“Duro de matar 5”, con la eficacia del principio Luego de tantos Duro de matar, para esta quinta masacre de tipos malos, Bruce Willis decidió volver a las fuentes: superacción a granel y nada de cosas raras. Y la ambientación de la historia en Rusia sirve a este fin con mucha eficacia, ya que la violencia y, sobre todo, las persecuciones automovilísticas adquieren un plus en medio del tráfico moscovita. John McClane se lleva muy mal con su hijo, al que no ve hace años y cree metido en negocios turbios tipo tráfico de drogas. Cuando recibe la noticia de que está en Rusia a punto de ser juzgado por homicidio, no duda un instante y se toma un avión a Moscú. Ahí, McClane jr. está en un tribunal al lado de un preso de máxima seguridad a punto de atestiguar algo grave contra un poderoso candidato ruso que intentará que no salgan a la luz oscuros secretos de su pasado. Obviamente, ahí explota todo, con el protagonista y su hijo metidos en el medio de las más sangrientas balaceras y huyendo con el otro preso que todos quieren liquidar. Por supuesto, en medio de los tiroteos y explosiones, el guión también se ocupa de ir revisando la relación padre e hijo (que no es tan malo como se podria sospechar), y a la vez hace lo mismo con el fugitivo ruso (un excelente Sebastian Koch) y su bella y peligrosa hija Yuliya Snigir. John Moore, director de películas como Detrás de las líneas enemigas, organiza el film como una desorbitada serie de largas secuencias de acción sin desperdicio, empezando por la larga persecución en las calles y autopistas de Moscú, con stunts antológicos realmente muy bien filmados. El vértigo general, logrado no sólo por el despliegue que se ve en la pantalla, sino también por un montaje formidable, ayudan a que el minimalismo argumental no interfiera con la diversión. El uso intensivo de los temibles helicópteros rusos es otro fuerte del film, que tiene su momento culminante nada menos que en Chernobyl, aportando climas verdaderamente siniestros (aunque como sucede en estos casos, nada fue filmado en Rusia, sino en los alrededores de Budapest). El resultado es un film de bienvenidos 97 minutos (uno de los más cortos de la saga), donde nada sobra y la superacción a granel sazonada con los típicos diálogos irónicos entretienen sin pausa. A esta altura de los Duro de matar, mucho más no se puede pedir.
Terror para fans no muy exigentes Los films de terror en episodios son todo un clásico del género, y esta película combina ese formato con el del "metraje encontrado", es decir la fórmula que hizo ricos a los productores de "El proyecto de la Bruja de Blair" y sus numerosos subproductos. Estas "Crónicas del miedo" se componen de una media docena de relatos que tienen en común el terror sobrenatural decididamente siniestro y fuertemente gore. También, por supuesto, la deficiencia técnica propia del formato, ya que todo se ve a través de unas misteriosas cintas VHS que miran unos gamberros que deben entrar a robar uno de estos casetes por encargo. Los protagonistas son tipos malos -ellos hacen sus propios videos destruyendo casas o molestando sexualmente mujeres- y por supuesto encuentran su merecido en la macabra casa en la que deben robar un VHS de contenido aún más macabro. Como ocurre en estos casos, las historias son desparejas, y tal vez demasiadas, provocando que el film sea más extenso de lo necesario, pero todas tienen algo que ofrecer al fan del cine de terror, e incluso hay un par de episodios realmente buenos. El mejor tiene que ver con unos nerds que piensan disfrutar de bonita noche de Halloweenn, y se meten en la fiesta equivocada. Es el único relato que se juega en cuanto a efectos especiales más elaborados que el simple cuchillazo en la cabeza. De esos hay muchos en varios de los otros relatos, empezando por uno de los más contundentes medio en homenaje a los slasher tipo "Martes 13", con una chica que lleva a varios amigos desprevenidos a pasear por un lago usándolos como carnada para un espantoso asesino del más allá. Hay uno muy divertido con una criatura de la noche a la que tratan de mezclar en una orgía con resultados realmente sangrientos, y uno que realmente da miedo relacionado con un chica acosada por fantasmas. Reconociendo que el recurso del "reality terror" con cámaras que se mueven inconsistentemente ya está resultando bastante cansador, este film tiene material de sobra para entretener a los fans del terror y el gore que no se pongan demasiado exigentes.
