Marley y yo, Siempre a su lado, Beethoven, La razón de estar contigo...La lista es larga (y en el terreno de la animación todavía más) porque los perros siempre han generado una fuerte atracción en la pantalla. En este caso, el inglés Simon Curtis dirigió la transposición del éxito literario de Garth Stein (173 semanas de permanencia en la lista de best sellers de The New York Times) que resulta un melodrama que invita (casi que obliga) a la lágrima fácil, al llanto profuso. Lo primero que llama la atención de la película (y la novela) es que está narrada íntegramente desde el punto de vista de Enzo (un terrier en el libro; un golden retriever en la película), cuya voz en off corre por cuenta de uno de los actores más nobles de Hollywood, Kevin Costner, quien aporta todo su profesionalismo para sobrellevar unos cuantos parlamentos (pensamientos caninos) que derivan en frases altisonantes y aleccionadoras sobre la lealtad y el sentido de la vida. Enzo es el ladero querible e inseparable de Denny Swift (Milo Ventimiglia), un corredor de autos de Seattle con más talento que suerte. Cuando está a punto de dar el gran salto profesional, algún contratiempo le ocurre. Enzo lo acompañará en los distintos circuitos y -con algo de celos- cuando vaya formando una familia. Mi amigo Enzo abordará durante sus casi dos horas unas cuantas situaciones extremas (enfermedades terminales, juicios generados desde la maldad) en una extraña combinación entre película "tuerca", fábula para toda la familia y drama lacrimógeno con algún que otro golpe bajo.
Esta tragicomedia sobre unas septuagenarias que deciden salir del ostracismo de un centro geriátrico para jubilados pudientes y dedicarse a ser porristas no logra nunca trascender la sensación de patetismo y los límtes previsibles de la fórmula. Para peor, desaprovecha el talento de un auténtico seleccionado de actrices de notable trayectoria con papeles estereotipados que están todo el tiempo al borde del (o directamente sumergidos en el) ridículo. En Mejor que nunca confluyen varios subgéneros, tendencias y clichés del cine contemporáneo: la comedia geriátrica, el humor que aflora en medio de la tragedia, la búsqueda de segundas oportunidades y las diferencias (y reconciliaciones) generacionales. El problema es que ninguno de esos aspectos funciona en este producto torpe y obvio cuyo peor pecado no es que no entretenga, no conmueva ni divierta (su ductilidad y eficacia para el gag es casi nula) sino que somete a actrices de la trayectoria de Diane Keaton, Jacki Weaver, Pam Grier, Celia Weston y Rhea Perlman, entre otras, a un ridículo que ellas no merecen (aunque es cierto que nadie las obliga a aceptar proyectos de tan bajo vuelo artístico). Todo empieza con una enfermedad terminal. Sí, Martha (Diane Keaton) sufre de un cáncer de ovario y decide que es tiempo de abandonar el tratamiento. Deja su departamento neoyorquino en el que ha vivido desde joven, vende todas sus pertenencias y se marcha -en medio del dolor, la impotencia, la bronca y la resignación- a una suerte de country en Georgia que funciona como residencia para ancianos de buen pasar económico. La vida allí es por demás aburrida y su nueva vecina Sheryl (Jacki Weaver), algo así como su opuesto complementario, le ofrece noches de póquer y alcohol. Sin embargo, nada de eso parece entusiasmar a una protagonista que no sale de su actitud de desprecio, superioridad y malhumor. Hasta que un día, en medio de una charla casual, Martha recuerda que una de las asignaturas pendientes en su vida es la de haber sido cheerleader. Así, se convertirá en la líder de un grupo de entusiastas y en principio poco dúctiles porristas septuagenarias y octogenarias. Desde la supervisora del centro de retiro (Celia Weston) hasta las jóvenes expertas en la materia se burlan de ellas a puro prejuicio y empieza a circular un video con una penosa y accidentada actuación. Pero las “chicas”, a pesar de sus carencias físicas, no darán el brazo a torcer en esta suerte de mixtura entre Triunfos robados y Cuando ellas quieren con algunos elementos de Todo o nada (The Full Monty).La película es bastante patética, no cuida (ni quiere) demasiado a sus personajes y en el terreno de la redención tampoco termina por conmover. Un producto construido a base de fórmulas, estereotipos y lugares comunes. Peor que nunca.
