Un filme a la medida de la gente El documental refleja a una persona que hace películas a medida. El protagonista de El ambulante es un hombre bueno. Al menos, al verlo retratado en este documental, uno no debería tener dudas de que se trata de una persona amable, amorosa, socialmente responsable, divertida y generosa. Así es el retrato que Adriana Yurcovich, Eduardo de la Serna y Lucas Marcheggiano hacen de Daniel Burmeister en el filme. Daniel se dedica a recorrer pueblos del país ofreciendo a las autoridades de cada lugar producir una película en VHS con y para la gente del pueblo. Películas pobres, de amigos, armadas con la buena predisposición de la gente del lugar que se divierte saliendo de su rutina y entrando en algo parecido a un “star system” de entrecasa. El filme -que compitió en el Bafici- toma una de esas experiencias y a través de ella vemos los distintos procesos del filme, empezando por la propuesta a las autoridades municipales, los pasos previos que Daniel da preparando la película, el cásting, el bastante improvisado rodaje y la exhibición del filme. Amable, sencillo, con algo de condescendiente y sin ponerse realmente a analizar si ese personaje es algo más de lo que exhibe (algún comentario al pasar y una breve comunicación telefónica parecen dar a entender que es más complejo), el filme divierte en tanto y en cuanto el espectador se ubique en la cómoda situación de “superioridad” que le da su lugar. Es, casi, como divertirse mirando los errores y pifies de un acto escolar, aunque ahí causa gracia y simpatía porque son los hijos o familiares... Esas risas son las que han hecho de El ambulante un documental inusualmente popular y, probablemente, pueda hasta ser de los más exitosos en su género. Es el cariño que transmiten los realizadores por la gente a la que retratan lo que logra alejarlo de la burla fácil. Aunque sólo por momentos.
¿Dónde está Marita Verón? El documental, tras la trata de personas. Los difíciles años que atravesó Susana Trimarco, desde que el 3 de abril de 2002 su hija Marita Verón fue secuestrada en la calle y desapareció, fueron de una angustia y una lucha permanentes. Esa batalla, en sus distintas etapas y circunstancias, es la que retrata Fragmentos de una búsqueda , el documental de Pablo Milstein y Norberto Ludin, que fue premiado en varios festivales. El filme empieza con un premio que le otorgan en los Estados Unidos a Trimarco por su labor, que terminó por conseguir sacar a muchas mujeres de prostíbulos en los que estaban siendo explotadas y denunciar una situación tremenda que tiene lugar en la Argentina, haciendo centro –en su caso- en las provincias de Tucumán y La Rioja. El filme sigue, paralelamente, el derrotero de Susana en la búsqueda de su hija, de 23 años al momento de desaparecer, y a la vez retrata la vida familiar de la mujer, en especial la relación con la hija de Marita, Micaela, que ha quedado al cuidado de sus abuelos. De la desaparición de Marita se sabe que está relacionada con la mafia de los prostíbulos, que varias personas la vieron en distintas ocasiones, que estuvo yendo y viniendo entre distintas zonas y que las autoridades policiales y los funcionarios políticos de ambas provincias, más que ayudarla a Susana en su búsqueda le ponían todo tipo de trabas e impedimentos, dejando en claro que esta “trata de personas” se sostiene también gracias a autoridades que miran para otro lado. Documental de denuncia, es cierto, pero más de retrato y observación, siguiendo a la par las vivencias de Susana y su familia (tal como su título lo indica), Fragmentos de una búsqueda es la desesperante constatación de que poco y nada ha cambiado en ese universo hasta el día de hoy. Y que hará falta la lucha de muchas personas como Susana para que esa perversa trama mediante la cual el poder sigue rondando el secuestro y la desaparición de personas se termine en la Argentina.
