Funcional y efectista Luego de una sólida primera entrega, la nueva saga ya corre sola. JJ Abrams, creador de las series Lost y Alias ya había presentado en Star Trek (2009) un interesante terreno con media docena de personajes atractivos, encabezados por dos protagonistas en constante tensión -los legendarios Capitán Kirk y Mr. Spock- que, en las antípodas el uno del otro, representaban respectivamente la discreción racional y el arrojo instintivo. Con personajes tan bien trazados, un conflicto inherente y un universo atrayente, sólo hacía falta lanzarlos a la carrera. En esa primera entrega se lograba justificar mediante realidades paralelas la existencia de dos sagas distintas -la clásica y esta nueva- sin que exista una contradicción y logrando así que pueda operarse con relativa libertad a la hora de crear un universo nuevo, repleto de aventuras. Con ese sustento previo, más el borrón y la cuenta nueva, Abrams se permite homenajear a una serie que lo formó y al mismo tiempo hacer lo que se le canta con ella, con la puerta abierta para plasmar infinitas secuelas hasta que las audiencias se harten. Aquí los tripulantes del Enterprise deben salir a la caza de un terrorista interplanetario, que pone en jaque a la federación y a la Tierra y podría ser la causa (o la excusa) de que los terrícolas entren en guerra con una especie sideral. El ingenio marca de Abrams es volcado con eficacia, y si bien la película está llevada con excelente ritmo y mucha gracia, el verdadero punto a favor está en la confianza depositada en la inteligencia del espectador para que siga los presurosos diálogos y las decenas de giros de guión. La tensión es alimentada con plenitud de detalles, pequeños factores adversos a tener en cuenta que se superponen, proveyendo suspenso e incidiendo en que los picos de acción sean realmente inquietantes. Ahora, es curioso que un libreto tan profuso de detalles, tan colmado de giros argumentales, caiga en ciertas incoherencias lógicas, tramos débiles que no resisten a una reflexión pormenorizada o al llano sentido común. Por ejemplo: una negociación con un villano que tiene todas las de salirse con la suya le sirve a Mr. Spock para recuperar y salvar a tres de sus tripulantes, cuando el malo no gana absolutamente nada devolviéndoselos. Asimismo, el malo (supuestamente brillante y poderosísimo) tiene la capacidad de teletransportar a quien quiera de la otra nave a la suya y viceversa con absoluta facilidad y a piacere, y bien podría haber decidido teletransportar a todos sus adversarios hacia su propia nave cuando se entera que está por explotar por una jugada maestra de Spock. Intentando no adelantar un detalle final, podemos decir que el manido recurso de la resurrección puede ser lo suficientemente efectista, pero resulta un comodín poco recomendable ya que quedando esa posibilidad abierta todos los personajes podrían eventualmente sobrevivir en un futuro, lo cual quitaría buena parte de la gracia a la franquicia.
Más veteranos En 2010 se estrenó Red, una película sumamente atractiva que reunía varias tendencias cinematográficas del cine mainstream actual: la moda de las adaptaciones de cómics; la de los caper films en clave de comedia -películas de atracos, con grandes personalidades y toques humorísticos (La gran estafa, Robo en las alturas) y la de reunir actores veteranos como ejercicio nostálgico y de explotación de viejas glorias –Jinetes del espacio, Los indestructibles 1 y 2-. RED significa Retired Extremely Dangerous, y se trata de un escuadrón improvisado de veteranos ex agentes de varios servicios de inteligencia que se juntan para defenderse y, de paso, para impedir alguna amenaza global. En esa primera entrega, bien recibida tanto por el público como por la crítica, se hacía uso de un humor muy particular, sustentado en carismas y presencias impagables como las de Bruce Willis y Helen Mirren, y además se alternaban notablemente escenas de acción y humorísticas. Entonces aquí tenemos