Con el auspicio de OtrosCines.com llega finalmente a los cines argentinos la película chilena galardonada en importantes festivales como los de Berlín, San Sebastián y La Habana, triunfadora en los premios Goya de España y en los Fénix del cine iberoamericano, y una de las principales favoritas a ganar el Oscar al Mejor Film en Idioma No Inglés el próximo 4 de marzo. El nuevo trabajo del director de Gloria aborda una historia ligada a la identidad sexual y la violencia de género con mucha eficacia, contundencia y nobleza de recursos. Tras el éxito mundial de Gloria (2013), Sebastián Lelio y su coguionista Gonzalo Maza duplicaron la apuesta con un film todavía más audaz e igualmente eficaz como Una mujer fantástica. En principio, hay algunas conexiones entre ambas películas: protagonistas fuertes y decididas a enfrentar la hipocresía, la doble moral, la mirada paternalista, condescendiente o abiertamente despreciativa y represora de buena parte de la sociedad chilena de clase media-alta. La heroína de Una mujer fantástica es Marina Vidal (consagratorio trabajo de la actriz trans Daniela Vega), quien deberá enfrentar los prejuicios, los condicionamientos, las presiones, las manipulaciones o directamente la violencia cuando su amante Orlando (Francisco Reyes), un hombre de 57 años, divorciado y de buen pasar económico que había decidido convivir con ella y viajar juntos al exterior, muere en circunstancias inesperadas. Desde las reacciones en el hospital por parte de médicos y policías hasta las de su ex y los familiares de Orlando queda claro que la sociedad chilena no está preparada para aceptar a una mujer como Marina: muchos prefieren mirar para otro lado “para no hacer escándalo”, pero su presencia, sus actitudes, su forma de ser incomodan e irritan a más de uno. La idea de cuidar las formas, de mantener las apariencias, sobrevuela todo el film, así como las diferencias sociales y de clase, la codicia y los abusos del poder. Lo bueno de Lelio y Maza es que, cuando podrían haber caído en la denuncia obvia y discursiva, prefieren concentrarse en los aspectos humanos (e íntimos) de Marina. A la dupla se la ha cuestionado desde algunos sectores de la crítica con el sello, la sombra del “crowd-pleaser”, como si eso fuera de por sí algo malo. Es cierto que tanto Gloria como Una mujer fantástica buscan la identificación, la empatía y hasta podría decirse la solidaridad del espectador, pero no siento que haya golpes bajos o artimañas demagógicas para lograr esa complicidad. Es un cine diáfano y sensible, que conecta emocionalmente sin banalizar ni bastardear la problemática. En estos tiempos en los que la diversidad sexual, la identidad y la violencia de género son de los temas más en boga apelar a un cine popular e inteligente a la vez para concientizar con recursos nobles resulta un hallazgo no menor.