Retratos de la intimidad De Hirokazu Kore-eda, un retrato humanista. Tal vez no sea del todo original, por parte de Hirokazu Kore-edaa, tomar como base el cine de su compatriota Yasujiro Ozu para contar un drama familiar en el que se habla de las complicadas relaciones entre padres e hijos. Pero no hay dudas de que, adaptándolo a una sensibilidad, si se quiere, algo más accesible y menos rigurosa, lo que logra en Un día con la familia es, por un lado, realizar un cariñoso homenaje al maestro y, a su vez, actualizar la temática de sus filmes a ciertos requerimientos contemporáneos. El drama en Un día en familia se circunscribe a la visita a la casa de sus padres de su segundo hijo, acompañado por su nueva esposa (que es viuda) y el hijo de ella. La ocasión es la de rememorar un nuevo aniversario de la muerte del hijo mayor de la familia, Junpei, que murió al tratar de salvar a un niño que se ahogaba hace doce años. Entre preparaciones de comidas, almuerzos y charlas alrededor de la casa, pronto nos daremos cuenta que Ryota no se lleva nada bien con su padre y que estas visitas anuales son para él una tortura. El padre, que tenía a Junpei como su hijo favorito (“mi heredero”, dice), lo trata con frialdad y distancia. Y presentar a su nueva esposa le agrega otra cuota de incomodidad, por más que su madre, su hermana y el marido de ella hagan lo posible por disimular la tensión. Si bien puede haber diferencias culturales específicas entre lo que sucede en el filme y familias de costumbres, digamos, occidentales, lo que el filme revela es la universalidad de esos conflictos familiares, plagados de silencios, de cosas dichas por la mitad, de sobreentendidos y de cuentas pendientes nunca aclaradas del todo. Como lo demostró en sus otros filmes (desde After Life a Nadie sabe ), Kore-eda es un realizador sensible e inteligente para captar esos pequeños y sutiles momentos que hacen excepcionales a una historia. Humanista a prueba de todo, es la clase de cineasta que encuentra, como decía Renoir, que “todo el mundo tiene sus razones” y permite que entendamos lo que atraviesa cada personaje sin jamás tomar partido por uno u otro, por más discutibles que sean sus acciones. Como en todos sus filmes, Kore-eda da espacio para el humor, los juegos de niños, los apuntes casuales (una canción, una anécdota mal recordada) que parecen pequeños desvíos de la historia pero no lo son. Triste y sensible, siempre conteniendo las emociones en un punto y a una distancia que podríamos considerar justas (sólo la música puede ser un tanto excesiva), Un día en familia incluye todos esos momentos que hacen parte de la vida de un grupo familiar: los bellos, los dolorosos, los pasajeros. Son sólo unos días en la vida. O, como diríamos por acá, muchos años de terapia.
Y llegará la paz... Bellísimo y conmovedor filme de Carlos Reygadas. Mezcla de paraíso y cárcel sobre la tierra, el universo que habitan los personajes de Luz silenciosa es hermoso y aterrador a la vez. En medio del campo, en algún lugar remoto de México, donde las puestas del sol pueden observarse como si fueran manifestaciones de la existencia de algún ser superior, un hombre cree descubrir que ha vivido equivocado. Se casó y tuvo media docena de hijos con una mujer para darse cuenta, en un momento, que en realidad ama a otra. Y que no se trata de un affaire pasajero, sino de algo mucho más profundo. “Si esto es obra del Diablo, lo lamento por mí”, le dice Johan a su padre, predicador de la aldea menonita en la que transcurre el filme. Johan no oculta lo que le sucede: Esther, su mujer, lo sabe y parece soportarlo estoicamente. Y Marianne lucha por controlar sus sentimientos, sabiendo que nada bueno puede salir de ello, pero incapacitada de resistir la tentación. Ese triángulo amoroso en una comunidad religiosa es la anécdota del tercer filme del director de Japón y Batalla en el cielo , el más luminoso, diáfano y menos revulsivo de los tres. Pero allí no está el secreto de su belleza, de la conmoción que puede provocar en el espectador. Aquí, Reygadas busca acercarse a la naturaleza a la manera de Malick o Tarkovsky, recorriendo con su cámara escenarios naturales, dejando que la luz moldee esos increíbles parajes hasta otorgarles vida propia. De hecho, la película parece nacer de la idea de pensar en el mundo como una “luz silenciosa” que abraza a los personajes, que los protege y trata de conducirlos a un lugar de paz espiritual, que ellos mismos se han