Comedia negra delirante con gran villano La primera escena de «Jack Reacher» es de candente actualidad: el espectador ve a través de la mira del rifle de un francotirador las víctimas que van a ser asesinadas al azar mientras caminan por un parque. El comienzo es serio y aterrador, pero el tono del film es distinto. Cuando aparece el extraño héroe del título, personificado por Tom Cruise, la película cambia de su punto de partida de thriller conspirativo hacia un curioso cóctel de film de acción más o menos standard y comedia negra con toques delirantes. Jack Reacher es un mítico y misterioso personaje de actuación notable en todos los últimos conflictos bélicos, merecedor de condecoraciones de todo tipo y calibre por ser el más brillante investigador entre toda la policía militar. Sin embargo esta especie de Sherlock Holmes dedicado a casos de soldados desquiciados, masacres de civiles iraquíes y temibles casos de corrupción de contratistas que lucran con la guerra, decidió abandonar el servicio y literalmente desaparecer del sistema, abandonando todo elemento que pueda servir para ubicarlo, para recorrer el mundo impartiendo justicia sin licencia de conducir, tarjetas de crédito ni teléfono celular. Esta especie de versión moderna del David Carradine de la serie «Kung Fu» también es, en principio, pacifista, aunque luego termina moliendo a golpes de karate a los múltiples energúmenos que hacen cola para enfrentarlo. El personaje tambien vuelve locas a todas las mujeres (empezando por la abogada Rosamund Pike que lo contrata para investigar el caso de la masacre en el parque), pero el héroe no está muy interesado en el romance, y en cambio prefiere revolcarse, darse golpes y patadas con fornidos villanos de la peor especie. Justamente, uno de los puntos fuertes del film es uno de estos tipos aberrantes, un demente que se comió sus propios dedos de las manos en una cárcel de Siberia, interpretado por el legendario director de «Aguirre la ira de Dios». Cada escena en la que aparece este temible Werner Herzog justifica el precio de la entrada al cine, pero igual que el singular personaje protagónico -perfecto para Tom Cruise- no está explotado a fondo por el director Christopher McQuarrie, que tampoco logra darle buen ritmo al film ni generar mucho suspenso. En cambio prefiere dejarse llevar por el humor negro y absurdo, que por momentos realmene se disfruta, sobre todo cuando aparece un jocoso fanatico de las armas interpretado por el inigualable Robert Duvall. Sólidamnete filmada por McQuarrie -con la colaboración del célebre director de fotografía Caleb Deschanel-, la película es un poco más larga de lo necesario, y deja la sensación de que daba para más. Quizá el director y Tom Cruise se la tomaron como un aperitivo antes de su inminente «Misión Imposible 5».
Aventura inusual con técnica deslumbrante Basada en una novela de Yann Martel, «Pi: una aventura extraordinaria» narra las penurias de un náufrago adolescente que sobrevive 227 días en un bote con un tigre de Bengala como único acompañante. Este hecho insólito es presentado como totalmente verídico, a lo que hay que agregarle toda una serie de cosas aún más extraordinarias, empezando por detalles como que el tigre, última adquisición de un zoológico indio que debe mudar sus animales al Canadá, no está en absoluto domesticado, amaestrado ni nada por el estilo. En este caso no hay dudas sobre lo extraordinario de la historia, pero lo que hay que decir antes que nada es que las imágenes son asombrosas, ya que están filmadas desde el punto de vista del protagonista humano, Pi, que de adolescente se interesaba en todas las religiones, al punto de «agradecerle a Vishnu por haberle hecho conocer a Cristo», y que ya adulto asegura al escritor que lo quiere entrevistar que su relato le hará creer en Dios. De ahí que la odisea de este chico que debe tratar de sobrevivir en medio del océano más preocupado porque no se lo coma el