La forma del agua: un cuento de hadas repleto de creatividad y emoción, con la firma de Del Toro Ya sea en México, en España o en los Estados Unidos, Guillermo del Toro ha construido en los últimos 25 años con títulos como Cronos, Mimic, El espinazo del diablo, El laberinto del fauno, La cumbre escarlata, Titanes del Pacífico y la saga de Hellboy una filmografía en la que siempre surge su amor apasionado por los géneros cinematográficos con énfasis en las aventuras, lo fantástico, la ciencia ficción y escalas intermedias en los cómics y la mitología. En ese sentido, La forma del agua -firme candidata a ganar el próximo 4 de marzo varios de los principales premios Oscar a partir de sus 13 nominaciones- resulta una carta de amor a los grandes narradores de Hollywood. Podría decirse que es la mejor película de Spielberg no rodada por Spielberg. Ambientada en 1962 (plena tensión de la Guerra Fría con el bloque soviético), La forma del agua tiene como principal elemento fantástico la presencia de un monstruo (mitad humano, mitad pez) descubierto en la selva amazónica y encerrado en una base gubernamental de Baltimore, donde no se lo trata precisamente con delicadeza. Allí trabaja como empleada de limpieza Elisa Esposito (Sally Hawkins), una joven huérfana, muda, solitaria y de traumático pasado que descubrirá y se fascinará con la torturada criatura. Película sobre los sueños, las fantasías, los amores imposibles y el poder evocativo del cine, La forma del agua tiene varios personajes fascinantes, más allá de la heroína de Hawkins: un malvado siempre amenazante y cruel como el agente Richard Strickland de Michael Shannon; Giles, el querible ilustrador gay de Richard Jenkins que vive en la habitación de al lado de Elisa; o Zelda Fuller, la compañera de trabajo y confidente que interpreta Octavia Spencer. Que algunos personajes pueden resultar caricaturescos, que Del Toro no es demasiado sutil y apuesta a los arquetipos y estereotipos... Todo eso es cierto, pero La forma del agua es un deleite visual (la fotografía de Dan Laustsen y el diseño de Paul D. Austerberry son extraordinarios) y musical (exquisita banda sonora de Alexandre Desplat y muchos temas de jazz) que incluye múltiples homenajes al cine mudo (Charles Chaplin), a la era clásica de los grandes estudios y a películas como King Kong o La Bella y la Bestia. Cinefilia, lirismo, creatividad y emoción. Un combo irresistible.
El guionista Anthony McCarten (La teoría del todo) optó por concentrar esta biopic de Winston Churchill en un breve lapso de mayo de 1940 (desde que asumió como Primer Ministro en reemplazo del dubitativo Neville Chamberlain hasta que se inició la evacuación de Dunkerque) y ambientarla casi en totalidad en los cuarteles secretos desde donde se seguía el arrasador avance de las tropas nazis por buena parte de Europa. Si bien hay algunas escenas en el hogar familiar de Churchill o una secuencia (totalmente ridícula) en la que viaja en subte rumbo a Westminster y se conecta con “el pueblo”, el director de Expiación, deseo y pecado apuesta a la concentración y, casi, al show unipersonal. Los personajes secundarios femeninos de Kristin Scott Thomas (su esposa) y Lily James (su secretaria) tienen escasos pasajes para su lucimiento porque todas las luces apuntan al despliegue histriónico del excéntrico y algo tiránico Churchill a cargo del camaleónico Oldman, quien en pantalla también fue Sid Vicious, Joe Orton, Lee Harvey Oswald, el conde Drácula, Ludwig van Beethoven, Sirius Black y el comisionado Gordon, entre muchos otros papeles. El hecho de interpretar a una figura mítica, las profusas capas de maquillaje que lo tornan casi irreconocible y el minucioso trabajo de mimetización (gestos, modulación y tono de la voz, etc.) son los aspectos de una interpretación que los votantes de la Academia suelen premiar. Más allá de algunos buenos pasajes de humor negro que descontracturan el peso solemne de la Historia en el relato y de cierto virtuosismo visual del que hace gala Wright, el film se acerca por momentos a un costumbrismo algo patético y a una impronta teatral que no le hace del todo bien. Concebida como una suerte de precuela y contracara de Dunkerque, de Christopher Nolan, Las horas más oscuras describe sin demasiada sutileza las intrigas palaciegas dentro del Partido Conservador y el apoyo del rey Jorge VI, y termina cayendo en varios pasajes en el didactismo y la idealización. Orgullo británico.