negado a abrazar por sus restricciones religiosas. Es una libertad de los espacios y de los cuerpos la que los sacude. En la escena de sexo entre Johan y Marianne queda claro que su conexión es tan fuerte como inexplicable. “Siento tu corazón”, él le dice. Ella llora e intenta cortar porque, “la paz es más fuerte que el amor”. Pero Johan no quiere abandonarla. “Aún vendrá más dolor, pero luego llegará la paz y después la felicidad”, le dice pensando en un futuro que tal vez no sea como él imagina. Los acontecimientos irán derivando en unos 50 minutos finales que son, básicamente, dos largas secuencias: un viaje en auto y un velorio. En ellas habrá muerte, sacrificio, vida, milagro y resurrección, como si se tratará de una épica bíblica retomada para nuestros tiempos, más cerca del cine de Dreyer (cuyo clásico Ordet se homenajea) que de cualquier referente contemporáneo. Con un filme atravesado por la compasión y por el aura de permanente descubrimiento, sin la necesidad de ciertas provocaciones de antaño pero tampoco cayendo en la ñoñería, Reygadas se las arregla para crear una obra maestra contemporánea que se sostendrá a través del tiempo gracias a escenas impresionantes (el principio y el final, la escena de los niños bañándose en el río y muchas más) y al aura de épica de los sentimientos que atraviesa todo el relato. Más allá de algún exceso de preciosismo, Luz silenciosa opera hipnóticamente sobre el espectador, que puede reconocerse en todos los personajes. Una historia de tres personas que intenta conmovernos a partir de la naturaleza misma de las cosas: una tormenta, un abrazo, una flor que se abre, un beso revelador. Todos, pequeños milagros cotidianos.
Corre, Jolie, corre A la manera de Bond y Bourne, Angelina encarna a una eficiente espía. En algún momento de su desarrollo, el Agente Salt era Tom Cruise. La película se retrasó, Tom tenía otros compromisos y fue reemplazado, pero no por otro “hombre de acción” sino por Angelina Jolie, en el que probablemente sea el único caso de cambio de género en una película de este tipo. Las “malas lenguas” dicen que Cruise se llevó muchas ideas del guión para su Encuentro explosivo , pero lo cierto es que la decisión del cambio, por más arriesgada que parezca en términos comerciales, resulta ser sólida, convincente. Jolie vuelve a demostrar que este tipo de roles es el que mejor le sienta en una película que le debe mucho a sagas de espías como las de Jason Bourne, James Bond y, por supuesto, Misión: imposible . Pero también, y acaso por haber elegido como villanos los viejos y queridos espías rusos, el filme hace recordar a filmes como Sin salida, La caza al Octubre rojo o títulos de los ‘60, todos ellos con agentes de identidades fluctuantes como protagonistas. La diferencia es que en esas épocas era posible sospechar que una estrella de una superproducción podía ser un doble agente. Aquí, por más que la película haga un encomiable esfuerzo por hacernos creer que Jolie es una espía rusa, todos sabemos que finalmente se revelará que no es tan sí y a lo sumo sabremos que tiene pies grandes y calza como 45. O que, bueno, tal vez se haya hecho algunas operaciones estéticas mientras trabajaba en la CIA. El filme es, esencialmente, una larga persecución, muy bien manejada por Phillip Noyce, el australiano que no casualmente dirigió dos episodios de la saga Jack Ryan (el de las novelas de Tom Clancy) y que ha vuelto luego de unos años de malas elecciones. Jolie es una dura agente de la CIA a la que un supuesto espía ruso delata como “doble agente” por lo que debe, básicamente, fugarse, tratando, a la vez, de evitar (o cometer) un atentado, dejando siempre al espectador en duda (en la medida de lo posible) respecto a cuál es su verdadera identidad y filiación. Buenas escenas de acción y suspenso (una en la que se disfraza de hombre no sólo es un guiño a la anterior encarnación del personaje sino que prueba que, como tipo, Jolie es bastante fulero) logran que el filme sea entretenido y disfrutable. Especialmente porque Noyce no abusa de los efectos especiales, y las escenas se sienten bastante orgánicas y plausibles. Finalmente, por su carrera permanente, su tema de confusión de identidades y su final abierto a secuelas varias (la película funcionó bastante bien, así que...), Agente Salt parece tener a Bourne como principal modelo y objetivo. Y ahora que la saga de Ludlum/Damon parece estar terminada, tal vez sea el turno de Salt, Evelyn Salt.
