La estrella hollywoodense de esta película es Ryan Reynolds en el papel del Detective Picachu, pero a quien sólo podrán escuchar quienes accedan a la versión original. De todas formas, al igual que en el taquillero videogame homónimo de 2016, aquí nos enfrentamos a una historia totalmente incomprensible salvo para aquellos que tengan cierta “expertise” en el universo pokemon. Pero aun así la calidad de esta nueva producción no está a la altura de las posibilidades, sobre todo si se lo compara con el juego de Nintendo original. La trama tiene que ver con un personaje desaparecido al que el detective debe encontrar. En términos cinematográficos, la mezcla de live action con animación digital 3 D tiene sus momentos. Hay imágenes formidables, pero encuadradas en un contexto difícil. Dicho de otra forma, los acompañantes adultos que lleven a sus hijos al cine deberían recibir algún tipo de medalla.
Por algún motivo no hay muchas películas sobre la confección de un diccionario. Y el motivo queda totalmente claro viendo esta soporífera “Entre la razón y la locura”: una película sobre la gente que emprende esa tarea puede ser muy aburrida. Eso aun cuando, en este caso particular, la historia incluye el detalle curioso y dramático de que un colaborador de ese diccionario es un paciente psiquiátrico. Estamos ante un caso verídico adaptado, entre otros, por el venerable John Boorman. Mel Gibson interpreta al encargado de confeccionar el Diccionario Oxford del idioma inglés, tarea ciclópea para la que ensaya una curiosa estrategia; pedirles a voluntarios que envíen entradas con vocablos a analizar e incluir en el diccionario. Y uno de los mayores colaboradores es un ex soldado internado en un manicomio. Más allá de las palabras del diccionario, este es un film demasiado dialogado en el que, como mucho, hay dos o tres escenas de auténtica intensidad dramática. El ritmo es apocado y, desde luego, lo único más o menos rescatable son las actuaciones de Mel Gibson y de Sean Penn, respectivamente el profesor y el demente referidos en el titulo original.
En una zona patagónica varias mujeres pierden la cabeza. Como hay siempre un sospechoso cerca de la escena del crimen, se puede creer que ese psicópata es el culpable de las decapitaciones. Sin embargo, uno de los policías que investiga empieza a sospechar que hay algo sobrenatural relacionado con el asunto. Desde la primera toma de una tremenda decapitación, el director Alejandro Fadel exhibe un gran conocimiento del cine gore y un excelente uso de los efectos especiales, lo cual a lo largo del film se nota a través de imágenes tan imaginativas como bien realizadas. En especial la fotografía y el uso de notables locaciones ayudan a darle interés a una trama extraña y original. Pero el desarrollo del guión no siempre da con el ritmo adecuado y, por momentos, los diálogos se vuelven un tanto pretenciosos. Hay un tono excesivamente serio que a veces se quiebra con el uso kitsch de la música, y en general falta sentido del humor. Pero, con la abundancia de escenas gore, es probable que a los fans del terror este tipo de detalles sutiles no les precupen demasiado.
Dado que esta coproducción uruguayo argentino-hispana recibió premios en festivales como Sundance, no debería esperarse nada en la tradición de Spielberg ni mucho menos Hemingway. Pero sí, hay tiburones, ya que en la escena de créditos se ve una aleta, y en algún momento aparecen lobos marinos medio devorados en una playa uruguaya, lo que preocupa a los botijas locales, que no sólo ven peligrar la inminente temporada turística. Y encima hace unos días, desde que empezaron a circular los avistamientos escuálicos, no pescan nada. Para complicar las cosas en la modesta comunidad oriental, tienen problemas de agua corriente, lo que se suma a ciertas tensiones familiares y personales de la protagonista adolescente. Lamentablemente no las tensiona tanto como para volver intensa a esta interesante pero demasiado leve historia de crecimiento y vago despertar sexual, entre otras cosas que por estar contadas de modo excesivamente sutil no logra enganchar del todo al espectador. Sin embargo “Los tiburones” está muy bien filmada, por lo que siempre hay algo para ver. Ademas las actuaciones son más que razonablemente aceptables, igual que los diálogos bastante creíbles. Lo que es destacable es el score musical retro pop bien al estilo Giorgio Moroder a cargo de Fabrizio Rossi y Miguel Recalde.