Lo nuevo del realizador griego de My Best Friend, Colmillos, Kinetta, Alps y Langosta es un ejercicio de sadismo cinematográfico que le valió el premio a Mejor Guión (compartido) en el último Festival de Cannes. Nunca fui demasiado entusiasta con el cine de Lanthimos, pero su debacle parece no tener fondo. Si uno podía tener ciertos reparos hasta The Lobster (Langosta), en el caso de este nuevo trabajo con Colin Farrell (acompañado por Nicole Kidman) la sensación es de irritación cuando no de indignación. El griego tiene vuelo visual, creativas ideas de puesta en escena, pero todo su virtuosismo está aquí al servicio del mal (en todos los sentidos posibles). Ejercicio de sadismo y crueldad (parece una reformulación de Horas de terror, de Michael Haneke, y su remake estadounidense Juegos sádicos), se trata de una película manipuladora que toma por rehén al espectador con los peores recursos posibles (y no lo soltará ni hasta el último plano) para describir el progresivo acoso de un joven de 16 años (Barry Keoghan), que ha perdido a su padre, contra la familia del cirujano que falló en la operación de corazón (Farrell interpreta al médico en cuestión y Kidman a su esposa, una prestigiosa oftalmóloga, con la que tienen dos hijos). Hay momentos en que Lanthimos parece trabajar dentro de los cánones del cine de terror (el adolescente inocente que se va transformando en un ser siniestro y la títpica familia exitosa y aparentemente feliz que se va derrumbando) y, en ese sentido, podría haber funcionado bastante bien, pero enseguida aparecen los simbolismos, las alegorías y las apelaciones morales sobre la culpa, la hipocresía y las miserias de la burguesía. Gente espantosa haciéndole cosas espantosas a otras personas espantosas. No cuenten conmigo.
Pantera negra: aventura sólida y entretenida Un superhéroe negro, un elenco liderado por jóvenes (Chadwick Boseman, Michael B. Jordan, Lupita Nyong'o, Daniel Kaluuya) y legendarias (Angela Bassett, Forest Whitaker) figuras afroamericanas, dos guionistas y un director (el talentoso Ryan Coogler) también de ese origen... No cabe duda de que P antera Negra es la superproducción que Hollywood estaba necesitando en estos tiempos de escasa diversidad racial (recuérdese la reciente campaña de protesta en medios y redes #OscarsSoWhite).
Película de estructura coral y espíritu generacional sobre tres parejas en crisis que comparten un fin de semana de campo. Bienvenidos a los 40. Hernán Guerschuny (El crítico, Una noche de amor) y Jazmín Stuart (Desmadre, Pistas para volver a casa) coescribieron y codirigieron esta tragicomedia coral de impronta generacional sobre las desventuras de tres parejas con hijos de muy distinta edad que conviven durante un fin de semana de verano en una quinta con piscina rodeada de campo y bosque. Confesional e inevitablemente discursiva (uno podría pensar en ciertas películas de Olivier Assayas, Richard Linklater y Julie Delpy), Recreo surfea -por momentos con provocadora inteligencia, en otros demasiado cerca del lugar común- por los conflictos laborales, vocacionales, intelectuales, de pareja y de paternidad-maternidad de unos personajes que rondan los 40 y que, por lo tanto, se encuentran en pleno replanteo existencial en medio de secretos, mentiras, deseos no cumplidos, decepciones y frustraciones acumuladas. La campaña de marketing del film los define así: Lupe (la propia Stuart) y Mariano (Juan Minujín) son “los padres primerizos” (llegan con un bebé a cuestas); Sol (Pilar Gamboa) y Nacho (Martín Slipak) son “la pareja de la infancia” con trillizos, mientras que Leo (Fernán Mirás) y Andrea (Carla Peterson) son “los anfitriones excéntricos” que tienen que lidiar con un conflictivo y al mismo tiempo querible hijo ya preadolescente (Agustín Bello Ghiorzi, toda una revelación). Los protagonistas conversan, comen y beben mucho, fuman unos porros, bailan al ritmo de The Safety Dance, tienen sexo (y hablan sobre sus fantasías sexuales a-la-Dos más dos), se provocan, se ayudan, se pelean, viajan en globo, salen a cazar, se ocupan de sus hijos y fantasean con un futuro mejor (la nostalgia precoz y la insatisfacción generalizada son marcas de fábrica). Un poco esnobs y bastante cínicos, estos (ya no tan) jóvenes exponen cierta inseguridad, angustia, incomodidad, pero también esa complacencia y culpa tan burguesas (los varones le suman una inmadurez congénita). La película -que fluye más cuando los directores apuestan al plano secuencia y al despliegue histriónico y la interacción más libre entre los intérpretes y no tanto cuando deciden filmar planos cortos y resolver todo en el montaje- aborda de manera tangencial cuestiones como las diferencias generacionales y las tensiones de clase (con la familia de los caseros). El resultado es bastante atractivo en varios pasajes, pero -por la categoría del elenco- deja la sensación de que podría haber sido también menos contenido y previsible, más contundente y audaz.