trigre que por los tiburones, haya sido concebida por Ang Lee poniendo el énfasis en cosas muy distintas a las de cualquier otra película de temas similares. Para lograr esto, uno de los principales recursos técnicos del director de «El tigre y el dragón» es el uso más imaginativo del 3D que se haya visto nunca, tanto en lo estético como en lo narrativo, ya que la estereoscopia hace que la extrema exposición de Pi a las fuerzas de la naturaleza exploten en la pantalla de un modo inédito. En sus momentos culminantes, las imágenes cortan el aliento. No tiene sentido intentar explicarlas, hay que verlas. Aquellos que creen que el cine es, ante todo, imagen, disfrutarán especialmente esta obra maestra que, además, es un desafío técnico imposible de apreciar del todo sin verla varias veces. Pero de todos modos este punto es secundario, ya que el gran don de Ang Lee es el de saber usar todas las herramientas tecnológicas para llenar la pantalla de imágenes alucinantes, místicas, terroríficas y maravillosas que no aparecen de un modo gratuito, sino que están totalmente justificadas para llevar al espectador al concepto principal de esta aventura sólo simple en apariencia. Es que para llegar al naufragio hay que pasar por toda la vida de Pi, que de chico se ocupa en la clase de matemáticas de la escuela para que sus compañeros no lo llamen Pis (su raro nombre de pila es Piscine, por la piscina favorita de su tío). Y que cuando llega un tigre de Bengala al zoológico de su padre, no vacila en desobedecer las normas de seguridad para meterse en la guarida de Richard Parker -es decir, el tigre, llamado así por un error burocrático- para verlo de cerca apreciándolo como una de las grandes creaciones divinas. Una de las mejores escenas no tiene nada que ver con el mar, sino con el castigo del padre de Pi mostrándole la naturaleza salvaje del felino para que entienda que un tigre jamás será su amigo. Es que para desarrollar el concepto principal, el guión se toma todo el tiempo necesario antes y después del naufragio, lo que le da al film un aire clásico que finalmente tiene puntos en común con las grandes películas de aventuras. Ni hay que decir que el personaje más carismático es el increíble tigre digital, pero los humanos tienen que estar a su altura, sobre todo el joven Suraj Sharma (también tiene un papel breve Gerard Depardieu). Para dejar de hablar de lo visual, hay que mencionar el notable score musical de Mychael Danna, otro de los puntos fuertes de esta película asombrosa.
Terror nacional algo desparejo, pero eficaz Esta película de terror dividida en tres episodios es despareja pero tiene lo suyo. En especial el prólogo, que después también hace de nexo entre los relatos, está nuy logrado y de algún modo une el terror sobrenatural con el típico cine testimonial argentino, ya que la acción empieza con un procedimiento de parapoliciales en el lugar equivocado. Es una casa donde se practica ritos ocultos y otras actividades non sanctas. Más allá del humor negro propio de estos casos, todo este prólogo mantiene un nivel de tensión llamativo, igual que el primer relato, «La caja», con el mismo tipo de personajes violentos e irremidibles pero ya en otra época. Luego, a medida que avanza la película, el humor va intercalándose con el terror mientras la tensión decae, anque por momentos hay ideas realmente originales y escenas muy eficaces, con la dosis de gore que el fan del género siempre agradece. Las historias están bien hilvanadas entre sí, volviendo siempre al nexo -que sin duda es lo mejor del film- y si no todo funciona es en parte debido a que no todas las actuaciones tienen buen nivel. En todo caso, hay que reconocerle a este atípico film ser el pionero de un subgénero del fantástico: el cine de terror con enanos de jardín, que aquí aparecen sutil pero ominosamente al principio hasta desencadenar una verdadera masacre en un final tan horripilante como hilarante, sin desperdicio.