Catástrofe aérea que atrapa hasta que se vuelve melodrama Esta es la segunda película de Zemeckis con catástrofes aéreas. La otra, "Náufrago" era bastante mejor, aunque por suerte ésta no tiene escenas ridículas con Denzel Washington hablando con alguna pelota de básquet. Aquí, Washington es un piloto de vida, por lo menos, disipada. Tiene que llevar un jet de línea desde Orlando a Atlanta cargado con más de cien personas, pero la noche anterior se la pasa de juerga con una azafata, y como desayuno se toma un poco de cocaína y unas botellitas de vodka del avión, más un café con un par de aspirinas. El tiempo es malo y el avión, se ve en seguida, está en malas condiciones. La primera parte del film, con el accidente aéreo contado junto a una historia paralela de una adicta a la heroína (Kelly Reilly) mezclada con oscuros personajes del negocio del cine porno parece anunciar algún tipo de thriller, pero pronto el argumento va dejando de lado todo atisbo de suspenso para convertirse en un melodrama de lo más anticuado sobre la lucha del piloto contra su alcoholismo. Este clima un tanto obvio se sostiene por la presencia de Denzel Washington y por la subtrama que de-tonan sus problemas emocionales. La investigación sobre el accidente aéreo, permite la intervención en el film de dos grandes actores, Bruce Greenwood como el encargado del sindicato de pilotos y, especialmente, un brillante Don Cheadle como el abogado que tiene que eliminar del expediente el análisis toxicológico del comandante del vuelo, cuya pericia sin duda salvó muchas vidas pese a no estar en la mejor forma aquella mañana. John Goodman aporta un poco de humor en las breves escenas que aparece como el dealer de drogas del protagonsta, cuya presencia se vol-verá imprescindible en la mejor escena del film. En cambio, toda la historia de amor con la adicta a la heroína que el piloto conoce en el hospital donde está curando sus heridas es de lo más típicamente sensiblero que haya abordado un director como Robert Zemeckis, que a veces se muestra totalmente convencional y sin el pulso de antaño. El argumento tampoco lo ayuda mucho, ya que no sólo parece digno de algún telefilm moralista, sino que por momentos es francamente inverosímil. El talento involucrado, la tensión de las escenas de la catástrofe, y lo interesante del tema de la investigación de un accidente aéreo salvan el resultado, que de todos modos se puede dejar de ver perfectamente hasta que el film sea editado en DVD o lo pasen por el cable.
Aunque interesante, un “Lincoln” casi teatral Los temas importantes no necesariamente vuelven importante a una pelicula. La vida de Lincoln no sólo es importante, también es realmente interesante y podría ser apasionante si Spielberg no estuviera tan abocado a dejar de lado todos los recursos cinematográficos que son su fuerte para concentrarse básicamente en diálogos y actuaciones. La película transcurre a fines de la Guerra de Secesión, cuando el presidente Abraham Lincoln se debate entre parar la sangrienta masacre que ensombrece su país, y poder pasar al Congreso la enmienda número 13 de la Constitución que terminará con la esclavitud. Asi planteada, la última película de Spielberg es fascinante, y el comienzo, con una violenta batalla y Lincoln (un brillante Daniel Day-Lewis) hablando de igual a igual con dos soldados negros y dos blancos por separado, realmente promete. Vuelto del campo de batalla a la Casa Blanca, Lincoln discute con su gabinete, reacio a pensar que la enmienda pueda pasar por el Congreso. Pero Lincoln necesita los 20 votos que faltan y no piensa darse por vencido, por lo que insiste a los políticos de su partido para que consigan los dichosos votos a como dé lugar. La ambientación está muy bien cuidada, por momentos demasiado, y en un punto del film, el espectador se dará cuenta de que está en medio de una pieza más teatral que cinematográfica con un montón de actores conocidos con vistosas barbas postizas que no lucen especialmente naturales. Para colmo, los eventos que se describen son conocidos por todo aquel que tenga algún interés por la historia estadounidense, por lo que se sabe bien lo que va a suceder. Por eso, los momentos más interesantes del film son detalles pintorescos de los manejos políticos para conseguir los votos, o las chicanas de la oposición, y sobre todo, algunas anecdóticas escenas que describen al personaje protagónico en sí mismo (especialmente cuando con tono ceremonioso empieza a contar historias que enervan a alguno de sus ministros, dada la tensión de los momentos que se viven) o algunos detalles de su vida personal. En este sentido, en la mejor escena de "Lincoln" no está el Presidente sino su hijo Robert (un sólido Joseph Gordon-Levitt) enfrentado al horror de las mutilaciones en un hospital. Justamente es una escena con más acción y fuerza de las imágenes que de las palabras, algo que falta en una película estática y discursiva. Hay actuaciones excelentes incluyendo una breve de Hal Holbrook y un inesperado Tommy Lee Jones, pero también hay algunas que se le van de las manos al director, especialmente la Primera Dama, una Sally Field permanentemente al borde de la sobreactuación, y que por otra parte luce mucho mayor que su esposo. Si bien el personaje estaba en otro contexto, el Henry Fonda de "El joven Lincoln" de John Ford tenía una profundidad que aquí se ve poco, ya que más allá de su talento, que prácticamente sostiene el film, la caracterización de Day-Lewis no deja de ser un tanto estereotipada, aunque por suerte algunos apuntes humorísticos intentan quitarle al film su seriedad extrema. Con todos estos reparos, "Lincoln" es un film para ver, no tanto por su realización, sino porque finalmente el tema es importante y nunca debería dejar de interesar.