Ganadora con absoluta justicia del Premio del Público en el último BAFICI, esta película alcanza cuatro meses después su estreno comercial en el MALBA (se exhibe todos los sábados de agosto, a las 20, en el auditorio de Figueroa Alcorta 3415) y proyecciones en varias salas del interior del país como el Cine Avenida de Bolívar, el Cine Universidad de Mendoza y el Arteón de Rosario. A punto de cumplir 88 años, Rodolfo Livingston sigue tan activo, irónico, elegante, punzante y provocador como siempre. Leyenda dentro de la arquitectura (aunque muchos colegas y buena parte del status quo lo cuestionaron por salirse de lo académico con teorías poco ortodoxas), brillante polemista, orador filoso, hombre de izquierda, Don Juan, bon vivant y formador de varias generaciones, Livingston es el eje de un bello y sensible acercamiento por parte de la talentosa directora de La hora de la siesta (2009). Cuando parecía que el film iba a ser solo un unipersonal (de esos que tanto le gustan a este hombre seductor, egocéntrico y extravertido), Mora encuentra de forma casual una vieja historia (de amor) que sorprende hasta al propio protagonista y deriva en un desenlace por demás conmovedor. Como en los mejores documentales, hay espacio para descubrir y -en medio del trayecto- modificar el rumbo y la resolución. Lejos del retrato periodístico (se muestran pocas de sus obras; por ejemplo, el Instituto de Astronomía y Física del Espacio), Método Livingston repasa algunas teorías que él suele compartir en la Facultad de Arquitectura de la UBA, su devoción por la Revolución Cubana, su paso fugaz pero notable por la dirección del Centro Cultural Recoleta o su ya mítico enfrentamiento con Bernardo Neustadt en el popular ciclo televisivo Tiempo Nuevo. Anécdotas, archivo, emoción y, claro, mucho humor. Una película con una mirada atenta, sensible y respetuosa para captar las múltiples facetas de un personaje entrañable y extraordinario.
Tras explorar en Ícaros (2014) el universo espiritual del pueblo Shipibo en la Amazonia peruana, la realizadora porteña Georgina Barreiro se propuso un desafío todavía más ambicioso y complicado: retratar en La huella de Tara-película presentada en prestigiosos festivales como los de Locarno y Mar del Plata- la dinámica del pueblo Bhutia que mantiene sus tradiciones ancestrales en medio de los Himalayas, en una región como la de Sikkim que hoy pertenece a la India, pero que también está muy cercana a Bangladesh, Bután, el Tíbet y Nepal. El resultado es un registro que, más allá de sus valores estéticos (la belleza de muchos de sus planos es sobrecogedora sin por eso regodearse en el pintoresquismo) y etnográficos (nos sumerge en una comunidad como la de Khechuperi que está a orillas de un lago sagrado y parece perdida en el mapa y anclada en el tiempo), expone a través de las vivencias cotidianas de cuatro hermanos que a su vez son los representantes más jóvenes de una familia numerosa, las múltiples facetas artísticas, religiosas (fuerte presencia del budismo tibetano), ecológicas (es una zona protegida) y socioculturales de la zona, las contradicciones generacionales, y las frustraciones, carencias y desafíos para aquellos que quieren encontrar nuevos caminos personales y profesionales en un mundo cada vez más globalizado. Honesta, respetuosa y sensible, se trata de una auténtica rareza en el contexto actual del documental argentino.
