Iván Fund sigue probando nuevos caminos y cada vez más ligados al cine de género. Tras esa perla (que pasó bastante inadvertida) llamada Toublanc, cambia completamente de registro con este film que en principio incursiona en ese subgénero tan querible como el de las aventuras juveniles (Los Goonies, Cuenta conmigo, Súper 8 y el boom de la serie de Netflix Stranger Things) con elementos absurdos por lo inexplicables. En principio vemos a niños y perros (el manual del productor dice que nunca hay que filmar con niños y perros) vagando por una ciudad fantasma, vacía. Uno podría pensar que se trata del momento de la siesta en un pequeño centro urbano de provincia (se rodó en Crespo, Entre Ríos), pero la ausencia de adultos quedará explicada pocos instantes después. Los padres duermen, pero nunca se despiertan (tampoco es que estén muertos). Así, los chicos -que parecen no estar demasiado preocupados- aprovecharán esa falta de control adulto para dar rienda suelta a sus deseos de exploraciones y travesuras (como romper los vidrios de un lugar abandonado y meterse). Como suele ocurrir en este tipo de situaciones (recuérdese, por ejemplo, Nadie sabe, del japonés Hirokazu Kore-eda) surge entre ellos actos de solidaridad y camaradería. Los más grandes ayudarán a los más pequeños en situaciones del tipo desinfectar una herida, bañarse, alimentarse, pero también deberán afrontar algunos conflictos más arduos, como atender a un perro muy lastimado, o sobrellevar un gigantesco corte de luz que le da al film un tono de fábula terrorífica y hasta algo apocalíptica. De todas maneras, quien crea que Fund se convirtió en un nuevo Steven Spielberg o un J.J. Abrams deberá saber que Vendrán lluvias suaves no deja de ser una película minimalista y lúdica, sobre cinco chicos y preadolescentes (los debutantes absolutos Alma Bozzo Kloster, Simona Sieben, Florencia Canavesio, Emilia Izaguirre y Massimo Canavesio) que pasean por el campo, van al río y se acompañan para combatir la soledad. Es una apuesta bucólica y sencilla (aunque con inteligentes ideas visuales) que deja mucho espacio para la observación y los pequeños detalles, en la que buena parte del desafío es encontrar y transmitir la espontaneidad, la naturalidad de estos pequeños intérpretes. Cuando lo logra (y afortunadamente son varios los pasajes) el film consigue seducir y fascinar.
Primero fueron las novelas (póstumas) de Stieg Larsson, luego llegaron las tres películas suecas (con Noomi Rapace), más tarde fue el turno de la versión hollywoodense de La chica del dragón tatuado (2011) de David Fincher y con Rooney Mara; y, finalmente. los libros de David Lagercrantz que retoman la saga Millennium. Basado en Lo que no te mata te hace más fuerte (2015), este reboot de la franquicia tuvo como director y coguionista al uruguayo Fede Alvarez, quien venía de dos éxitos como Posesión infernal y No respires. Esta vez, más allá de su innegable profesionalismo, La chica en la telaraña luce como la película más desarticulada y menos lograda de su meteórica carrera. Los personajes principales son los concebidos por Larsson pero el casting del nuevo elenco es bastante discutible. Para el papel de la heroína (una joven de traumático pasado familiar convertida en justiciera contra hombres violentos) se eligió a la inglesa Claire Foy ( The Crown), quien parece perdida en el papel de esta muchacha rebelde y lesbiana que viste de negro, monta su moto y es una experta en nuevas tecnologías. Pero el problema principal no son Foy ni el nuevo Mikael Blomkvist, que ahora interpreta Sverrir Gudnason ( Borg-McEnroe). La decisión de abandonar el thriller psicológico más inteligente para convertir al film y al personaje en una suerte de versión femenina de James Bond, dilapidan la esencia de una saga que tuvo su momento de gloria y hoy no es más que un mediocre exponente de cine de género.