Moderna propaganda bélica bien filmada Filmada muy poco tiempo después de un suceso histórico como la operación de la CIA para matar a Bin Laden, ésta no podía ser otra cosa que una película de propaganda. Si se dejara pasar unos años, el cambio de administración y otro tipo de detalles, esta historia podría dar lugar a un film realmente atrapante y revelador, pero claramente no es el caso de esta realización de la talentosa Kathryn Bigelow, quien aquí filma con un estilo frío y minimalista que casi se opone al de sus mejores peliculas, empezando por el antológico film de cowboys vampiros Cuando cae la oscuridad (Near Dark) o el salvaje policial Punto límite. En La noche mas oscura, el espectador debe asistir a largas sesiones de tortura mostradas como recurso principal de las pesquisas de la CIA, para dar con el invisible Osama Bin Laden. A los prisioneros árabes los asfixian con toallas empapadas con agua y hasta les colocan correas de perro y los pasean en cuatro patas, y además dejan claro que ninguno de ellos saldrá vivo de los puntos negros de la CIA ubicados en distintos lugares del mundo donde transcurren estas sesiones. El film muestra que estas prácticas se detienen con la llegada al poder de Obama, pero que de todos modos siguen siendo invocadas por los agentes de la CIA como principal punto de partida para la investigación del paradero de Bin Laden, sobre todo por la protagonista, la frenética agente que interpreta Jessica Chastain y que juega un rol esencial en el carácter propagandístico de este film. Ella asiste a las torturas y luego manda cándidos mensajes de texto a su otra amiga de la CIA, como si fueran dos chicas que se dedican a ir al shopping y a tomar el té, y cuando sus amigos mueren en un atentado se promete matar a todos los involucrados en esas muertes empezando por Bin Laden. Es ella contra el mundo, dice uno de sus colegas a lo largo de las excesivas casi tres horas de película, y al darle tal protagonismo a este poco verosímil personaje, la directora nos muestra que la operación para matar a Bin Laden surgió del esfuerzo de una auténtica patriota y no de un plan fría y cerebral del Gobierno. Una película tan larga y que brinda tal lujo de detalles sobre aspectos no demasiado interesantes del tema debería haberse jugado por echar más luz sobre el misterioso tratamiento que se le dio al cadáver del peligroso terrorista, y justamente ahí es donde Bigelow no sólo no se juega en absoluto -no hay ningún tipo de epílogo en esa dirección- sino que engaña sutilmente al espectador al dejar como toda prueba de la concreción de la muerte de Bin Laden a su heroína, que es la encargada de confrimar su identidad al mirar el cuerpo. Es decir, algo asi como, si la heroína nos dice que realmente era Bin Laden, tiene que ser cierto. Todos los detalles y rubros del film son terriblemente sobrios para dar la sensación de realismo, con la excepción de la histriónica Chastain. Entre los actores se destacan también Mark Strong y James Gandolfini, aunque el concepto atenta para que nada ni nadie se pueda lucir. El film es interesante -a pesar de que pueda resultar también indignante- y sin duda esta muy bien filmado, pero salvo en la hora final casi no genera suspenso, dado que cada climax está absolutamente preanunciado para que genere algún tipo de resorte vengativo en sus personajes (y eventualment también en el espectador). Todo ello lógico en un producto que no es un thriller, sino la versión moderna de la larga tradición de los films de propaganda bélica de Hollywood.