Tras ocho películas de la exitosa saga "tuerca" y casi un año antes de que llegue la novena entrega liderada -ya sin el Brian O'Conner de Paul Walker- por el Dominic Toretto de Vin Diesel, Rápidos y furiosos presenta su primer film stand-alone, su primer spin-off. El recurso aplicado por decenas de productoras y franquicias (desde Marvel hasta Star Wars) se extiende ahora a esta, otorgándole el protagonismo absoluto a dos personajes que fueron ganando espacio en los últimos años: el Lucius "Luke" Hobbs de Dwayne Johnson (visto de la quinta a la octava parte) y el Deckard Shaw de Jason Statham (que apareció en las dos últimas, aunque ya había tenido un cameo en la 6). Rápidos y furiosos: Hobbs & Shaw es, en esencia, una combinación entre el thriller y la buddy movie que encuentra algo de comicidad en la sociedad, en principio forzada y tirante, entre dos héroes de acción decididamente opuestos entre sí: el impulsivo y extrovertido agente estadounidense Hobbs, y el cínico y contenido mercenario británico Shaw. La excusa argumental es un virus que todos quieren poseer y que en la escena inicial se lo inyecta Hattie (Vanessa Kirby que algunos reconocerán como la princesa Margarita en The Crown y por su papel en la más reciente entrega de la saga de Misión: imposible), una intrépida agente del MI6 que además resulta ser la hermana de Shaw; mientras que el malvado de turno es Brixton (Idris Elba), quien a partir de sucesivas mejoras genéticas se ha convertido en un poderoso cyborg. Tenemos entonces dos protagonistas que se odian, pero fruto de las circunstancias se verán obligados a trabajar juntos, una presencia femenina fuerte, un malo de fuste, una amenaza biológica que podría acabar con el mundo y... 200 millones de dólares de presupuesto para rodar por todo el mundo. Además, el director contratado para la ocasión fue David Leitch, quien venía de filmar Atómica, Deadpool 2, y es un reconocido coreógrafo de escenas de acción. Sin embargo, la unión de todos estos elementos da como resultado un film que está un poco por debajo de las expectativas. El carisma de "La Roca" es indudable, Statham siempre funciona en su eterno papel de duro y hay una muy buena secuencia final ambientada en Samoa (con Hobbs reencontrándose luego de 25 años con su familia y sus raíces), pero el film pocas veces alcanza la audacia, la potencia, la espectacularidad y el sentido del humor de los mejores momentos de la saga de Rápidos y furiosos. Por eso, y porque la dupla Johnson-Statham prometía más, Hobbs & Shaw deja algunas sonrisas, pero también gusto a poco.
Aunque apuesta en muchos casos por elementos, dispositivos y estructuras narrativas que a esta altura ya parecen fórmulas del documental, La casa de Wannsee - Memorias de una familia judía alemana no deja de ser una historia interesante y por momentos incluso apasionante. Está la directora como investigadora, el uso de la voz en off en primera persona, la utilización de fotos y filmaciones (home movies y de archivos generales) y la indagación en cuestiones familiares. El universo y el enfoque pueden ser similares a los de cientos de documentales de índole autobiográfica, pero el resultado es decididamente particular, único, inimitable. Todo comienza con un sorpresa, una revelación inesperada: el hijo de la directora decide hacer su Barmitzva. Todo bien, salvo que su familia nunca se había definido como judía, no había celebraciones tradicionales ni rastros de judaísmo en su formación. Conmovida por la decisión del joven, Poli Martinez Kaplun comienza a ahondar en las charlas con su madre y sus tías para luego ir cada vez más atrás y descubrir que, efectivamente, su bisabuelo Otto había sido un filósofo alemán judío y laico, perseguido por el nazismo. Y no solo descubre eso sino también la existencia de muchísimos registros fotográficos y fílmicos de una familia que se fue escindiendo -casi siempre por persecuciones- de Alemania a Egipto, a Venezuela, a Suiza y -claro- a la Argentina. Y allí aparece como punto de partida de toda esa diáspora, de ese constante exilio, la casa de la calle Wannsee a la que alude el título, ubicada a metros de donde se decretó la Solución Final para todos los judíos de Europa y casi pegada a lo que fue después el Muro de Berlín. Los múltiples relatos que se van hilvanando a partir de recuerdos que estaban tapados, las diferencias generacionales, los cruces entres distintos sectores de la familia, el tema de la culpa, el desarraigo, la represión, el miedo, las estafas sufridas y la obligación de mentir para sobrevivir son solo algunos de los aspectos que van surgiendo en esta narración sencilla, sin regodeos e inevitablemente didáctica que reconstruye una historia de olvido, dolor y resistencia. Tan personal en sus detalles como universal en sus alcances.