El notable director camboyano Rithy Panh (responsable de títulos como La gente del arrozal, S-21: La máquina roja de matar y Exilio) ha dedicado buena parte de su frondosa filmografía a explorar las heridas abiertas que ha dejado la sangrienta dictadura de los Khmer Rouge. En este caso, combinando imágenes de archivo con escenas construidas con muñequitos artesanales, regresa a los duros años 70 para narrar las extremas experiencias familiares (suicidios y asesinatos incluidos) y personales (él era apenas un niño y, más tarde, un preadolescente que terminó siendo testigo directo y una de las tantas víctimas del horror) desde que fueron obligados a abandonar la ciudad para trabajar en el campo en condiciones infrahumanas de vivienda, de alimentación y de todos los otros ámbitos imaginables. El film -que ganó el premio principal de la sección oficial Un Certain Regard del Festival de Cannes de 2013- es un estudio contundente, visceral, íntimo, desgarrador (con un recurso algo cansador como el apuntado de los muñecos de arcilla y una voz en off por momentos demasiado elaborada, pero que de todas formas funcionan bien) sobre la manipulación ideológica, la violencia, el hambre y, por sobre todas las cosas, la despersonalización y la deshumanización en medio del fanatismo, la manipulación y la represión.
Desde que abandonó el cine narrativo, Godard se convirtió en un artista que divide. Por un lado están sus exégetas, que lo consideran una suerte de divinidad, un profeta dueño de una mirada genial sobre los temas más diversos y encuentran un significado especial en cada uno de sus planos. Por otro están sus detractores, que se irritan y lo odian de manera visceral, que lo ven poco menos que como un anciano caprichoso y presuntuoso. Una batalla dialéctica, estética e ideológica con bandos a esta altura irreconciliables. En la línea de sus trabajos previos ( Film Socialisme, Adiós al lenguaje), El libro de imagen es una acumulación de imágenes, sonidos, carteles, citas y narraciones que funcionan asociándose, distorsionándose, potenciándose. Godard, a los 87 años, es como un DJ que samplea todos los elementos a su disposición. La violencia política y el sufrimiento humano son las principales obsesiones de este film que surfea por Rusia y el mundo árabe, por la actualidad de los ataques terroristas, aunque todo el tiempo regresa a hechos del pasado ligados a todos los "ismos" (comunismo, nazismo, judaísmo, etcétera). No faltan las citas literarias (Malraux, Goethe, Rimbaud) ni los fragmentos cinéfilos (escenas de Fenómenos hasta Johnny Guitar), pero más allá del patchwork visual, de esa apuesta siempre experimental en el tratamiento de las imágenes y los sonidos, Godard se muestra desesperanzado, agobiado, enojado y rebelde cual joven punk respecto de las miserias, contradicciones y los abusos de las clases dirigentes. La política -nos recuerda- está al servicio del poder y los intereses más oscuros y nefastos.
Hacer un documental sobre la figura de un padre conlleva, de por sí, un fuerte riesgo (emocional y artístico), pero si ese papá tuvo además una vida tan intensa, llena de secretos y con un final tan trágico (murió en 1998, a los 53 años, tras caerse de un caballo) se trata de un desafío decididamente extremo. En su primer largometraje como directora, Comedi no sólo sale airosa sino que regaló una de las sorpresas del año. La película va de lo íntimo a lo público, de lo privado a lo político, para luego regresar a las sensaciones más personales de la directora y su familia. El film es fascinante por la historia que reconstruye, por la época en que transcurre (de los años '70 a los '90), por los temas que aborda (la militancia de izquierda, la homosexualidad, el SIDA) y por la forma en que Comedi utiliza los diferentes recursos: mucho material de películas familiares (su padre tenía una compulsión a filmarlo y fotografiarlo todo), entrevistas, archivo de la época y una voz en off que tiene el tono justo. En general la directora maneja un registro pudoroso sin por eso esconder nada y evita caer en el lamento desgarrador o en la manipulación emocional (la historia tenía todos los condimentos para hacerlo). Jaime vivió como gay gran parte de su juventud y adultez (en un submundo semioculto y marginal como se estilaba en esa época), tuvo múltiples amantes y una pareja durante más de 11 años, Néstor, que murió de SIDA. Jaime fue también abogado y militante de izquierda (Vanguardia Comunista/Partido de la Liberación) y el film -en otro de sus hallazgos- expone el tremendo grado de homofobia que existió en todos los grupos revolucionarios (ERP, Montoneros, etc.). De hecho, muchos gays y lesbianas de distintos movimientos solían reunirse para compartir experiencias, ya que sus preferencias sexuales eran reprimidas por sus compañeros y compañeras de lucha (“desvíos burgueses”). Los viajes de Jaime por todo el mundo (en su etapa gay y en su etapa familiar), los recuerdos infantiles de la realizadora (su padre murió cuando ella tenía 12 años), las referencias musicales (Queen, Virus), el uso de las home-movies, la intensidad de las charlas con sus familiares... Todo en El silencio es un cuerpo que cae funciona, suma y abre nuevas líneas para comprender y sentir una historia de vida y una época de la Argentina donde la violencia, el sectarismo y los prejuicios se manifestaban en todos los terrenos.