Minoría en minoría El documental se centra en jóvenes gays de la comunidad judía. Las historias de vida de cuatro personas homosexuales, miembros de la colectividad judía argentina, es lo que cuenta Otro entre otros , emotivo documental de Maximiliano Pelosi que, de manera simple y hasta cándida, narra el pasado y el presente de sus protagonistas: sus relaciones familiares, con sus amigos, el descubrimiento de su sexualidad, el rechazo que sufrieron por parte de la colectividad y, luego, los distintos caminos que fueron tomando en su vida adulta. La película consiste, básicamente, en entrevistas a los protagonistas, a algunos amigos de ellos, a un familiar y a un rabino, combinado con muchas fotografías. Simple, si se quiere rudimentario, y con un formato más apto para su paso por la televisión que para una sala de cine, Otro entre otros se las arregla, sin embargo, para emocionar al espectador a base de esos testimonios por momentos conmovedores. Las historias tienen cierto parecido entre sí y dan cuenta de una relación con la comunidad judía que no es tan diferente de lo que podría serlo con la sociedad en general, yendo de las primeras dudas sexuales al rechazo de los padres, la soledad en el colegio, las cargadas de los compañeros, hasta finalmente poder hablar del tema con padres y amigos con las distintas reacciones de cada caso (una de ellas es muy dramática). El filme se centrará luego en los intentos de crear un espacio y una organización judía gay en la Argentina (la JAG) y en las dificultades que tuvieron para ser tomados en cuenta (y en serio) por el resto de las instituciones de la colectividad. El filme no habla específicamente de judíos religiosos. En general, los protagonistas provienen de familias en mayor o menor medida observantes y practicantes, cuyo rechazo a la sexualidad de sus hijos parece tener que ver más con cuestiones generacionales que específicamente religiosas (de hecho, ninguna de las grandes religiones organizadas acepta la homosexualidad). Lo que la película no logra transmitir es por qué los cuatro protagonistas deciden seguir formando parte activa de una colectividad que los rechaza, cuando la asimilación podría ser una opción ante la constante desidia y hasta maltrato. Pero, más allá de la película, uno sabe que a cuestiones de identidad es muy difícil renunciar. Un tema clave del filme es la doble dificultad de ser una minoría dentro de una minoría, y la bronca de los protagonistas por saberse parte de una religión perseguida y darse cuenta de que, igualmente, pueden sentirse oprimidos y perseguidos dentro de ella. Ese “otro entre otros” termina siendo el mismo espectador: una extraña ecuación matemática que parecería revelar, finalmente, que esa otredad es la que finalmente nos revela como seres únicos.
