Una segunda oportunidad Brad Pitt se luce en esta historia deportiva. Parece casi contradictoria la propuesta de El juego de la fortuna y no sólo por el equívoco título en castellano. Se trata de una película que celebra cierto estilo clásico de narrar historias, centrado en personajes complejos y ambiguos, que se toma tiempo para hacerlos crecer y desarrollarlos, y que no va por los transitados caminos de la “película deportiva”. Sin embargo, este estilo “a la antigua” se usa para celebrar y dar a conocer el trabajo de un manager de béisbol, Billy Beane (que existe en la vida real) que hizo exactamente lo contrario: abandonó las rutinas clásicas y de “la vieja escuela” de béisbol para poner en funcionamiento un sistema computarizado y estadístico a la hora de elegir jugadores para su equipo, los Oakland Athletics, quienes bajo su conducción lograron salir de una de sus peores crisis. Ahora, si se mira bien la película –si no se la observa con la mirada que puede tener un fanático del fútbol, donde “inventar” y “crear” es más importante que “metros corridos” o “goles convertidos por minuto”- se entiende que el planteo no es tan contradictorio como parece. Primero, porque el béisbol es un deporte con otro formato, en el que el rendimiento individual puede ser cuantificado. Y, segundo, porque el sistema “estadístico” que Beane puso en funcionamiento sirvió para sacar de la oscuridad a una serie de jugadores menospreciados y desvalorizados, que rindieron más al equipo que algunas estrellas. Pero no por la típica arenga de vestuario, ni por jugar al formato de “los losers” que pueden más que los ganadores. Simplemente, porque eran mejores. Bennett Miller se topó con un tema difícil: ¿cómo hacer una película deportiva y casi técnica e involucrar al público no fanático de ese deporte? Al recibir un proyecto abandonado por Steven Soderbergh y con un guión escrito, separadamente, por Steven Zaillian y Aaron Sorkin –dos de los mejores guionistas de los últimos años-, necesitó de la presencia de Brad Pitt, una estrella con carisma suficiente no sólo para que el estudio lleve el proyecto adelante, sino para transformar a este algo frío manager en un personaje con el que podamos simpatizar. Si bien la historia no se va demasiado del campo deportivo –Beane es separado y tiene una buena relación con su ex mujer y su hija-, su pasado como frustrado beisbolista, alguien en quien los “scouts” de la época creyeron y que no pudo demostrar profesionalmente el talento que tenía, le da un marco dramático a su historia. Ahora, juntándose con un joven que es el graduado que él nunca pudo ser (Jonah Hill), otro inesperado “ganador”, Beane logra sacar de la mala a un equipo que pierde a sus tres estrellas principales. ¿Cómo? Reemplazándolos con “los Schiavi” del béisbol, esos jugadores que, sin ser aptos para tapas de revistas ni publicidades, rinden más de lo que parecen. Hacen bien su trabajo. Contada con tiempo para los detalles, El juego... es una celebración de las pequeñas victorias, de las segundas oportunidades y de la posibilidad de alterar un establishment que sólo responde a conceptos perimidos. Todo esto sin endulzar excesivamente el “paquete”. Como su personaje, Bennett cuenta la historia sin golpes bajos ni demasiadas vueltas. Casi como una joven versión de Clint Eastwood, hace una oda al profesionalismo y al trabajo, a la perseverancia y también a la paciencia. Y al deporte que, después de todo, es lo que vibra en el corazón de esta extraordinaria película.
Un misterio en lo profundo del mar Durante Malvinas, un marinero se interna en el océano y no vuelve. Extraño es este debut en la dirección del marplatense Fredy Torres, que escribió un episodio de Historias breves 2, Líneas de teléfonos , con algunos puntos de contacto con esta historia, allá por 1996. Como aquel filme, que jugaba con dos personajes que se conectaban telefónicamente en una misma casa pero separados en el tiempo, La campana juega con esa idea, pero de una manera algo más lateral. Durante buena parte de su relato, es una historia que transcurre en el puerto de Mar del Plata en el final de la dictadura, arrancando antes del comienzo de la Guerra de Malvinas y extendiéndose hacia sus inicios. El filme se centrará en la relación de uno de los pescadores, Juan (Jorge Nolasco) con una chica más joven, Laura (Rocío Pavón), que está enamorada de él y quiere unirse al grupo de duros pescadores, quienes no la aceptan. El también prefiere la compañía de una prostituta (María Fernanda Callejón), que no mira con buenos ojos a Laurita. Y mientras la guerra comienza y algunos deben partir al combate, un viejo marinero (Lito Cruz) cuenta la historia de “la campana”, un mítico lugar en el que los hombres de mar se pierden y donde el tiempo pasa mucho más rápido de lo normal. Y cuando algo fuerte suceda con Laura, Juan se internará en el mar y se perderá en ese vortex espacio/temporal. Pero, como eso sucede bastante cerca del final del filme, adelantar qué pasa luego de eso sería arruinar buena parte del desenlace de la historia. En realidad, tampoco sería demasiado problemático, porque no hay demasiados hilos narrativos de los que agarrarse, más allá de este triángulo amoroso que sucede durante Malvinas por motivos no del todo claros. Algunas buenas actuaciones y ciertos momentos de lirismo visual en el puerto no logran darle vida a una propuesta que parece haberse quedado en el medio entre una buena idea y una película con poca vida.