Terror con giros originales Al principio, esta «Cabaña del terror» se parece a infinidad de otras peliculas del género sobre jóvenes aislados en un lugar lejano y acosados por algún peligro ominoso y sobrenatural. Salvo que, en este caso, los jóvenes aislados están siendo espiados y monitoreados hasta el más mínimo detalle por los científicos de un complejo y enigmático centro de investigaciones militares que parecen dedicados a hacer participar a los protagonistas en algún tipo de experimento non sancto. El asunto es que desde el momento en el que parte hacia el weekend en la cabaña, el quinteto estelar no es perdido de vista por la organización cuya verdadera naturaleza permanece en el mayor misterio casi hasta el final del film. Los jóvenes llegan a la cabaña y encuentran algunas cosas raras, por ejemplo, un espejo que permite la visión desde el otro cuarto al estilo de las habitaciones de interrogatorio. También encuentran unos elementos propios de rituales de algún culto oscuro, y ahí empieza la película de terror más común y corriente, ya que pronto entre los árboles del bosque aparecerán unos horribles zombies listos para atacar y matar uno a uno a nuestros héroes. Esto no tiene sentido porque obviamente dado el monitoreo en el laboratorio queda claro que ésta no es una película de zombies ni de nada por el estilo, sino que hay algo más, y justamente ese algo más es lo que hace que el film se vuelva más y más entretenido a medida que avanza el divertido guión de Joss Wheddon, capaz de permitir todo tipo de criaturas sobrenaturales en la historia, incluyendo hasta el mismísimo payaso de «It» de Stephen King, hombres lobo, serpientes gigantes y todo tipo de engendros infernales. El gore y la ultraviolencia aumentan con la diversión, pero lo que se pierde en los repentinos cambios de rumbo del argumento es la lógica, que quizá no sea el fuerte de esta sólida película de terror. Hay algunas actuaciones buenas -no especialmente entre el quinteto de jóvenes, sino más bien entre sus enemigos científicos- y el nivel de efectos especiales digitales para la temible invasión de monstruos de todo tipo y calibre es realmente notable.
Relatos futuristas salvan “Cloud Atlas” Esta compleja historia de libertad que dura siglos y varias reencarnaciones de las mismas personas a través de generaciones tiene su sustancia y también sus puntos en blanco, básicamente debido a que no todos los relatos encajan tan bien con los demás ni son tan interesantes como los otros. Tenemos la historia de un abogado enfermo y un esclavo durante un fatídico viaje en barco en el siglo XIX; la relación entre un brillante compositor y su mentor en 1930; un asunto conspirativo investigado por una periodista con intereses ecológicos en la década de 1970; los problemas de un editor acosado por las deudas en el 2012, más dos episodios futuristas: uno en la Corea del siglo XXI y otro dentro de varios siglos en un marco totalmente post-apocalíptico. Dado que «Cloud Atlas» dura tres horas y todos estos relatos están entremezclados, además de estar actuados por los mismos intérpretes, hay más de un momento donde todo el asunto se vuelve un poco confuso y cansador y no demasiado coherente con el resto. Esto sucede especialmente con el episodio del editor contemporáneo que empieza con gran contundencia gracias a uno de los mejores papeles que tiene Tom Hanks en el film, el de un escritor decidido a asesinar a un critico, pero que luego se disuelve en una comedia de la tercera edad que no tiene mucho que ver en espíritu con el dramatismo de las otras historias. Lo mismo pasa con el relato del compositor, que perfectamente podria haber dado para una gran película por sí solo, pero que parece unido de una manera un tanto gratuita con los demás episodios. En cambio, la historia setentista que tiene como principal protagonista a Halle Berry sí coincide bien con los relatos futuristas y, además, ofrece una impactante escena digna de un policial blaxploitation. En realidad son los dos relatos futuristas lo que salvan «Cloud Atlas», y donde queda claro el talento de los hermanos Andy y Lana Wachowski para los mundos imaginarios, que en este caso no solo incluyen espectaculares escenas de acción (que de todos modos aparecen en este largo film) sino también diálogos profundos, llenos de distintos contenidos filosóficos libertarios. Las actuaciones de Halle Berry necesitan menos maquillajes raros para sus sucesivos papeles, pero en algunos casos, especialmente en el de Tom Hanks, la mezcla de efectos digitales y de maquillaje se vuelven un poco distractivos sobre todo cuando aparecen y reaparecen una y otra vez, dada la naturaleza laberíntica del montaje del film. En todo caso, al menos dos de esos múltiples personajes le dan un gran lucimiento a este gran actor que sin duda tomó un gran riesgo -igual que todos los otros involucrados- con esta película llena de ideas e imágenes fascinantes pero también un tanto abrumadora en forma y contenido.
