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Tal como sugiere el titulo, parte de la trama de este curioso film noir criollo tiene relación con el robo a un camión de caudales. Pero el hecho en sí está conectado con una trama original que raya en lo fantástico, o al menos en un delirio místico del protagonista, Gabriel Peralta. Que es el conductor del camión blindado en cuestión, dueño de una personalidad compleja producto de una tragedia personal de la que se está recuperando a fuerza de medicación y una obsesión religiosa que lo lleva a escuchar una radio evangelista noche y día, lo que no le hace mucha gracia a sus compañeros de trabajo, quienes en medio de sus faenas con las bolsas de dinero no están para escuchar predicadores. El guión se las arregla para que cada uno de estos detalles le sumen intensidad a un clima más de suspenso que de acción. Hay un atmósfera bien diseñada para mantener en vilo al espectador, aunque todo se distiende un poco en la vuelta argumental en la que este hombre armado quiere salvar a una mujer oprimida por un delincuente. Hay un excelente montaje, y poco usuales y bien pensadas tomas aéreas infrecuentes en el cine argentino; actuaciones razonablemente convincentes y una banda sonora interesante que une guitarra acústica y sintetizadores, al estilo John Carpenter. A “Blindado” tal vez le faltaría un desenlace mas contundente, pero es un película distinta y recomendable.
Después de la exitosa biografía de Freddie Mercury, una biopic de Elton John filmada en el mismo tono habría sido no sólo oportunista sino también redundante. Al menos, esta “Rocketman” sobre la transformación de Reginald, un gordito de suburbio que sueña con ser estrella pop, en su alter ego más famoso, el astro de la era del glam Elton John, está contada en el estilo de cine de los salvajes años ‘70, lo que de todos modos no le quita el toque de oportunismo. El director Dexter Fletcher, que casi estuvo a punto de terminar “Bohemian Rhapsody” cuando su director original casi abandona el proyecto, se pone en los zapatos del delirante y talentoso Ken Russell, y en vez de una biopic tradicional construye una especie de opera rock light en la que desde la primera escena, con una imaginativa versión orquestal del tema del título, arma alucinatorios números musicales que van ilustrando la vida del protagonista. En este sentido, la estética de homenaje a los 70 por momentos funciona bien, y combina de manera original los atractivos musicales con la particular estética visual de aquellos años locos, donde abundaban los zapatos con plataformas altísimas, la purpurina y, en el caso de Elton John, también los anteojos estrambóticos. Entendiendo esto y la presencia de los mejores hits del artista, desde “The Bitch is Back” a “Cocodrile Rock”, mezclado con la parafernalia multicolor diseñada para abrumar la vista, puede ser algo así como el séptimo cielo para los fans del músico. Pero no tanto para los que no siguen especialmente su carrera, quienes al tercer número musical percibirán cierta repetición eludible. Pero más allá de estas dudas, no hay manera de negar la sólida performance de Taron Egerton (el espía de las peliculas de “Kingsman”) y la eficacia de escenas como la de “Pinball Wizard”, con Elton interpretando a un campeón de “flippers” segun la opera rock de The Who filmada por Ken Russell en los ‘70. Tanto el sonido, como la dirección de arte y el vestuario son impecables.