Los muchos excesos no quitan lo brillante Durante más de una hora y media, es decir. la duración de una película razonable, este extraño western blaxploitation tiene momentos brillantes y está a la altura de lo mejor de Tarantino. Lamentablemente, el último tercio de esta extensa película se derrumba en ritmo y sustancia, y justo cuando podría cerrarla tan brillantemente como la empezó y desarrolló, el director se deja llevar por sus excesos de autor y la arruina horriblemente. El film comienza con la misma tipografía de créditos e incluso la canción original de Luis Bacalov del Django original de 1966 dirigido por Sergio Corbucci. Pero este Django es negro: Jamie Foxx es liberado pr el cazador de recompensas Christoph Waltz para que lo ayude a identificar a unos hermanos buscados por la ley que lo tuvieron como esclavo a él y su esposa, y que no los trataron precisamente bien. Django acuerda con su nuevo captor que lo ayudará si, a su vez, él lo ayuda a recuperar a su mujer, a quien los temibles villanos vendieron por separado. La búsqueda los lleva a la sofisticada plantación del magnate Leonardo DiCaprio, que usa a sus exclavos para luchas de mandingos (referencia a un film de Richard Fleischer), y ahí las cosas se complican para todos, en especial también para la trama que se retuerce entre diálogos que no llevan a ninguna parte y que no tienen mucho que ver con el homenaje al spaghetti western que Tarantino plantea en un principio. Las actuaciones y guiños cinéfilos de todo tipo y calibre no constituyen lo único que ayuda a recomendar el film más allá de su notable falta de equilibrio. La fotografía de Robert Richardson (cinematographer de algunos de los mejores trabajos de Martin Scorsese y Oliver Stone, como Casino y JFK, además de varios films de Tarantino) logra reunir la estética del eurowestern con la del cine blaxploitation setentista de una manera formidable y, por otro lado, Tarantino no sólo arma varias secuencias notables sino que también las dota de diálogos riquísimos en humor macabro. Además, casi cada escena está poblada de un alucinante cast de figuras de culto (empezando por el mismísimo Franco Nero, al que hace aparecer al mismo tiempo que el superastro DiCaprio). La lista es interminable, pero podemos citar a Bruce Dern, Tom Savini, Don Stroud, James Russo, James Remar, Lee Horsley y Russ Tamblyn (y por supuesto el mismo Tarantino no podía dejar de tener su propio cameo). Tal vez del reparto principal el que más se luce dentro de las posibilidades de su estrambótico papel es un avejentado Samuel L. Jackon, pero igual que los demás protagonistas, cae envuetlo en los excesos tarantinescos, a los que les termina sobrando demasiadas palabras y, evidentemente, un productor que modere sus ínfulas de genio terrible, lo que hubiera redundado en una muy buena película en lugar de esta gran obra fallida.
Schwarzenegger volvió con la frente marchita Para su verdadero regreso al cine después de su performance como gobernador de California, uno podria haber pensado que Arnold Schwarzenegger pondría toda la carne al asador, justamente como hizo Sylvester Stallone con «Los indestructibles» (donde reapareció Arnold apenas un poquito en la primera y bastante más en la segunda parte, aunque luciéndose menos que Chuck Norris). Sin embargo, lo que le falta a «El último desfío» es ese guiño de «Los indestructibles» o algún tema mas contundente que el de esta sólida comedia de acción que, pese a todo, le queda chica a la leyenda de «Terminator». La historia es la de un super narco (Eduardo Noriega) que luego de escaparse del FBI recorre varios estados en un auto más veloz que cualquier helicóptero (es un prototipo recién robado) mientras secuaces construyen un puente para que pueda escapar a México en un punto de la frontera donde nadie lo espera. Su único obstáculo en el lugar para huir de la justicia estadounidense es un sheriff de pueblo (Schwarzenegger, por supuesto) su personal novato, un preso que fue combatiente en Irak y un loco por las armas que guarda una ametralladora pesada de 1939. El asunto da para una serie de escenas divertidas y tiroteos a granel, y lo que no se puede negar es que la película esta repleta de buenos actores (se destaca el talentoso Forest Whitaker como el hombre del FBI al que se le escapó el narco, y Luis Guzman como el típico Sargento García de pueblo, y hasta hay un papelito para Harry Dean Stanton); además, la película esta muy bien filmada por el coreano Jee-Won Kim. Pero el resultado no pasa del de aquellas películas ochentistas tipo «Triple Traición» o «Comando», placeres culposos que no fueron los que precisamente volvieron famoso a Schwarzenegger, pero que tenían el estilo berreta de genuina matiné del que este nuevo film carece. Incluso se podría decir que algunas de aquellas comedias de acción de la época, como «Inferno rojo» de Walter Hill, están muy por encima de esta nueva con la reaparición de Schwarzenegger, quien tal vez se haya tomado este regreso como un mero precalentamento para un producto más ambicioso y digno de su talle extra large.