La sociedad disciplinaria La dictadura dentro del colegio, en un filme de Diego Lerman. El silencio y los pasos. Lo primero que llama la atención –lo que mueve al recuerdo- es el vacío de los patios del colegio. Los chicos en fila, ordenados, avanzando por los pasillos tras cantar el himno y llegando hasta la puerta de la división casi como si fuera un desfile militar. Los rituales: tomar distancia, entrar ordenadamente, saludar, pasar lista. La mirada invisible ubica enseguida al espectador en su escenario y su época. Es el Nacional Buenos Aires pero, más allá de algunas cuestiones específicas, podría ser cualquier colegio estatal durante la dictadura. Los ojos de María Teresa (Julieta Zylberberg) son nuestra entrada en el mundo que narra la película, pero “la mirada invisible” no es necesariamente la suya. Si hay algún logro especialmente destacable en el filme, que lo transforma en una transposición literaria exitosa, es poder contar mediante la puesta en escena ese juego de miradas, de poder y de vigilancia (el célebre “panóptico” de Foucault) que se sucede en ese ámbito y, por consecuencia, en el país. La mirada es de María Teresa, que decide que para hacer bien su trabajo debe espiar a los chicos hasta en el baño para ver si fuman. Pero también es la de Biasutto (Osmar Nuñez), temible jefe de preceptores que la ha elegido como discípula favorita (o al menos eso parece). Es la de los chicos, que observan la circulación de miedo, represión y participan en la del deseo, más oculta. Y la de los otros poderes que, sucesivamente, van observando, marcando y pautando las vidas de estos personajes. Esa cadena de miradas arranca en la macropolítica (Argentina, marzo de 1982, previo a Malvinas) y termina en una chica encerrada en un baño apretando su bombacha en la mano derecha. El filme de Diego Lerman adaptado de la novela Ciencias morales de Martín Kohan es la historia de la relación perversa que se establece entre todos estos seres que miran y son mirados, pero especialmente la que hay entre María Teresa y Biasutto. Ella vive con su madre y su abuela, es una chica de 23 anos en extremo tímida y reprimida (se burlan de ella hasta sus colegas preceptores) y que va despertando a cierto deseo confuso que no sabe bien cómo manejar. Por un lado, hacer bien su trabajo, ser respetada por Biasutto. Y, por otro, saber más de esas vidas sexualizadas de esos chicos de 14, 15 años, que la movilizan de una manera que ella misma no alcanza a comprender muy bien. El rol de Biasutto, si se quiere, es más clásico y prototípico, y tal vez el flanco más débil del filme: severo y rígido, capaz de repetir como mantra aquello de que “acá hay una guerra y hay que extirpar el cáncer de la subversión”, irá revelando con el correr del filme que su severidad disimula un deseo que, de alguna u otra manera, deberá canalizar. El nuevo filme del director de Tan de repente , cuyo estilo es cambiante en cada filme y difícil de predecir, propone una mirada diferente hacia esos años de la dictadura: contar desde un micromundo, el clima, la tensión y el horror de una etapa que va llegando a su fin. Que esos alumnos, acaso, sean los actuales o futuros líderes políticos (o personalidades de influencia cultural) de la Argentina podría servir para entender tanto aquella época como la que vivimos ahora.