una segunda dosis. Una vez más, acercarse a una película de este tenor es reencontrarse con un montón de viejos amigos. Un elenco notable que reúne los nombrados y además a John Malkovich, Brian Cox, Catherine Zeta-Jones, Mary-Louise Parker, David Thewlis, Anthony Hopkins y al surcoreano recientemente importado a Hollywood Lee Byung-hun (es el protagonista de A bittersweet life y The good, the bad and the weird). Los tramos que funcionan mejor son aquellos en los que se les ofrece al plantel la oportunidad para explotar sus aptitudes para la comedia, dando lugar a un puñado de chistes notables. Es una pena que en esta secuela se haya apostado tanto a lo seguro, y que a grandes rasgos no pueda verse más que como un refrito de la primera entrega, sin agregados especialmente originales. El humor juega con esa dualidad de que los personajes sean adorables y terribles al mismo tiempo, -igual que en la anterior, no faltan los chistes referidos a su adicción por matar gente- una vez más los servicios de inteligencia son presentados como burocracia inescrupulosa dispuesta a eliminar a quienes detentan secretos de estado, y otra vez están los enemigos acérrimos de los protagonistas que se cambian de bando y deciden luchar hombro a hombro junto a ellos -en la entrega pasada era Brian Cox, un ruso ex KGB, y aquí se pliegan a la causa otro par cuyos nombres no adelantaremos-. La anécdota es rutinaria y la entreverada trama pareciera tan sólo una excusa para sustentar líneas de diálogos humorísticos y acción desatada. Esto último es lo que realmente importa, la razón de ser de esta película y, vista la gracia, la soltura y el buen ritmo con que se lleva durante todo el metraje, hacen que funcione como entretenimiento. Publicada en Brecha el 20/8/2013
O mortal, da lo mismo El principio es prometedor, en un campo de prisioneros de Nagasaki se vive el caos. Un B-29 sobrevuela y los soldados imperiales ya saben lo que eso significa: todos están muertos y no hay escapatoria posible. Ese comienzo es abrupto y brutal, los minutos previos a la caída de la bomba atómica están dotados de un poderoso nivel de tensión. En esta secuencia, algunos japoneses se disponen a hacerse el harakiri (se denota un gran desconocimiento del ritual; está claro que quien filma no está familiarizado con esa clase de tradiciones) pero por fortuna el protagonista es realmente inmortal y la bomba no parece afectarle demasiado. Hasta se permite salvar a un joven nipón que le cae simpático. Lo curioso es que este mismo japonés -presentado como un anciano casi setenta años después- pese a haber estado a poca distancia de la detonación de la bomba, no de nunca muestras de haber sufrido secuelas por su exposición a la radiación, y su descendencia tampoco se ve afectada por alteraciones genéticas. Y eso que no debe de existir película más indicada para idear creativas mutaciones. Las cosas mejoran: una escena en un bar retrotrae a los mejores westerns, con el antihéroe justiciero que pide whisky y reparte torta y compota a todo el mundo. Más adelante otro pico de acción: una lucha de varios yakuzas contra el protagonista, sobre el techo de un tren bala y a quinientos kilómetros por hora. Hasta ahí las cosas parecerían marchar, en lo que refiere a tensión y ritmo, de maravilla. Pero de a poco se va perdiendo el interés y la creatividad. Una japonesita se presenta como una buena escudera, aunque lamentablemente su “poder” parecería tener una efectividad del 0%. Las secuencias de pelea son montaje fragmentado y caótico y no parecen muy bien resueltas, y no faltan las innecesarias piruetas voladoras. Algunas líneas de diálogo (“nunca te metas con mis amigos”, o “soy Wolverine”) expectoradas por el protagonista en momentos clave de las contiendas, vinculan a la película con el cine de acción más berreta. Los villanos están muy mal delineados y un tema central en la anécdota toma giros poco comprensibles: se supone que Wolverine está cansado de ser inmortal, pero una vez