“Hansel y Gretel” profesionalizados De las nuevas historias de hadas convertidas en películas de terror teenager, este delirio violento sin duda es la mejor. Mientras que «Caperucita roja» o «Blancanieves» no daban demasiada cuerda a un producto fantástico realmente atractivo, el concepto de brujas almorzándose niños de este relato infantil, de origen bastante cruento, es más apropiado para una aventura terrorífica, aun cuando ese concepto prácticamente sólo aparece en el potente prólogo con Hansel y Gretel, perdidos en el bosque y atrapados por una feroz bruja en una casa hecha de caramelo (en el prólogo sólo faltan las miguitas que los chicos iban arrojando en el cuento para no perder el camino). Luego todo toma forma de delirio, con los hermanos ya adolescentes convertidos en una especie de caza-recompensas de brujas, a quienes atacan como verdaderos ninjas medievales, ya que estas harpías vuelan realmente rápido en sus escobas y esconden trucos violentos de todo tipo. Famke Jansen es una Gran Bruja difícil de controlar, en especial cuando planea un gran aquelarre la noche de un ecplise que, siguiendo un antiguo ritual, le dará poderes aun mayores. No sólo las brujas son malvadas, también hay un sheriff malísimo, celoso por la intrusión del dúo estelar en la lucha de poderes de su aldea. Este villano da lugar a algunas de las mejores escenas del film, y Peter Stormare recibe un castigo más ejemplar que el que le propina Schwarzenegger en «El último desafio», también estrenada hoy, y donde del mismo modo actúa haciendo de mal tipo. El arte y los efectos especiales, además del uso del 3D. son sin embargo los puntos fuertes de esta lunática versión «gore» de «Hansel y Gretel», que tiene momentos culminantes de truculencia que permiten, por ejemplo que las tripas y gusanos de un estómago exploten en 3D y parezca que lanzan una catarata aberrante contra el extasiado publico. Jeremy Renner puede parecer un poco ridículo como Hansel, pero sin duda esta película es divertidísima y esta destinada a convertirse en objeto de culto igual que otros film previos del realizador noruego Tom Wirloka, auteur de «Zombis nazis».
Magnífica trama policial con tres pistoleros del atardecer Una pelicula en la que dos actores formidables como Al Pacino y Christopher Walken aparecen juntos en más del 90 por ciento de las escenas es algo para ver, y sobre todo si en varios momentos culminantes están acompañados por otro talentoso, nada menos que Alan Arkin. Pero, aunque esta comedia policial empiece dando la sensación de que se trata de un film más o menos común, con el trío estelar como único punto de interés, es todo lo contrario. Una de las grandes cualidades de esta memorable película es su sencillez y absoluta falta de pretenciones, lo que hace entrar al espectador en una trampa preparada con astucia para bajarle la guardia antes de meterlo en un vertiginoso, divertido y emocionante viaje por la última noche de tres viejos amigos que no se ven desde hace un cuarto de siglo, y que sin embargo sólo al reunirse comprenden que su amistad es lo que verdaderamente le dio sentido a sus vidas. La historia comienza con Al Pacino saliendo de la cárcel para ser recibido por su amigo y ex secuaz Christopher Walken. Ambos se dicen que lucen horribles, se dan un abrazo que les da un poco de asco, y luego el recién liberado se queja del auto viejo y el departamento barato donde su colega ofrece alojarlo. El dueño de casa tiene siempre lista una pistola cargada y pronto, mientras su amigo insiste en salir de juerga, el espectador entiende que el amigo de la pistola tiene el encargo de matarlo esa misma noche, con una dead line que no puede pasar más allá de las 10 de la mañana del dia siguiente. Durante la juerga, que comienza con varias visitas a un burdel gerenteado por la hija de la madame del antro que alguna vez frecuentaban (la joven prostibularia, Lucy Lux, también aporta una actuación extraordinaria) y el robo a una farmacia para conseguir Viagra para volver al burdel mejor armado, además de remedios varios para la tercera edad, el argumento también revela que Pacino tiene totalmente claro que su muerte es inminente y que su verdugo sin dudas será su mejor amigo. Mientras víctima y victimario aclaran la situación, sin rencores, aplastando las pastilla contra la hipertensión en la barra de un bar para aspirarlas como si fueran las líneas de cocaína de sus viejos buenos tiempos, el argumento sigue revelando