El siempre talentoso, muchas veces controvertido y por momentos provocador director italiano regresa al universo de sus primeras películas (este nuevo film puede verse como una mixtura entre Gomorra y El embalsamador) con una historia inspirada en el caso real de Marcello (excelente trabajo de Marcello Fonte), un hombre bastante patético, divorciado y con una hija de 9 años, que regentea una peluquería para perros en un desolado pueblo cercano a Nápoles. El protagonista -anithéroe perfecto- parece ser un buen tipo, honesto y leal, pero con una doble vida, ya que también consume y vende cocaína. Además, la presencia de Simone (un también notable Edoardo Pesce), gigantesco y violentísimo gángster local, complica cada vez más su ya precaria existencia y lo va sumergiendo en el submundo del hampa (y en una creciente crisis personal). Más allá de cierta crueldad y de algunas alegorías un poco obvias (los perros resultan mucho más simpáticos que los humanos), Dogman devuelve a Garrone a los terrenos de los dilemas morales, la tragicomedia social y el cine de género que tan bien maneja y en los que es capaz de construir universos únicos y fascinantes.
Tras haber filmado hace casi una década Piraña, el prolífico director francés Alexandre Aja regresa a varios de sus géneros favoritos, que quizá no sean los más prestigiosos, pero que suele manejar con mucha ductilidad en términos de tensión y suspenso. En Infierno en la tormenta se mixturan con más aciertos que carencias aspectos propios del cine catástrofe y del gore con los efectos de un huracán categoría 5 que provoca devastadoras inundaciones en los pantanos de Florida y el desplazamiento de cocodrilos a zonas urbanas. Es cierto que en varios pasajes la película recicla elementos ya vistos en infinidad de producciones recientes y no tanto (desde la mítica Tiburón hasta Miedo profundo, pasando por Alligator, En el tornado, Twister, Megalodón o la saga Sharknado, ver página 4), pero en la combinación entre dos amenazas no menores como la de un huracán y la de voraces y gigantescos caimanes, Aja consigue una narración tan impactante en su despliegue de efectos visuales generados por computadora como eficaz en su elemental entramado dramático. El realizador de Furia, Alta tensión, Despertar del diablo, Espejos siniestros, Horns y Las 9 vidas de Drax se centra en las desventuras de Haley, una estudiante de la Universidad de Florida que corre el riesgo de perder la beca que tiene por su participación en el equipo de natación. Hace mucho tiempo que la protagonista está alejada de su padre, Dave (Barry Pepper), quien supo ser también su entrenador y hoy -divorciado y alcohólico- es un alma en pena. Pero ante la inminencia del temporal, la insistencia de su hermana desde Boston y como él no da señales de vida, decide viajar a buscarlo con la mala suerte de que justamente allí será el epicentro del huracán. Kaya Scodelario (Teresa en la saga de Maze Runner y vista también en la serie Skins) carga con el peso del sintético relato (menos de una hora y media de duración) en un tour de force tanto físico como emocional con una relación padre-hija que apuntará a la posibilidad de una segunda oportunidad en medio de la tragedia y el horror. La actriz construye a una heroína impensada, pero muy a tono con estos tiempos de empoderamiento femenino. El film no es apto para espíritus impresionables (vísceras, sangre, ratas, insectos, basura y, quedó dicho, hambrientos cocodrilos), pero sí para aquellos que disfrutan de un cine lleno de estímulos, impactos, sustos y personajes capaces de encontrar en donde aparentemente no la hay esa fuerza interior que les permite sobreponerse incluso a las circunstancias más extremas.