que obtiene la mortalidad -o que le hacen ese gran favor- hace todo lo posible para ser inmortal de nuevo sin que medie una explicación para el viraje. Pero claro está que había que garantizarle unas cuantas secuelas más a la saga. A lo mejor el final heroico, la muerte apoteósica quede reservada para cuando las ganancias de la taquilla no sigan siendo tan tentadoras. Llaman la atención los niveles de violencia, considerando que se trata de una producción masiva y mainstream. Lo que desagrada bastante es esa tendencia tan del cine estadounidense de mostrar a los héroes –o antihéroes, tanto da– utilizando esa violencia fascistoide a la hora de interrogar un villano llamado a silencio por lealtad a los suyos. Hay veces que una misma película reúne momentos muy buenos y muy malos, y aquí hay un gran ejemplo de ello. Publicado en Brecha el 2/8/2013
Los llamados kaiju-eiga, (kaiju significa en japonés "bestia extraña", eiga es "película") eran filmes de monstruos de los años sesenta en los que lagartos o insectos gigantes (Godzilla, Mothra) se peleaban entre sí rodeados de increíbles maquetas de cartón-piedra. En esas películas a veces tenían aparición robots gigantes diseñados para eliminar la amenaza y, después de darse unos cuantos palos con la alimaña de turno, uno de ellos salía vencedor luego de derruir media ciudad. Si bien esas películas hoy podrían parecer algo obsoleto, nunca han faltado los seguidores y coleccionistas de esta clase de bizarradas. Y a los norteamericanos, que siempre se les da bien el tema de las destrucciones urbanas, parece corresponderle bastante una trama de este tipo. Tiempo ha pasado desde aquella nefasta Godzilla (1998) y ya era hora de intentar otra vez con los monstruos grandotes. Difícil encontrar para esta experiencia un director más apropiado que Guillermo del Toro (Mimic, Hellboy 2, El hobbit), no sólo por su inclinación hacia el bichaje, sino porque en general no pareciera tener mayores ambiciones artísticas que las de plantear un llano y superficial espectáculo. No estamos entonces ante un planteo alegórico o metafórico como en la película surcoreana de monstruos The host (2006), ni siquiera con uno levemente vinculado a un trasfondo histórico-político como El laberinto del fauno (2006) de del Toro. Entonces a lo que vinimos: robots gigantes (aquí llamado Jaegers: en alemán "cazadores") y monstruos que se cagan mutuamente a palos. Por detrás de estas contiendas se juega la humanidad entera, pero eso no nos importa: lo principal es la gresca a lo grande. La tensión está muy bien manejada sobre todo por la fragilidad de los pilotos -un robot sólo puede ser manejado por dos personas al mismo tiempo, que a su vez deben de estar conectados en perfecta armonía psíquica- y se agradece que del Toro no apele al montaje fragmentado y caótico -como las Transformers de Michael Bay- sino que filme las contiendas en planos más bien largos y generales. De cualquier forma, la preferencia por tomas oscuras y nocturnas, en las que para colmo también llueve, complica la distinción correcta de las dimensiones de los monstruos y los robots, y muchas tomas confunden al punto de no poder discernir claramente dónde es que empieza uno y dónde termina el otro. Aquí el cronista no tiene tan claro si el defecto es en sí de la producción o si echarle la culpa al oscurecimiento del 3D, y aquí viene la queja: la película sólo puede ser vista en salas de nuestro país en copias dobladas al español, o subtituladas pero en 3D (en funciones más caras, y sólo a partir de las 22 hs) pero ninguna de las salas de Montevideo está acondicionada para apreciar el 3D con poco oscurecimiento y en todo su esplendor. Es decir, si quiere verse la película con el brillo y el color necesario para disfrutar y ver bien a los kaijus y a los jaeger, habrá que sobrellevar que los personajes hablen un detestable mexicano neutro. A los que en cambio opten por el 3D, se les recomienda que lleven un par de analgésicos en el bolsillo.