Una decisión difícil Un documental informativo. En el documental de Matilde Michanié, Judíos por elección , se cuentan diversas historias de personas que decidieron tomar la religión judía y convertirse. Por distintos motivos, esta serie de personas -la mayoría argentinos y un peruano, muchos viviendo acá y algunos en Israel- optaron por distintas “ramas” de la religión: están los que quisieron seguir la línea ortodoxa, otros la conservadora y algunos el ala reformista, con las notables diferencias que tienen. Lo que hace el filme de Michanié es mostrar a los personajes contando sus deseos y planes de convertirse al judaísmo, las dificultades que tuvieron la mayoría de ellos para hacerlo (hay una ley en la Argentina que impide la conversión y que los ortodoxos siguen al pie de la letra) y cómo viven hoy, como judíos, su nueva situación dentro y fuera de la colectividad. El filme combina sus testimonios con explicaciones o historias contadas por rabinos (también, de estas tres ramas) acerca de las dificultades de ese proceso, de las complicaciones que pueden tener y de cómo no siempre la relación con la comunidad judía es tan buena como esperaban. Por otra parte, algunos “convertidos” se quejan de lo poco que los judíos siguen la mayor parte de los “mitzvot” (mandamientos) de la religión. Judíos por elección es limitada y despareja desde lo cinematográfico, tiene algunos momentos y anécdotas más interesantes que otras y avanza el interés en función de la riqueza (o no) de ese frondoso anecdotario de idas y venidas. Es un filme que deja la sensación de que el asunto de la conversión resulta tan complicado que más vale tener muchos deseos para tomar la decisión de hacerlo. Y esa necesidad no está del todo bien explicada en una película que nunca termina de lograr salir del formato de reporte informativo, casi de especial para televisión.
La tristeza no tiene fin Secuela de “Felicidad”, de Todd Solondz, retoma a los personajes 12 años después. Las películas de Todd Solondz producen una sensación extraña en el espectador. Por su estilo, su puesta en escena y por la forma en la que sus diálogos van y vienen del miserabilismo a la crueldad, de la victimización a la agresión más artera, es fácil tomarlas como comedias. Vistas con un público que se empieza a reír de las penosas circunstancias que muchos de los personajes deben pasar –congratulándose por no ser tan patéticos como ellos-, la sensación que transmiten es de incomodidad, a veces hasta de fastidio con lo que se ve en la pantalla. Pero algunos de sus filmes, y en especial La vida en tiempos difíciles , requiere un esfuerzo especial: no tomarla como comedia, no suponer que un diálogo bizarro sobre sexo entre una madre y su hijo tiene que ser gracioso, no dar por sentado que el sufrimiento de una chica por las malas parejas que elige (y que resulta en citas desastrosas) está puesto para ser tomado con sorna. Vista así, La vida... es un drama bastante triste, amargo y denso. Una película sobre padres e hijos, sobre culpa y redención, y sobre si olvidar y perdonar es posible o, simplemente, una paradoja irresoluble. La vida...es una secuela rara de Felicidad , la más conocida de sus películas, de 1998. Retoma la historia de las tres hermanas doce años después, con la particularidad de que tanto ellas como el resto de los personajes están interpretados por distintos actores que en aquel filme. Aquí está la menor, Joy (Shirley Henderson en lugar de Jane Adams), que viene de una pésima relación tras otra y se siente perseguida por el fantasma de un ex (Paul Reubens) y sonríe pese a que nada parece salirle bien. Trish (Alison Janney en lugar de Cynthia Stevenson) tiene una situación igual de complicada. Su hijo Timmy está por hacer su bar-mitzvá y se acaba de enterar que su padre, el pedófilo del primer filme, no está muerto como su madre le dijo. Es más, acaba de salir de la cárcel. A la vez Trish está enamorada de un viudo (Michael Lerner) que tiene sus propios inconvenientes y un hijo depresivo. Pero el pequeño Timmy es el verdadero corazón del filme: confundido con lo que experimenta en relación a su padre y con las enseñanzas de la preparación de la ceremonia judía (en la que se transformará en un hombre al cumplir 13 años), se hace las preguntas que el filme lanza al espectador: ¿se puede olvidar?, ¿se puede perdonar?, ¿puedo querer a mi padre por más que haya hecho algo imperdonable?, ¿es lo mismo un terrorista que un pedófilo? Preguntas densas, situaciones igualmente agobiantes, escenas de diálogos en las que Solondz parece saborear esa confusión potencial entre la condescendencia y la empatía, y una aparición rotunda de Charlotte Rampling que sorprenderá a más de uno, La vida en tiempos difíciles es más una reflexión, o un análisis crítico que una secuela de Felicidad . Un poco a la manera de Un hombre serio , de los Coen, Solondz mezcla humor y pathos, haciendo un filme sobre la depresión, la melancolía y la angustia existencial. Si es comedia o no será cuestión de si el espectador prefiere mirar desde la distancia cómoda de su butaca o comprometerse con lo que les pasa a los personajes.