Directo a los bifes... Acción al por mayor en esta nueva y eficiente secuela de la saga iniciada en la década del ‘80. A 23 años de la Depredador original, protagonizada por el hoy gobernador de California Arnold Schwarzenegger y dirigida por John McTiernan (un cineasta hoy a punto de ir a la cárcel por espionaje e invasión de privacidad), esta Depredadores es la secuela más noble y genuina que ha tenido la saga desde su creación, en una lista que incluye Depredador 2 , de 1990, y dos episodios de Alien vs. Depredador , ninguno de los cuales estuvo a la altura de la original. Pero ésta, dirigida por Nímrod Antal (un estadounidense que creció en Hungría y se hizo cineasta allí) y basada en un guión de (y producida por) Robert Rodríguez, es la que mejor recupera el espíritu de acción pura, clase B, y eficiencia en los recursos de producción de la original. Se sabe que Rodriguez escribió este guión en 1994 y que nunca logró que lo financiaran. La productora, buscando revivir la saga, encontró aquel texto y lo convocó. Robert, con otros proyectos, cedió la dirección a Antal y lo que hay aquí es un eficiente y efectivo relato acerca de un grupo de hombres y una mujer (la brasileña Alice Braga) que, como si fueran personajes de Lost , caen literalmente del cielo en lo que parece ser una isla selvática. Todos son hombres violentos y con pasados oscuros: mercenarios como Royce (Adrian Brody, con mucho gimnasio encima), el comando ruso Nikolai, el yakuza japonés Hanzo, el narco Cuchillo (Danny Trejo, actor fetiche de Rodriguez, con quien ya tiene un filme, Machete ) y la propia espía ¿israelí? que encarna Braga. Además, hay un condenado a muerte y un médico (Topher Grace, de That 70’s Show ). Una vez allí descubrirán no a una sino a varias criaturas, deberán enfrentarlas, descifrar cómo vencerlas, escaparse, encontrarán un sobreviviente de otra aventura (Laurence Fishburne, bastante avejentado), deberán entender qué lugar es ése y cómo salir de ahí y, además, resolver los conflictos internos que se plantean en este grupo humano que de tierno y comprensivo tiene poco y nada. Depredadores no vende otra cosa que lo que es: cien minutos de adrenalina bastante bien orquestada, con un guión acaso básico, pero lo suficientemente presentable para mantener el suspenso y la acción que Antal monta con precisión y sin espectacularidad. Aquí no hay grandes ni impactantes efectos especiales. El filme, de hecho, parece uno de esos programas dobles de los ‘70, los mismos que Rodriguez “parodiaba” en Planet Terror . Sin llegar a ese nivel de delirio, Depredadores es un filme de acción y violencia de la vieja escuela. Sin vueltas, sin trampas, sin pretensiones. A los bifes...
Mentiras y video Steve Buscemi dirige y protagoniza esta remake de un filme holandés. Cuando el cineasta holandés Theo Van Gogh (bisnieto de Theo, el hermano de Vincent Van Gogh) fue asesinado en 2004 tras hacer una controvertida película sobre el trato de las mujeres musulmanas, tenía encaminado el proyecto de hacer una remake de su filme, Interview , en los Estados Unidos. Tras su muerte, el actor que había elegido para protagonizarla, Steve Buscemi, decidió hacerse cargo de la dirección (ya cumplió ese rol varias veces, en cine y en TV) y con Sienna Miller, como su coprotagonista. El filme es casi una obra teatral filmada, con la vitalidad y energía que le da el uso de tres cámaras simultáneas y hasta otras dos que usan los protagonistas. Hay algo del cine de Robert Altman o Neil LaBute, aunque más contenido narrativamente (son casi todo el tiempo sólo ellos) y con la cámara centrada en rostros y cuerpos. Pierre (Buscemi) encarna a un periodista político que no se lleva bien con su jefe y al que -en medio de un escándalo en Washington- le asignan un trabajo que odia: entrevistar a una actriz de telenovelas y películas clase B, más famosa por sus cirugías estéticas y escándalos públicos que por su talento. Sienna Miller (Katja) no da demasiado el tipo y encima la situación arranca mal cuando, en el restaurante acordado para la entrevista, él la ignora y la maltrata, y ella se levanta y se va. En la calle, Pierre se sube a un taxi, tiene un accidente, ella lo ayuda y lo lleva a su casa. Entre curaciones y una copiosa ingesta de alcohol empezarán los juegos de poder: trampas, seducción y revelaciones. Si bien -al menos en la experiencia de este cronista- este tipo de entrevistas tienen ínfimas posibilidades de terminar así, supongamos que el alcohol ha operado en ellos lo suficiente como para llevarlos a este juego cada vez más intenso que incluye arranques sexuales, besos, provocaciones, confesiones personales en cámara y espionajes varios. Un desafío actoral, finalmente, que se sostiene gracias al talento de ambos (la belleza de Miller también ayuda, hay que admitirlo), Interview -que está llena de homenajes al fallecido Van Gogh y citas a la película original- transcurre en un universo mucho más “fantasioso” de lo que la puesta en escena realista podría sugerir. Pero como ese juego de verdades y mentiras son parte de la historia, lo que termina por ser más intrigante es cuál de los personajes -y no los intérpretes- es mejor actor en esos perversos juegos de seducción y engaño.