Cine con mayúsculas Segun cuentan, en Cannes, terminada la proyección exclusiva para la prensa, se hiceron sentir en la sala los silbidos y los abucheos por parte de los periodistas. La explicación para este comportamiento seguramente se deba al carácter fragmentario de la película, y a la ausencia de una narrativa clara. Se trata de una sumatoria de escenas que en muchos casos no tienen aparente continuidad, ni coherencia, ni relación entre ellas. Es verdad que hay una anécdota central, pero tampoco acaba resolviéndose con claridad. Reygadas dijo públicamente sentirse halagado por los abucheos, y que si sus películas no fuesen abucheadas estaría preocupado; para rematar dijo que los programas de televisión son "el peor veneno del mundo de hoy" y que sin embargo nunca son abucheados. Pero aún con la mala recepción por parte de algunos sectores de la crítica, Reygadas se llevó el premio a mejor director en el festival ese mismo año. No es la primera vez que ocurre algo así. Uno de los abucheos más famosos de Cannes fue el que recibió Antonioni en 1960 finalizada la proyección de La aventura y como se sabe, esta conducta fue la que llevó a otros críticos a defender enfáticamente la película. La historia acabó dándoles la razón, (es una presente en todas los tops de mejores películas del siglo veinte), como para subrayar que la prensa suele equivocarse. Para el caso de Reygadas, la cosa es más incomprensible aún, ya que Post Tenebras Lux es una obra dotada de buen rítmo, de personajes llamativos y un conflicto constante. Pero la necesidad de "entender" todo en una película seguramente haya llevado a muchos al rechazo. Lo inconcebible es que más allá de los cabos sueltos no se haya percibido lo poderoso e impactante de algunas escenas, lo envolvente de los climas, la agudeza y la certeza en plasmar cierta visceralidad humana. La primera escena, en la que una niña de unos tres años va adentrándose sola en un campo abierto entre barro, vacas, caballos y perros mientras la noche cae y empieza a avecinarse una tormenta eléctrica, es uno de los fragmentos más brutales que haya dado el cine en los últimos años, y marca desde un comienzo la impronta que recorre todo el film: una atmósfera onírica, dominada por una sensación de peligro constante, a veces de origen incierto. Pero aún los momentos que parecen enigmáticos y descontextualizados -la aparición de un demonio fluorescente que recorre las habitaciones de una casa, los preparativos de un equipo adolescente de rugby- están directamente relacionados con los instintos más básicos y primitivos del ser humano, y dan cuenta de cómo esas pulsiones son algo universal que trasciende fronteras y estratos sociales. De todos modos sí hay una anécdota sólida que recorre la película: una familia que vive en el México rural junto a sus dos hijos parece encontrarse al borde del agobio y la ruptura. El nihilismo rasante roza la pesadez existencialista; la humanidad y sus peores vicios pervierten y desangran, en una de esas películas herméticas que se quedan en la cabeza del espectador, invitándolo a reincidir con segundos y terceros visionados.
El western, más vivo que nunca En los años noventa, la conjunción de Johnny Depp y Tim Burton trajo consigo películas entretenidas, familiares, un tanto delirantes, con una tonalidad a medio camino entre lo lúgubre y lo infantil. Se tomaba la posta de Spielberg para la creación de espectáculos distintos, fantasiosos, creativos y logrados con creatividad, empuje y mucha cinefilia. Burton, con Depp como fetiche, creó un universo fílmico personal, cambiándole la cara al mainstream y cimentándose un pequeño y merecido espacio en la historia del cine. En lo que va del siglo, parecería haber cambiado uno de los integrantes del tándem. Aunque Burton sigue en carrera (y Depp lo acompaña) el director pareció echarse mucha tierra sobre sí mismo con sus últimas Alicia en el país de las maravillas y Sombras tenebrosas, y hoy el más fantasioso -y de a ratos ciertamente oscuro- cine de acción y aventuras parecería haber quedado en las manos de Depp y el director Gore Verbinski. Los logros son sólidos, la trilogía de Piratas del caribe tiene grandes momentos y la animación Rango compitió dignamente con los exponentes actuales del género. Con esta nueva película la dupla se supera, y con creces. Si tomamos a los personajes feos, sucios y desagradables -aunque simpáticos a su manera- de Piratas del caribe, la acción desatada e imparable de Indiana Jones, cierta oscuridad a lo Burton –nótese el genial detalle de los conejos caníbales- y sumamos los gags