Los primeros 25 minutos de “La culpa” son electrizantes. Un agente del 911 (en realidad en Dinamarca es el 112) atiende un par de casos rutinarios hasta que le entra un llamado que lo deja al borde de la desesperación: una mujer llama al número de emergencias simulando hablar con su hija, dado que está secuestrada a bordo de una camioneta con un hombre armado. El director y guionista Gustav Moller se las ingenia para que sólo utilizando primeros planos de un hombre al teléfono generar tanta tensión. El montaje, la ascética dirección de arte y, sobre todo, la actuación de Jakob Cedergren, contribuyen. Pero al estar la totalidad del film basado en un mismo recurso, a medida que pasan los minutos y el guión se torna más complejo, la armazón empieza a dejar ver los hilos, sobre todo a medida que el argumento devela distintos problemas que tiene el protagonista, y que lo empujan a obsesionarse con el caso de la mujer secuestrada. Si bien no logra mantener un suspenso parejo, nunca deja de ser interesante como un raro tour de force dramático policial diseñado para el lucimiento de un único actor.
La última entrada de la taquillera serie de “Los Vengadores” es una de las más ambiciosas superproducciones de Marvel. Tal vez por eso es también una de las más flojas o, para ser sinceros, de las menos buenas de todas las películas del estudio fundado por Stan Lee. Para empezar hay un problema de base con la duración de tres horas. Por más fan que se sea de Marvel y sus superhéroes, hay que reconocer que las andanzas del Capitán América, Iron Man y Thor no es “La guerra y la paz” ni “Lawrence de Arabia”, y que plantear un relato con estos personajes como si fuera algo épico y trascendente ya es empezar con el pie izquierdo. Luego, una película de esta duración necesita otro ritmo narrativo, y si bien durante los comienzos del prólogo los directores Anthony y John Russo parecen querer plantear un ritmo más reflexivo, promediando el film ya el espectador se sentirá metido en la vorágine del film anterior. Para colmo, la trama ahora implica un viaje en el tiempo que permitiría ganar la guerra con Thanos perdida en la película anterior, por lo que en verdad muchas secuencias son sólo variaciones de cosas ya vistas. Pocas veces una película de Marvel tuvo un banda sonora tan anodina, llena de melodías insulsas y lacrimógenas, y por sobre todo, tan poco humor. En este sentido, si bien hay algunos chistes, casi hay una hora entera de proyección en la que nadie sentirá una sola risa en toda la sala. Es obvio que ningún fan de Marvel querrá perderse la resolución de “Avengers”. Como siempre, hay imágenes impresionantes y detalles argumentales para cada uno de los personajes de siempre, esta vez con un gracioso Thor beodo y momentos emotivos con el millonario Stark (Robert Downey Jr.) que viajando en el tiempo logra encontrarse con su propio padre en una de las buenas escenas de una película que podría haber salido mucho mejor.
Si bien no hay chalecos amarillos, esta película ubica el tono que sintió parte de la sociedad francesa el año pasado. “La guerra silenciosa”, preestrenada con la presencia de su director en el reciente ciclo Les avant premières, es un drama laboral, filmado minuciosamente al estilo docudrama. La historia empieza cuando una fábrica, parte de un conglomerado empresario alemán y situada en un pueblo francés, anuncia que va a cerrar, lo que dejará sin trabajo a más de mil obreros. Inmediatamente toman la fabrica y empieza una lucha de meses. La cámara siempre enfoca planos generales, mezclando los debates entre los miembros del sindicato y las medidas que adoptan en contra de los empresarios, con tomas de noticiero que sirven para dar una idea de objetividad sobre el conflicto. La película, por momentos, se vuelve demasiado hablada, pero intermitentemente cobra fuerzas renovadas a medida que la lucha obrera logra algún objetivo o sufre un revés. Falta un poco el factor humano, es decir, algún hilo dramático que enganche más al espectador. Eso recién se produce hacia el final con un desenlace impresionante que equilibra un conjunto interesante pero no siempre parejo. La música y la fotografía son excelentes.