La historia oculta detrás de El Duce La película de Marco Bellochio sobre Benito Mussolini es rotundamente política y contemporánea. El material con que contaba Marco Bellocchio para Vincere daba para una ópera. Y el veterano realizador, sabiendo eso, dio a su nuevo e impactante filme un trato similar. La historia de Ida Dalser, la nunca reconocida primera mujer de Benito Mussolini, ignorada por la historia hasta ser redescubierta hace unos pocos años, y quien fuera madre del primer hijo del dictador, tiene todos los ingredientes -históricos, políticos, dramáticos- para una tragedia conmovedora, socialmente relevante y emotiva. Bellocchio hace eso, pero no del todo en Vincere . Cineasta talentoso, inteligente y cerebral, el director de El diablo en el cuerpo ubica a Dalser (una intensa Giovanna Mezzogiorno) en el centro del torbellino político y emocional, casi en carne viva, haciendo lo imposible por ser reconocida, tenida en cuenta -ya que no amada- por Mussolini (Filippo Timi en su juventud, luego mostrado sólo a través de archivo). Pero alrededor de ella arma un rompecabezas donde juega con material de la época (para contextualizar), con los registros cinematográficos (va variando de acuerdo a la era que retrata) y con la ficción ( La pasión de Juana de Arco , de Dreyer, y El pibe , de Chaplin, entre otras), que sirve como contrapunto para una historia basada en la vida real, pero cuyos materiales -manipulados, ya que no hay registros- son puro cine. Vincere es la historia de una serie de traiciones y engaños de Mussolini: a sus ideas socialistas, a su partido, a su mujer, a su hijo y, más que nada, al pueblo italiano. También a la Iglesia, pero en sentido inverso: fue un hombre no creyente que empieza desafiando la existencia de Dios y luego entra de lleno en sus manejos. A través de la Iglesia El Duce mantiene al pueblo a raya y a su mujer encerrada en un manicomio. Bellocchio, cineasta anticlerical si los hay, deja en claro su punto de vista. Ida puede ser ese pueblo traicionado. Como todos, fue seducida por Mussolini y llevada al paroxismo por su ímpetu delirante y belicoso. Pero, a diferencia de casi toda la población, cuando creció su figura política, ella fue alejada y encerrada después, ya que su verdad podía revelar la “flaqueza moral” de su marido. Se podrá decir que ella arriesgó demasiado al no querer aceptar ciertas reglas y seguir gritando verdades que la “condenaban”. Pero esa misma pasión que siguió sintiendo por El Duce la convierte en un gran personaje. La maestría de Bellocchio está en poner al espectador en época y evitar los recursos psicologistas (no hay pasado que justifique, ni hay explicaciones de esa pasión). El futurismo que tanto admiraba Mussolini es un fuerte referente estético de la primera parte, mientras que el melodrama toma más fuerza en la segunda. Las emociones que explotan en el rostro de Mezzogiorno mirando a Chaplin remarcan -quizás demasiado, pero la película necesita el golpe- la dureza de la obligada separación entre esa madre y un hijo que no sabe bien cuál es su lugar. En esa intersección inteligente entre ópera y película social, Bellocchio va de las causas a las consecuencias del fascismo a través de cuerpos y rostros que explotan y se consumen. Es la historia de un amor y de una traición. Una película rotundamente política y contemporánea.