A casi ocho años de su estreno mundial en Cannes llega al cine Cosmos-UBA este potente relato antibélico del ya mítico director británico de Agenda secreta, Riff-Raff, Tierra y libertad, Pan y rosas y La canción de Carla. En su enésima participación en la Competencia Oficial del Festival de Cannes (antes ganó la Palma de Oro por El viento que acaricia el prado y luego lo haría con Yo, Daniel Blake), Ken Loach presentó en 2010 Route Irish, un durísimo alegato contra la intervención británica en Irak y Afganistán que ahora se estrena en una sala con el título local de La verdad a cualquier precio. A partir de la investigación que un amigo y la viuda de un soldado asesinado en la Route Irish del título -una ruta que va del aeropuerto a la Zona Verde de Bagdad, considerada la más peligrosa del mundo-, este guión de Paul Laverty expone con absoluta contundencia y sin concesiones el inmenso negocio que las corporaciones privadas hacen con la guerra y el poder absoluto que tienen los mercenarios contratados por ellas para operar en esas zonas. La verdad a cualquier precio se ubica en la vertiente más política de la filmografía de Loach justo después de haber rodado la comedia Looking for Eric. Implacable e impiadosa a la hora de exponer la escalada de violencia y las consecuencias de la venganza del ojo por ojo, se trata de una película sin sutileza, pero con mucha valentía.
A los 87 años, el último gran director clásico que sigue filmando en Hollywood regresa a uno de sus temas favoritos (personas comunes que en circunstancias extraordinarias se convierten en héroes) con un thriller correcto y cuidado, pero para nada sobresaliente, cuya mayor audacia consiste en haber elegido para encabezar el elenco a los propios protagonistas de los hechos reales que conmovieron al mundo en agosto de 2015. ¿La mitad del vaso lleno o la mitad vacía? El viejo dilema del cine (y de la vida) asoma con esta nueva película de Clint Eastwood. Si nos concentramos en sus limitaciones podríamos sostener que 15:17 Tren a París es una de las películas menos notables, más elementales de la extraordinaria carrera como director del viejo maestro, pero si en cambio nos enfocamos en sus riesgos y hallazgos también podríamos hablar de un film bastante sólido y atrapante que -debajo de su aparente simpleza- esconde no pocos desafíos. Rodada en poco tiempo y con un presupuesto de apenas 30 millones de dólares (un “vuelto” para los grandes estudios hoy), 15:17 Tren a París conlleva el riesgo de haber trabajado no solamente con no-actores sino con los propios protagonistas de una épica real ocurrida el 21 de agosto de 2015 a bordo de un tren que partió de Amsterdam con destino a la capital francesa con 500 pasajeros. Más allá de las “licencias poéticas”, Eastwood convocó a los jóvenes que evitaron una catástrofe terrorista para que reconstruyeran aquellos hechos, aunque en verdad el caso en sí ocupa una porción menor de la ya escueta hora y media de relato (se va presentando de a poco y en forma fragmentaria), ya que el director se concentra bastante en la infancia y adolescencia (para nada agradables) de los tres personajes principales (Alek Skarlatos, Anthony Sadler y Spencer Stone), las relaciones con sus madres y las dificultades de su entorno (típicos rebeldes disfuncionales y víctimas del bullying). El realizador de Los imperdonables y Gran Torino muestra que ninguno de los tres protagonistas (dos de ellos con experiencia militar) era particularmente brillante hasta entonces y recupera uno de sus temas favoritos: el de gente común que en circunstancias extraordinarias puede convertirse en héroe por un día. En ese sentido, 15:17 Tren a París “dialoga” con el film precedente de Eastwood, Sully: Hazaña en el Hudson, aunque allí el entramado dramático y narrativo del personaje de Tom Hanks (también inspirado en una persona real) era mucho más espeso y convincente. Lo que hace Eastwood en 15:17 Tren a París es “cuidar” a sus no-actores, quienes salen bastante airosos del desafío de “interpretarse a sí mismos”, aunque ese medio tono que tiene la película conspira contra su potencia emocional. El film será indudablemente cuestionado desde ciertos sectores por “patriotero” y demasiado condescendiente, pero el director no esconde sus intenciones y hasta apuesta a mezclar sobre el final imágenes de archivo con otras propias de su ficcionalización. Son pequeños hallazgos, audacias parciales dentro de un ejercicio de género correcto, pero que no quedará en la historia grande de la carrera de uno de los últimos cineastas clásicos de Hollywood.