En abril de 1987 los Carapintadas liderados por Aldo Rico se alzaron contra el gobierno de Raúl Alfonsín. Se solidarizaban con el mayor Ernesto Barreiro, quien se había negado poco tiempo antes a prestar declaración ante la Cámara Federal de Córdoba, y -si bien cuatro meses atrás se había dictado la Ley de Punto Final, que ponía un plazo limitado para abrir nuevas causas-, los militares exigían una amnistía generalizada. Sergio Wolf reconstruye aquellos días fundamentales para la por entonces joven Democracia no sólo entrevistando a los protagonistas de ambos bandos (Horacio Jaunarena, Carlos Becerra, Leopoldo Moreau, Jesús Rodríguez y José Ignacio López, entre otros, por un lado; a un siempre desafiante Aldo Rico y sus más inmediatos seguidores, por el otro; y a testigos directos como el ex juez federal de San Isidro, Alberto Piotti) sino filmando en los propios lugares de los hechos (la Casa de Gobierno y Campo de Mayo) como nunca antes lo había intentado el cine argentino. El acercamiento a la intimidad de la Casa Rosada (incluso de la terraza desde donde han despegado tantos helicópteros en situaciones extremas) es uno de los principales hallazgos de la película. Entre el documental, el thriller (Wolf ha incursionado en toda su filmografía en la figura del investigador/detective) y el ensayo político, Esto no es un golpe trata (y en buena media consigue) ubicar las cosas en su lugar. El contexto de la época, los condicionamientos y complicidades, la trama oculta de los poderes en juego hacen que las verdades absolutas (el fue un héroe o fue un traidor al pueblo) queden desvirtuadas y desmontadas por completo. Como el propio director admite, Wolf estuvo aquel domingo de tensión en la Plaza de Mayo y se sintió decepcionado cuando Alfonsín habló en el segundo discurso de héroes de Malvinas y de que la casa estaba en orden (poco tiempo después saldría la Ley de Obediencia Debida), pero el film termina siendo una reivindicación (lejos de la bajada de línea pero reivindicación al fin) de la figura del líder radical Los minuciosos testimonios (que ofrecen distintas y en muchos casos opuestas verdades), un prolijo montaje, la optimización de los siempre escasos materiales de archivo (Argentina es una vergüenza en la materia), los atinados aportes de la voz en off del propio Wolf y el excelente sostén musical de Gabriel Chwojnik hacen que los 120 minutos de Esto no es un golpe jamás abrumen y terminen envolviendo al espectador en una narración que prácticamente nunca decae. Por supuesto, una propuesta de tan fuerte índole política está sujeta no solo al análisis cinematográfico (del que Wolf sale más que airoso) sino también al debate ideológico. La figura de Alfonsín, la resolución negociada del conflicto con los Carapintadas y las leyes que se aprobaron durante su gobierno (recuérdese la brutal involución que vino después durante la gestión de Carlos Menem) le han generado muchos detractores. La película -sin esconder sus posturas- ofrece con sus poderosas imágenes, sus datos y sus testimonios una pintura de época que, a tres décadas de los acontecimientos, ya adquieren una perspectiva histórica que en aquellos tiempos candentes y viscerales muy pocos estaban en condiciones de tener.