Una noche de tentaciones Keira Knightley y Sam Worthington son una pareja en problemas. Con un elenco plagado de estrellas como Keira Knightley, Sam Worthington, Eva Mendes y el francés Guillaume Canet llama la atención que La última noche , opera prima de Massy Tadjedin, haya tenido tan poca repercusión en su estreno mundial, meses atrás. Y más todavía si se tiene en cuenta su tema/trama: la infidelidad en una pareja. Pero lo cierto es que al ver el filme se entiende un poco que no haya disparado emociones potentes: se trata de una película discreta, medida, calculada. Con mucho juego de espejos y relativa sustancia dramática. En una fiesta, Joanna (Knightley), la mujer de Michael (Worthington, de Avatar ), descubre miraditas cruzadas entre su marido y una compañera de trabajo de él que jamás le había mencionado. La chica no es otra que la muy sexy Laura (Mendes). Al volver a casa hay una previsible escena de celos: él promete que no pasa nada, pero la tensión queda flotando. El giro dramático es que poco después Michael parte a Filadelfia en un viaje de negocios con un grupo de gente que incluye a Laura. Y, justo justo, Joanna se cruza en su camino con Alex (Canet), un ex amante francés que estaba por Manhattan. ¿De casualidad? El filme contará las noches de ambos y las situaciones y decisiones que tomarán ante la manera en la que se van presentando los hechos. Nada es demasiado sorprendente ni shockeante: habrá insinuaciones, miedos, indecisión, culpa, y cada uno hallará la respuesta que crea conveniente. O la que le resulte inevitable... Lo que no logra del todo Tadjedin es llevar a este grupo de buenos actores a zonas algo más jugosas, prefiriendo ir y venir con el montaje paralelo entre situaciones y dejando que todo transcurra demasiado civilizadamente. ¿Es más peligroso para la pareja una infidelidad casual o darse cuenta de que no se está con la persona que se quiere? Eso deja en el aire, sin explotar del todo en sus consecuencias, La última noche.
El sol, el agua, el cielo y la Tierra Bello relato sobre padre e hijo conviviendo con la naturaleza. Un filme que mezcla ficción con documental, Alamar , de Pedro González-Rubio, es la clase de películas que consiguen impactar a los jurados de los más exigentes festivales y al público por igual, algo muy poco habitual, al menos en los últimos años. Ganadora del premio del jurado y del público en el BAFICI 2010, el “milagro” del filme mexicano está en presentar una historia sencilla, con formato de documental observacional, pero que hace centro en una muy universal (y, a la vez, particular) relación entre padre e hijo. Y, especialmente, porque transcurre en un bellísimo arrecife de coral donde esta familia pasa una temporada viviendo, literalmente, en el medio del agua, entre peces, aves y un mar turquesa. La historia parte de un hecho real y está filmada como tal, pero son varios los elementos ficcionales que la enmarcan. Natan es el hijo de la relación entre Jorge, un mexicano, y Roberta, una italiana que, después de un tiempo juntos, se han separado. Natan vive en Italia, con su madre, y viaja a México a pasar una temporada con su papá, un verdadero hombre de mar: pescador, medio hippie, relacionado con la naturaleza de una manera que es inédita para el chico de ciudad. El filme contará su experiencia en conjunto, con un hombre mayor (¿el abuelo?) también siendo parte del grupo familiar que vive en esa suerte de choza algo precaria en el medio del agua. Natan deberá aprender a bucear, a pescar, compartirá comidas y juegos con su padre, se “enganchará” con una paloma, Blanquita, que circula alrededor de la casita permanentemente. Pero, básicamente, forjará una relación con su padre en ese marco que seguramente será inolvidable a lo largo de su vida. Por momentos la película se torna algo National Geographic, casi mostrando un paraíso abandonado en el medio de la Tierra, con sus personajes bajo el agua celeste seguidos por una cámara subacuática. Pero pronto queda claro que no todo es sencillo ni simple ahí, y que la naturaleza tiene sus costados oscuros. De cualquier manera, el centro es la relación que Natan y Jorge tienen entre sí y en contacto con esos elementos. No tienen necesidad de hablarse ni decirse mucho (salvo alguna excepción, que es tocante por eso, por ser excepcional). Lo que hacen es estar juntos y compartir experiencias. El mundo que arman alrededor suyo siempre será de los dos.