Todo el dinero del mundo: la codicia, la culpa y la soledad En julio de 1973 el nieto mayor del multimillonario J. Paul Getty fue secuestrado en las calles de Roma y sus captores exigieron un rescate de 17 millones de dólares. Ese es el punto de partida de la nueva película del veterano, prolífico y siempre talentoso director británico Ridley Scott. Más allá de un envoltorio típico de thriller (las negociaciones con un secuestrador que interpreta el francés Romain Duris, los distintos operativos policiales para dar con el lugar de encierro), Todo el dinero del mundo es, en realidad, un drama familiar que aborda cuestiones como la codicia, la manipulación, la culpa y la soledad del poder. El film tuvo mucha publicidad no deseada cuando, ya con el rodaje terminado, se decidió eliminar a Kevin Spacey y reemplazarlo por Christopher Plummer, en el papel de Getty. Con unos días de filmaciones adicionales y la magia de los efectos visuales se logró en tiempo récord un cambio no menor. El resultado, en este sentido, es admirable: Plummer (nominado al Premio Oscar por este trabajo) luce a sus 88 años como uno de los malvados más crueles, despreciables y al mismo tiempo creíbles del cine reciente. Charlie Plummer (como el adolescente cautivo), Michelle Williams (como la madre del joven raptado) y Mark Wahlberg (como el experto en seguridad enviado por Getty para ocuparse del conflicto) completan el elenco central de un film con un guion bastante elemental que el vuelo visual y narrativo de Scott logra disimular y potenciar.
Paddington 2: mágica comedia familiar Tres años después de la exitosa película original sobre las desventuras de un oso peruano en Londres llega esta secuela, cuyos resultados artísticos superan incluso los del primer film, también dirigido por Paul King. Paddington (la voz de Ben Whishaw en la versión original y de Nicolás Vázquez en la doblada) ya está instalado y forma parte de la dinámica cotidiana de la familia Brown, que lideran Mary (Sally Hawkins) y Henry (Hugh Bonneville). El querible Paddington está preocupado por encontrar el regalo perfecto para su tía Lucy, que está por cumplir 100 años, y lo encuentra en un misterioso libro ubicado en la tienda de antigüedades del señor Gruber (Jim Broadbent). Pero nuestro antihéroe no tiene el dinero para pagarlo y, mientras hace todo tipo de esfuerzos laborales para juntar la plata, el objeto es robado. Las desgracias para el protagonista se acumulan y poco tiempo después terminará en la cárcel. Paddington 2 es una comedia familiar tocada por la varita mágica: buen ritmo, un hermoso diseño visual, una notable interacción entre el seleccionado de intérpretes británicos (Hugh Grant hace de malvado) y el oso creado de forma digital, una sensibilidad que no necesita recurrir al golpe bajo y pasos de comedia que combinan el humor físico con ciertos toques negros eficaces. Uno de esos casos de entretenimientos nobles en los que los adultos pueden reír y disfrutar tanto o más que los niños.