a lo Buster Keaton y el humor delirante que ya parecerían ser la marca de fábrica de Verbinski, lo agitamos bien y lo volcamos en el siempre atractivo terreno del western, tendremos una aproximación de lo que vendría a ser esta película. Cine de matiné puro y duro, con olor a pop y a refresco, una montaña rusa que no se detiene por dos horas y media y de la que no querríamos bajar. Las escenas de apertura y de cierre tienen lugar en un parque de diversiones: toda una declaración de intenciones. Por supuesto que se echa mano a fórmulas. La rastrera traición y la cruzada vengativa; los protagonistas que pertenecen a distintos mundos y que pasan media película peleándose hasta que se sobrepone la amistad; el villano pérfido que no pierde la oportunidad de matar a quien no le gusta –sea del bando contrario o del suyo propio-; la captura de uno de los integrantes de la dupla; la chica engañada y secuestrada a la que hay que ir a rescatar. Pero cada uno de estos lugares comunes es llevado adelante con buen ritmo, mucha gracia y con detalles atractivos y originales. Por más que los villanos (brillantes William Fichtner y Tom Wilkinson) sean estereotipos, su mérito está precisamente en ser tan desagradables, y finalmente la moraleja anárquica contra la ley y el progreso, de tan naif hasta despierta cierta simpatía. Sobre el final, una larga y vertiginosa secuencia a toda velocidad y sobre un tren, al frenético compás de la finale de Rossini y con un montaje paralelo que muestra distintas contiendas al mismo tiempo, merece ser ingresada en una antología de las mejores escenas de acción jamás filmadas. Que viva el cine. Publicado en Brecha el 26/7/2013
Repetirse con talento La empresa de animación Illumination Entertainment no es precisamente una productora “independiente” -habría que analizar y discutir qué puede denominarse hoy con ese término-, su creador Chris Meledendraki fue nada menos que el presidente de la 20th Century Fox Animation, y estuvo detrás de proyectos de la talla de La era del hielo, Robots, y Horton y el mundo de los quién. Cuando se abrió de la Fox, Meledendraki creó esta nueva compañía con la financiación de Universal Pictures, utilizando sus vías de distribución. De todas formas, Illumination asegura mantener el control creativo como una productora independiente. Para dispersar un poco las sospechas y prejuicios que despiertan las secuelas, conviene decir que este no es tan sólo otro caso de un éxito comercial que se repite buscando exprimir aún más una gallina de huevos de oro (bueno, en parte seguramente lo sea), sino que parece distanciarse del refrito o del espectáculo inflado e inútil ofreciendo sus buenas dosis de inteligencia, gracia y desenfado. En primer lugar, conviene decir que no se acudió a otro cineasta para dirigir esta secuela sino que los mismos Pierre Coffin y Chris Renaud, -los mismos de la primera entrega- son quienes llevaron adelante el proyecto, y que los libretistas también son los mismos de aquélla. Así que se puede hablar de un equipo creativo idéntico y sumamente consistente. Y es algo que se nota. También se nota que parte del éxito de la primera entrega fueron los "minions", unos acólitos humanoides cilíndricos y amarillos que parecen seguir órdenes pero que ante todo se rigen por el principio de placer, divirtiéndose con sonidos de pedos, desplegando maldades entre sí, aprovechando toda oportunidad de entregarse a la juerga. En consiguiente, los minions tienen un protagonismo especial, funcionando como contrapunto humorístico a la trama. Nota aparte: estos personajes van a protagonizar un largometraje ya anunciado, Minions, seguramente incurriendo en la errónea concepción de que los personajes secundarios pueden ser centrales (recordar las muy olvidables Timón y Pumba, Tinkerbell, El gato con botas). Lo que en Mi villano favorito funcionaba y muy bien, la sagacidad de los personajes orientada a hacer el mal, sus inventos excéntricos, infantiles y delirantes, su encanto a pesar de todo ello y la fuerza del gag bien concebido (instancias humorísticas carentes de diálogos, es decir, basadas en la pura acción) aquí se encuentra muy bien desplegado y dosificado. Los personajes tienen todos su espacio, su perfil y su encanto particular incluidos los nuevos, algún villano divagante y una impetuosa y torpe agente secreto que trae la excusa de un nuevo amorío. Si bien la anécdota no es el colmo de la originalidad, la película funciona como entretenimiento por todos estos elementos atractivos y dispersos, que son estructurados hábilmente y con buen ritmo en un guión coherente. Y si alguno no queda del todo satisfecho, esos minions haciendo sus irresistibles covers de “I swear” y “YMCA” en los últimos tramos seguramente lograrán ganárselo. Publicado en Brecha el 12/7/2013