Aunque el título local de “Godzilla, Kings of the Monsters” es “Godzilla 2”, el número se queda corto. Desde que el lagarto gigante radioactivo “Gojira” de Inoshiro Honda asoló al Japón en 1954, este monstruo inigualable generó una veintena de secuelas y un puñado de remakes y subproductos, incluyendo las excelentes películas previas a esta nueva entrada, ”Godzilla” de 2014 y la divertidísima “Kong Skull Island”, que sirve como preparacion del próximo contendiente del rey lagarto. Lo cierto es que, con tales antecedentes, era difícil pensar que se pudiera agregar algo válido al asunto, y justamente ese es uno de los mayores méritos de esta formidable producción que bien puede ser calificada como uno de los máximos films de monstruos de la historia del cine. El secreto del éxito de “Godzilla 2” no está tanto en los aspectos visuales -que vistos en 3D y en Imax son estremecedores-, sino más bien en un astuto guión que mide el ritmo y la intensidad dramáticas como si fueran partes de un engranaje diseñado para que la película literalmente no pare nunca, y cada nueva escena supere a las anteriores. No por nada aquí el director es el guionista tanto de esta como de la anterior película del 2014, Michael Dougherty. En una sólida actuación, la talentosa Vera Farmiga es una científica un poco loca que cree que más que combatir a monstruos ancestrales, como Godzilla, la polilla mutante Mothra o el pájaro vampiro Rodan, deben despertarlos gradualmente de su hibernación para crear un nuevo equilibrio ecológico. Lamentablemente el gradualismo falla y todos despiertan al mismo tiempo, para colmo acompañados del monstruo de tres cabezas King Gidorah. Hay también un subtexto sobre el cambio climático, ya que el despertar de cada monstruo implica cantidad de “ciclones, terremotos, erupciones, tsunamis y catástrofes a las que aún nadie ha tenido que darles nombre”. El tono apocalíptico no implica que se pierda de vista el humor, y si bien el espectador estará esperando la lucha entre los distintos monstruos, hay escenas de originalidad sorprendente, como el antológico despertar de Godzilla en medio de ruinas submarinas. Los monstruos nunca mueren, sobre todo cuando son resucitados con tanto talento e imaginación.
“¡Luces en el aire, diablos por todas partes, cristianos salvajes!”. Como en una película de terror inglesa, todos le advierten a la protagonista que ni se acerque al pueblo adonde quiere llegar. Ella es una mujer embarazada, que luego de pegarle un tiro en la cabeza a su marido abusador, huye en una vieja camioneta con un rifle colgado al hombro, buscando el pueblo donde nació. Que ya ni existe ni el mapa de La Pampa. Guadalupe Docampo lleva adelante esta inclasificable road movie con su panza a cuestas sin que, para decirlo de un modo suave, nadie le ceda el asiento en el colectivo (en una escena tremenda, una especie de cura le toca el vientre mientras la apunta con una escopeta). Por suerte, esta émula de otra embarazada con pistola, la Frances McDormand de “Fargo” de los hermanos Coen, tiene la ayuda de que todo esté narrado en off, desde el futuro, por el bebé que esta a punto de dar a luz. “Infierno Grande” es un diamante en bruto que se disfruta, sin que algunas imperfecciones técnicas y narrativas alcancen a malograr esta opera prima de Alberto Romero. Hay notables actores de reparto, buen uso de locaciones, y una banda sonora memorable a cargo de Gustavo Pomeranec.
Del viejo cuento de Aladino existen decenas de versiones cinematográficas, incluso indias, y una italiana con Bud Spencer como un genio grandote y resoplón. La primera, de sólo 5 minutos, la hizo en 1899 el inglés George A. Smith, en Brighton. La última, esta que vemos de extensos 128, la hizo otro inglés, Guy Ritchie, pero en Hollywood, Reino Unido y Jordania. Este Ritchie es el que empezó filmando “Juegos, trampas y dos armas humeantes” y “Cerdos y diamantes”. Derivó luego a unas flojas pero vistosas revisiones de Sherlock Holmes, el agente de Cipol y el rey Arturo, y ahora con esta película se aseguró la vejez sin necesidad de frotar mucho la lámpara ni exprimirse el marote. Lo suyo es una remake con seres humanos del exitoso dibujo de Ron Clemens y John Musker. Bueno, con seres humanos, canciones de la anterior película y algunas nuevas, un despliegue enorme de escenografía, vestuario y efectos especiales, y un par de actualizaciones políticamente correctas para quedar bien con el público femenino y el mercado árabe. A señalar, de los humanos, el coguionista John August, la diseñadora de producción Gema Jackson, ganadora de un Emmy por “Juego de tronos”, el enorme y talentoso equipo de efectos digitales, una multitud de extras y bailarines, un carilindo que actúa bien y canta flojo, una bonita que canta bien y actúa flojo, y Will Smith que salva las papas. Para Latinoamérica lo dobla el mexicano Arturo Mercado Jr.