Las mil y una vidas del Tata Un notable documental. La verdulería de Jonte y Cuenca, allá en Villa del Parque, en una esquina transitada que de tanto en tanto es interrumpida por la guitarra del Tata Cedrón y amigos que se suman entre vasos de vino, choripanes y zapallitos a la venta. Boedo, La Boca, Saavedra. El Tata recorre Buenos Aires y cuenta historias: se explaya, se enfervoriza, cruza nostalgia con la necesidad de transmitir que esa sensación puede ser recuperada. Y suena su música, los poemas musicalizados, sus interpretaciones solistas, acompañado por bandoneón o junto al Cuarteto con el que empezó a construir un universo musical a mediados de los ’60, universo que con alteraciones, pérdidas, exilios y distancias, continúa hoy. Tata Cedrón... es una biografía del músico tan expansiva, desorganizada y carismática como su protagonista, que puede pasar de pelearse con un vecino troglodita a compartir la mesa con Leopoldo Federico y Horacio Salgán. Lo muestra con su “alumno” Eduardo Makaroff (Gotán Project), a quien se cruza a orillas del Sena, recorriendo estaciones europeas, haciéndose un tatuaje (“una flor, un barco y un nombre: Rosita”) y tocando aquí, allá y en todas partes. La historia de los Cedrón excede el marco de esta crítica. Juan, creador del Trío Cedrón, luego convertido en Cuarteto, se exilió en 1974 y estuvo en Francia hasta 2004, año en el que decidió volver acá. Con archivo de diferentes épocas (y soportes), Pérez construye una autobiografía impresionista, que se deja llevar por los relatos de Cedrón, sus recuerdos del Gotán, sus noches con “amigos” (Tuñón, Gelman, Piazzolla, Mercedes Sosa, Rovira y así…), su visita a la tumba de su hermano Jorge (el cineasta asesinado en París en 1980) y la emotiva ceremonia en la que fue declarado ciudadano ilustre. Cedrón no empuja la emoción. La encuentra en la falta de afectación de sus relatos, en la forma de presentarse en el escenario, en la fuerza vital que transmite. Es un gran documento de un artista vital, de un tipo de barrio, alguien que devuelve a la música a la gente.
Secretos y mentiras Alberto de Mendoza se luce como un personaje monstruoso. Un personaje monstruoso con la apariencia de un abuelo tierno y comprensible. Ese es el personaje, y el reto, que enfrenta Alberto de Mendoza en La mala verdad , de Miguel Angel Rocca. Con una composición medida, ajustada, finalmente siniestra, bajo un tono apacible que de a poco se va desdibujando, el veterano actor ofrece un trabajo admirable, lo mejor de una película que no siempre está a la altura de esa performance. La historia que cuenta el filme se centra en una niña callada que empieza a mostrar en el colegio comportamientos extraños, como hacerse pis encima, fallar en exámenes o titubear a la hora de cantar en el coro. La psicopedagoga del colegio que la atiende nota, a partir de los dibujos que ella hace, que algo no anda bien en su familia. Y empieza a investigar. Eso la llevará a hablar con el abuelo de la niña, que podría llegar a tener algo que ver con ese malestar que todos niegan o nadie quiere ver. La madre de Bárbara (Analía Couceyro), por algún motivo, siempre prefiere mirar para otro lado, y su pareja (Carlos Belloso) tampoco parece poder ni querer entrometerse. El mayor mérito del filme está en lo que no se dice ni se ve: lo que podría suceder entre el abuelo y la niña, en no saber si la familia no cree que algo pueda pasar o si prefiere callarlo. La película peca de algunas obviedades (la canción Desarma y sangra , de Serú Girán, funciona de manera demasiado evidente; lo mismo que ciertos comentarios y actitudes de la gente del colegio) y algunas actuaciones secundarias no son del todo convincentes, pero como tratamiento de un tema complicado y áspero, Rocca elige el tono bajo, medido, la discreción, elecciones que tal vez no produzcan resultados dramáticos espectaculares, pero sí dan a la película un tono sobrio, hasta respetuoso si se quiere. Y, además, está Alberto de Mendoza, que ya anunció su retiro y deja esta excelente performance como un legado, una clase de actuación cinematográfica.