Como mil y la madre El estreno de esta película vino precedido de problemas de producción gigantescos. El director Marc Forster (Descubriendo Nunca Jamás, Más extraño que la ficción), elegido a dedo por el productor y protagonista Brad Pitt, aparentemente no supo encarar el proyecto y se mostraba demasiado dubitativo -fuentes internas de la producción señalaron que no existió un liderazgo claro, y que el rodaje fue una auténtica pesadilla-. Varios de los responsables del estudio quedaron disconformes con los resultados y pidieron que se reescribieran y volvieran a filmarse determinados tramos, hubo técnicos que fueron sustituidos en pleno rodaje, Brad Pitt intentaba controlar un proyecto descarriado y el director de fotografía, indignado por el trabajo de posproducción en 3D exigió que se quitara su nombre de los créditos. Para colmo, durante los tramos filmados en Hungría tuvo lugar una redada por parte de un grupo anti-terrorista que confiscó 85 rifles de asalto que iban a ser usados durante la filmación. Con este caos, el presupuesto del filme se disparó a 400 millones de dólares, y su estreno se postergó seis meses. El resultado es desparejo, sin una unidad clara; la primera mitad es la típica película de cine catástrofe, de cámara temblorosa, destrucciones urbanas, multitudes desesperadas e indecisos mandamases. Lo más novedoso es lo que puede verse en el trailer: zombis que corren a toda velocidad y se mueven y se apilan como si fueran cucarachas, montañas de muertos vivos en movimiento que dan a entender que la amenaza es implacable y seguramente indetenible. Si la primera mitad es la típica película apocalíptica y de supervivencia –aunque con elementos de tensión mal explotados: la hija del protagonista tiene asma pero ese detalle prácticamente no se utiliza-, la segunda parte, levemente mejor, se parece a alguna de las Resident Evil, con un héroe intentando dar con una cura dentro de un extenso laboratorio repleto de fiambres caníbales. Hay elementos que chirrían sobremanera: una de las pocas ciudades del mundo en que pudo detenerse el avance de la amenaza es Israel, gracias a que un científico visionario previó la catástrofe y convenció al estado de construir a tiempo un inmenso muro para defenderse de las alimañas invasoras. Mostrar a los israelíes protegidos, por un muro, de seres sucios y andrajosos, es algo por lo menos antipático, y difícilmente producto de la casualidad. Finalmente, la voz en de Pitt diciendo que es necesario prepararse para una guerra que “recién empieza” nos recuerda a cierta fantasía belicista y a la imperiosa voluntad de determinado statu quo norteamericano de dar con un enemigo común y con la oportunidad de demostrar su poderío armamentístico. Por más que los enemigos sean zombis, por más que todo venga planteado como un paquete de ficción, da bastante asco.
La batalla de los nerds Como muchos saben, hablar de la industria de animación Pixar es referirse a cine de calidad. Sus películas suelen figurar en las votaciones de críticos de todas partes del mundo como varios de los mejores estrenos del año. Sería ideal disfrutar de estos estrenos (cine honesto, bueno, vibrante) en condiciones dignas de exhibición, pero lamentablemente esto no es posible en el Uruguay. Al igual que el otro filme importante de animación de esta semana, Mi villano favorito 2, esta película es exhibida en más de veinte salas, pero solamente en copias dobladas al español. Es decir, el que quiera ver esta película tal cual fue concebida deberá esperar a que se edite una futura edición en DVD -quizá un par de meses-, quien quiera oír las voces originales de Billy Cristal, John Goodman, Steve Buscemi y Helen Mirren no tendrá chances de hacerlo en ninguna de las más de quinientas proyecciones semanales de este país. En fin, es una pena que los distribuidores decidan de antemano la forma en que nosotros y nuestros hijos queremos ver las películas, y es de temer esta reciente avanzada de doblaje en los estrenos -también en muchos casos para películas de consumo adolescente y adulto-. Si la idea es analfabetizar aún más a la población, el camino es el correcto. Pero vayamos a la reseña: precuela de la notable Monsters Inc, se desarrolla aquí una anécdota previa; la experiencia universitaria de los protagonistas y el arduo recorrido que debieron atravesar para consagrarse como “asustadores” profesionales. El