Luego de “Matrix”, Keanu Reeves volvió a encontrar una franquicia personificando a John Wick, un personaje que experimenta en carne propia la dura vida del asesino profesional. Con más violencia que la típica superproducción de Hollywood, y cierto nivel de originalidad al describir una sociedad secreta de sicarios con sus reglas y hasta burocracias, las dos películas previas mostraban a un siempre bien vestido Reeves matando gente a diestra y siniestra. Todo viso de naturalismo se pierde en este tercer capitulo que, de todos modos, tiene una primera mitad bastante divertida en la que todos los asesinos del planeta quieren matar a Wick por haber traicionado las normas del negocio, por lo que el protagonista despacha a sicarios por docenas mientras busca una especie de salvoconducto que lo conduzca a Casablanca para encontrarse con una implacable Halle Berry que, quizá, se digne a ayudarlo. Hay muchas escenas violentas con animales, incluyendo perros que asisten a los protagonistas y hasta una persecución entre motociclistas y jinetes de a caballo. Y el antihéroe se somete a crueldades masoquistas al mejor estilo de Marlon Brando en sus westerns, aunque claro, con un poco menos de histrionismo. Lamentablemente la segunda hora de “John Wick 3” pierde el foco argumental y deja de importar quién tiene que matar a quién, además de extrañarse a una gran actriz como Anjelica Huston que tiene algunas escenas al principio.
Una mujer de clase media suburbana espera a su hijo –que anda en el auto con el perro del título- contándose chismes por teléfono con una vecina y preparando el tuco de los tallarines. Entonces aparece una vecina en bicicleta, obesa y con cierta lentitud mental producto de evidente sobredosis de pastillas. La charla entre ambas es toda esta película basada en la obra teatral homónima de la directora del film, también interpretado por las actrices de la puesta original, Maruja Bustamante y Mónica Raiola. “Doberman” es teatro filmado, mitigado por correctos rubros técnicos, especialmente un montaje que se las arregla bastante bien para darle cierto dinamismo visual a la verborragia incesante. La historia se va decantando de a poco, lo que vuelve larga una película que dura poco más de una hora, y las cosas recién se van calentando hacia el final luego de que ambas dan vueltas alrededor de un conflicto latente.
Por más emocionante que sea la vida de un escritor, la de un inventor de mundos como fue J. R. R Tolkien nunca podrá equipararse a la de sus libros, empezando por “El Señor de los Anillos”. Tal vez por eso los herederos de Tolkien le negaron toda colaboración a este film biográfico que intenta exponer cómo los sinsabores que la vida le deparó al joven autor influyeron en la frondosa imaginación de sus libros. Para empezar, Tolkien era huérfano y tuvo un incipiente amor con una pianista huérfana. La pareja que forman Nicholas Hault (de los “X-Men”) y Lily Collins es casi perfecta, pero la felicidad no dura mucho, ya que primero les prohíben verse, y luego viene la Primera Guerra Mundial. Justamente este es el momento del film donde la terrible guerra de trincheras en Francia pone a prueba el sentido de la camaradería que el joven Tolkien formó con sus compañeros, logrando una especie de prototipo de la “Comunidad del Anillo” que, años después, seria parte esencial de su literatura. Muy bien filmado por el finlandes Karukoski, en buena parte este “Tolkien” es una típica película de época al estilo inglés, tal vez demasiado conservadora en lo formal, pero con una excelente ambientación, sólidas actuaciones y momentos intensos.
Se supone que este thriller político-periodístico debería recordarnos los prolegómenos de la crisis de 2001, tal vez con la idea de que aquellos conflictos nos recuerden los problemas actuales. O tal vez no, ya que las teorías conspirativas del argumento no ayudan a armar una idea coherente sobre lo que sucede en esta insondable película. El asunto es que el reportero, hijo de un periodista venerable, no logra ser considerado escritor, sobre todo por su editora ninfómana. Pero el asunto se complica cuando el patriarca intelectual muere en un episodio extraño que implica mucho más que lo que los medios querrían publicar. La trama es mediocre, y los diálogos, por momentos, inaceptables. Pero lo que de vez en cuando redime el asunto son los actores. Empezando por Pablo Rago, que se las arregla para sostener lo insostenible en el papel del escriba que trata de renegar del legado de su padre Roberto Carnaghi. En algunas escenas cuasi surrealistas también se lucen Atilio Veronelli y Gerardo Romano.