Exhaustiva y lúcida mirada sobre la vida de Bob Marley Los fans del reggae deben haber visto más de una producción con Bob Marley & The Wailers tocando sus grandes éxitos en vivo. Pero difícilmente hayan visto un documental tan completo como éste en todo lo que se refiere a la importancia extramusical del artista que difundio la música jamaiquina internacionalmente. Kevin McDonald busca por todo el mundo los testigos que pueden hablar sobre Bob Marley, ya sea parientes en Jamaica -incluyendo un primo blanco, ya que su padre lo era- y hasta la enfermera que lo atendió en sus últimos días en Alemania, y hasta la hija del presidente de Gabon, donde Marley fue a tocar sin darse cuenta de que el país era una dictadura. No es que el director no le dé importancia a la música. Los temas de Marley están presentes a lo largo de todo el film, a veces con imágenes inéditas del cantante y su banda, pero el énfasis está puesto en otro lado que, por momentos, es más interesante. Sobre todo en lo que tiene que ver con la extraña vida personal de Bob Marley y también en su participacion en la vida política de Jamaica en los atribulados y violentos años 70. La película comienza en Africa, en el lugar donde salían los esclavos para Jamaica, y luego sigue en las colinas donde nació el pequeño Robert Marley. Ahí hay testimonios de su madre, un primo y uno de los Wailers, y luego la acción se mueve a Trench Town, el ghetto donde Marley empezó a concentrarse en la música como método de escaparle a la miseria que lo rodeaba. En esta parte de la película hay que agradecerle al director un soundtrack nutrido de las primeras versiones de los temas más conocidos, pero grabados con más calidad que en los 70, además de otros hits que en la década anterior hicieron furor en las rockollas de Trench Town, pero que ahora no son tan famosos. También están los sustanciosos testimonios de su esposa Rita Marley, y del dueño de Island Records, Chris Blackwell, así como también de la Miss Jamaica que llegó a Miss mundo y tuvo una relación íntima con el cantante. Para ver a Marley y los Wailers en acción hay que esperar casi una hora de película, pero vale la pena porque la música está integrada en todos los demás aspectos de este ícono del siglo XX. Y además los registros del músico en vivo no tienen desperdicio, igual que este excelente documental.
Las escenas de época casi salvan a Madonna La historia de la mujer que hizo que un rey abdicara por amor, es digna del título local de este film, «El romance del siglo». Sin embargo la película de Madonna no trata exactamente de eso, sino que se centra más que nada en una mujer casada de fines de los 90 que tiene un romance con el guardia de seguridad de la sala de Sothebys sobre artículos del rey y su novia plebeya. Es como si alguien quisiera filmar la vida de Napoleón, pero se preocupara por intercalar anécdotas de un kiosquero que colecciona revistas de comics sobre Bonaparte. No tiene mucho sentido, y esa falta de sentido es lo primero que afecta al film de Madonna, que por otro lado también exhibe toda una serie de tics que no ayudan mucho a su obra, como el uso constante de temas musicales de otra época, desde un clásico de Henry Mancini hasta uno de los Sex Pistols (este tipo de uso de la música fuera de época es tan remanido que cuesta creer que alguien pueda considerarlo original). Después de todo esto, quedan las escenas que sí hablan de la relación del rey Eduardo VIII con la divorciada norteamericana Wallis Simpson, y en este sentido hay algunos momentos interesantes, con una actuación razonable de James DArcy como el rey, y algunas escenas de época que casi logran que el film pueda verse. Lamentablemente el conjunto no cierra en absoluto, y no sirve para pensar que Madonna pueda tener un gran futuro como directora de cine.