universo paralelo presentado anteriormente es utilizado para plantear un ejercicio de género clásico, y con uno de los formatos más atractivos que suelen tener esta clase de aventuras: la competencia por etapas. Para demostrar de qué están hechos, los personajes deberán enfrentarse a otros grupos de monstruosos contrincantes, en una pugna en la que se resolverá quiénes son los más temibles asustadores de humanos de la Universidad: las cinco diferentes instancias están concebidas con toda la creatividad que caracteriza a Pixar, y el hecho de que varios de los personajes del bando principal sean en apariencia perfectos pusilánimes vuelven a cada desafío una auténtica proeza a cumplir. El final, una detallada y brillante orquestación por parte de los protagonistas en el arte de asustar puede ser visto como una hermosa metáfora de la creación artística y de la búsqueda por suscitar emociones. Resulta cuando menos curiosa la mirada sobre el oficialismo educativo: los talentosos protagonistas son castigados, catalogados como ineptos, estigmatizados o desplazados por parte del cuerpo docente. Lejos de la crítica integrada de JK Rowling en Harry Potter -en el colegio de magia y hechicería de Hogwarts existían injusticias y errores pero aún seguía siendo el mejor lugar para estudiar-, aquí la solución final significaría independizarse, vivir al margen de las reglas y, finalmente, hacerse de una carrera autodidacta por fuera de la institución. Esta visión anárquica resulta un matiz excepcional en lo que respecta a las producciones mainstream; Pixar nos tiene acostumbrados a estas pequeñas y bienvenidas salidas de tono.
El peor de los panoramas Cuando existe la sospecha de un abuso sexual a un niño, el procedimiento a seguir debe ser el adecuado, y es importante que el interrogatorio a la presunta víctima sea realizado, primero que nadie, por una persona especializada en el tema. Esta película muestra, entre otras cosas, las nefastas consecuencias de no seguir estas indicaciones, en muchos casos provocando daños irreparables a ciertos individuos y su entorno social. Cuando a un niño se le somete a un incómodo interrogatorio, y se le hacen afirmaciones y preguntas orientadas de tipo "sabemos que te tocó", o "¿te tocó acá, verdad?, es probable que el niño conteste cualquier cosa con tal de zafarse de esa situación tan terrible y a veces llanamente traumática. En esta película una niña pequeña y enojada se inventa una historia referida a un docente que se encuentra de paso por su escuela, alarmando primero a la directora del colegio y luego, haciendo cundir el pánico en toda la comunidad. Se demuestra aquí todo lo que no hay que hacer en estas situaciones: apelar al dicho popular de que "los niños no mienten", acudir a personas no especializadas para los interrogatorios, y comunicar lo sucedido a los demás padres sin hablar antes con las autoridades pertinentes. Es así que esta historia muestra a un protagonista inocente que de golpe se ve envuelto en el más injusta y horrenda de las situaciones. Los rumores y la paranoia colectiva se van encadenando y en estos casos hasta es común que surjan otros casos inventados por otros niños, acusando al mismo presunto abusador. Hoy, con la existencia de las redes sociales, y ciertas tendencias sociales a hacer justicia por mano propia, el asunto se puede convertir en una caza de brujas. Esta película es hábil en exponer este fenómeno por el cual la certeza absoluta de algo es capaz de contagiarse a los demás, extendiéndose como un virus. Y cuando una bola de nieve se vuelve demasiado grande, prácticamente no hay formas de detenerla. Al director Thomas Vinterberg se lo recuerda sobre todo por su debut La celebración, también centrada en un caso de abuso a niños (aunque en ese caso el abusador sí era tal) y por haber firmado junto a Lars Von Trier y otros cineastas el polémico manifiesto del Dogma 95, con el que pretendían cambiar las bases del cine mismo -aunque ni ellos parecían tomárselo muy en serio-. La película es muy recomendable en cuanto mantiene la tensión muy alta de principio a fin; los actores están todos muy bien y la anécdota está notablemente narrada. Cerca del final toma un giro un tanto curioso: el protagonista recurre a la violencia como forma de afirmarse y convencer a los demás de su inocencia. Como cuestión cinematográfica, catártica y de género esto funciona muy bien, pero la historia transitaba el realismo hasta ese momento y realmente cuesta creer que esa vía sea efectiva, y que un hombre en esa situación recurra a ella, con los riesgos que implica.