más cosas, como que Pacino pasó los 28 años en la cárcel sin delatar nunca a sus amigos y cómplices, seguro de que el jefe mafioso que organizó el fallido golpe por el que lo encarcelaron pide por su cabeza al culparlo de la muerte de su inexperto hijo durante el asalto, que por otra lado el muerto se encargó de arruinar. Dado que quedan algunas horas para matar antes de la matanza propiamente dicha, los dos viejos amigos deciden ir a buscar a su tercer camarada y cómplice, Alan Arkin, moribundo y conectado a una especie de pulmotor en un deprimente lugar para ancianos con un pie en la tumba. Allí todo cambia, dado que el trío, una vez completo, se convierte en una especie de espejismo real de lo que alguna vez fueron. El argumento sigue dando revelación tras revelación, transformando lo que parece una comedia policial ordinaria con gangsters fisurados en una extraordinaria película existencialista. Como actor que es, el director Fisher Stevens supo cómo sacar el rango exacto de los tres protagonistas (increíble ver a un Walken haciendo del tipo moderado, por ejemplo) además de saber incluir en el momento perfecto al elenco secundario, con exactas actuaciones de Mark Margolis (un villano abominable a tope), una dulce Addison Timlin y una castigada y lista para castigar Vanessa Ferlito. Como auténticos pistoleros del atardecer, estos antihéroes partirán hacia una puesta de sol increíblemente iluminada por Michael Grady. En medio de todo esto, el espectador no tendrá tiempo de reflexionar demasiado entre las carcajadas desaforadas, la emoción incontenibe o la brutalidad de las palizas y tiroteos. Esa es precisamente la gracia de esta pequeña obra maestra, que recomendamos firmemente ver en cine antes de no poder dejar de verla empezada cada vez que la pasen en el cable.
Fuerza antigangster sólo a media máquina Sean Penn es el ex boxeador Mickey Cohen, gangster temible y caricaturesco decidido a tomar por asalto la ciudad de Los Angeles y, si fuera posible, todo el estada de California. La heroína y la trata de personas son sus principales negocios que no piensa compartir con sus colegas de Chicago. Su intención queda en evidencia en una de las escenas iniciales de «Fuerza antigangster», donde manda a descuartizar al estilo Tupac Amaru -pero con autos- a un emisario de la capital gangsteril de los Estados Unidos. Corre el año 1949 y Josh Brolin, raro caso de sargento de policía honesto, entiende que la ciudad que dejó antes de ir a la guerra no es la misma que encontró al volver. Como tiene más músculos que cerebro, actúa atacando de frente a cualquier hampón que se le cruce, lo que llama la atención del también honesto jefe de policía Nick Nolte, que le propone organizar un cuerpo de cuasi parapolicías dedicado a sabotear toda operación del jefe mafioso, ya que sin jueces honestos sería imposible actuar por derecha. Nadie se va a quejar de la falta de acción ni la escasez de tiroteos. Hay muchos, en medio de una vistosa ambientación de época llena de detalles coloridos y pintorescos, como la presencia de la mismísima Carmen Miranda, todo excelentemente fotografiado por Dion Beebe. Sólo que el director Ruben Fleischer (el de la más divertida y coherente en estilo «Tierra de zombies») no supo o no pudo darle al tono adecuado a esta película que tenía todo para ser una gloriosa masacre de hampones con guiños a todos los clásicos, desde la era de James Cagney al Brian De Palma de «Los intocables», y en cambio quedó un poco a mitad de camino tanto por no definir cómo usar la violencia en los momentos culminantes -da la sensación de que, o le sobra, o le falta-, como por no tener tampoco un guión lo bastante elaborado que aporte algún otro tipo de elemento para que ese asunto no resulte tan importante. En todo caso, la película no aburre nunca pese a durar casi dos horas, está bien filmada y no le faltan buenos intérpretes, incluyendo espléndidos actores de carácter como Robert Patrick (que realmente se luce), Giovanni Ribisi, Jon Polito y Michael Peña, aunque los estelares en algunos casos daban para más, empezando por el malísimo Sean Penn que de todos modos agrega su talento a casi todas las escenas en las que aparece. En realidad, el mismo problema quizá también se aplique a toda esta «Fuerza antigangster», típico producto cuyos defectos quedan claros en pantalla grande mientras sus cualidades se apreciarán especialmente si se los descubren en DVD o en una sesión de zapping.