Sobre gangsters con mirada “de autor” Tanto por tema como por su elenco, esta película tenía todo para ser más que interesante. Lo difícil es tomar este material y lograr algo tan pobre como «Los ilegales», una verdadera decepción. El guión del músico Nick Cave -que ya había colaborado antes con el director- se basa en una historia verídica sobre un clan de tres hermanos traficantes de whisky casero durante la era de la Prohibición en la zona rural de Virginia, y lucha contra funcionarios corruptos que quieren una parte del negocio. El asunto es familiar, y con distintas variaciones se ha visto en varias películas, lo que no implica que no se le pueda dar otra mirada desde otro punto de vista. Especialmente teniendo en cuenta que la novela en la que se basa el guión está escrita por el nieto de uno de los hermanos protagónicos. Lamentablemente. en casi todo lo que tiene que ver con la trama gangsteril, la aproximación del director es casi siempre básica y muy poco original, al punto de que da la sensación de estar viendo algún viejo telefilm. Incluso, para un film escrito por Nick Cave sobre un tema necesariamente violento y sórdido, ya que los personajes no sólo son criminales sino también miembros de una comunidad campestre no precisamente civilizada ni tolerante, casi todas las escenas resultan muy poco jugadas. Pero si la audacia brilla por su ausencia en cuanto a la acción, en cambio todo lo que se refiere a las relaciones humanas entre personajes principales y secundarios -no especialmente interesantes ni mucho menos importantes para la historia- está enriquecido al máximo de sus posibilidades. Esto se traduce en diálogos imposibles, serios y pretenciosos entre criminales campesinos que probablemente no sostenían largas charlas sobre la problemática de la violencia en la sociedad moderna, sino casi seguro se comunicaban mediante monosílabos. Lo que pasa es que es cine de autor, tal vez incluso de arte, con hallazgos como musicalizar a los gangsters con canciones de rock y cosas por el estilo. El elenco esta muy desaprovechado, y el único que parece divertirse es Gary Oldman, seguramente porque aparece muy poco y disparando una ametralladora en vez de aguantarse algunas de las deprimentes escenas de esta película de dos horas de duración que no terminan nunca.
Un viaje fantástico intenso y vertiginoso Después de las tres películas sobre «El señor de los anillos», está claro que Peter Jackson conoce más que bien el mundo de Tolkien, y sobre todo cómo llevarlo a la pantalla. Siendo básicamente una precuela de la trilogía anterior, en la que Bilbo Bolson recuerda entre otras cosas las circunstancias en las que obtuvo uno de los Anillos del Poder que años mas tarde cedería a su sobrino Frodo (Elijah Wood, que aquí aparece brevemente), Jackson se mantiene dentro del mismo universo que no sólo le es familiar a él, sino también a millones de espectadores de todo el mundo que conocieron la literatura de Tolkien gracias a sus películas. Jackson se toma su tiempo para contar esta historia que vuelve a llevarnos a los mismos lugares fantásticos y muchas veces terriblemente siniestros. La película comienza con un breve prólogo en el que el viejo hobbit Bilbo (encarnado por Ian Holm, como en los films anteriores) tiene un flashcon su juventud, cuando una visita del mago Gandalf para buscar un tesoro junto a un montón de enanos no siempre muy amistosos transforma para siempre su vida. Dando por sentado que el público conoce los conflictos básicos y también varios de los personajes esenciales de la historia (muchos incluso interpretados por los mismos actores de antes, que sólo deben lucir más jóvenes, como el Gandalf de Ian McKellen), el director puede darle otro ritmo a las cosas, por lo que luego