Pasado y presente Filme de terror argentino dirigido por Sergio Mazurek. Se dice que se hace poco cine de género en la Argentina. O que buena parte de la producción under de cine de terror, especialmente, jamás llega al estreno comercial. Es cierto el comentario: la explosión del género existe (están los festivales como el Buenos Aires Rojo Sangre para probarlo) y las salas comerciales, salvo excepciones, les dan la espalda. Eso no quiere decir que todas las películas hechas en ese circuito sean buenas. Lo siniestro es un ejemplo claro de eso. Esta es una historia muy simple, básica, empujada a fuerza de efectos de sonido y, en menor medida, visuales. Cuenta la historia de una mujer (Paula Siero), maltratada verbal y físicamente por su marido (Carlos Echevarría), que sufre de alucinaciones y siente que hay extrañas presencias en su casa. Tras leer una carta, decide marchar a Mar Sereno, donde está la casa en la que pasó la infancia y en la que se encontrará con algunas sorpresas. Con la ayuda de un policía (Luis Ziembrowski) con quien se involucra, la mujer irá descubriendo misterios que tienen que ver con su pasado, del que podemos ver flashbacks a través de toda la narración. Falta de cohesión dramática, recurriendo a efectos para llamar la atención cuando ésta decae, en algunos casos pobremente actuada, Lo siniestro no alcanza a convertirse en una digna representante de su género. Es saludable que se estrene, de eso no hay duda. También sería saludable que fuera un poco mejor película.
Bailando por un sueño Continúan las aventuras de los pingüinos. Como su padre antes que él, Erik no se lleva nada bien con las costumbres de su grupo, los pingüinos emperadores, empecinados animalitos que no tienen mejor idea que cantar y bailar temas pop como si la televisión del Polo Sur pasara American Idol 24 horas al día. Entre coros, zapateos y lo que parece ser la gran producción de un musical de Broadway On Ice, el pequeño Erik se siente fuera de lugar. El padre, que pasó por una situación parecida en su juventud (la dramática historia de Mumble que cuenta la primera película), entiende lo que le sucede, pero quiere hacerlo partícipe de la fiesta popular. Erik empieza a bailar, pero pronto queda claro que no es lo suyo. Sintiéndose humillado –los pingüinos son más severos que el jurado de Bailando por un sueño -, el pingüinito se escapa con destino incierto. Happy Feet 2 , la trabajosa y menor secuela del filme de George Miller, seguirá los pasos de Erik, que lo llevan a otra comunidad pingüina, acaso más mística que la suya, liderada por un animalito mutante que... ¡puede volar! Y Erik se convence de que él también puede. Y que si lo desea mucho, puede hacer lo que quiera en la vida. Pero su padre llegará hasta allá para hacerlo volver a casa. Y en el viaje de vuelta, y al regresar al hogar, quedará claro que las habilidades de ambos deberán combinarse para salir de un problema ecológico que amenaza con terminar con la vida de los suyos. Película con mensaje ecológico, un humor bastante simple y con una cantidad de referencias al mundo real que bordean el abuso, Happy Feet 2 mejora en sus momentos más intensos, que prueban que el director George Miller no olvidó del todo esa oscuridad que caracterizaban a filmes suyos como Mad Max , y hasta los momentos más densos de Babe . Pero también se nota que después del fracaso de la secuela de aquel filme -dura, pero extraordinaria-, se ve que no quiere repetir la experiencia y se cuida. Esos momentos “fuertes” –en especial los ligados a un bruto y brutal elefante marino-, sumados a la historia paralela de dos krills perdidos en los océanos intentando “nadar contra la corriente” y filosofando en el camino, aportan alguna gracia y tensión que despierta a la película en sus momentos más chatos. Que los tiene. Y son varios. Si uno tolera los enésimos chistes de Ramón, el pingüino latino mujeriego y muy chévere , y la necesidad de transformar toda situación dramática en el título de una pegadiza canción ( We Are the Champions, Under Pressure , y así), Happy Feet 2 – 3D puede ser una experiencia entretenida. Y no mucho más que eso. Salvada por el jurado en la gala de eliminación, digamos...