideas, momentos inspirados de humor negrísimo, una simpática y múltiple utilización de Somebody to Love, el tema de Jefferson Airplane, pero esta película sobre el sino trágico, la culpa y la identidad judías resulta demasiado sádica, casi impermeable a las emociones. Es decir, la faceta que a mí menos me interesa de los Coen y en estado puro.