BlacKkKlansman es: 1- Un impecable policial sobre agentes infiltrados lleno de suspenso y tensión. 2- Un ensayo cinéfilo sobre los estereotipos con que Hollywood despreció a los negros desde El nacimiento de una nación y Lo que el viento se llevó en adelante. 3- Una comedia negra, una buddy movie interracial y una historia de amor latente narradas con fluidez y mucha onda. 4- Una reivindicación del movimiento por los derechos civiles. 5- La reconstrucción de una historia real ligada al Klu Klux Klan en la Colorado Springs de los '70. 6- Un homenaje a las películas blaxploitation y a héroes clásicos como Shaft. 7- Un film político con múltiples referencias a la Estados Unidos de hoy y un epílogo descomunal que incluye imágenes de la matanza de Charlottesville y las justificaciones de Donald Trump para avalar a los grupos supremacistas. 8- Una película intensa, entretenida y necesaria. 9- Lo mejor que Spike Lee filmó desde La hora 25 y El plan perfecto. 10- Una temprana candidata a los Oscar. Ron Stallworth (John David Washington, protagonista de Ballers) es el primer afroamericano en ingresar a la policía de Colorado Springs (“Sos nuestro Jackie Robinson”, le dicen) en una comunidad predominantemente racista en plenos años '70. Y, tras realizar unas tareas burocráticas, convence a sus jefes de infiltrarse junto a Flip Zimmerman (Adam Driver), su compañero judío (¡un negro y un judío!), en las huestes del Klu Klux Klan de la zona. Spike Lee narra de forma simultánea (por momentos con un excelente uso del montaje paralelo) la lucha de un grupo derivado de los Panteras Negras (liderado por la magnética Laura Harrier en plan Angela Davis, y con una aparición breve y extraordinaria del gran Harry Belafonte), la interna del KKK (cuyo principal referente está interpretado por Topher Grace), las disputas en la policía del lugar por la llegada de Ron y un atentado que es mejor no adelantar, aunque todo parte de crónicas de la historia real. Imágenes, música, actuaciones y citas políticas se combinan en para una película pletórica de capas e ideas, potente y demoledora, una auténtica “bomba” cinematográfica que el insoslayable creador de Fiebre de amor y locura y Malcolm X hizo estallar en plena Croisette de Cannes. A Donald Trump, con rencor.
Además de prolífico y reconocido director, Tomás Lipgot es un obsesivo palindromista; es decir, de esas personas que se la pasan buscando palabras o frases reversibles, que se leen igual de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Que el cineasta haya nacido en Neuquén o que el vuelo a Barcelona -epicentro del universo del palíndromo- haya sido en la aerolínea Level parecen meras casualidades, pero de estas ocurrencias (y otras bastante más complejas) está hecho este documental luminoso, entrañable, festivo y decididamente disfrutable. Lipgot vivió siempre con el trauma de ser "un freak antisocial", pero al conectarse con decenas de pares (muchos de ellos artistas e intelectuales de notable trayectoria) se dio cuenta no solo de que no estaba solo en este mundo, sino que existe además una cofradía de cultores de la simetría de las palabras. Y hacia Cataluña (con algún paso también por París) enfila Lipgot para conocer a los hilarantes y cautivantes integrantes del Club Palindromista Internacional y participar de su congreso anual, que incluye desde solemnes hasta muy lúdicas actividades. ¡Viva el palíndromo! resulta una reivindicación emotiva y divertida a la vez sobre todo aquello que el capitalismo y la sociedad de consumo suelen despreciar: seres distintos que se dedican a actividades que no generan rédito. Pura pasión por el lenguaje y por cultivar el sentimiento de camaradería.
A tres años de su presentación en el Festival de Mar del Plata, se estrena este documental que registró el encuentro entre Nora Cortiñas y las Madres kurdas, quienes a su vez se habían inspirado en el trabajo de la Madres de Plaza de Mayo. Es que, a pesar de las diferencias, surgen múltiples puntos de contacto entre la situación argentina en la década del 70 y lo que ocurrió en Turquía durante la del 90, cuando el gobierno y los paramilitares de ese país lanzaron una brutal represión contra la minoría turca. Con un registro simple y directo, la película expone la conexión emocional que -sorteando las barreras idiomáticas- se establece entre las auténticas luchadoras.
El portugués José Russo Baiâo y el serbio Jovan Nicolic trabajan en una funeraria suiza. Tras la muerte de un migrante calabrés -que también se había radicado en esas tierras en busca de una vida mejor-, deben trasladar el cadáver en una camioneta hasta el sur de Italia para entregárselo a sus familiares. La película -un híbrido que bebe tanto del documental puro como de elementos ficcionales- tiene la estructura y el espíritu de la road-movie, pero nada demasiado trascendente ocurre durante los 1.600 kilómetros de viaje. Es que el guionista y director Pierre-François Sauter apuesta por un relato amable sobre dos antihéroes encantadores que, de alguna manera, simbolizan la diversidad y riqueza étnica de una Europa hoy tan escindida por cuestiones como la inmigración y la xenofobia. Jovan se mostrará como un excelente músico y cantante; José, como un apasionado por la cultura. Con sus problemáticas familiares, sus obsesiones y sus búsquedas, ambos se irán abriendo durante las largas charlas en la ruta, en los hoteles o en los restaurantes. Una película modesta, austera, minimalista, con algo del cine de Carlos Sorín, pero que a la vez sintoniza con el estado de las cosas de esta Europa contemporánea tan contradictoria como atribulada.