de la introducción de los personajes en la tranquilidad de la casa de Bilbo, «El Hobitt» empieza a convertirse en un vertiginoso viaje fantástico que se vuelve más y más intenso a medida que va avanzando la acción. Luego de unos primeros 45 minutos relativamente tranquilos, la historia despega y no se detiene nunca, logrando que las casi tres horas de proyección pasen a una velocidad sorprendente. Hay escecnas de acción a granel, imágenes de seres y paisajes fantásticos con detalles minuciosos, batallas a niveles épicos y por suerte ninguna intención pretenciosa más que la de contar el relato de Tolkien, que más allá de ser una historia fantasiosa juvenil, está repleta de ideas sustanciosas. «El Hobbit: un viaje inesperado» tiene tantas secuencias brillantes y tal despliegue visual que no tiene sentido tratar de detallarlas. Sí hay que hacer notar al formidable Gandalf de Ian McKellen, que domina el film por completo -incluso cuando actúa con colegas como Christopher Lee y Cate Blanchett, repitiendo sus roles de la trilogía previa-, y destacar al Bilbo que compone Martin Freeman, un hobbit con más presencia y carácter que su sobrino Elijah Wood. Esta es una película con hitos técnicos y escenas increíbles que hay que ver más de una vez para apreciar en su justa medida. Una de estas escenas, tal vez la mejor de todas, es el encuentro con Gollum, el despreciable, infinitamente miserable Gollum que vuelve a interpretar el talentoso Andy Serkis. Este es sólo uno de los momentos brillantes que ofrece Peter Jackson en una de los mejores trabajos de su carrera. La única pregunta es si podrá mantener el nivel en las dos entregas siguientes de esta nueva trilogía.
Film con destino “de culto” Aquí tenemos una genuina película de culto, de esas pocas que no tiene sentido comparar o no con el cine argentino, ya que en realidad es imposible de comparar con el cine de cualquier sitio. Al comienzo, luego de una cita del nunca debidamente valorado escritor Jim Thompson, podría parecer que tenemos una mezcla de policial negro sobre box -con imágenes e ideas que quizá sean un homenaje a «The set-up» de Robert Wise- para luego dar la pauta, poco a poco, de que el protagonista (un increíblemente jugado Juan Palomino en un trabajo antológico) tal vez sea admirado especialmente por haber matado de un golpe a su rival, un púgil apodado Bombilla. Todo esto parece gracioso pero no muy coherente, y un poco teatral y hasta como de arte, durante un breve lapso. Luego el astuto guión empieza a enviar escenas asombrosas que van cerrando detalles de lo poco que sabía el espectador sobre la historia, que escena por escena -y sin duda, imagen por imagen- va revelando su verdadera naturaleza, totalmente psicotrónica y delirante, pero muy bien escrita, narrada, actuada y filmada. Todo esto con altibajos, escenas que se separan del conjunto por aprovechar un personaje, y quizá para pescar con la guardia baja al espectador desprevenido que, por suerte, no podría sospechar el nivel de audacia de un guión con diálogos que enriquecen de manera revolucionaria el lenguaje blasfemo argentino, ya sea por haber investigado el lunfardo actual, o por inventarlo a gusto. Ademas de Palomino, el boxeador Marcos Weinsberg, apodado El Inca del Sinaí por su origen peruano-judio (y encima es peronista), hay grandes momentos de Segio Boris (tal vez el personaje del título), un simpático hampón patético, mezcla de Pepe Marrone y Nathan Pinzón a cargo de Aranosky, y una serie de increíbles personajes de reparto que hasta permiten secuencias de acción tan eficaces como imaginativas. «Diablo» tiene talento por todos lados, y por sobre todo, es muy divertida de ver, y se disfruta especialmente por su mezcla de audacia extrema e ingenuidad minimalista.