Del cine etnográfico a la mirada política, de la observación a la ficción pura, esta hermosa y desgarradora película narra las desventuras de Ihjãc, un adolescente indígena de solo 15 años (pero ya padre de un bebé) de la comunidad Krahô, que vive en el norte de Brasil en condiciones precarias ante el arrasador avance del "progreso". El protagonista sufre pesadillas porque ha muerto su padre (un chamán) y tiene que concretar los rituales para que se vaya a descansar en paz y asumir sus responsabilidades, ya que el también podría convertirse con el tiempo en hechicero. Pero, en vez, de enfrentar la situación, huye a una ciudad "blanca" y se niega a regresar. Si todo daba en Chuva é cantoria na aldeia dos mortos para la estigmatización, el pintoresquismo, la denuncia culpógena y el golpe bajo, los codirectores João Salaviza y Renée Nader Messora optan, en cambio, por un relato bello, honesto y respetuoso (rodado en la lengua de esa comunidad, durante 9 meses y en 16mm) que funciona tanto a nivel de registro sobre la dinámica de uno de los últimos pueblos originarios que mantienen sus costumbres como en su simple pero emotivo dispositivo ficcional.
Hay que esperar hasta bien avanzado el metraje de Volviendo a casa para que, efectivamente, alguien vuelva a casa. Lo que narra esta coproducción italo-argentina dirigida por el cineasta, fotógrafo y activista Ricardo Preve es el encomiable trabajo de un grupo de investigadores para rescatar a quien fuera la única víctima del naufragio del submarino italiano Macalle. La nave se hundió en el Mar Rojo a mediados de 1940, cuando la Segunda Guerra Mundial se acercaba a su fin. Fue luego de chocar contra un sector repleto de corales que hirieron de muerte la carrocería. Sin embargo, todos los tripulantes llegaron a una isla. Entre ellos el Suboficial Carlo Acefalo, quien murió luego del naufragio y fue enterrado por sus camaradas. La película reconstruye el caso yendo de lo general a lo particular: el contexto bélico, testimonios de familiares y algunas imágenes de archivo televisivo sobre reencuentros posteriores entre tripulantes. Hay también algunas recreaciones bastante precarias, cuyo diseño remite más a un documental de History Channel que al lenguaje cinematográfico. Pero el centro del relato está en el trabajo de Preve y su grupo para repatriar el cadáver de Acefalo. Más allá de su banda de sonido omnipresente y altisonante y algunas voces en off de ínfulas litúrgicas, Volviendo a casaadquiere interés cuando deja que los investigadores tomen la palabra. Las explicaciones mientras excavan y el análisis pormenorizado de cada hueso son síntomas de un oficio realizado con pasión y esmero que logra transmitirse a través de la pantalla. Esa misma pasión sirve para que ahora, casi 80 años después, aquel marinero regrese a su tierra. Apelando a una analogía futbolera, es como tratar de imitar el segundo gol de Maradona a los ingleses en México 86 aun teniendo a Messi en el nuevo equipo. Es que ni siquiera contratando a los mejores (y aquí trabajaron los Messi de la animación) se puede repetir el grado de inspiración y genialidad originales. Algo similar ocurre con los covers de las canciones originales de Tim Rice y Elton John. Las nuevas versiones de los populares temas, ahora producidas por el cotizado Pharrell Williams, tienen un sonido impecable, pero las melodías de Hakuna Matata o Can You Feel the Love Tonight ya no consiguen el mismo impacto. Así, en definitiva, esta El Rey León modelo 2019 termina siendo una película para admirar y ya no tanto para sentir. PD: Para quienes elijan alguna función con copia subtitulada podrán disfrutar como atractivo adicional (y no menor) de las voces originales de Donald Glover (Simba), Beyoncé (Nala), Chiwetel Ejiofor (Scar), John Oliver (Zazu), James Earl Jones (Mufasa), Seth Rogen (Pumba) y Billy Eichner (Timón), entre otras figuras. Vale la pena el esfuerzo de buscar con lupa en la cartelera hasta encontrar esta alternativa claramente superadora respecto de la versión doblada al castellano.