Aquí hay una extraña historia que mezcla la sátira pop con el comentario social. “Vox Lux” es una especie de odisea musical que combina el oropel de las superestrellas con los dramas reales que vive el mundo a partir de los constantes episodios terroristas y de masacres escolares. Justamente, luego de una de estas masacres al estilo Colombine, la joven Celeste (Natalie Portman) sabe cómo transformar un duelo musical en estrellato mundial, y de algún modo toda su carrera posterior está atravesada por este imprevisto acceso a la fama. El planteo es interesante y la actuación de Natalie Portman tiene muy buenos momentos, igual que la de Jude Law en el papel de su manager. Las canciones de la australiana SIA (compositora de hits para artistas del nivel de Beyonce) son más que potables. Pero el director Brady Colbert no puede evitar un tono excesivamente pretencioso que se vuelve fuera de lugar y altamente kitsch en lo estético cuando la trama retoma al personaje de Celeste, en un especie de regreso luego de atribulados años de excesos. Este es el tipo de saga pop que funcionaría mejor con una auténtica cantante en el papel protagónico, como el fenómeno de Lady Gaga en “Nace una estrella”.
Julianne Moore está brillante en esta nueva versión de la “Gloria”, de Sebastián Lelio. Y estuvo muy acertada cuando decidió protagonizarla solo si la dirigía el mismo Lelio. Lógico, porque, además de haber escrito la obra, es un lúcido observador del carácter femenino, conciliador de arrojos y sutilezas, y guía eficaz de las actrices en el camino del éxito, como lo prueban Paulina García en la “Gloria” original, Daniela Vega en “Una mujer fantástica”, Rachel Weisz y Rachel Adams en “Desobediencia”. Y también hace lucir a las mujeres detrás de cámara, en este caso Natasha Braier, argentina, directora de fotografía, y Soledad Salfate, chilena, editora. “Gloria”, algunos la recordarán, expone las andanzas de una señora divorciada, con hijos grandes, trabajo estable, que de noche sale a bailar y divertirse con la música de su juventud y el entusiasmo sexual que no pudo liberar en su juventud. En eso ella no tira la toalla, sino otra cosa. Por ahí puede que se consiga un novio estable. O que deba enfrentar achaques y frustraciones. Como sea, por algo se llama como se llama y se identifica con el tema que la nombra. “Gloria Bell”, que ahora vemos, cuenta lo mismo. Inclusive hay escenas idénticas. Pero, puestos a mirar en detalle, no cuenta lo mismo. La de Paulina García era más zafada, le veíamos hacer cosas impropias de una señora con toda dedicación y posterior resaca. La de Julianne Moore es más discreta, más formal, aunque la actriz muestre las formas. También difieren los contextos. La primera transcurría en el Chile posterior a la dictadura, se percibían sus ecos, las ganas de disfrutar eran más urgentes, y bien podía temerse que un candidato fuera un exservicio. La nueva transcurre en EE.UU., la vida canta y ríe ya por rutina, y el fulano es un exmarine sin que nadie se aflija por eso. Como sea, en ambos casos la mujer es más piola que el tipo. Lelio sabe cómo halagar a su público (y en la adaptación al gusto americano lo ayuda la escritora y comediante Alice Johnson Boher).
Los fans de cualquier edad de los parques de diversiones seguro pasarán un buen rato con esta modesta producción animada diseñada originalmente como un piloto para Nickleodeon. Algo muy interesante del concepto de “Parque Mágico” es que en la historia no hay ningún villano, salvo en el lado oscuro de la salvaje imaginación de la protagonista. La trama presenta una nena de imaginación desaforada, que tiene la tenacidad suficiente para llevar a la práctica unas pocas de sus ideas locas, lo que como queda claro en algunas de las escenas iniciales puede ser bastante peligroso. Con su imaginación mitigada por sus padres, la pequeña protagonista recorre un bosque y se encuentra con fabuloso parque de diversiones medio derruido. Pronto percibe que ese parque es imaginario y que, por lo tanto, sólo podrá arreglarlo con su imaginación. Así que pone manos a la obra junto con animalitos extraños como un puercoespín, un oso azul y miedoso, y unos muñecos zombies. Cada juego del parque es un delirio imposible pero divertidísimo, y sobre todo vertiginoso. La animación no es de lo mejor pero cumple, y la mayor queja es que no todos los juegos de este “Parque Mágico” estén debidamente explorados.